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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Benedetti

El susto fue grande, Mario Benedetti estaba en el hospital y su estado era considerado grave. Ángel González se nos fue casi sin aviso, en una fría madrugada de enero. Que ahora la vida de Benedetti estuviera en peligro allá en su distante Montevideo era algo que la preocupación aquí despertada no se resignaba a aceptar. Y, con todo, nada podíamos hacer. ¿Enviar telegramas, a la antigua usanza? ¿Mandar recados a través de algún amigo? ¿Rezar una oración por su pronto restablecimiento, si con eso no fuésemos a provocar la ira laica de Mario? Pilar encontró la solución. ¿Qué era, en verdad, Mario Benedetti, qué había sido él en toda su vida, mucho más que las múltiples profesiones ejercidas? Poeta. Entonces arranquemos sus poemas de la inmovilidad de la página y hagamos con ellos una nube de palabras, de sonidos, de música, que atraviesen el mar atlántico (las palabras, los sonidos, la música de Benedetti) y se detenga, como una orquesta protectora, delante de la ventana que está prohibido abrir, acunándole el sueño y haciéndolo sonreír al despertar. A los médicos algo se les debe, reconozcámoslo, pero nosotros, todos los que alredor del mundo hemos dado nuestra contribución personal, juntando poemas de Benedetti a los poemas de Benedetti, también hemos tenido parte en el trabajo. Mario Benedetti está mejor. Leamos entonces un poema suyo. Mario Benedetti por Daniel Mordzinski Un ejemplo de esta música. Llega de Argentina. Cadena de poesía por Benedetti.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las témporas

No sé hasta cuando va a durar la polémica. Lleva ya una semana y los tertulianos no quieren soltarla. Tan grande fue el error. O la ofensa. Si la obligación de los medios es suscitar el debate, en pocas ocasiones se ha conseguido con medios más eficaces y pacíficos: una foto sin sangre, sin escándalo, sin otra noticia que dos mujeres jóvenes y hermosas que suben una escaleras en perfecta sincronía, de forma que se puede comparar todo, los zapatos, el color de las suelas, la altura de los tacones, los tobillos, los vestidos y las melenas. Los culos no, la verdad. Los culos se hallan debidamente enfundados y ocultos. Los culos miran a quien ya los tiene en su cabeza mirándole. Y esos son dos: quienes ven la vida en forma de culo y quienes creen que todos los hombres no pueden ver la vida si no es en forma de culo.

Aquí no se discute de culos sino de cerebros. Periodista, amigo, me digo a mí mismo, definitivamente los lectores nos están diciendo que nos dediquemos a nuestras cosas y dejemos que esa vieja tarea de señalar lo que es más importante la hagan los lectores mismos. Nuestras cosas son: la información, la buena información bien hecha y bien trabajada, con fuentes acreditadas y fiables, con datos comprobados; los análisis, que contextualicen estas informaciones, que ofrezcan al público las claves todavía no disponibles del acontecimiento que acaba de suceder. Y luego, lo de señalar la jerarquía, escoger las fotos, titular a cuatro o a cinco columnas, habrá que dejarlo al gusto y preferencia de cada uno. Allá cada uno con el contenido de su cerebro.

Esta crítica acerada y creciente a las primeras páginas es el incendio que se está llevando el periodismo en papel como si sus hojas fueran pavesas ardiendo y nos deja tirados en la red, donde muchos boquean como peces fuera del agua, para que nos espabilemos. Decían que eran culos, pero eran témporas.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Coetzee crítico

J.M. Coetzee. Fuente: theguardian Mondadori ha publicado un nuevo libro de crítica literaria del que, sin duda, es uno de los más lúcidos lectores contemporáneos, además de un escritor excepcional: J.M. Coetzee. El libro se titula Mecanismos internos y en "El Cultural" comentan algunos de sus hallazgos:Mecanismos internos es un prodigio de la crítica literaria, que completa Costas extrañas (Debate, 2004). Disponemos por fin de las piezas compuestas entre 2000 y 2005. En total, quince años de trabajo ensayístico que refleja el doloroso tránsito de la cultura europea por el siglo XX, sin ignorar los conflictos de la sociedad norteamericana y la crispada Suráfrica. Al internarse en The Misfits (1961), la notable película de John Huston basada en un guión de Arthur Miller, Coetzee se acerca a la atormentada intimidad de Marilyn Monroe. El personaje de Roslyn es el espacio concebido por Huston y Miller para que la actriz "pueda expresarse a sí misma", criatura rota e inadaptada que alcanza su cénit dramático en la escena donde baila alrededor de un árbol entre nubes de Nembutal. Robert Walser es otra de esas vidas malogradas que, según Coetzee, sólo adquieren grandeza en su propio fracaso existencial. Paul Celan pertenece al mismo linaje, un poeta que tal vez exige demasiado al lector porque soporta una carga excesiva como hombre. Bruno Schulz también sucumbiría en el largo pogromo de una Europa antisemita, pero sobrevivirán sus enigmáticos dibujos y sus cuentos, que expresan el paradójico destino del pueblo judío, abocado a una marginalidad esencial, donde la cultura europea ha constituido su identidad. Lo entendió perfectamente Walter Benjamin en el inacabado Libro de los Pasajes, donde el fragmento se muestra más esclarecedor que la obra finalizada. Hay un hilo invisible entre Tierras de poniente y Mecanismos internos: la voluntad de entregar la palabra al sufrimiento. Toda la obra de Coetzee responde a este imperativo, un absoluto moral que permite hablar a los que no son nada, a los que murieron en el olvido y ahora levantan la voz para recordarnos que existieron.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mi reino por un plátano

