Sergio Ramírez
Por muchas explicaciones científicas que se den acerca de los origines de un virus como el H1N1 y las maneras de evitar su propagación, siempre está de por medio la vieja mentalidad mágica que olvida la razón, y se deja ir en las aguas del miedo. En Nicaragua la jerarquía católica ha llamado a los fieles a no acudir a las iglesias, porque las concentraciones masivas son la mejor forma de contagio, pero al revés, las iglesias se llenan como nunca, igual que leemos en Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, su novela en forma de reportaje documental en la que narra los horrores de la peste que se abatió sobre Londres en 1722.
Y en río revuelto, ganancia de matadores. Las autoridades egipcias, que por miedo, o conveniencia, quieren quedar bien con los fundamentalistas religiosos musulmanes, han ordenado el sacrificio de todos los cerdos, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud ha insistido en que nada tienen que ver los cerdos con la alerta mundial. Los cerdos son criados en Egipto por campesinos pobres coptos, una vieja rama oriental de la religión cristiana, y todo huele en esa medida a represión, intolerancia, y venganza religiosa.
Pero tampoco olvidemos que las pestes han dado paso a grandes obras de la literatura universal, como la ya citada de Daniel Defoe, o La Peste, de Albert Camus, y por fin, ese imprescindible libro del gozo y la celebración de la vida ante la amenaza próxima de la muerte que es El Decamerón de Boccaccio, un conjunto de historias maestras nacidas en las circunstancias de la peste bubónica que cayó sobre Florencia en 1348.