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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Feliz día, Iván

Fuente: freerepublic Normalmente, en estas fechas siempre hacía una broma por el día de los inocentes. Y muchas veces, esas bromas las hacía en pared con Gustavo Faverón y "Puente Aéreo". Era divertido. Pero este 28 no hay bromas. El único al que todo el año lo han agarrado de inocente, en realidad, es a mí. Así que Feliz Día, Iván.



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28 de diciembre de 2009
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Una cruz en Duchov II

Siendo así que nadie mejor que él va a contarnos su vida, limitaremos esta introducción a unos cuantos asuntos que pueden orientar al lector. Y el primero de ellos es ¿a qué "vida" se refiere el título? Porque Casanova vivió decenas de vidas y no una sola; es el suyo un caso de síntesis colosal en la que es posible adivinar por lo menos cinco destinos potenciales, aunque por fin venciera el menos cómodo para él. Vivió la vida de un seductor, pero también la de un eclesiástico, músico, inventor, político, científico, geómetra, médico, químico (o alquímico), economista, ¿qué vida no vivió? Este hombre tanto se dedicaba a proporcionar atractivas muchachas a Luis XV (la célebre Mademoiselle O'Murphy cuyas nalgas de melocotón aún se pueden admirar gracias a Boucher) como le escribía un estudio a la Emperatriz de Rusia para adaptar el calendario ortodoxo al europeo (Nota 2). Y sin embargo, cuestión que a él le desagradaría profundamente, ha quedado para siempre decretado como aquel que sedujo a cientos de mujeres, el fenómeno sexual de Europa. Esta es su herencia trivial.

    ¿Sedujo Casanova a muchas mujeres? Para empezar, rara vez seduce sino que más bien se deja seducir, es decir, acepta de buen grado las ocasiones que se le presentan. Eso sí, adivina muchas más ocasiones de las que un ciudadano vulgar es capaz de intuir... o asumir. Nunca fuerza la situación, jamás violenta a ninguna de sus amantes e incluso tiene una reserva sensible que le impide, por ejemplo, aprovecharse de mujeres ebrias. No hay nada extraño o exagerado en la vida amorosa de Casanova como no sea algo que, en efecto, es infrecuente: que se convierte casi siempre en amigo y protector de sus antiguas amantes. Muchos casanovistas lo han subrayado: el veneciano es el anti-Don Juan, su contrario y enemigo. Allí donde el aristócrata sevillano, infectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, misógino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una ocasión. De otra parte (permítaseme la humorada) tampoco fueron tantas. No más de las que muchos estudiantes actuales conocen bíblicamente entre el bachillerato y la licenciatura (Nota 3).

    Quizás el mayor misterio sea el de cómo pudo producirse semejante fenómeno: un libertino que, sin embargo, respetaba profundamente a las mujeres, en contraste, por ejemplo, con el perverso seductor Valmont de Les liaissons dangereuses (otro manual casi científico sobre las estrategias sexuales), por no hablar del marqués de Sade (Nota 4). Creo que en esa inclinación amable y loable de Casanova influyó grandemente que fuera nativo de Venecia, lugar en donde no se dio la represión religiosa que atenazó al resto de Europa durante siglos, donde la tolerancia sexual era manifiesta, y en donde (como le sucedió al propio Casanova) casi nadie era hijo de su padre. Absoluta y rotundamente veneciano, siempre en relación con venecianos que irá encontrando por todos los rincones del mundo (¡incluso en Barcelona... y le costará la prisión!), Casanova no dejó su patria hasta verse obligado a escapar.

    Nos referimos al celebérrimo episodio de su huida de la prisión de los Plomos, una de las mejores aventuras de su vida, una obra maestra de suspense que fundará su fama en las cortes europeas cuando la publique con el título de "Mi huída de los Plomos". Pero cuando esto sucede nos las tenemos ya con un hombre de treinta años en la plenitud de su fuerza. De no ser así, nunca habría podido escapar. Hasta ese momento, 1756, ya era muy viajado, había vivido en Constantinopla, en París, en Dresde, en Praga, en Viena, pero seguía siendo un perfecto súbdito de la Serenísima. La huida de la prisión del Dogo y la humillación de la nobleza veneciana ante semejante audacia, harán imposible su regreso hasta mucho más tarde.

    Emociona pensar que sólo a partir de esa extraordinaria fuga perderá Casanova la nacionalidad republicana, pero que no cejará hasta que la retome en 1774, cuando la nobleza se digne perdonarle. Y aquí tiene el lector otro dato de suprema importancia: en cuanto regresa a Venecia con el perdón del Dogo, se acaba la historia de su vida narrada, se acaba la Histoire de ma vie. No cumple su promesa y cierra el relato cuando regresa a casa. Será justamente ese ansiado retorno, ya cincuentón y vencido, lo que le irá sumiendo en un abismo de abyección (espía, soplón, rufián) que sólo acabará con un segundo exilio, cuando, moral y físicamente hundido, se vea obligado a fatigar nuevamente los caminos de Europa sin un céntimo, rechazado por la sociedad opulenta (que era su sustento, como el mar para los peces) y en circunstancias cada vez más desesperadas hasta que, ya sexagenario, lo recoja el conde de Waldstein y lo mantenga en la biblioteca de su castillo de Dux (hoy Duchov, en Chequia) como una curiosidad o un ornamento de gabinete. Allí moriría en 1798 sin ni siquiera una lápida. Y cuando por fin la pusieron, estaba mal escrita.

