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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cien años de Malcolm Lowry

 

 

 

No recuerdo cómo fue, quién fue y si yo sólo caí en sus tentación. Pero sí recuerdo aquella primera lectura de "Bajo el volcán", querido camino de muchas perdiciones, reivindicación de la borrachera perpetua, amor por las cantinas y reivindicación del placer de beber aunque nos haga daño. Una propensión a seguir los caminos salvajes que todavía no se nos ha quitado. No estamos curados, quizá tampoco lo queremos. Pero ya no somos los que fuimos. Ya no queremos ser como el cónsul Firmin, ni siquiera como el constructor de esos mundos llenos de soledades, de oscuridades, de infiernos cercanos, no, ya no queremos ser como Malcolm Lowry.

Ahora se celebra su centenario. Y la editorial Tusquets edita y reedita su obra. Y volvemos a tropezarnos con ese mundo del que nunca se pudo escapar este hombre que vivió intensamente la aventura y la desventura del alcohol. No cumplió cincuenta años pero nos dejó unos cuantos libros que le mantienen vivo más allá de su afán autodestructivo. Hace años peregrinamos al hotel de Cuernavaca, allí dónde transcurre parte de "Bajo el volcán". Si ya se describe como decadente en los años treinta, en los noventa que fuimos nosotros, aquello ya no tenía más sentido que el espíritu mitómano. Al día siguiente nos cambiamos a otro hotel, otro bar, otra cantina.

También se han publicado en Tusquets sus poemas traducidos por Juan Luis Panero, el poeta que muy bien conoció las sendas de Lowry.

Me siento cercano de muchos, pero de ninguno tan afín como el titulado "Sin miedo al dragón nocturno"

 

"Todas las nociones de libertad están asociadas al alcohol

y nuestro ideal de vida se reduce a una cantina

donde los hombres puedan sentarse y hablar o tal vez pensar

sin miedo al dragón nocturno.

O quizás otra cantina

sin letreros de "Aquí no se fia"

y con su crédito ilimitado

donde- aparte de innumerables botellas de cerveza-

nos podamos sentar- bien borrachos

y lo suficientemente locos-

a escribir tratados sobre una tierra prodigiosa

en la que los hombres beben un vino maravilloso

que les emborracha suavemente, sin vómitos ni resacas,

mientras tejen el sueño de otra cantina

en la que beberán siempre gratis,

con la puerta abierta, mirando pasar el viento"

 

Sabía que caminaba hacia la muerte pero nunca dejó de beber. Nunca encontró esa cantina de puerta abierta, ni se pudo sentar mucho tiempo mirando el viento. Nos dejó sus libros, su vida aventurera y un epitafio:

" Malcolm Lowry

fantasma del Bowery

retórico en su prosa

borrachera penosa

de noche vivía, de día bebía

y tocó el ukelele hasta el último día"



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Islas urbanas

Rafael Argullol: Es muy probable que los movimientos metropolitanos de los años sesenta, con la fecha emblemática de mayo del 68, fueran en realidad uno de los últimos movimientos en que se intentó identificar ciudad-cultura, creación de civilización-utopía, etc., y que del último tercio del siglo XX haya ido viviendo una agonía de esta identificación, al mismo tiempo que se iba reforzando la red de comunicación universal.

 Delfín Agudelo: Esta evolución de la identidad de una ciudad es de las maneras más certeras de analizar cualquier época, y todavía más en un pasado más reciente, como puede ser desde 1830 hasta nuestros días. El flâneur o paseante surge, entre otras cosas, ya que el individuo necesita reconocer la ciudad que ha cambiado o que está en constante cambio, como se puede ver en el poema "Le cygne" de Baudelaire: es mediante su atravesamiento que se logra su conquista, y así adquirir, de alguna manera, un sentido de pertenencia. Pero en el caso del flâneur es una conquista falsa, porque jamás logra conquistarla, es ella quien lo conquista a él en el capitalismo naciente, en las cadenas, como recuerda Benjamin: el flâneur ya no se pierde en las calles, sino en los grandes centros comerciales. En China o Estados Unidos está el centro comercial más grande del mundo. Me cuesta imaginarlo porque precisamente lo imagino como una ciudad, que es, pasando desde el pasaje parisino donde se exhibió por primera vez la mercancía, a hablar ya "del más grande del mundo".

