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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Javier Ortiz

Uno más que se ha ido. Cuando las circunstancias me trajeron a esta isla africana para vivir en ella largas temporadas, alternadas con otras en Lisboa, no tardé mucho en conocer, a través de Pilar, a algunos periodistas que me impresionaron por serlo de un modo bastante diferente de aquel o de aquellos a que estaba habituado en mi país. Eran éstos Manuel Vincent, Raúl del Pozo, Juan José Millás y Javier Ortiz. Alta calidad literaria, fina argucia de espirito, sentido de humor en altísimo grado, he ahí lo que los caracterizaba y todavía los caracteriza a todos, excepto a Javier Ortiz, que acaba de morir. De los cuatro, Javier siempre fue el más políticamente activo. Hombre de izquierda que nunca ocultó o suavizó sus ideas, consiguió el prodigio de mantener la más firme de las posturas ideológicas cuando, siendo aún periodista en El Mundo, fue el único que contrarió, sin ninguna concesión oportunista, la deriva derechista de un periódico que su director, Pedro J. Ramírez, hizo caer en los amorosos brazos de José María Aznar. Ahora ha muerto, no habrá respuesta a la pregunta que regularmente hacíamos: ?¿Que dirá de esto Javier Ortiz??. Nuestras relaciones tuvieron un momento particularmente afortunado cuando le di una entrevista que acabaría siendo publicad, también con textos de Noam Chomsky, James Petras, Edward W. Said, Alberto Piris y Antoni Segura, en un libro que él editó, Palestina existe! (Editorial Foca). Recién llegado yo de Israel, donde había dejado un rastro de escándalo político y a punto de partir hacia Estados Unidos, donde iba a presentar un libro y dar algunas conferencias, nuestra entrevista fue, toda ella, hecha por e-mail, sobrevolando el Atlántico y el continente norteamericano, de costa a costa. Conocí entonces mejor a Javier Ortiz, su inteligencia, el brillo de su dialéctica, y, lo mejor de todo, su cualidad humana. Muchos no saben que Javier escribió su obituario, un texto supremamente irónico y desmitificador, digno de ser publicado en todos los periódicos. Es una pena que no se haga. Sería el momento de dedicarle una última sonrisa, ésta que tengo en la cara y que, de alguna manera, está negando su muerte. OBITUARIO Javier Ortiz, columnista Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto. Así que en ésas estamos (bueno, él ya no). Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía -lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.) La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras -ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas. Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran. A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas -algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos-, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista. A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia -ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París-, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca -y sea, de hecho-, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja. Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander… Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación -y Mar, y Mediterranean Magazine- y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones… Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad. Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira. En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane. Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo. ______ Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.



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1 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La libertad

No puede ser un juego de suma cero. Una cantidad tasada que habrá que repartir entre todos. Una esencia que se diluye en la complejidad del mundo global al igual que se concentró en los momentos mitificados de la historia. Así concebida, sería el don de unos pocos y el castigo para los más. La guerra fría así la distribuyó en Europa. Estados Unidos así lo hizo entre sus aliados: nosotros, en la península ibérica, estábamos entonces entre los desfavorecidos.

La libertad debe ser sinérgica. Debe crecer a medida que aumenta el número de quienes la gozan. Como el aire, el agua, el pan y la justicia. Lo contrario induce a la indignación y a la revuelta. Ese joven negro que habita en la mayor mansión de Washington constituye la mejor prueba de que en su país así puede funcionar la economía de la libertad, en constante crecimiento. Las tecnologías de la información y de la comunicación abren ahora nuevas brechas para la expansión de la libertad. La palabra está más cerca de la gente. Las voces se multiplican. Los filtros y censuras se debilitan, y no siempre para bien: pero la libertad tiene también precio y su expansión acarrea más riesgos. El mayor e inadmisible, que la expansión la convierta en una libertad gaseosa, inane; que los viejos sistemade los que dispone el ciudadano para controlar a los gobiernos, las instituciones y los poderes económicos pierdan toda su eficacia o desaparezcan; que vuelvan los tiempos en que la opinión se dictaba desde la verticalidad del poder y del dinero. Putin y Berlusconi son quienes imparten estas lecciones, que se aprenden con rapidez en todas partes. Para saber más sobre el estado de la libertad de prensa en el mundo, basta con seguir algunos portales de ong?s imprescindibles. Freedom House y Reporteros sin Fronteras, por ejemplo. Mañana se celebra el día dedicado a conmemorarla y vigilarla, y con tal motivo conoceremos más datos y valoraciones respecto a esa libertad tan mal repartida y para muchos tan escasa.



