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Decolorar

Desanima que una de las causas más nobles y necesarias, el anti-racismo, se deje contagiar por la frivolidad. Un nuevo caso llega desde Inglaterra, y de un núcleo que uno adivina acendradamente blanco, la sociedad propietaria de los derechos de autor de Agatha Christie; su portavoz James Prichard, bisnieto de la novelista, ha dado a conocer el 26 de agosto el título a partir de ahora obligatorio en cualquier lengua del bestseller de su antepasada traducido al español como Diez negritos. Hay que reconocer que el original, Ten little niggers, suscitó dudas desde su publicación en 1939, usándose pronto la alternativa americanizada Ten little Indians (Diez indiecitos), más hiriente creo yo, o la inocua y bastante fea And then there were none (Y no quedó ninguno), que es el verso final de una rima infantil en la que se basa el argumento criminal de Dame Agatha. Pero el vocablo nigger, peyorativo a partir de la guerra civil americana, fue reactivado a lo largo del siglo XX, y lo es hoy mismo, por intelectuales y líderes negros, realzando así el orgullo de serlo y subrayando la lacra esclavista, algo similar a lo que hizo Jean Genet, caucásico él, en su provocativa pieza teatral Les nègres.

La inminente reedición francesa se llamará, "para no herir", Eran diez, desapareciendo del texto las 74 alusiones a nigger; la isla del Negro donde trascurre la acción pasa a ser la isla del Soldado. Aquí Espasa mantiene de momento sus Diez negritos, si bien en el interior figura como título inglés el inocuo antes citado. Esta purificación del negro puede producir en nosotros -que al contrario que anglófonos y francófonos no tenemos palabras distintas para tal color- grandes metamorfosis. ¿Dejará la doblemente sospechosa El rojo y el negro de llamarse como le puso Stendhal? ¿Se quedará el clásico del cine brasileño Orfeo negro en mero Orfeo oscuro? Y da vértigo pensar que una de las mejores novelas de Javier Marías pase a ser Afroamericana espalda del tiempo. Todo por no herir.

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4 de septiembre de 2020
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En la catástrofe: estupor versus miedo

Sintetizo un presupuesto que he expresado en estas columnas en diferentes ocasiones:
Expresión de una rigurosa necesidad, la naturaleza se deja desvelar por la ciencia y permite que la técnica lleve al acto sus potencialidades, pero no se deja en absoluto violentar por esta última. En suma: no hay peligro alguno de que la técnica modifique a la naturaleza en lo esencial. En lo profundo, la naturaleza no se deja conducir ni apaciguar, cabe decir que es implacable.

Cuando nada singular ocurre, la naturaleza es simplemente el marco en el cual nos movemos; estamos atentos a todo lo que en ella puntualmente nos concierne (la prolongación del calor en septiembre, permitirá adelantar la vendimia o seguir yendo a la playa), pero vivimos ajenos a la esencia de la naturaleza misma, a esa implacabilidad a la que me refería.

 

Sin embargo una manifestación inesperada hará inevitable que nos focalicemos en lo esencial, que salgamos de nuestra distracción. Así cuando los privilegiados ciudadanos romanos que gozan de sus villas en el entorno de la bahía de Nápoles, ven que se cierne sobre ellos la desconocida calima anunciadora de la interna combustión de la montaña, se apodera de ellos una emoción que a su vez tiene, en diversa proporción, dos componentes:
Por una parte el estupor o asombro (el thaumazein de los griegos), pues no sabían que la montaña encerraba un volcán; asombro que, nos dice Aristóteles, está en el origen mismo de la ciencia y la filosofía; por otra parte el temor (fobos ) ante esta sombra contaminante que envuelve sus bienes y sus vidas.

 

Hay entonces una reacción: las gentes huyen, atropellándose unos a otros sin pudor. El testigo romano de los hechos, Plinio el Joven, nos dice que en esas personas simplemente el miedo sólo combate contra el miedo.

Sin embargo el mismo narrador nos indica que hay una actitud que hace excepción: la de su tío, denominado Plinio el Viejo, quizás el mayor naturalista del mundo romano, quien, lejos de pensar sólo en ponerse a salvo, parece atraído por el fenómeno, como si fuera menos una amenaza que un reto y mira de frente la nube grisácea, pronto claramente negra, que se extiende por la bahía.

¿Carece Plinio el Viejo de miedo? En absoluto.

Simplemente, en su caso, el miedo tiene contrapunto en el asombro ante lo que pasa, y en consecuencia la razón que exige prudencia se equilibra con la razón que exige conocer. En aquellos a quienes el asombro no movía a saber qué estaba ocurriendo, la tormenta de ceniza y piedra sólo podía ser interpretada como una suerte de castigo; de ahí la reacción de pánico: "Muchos rogaban la ayuda de los dioses (...)Y no faltaban quienes con sus temores irreales y falsos, exageraban los peligros reales (...) todas esas noticias eran falsas peor encontraban quienes las creyesen."