    Los detalles de esa parte sombría, la que Casanova no escribió, nos ha ido llegando gracias a los casanovistas, un club internacional selecto y trabajador que ha rastreado hasta el último rincón de la vida real de Casanova y esclarecido puntos chocantes, como que muchas de las aventuras inverosímiles sean verdaderas, en tanto que las verosímiles puedan ser falsas. Ellos son los que nos han descrito los últimos años de Casanova en aquel castillazo bohemio (Nota 5), en el confín del mundo, befado por sirvientes que le despreciaban y atormentaban, convertido en una figura grotesca que vestía, se maquillaba y actuaba como un primoroso galán de los que se pavoneaban por París sesenta años antes, sin dientes, medio chiflado.

    Pues, a pesar de todo, (¡oh asombro, oh admiración!) todavía era capaz de seducir epistolarmente a dos o tres buenas mujeres (jóvenes) que le enviaban sopas, dulces, mensajes, regalitos, compañía escrita y, sobre todo, afecto. Fue allí, jugando al escondite con la locura, cuando, para distraer el insoportable dolor de una vejez miserable, comenzó la redacción de este libro pluscuamperfecto, el más completo homenaje que se ha escrito jamás a la energía de la juventud, al gozo supremo de lo inmediato, el placer de respirar, de tener músculos elásticos, nervios templados y el deseo tenso como un felino que olisquea gacelas.

    Seguramente comenzó a redactar estas memorias hacia 1789 (¡año memorable¡) durante los interminables inviernos bohemios, pero las fue puliendo y reescribiendo en sucesivas ocasiones hasta que el texto que ahora conocemos estuviera listo posiblemente hacia 1797-98. La revolución y las guerras napoleónicas, que no terminarían hasta 1814, hicieron del manuscrito una pieza secreta y preciosa, conocida por muy pocos y difundida sólo entre los amigos del Príncipe de Ligne, gran guerrero y amigo de Waldstein, el cual había tomado una particular afición por el anciano Casanova, y a quien éste copió parte del texto para uso personal del magnate, lo que originaría un lío mayúsculo en la posterior recepción del manuscrito definitivo.

    Conocemos también el detalle más triste de este final despiadado. Aún retocaba su obra en 1798 cuando, tras innumerables cartas pidiendo clemencia, le llegó un segundo perdón del Dogo veneciano. Compadecida, la máxima autoridad de la Serenísima otorgaba su favor para que el anciano de Duchov regresara a morir en su ciudad natal, como había rogado por mensajería a lo largo de innumerables y fríos inviernos bohemios. No pudo ser. El bibliotecario de Duchov, personaje estrafalario por el que nadie estaba ya interesado y que todos tenían por un incomprensible capricho del duque (hacía ya muchos años que Waldstein no ponía los pies en su castillo, afanado de batalla en batalla en las campañas napoleónicas), se apagó con la carta del Dogo en la mano. Sería enterrado de mala manera en aquel lugar oscuro sin que nadie pudiera sospechar el monumento a la felicidad que había escrito el extravagante bibliotecario de un duque quizás inexistente. Nunca se han recuperado sus huesos.

    Cuenta uno de sus biógrafos, Guy Endore (aunque lo tengo por invención ya que ningún otro lo señala), que sobre su tumba clavaron los lugareños una cruz tan pobre y malparida, que cayó al suelo con la primera tormenta. Desde entonces, algunas mozas que acudían al camposanto de noche para encontrarse con sus amigos, salían despavoridas cuando la falda se enganchaba en los restos de la cruz derribada. ¡Qué éxtasis no habría supuesto para la mano de hueso del veneciano haber tan sólo rozado como una brisa aquella piel de veinte años, la dorada piel del mundo viviente!

 

Notas al texto

(2)- Como ejemplo de sus trabajos científicos (y en razón de que lo menciono), el lector curioso puede ver el titulado "Proposiciones de un diputado de la república de las letras, sometida al profundo juicio de la emperatriz de todas las rusias, Catalina II, con el objeto de hacer coincidir el calendario ruso con el europeo". Fue traducido y editado por La Gaceta del FCE en su nº 132 (diciembre de 1981).

(3)- En cambio, fue severamente castigado por éstas tan inocentes aficiones. El doctor Jean-Didier Vincent da la siguiente lista de enfermedades venéreas de Casanova entre los 17 y los 41 años: cuatro blenorragias, cinco chancros blandos, una sífilis y un herpes prepucial.

4)- Hay que subrayar, además, que muchas de sus aventuras amorosas o sexuales son serias y no cosa de un día. Algunos de sus lances son deliciosas novelitas dentro de la gran novela de su vida. La historia de la abadesa de Murano que compartió con el espléndido abate Bernis, la del travestido Bellino y esa escena digna de Hollywood que es el reencuentro con la mujer irrecuperable ya convertida en esposa y madre, la de Henriette a quien tanto respetaba y la única de quien quemó las cartas, la de Manon Balletti y tantas otras, podrían editarse como breves narraciones libres y con fundamento propio.