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Trilogía involuntaria de Levrero

Mario Levrero. Fuente: larepublica.uy El primero en Perú en comentar en un medio masivo -su leído blog Puente Aéreo- la obra de Mario Levrero fue Gustavo Faverón. Era octubre de 2005. Luego le seguirían aquellos que decían haberlos leído antes, pero esas frases están bajo sospecha. Faverón inició una fiebre levreresca en el Perú que coincidió con la celebridad que Levrero estaba tomando, luego de su muerte, en Argentina y luego en España. He leído muchos libros del uruguayo desde entonces pero ninguno me ha despertado el entusiasmo de Gustavo, sin desmerecer momentos notables. Ante mis dudas, Gustavo siempre reclama: "es que no has leído la trilogía involuntaria. Eso es lo que tienes que leer". La llamada Trilogía Involuntaria está compuesta por tres novelas: La ciudad, El lugar y París. Era casi inhallable en el Perú, y en otras partes del mundo, pero seguro eso se corregirá pronto porque De Bolsillo ha publicado las tres novelas breves. En Radar Libros hacen una reseña sobre la esperada reaparición:Con Lewis Carroll y Franz Kafka como confesos puntos de partida para su literatura, su trilogía involuntaria resulta apasionante, porque sus narraciones funcionan como una máquina de sentido a la que, una vez que se enciende, es imposible detener. Como un río que fluye, la irresistible lectura de la fascinante La ciudad como la perfecta ?así la definía su autor? primera parte de El lugar, recuerdan la lógica de Alicia cuando cae en el pozo persiguiendo al conejo, o la de los protagonistas de las obras de Kafka, atrapados en el laberinto de una realidad destilada, y al mismo tiempo más compleja. Prisioneros dentro de sí mismos, de sus temores, obsesiones y deseos, esa primera persona que narra la trilogía se abre un poco a juguetear con el mundo que la rodea en París, donde el folletín y lo inverosímil adquieren otra realidad, y otras lógicas se intersectan contra ese insecto que es la mente, al que se tolera ?a la manera de Spinetta? porque narra. Hipnóticas y casi psicodélicas, pero sin proveer ninguna posibilidad de escape sino más bien como trampas perfectas, sus tres novelas iniciáticas anticipan lo que luego Levrero haría al final del arco de su obra, con la mencionada El discurso vacío o la tan celebrada La novela luminosa, donde cada vez más esa primera persona es la del autor, y ese mundo ante el que reacciona no necesita inventarse, ni resumirse en modelos pseudo oníricos, sino que es la realidad que acecha ahí afuera. Tanto cuando se lo calificaba de raro como cuando se lo situaba dentro de la ciencia ficción local (cuyas publicaciones albergaban sus obras), Levrero solía desmarcarse de manera contundente, calificando a su trabajo como realista. Pero más que nada por liberarse de cualquier preconcepto, jugando a situarse en el polo opuesto al que le otorgaba su interlocutor. Vaya uno a saber, entonces, lo que opinaría de una reciente presentación de alguno de sus libros póstumos, en la que brillaron por su ausencia insistentes divulgadores como Elvio E. Gandolfo o Marcial Souto. Ante una escasa concurrencia, los presentadores celebraron la supuesta vanguardia de su elección, señalando que si estuviesen hablando de Bolaño el lugar seguramente estaría más lleno. Pero, aun siendo un autor de culto, la realidad marca que Levrero siempre escribió de cara a sus lectores, publicando sus obras en revistas ?como El Péndulo? que se vendían en los quioscos, y diciendo presente con sus libros en cada colección interesante que supo asomar en el mercado local durante la década del ?80. Por eso es que, antes de revolverse satisfechos en su gusto exquisito, aquellos azarosos representantes de la academia ?que a veces parece celebrarse sólo a sí misma? deberían haberse disculpado por llegar tarde, como siempre. Y, entonces sí, hacerse humildemente a un lado y permitir que la cada vez más reeditada obra de Levrero (¿cuándo le llegará el turno a un libro inclasificable y fascinante como Caza de conejos?) salga en busca de nuevos lectores.