Cuentan que cuando el muro cayó y las dos Alemanias se unieron, desde el Oriente llegaban los que nunca se habían comido un plátano. Miraban extasiados el largo fruto que los desabastecidos mercados del Este no habían vendido en tantos años de economía centralizada. Me imagino que probar la dulce masa de una ?banana? debió ser como degustar el fin de un sistema que duró cincuenta años. Entre esos dos ?sabores?, yo preferiría  experimentar el segundo, porque el otro ha estado en mi mesa desde que era pequeña. El plátano fue -junto a la naranja- una de las frutas básicas en nuestras casas, mucho antes  que los alemanes supieran de su existencia. Los cubanos no hubiéramos tumbado un muro por morder su erguida consistencia, pero a él le debemos que nuestra alimentación en los años noventa no haya sido más frugal. El ?fufú? hecho con las variedades llamadas ?macho? o ?burro? fue, durante semanas, el único alimento para mi cuerpo adolescente. Como beneficiaria de sus virtudes, desearía erigirle un monumento, aunque para ello deba importar un ejemplar desde Costa Rica y usarlo como modelo para la merecida estatua. No veo un plátano desde septiembre del año pasado, cuando los huracanes arrasaron con las plantaciones. Me niego a creer que, después de haber resistido los desastrosos planes agrícolas y los desafortunados cruces genéticos, vayamos a perderlo ahora. Esta fruta, que logró superar los experimentos del Gran Agricultor en Jefe, no puede venir a perecer a manos de un par de ciclones. Tengo el temor de que estemos -como los berlineses de 1989- a punto de correr de ansiedad tras el sabor del plátano.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Giordano reseñado

Paolo Giordano. Fuente: espaciolibros Paolo Giordano, el último ganador del Premio Strega, construyó una metáfora que unía sus dos grandes pasiones: los números (es físico teórico) y el amor literario en La soledad de los números primos, su premiada novela, editada en España por Salamandra. El resultado pudo ser una porqueria o una obra bellísima. Y a juzgar por la admiración rendida de la exigente Mercedes Monmany, lo segundo es lo que ha ocurrido: En el caso de Giordano, el centro de atención de su relato -la difícil etapa de crecimiento de dos inadaptados- está enfocado dentro de un ámbito intimista, psicológico y sociológico. La dureza del drama parece palpitar entre las cuatro paredes de un laboratorio que despliega bajo el microscopio sentimientos y sensibilidades reticentes a un fácil desglose. El relato en ningún momento pierde ese aire neutro, de observación clínica, minuciosa, escueta, dotada de un lirismo seco y petrificado que despoja al lenguaje, aún en sus momentos emocionalmente más atormentados y lacerantes, de todo victimismo. El resultado es una fábula delicada y sutil sobre el azar y la fragilidad de la existencia. Sobre el despiadado rechazo social, desde la misma escuela, hacia los diferentes, hacia los que no actúan, intercambian pautas, confidencias o experiencias similares con los de su entorno. Alice y Mattia, dos adolescentes traumatizados y hostigados por oscuros fantasmas de su infancia, arrastran secretos que los empujan a las mazmorras del aislamiento y los encierran en las cárceles invisibles del resentimiento, de la culpa y de un vago afán de venganza. (...) Verdugos de sí mismos, suicidas sin valor para abandonar una existencia que aborrecen e inhabilitados para el amor o el afecto, un día, en el patio del colegio, Alice y Mattia se encuentran. Los dos reconocen en el otro a un igual atrincherado en sus miedos y su soledad. Desde entonces, una fuerza o imán irreversible, indestructible, les hace iniciar una compleja relación que durará toda la vida, basada más en gestos y ausencias compartidas que en palabras. Una relación con la que de nuevo se castigarán por sombríos remordimientos y desgracias de un pasado que sólo ellos conocen y se han contado. Paolo Giordano enlaza su historia con una bella y cautivadora metáfora sobre los números primos, dentro de los cuales existen unos aún más especiales: los números primos gemelos, entre los que siempre se interpone un número par. Números «solitarios, sospechosos», «emparedados entre otros», como el 11 y el 13, o el 17 y el 19, que permanecen próximos, pero sin llegar a tocarse nunca. Como, en el fondo, Alice y Mattia.