(5)- Una ingente cantidad de documentación apareció en el propio castillo de Duchov: más de diez mil documentos que hoy se encuentran en los archivos de Praga, porque Casanova fue tomando notas a todo lo largo de su vida y guardándolas celosamente en un baúl que llevaba consigo a todas partes o lo confiaba en manos amigas hasta recuperarlo, lo que explica una capacidad de rememoración que de otro modo no sería razonable.

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28 de diciembre de 2009
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Dublín sin boda

Dublín es la ciudad favorita de dos secciones muy específicas de la población europea: los que estudian inglés y los que se van a casar. Les veo más sentido a los segundos. Dublín (en general Irlanda) es un lugar de gran hermosura natural, relativamente pequeño y abarcable y habitado por personas locuaces; tiene además para el viajero católico practicante la oferta de sus muchas iglesias, no tan hermosas como las de Italia pero siempre abiertas. Constituye un misterio para mí, sin embargo, que tanta gente de la Europa no anglosajona piense que el mejor sitio para aprender inglés es la capital de Irlanda: algo así como si se hubiera extendido la convicción de que el destino idóneo para aprender español fuese Lugo. No dudo del nivel docente de las numerosas escuelas de lengua que se ven en Dublín, además de las que no se ven, repartidas por la campiña y anunciadas profusamente en la prensa española. Lo que tampoco es posible negar es el acento de los dublineses, tan señaladamente distinto del inglés ‘standard' como lo puede ser el castellano de los lucenses (el gaélico, lengua de arcana y dulce música, se oye poco en la ciudad). Pero ahí están, en corros o pandillas dicharacheras, los chicos de ambos sexos, españoles, franceses, italianos, a la salida de las academias de la zona céntrica situada entre el río y el Gran Canal, cargados de cuadernos y gramáticas y con el cigarrillo preparado; esto último no llama tanto la atención en un país de gran densidad fumadora.

     El segundo segmento humano al que me refiero se observa sobre todo los fines de semana y está compuesto de ingleses que, en formaciones estrictamente masculinas o femeninas, recorren las calles cercanas a Temple Bar uniformados y llevando en la cabeza artilugios vibrátiles: grupos organizados de amigos y amigas que han elegido la acogedora ciudad para sus despedidas de soltero. Me dicen los que saben de asuntos matrimoniales que también Girona (bien servida por una compañía aérea ‘low cost'), aparte de Palma de Mallorca, son destinos preferentes de estas celebraciones; en Dublín llaman grandemente la atención, en mi caso desde que llegué al aeropuerto, si bien no dejé de verlos en los siete días de estancia, ellas con camisetas alusivas a la condición gallinácea (las despedidas de chicas se llaman en inglés "hen parties", fiestas de gallinitas) y ellos con similares ‘tee-shirts' y un aderezo de cuernos de plástico para afirmar que están en medio de una "stag party", una fiesta de ciervos machos. La cercanía entre el Reino Unido e Irlanda, la cantidad de los ‘pubs' dublineses y la alta calidad de la cerveza local, la negra sobre todo, se dan como los principales motivos de esta proliferación del turista pre-nupcial.

    Para el soltero no-casadero o para los ya casados, Dublín dispone de muchos otros atractivos, bastantes de ellos ligados a la letras. Es sintomático que el primer cartel de propaganda que el recién llegado ve al bajar del avión sea una bienvenida al "país (pequeño país, eso no lo dice el anuncio, pero lo sabemos: poco más de 4 millones de habitantes en total) de los cuatro premios Nobel de literatura". Los cuatro son Bernard Shaw, Yeats, Beckett y, el más reciente, el poeta Seamus Heaney, pero la lista de nombres con los que la República de Irlanda ha enriquecido la literatura en inglés es deslumbrante: desde pensadores como Berkeley o Burke a dramaturgos (Sheridan, Synge, O´Casey, Behan) y novelistas (Jonathan Swift, Oliver Goldsmith, Bram Stoker, Flann O´Brien, James Joyce, hablando sólo de los muertos, y no de todos). Y luego está, naturalmente, Oscar Wilde. La ciudad los resalta, los honra y los tiene abundantemente esculpidos, por mucho que en su día los viera partir sin poner remedio, camino de Gran Bretaña, el oscuro objeto de un amor y un recelo nunca del todo bien compensados. El escritor británico V.S. Pritchett, en su excelente y a menudo muy ácido libro sobre Dublín, dijo que los irlandeses son los peores enemigos del escritor irlandés, y "éste sólo puede triunfar fuera de ella, en Inglaterra o en América".