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El melancólico Kerouac

Carátula de novela de Kerouac. Fuente: perdonameperoteamo Rodrigo Fresán vuelve a definir con acierto el verdadero carácter de un escritor: no la velocidad sin freno sino la helada melancolía es lo que define a Jack Kerouac, dice. Se trata de la reseña de un libro menos célebre del autor de En el camino, titulado Satori en París y que acaba de ser editado en España por Ediciones Escalera. Dice la reseña:Suele asociarse la obra de Jack Kerouac a la velocidad de la combustión espontánea, a la euforia sin frenos, al horizonte como límite y a las noches interminables mientras relampaguean saxos y sexos. Pero es una impresión tan fácil como parcial: porque si algo marca a fuego a la mística del «Rey de los Beatniks» es una corriente de helada melancolía. Esta aparece ya en ciertos tramos de En el camino, en Los subterráneos y, muy especialmente, en esa suerte de épica íntima de la derrota que es Satori en París. Aquí -en este pequeño gran libro publicado en 1966, tres años antes del final, cuando ya a casi nadie le interesaba el autor o sus ideas- se cuenta muy poco. Y se lo cuenta desde la fatiga de aquel que comprende que el motor de su vida ya no es lo que era. Y, aún así, emociona. Y duele. (...) Así, esa despedida apenas encubierta que es Satori en París -tan lejos ya de esas epifanías de carretera en las que se celebraban los encandiladores estallidos de «los locos por vivir, los locos por hablar/ los que arden como fabulosos fuegos artificiales»- termina alumbrando el paisaje crepuscular de un hombre solo. Un viajero cansado de viajar, a un costado de la ruta, haciendo auto-stop junto a los restos de su accidentada leyenda, esperando en vano a que alguien, por favor, lo recoja y lo lleve de regreso a casa.



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Murió Idea Vilariño

Idea Vilariño. Fuente: elpaís Mientras todos estábamos pendientes de la salud de Mario Benedetti, la poeta uruguaya Idea Vilariño se fue despacito y murió hace unos días en Montevideo tras una operación de emergencia. Tenía 87 años y fue una de las esposas del gran Juan Carlos Onetti. Juan Cruz está en la Feria del Libro de Buenos Aires y cuenta cómo se vive por allá la partidade Idea:Llevaron a Idea, en su último viaje, al viejo y elegante edificio de la Universidad, y allá arriba estaba su féretro, antes del sepelio, ante un grupo cada vez más numeroso de montevideanos que en vida la veían aparecer y desaparecer como una sombra cuya literatura marcó una generación, la de 1945, de la que formaron gente como ella, Emir Rodríguez Monegal y Mario Benedetti. Precisamente el martes se iba a celebrar un homenaje a Benedetti, en Madrid (donde sí se celebró) y en Montevideo, en el Centro Cultural de España. Éste se suspendió. Su promotora, Hortensia Campanella, autora de la última biografía de Mario, que está entre los libros requeridos de la feria (editado acá por Planeta, en España por Alfaguara), decidió que no era en absoluto el momento de ninguna algarabía. El silencio iba a ser ya homenaje a Idea. Y el silencio lo iba a romper con canciones Daniel Viglietti, amigo de Mario, uno de los mitos vivos de la canción de autor en España y en América Latina. Iba a cantar los versos de Mario, pero no se pudo; le vimos entre los primeros que llegaron a rendir homenaje de despedida a Idea, y lo vimos preocupado hondamente por la salud de Benedetti, que reposaba, grave, debatiéndose entre su fuerza y su melancolía, en la cama del hospital Impasa. Nosotros estuvimos en el hospital. Los médicos son cautos, dan partes médicos cada mediodía, y de sus partes sólo se deduce que el paciente sufre. Ha sufrido mucho, sufrió el exilio, la melancolía, la enfermedad traidora del asma, y ahora sufre en una cama de hospital; muchas otras veces estuvo hospitalizado, en Madrid, en Montevideo; sus 88 años están ahora acosados también por esa cifra. La gente contiene la respiración, como si le intentaran ayudar a que siga respirando, y haciendo que otros canten. Viglietti estaba muy emocionado: él también cantó a Idea, y a Idea la cantaron muchos (...) donde ella brilla con su luz más honda, y más opaca, es en ese breve poemario, No, que se editó por última vez como libro solo en 1987 y que ahora es bastante inencontrable; en ese poema chiquito, acaso como la propia voluntad de permanecer de la poetisa, es el que contiene el siguiente epitafio: "No abusar de palabras/ no prestarle/ demasiada atención./ Fue simplemente que/ la cosa se acabó./ ¿Yo me acabé?/ Una fuerza/ una pasión honesta y unas ganas/ unas vulgares ganas/ de seguir./ Fue simplemente eso". La mujer de esos versos se extinguió; sus versos siguen. Y la cultura literaria en español contuvo la respiración, en la feria, en los estudios de los poetas. "Inútil decir más", dicen los dos últimos versos de No, "Nombrar alcanza". Como si estuviera tachando, Idea construyó versos para desaparecer. Por eso quedan. Eso decían los que le escribían cuando ella les anunciaba que quemaba la pluma. Cuando dejamos Montevideo, la tranquila placidez de la ciudad parecía también uno de los poemas cuando aún compartía la riña y la melancolía con Juan Carlos Onetti.