Movidos por el miedo y la superstición, la huida hizo que muchos se salvaran. Movido por el estupor, Plinio el Viejo no huyó ante la calima, sino que quiso ver qué había detrás. Quiero creer que consiguió, al menos parcialmente, su objetivo, excluyendo que voluntad divina alguna hubiera intervenido y llegando a conjeturar que la montaña encerraba un hasta entonces desconocido magma interior.

Conjetura alcanzada ciertamente a un alto precio, que estaba dispuesto a asumir. Plinio el Joven escribe: "Su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto por la vestimenta que llevaba: el aspecto era más bien el de una persona descansando que el de un difunto".

 

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3 de septiembre de 2020
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Saludos

Hay dos modos de abrir un nuevo curso. Uno, el más famoso, es el de Fray Luis de León: "Decíamos ayer...". Otro, el de Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". El primero se corresponde con tiempos violentos, de viles tiranos, pero ricos en fuerza interior, espiritual y mental, capaces de soportar el mal y el dolor con grave dignidad. El segundo es moderno y por lo tanto irónico, patético, da por buena la derrota y acepta la ruina sin esperanza.
 

Agosto ha sido un mes de cadáveres por miles, una nube de muertos que ha entenebrecido el cielo del verano como una nube de langostas. En el fúnebre mar de sudarios, muchos hemos sufrido naufragios atroces. Dos grandes hombres dignos, dos principales, Javier Fernández de Castro y Manuel Arroyo, fueron arrebatados por el huracán y nos han dejado en la desolación. Así que no puedo emplear la frase de Fray Luis porque a mí se me ha robado el ayer. O mejor aún, no tengo ya continuidad alguna con el pasado. Para mí el pasado es, en efecto, un pavoroso dinosaurio que me mira con ojos de idiota y espera el momento en que sus intestinos apestosos le digan que ha llegado el momento de devorarme.

El tránsito me lo ha custodiado un hombre enfurecido por la imbecilidad, Guido Ceronetti, que en su Viaje a Italia constata la ruina de todo aquello por lo que merecía la pena luchar. No es lectura para almas bellas: "No para todos. Sólo para los nobles, para divertirles un poco su pena, escribo. Nobles del dolor, del pensamiento, de la enfermedad, de la fragilidad, cuyas manos siento temblar dentro de las mías", dice. También él, cada día, despertaba con el dinosaurio mirándole a los ojos y escribía a toda prisa para distraernos un poco. Al cabo, el enorme idiota se lo tragó de un bocado.

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1 de septiembre de 2020
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Capitán, el niño está preocupado…

Cualquiera de ustedes se habrá topado en las redes sociales con un texto atribuido a Gabriel García Márquez, supuestamente extraído de El amor en los tiempos del cólera, y que empieza de esta manera:

"-Capitán, el niño está preocupado y muy incómodo debido a la cuarentena que el puerto nos impuso.

-¿Qué te preocupa, muchacho? ¿No tienes suficiente comida? ¿No duermes lo suficiente?

-No es eso, Capitán. No puedo soportar no poder desembarcar y abrazar a mi familia.

-Y si te dejan salir del barco y se contaminan, ¿cargarías con la culpa de infectar a alguien que no puede soportar la enfermedad..."

Muy al dedo para toda la suerte de consejos, máximas filosóficas y reflexiones morales que ha traído consigo la pandemia, y que si se reproduce tanto es porque satisface gustos literarios propios, o llena las expectativas de lo que queremos que alguien diga en nuestro nombre, pues coincide con lo que pensamos. Y mejor si lo hace García Márquez.

El verdadero autor de esta historia en la que el capitán termina afirmando que la primavera la llevamos dentro de nosotros mismos, se llama Alessandro Frezza, según algún acucioso ha ido a descubrir. Pero eso ya vale poco, porque en las redes las verdades no son fáciles de establecer, sobre todo si nadie sabe quién en Alessandro Frezza, quien pasa más bien a convertirse en el impostor. ¿Quién ese ese italiano que trata de plagiar a García Márquez?

Los textos que se ponen a circular bajo el nombre de escritores célebres son, generalmente, propios de libros de autoayuda. Cartas sentimentales de despedida al final de la vida, reflexiones sobre lo que haríamos si pudiéramos vivir una segunda vez, viajes espirituales en busca de la verdad, que, al fin y al cabo, llevamos dentro de nosotros mismos. Todo dentro de los temas preferidos por Pablo Coelho, que tantos lectores sabe conquistar. Y este si es un misterio para mí: ¿por qué si Coelho goza de tanto prestigio en este terreno de los consejos sanos para bien vivir, nunca le atribuyen nada en las redes?

A finales del siglo pasado, cuando el mundo de la comunicación instantánea en que vivimos estaba aún en pañales, y García Márquez se hallaba bajo tratamiento médico por causa de un cáncer, los fabricantes de bulos hallaron una ocasión propicia para atribuirle una carta de despedida que se titulaba "La marioneta" y que empezaba:
"Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo..."