 R. A.: Yo hace ya bastantes años escribí un texto que era también un pequeño homenaje a Edgar Allan Poe, que se llamaba "La ciudad Maelstrom". Partía del ejemplo concreto que me había impresionado mucho en aquel momento, en Atlanta, Estados Unidos, pero también reflexionando en torno a la evolución de la metrópolis. Me llamó la atención que esta ciudad, con un clima excelente, que invitaba al paseo y al aire libre, había organizado la trama urbana de manera que había micrópolis cerradas, confinadas alrededor de grandes centros comerciales que incluían torres, restaurantes, cines, etc. Esas distintas micrópolis estaban cuarteadas por autopistas urbanas. Entonces te encontrabas que una ciudad apta para hacer una vida al aire libre prácticamente diez u once meses al año, se sumergía en estos gigantescos sótanos micropolitanos, allí metía todo, y comunicaba esas distintas islas a través de autopistas urbanas que no dejaban de ser medios de comunicación e incomunicación, porque también servía para tener separados y escindidos barrios o fragmentos de la ciudad no deseable.

Eso es lo que ocurre con nuestras megápolis: nos organizamos en islas cuarteadas a través de islas urbanas, y así tenemos un fuerte armazón de discriminación social entre los distintos grupos que pueblan la ciudad. Lo que de Atlanta en aquél momento me pareció muy llamativo, negativamente llamativo, luego se ha convertido en un modelo universal que lo he visto reproducir y dibujar en todos los continentes. Y en unas estructuras de este tipo, la importantísima figura para la literatura, para la cultura, para la ciencia y para el espíritu, que ha sido el paseante, entra en una crisis casi irreducible. Casi podría decir que he sentido en carne propia ese cambio, y he procurado vivir siempre en el centro de la ciudad porque el paseo urbano para mí es algo extraordinariamente importante porque soy alguien nacido en la ciudad, que mis padres y abuelos también eran de la ciudad, así que tengo una mentalidad muy urbana. Por eso el paseo urbano era básico como territorio del descubrimiento y debo reconocer que en los últimos años el paseo se está convirtiendo físicamente imposible.



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Metáfora de lo barato

Contra la idea de que las cosas eran caras y cada vez se ponía más caras ha sobrevenido el fenómeno general de las rebajas, los descuentos, la entrada igual a cero y el dos por uno a que ha llevado obligatoriamente la Gran Crisis.

La Gran Crisis ha forzado la invención de lo más barato y ha balanceado  la imaginación de una punta a otra del mercado en un intento por vender, al menos lo mismo, o incluso más para ahogar el pánico que provoca la caída en las ventas. Lo barato trata así de salvar el desplome potencial de la oferta e incluso por el efecto de hecatombe que deriva de la oferta abatida o humillada O, lo que sería lo mismo, la oferta trata de salvar la cara gracias a perder su condición de cara.

No se trata de un juego menor. La derrota de la oferta, su merma o su grave reducción conduce enseguida a la imagen del hundimiento del sistema cuya vitalidad siempre estuvo asociada los aumentos en la producción, el comercio y la expansión material.  El menos del comercio ha venido a suponer en estos meses el roído del pasado y, la pérdida en la cifra de ventas, la mortecina experimentación de un pretérito en que todo era menos.

 Las ventas bajan y se contabilizan a la manera de bajas de una fuerza que va perdiendo poder y reconoce en su debilidad creciente un mal que proviene de tiempos que ahora regresan como enfermos  para ocupar el espacio habituado a la agitación. La depresión es siempre el correlato económico de la depresión general o la depresión/paradigma.