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30 de abril de 2009
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La descendencia del fantasma

Anoche soñé que regresaba a Hermanos Bécquer 8. No se trata exactamente de un caserón al estilo neo-gótico costero del Manderley de ‘Rebeca', sino de una airosa construcción ecléctica de las muchas que adornan las calles del barrio de Salamanca. Nunca habité en ese edificio, ni me consta que en su interior hubiera muertes por naufragio ni fantasmas ni incendios provocados por el servicio. Mi regreso por tanto fue metafórico, y tiene que ver con el hecho de que muy a menudo, cuando vuelvo, por ejemplo, caminando desde los cines Verdi hasta mi casa, paso por delante del número 8 de Hermanos Bécquer, y me acuerdo. Esa fue la residencia privada de la familia del General Franco, y allí siguió viviendo tras la muerte del dictador su viuda, Doña Carmen Polo. Apenas doscientos metros más abajo, en la calle Serrano, está otro de los hitos de la topografía del franquismo: la iglesia de los Jesuitas, un feo edificio sin denominación de estilo al que acudía a oír misa el almirante Carrero Blanco el día en que unos terroristas le subieron a los cielos dentro de un automóvil. También por allí suelo pasar; es uno de los templos del barrio con mendigos mejor aseados, hasta el punto de que cuando, en las horas bajas de la liturgia, estos se apiñan bajo el pórtico en tertulia, uno podría tomarlos por parientes lejanos de clase media baja invitados a una boda aristocrática. Detrás de la fachada principal, en la calle Claudio Coello, está la placa conmemorativa del atentado, y enfrente, con otra función comercial, el semisótano donde los etarras prepararon el crimen de estado.

Pero yo iba a Hermanos Bécquer. En mis paseos por la bonita flecha angulada que forman el arranque de General Oráa con la propia Hermanos Bécquer, una calle de vida corta, pues nace en Serrano y va a morir a López de Hoyos, me he encontrado más de una vez a algunos prototipos humanos carnalmente relacionados con el ‘ancien régime'. Al principio pensé en una casualidad, ya que esa zona, que algunos aún consideran ‘nacional', tiene unos bares de tapas muy renombrados y unas terrazas que cuando hace bueno se llenan de consumidores de platos de jamón; al paso rápido en que camino me da tiempo a atisbar que el veteado de las lonchas augura una gran pata negra. Un día vi entrar en el portal del fatídico número 8 a Colate Vallejo-Nájera, al que sólo conocía por sus obras, digamos, televisivas. Como estos apellidos compuestos del antiguo régimen se prestan a la confusión caí al principio en el error de atribuirle un vínculo con los propios Martínez-Bordíu, quienes, desposeídos parcialmente del derecho a pernada eterna en el Pazo de Meirás, siguen siendo los propietarios, tal vez legítimos, de la antigua ‘maison Franco' en Hermanos Bécquer. Alguien que sabe más de esos asuntos me aclaró que, por mucho que salga en los programas de cotilleo y en las revistas del corazón, Colate no ha emparentado con ninguna colateral de los Franco-Polo, sino con una despampanante cantante mexicana, Paulina Rubio, de quien me gusta sobre todo su segundo apellido, Dosamantes. Más alarmante me pareció, la otra noche, ver a Jimmy Giménez-Arnáu merodear por la zona, habiendo sido él, ustedes sin duda lo saben, marido momentáneo y hoy enconado de Merry Martínez-Bordiú, la llamada nieta rebelde. ¿Regresaba Jimmy al Manderley exfamiliar a reclamar alguna cuenta pendiente a los vivos?

