Ligas
Con el otoño llegan las setas silvestres y los Premios Nacionales, brotando estos con asombrosa abundancia pese a la tradicional sequía de nuestro subsuelo cultural. En un corto paseo, hace días, me detuve ante una tienda bien provista de frutas y verduras, y conté en el mostrador catorce especies de setas, desde la lujosa senderuela al champiñón común. En temporada, me dijo la dependienta, venden cerca de treinta, precisamente el número de los premios anuales que ya ha empezado a dar el Ministerio de Cultura en lo que llamaríamos 1ª división de galardones; muy pronto se sabrán los ganadores del Nacional de las Letras, el Velázquez y el Cervantes, la champions league del arte. Me pregunto si estas clasificaciones existen fuera, y he fantaseado con una Bundesliga de la metaficción, aunque me tira más, si algún día me diera por el fútbol, la Ligue francesa.
Dicen los maliciosos, algunos también futboleros, que estos premios se juegan con las gradas vacías, y el chascarrillo me parece rastrero; premiar lo que no triunfa permite a poetas, novelistas o ensayistas incomprendidos salir a la luz. Y me ciño a los primeros géneros en ser premiados, nada menos que en 1924, cuando en poesía ganó un muy joven Rafael Alberti, con su Marinero en tierra. Y así, desde entonces, casi un siglo de aciertos o dislates. Pero llegó un momento de generosidad en que los Premios Nacionales crecieron como hongos, alcanzando al cante flamenco, los bailarines o la fotografía, disciplinas por las que siento el máximo respeto y un desigual interés. Para paliar quizá tanto gasto, se decidió que mientras los premios nuevos, algunos de reciente creación, tuvieran una recompensa de 30.000 euros, los de solera, es decir, todos los literarios, no pasaran de los 20.000. Se entregan a la vez en un acto solemne en que los cheques son distintos y las sonrisas envidiosillas. Aunque cualquier artista verdadero dirá, si le preguntan, que al dinero prefiere tener futuro. Un futuro que llegue, aunque con escaseces, a la posteridad.