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Joyce Carol Oates: Tabloide americano

Es imposible hablar de Joyce Carol Oates sin mencionar lo prolífica que es, así que comencemos por ahí. A los setenta años, esta escritora norteamericana ha publicado alrededor de ciento veinte libros: cuarenta y siete novelas, treinta y tres libros de cuentos, doce de ensayos, nueve de poemas, ocho de novelas cortas, ocho de teatro, dos libros para niños, cinco novelas juveniles... para los próximos meses, están anunciados cuatro más. Si en la literatura latinoamericana se suele decir que César Aira publica mucho, al lado de Oates el escritor argentino se queda como un parco Monterroso. El formato Aira anda por las ochenta páginas; el de Oates, por las treiscientos cincuenta.

Lo que no se suele mencionar con la misma frecuencia es la calidad de la obra de Oates. Ya es hora de que lo hagamos: esta escritora pertenece con pleno derecho a la ilustre generación de Philip Roth, Updike, Don DeLillo. Una broma de mal gusto dice que lo que pasa es que la Oates recién ha comenzado a escribir bien durante la última década, con títulos notables como Blonde (2000) y La hija del sepulturero (2007). Esto es injusto: una de sus mejores novelas, them, es de 1969. Lo que sí es cierto es que algunas buenas novelas podrían haber sido mejores con un poco más de revisión. Pero no hay escritor de los grandes que no se haya formado en base a sus compulsiones más íntimas, y la de Oates es no sólo el escribir sino también el publicar en exceso. Los críticos piensan que tanta publicación no la ha ayudado, pues los grandes títulos han quedado sepultados por la avalancha imparable de sus otros libros. Por suerte, la crítica y el tiempo ayudan a separar la paja del grano.    

Dear Husband, la última y brillante colección de cuentos, puede considerarse como un título representativo. Varios de los cuentos están situados en la mítica ciudad de Sparta, en upstate New York, lugar privilegiado de algunas novelas y cuentos de la novelista norteamericana. Oates es la heredera de la tradición más gótica de la literatura de los Estados Unidos, aquella que pasa por Poe y Flannery O'Connor. En sus páginas hay una atmósfera de tragedia inminente, construida con una prosa urgente, de frases largas que parecen haber sido escritas en estado de trance (los párrafos transmiten la sensación, correcta a juzgar por los resultados, de que Oates escribe sin parar).

Oates tiene un corazón sensible para narrar los casos más feroces extraidos de las páginas de los tabloides sensacionalistas: yo la descubrí gracias a Zombie, su novela basada en el asesino en serie/caníbal Jeffrey Dahmer, y si Blonde reimagina la vida de Marilyn Monroe, su reciente My Sister, My Love (2008) es una sátira despiadada que toma como punto de partida a JonBenét Ramsey, la niña asesinada en 1996 en un suburbio privilegiado de Boulder. En los cuentos de esta colección, "Dear Husband" adopta el punto de vista de Andrea Yates, la mujer que mató a sus cinco hijos a principios de esta década; "Landfill" está basado en la muerte de un adolescente en una fraternity house de New Jersey.

El realismo visceral de Oates se instala cómodamente en los géneros del horror y del policial; esta escritora está más cerca de Stephen King que de Philip Roth. Sus personajes pueden ser tanto de la clase media acomodada ("Panic", "A Princeton Idyll") como desempleados de la clase baja que viven en casas sucias que se derrumban. Oates extrae poesía de la degradación más vil, como en el magistral cuento "Magda Maria", la historia de un adicto a la heroína y su obsesivo amor por una mujer tan hermosa como drogadicta.

Oates ha comenzado a ser leída con interés en Hispanoamérica. En España, La hija del sepulturero ha alcanzado la cuarta edición, y Mamá (2005), recién publicada por Alfaguara, va camino a un éxito similar. Entre los escritores, Santiago Roncagliolo está traduciendo algunas de sus novelas cortas (Bestias, Violación) y Rodrigo Fresán ha hecho un inventario exhaustivo de su obra más reciente.  