Se trataba de un texto que el ventrílocuo mexicano Johnny Welch ponía en boca de su muñeco "El Mofles" en sus presentaciones. "Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi", dijo García Márquez. Y Welch ripostó: "a mí El amor en los tiempos del cólera me parece un libro maravilloso. Pero maravillosamente cursi". Luego ambos se encontraron, y se reconciliaron.

Los más socorridos a la hora de endilgarles textos que nunca escribieron son García Márquez y Jorge Luis Borges, aunque tampoco se libran José Saramago o Mario Benedetti.
Poco tiempo antes de la muerte de Borges, cuando aún vivíamos en la prehistoria de las redes sociales, se puso de moda un poema supuestamente suyo que sigue gozando de gran prestigio social.

El falso Borges prometía que si volviera a nacer comería más helados y menos habas, caminaría sobre la hierba húmeda, metería los pies en la corriente de algún fresco arroyo, o daría más vueltas en calesita. Borges se subió a un globo aerostático, pero es difícil imaginarlo montado al caballito de un carrusel. A su avanzada edad, parecía despedirse con un acto de contrición, como si hubiera desperdiciado su existencia en nimiedades, y se declarara listo a escalar las montañas más altas en la próxima vida.

Se trataba a ojos vista de un Borges sospechoso, por edulcorado. Desde las alturas de su espléndido rigor verbal, parecía bajar en aquel poema al terreno del lugar común. Pero en las redes eso poco importa; lo que vale es el sentimentalismo sin cortapisas; la carta de despedida de García Márquez ni siquiera estaba escrita en clave de realismo mágico, pues no anunciaba un aguacero bíblico para el día de su muerte, y no llevaba, por tanto, sus señas de identidad.

La verdadera autora del poema atribuido a Borges era la estadunidense Nadine Stair, de nombre poco conocido. Se trataba de una confusión ocurrida en la redacción de un periódico de Buenos Aires, cuando ese poema, destinado a publicarse en un suplemento de variedades, apareció con el nombre de Borges gracias a esas magias negras que suelen ocurrir en las mesas de edición.

José Saramago jamás hubiere pensado que se le pudiera endilgar algo como "hijo es un ser que Dios nos prestó para un curso intensivo de como amar a alguien más que a nosotros mismos...". Pero así consta en esos anales imperturbables que son las redes sociales.

Y quién convence a nadie que don Quijote jamás dijo "ladran, Sancho, señal de que cabalgamos".

 

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31 de agosto de 2020
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Chinos circulares

Hará unos veranos estaba plácidamente sentado escuchando a La Baronesa en un recital en el Casino Principal de Jaca cuando un acceso de tos me obligó a levantarme y a abandonar la sala. Luego, por no molestar más, no me atreví a ocupar de nuevo mi plaza y al ver a mi amigo Santi, algo apartado, instalado en un sillón de mimbre, me dirigí hacia él, lo saludé en voz muy baja, y tomé asiento en otro sillón, de igual material, situado a pocos metros. Terminó el concierto y, al levantarme, noté como se rasgaban mis gastados pantalones chinos debido al mal estado del mimbre, prácticamente roto. No le dije nada a Santi y, de hecho, esos pantalones, remendados más o menos por la asistenta Azucena, los mantuve en uso, quizá no para actos sociales pero sí para ir al monte, durante varios años. Anoche Santi y su mujer, Sarita, vinieron a casa a cenar acompañados por la hermana de Sarita, Antonia, y su marido Eladio José. No trajeron vino, ni postre, trajeron dos pantalones chinos, uno con la etiqueta de la tintorería y que me queda algo estrecho, aunque seguro que luego dará de sí, y el otro, que me queda perfecto, con sorpresa añadida en los bolsillos: dos monedas de un euro y un puñado de servilletas de papel limpias. Era la primera vez que los santis venían a cenar a casa pero pienso invitarlos más veces, así recompongo el armario.  

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30 de agosto de 2020
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Joe Sacco: «La economía es una de las cosas que el periodismo y el cómic no están contando, y es la máquina que mueve el mundo»

A fin de octubre de 2019 el más conocido y admirado periodista gráfico y autor de cómics de no ficción, el maltés Joe Sacco, vino a Chile a participar en la Feria del Cómic. Lo atrapó el Estallido Social y nos conocimos en la plaza donde vivo, que fue el epicentro de esa masiva protesta ciudadana que derivó en choque con infinidad de denuncias de represión policial. El hotel en Plaza Italia donde debía alojarse Sacco quedó en medio de la batalla campal. Lo acompañé en varias actividades, admiré su inteligencia, su humildad y la precisa y rápida comprensión de lo que estaba pasando en un país que él no conocía y del que no hablaba el idioma. Esta es la entrevista que le hice en ese momento, y que publicó en noviembre la revista digital Puroperiodismo de la Universidad Alberto Hurtado.