    En el corazón de la zona georgiana de la ciudad, Merrion Square, el curioso puede dar la vuelta a la plaza, rodeando uno de los muchos parques de Dublín, St. Stephen´s Green, y siguiendo la estela de los escritores que allí nacieron o vivieron: Oscar Wilde, el autor de relatos góticos Le Fanu o el primer Nobel irlandés, Yeats, descrito en la placa correspondiente como "senador, poeta y dramaturgo". En la mansión de esquina, 1 North Merrion Square, donde Oscar pasó una buena parte de su juventud, contienden dos placas en el muro, la del escritor y la de su padre, el eminente cirujano y oculista de la reina Victoria Sir William Wilde, un caballero de vida amorosa agitada y hábitos de higiene puestos en duda por sus contemporáneos. Siendo justos, podría haber habido una tercera placa conmemorando a la madre y esposa de los dos hombres, Lady Wilde, poetisa refinada y animadora, vestida siempre con un toque excéntrico, de un salón literario de gran relieve. La mansión de los Wilde, hoy ocupada por el Colegio Americano, se puede visitar, aunque su interior carece de interés; mucho más popular entre los turistas es cruzar la calle y buscar en un recodo del parque la estatua de alabastro que se le erigió al autor de ‘De Profundis' en la pasada década. Aunque las columnas de granito y figuras aladas que le acompañan son de una notable cursilería, hay ocurrencias ‘wildeanas' grabadas en la piedra, y una de ellas, "Ser natural no es más que una pose", cuadra perfectamente a la languidez irónica y estudiada que tiene su cuerpo de ‘dandy' recostado, no se sabe muy bien porqué, en un peñasco.

     La ciudad gira en torno a dos puntos cardinales, el río y la universidad. Dublín tiene cerca del centro su puerto marítimo, pero el Liffey es un río tan ameno y caudaloso que el amante de las aguas puede conformarse navegándolo (hay cruceros fluviales de distinta extensión) o paseando por sus dos orillas urbanas. La ribera sur bordea la llamada área medieval, donde se encuentran el Castillo y la no muy impresionante catedral de Christchurch, y también la zona de bares de Temple Bar, refugio favorito de las concentraciones avícolas y venatorias de los británicos. La ribera norte exhibe la fachada más monumental de la ciudad, con los macizos pero elegantes edificios neoclásicos del arquitecto James Gandon, el Palacio de Justicia, conocido como las Cuatro Cortes, y la Aduana o Custom House. También es atractiva, aunque más tardía, la sede central de Correos, subiendo por O´Connell Street desde el río, un lugar lleno de connotaciones históricas para los irlandeses, pues desde su escalinata de acceso leyó el patriota Pádraig Pearse la declaración de la república, dando así comienzo a los sangrientos sucesos de la Pascua de 1916; ardió en el asedio de las tropas inglesas, y volvería a ser escenario de combates armados durante la guerra civil de 1922, dejando las balas huellas aún hoy visibles en las altas columnas dóricas de su pórtico.

     Pasear por un Dublín nocturno, no sólo alrededor del Liffey, es un ejercicio placentero; los Romanos nunca llegaron a la isla, pero la ordenación urbana de la capital dio paso a mitad del siglo XVIII a un "Comité para hacer calles anchas y cómodas", y el posterior desarrollo de la ciudad las ha respetado. Tan sólo las noches de los viernes y sábados estas amplias calles se ven un tanto abarrotadas, sobre todo en la cercanía de los locales con música en vivo; el ‘folk', incluso para un turista con buenas intenciones étnicas, puede llegar a hacerse, por omnipresente y por chillón, empalagoso.   

   Los ‘pubs' de Dublín tienen fama, y se visita mucho el más antiguo de todos,  The Brazen Head (la Cabeza Bronceada), situado junto al río, enfrente de las Cuatro Cortes, y activo desde el siglo XII, antes de que fuera legal vender alcohol públicamente. A mí me gustaron sobre todo los bares tradicionales de dos hoteles con historia, el Shelbourne, junto al citado parque de St. Stephen´s Green, y el más modesto del Hotel Lincoln´s Inn, al lado del Instituto Cervantes pero más significativo aún porque en él se conocieron James Joyce y Nora Barnacle, que trabajaba allí de camarera. Dublín ofrece ahora muchos recorridos y mementos ‘joycianos'; mi homenaje más fiel fue la pinta de cerveza Guinness en el astroso pero atmosférico ‘pub' de Jack Kavanagh, donde aún hoy beben los enterradores del cementerio de Glasnevin, uno de los escenarios del ‘Ulysses'.

    Decir universidad en Dublín equivale a decir Trinity College, un conjunto académico que ocupa una extensa parte del centro desde su fundación a finales del siglo XVI gracias a una cédula de la reina Isabel I, interesada en impedir que sus jóvenes súbditos irlandeses fueran a estudiar a Europa y se contagiasen del papismo. La universidad fue durante siglos un reducto exclusivo de protestantes, si bien hoy los estudiantes son en su mayoría católicos. La arquitectura que vemos paseando por su agradable entorno abierto al público es casi toda decimonónica; una de las construcciones menos vistosas en su exterior alberga sin embargo uno de los ‘musts' absolutos de la ciudad, la biblioteca. La gente hace cola para ver el Libro de Kells, con sus páginas bellamente iluminadas en el siglo VIII por unos monjes escoceses; la exposición montada a propósito del libro es algo vulgar, y las láminas abiertas pocas. La gran recompensa a la larga espera es subir después a la biblioteca, una especie de nave catedralicia donde los volúmenes, los anaqueles, las ingeniosas escaleras y la bóveda cubierta de madera nunca, como en otras grandes bibliotecas, arredran. Aunque grandiosa, tiene algo de teatro de cámara donde uno gustosamente se pondría a hablar con los libros.