 Baja la presión, se ralentiza la fuerza motriz y tiende a pararse la máquina. Tiende la vida a encogerse, rebajarse, descontarse, acercarse a cero, tal como metáfora perfecta, la suprema metáfora del intercambio entre la vida y la muerte y la esperanza y la decepción.



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La democracia de uno

El columnista de Repubblica Giuseppe d?Avanzo le llama Quello-Che-Comanda-Tutto o el Egócrata. La democracia italiana y con ella su opinión pública están sufriendo una curiosa y preocupante reducción, devoradas por ese Caimán voraz que se ha encaramado en su vértice. Pero este proceso ni es lineal ni su pesada factura corre exclusivamente a cargo de las víctimas, incluyendo las voluntarias y complacientes, que no faltan en este escenario. El propio ogro devorador sufre de forma indecible en su festín, porque es fruto de una ansiedad insaciable y de una contradicción sin remedio en quien lo quiere todo, la respetabilidad y la transgresión, el poder y la gloria, el amor y el temor, la perdición y la salvación eterna.

Michael Ignatieff expresó hace unos años, a propósito del terrorismo, una preocupación, obsesión le llamaba, ?por el fantasma de un ser solitario extraordinariamente poderoso que sería cruel castigo de la mismísima estima moral que nuestra sociedad prodiga sobre la idea de individuo?. Este ser ya está aquí entre nosotros, elegido en las urnas pero expresión perfecta de la democracia de uno, el único que con sus solos poderes, acomodados a sus necesidades, constituye mayoría, hace la ley a su gusto y conveniencia y deja a todo el resto de la sociedad en los márgenes del sistema. La tensión con que vive y encarna este sistema político acomodado a su persona se puede ver en su rostro, profundamente trabajado por la cirugía y por el desenfreno retenido. Con su piel de tambor batiente, su forzada sonrisa de saurio con implantes, su pelusa trasplantada y planchada, y su cuerpo activado por la química y la cirugía, este hombre situado en la frontera del androide se siente poderoso y sobrehumano, y no duda en decirlo. En su última erupción ha proferido los más graves insultos contra sus predecesores en la presidencia del Consejo. Con su soledad cada vez más aterrorizante, es fácil observar que en uno de sus festines terminará rodando por los suelos, atragantado por una de sus presas indefensas que le quedará atravesada entre las fauces. (Enlaces: con la entrevista digital de ayer al corresponsal de El País en Roma; con la última crónica de Giuseppe D?Avanzo; con la referencia a Michael Ignatieff; con las diez preguntas de Repubblica. Es obvio que preguntar a una bestia así es como citar al dragón a cuerpo descubierto desde la boca de la cueva.)



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7 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Llegaron las águilas

Hace pocos días, mientras cenábamos en el Urondo del barrio de Caballito, Cristian Alarcón me contó de las Aguilas Humanas. Eran un circo que hace ya muchos años solían levantar “al lado del río Cocule, en La Unión”, el pueblo chileno donde Alarcón nació. Volvían cada verano. Instalarse sobre el puente para ver el armado de las carpas y los preparativos era una ceremonia de rigor para los más pequeños. Según Alarcón, su abuela encontraba una ligazón científica entre el espectáculo recurrente y los fenómenos atmosféricos: “Llegó el circo, hoy llueve”, solía decir. Y esa misma noche, mientras las Aguilas Humanas que daban nombre a la troupe volaban al amparo de la carpa, llovía siempre –como que hay Dios.

         Habíamos hablado de muchas otras cosas esa noche (entre otras, la del inminente lanzamiento del blog de crónicas que habían imaginado con la gente del taller que dirige), pero el sueño siempre separa la paja del trigo. Al día siguiente recibí un mail donde aseguraba haberse levantado “con cierta resaca, pero además con cierto deja vu, y todo el día tuve una sensación de extraño descubrimiento. …Al fin del día entiendo que nada es casual: me reuní con mi bloguera, y hemos, creo, decidido que el bendito blog se llamara Aguilas Humanas”.