*          *          *

Cuando uno se sienta en una mesa de café frente a Joe Sacco, o cuando se camina con él por la Alameda, o cuando se viaja en su compañía bajo tierra en el metro de Santiago, lo primero que se nota es que el menos realista de sus dibujos es la forma en que se retrata a sí mismo. En acción se ve al reportero ágil, despierto, rápido y chisposo, no al personaje desgarbado y torpe que en sus libros hace preguntas simplonas y hasta ignorantes para que los palestinos, los chechenos o los bosnios nos cuenten la verdad. 

Esa humildad en el autorretrato muestra mucho de las cualidades del Joe Sacco que admiran legiones de jóvenes fanáticos de sus cómics.    

Hace dos años que en el Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado queríamos traer a Chile al gran maestro del cómic de no ficción, Joe Sacco. En el Festival Gabo en 2017, cuando le dije que quería que viniera, me confesó que desde hacía tiempo le daba vueltas a la idea de narrar la realidad chilena desde un ángulo original, muy acorde con su obra anterior: quería contar los orígenes de la desigualdad en el sistema neoliberal que impuso la dictadura de Pinochet junto con los Chicago Boys, los aliados económicos del dictador. ¿Qué efectos tuvo esa alianza entre autoritarismo político y privatización extrema de lo público? 

Cuando finalmente vino, invitado por el Festival del Cómic de La Reina a finales de octubre de este año, el país estaba en llamas. Nos encontramos en Plaza Italia, el centro de las protestas ciudadanas y de la represión policial. Sacco vino a la Universidad Alberto Hurtado durante esa extraña primera semana de la revuelta, del “Chile despertó”, de los saqueos, los ataques de uniformados a civiles indefensos, el toque de queda y el estado de excepción. Se reunió con alumnos y profesores de la Facultad de Ciencias Sociales y el profesor de arqueología, Boris Santander, lo llevó a ver el Chile donde anida la rabia, en Bajos de Mena. 

Otro día, luego de una entrevista sobre política y economía chilena con el escritor y periodista especializado en economía Carlos Tromben, en un pequeño café de Lastarria, mientras una legión de jóvenes volvía a tomar la ciudad y los carabineros iniciaban su ronda ominosa, caí en la cuenta de que habíamos estado hablando mucho de Chile, de su proyecto sobre el presente y futuro de este país… pero muy poco de su trabajo. 

No habíamos hablado de sus grandes libros: Notas al pie de gaza, Palestina, Bosnia, Chechenia, Reportajes, y sus dos proyectos extraños y fascinantes: un acordeón de papel doblado que se despliega en 100 metros de cómic que narra un día en la vida y la muerte de la Primera Guerra Mundial, para conmemorar los cien años de esa masacre, y un libro a cuatro manos con el periodista y ensayista norteamericano Chris Hedges (Días de destrucción, días de revuelta) sobre la caída de la clase trabajadora y la destrucción de los barrios obreros en Estados Unidos.  

Tampoco le había preguntado sobre su sorprendente, creativa mezcla que hace entre un arte popular, híbrido, heredero de historietas de superhéroes y feroces caricaturas políticas, con la investigación de crímenes de estado y discusiones filosóficas, psicológicas y sociales. El resultado, para su ejército de lectores y admiradores, son esos cuadritos que danzan sobre las páginas y dibujos de las calles por las que camina y que escapan de sus marcos en un expresivo blanco y negro. 

Entonces, al terminar la charla con Tromben sobre las causas económicas, políticas y sociales de la revuelta, Sacco apagó su grabadora y yo prendí la mía. 

Nacido en Malta hace 59 años (aunque con su andar ligero, su cara de niño curioso, su sombrero de felpa y sus habituales camisetas negras, parece mucho más joven), criado en Australia y educado en Estados Unidos, hoy es considerado por los críticos y académicos como el gran maestro del periodismo dibujado. Sus dibujos a plumilla, precisos y expresionistas, editados en más de 20 idiomas, son un testimonio del horror en Medio Oriente, en la ex Yugoslavia y en su misma isla maltesa, donde los refugiados de Siria son apaleados por la policía y despreciados por la población local. 

Muchos de los que hacen hoy historieta periodística vienen del mundo del cómic de ficción, del dibujo artístico o técnico. Buscando una voz propia en el vibrante mundo del cómic se acercan a la realidad, a los datos, a las noticias. 

Este no fue el camino de Sacco. 

Yo estudié periodismo, dice. 

—¿Y qué soñaba con hacer en periodismo cuando era estudiante? 

Nunca imaginé que estaría dibujando para ganarme la vida, ese no era mi plan. A mí me encantaba dibujar, hacer cómics, era más que un hobby; pero cuando era estudiante y pensaba en qué trabajaría, no entraba en mi cabeza mezclar las dos cosas.

