Vicente Molina Foix
Wittgenstein desconfiaba de los adjetivos, y en una conferencia privada que dictó en Cambridge llegó a sostener delante de sus alumnos que, si fuera buen dibujante, preferiría trazar rostros con expresiones de disgusto, placer, tristeza, entusiasmo, y juzgar así una obra literaria o musical (los trazó, someramente, y están reproducidos en el tomo correspondiente de sus conferencias y conversaciones). Los adjetivos, decía el filósofo, rara vez desempeñan un papel en la operación del juicio, ya que juzgar estéticamente, según la anotación literal hecha por su discípulo más aventajado, Rhush Rees, es "un gesto que acompaña una vasta estructura de acciones imposibles de ser expresadas por un solo juicio".
Voy a proponer aquí una variante menos radical pero tal vez insólita del juicio literario, en este caso sobre la novela de Manuel de Lope ‘Otras islas’ (RBA), pues sólo voy a recoger a continuación breves fragmentos extraídos de sus páginas. Al no ser yo tampoco dibujante, ni bueno ni malo, me abstengo de acumular adjetivos sobre la novela, aunque, desafiando el aviso ‘wittgensteniano’ acerca de los peligros de convertir la crítica en una dependencia de la psicología, confieso la pasión que me ha inspirado su lectura y el placer de encontrar muy a menudo una prosa de tanto calibre.
"La humillación de toda una carrera se reflejaba en la pupila del dueño del hotel. Era una esfera negra y diminuta donde el ingeniero veía reflejado su propio fracaso hasta unos límites que aquel hombre no podía adivinar. (Página 29)
"Admiraba las sombras de su blusa un día de calor. Era una blusa de grandes flores estampadas de color malva con pequeñas salpicaduras oscuras de color sangre, como una pérdida de virginidad". (Página 41)
"El comedor se llenaba con la euforia primitiva de la especie humana cuando empieza a comer". (Página 82)
"Se comprendía que ciertas mujeres tuvieran un gusto especial por los hombre fornidos, por los héroes de gimnasio y los boxeadores. Era una especie de sinceridad de la carne. Era la misma sinceridad que hace que a las mujeres les gusten los caballos." (Página 176)
"La relación entre el dinero y el sexo era excitante. Una erección le llenó los bolsillos." (Página 214)
"Sintió una ligera erección, una turgencia perezosa y ciega, como un caracol que se despierta en el interior de la concha". (Página 218)
"Otra docena de niños esperaban su turno envueltos en sus toallas […] Se diría que todos ellos habían sido púberes al mismo tiempo, como las flores de un mismo parterre que germinan a la vez." (Página 239)
"En pocos días el invierno se echaría encima con su mano muerta en un guante de hielo." (Página 277)