Vicente Molina Foix
En una reunión de escritores, yo me jactaba de estar eco-orientado (y utilizaba en efecto ese horrible término), al no disponer de coche ni de carnet de conducir, como así es en mi vida real. Pero entonces uno de los presentes, sabiendo de mi amistad y mi admiración por él, sacaba el nombre de Juan Benet. ¿"Y él?", me preguntaba capciosamente. Entonces no tenía yo más remedio que reconocer que Juan fue un gran amante de los automóviles buenos, incluso un caprichoso de ellos, y hasta de las motos de gran cilindrada: en una de ellas, de fabricación rusa, creo recordar, me llevó de paquete en viajes cortos por los alrededores de Madrid. Una de esas veces, circulando al atardecer cerca de Cercedilla, adelantamos a un Mercedes conducido por Paquita Rico, o eso nos pareció tras las grandes gafas de sol y el pañuelo colorido que llevaba puesto en el pelo la antigua diva de la canción española. Según Benet, Paquita Rico sintió inmediata atracción por él en la carretera; según yo, lo que a Paquita le sedujo fue la moto. La discrepancia retórica sobre ese punto duró años entre nosotros. Y ese episodio no fue un sueño.
Volviendo a mi sueño. Después de que yo, con una mezcla de penitencia y satisfacción, refiriese a los reunidos los detalles de los rutilantes Jaguar y Bentley que Benet compró a alto precio y condujo (sin molestarse en cambiar el volante situado en la parte derecha, al modo inglés), y confirmase también la leyenda de que el flechazo del novelista y la poeta Blanca Andreu, que sería se segunda esposa, surgió de la frase irónica de Blanca ("¡Vaya buga!) al vernos aparcar una noche el Jaguar blanco en la calle Bárbara de Braganza, después de todo eso y de una descripción detallada del interior del automóvil, con su cajoncito de terciopelo velado donde, decía Juan, "se veía el espíritu de los ‘meublés’ de París"), la conversación de mi sueño daba un giro, y los escritores presentes me hacían otra pregunta: "¿Tenía Juan Benet agente literario?". Ése era mi desquite. Pues, estableciendo una relación que en mi inconsciente era indiscutible entre la polución de los motores de gasolina y la polución creada por esos vehículos literarios que son los agentes, podía yo, diciendo la verdad, defender la limpieza ecológica de Benet, que tuvo muchos coches y muchas motos pero siempre se negó a tener agente.