Yo estudié periodismo porque me encantaba escribir y hablar con gente, hacer preguntas, pero los empleos que conseguí al recibirme eran basura. Nada satisfactorio. Entonces me enfoqué en dibujar, pero no relacionándolo con el periodismo. Me fui a vivir a Berlín, y diseñé camisetas, posters, traté de hacer cómics. Ahí no había dinero. Pero ahí me interesé por el Medio Oriente, y empecé a conocer a los palestinos. Yo pensaba que los palestinos eran terroristas, porque eso es lo que me llegaba de los medios de Estados Unidos. Cuando empecé a ver que era algo distinto, empecé a mirar críticamente la profesión que había estudiado. Me dolió entender que estaba equivocado al creer que el periodismo norteamericano era muy objetivo. Entendí que se puede ser objetivo e igual mentir. 

—Una distinción muy interesante… 

Sí, porque uno puede describir el secuestro de un avión, que vuelan a Jordania y muere gente, se lanzan cohetes sobre Israel… todos estos son datos objetivamente ciertos, pero qué pasó antes, después, en medio, las causas y las consecuencias, la selección que uno hace de los hechos que va a contar. Esto se me hizo muy claro en 1982, cuando Israel invadió El Líbano. Fueron las masacres de Sabra y Chatila y cientos de palestinos en campos de refugiados fueron asesinados. Y yo pensé, estaba seguro de que los palestinos eran terroristas, pero me empecé a preguntar qué había pasado, y me empecé a educar a mí mismo. Empecé a leer a Noam Chomsky y su crítica a la política imperial de Estados Unidos, a Edward Said y su análisis de la mentalidad colonialista, a leer los medios europeos y vivir en Europa, donde pienso que hay una comprensión del mundo mucho más desarrollada que la que prima en los grandes medios de Estados Unidos. 

—¿Y ese fue el momento en que encontró el tema y también la forma de contarlo?

Honestamente no sabía bien lo que quería hacer con lo que había comprendido. Empecé a hacer cómics, ir a Medio Oriente, hablar con la gente de ahí, escribir un diario de viaje, pero por haber estudiado periodismo, cuando estuve allí mi sangre periodística se alborotó y empecé a entrevistar a mucha gente y a querer reflejar con exactitud lo que me decían y lo que yo veía. Entonces ahí empezó mi plan. Para saber por ejemplo cómo era la experiencia de la cárcel, quise hablar con los que estuvieron presos, lo cual era fácil porque casi todos los palestinos estuvieron presos. Empiezas a ver las piezas del puzle de la ocupación. Me convertí en un periodista gráfico orgánicamente, no desde la teoría, porque no partí de ninguna teoría. 

—¿Buscó lugares para publicarlo?

Yo ya tenía un editor, pero no pensaba que encontraría un lugar donde publicarlo en Estados Unidos, por el tamaño, el lenguaje y por el tema. Los palestinos son un tema muy incómodo en EEUU. Pero mi editor me dijo que lo publicaría, pero son editores independientes, héroes de la generación underground de los sesenta, donde había mucha libertad para expresarse, publicaban a Robert Crumb, Spain Rodríguez, Art Spiegelman, involucrados con temas sociales y políticos. 

—¿Y desde el comienzo las historias eran sobre sus viajes con Ud. mismo como personaje?

Sí, porque comencé haciendo cómics autobiográficos, no políticos. Es una tradición de contar historias personales, contando mi ruptura con mi novia, cosas así. De esa forma comencé a escribir historias de Medio Oriente. Pero hay una ventaja grande en mostrarse a uno mismo. Así los lectores saben que esto no es objetivo en el sentido en que decía antes, todo está visto desde la mirada de un autor. Hay una pretensión del periodismo estadounidense de que las cosas se cuentan desde una posición de autoridad y de lejanía. Que el periodista es el que sabe y a la vez de que es una mosca en la pared que mira hacia abajo la vida de la gente. Pero cuando estás en el campo estás con miedo, con ignorancia, dependes de tu traductor, de las circunstancias… 

—Creo que en sus trabajos se muestra más torpe de lo que era… 

¡Es que en mis inicios sí era torpe! Nunca supe cómo dibujar realísticamente. En mi libro Palestina, el primero, me veo más torpe. En Notas al pie de Gaza ya estoy menos perdido.  Más experimentado. Hay una verdad en este camino de verme cada vez más conocedor de la situación y mi lugar ahí. 

—Creo que el punto de vista en sus trabajos se muestra en los dibujos, en los textos y en los tamaños y el lugar que ocupan los bordes. Siento a veces que entra y sale del modelo del Storyboard, el guion para una futura película que al final queda en guion. 

Es divertido, porque ahora estoy buscando cada vez más el poder contar en cómic con formas distintas a las del cine. Muchos historietistas usan la forma de narrar del cine, la acción, y yo quiero quebrar esa lógica. Por eso hacer algo sobre la economía… debe ser hecho en forma abstracta, inusual, distinta de lo que he hecho anteriormente. 