     Hay muchos museos en Dublín, y tres inolvidables. La Galería Nacional de Irlanda ofrece una vasta colección de muy buena pintura británica e irlandesa y una serie apabullante de obras maestras de la escuela italiana y española, con un extraordinario retrato de la actriz Antonia de Zárate pintado por Goya. El estimulante Museo de Arte Moderno, dirigido por el poeta y crítico mallorquín Enrique Juncosa, ocupa el antiguo Hospital Real, quizá el más noble edificio de la ciudad. Al norte del río, y desdeñando el tontísimo Museo de los Escritores, no hay que perderse, dos puertas más allá, la Hugh Lane Gallery, también conocida como la Dublín City Gallery. Los cuadros impresionistas que se muestran fueron coleccionados por el magnate Sir Hugh Lane antes de morir torpedeado en el Lusitania, pero el visitante tiene que guardar tiempo suficiente para enfrentarse, al fin del recorrido, a un sublime paisaje de catástrofe: la reconstrucción minuciosa del estudio de Francis Bacon, que sus herederos legaron a la ciudad natal del gran pintor fallecido en Madrid. Amontonados en un desorden casi inverosímil ("Trabajo mucho mejor en el caos", dijo Bacon), las cajas, recortes, maletas y lienzos acuchillados tienen un poder hipnótico, y en la sala contigua hay obra suya poco conocida y toda magistral.

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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El plato

Hay un abismo entre el plato vacío y el plato lleno.  O mejor, hay un abismo entre el plato lleno y el plato vacío. Este hiato se describe pictóricamente como el clamor del hambre y, semióticamente, como la palabra y el mutismo. La mudez, la oratoria y el silencio, el argumento y la nada.

 La casa da el plato impulsa a hablar. La casa da el habla. Siendo de un linaje alimentario se posee un lenguaje y teniendo un lenguaje sustancial y propio se posee un poder. El discurso del poder del plato en su variada versión.

Del plato llano se parte para el discurso llano y del plato hondo - el segundo plato capital- para el discurso más trascendencia. Juntos forman, en combinación  con otros que componen la integridad de la vajilla la  pertinencia a un sistema donde el conjuntos se integra como un juego de juegos significantes en el valor general.

No cualquier valor general, sino el valor particular concebido y respetado como una enseña de familia, de manera que es en los juegos de platos, como en los de la cubertería o en la cristalería donde se plasman o inscriben las señas ( o iniciales) de la casa.

Esa casa es dueña de una insignia que trasmite su marca a los alimentos que sirve y, en consecuencia, su característica alimentaria forma parte de  su territorio y su campamento distintivos. Esa familia,  esa nobleza, ese linaje, se graba en las piezas de comer como lo fuera en su armamento, puesto que disponer con propiedad de la comida concede un estatus de privilegio, de prevalencia o de identidad social

Sólo los mendigos carecen de platos propios y marcados. Exponen sus platillos mendicantes y anónimos como soportes de una limosna que indiferenciadamente reciben de aquí y de allá. Son mendigos  y nómadas. no poseen el alimento por su casta sino por amor de Dios, azarosamente, milagrosamente. Son, de este modo, por-dioseros. Deben su sustento a la caridad en cuanto trasunto del posible amor de Dios repartido caprichosamente sobre la conciencia de los hombres.

Se alimentan, por tanto,  basados en la piedad o, lo que es lo mismo, en la estocástica intersección de la benevolencia divina. La providencia les provee, los files le ofrecen  sus cosechas en un juego de benevolencia y azar.

El plato vacío, en la vida tradicional es sinónimo de una petición extrema. El plato lleno es equivalente a la gula pero el plato vacío es patrimonio e Dios. Entre ambos extremos se halla la virtud, el alimento que se reparte en forma de cuerpo místico o el sustento que se dona en nombre de la  caridad.

Dentro de las casas modernas el plato se apila como  un rutinario  instrumento del almuerzo o de la cena pero todos los platos reunidos, presentados en resma, dan a entender el desahogo de la economía doméstica y su potencial capacidad para cubrir el aforo de los diferentes platos requeridos.

 Hondos y llanos, bandejas y platillos de postres, se reúnen en el sistema  del banquete que la familia se otorga u ofrece festivamente a los parientes o la los demás. He aquí una seña de poder burgués que no se representa en las cuentas corrientes, ni las escrituras, sino en los atributos instrumentales para invitar a comer en el hogar.

Contar con  una vajilla,  una cristalería y una cubertería completas remite a un nivel social que no sólo come bien y holgadamente sino que invita a comer  gentes del exterior. La  casa goza del poder de invitar y, virtualmente, cuenta con  invitados plurales. Gentes que procediendo del exterior se atienen al interior a través del régimen que dispondrá el menú. s.