(La Tercera, 4 de mayo 2009)



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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sade no es para princesas

 

 

 

Un día somos afrancesados, al día siguiente celebramos la castiza rebelión contra los franceses. Nos fusilan pero no podrán impedir que les admiremos. Casi todos somos franceses desde Jorge Semprúm a Victoria Abril, de Picasso a Buñuel, de Arroyo a Rossy de Palma. Franceses como la italiana Carla Bruni. Como el republicano presidente Sarkozy, ese cóctel húngaro-griego, francés de "rive droite", encantador de guapas chicas malas. Una pareja que sabe flanear entre el bulevar y la nueva grandeur hay que tener muchas tablas y varias vidas. Todos mis respetos republicanos por una presidenta que ha conocido la cama de los Rolling Stones, una vacuna contra todos los demonios.

Somos lo que leemos, bebemos, vemos, comemos y lo que ignoramos. Decía Gimferrer que "al arte le bastaría con hacer girar sobre sí mismo el espejo de Las Meninas para ver el infinito turbador y abismal de Goya". Carla Bruni, además de recorrer las calles de Madrid a golpes de sirenas, hizo una parada en el Prado. Pasear ese museo en compañía de la familia real debe ser parecido a  que te enseñen las fotos de la familia. Me encantaría haber seguido esa conversación, ¡qué pocos museos tiene el arte de conversar! Como el de callar. El Prado habla con sus imágenes: familias reales, pueblo insurgente fusilado por franceses, vidas en los infiernos, mitologías, amoríos, borrachos, desastres o placeres de toda clase y condición. El Prado es la demostración de que el evolucionismo darvinista ha mejorado la especie, realeza incluida.  Carla Bruni observó las pintadas por Velásquez, por Goya muy alejadas de las estéticas de nuestra monarquía democrática. Ya no somos la corte de los milagros, ni de los esperpentos, ni de los golpes. Los mandatarios, sus familias, sus mujeres, son bastante más atractivos que antaño. No hay meninas como aquellas. Ni corte, ni cortesanos. Carla Bruni tiene orígenes aristocráticos. Letizia Ortiz, plebeyos. Unidas por su belleza,  democratizadas por sus tacones lejanos, almodovarianos, alejadas de "las meninas" de nuestra historia.

El escritor, monárquico y conservador, De Maistre, escribió: "Jamás ha existido una familia real a la que no se le pueda asignar un origen plebeyo". Carla y Letizia más que por sus orígenes están separadas por sus lecturas convictas y confesas. Hace tiempo que la princesa Letizia quería leer "En busca del tiempo perdido". Quizá ya recuperado. ¿Y podría leer- y contarlo-  al Marqués de Sade? La lectora  Bruni conoce las armas de los libertinos. Sabe que Juliette, ejemplo de libertinas, no es partidaria de la guillotina como una de las bellas artes: "para bien o para mal dejamos los gobiernos como están. Y en cuanto a los reyes, dejamos a los pueblos el cuidado de vengarse del despotismo". La editorial Tusquets, no publicó a Cercas, pero publica al Marqués de Sade. ¡Vive la France!

 

 



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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El valor del dolor

El dolor puede que sea el mismo pero no siempre vale igual. Hace cincuenta años sentir dolor permitía, gracias a la fe, ingresar en un intercambio simbólico donde se permutaba los grados de la triste dolencia por soleadas parcelas del cielo. En general, siendo el mundo un valle de lágrimas, lo verdaderamente improductivo habría sido  no sufrir. En ese valle de llantos, los territorios de sufrimiento de cada cual se convertían en fértiles potenciales de inversión para obtener sustanciosos beneficios en el más allá. En principio, nadie desea sufrir, pero si nos atenemos a las flagelaciones que se imponían los santos, los penitentes cumpliendo promesas o incluso los devotos a granel mediante ayunos, privaciones voluntarias o ciliciosm resulta patente la buena consideración en que se tenía al dolor.  El padecimiento no sólo servía para formar espiritualmente a todas las gentes ( a la manera de una gimnasia básica o un obligatorio  master de vida) sino que brindaba la luminosa oportunidad de acercarse a Dios: siendo Dios, por antonomasia el Cristo zaherido.  La correspondencia con la pasión dolorosa de Cristo se alcanzaba mediante las diferentes e indispensables mimesis para lograr el carnet -y los provechos- de buen cristiano. Si Cristo crucificado, lacerado y muerto de dolor había perseguido nada menos que la salvación del mundo, ¿cómo no tener en cuenta esa ecuación vital? El dolor lograba así un prestigio indiscutible que la sociedad laica, sin embargo, ha abatido hasta el grado cero del valor.  El que sufre dolor será compadecido y en ningún caso se le supondrá más  encarrilado hacia la santidad, aún haciendo un uso inteligente de su sevicia. Frente al recelo que antes despertaba el placer y el respeto que suscitaba el dolor, ahora el primero forma parte rotunda del bien y el segundo pertenece conspicuamente a lo desgraciado. Ninguna desdicha terrenal se convalida  por dicha celeste alguna. Los grupos religiosos siguen rigiéndose por la fe en intercambio  pero su proyección cultural se ha reducido de tal modo que  aquella suerte de oro metafísico, representado en el dolor, ha pasado a deshacerse en chatarra inservible.  Pena sin fin. Las  mismas materias del saber que se llamaron "disciplinas" en significación del bien que aportaba el esfuerzo de adquirirlas, ahora se llaman -y se tratan- como "créditos". No se asimilan mediante dolor sino que simbólicamente se reciben como entregas o préstamos. En consecuencia, ¿cómo puede tratarse todavía a esta crisis económica actual como un asunto  financiero? Los pilares de la cultura se han quebrado mucho antes que las quiebras contables.  