Me gusta mucho, tengo que confesarlo, que ahora que -poco a poco- vamos quitando las efigies y las enseñas de Franco y sus adláteres, sigan varios de sus familiares directos en movimiento, que no exactamente en ‘el' Movimiento. Ha costado mucho retirar estatuas ecuestres o pedestres (como la de Melilla, que se resiste a la erradicación por un alcalde asombrosamente sedentario), y placas, de las que aún quedan varias repartidas por toda España; conocemos también las dificultades de enterrar debidamente y erigir sencillas lápidas de recuerdo a los perdedores de aquella guerra y de aquellos años triunfales que siguieron.

Veo, sin embargo, como una tardía forma de justicia poética la metamorfosis del apellido Franco y del apellido Martínez Bordiú en marcas reconocidas de la telebasura. Disfruté enormemente, sin ser aficionado al baile, viendo a Carmen, la nieta predilecta, mover el esqueleto por dinero, y sentí cierto gozo, por encima de la repugnancia del asunto, con las imágenes de otro de sus hermanos, Jaime, custodiado por la guardia civil tras la acusación y condena de maltrato a su novia. Pero aún me queda un sueño de mayor calado histórico. Ver a los descendientes más menesterosos del Invicto Caudillo como estatuas humanas pintadas de las que se ven por el Retiro y la Gran Vía. Los arbolados rincones de Hermanos Bécquer, frecuentados por gente con dinero y cierta mala conciencia, se prestan muy bien al ejercicio de la limosna, quedando al arbitrio de cada pedigüeño de esa familia el disfraz adecuado para incitar al óbolo.

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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama: científicos y telepredicadores

Rafael Argullol: Tras el periodo restrictivo de Bush en el cual parece haber habido en Estados Unidos un parón en todo lo que concernía a las investigaciones científicas de vanguardia, no deja de ser un indicio esperanzador que entre las primeras medidas del nuevo presidente Obama sea el dar luz verde a determinados proyectos de investigación. Lo cual no solamente es un indicio esperanzador para el futuro, sino que quizá también es una especie de revulsivo contra la cultura ultraconservadora que en Estados Unidos- y como consecuencia de la influencia de Estados Unidos en todo el mundo -ha llevado a la  hegemonía de determinadas doctrinas como puede ser el creacionismo y determinadas posiciones que naturalmente coaccionaban la evolución del conocimiento.

Delfín Agudelo: Obama justifica justificó de manera muy clara en el discurso anterior a la firma del decreto que permitía la utilización de los fondos federales para la investigación. A la mano derecha del presidente estaba la rama científica; ya no estaba la rama religiosa y creacionista, completamente conservadora. Es también un intento por desligar la ciencia de cualquier creencia religiosa: hacerla prevalecer en cuanto a estudio científico puro.

R.A.: Lo que nosotros ahora llamamos en todo el mundo crisis, no deja de tener una preparación espiritual a lo largo de la última década en la cual se han cuajado muchos factores. Por un lado la especulación económica sin freno, y la erección del especulador como el héroe del escenario, pero eso acompañado de un pensamiento religioso ultraconservador de una censura en el terreno de la investigación científica, de un parón en las investigaciones del sistema universitario, de un privilegio de la empresa privada en muchos aspectos. Creo que lo que quizá está, al menos simbólicamente, en el gesto de Obama, está implícito el hecho de que la superación de la crisis no puede ser solo algo de tipo económico, sino de variación general de lo que podríamos llamar el paradigma espiritual, mental o cultural de nuestra época. De esa valoración es muy importante que vuelva a tomar la iniciativa un pensamiento ilustrado, un pensamiento público, en el cual la investigación científica se realiza al servicio de la sociedad, y a través de una transparencia y de una publicidad abierta que redunde precisamente en la posibilidad de ir poniendo encima de la mesa los grandes problemas de la condición humana en nuestro mundo. En ese sentido creo que sería muy importante vincular la llamada crisis económica con unos determinados factores espirituales que han estado vinculados a esa crisis económica y vincular una posible salida de esa crisis a un cambio de paradigma en todos los terrenos, en el cual toda una serie de comportamientos oscurantistas de la última década vayan siendo superados. En ese sentido incluso es simbólica la foto a la que aludías, en la que Obama se rodea no de telepredicadores, pero sí de íconos ilustrados.