La cocina es una máquina de poder. Lo constata el cocinero, sea o no profesional, y lo exhibe la casa en cuanto  bajo su menú particular ve sometidos a los comensales. Agasajados sí pero, a la vez, gobernados por el firme dictado de los platos. La cocina es una máquina de poder: obliga al asentimiento de los invitados e  impone con su composición el gusto de los invitados.

n todos estos actos, el plato cumple una función  esencial. En su superficie se deposita el alimento propio de la casa, su interpretación del gusto o  el linaje y de su contenido han de participar los comensales, los partícipes de   su digestión posterior, realizada en cada estómago individual más o menos orquestada por la dirección de la casa. El plato actúa, en consecuencia, como un intermediario entre la oferta y su metabolismo, entre el rito de la invitación y la realidad del colon.

Todo plato, como en el ofertorio católico, es una ofrenda al más allá pero, en cuanto elemento mediático, conlleva una surte de  regalo social que reclama una contraprestación social.

Todo plato en soledad es un espejo del fracaso individual  mientras todo plato en la concurrencia de una mesa conlleva una positiva manifestación social. Frente al plato en soledad donde prevalece el espejo deletéreo, el plato desplegado en sociedad y convertido en vajilla disponible. Entre uno y otro extremo discurre la escala del vasallaje. la asimetría del don y el contradón, la evidencia del plato como un plano en donde se provoca la deuda infinita, teológica, o la deuda humana de la contraprestación. Acaso nunca, con más contundencia, se advierte que todo regalo alimenticio reclama su equilibrio igual. Y de ahí las interminables cenas de sociedad siempre incapaces de cumplir, plato a plato, la deuda social del banquete y su simbólica simetría institucional.



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Consecuencias del mal periodismo

Es más que notable que una de las tres debilidades actuales de la política exterior norteamericana, según diagnóstico de un analista tan destacado y bien informado como el ex consejero nacional de Seguridad de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, tenga que ver directamente con ?el declive acelerado en la circulación de los diarios y la trivialización del reporterismo televisivo, antaño informativo?. Este fenómeno conduce a que ?noticias fiables y a tiempo sobre los problemas más serios se hallan cada vez menos a disposición del público? y, en cambio, ?soluciones formuladas en términos demagógicos se convierten cada vez en más atractivas, especialmente en los momentos difíciles?. La consecuencia de todo ello, que le permite a Brzezinski su original conclusión, es que ?entre todos los grandes países democráticos, Estados Unidos tiene uno de los públicos menos informado cuando se trata de los asuntos internacionales?.

Esta observación parece venir al pelo también para la opinión pública española, justo en el momento en que España va a hacerse cargo de la presidencia semestral de la Unión Europea, en un momento tan decisivo como es la aplicación y puesta en marcha de las instituciones del Tratado de Lisboa. Pero lo curioso es que también vale una de las otras dos causas esgrimidas por el experto en política mundial como es la profundización en la polarización política, que impide la realización de políticas de consenso (bipartidistas en Estados Unidos) y anima, a su vez, ?a la infusión de demagogia en los conflictos políticos?. Tan es así que, en el caso español, la firma de un acuerdo sobre la presidencia española no impide que gobierno y oposición sigan tirándose los trastos a la cabeza por cualquier motivo, incluidos todos los que tienen que ver con la política exterior. La tercera causa o ?debilidad sistémica? de la política exterior norteamericana, citada por Brzezinski como la primera de todas, es quizás la más genuina y de difícil traslación, pero no menos interesante para el observador. Se trata de la creciente influencia de los lobbies o grupos de presión en lo que concierne a la política exterior, lo que conduce a que el Congreso ?no tan sólo se oponga activamente a las decisiones políticas sino que incluso imponga algunas al presidente?. El veterano experto no se refiere a la presidencia norteamericana en general, sino a la de Obama en particular y con tintes abiertamente pesimistas. ?En la campaña por la presidencia, Obama ha probado que es un maestro a la vez en la conciliación social y en la movilización política?, asegura. Pero añade que ?no ha hecho todavía la transición desde el orador inspirado hasta el estadista efectivo?. Estas observaciones aparecen en un artículo que publica en su próximo número de enero/febrero la revista Foreign Affairs y que constituye un serio varapalo para la presidencia de Obama, en el que se le reprocha que no haya sabido aprovechar el primer año en la Casa Blanca para hincar el diente a los principales problemas mundiales, debido sobre todo a su concentración en la economía y en la reforma del sistema de salud. (Enlace con el artículo, de pago).



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo truculento y lo milagroso

En Lima me contaron que había bandas en la selva que se dedicaban a matar para utilizar la grasa de los cadáveres en productos que, en manos de ciertos curanderos, aseguraban la eterna juventud, la inmortalidad y algo de ningún modo despreciable como es la potencia sexual perpetua. A esos asesinos los llamaban "sacamantecas", herederos de una siniestra tradición, la de los pishtacos, supuestos almacenadores de grasa humana. Quien me contó esta historia estaba bien informado y sabía detalles tremebundos, aunque reconocía que se trataba de un rumor que nadie había verificado oficialmente.