—Hace dos años, la primera vez que hablamos, estaba pensando en venir a Chile… Claro que nosotros en la Universidad Alberto Hurtado le propusimos traerlo, pero también tenía una idea muy interesante, que me sorprendió por el conocimiento sobre el país, porque nunca había estado aquí. 

Claro, tiene que ver con lo que estoy pensando ahora de qué contar y cómo. Quería huir de la violencia explícita. Hay otras formas y otros temas. La economía es una de las cosas que el periodismo y el cómic no están contando, y es la máquina que mueve el mundo y explica las cosas que pasan, incluso las más terribles. 

—¿Entonces encuentra una relación, un vínculo entre esa búsqueda de las raíces económicas, de dominio del territorio, de control de los mercados y los cuerpos que ve en el centro de la relación entre israelíes y palestinos, y lo que está preguntando y mirando aquí en Chile…? 

Sí, porque todo tiene que ver con la economía. Si un grupo de manifestantes para una carretera eso interrumpe el flujo de la economía. Yo quería salir de la violencia explícita, y ahora veo que hay muchas formas de violencia. La violencia física existe en todos lados. Por ejemplo, fui a hacer una historia sobre la pobreza en la India y descubrí que la pobreza es una industria. No es “vamos a ayudar a esta gente”, sino que hay maniobras para hacerse ricos ayudando y alimentando a los pobres. Los pobres no son los beneficiarios, hay que fijarse en los empresarios de la pobreza. Esa era por ejemplo la historia que quise contar en la India. 

Acabo de terminar un libro sobre los indígenas y la extracción de recursos en Canadá. Los pueblos indígenas van a estar en contra de esta extracción de recursos. Entonces descubres que el proceso colonial consistió en quebrar la relación de los indígenas con la tierra. Y este proceso siguió hasta hace muy poco. Entrevisté a gente de mi edad, que creció en los montes cazando animales silvestres. Y la forma en que quebraron esa economía y ese modo de vida fue obligando a los niños a ir a la escuela. Eso les causó un enorme daño y mucho dolor. Los separaban de sus padres y su comunidad, los castigaban si hablaban su idioma, y cuando volvían ya no hablaban el idioma de sus abuelos y a veces no podían comunicarse ni con sus padres. Ya no saben cómo vivir en y con la tierra. Se convirtieron en trabajadores del petróleo o dependientes de la beneficencia, la caridad del Estado. 

Lo que estoy viendo en todos estos lugares es que el sistema benefactor del estado quita dignidad, no la da. En Canadá están volviéndose lo que no quieren ser. Las estructuras de cómo funcionan las cosas y con qué propósito es lo que ahora quiero contar, partiendo de la violencia explícita en Medio Oriente a la violencia social y económica en esa historia de Canadá y según voy viendo, también aquí en Chile. Y no es fácil de contar y mucho menos de dibujar. Esa violencia a veces es invisible. 

—Y no es porque el país sea pobre… 

¡No! Es porque otros se están haciendo inmensamente ricos. 

—¿Y piensa Ud. que este género que se considera nuevo, de dibujar las noticias y las crónicas, viene de una larga tradición? Antes de la fotografía, en los periódicos del siglo XIX había dibujantes que eran estrellas en los diarios de William Hearst y Joseph Pulitzer, que dibujaban las escenas de guerras lejanas, de viajes exóticos y de juicios. 

Es volver a una larga y hermosa tradición, sí. Pero no debemos olvidar que nuestro público es muy distinto. Vivimos en la era de las fotos y el video. Ellos están acostumbrados al fotoperiodismo. Yo soy un gran admirador de los fotógrafos, creo que son los grandes cronistas de este tiempo. Pero tanto para las fotos como para los dibujos, debe haber una explicación y un punto de vista y distintas visiones para entender lo que pasa. Todo es subjetivo. La forma en que las fotografías congelan en un segundo un sentido puede ser muy potente pero también engañoso. Recuerdo una de las fotos más famosas de la guerra de Vietnam. Un jefe de policía que ejecuta en la calle a un sospechoso ante las cámaras de la prensa. Eso fue muy impactante. Pero la gente no entendió esa foto. ¿Quién es el general, quién es el espía del Vietcong, qué hizo, qué sentido tiene esa ejecución en el marco de una guerra brutal, por qué ese general no ordenó que su tropa lo ejecutara y lo hizo él mismo? Tiene que ver con entender lo que se ve. ¿Pero estamos viendo si no estamos entendiendo, si no tenemos el contexto? Hay siempre algo más que la foto no puede transmitir. Eso es lo que quiero hacer yo.

—¿Combinar esas imágenes con la historia, el texto, las entrevistas y lo explicado es lo que Ud. busca hacer? 