         Y allí está, ahora: deslumbrante como la carpa de aquel circo, y abierto a cualquiera que se presente en la dirección www.aguilashumanas.blogspot.com. 

         No contento con ser uno de los mejores cronistas de la lengua hispana (para comprobar que no exagero, basta con que lean el libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia), ahora Alarcón lanza a la pista a las estrellas de su semillero: gente que se floreció bajo su cuidado, malabaristas, magos, ecuyeres y trapecistas dispuestos a deslumbrarnos con esas historias que la realidad produce a borbotones y los escritores, como buenos tontos que somos, solemos pasar por alto.

         Ya están ahí los retratos del Tula, uno de los personajes más fellinescos que ha producido el peronismo en este país, y del célebre delincuente el Gordo Valor. Pero, según asegura Alarcón, “ya vienen los narcos, los freaks y el glam que no deben faltar”. Después de lo cual invita, al mejor modo del maestro de ceremonias, a visitar “la carpa de Las Aguilas Humanas, que siempre habrá algo nuevo en el aire de los nuevos cronistas latinoamericanos”.

         Allí estaremos.

         ¿A qué no saben qué? Hoy llovió sobre Buenos Aires.



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7 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Como si nada hubiera pasado

Leyendo los recuerdos que hilvanaba Barral a cuento de los días pasados en Formentor es difícil no verse envuelto por la melancolía en la que siempre supo ser un consumado maestro. Pues ya no importaba, cuando escribía Años sin excusa, si había pasado mucho o poco tiempo por encima de los amigos que la edad dispersaba o perdía de vista, sino la perecedera naturaleza de aquel memorable episodio literario.

Las cosas, entonces, se cometían: conspiraciones literarias, rivalidades larvadas en el regazo de la amistad, amoríos impertinentes. Desde las vehementes y geniales declamaciones pronunciadas a favor o en contra de una obra literaria decisiva, hasta la trágica humillación infligida por funcionarios policiales, las risas y los llantos que todavía hoy contagian a un lector conmovido, germinaban y se agostaban en una única jornada de esplendor. Como si los actores de nuestra literatura convocados en Formentor se conformaran ensayando una obra de teatro a cuyo estreno no podrían asistir.

Nunca más tendría lugar un encuentro como el iniciado por los poetas y escritores españoles en 1959 y fisgando las fotos en blanco y negro hechas en aquellos días de primavera, vemos en los rostros la grave atención que se prestaban los unos a los otros o el gesto de alegría ante unos cuerpos sazonados en la orilla del mar, cuando lo usual sería verlos en sus respectivas armaduras de rango, posición y prestigio, pero también se distingue en las miradas el brillo de una sutilísima impaciencia, una intranquilidad que ayudaba a consumar lo que no podía durar demasiado.

¿Qué puede significar la memoria de Formentor cincuenta años después? Conmemoramos la forja de una disidencia literaria, la ruptura estética y moral con la mediocridad de un Régimen agotado (por mucho que luego fuera a languidecer). Pero sobre todo nos hemos propuesto recuperar la cita de Formentor y prolongar la conversación de aquellos editores, escritores y poetas como si nada hubiera pasado: ni siquiera el tiempo.

(A finales de septiembre nos veremos en Formentor con José Saramago, Juan Goytisolo, Félix de Azúa, Josep Ramoneda, Javier Fernández de Castro  y numerosos amigos impacientes...)



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7 de septiembre de 2009
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Cementerio marino

En un jardín umbrío del cementerio marino de Vladivostok  se encuentra el monumento a los hombres del crucero Varyag, inmolados en 1905, durante la guerra ruso-japonesa, en el puerto coreano de Chemulpo, al percibir la imposibilidad de ganar en combate contra una escuadra de catorce barcos y decidir no entregarse. Alguna crónica cuenta que los militares japoneses quedaron profundamente conmovidos, lo cual habría contribuido a la decisión, tomada en 1911,  de entregar los restos de los hombres del Varyag para que fueran honrados en Vladivostok.