Recordé la historia unos cuantos días y luego la olvidé en el desván de las noticias inverosímiles. Ahora ha habido una verificación oficial del rumor, o eso asegura el jefe de la Dirección de Investigación Criminal de Perú, quien ha revelado a la prensa la existencia de una banda, los Pishtacos de Huánuco, dedicada a almacenar grasa humana. Los asesinatos cometidos serían unos 60 y el ex jefe de la banda Hilario Cudeña se vanagloria de llevarpishtaqueando más de 30 años. La única diferencia con respecto a la historia que mi interlocutor me relató es que los clientes de los sacamantecas no eran curanderos locales, sino fabricantes europeos de cosméticos.

La Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética se ha apresurado a desmentir cualquier vínculo posible, ya que la utilización de grasa humana "carece de toda lógica". Naturalmente, hay que creerlo. No será fácil, van juntos. Cuando uno entra en una farmacia a comprar aspirinas y repara en la cantidad de productos, aprobados legalmente, que otorgarán la eterna juventud y la inmortalidad, el milagro se hace evidente. Nuestras farmacias son más audaces -o temerarias- en las promesas que albergan que cualquier tienda de santería, y por ahí siempre pueden colarse la sospecha y sus fantasías. Espero que Cudeña y sus secuaces aclaren cuál era el destino de todas esas botellas llenas de horrores licuados.

 

El País, 28/11/2009



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28 de diciembre de 2009
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Mis aventuras con las películas (2009)

Antes de comentar cuáles fueron mis películas favoritas del año que culmina, dejo constancia de una consideración.

         Víctima de las presiones del mercado y de sus propios esquemas de producción, el cine de hoy parece determinado a parafrasear a Richard Matheson y convertirse en el increíble arte menguante. Las películas –admitámoslo- son cada vez peores. Y las variantes tecnológicas (3D, IMAX) no van a salvarlo de su actual marasmo, del mismo modo que no fueron ni el Cinemascope ni la pantalla en 70 mm lo que preservó al cine de perecer a manos de la TV entre los años 50 y 60. (Los salvadores fueron narradores como David Lean y Anthony Mann, más allá de la dimensión de las pantallas; y por supuesto, los productores que confiaron en ellos en lugar de contratar a profesionales mediocres para dirigir Lawrence de Arabia y El Cid.) Esa es la razón por la cual la lista de películas nuevas que desgranaré es corta: ¡es que simplemente no hay tantas películas buenas!

         Las que más me gustaron de este año son: Let the Right One In de Tomas Alfredson (una bellísima historia de amor, que para más datos tiene por protagonistas a dos niños o, para ser preciso, a un niño y a una niña-vampiro), Public Enemies de Michael Mann (no es la mejor peli de su carrera, pero uno elige comparando con el resto de la manada del año), District 9 de Neill Blomkamp (fantástica como ciencia ficción, pero también como cine político –y cine a secas, por supuesto), Up (si los muchachos de Pixar se animasen a no convertir los terceros actos de sus películas en persecuciones convencionales, Wall-E y Up serían obras maestras), Historias extraordinarias (el maratón de Mariano Llinás, una máquina narrativa con vocación de sinfín) y La sangre brota de Pablo Fendrik.

         Gran Torino y Bastardos sin gloria me parecen buenas pelis, y punto. Mi hija Agustina sostiene que Two Lovers de James Gray es maravillosa, pero todavía no pude verla. The Hangover me resultó muy graciosa. Encontré que (500) Days of Summer era encantadora. Y Antichrist de Lars von Trier me perturbó tanto que no me animé a escribir sobre ella en este sitio; precisamente porque sigo tratando de entender qué me produjo, creo que no debe faltar en esta lista.

         Por supuesto, algunas de las pelis memorables de este año las vi gracias a la maravillosa tecnología del DVD, porque –admitámoslo también- cada vez vemos menos cine en los cines. Este es uno de los signos de los tiempos que los grandes estudios cinematográficos parecen reacios a comprender: no es el que la proliferación de nuevas tecnologías conspire contra el cine porque impulsa a la gente a ver pelis en sus casas, en sus computadoras-ordenadores y hasta en sus teléfonos; se trata, por el contrario, de que la gente tiene tanta avidez de ver cosas buenas que, con tal de saciar su sed, buscará donde sea y cómo sea.

         Antes de irme, anoto algunas pelis que siguen esperando su oportunidad de actuar para mí, en una torre que se eleva junto a la TV de casa: Synecdoche, New York de Charlie Kaufman, Election y Election II de Johnnie To, Siete novias para siete hermanos (una de las favoritas de mi madre), El prisionero de Zenda (la de Ronald Colman), Tideland de Terry Gilliam, El afinador de terremotos de los hermanos Quay…

         Tantas pelis interesantes, y tan poco tiempo.

         ¿Vieron ustedes algo que valga la pena buscar?

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27 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Gürtel (1)

 

A diferencia de la izquierda moralista, la derecha pragmática no imputa a su partido los delitos de sus dirigentes. Esta distinción nos ayudará a entender el escaso coste social de la corrupción política: los barómetros de opinión no registran ningún daño visible en la intención de voto al Partido Popular.