Al tratar de crear algo nuevo al menos yo no me detengo a pensar en qué estoy haciendo y por qué, sino que voy y lo hago: mientras cuento y dibujo, busco las razones. Es cuando la gente me hace preguntas, como ahora usted, que me pongo a pensar y a poner en palabras, lo que es más parecido al arte que al periodismo tradicional. Como en el arte, yo sigo el camino que la realidad me pide. Realmente no sé por qué lo hago, es más instintivo que cerebral. 

—¿Qué hace primero, el texto completo y después se pone a dibujar, o va dibujando y llenando los globitos de texto? 

Después de hacer mi trabajo de campo, escribo un guion completo, con todo lo que quiero decir, y recién entonces empiezo a dibujar. Creo que es importante porque quiero saber hacia dónde va la historia. Con la ficción es distinto, porque los personajes pueden desarrollarse e ir en una dirección que al comienzo el autor no conoce. Pero con la no ficción, uno debe saber dónde quiere llevar la historia. Las pocas veces en que traté de dibujar mientras iba avanzando, me encontré con el momento en que descubro que debí haber explicado algo antes, páginas atrás. Ahora uso un guion completo y un orden que después sigo, aunque muchas veces no sé cómo lo voy a dibujar hasta que lo estoy haciendo. 

—¿Y cómo toman los personajes, sus fuentes, la forma en que los dibuja? ¿Cómo logra mostrar la opresión, la pobreza, gente en un momento terrible de su vida, y al mismo tiempo conservar el respeto? 

Es obviamente algo que pienso todo el tiempo, algo que uno debe tener en cuenta. En las páginas originales de mi primer libro largo, Palestina, se ve que yo no sabía dibujar de una manera realista. De hecho, todavía no lo sé. Y cuando vieron el libro, tanto los judíos como los árabes me dijeron que no les gustaba la forma en que los había mostrado. Y pensé: “Sí, tienen razón. Si lo que quiero lograr es un dibujo con valor periodístico no puede ser lo que estaba haciendo antes, con mis historias personales, este estilo underground. Debe ser una forma de dibujar que muestre con más precisión lo que veo”. Creo que la crítica era válida y ahora sé que muchos toman mi trabajo como un documento. 

—Se podría decir que está buscando un balance entre la mirada personal, su punto de vista, y salir de los prejuicios y las formas en que se mostraba al árabe como terrorista y al judío como usurero de nariz grande… 

¡Es que en mis dibujos todo el mundo, incluso yo mismo, tenemos nariz grande!   

—¿Y con los textos es más difícil? 

Claro, uno debe concentrar en textos cortos, en porciones de texto entre los dibujos, ideas a veces complejas, como por ejemplo lo que Carlos Tromben me acaba de explicar sobre cómo funciona la economía chilena y de qué manera la constitución de 1980 determina lo que los gobiernos y la ciudadanía pueden hacer. Es técnicamente complejo algo de esto, pero mientras lo escuchaba, ya estaba pensando en formas de transformarlo en una explicación visual. Por ejemplo, en vez de estar aquí sentados en este café, podríamos estar paseándonos por el Chile de 1973, y algunas cosas las decimos nosotros y otras nos las muestra la realidad de esa época. O podríamos estar Carlos Tromben y yo sentados con Pinochet en su despacho. Algo más experimental. Siempre hay formas de contar lo que quiero contar. Y me encanta pensar en formas nuevas. 

 

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27 de agosto de 2020
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Defensa del placer

Nos domina una sensación de paisaje arrasado, de manual de supervivencia que destierra el placer. No es tiempo para sensualismos, boca y nariz en profilaxis, aunque las corrientes de aire en las noches de verano acaricien los muslos y nos hagan cosquillas en la nuca. La sensación es "un modo confuso de pensar", aseguraba Descartes, y en el imaginario occidental persiste la idea de que a la voluptuosidad la acompaña cierto halo de sospecha. Los sentidos permanecen envasados en conserva. No son frívolos ni ingenuos quienes agitan el salero de la poética para escapar del dictado de la actualidad y sorber el azul del mar. "No es momento para sutilezas", dicta el ceñudo discurso de la crisis. Y la gente se siente atrapada dentro de una especie de crucigrama del cual no puede salir porque las palabras están mal definidas y la solución no va en el pie de página.

Históricamente, el pensamiento hedonista fue combatido con tópicos y acusado de pretender romper con todo lo establecido, de negar el conocimiento y la moral. Pero ahí tenemos a Epicuro de Samos retratado como un defensor del puro goce, cuando, lejos de bacanales y orgías, el pobre hombre vivió aquejado de intensos dolores físicos y sus enseñanzas no buscaban sino escapar del exceso, persiguiendo el equilibrio y la felicidad. Nuestra fragilidad también puede combatirse defendiendo un deleite sin culpa, el mismo que nos empuja a sentir la necesidad del otro. Vamos escalando rutinas, y lejos de conspirar contra la confianza, queremos recuperarla. Para empezar, en nosotros mismos, que andamos más a pedazos que nunca, como si hubiéramos extraviado una prótesis en lugar de un puesto de trabajo, o como si el futuro se hubiera hundido en alta mar, cuando sigue ahí incierto y sin embargo prometedor.