Mas en este  "Cementerio Marino" no sólo se evoca a los muertos rusos. En referencia a esta hecatombe de los años 18 y 19, en un ángulo, no lejos de las anteriores lápidas, la escultura de un soldado caído en combate da imagen a un texto escrito  en ruso, checo y francés "à la mémoire des tchecoslovaques morts au champ d'honneur".

Asimismo todo un ala se haya destinada a "honrar la memoria de aquellos que en febrero y marzo de 1919 fueron sepultados en algún territorio de Siberia" y que pertenecían a las siguientes fuerzas:  Royal Navy,  Royal Marine Light Infantry, Royal Field artillery, Royal Engineer, Hampshire Regiment, Middelsex Regiment, Canadian Infantery.

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7 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Plazos y extensión de la novela.

 

Hablábamos la semana pasada de la estrategia de la novela. ¿Pero exactamente cómo se establece esta, qué significa? ¿Hay una estrategia para escribir «una» novela? No, no hay una estrategia única pues cada novela es distinta y lo que es bueno para una no necesariamente es bueno para la siguiente. Esto es una de las primeras cosas que descubre el novelista: que cada novela requiere esfuerzos distintos y estrategias distintas. Hay novelas que exigen documentación y rigor, como las novelas históricas o las muy especializadas en un tema. Hay otras novelas, de carácter intimista, por ejemplo, que requieren una indagación sincera acerca de nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.  La estrategia empieza por una evaluación real de los plazos que nos fijamos para concluirla. Naturalmente, este aspecto que podría dividirse en tiempo de conclusión y etapas del proceso, no es rotundo ni taxativo: no puede ser un agobio que no nos permita disfrutar de la creación de la novela. Pero sí es bueno que nos propongamos cumplirlo porque de lo contrario es muy probable que no acabemos nunca, que abandonemos a la primera fatiga... y en la elaboración de una novela hay muchas.

En cuanto al segundo aspecto de la estrategia, creo que es bueno que imaginemos para nuestra novela una extensión aproximada. ¿Tendrá cien páginas? ¿Tendrá entre doscientas y trescientas páginas? ¿Más de cuatrocientas? Como en el caso anterior, esto no quiere decir que debamos cumplir con exactitud dicha extensión. Pero tener una idea aproximada nos permite regular los plazos de conclusión y también el esfuerzo que necesitamos para cumplir con ello. No es lo mismo salir a dar un paseo de quince minutos que hacer una caminata de cuatro horas. Saberlo nos puede ahorrar muchos disgustos.



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7 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los ojos

Puede que no exista el famoso ojo de Dios. Óptica teologal que todo lo ve y lo registra, artefacto omnímodo por cuya complejidad se hace posible anotar las dosis de bien y mal, las frecuentes esquirlas dudosas y las otras eximentes viajeras. Puede que ese OJO sea tan sólo una invención de los mismos seres humanos que desearían, de un lado, ser premiados por su bondad secreta pero que desearían también sentirse amenazados por la vigilancia de un guardián que, a su vez, resguarda.

De esta Gran Invención del Óculo Divino, semejante a la envolvente luz solar, la perfecta bóveda celeste, la delicada cúpula nocturna y algunas otras arquitecturas semiausentes deducimos un sentido para el quehacer y también sentido para hacer el bien.

Sin embargo ¿qué sucede cuando ese OJO universal, dispuesto para la Humanidad en bloque, se traduce en la mirada de alguien, un ser cercano, tan respetado y admirado como para ser la sustancia misma de nuestro autoconocimiento amable u odioso, eufórico o demoledor? Ese ser humano, próximo y real que nos ama, nos juzga. Y no ya porque desea encarcelarnos o ni siquiera ahorcarnos como consecuencia de haber actuado mal sino sencillamente porque su silencioso castigo consiste en dejar involuntariamente de querernos. Este incombatible silencio, comparable al absoluto desplome de la superbóveda, acaba por ensalmo con toda la construcción del cielo. Y, en consecuencia, sin techo, sin mirada, ¿para qué hacer, pensar, imaginar continuar sintiendo?