 

 



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4 de mayo de 2009
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Entre perreras y fiebre porcina

La psicosis generada por la influenza A H1N1 en México no remite. Las ciudades lucen desiertas. Las imágenes en los aeropuertos o el transporte público con decenas de personas usando tapabocas trasladan a una película de ciencia ficción. Todas las tareas laborales no esenciales quedaron suspendidas y las escuelas fueron cerradas hasta el 6 de mayo.

Ante este panorama de vacaciones obligadas uno pensaría que las agresiones a periodistas en México han disminuido. Pero no es así. El último embate contra la libertad de prensa sucedió el pasado 26 de abril contra el fotógrafo Rafael del Río Chávez de la revista Proceso mientras tomaba imágenes de una detención en Guadalajara, Jalisco.

La historia comienza cuando Del Río Chávez estaba descansando en su casa y escucha las sirenas de la policía pasar por su casa. Su instinto periodístico le hizo tomar su cámara y acudir a unas cuantas cuadras a ver lo que sucedía. Los policías detenían a un joven y él inmediatamente empezó a tomar fotografías: "¿Quieres tomar buenas fotos? ¡Acércate!", le dijeron los uniformados.

Cuando se acercó, la reacción de los uniformados fue arrebatarle la cámara y esposarlo por la espalda, pese a que se identificó en su momento. A continuación fue trasladado a la delegación municipal. Al llegar, los policías lo sacaron al patio y lo metieron en una jaula comúnmente utilizada para los perros: "Me mantuvieron desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche dentro de una jaula que parece una perrera. Ahí me obligaron a estar durante varias horas en pleno rayo de sol", contó el fotógrafo que además fue atendido por un abogado de oficio que nunca le tomó declaración. El juez vio su caso con expedita diligencia, pero jamás se enteró de su versión de los hechos.

Por la noche, finalmente el abogado de oficio le informó que fue detenido por oponer resistencia y que tenía que pagar una multa de 67 pesos. (aproximadamente cuatro euros). Al salir, el fotógrafo decidió interponer una denuncia ante asuntos internos de la Policía Municipal. La Comisión de Derechos Humanos del estado de Jalisco abrió un expediente de oficio sobre el caso.

La intención ahora es que no llamemos a las cosas por su nombre. La jaula era una perrera, pero la policía de Jalisco la denomina celda a la intemperie. El nombre de fiebre porcina ya no es recomendable usarlo, ahora se llama influenza A H1N1 según la Organización Mundial de la Salud que además ofrece a los periodistas una guía para informar sobre la posible pandemia, cuyo objetivo principal es que hagamos "periodismo preventivo"... pero yo me pregunto: ¿será posible hacerlo manipulando las palabras?

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4 de mayo de 2009
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Nunca idéntica

"Bastaba con que Madame Swann no llegara idéntica y en el mismo instante, para que la Avenida se transformara. Los mundos que hemos conocido no pertenecen tan sólo al espacio en el que, para mayor facilidad, los ubicamos. Eran tan sólo una estrecha porción en medio de las impresiones contiguas que formaban nuestra vida de entonces; el recuerdo de cierta imagen tan sólo es la nostalgia de un preciso instante; y las casas, los caminos, las avenidas, son efímeras, ¡oh desgracia¡, como lo son los años" ( Marcel Proust, A la Recherche... Gallimard 1987, tomo I p.419-420)
 

 

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4 de mayo de 2009
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