Nada debería entorpecer nuestro encuentro con la belleza. Que nadie nos juzgue por rozar el éxtasis ante un jardín oloroso donde sobrevuela una pequeña mariposa blanca, o por exaltarnos ante un Eros disfrazado de melocotón jugoso hasta sorber su hueso rojo.

¿Qué podemos hacer con el placer dispuesto para ser celebrado por el mundo? ¿Sacrificarlo porque la incertidumbre nos golpea? O mejor dejar de sentir miedo y obligarnos a beber cada día una poción de placer, bien alejados de la idea de vicio o exceso, entendiendo ese don que nos permite escuchar "los acentos del corazón" a la manera Rilke. Porque, de qué serviría defender ideas y creencias, territorios y ligas, si somos incapaces de advertir el gozo que nos aguarda, al alcance de nuestras manos voluntariamente atadas.

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26 de agosto de 2020
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Dimensiones en conflicto

Amemos el seno hirviente de la vida con todas sus con­secuencias, pero sepamos qué somos, cómo nos han hecho y cómo nos hacemos.

Amemos la existencia, pero no ignoremos sus abis­mos ni los elementos que la constituyen.

Amémonos a nosotros mismos y amemos a los otros, pero sepamos qué tejidos inestables conforman nuestra materia y las sustancias que se mezclan, funden y con­funden con la nuestra.

Amemos nuestros sueños, pero no ignoremos el flui­do volátil y resbaladizo del que están hechos.

Bebamos de la copa dorada de la dicha, y hasta de la copa amarga de la desgracia, pero examinemos en la medida de nuestras posibilidades el vino que las colma y el elixir, a veces salutífero, a veces venenoso, que se mez­cla con el mosto, para que lo que parecía de una dulzu­ra exquisita no se trasforme en acidez desgarradora.

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25 de agosto de 2020
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En recuerdo de Javier Fernández de Castro

Nuestro querido y admirado Javier Fernández de Castro, colaborador de El Boomeran(g), penetrante crítico literario y novelista en el catálogo de la editorial Anagrama, falleció este mes de agosto con la discreción que fue habitual en él.
 
No quiso despedirse ni anticiparse a las penas que hoy nos afligen.
 

Reproducimos en esta nota su trayectoria literaria, la herencia que nos deja su talento.

Le deseamos un buen viaje y que se lleve a ese otro lado de la existencia los felices recuerdos de la gente que le hemos querido.

Lo despedimos con la esperanza de verle de nuevo algún día en ese otro lugar donde la ficción alentará a los mejores. 

 

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial. En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.  

 

Alimento del salto (1972)
Así en la tierra (1977)
El regreso del alba (1981) Premio Salduba (1981)
Laberinto de fango (1981)
La novia del capitán (1986)
La guerra de los trofeos (1986)
Tiempo de beleño (1995)
La Tierra prometida (1999) Premio Ciudad de Barcelona (1999)
El cuento de la mucha muerte (2000)
Tres cuentos de otoño (2008)

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23 de agosto de 2020
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Diario del confinamiento (13) Yo soy otro

Los chinos de la antigüedad describían las épocas parecidas a la nuestra como dimensiones pobladas por los demonios de la confusión. Caen corporaciones y gobiernos. A veces la naturaleza ha destruido íntegramente un sistema. Los nuevos historiadores lo saben y lo tienen muy en cuenta. Y una cosa parece cierta: el miedo está provocando más víctimas que la misma epidemia, sin olvidar que es la epidemia la causa del miedo a la exterioridad y a la interioridad: la estructura de la enfermedad convertida en círculo vicioso. Me lavo las manos como si fuesen mis enemigas, portadoras de muerte. Mi cuerpo se convierte en un territorio inquietante, que no parece mío. Mi cuerpo se puede contagiar sin saberlo: mi cuerpo es necio y ajeno.

 

Algo se nos está escapando de esta pandemia: a todos, también al poder. El mundo que conocemos y que nos contiene, nació con las masas y las necesita. Es la cultura de las masas. Mueve frívolamente masas: de trabajadores, de consumidores, de espectadores, de competidores. ¿Si le quitas las masas qué deviene? No lo sabemos, pero todo indica que se convierte en un ente desesperado, errático, desestabilizador. Vigilemos con mucha atención los movimientos de la bestia. No son los pasos del Minotauro ni los de Moloch. Son nuestros pasos. Una masa gigantesca de pisadas conformando una red, como pensaba Milgram. Son nuestros pasos. ¿Hacia donde se dirigen? No tengo ni la más remota idea. Veo de dónde venimos, pero eso no me permite saber a dónde vamos. Dejo ese trabajo para los profetas y los locos.

 

 

 

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19 de agosto de 2020
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El Boomeran(g)
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