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7 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cuentos de Ishiguro

Nacido en 1954, Kazuo Ishiguro apareció en escena relativamente temprano, al ser escogido por la revista Granta como uno de los mejores escritores ingleses jóvenes. Corría el año 1983, Ishiguro tenía sólo una novela publicada, Pálida luz en las colinas (1982). Los premios no tardaron en llegar, entre ellos el Whitbread por Un artista del mundo flotante (1986) y el Booker por Lo que queda del día (1989). Miembro de una generación brillante -que incluye a Martin Amis, Ian McEwan, Salman Rushdie y Julian Barnes--, Ishiguro es de los que publica menos: sus libros aparecen cada cuatro o cinco años. En una carrera de un cuarto de siglo, conocemos de él sólo seis novelas, y ahora, por fin, su primer libro de cuentos, Nocturnos.

Los cinco cuentos que componen Nocturnos se hallan relacionados temáticamente por la música. El "nocturno" es una composición musical que tiene a la noche como punto de inspiración. Los personajes de estos cuentos son músicos que no han triunfado o que, si lo han hecho, están llegando al final de su carrera lamentando aquello que pudo ser y no fue. Este es un tema central en la obra de Ishiguro: si en sus novelas hay una aguda conciencia del paso del tiempo, en estos cuentos hay la realización de que ese tiempo ya pasó. Sin embargo, los ritmos narrativo de Ishiguro para la novela son expansivos y naturales; el cuentista se nos revela esquemático, dado a paradojas cerebrales que no conectan con el lector. Pese a una que otra cosa interesante, Nocturnos es un libro muy flojo, escrito en un inglés sin brillo, casi neutro, inesperado para uno de los grandes estilistas de nuestro tiempo.

En su conocido ensayo "Tesis sobre el cuento", Ricardo Piglia escribe que el cuento moderno está condensado en unos apuntes de Chejov: "Un hombre, en Montecarlo, va al Casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida". Dice Piglia que la paradoja de Chejov consiste en "desvincular la historia del juego y la historia del suicidio". Un hombre que gana un millón y vuelve a casa es una anécdota; uno que gana ese mismo dinero y se suicida es un cuento. Toda la cuentística moderna podría ser un intento de contar el por qué de esa paradoja, de ese enigma. En Nocturnos, Ishiguro parece haber apostado por crear ciertas paradojas forzadas: en el primero de los cuentos, "Crooner", un cantante alguna vez célebre planea su regreso al escenario, pero para ello primero debe dejar a su esposa, de la cual está profundamente enamorado. En el último cuento, "Cellists", una mujer descubre en la infancia que es una virtuosa del violonchelo, y decide dejar de tocarlo a los once para proteger su genio: no quiere que sus profesores arruinen su talento. Ahora, a los cuarenta y uno, piensa que quizás se le ha ido algo la mano: "Recuerda que lo mejor es esperar. A veces me siento mal por ello, por no haber revelado mis talentos. Pero tampoco los he dañado, y eso es lo principal".

Ishiguro quiso ser músico. Tocaba en las calles y en el metro de París, hacía demos para buscar productores. Con el tiempo, se fue dando cuenta que su habilidad para componer canciones era un callejón sin salida, y evolucionó hacia la literatura: lo que deseaba era sobre todo crear escenarios narrativos. Quizás por ello hay en estos cuentos una mirada llena de compasión hacia los músicos que pueblan las plazas de Venecia, gente que alguna vez soñó con el éxito comercial y la adoración de las masas, y que ahora, ya mayor, descubre que su inclinación musical apenas le sirve para llegar a fin de meses. Los sueños han sido frustrados, pero queda la pasión por la música.

Ishiguro dijo hace algunos meses que, dado su ritmo, le quedaban a lo sumo cuatro libros por escribir. Eso, dijo, sería un aliciente para acelerar su ritmo. Ojalá. Así no esperamos mucho para que se reivindique.

(La Tercera, 7 de septiembre 2009)



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7 de septiembre de 2009
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