 



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Frases desde el vacío

"El más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y mucho más revelador que cualquier sistema metafísico". La sentencia es de Artaud y la airea "La Casa Encendida" para anunciar una llamativa exposición sobre este dramaturgo francés. En realidad la frase induce a huir. Es una mala frase que pregona la mediocridad de su autor. Una malísima frase que ni avanza y retrocede, ni lleva, con consecuencia de su inanidad, a lugar alguno. Más todavía, es tan huera que se ahogan en su misma farsa. La "creación espontánea" ¿qué significa sino una tonta redundancia cubierta de oropel? Y "revelador" y "metafísico" ¿qué denotan sino que la impotencia del autor para dar cuenta de lo que se le ocurre, demuestra que no se le ocurre en verdad nada? Una vacuidad se suma a una solemnidad reproduciendo la fórmula más socorrida de decir en voz alta lo que no tiene peso o de proclamar con énfasis a los cuatro vientos aquello que carece de todo o es un decir por decir, sin ton ni son. Casi la mayor parte de lo grandilocuencia se utiliza para encubrir una declaración sin nada: sin grandeza, sin elocuencia y sin magra. El señor Rodríguez Zapatero es un insufrible y repetido ejemplo de este mal, tan pesado como la vaciedad de la vaciedad. ¿Carencia de inteligencia? ¿Ausencia de ideas? El incontable aburrimiento que despiden sus discursos y pronunciamientos hace entender que lo auténticamente pesado no viene de lo más espeso sino del inclemente vacío. El vacío en la mente sin idea, en el conocimiento sin, en la bovina expresión sin el menor acicate de sorpresa.



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30 de abril de 2009
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Felinos de mar

"Como, desde lejos, la culminación de una roca desde el que se arroja al agua, transporta de alegría a los niños que saben que verán el felino de mar, mucho antes de llegar a la alameda de las Acacias su fragancia que, irradiando en torno, hacia sentir de lejos la cercanía y la singularidad de una poderosa y moldeable individualidad vegetal; después, cuando me acercaba, la cúspide ya apercibida de su frondosidad ligera y afectada, de una elegancia fácil, de un corte coqueto y de un tejido tenue, sobre el cual centenas de flores se arrojaban como colonias aladas y vibrátiles de parásitos preciosos; incluso su nombre femenino, ocioso y dulce, hacía temblar mi corazón, aunque de un deseo mundano, como esos valses que tan sólo nos evocan el nombre de las hermosas invitadas que un sirviente hace penetrar en el salón" ( Marcel Proust, A la Recherche... Gallimard 1987, tomo I p.410)

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30 de abril de 2009
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II. Yo también he visto milagros

Llegamos a la plazoleta frente al teatro, allí nos despedíamos por el momento, porque a Mario se lo llevaban para que entrara por la puerta de los actores, pero antes, como veo que hay una especie de tumulto en la plazoleta y las puertas del teatro están cerradas, le digo: no han abierto todavía las puertas. Y quien se lo llevaba para hacerlo entrar por la puerta escondida, dice: qué va, si es que ya está lleno, esta gente se quedó afuera y ya no pudo entrar.
Y adentro, era cierto, la gente estaba que rugía y no cabía un alma, centenares de muchachos y muchachas sentados aún en los pasillos laterales, y luego se abrieron las cortinas y apareció Mario como un torero avergonzado porque la ovación no terminaba y aquello era un desorden, primero, que se callaran los aplausos y que se callara el gentío que se había quedado afuera y que parecía que iba a botar las puertas. Y luego ya Mario sentado por fin frente a una mesita con una pequeña lámpara verde, pero nadie quería respetar el orden del recital porque cada quien pedía un poema a gritos, no sólo dando el título, sino que el solicitante empezaba a recitarlo, todos enardecidos por las palabras como en una gran rebelión juvenil, y Mario hacía lo que podía para imponerse hasta que su propia voz los fue callando a todos y entonces una sentía la presencia del milagro y cómo la leyenda iba haciéndose carne entre nosotros en el escenario, Mario leyendo ya a la luz de su lamparita verde con voz suave y pausada sacada de las entrañas del sur desde donde venía, y allí pudo haberse quedado toda la noche y toda la vida.

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30 de abril de 2009
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