Los votantes de la derecha no asumen como propio el pecado de su dirigente. Cuando se inhiben, omiten o dilatan sus juicios no pretenden exculpar al corrupto, sino dejarlo a merced de la purga (judicial, mediática, orgánica) que se ha buscado.

La izquierda, sin embargo, al concebirse a sí misma como una comunión mística, padece en su carne los delitos de sus miembros. Se siente ofendida por sus felonías y sucia a causa de su avaricia.

La derecha no admite haber sido víctima de un engaño y sobrevive airosa a todo escándalo. La izquierda, al sostener una poderosa creencia en la virtud, padece una vergüenza insuperable cuando alguno de los suyos es descubierto en falta.

Esta es la izquierda clerical. Aquella, la derecha laica.



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27 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nuevo texto sagrado

 

Alguna vez habíamos paseados por sus ciudades tan peculiares, tan propias, tan diferentes a muchas de las que habitan nuestros poetas. También conocíamos alguna de sus prosas. Además de seguirle como personaje de Vila Matas pero nunca como ahora se nos había acercado de forma tan transparente. Está Francisco Ferrer Lerín, que de él estoy hablando, en lo que uno imagina como plenitud. En esas cotas de excelencia que deben tener alguna vez el poeta y su voz. Su lengua de arena nos invita a tumbarnos con este libro y ver pasar pájaros, vidas, nubes, cielos y cientos volando. Paisajes urbanos, paisajes desérticos, ejidos o claros del bosque por dónde faunas y floras cercanas y extravagantes se pasean o se quedan.

Como un cuaderno de bitácora, mejor, como un cuaderno de campo de un ciudadano que dibuja el campo y la ciudad se pasea con sus armas cargadas de palabras este poeta, ni fámulo, ni señor. Poeta que acaba de publicar su libro más abierto y amparador. Se llama "Fámulo", en esa colección de paganismos poéticos y otras espiritualidades que se llama "Nuevos textos sagrados".

Estos días, con empacho de televisión en casa, con melancolía por otros mitos y otros ritos no he parado de recordar uno de los poemas de Ferrer Lerín. Lo copio como regalo de pascuas

"Nunca nadie vio ni pudo imaginar que un día

aciago, sin señalamiento

especial, un día que vale ya

por una era, eso que llaman

sistema de valores, la vertebra-

ción de nuestras vidas, ¿para ellos

también fue pues

así?, la cara

extrema, de fealdad

total, horripilante, vulgar-eso es,

vulgar-

ocupara nuestros hogares,

durmiera

en nuestros lechos.

¿Qué oscura trama? Desmedida

ambición

por destronar las reinas: veo

a Ingrid Bergman,

a la princesa Gracia, por no avanzar

más, y a aquellos hombres,

volviendo a Notorious, Louis Calhern, Claude

Rains, e incluso

el algo insípido y envarado

Cary Grant y me estremezco al comprobar la tropa

que invade: un tal Tosar,

tratante sin duda en casquería, Resines

tendero de la esquina, y las féminas

como una Seseña, otra Padilla y otra Baró, jefa,

ésta, de una chabola donde la mugre

del amontonamiento causa furor en las audiencias. Fue Somerset

Maugham quien nunca pudo acostumbrarse a la humana fealdad.

Que suerte haber, amigo, alcanzado ya

la definitiva paz.

 

 

 



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26 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La SER, lo justo y la Justicia

 

Si la condena contra los periodistas de la SER Daniel Anido y Rodolfo Irago fuera consecuencia de un error judicial, no nos importaría apelar a una instancia superior. Al fin y al cabo, afrontar el proceso legal que lleva de Villaviciosa de Odón a Estrasburgo sólo requiere tiempo, dinero, paciencia, viajes, buenos letrados y confianza en el discernimiento racional de lo establecido por las leyes. Sin embargo, se me hace difícil sustraerme al temor de una sentencia que parece querer encauzar la profesión periodística por otros derroteros. El fallo del juez no sería en este caso una sanción a dos profesionales, sino un inesperado aviso a todos los demás.

Sorprende que un juez pretenda llevar a cuestas semejante tarea cuando la propia marcha del mundo nos impele a ser informados de todo cuanto nos incumba. No sólo al amparo del espíritu constitucional sino por la expectativa del sentido común: ¿quién querría proteger secretos políticos sin alterar la dialéctica ciudadana?

Puede ser que el juez haya incurrido en una interpretación sesgada por una ley ambigua. Ya se verá. Mientras tanto, la lectura de su sentencia inspira sentimientos a cuya fuerza no podemos sustraernos.

La pertenencia a un partido político se consideraba secreta cuando la ley de Franco perseguía a sus militantes. Hoy el ordenamiento constitucional pretende todo lo contrario: la participación en la institución "partido político" resulta aconsejable. Considerarla un acto de privacidad contradice el logro de una sociedad liberada de sus temores. Por eso, penalizar al periodista que nos cuenta cómo se produjeron unas militancias conflictivas, y quiénes fueron sus protagonistas, supone admitir que la pertenencia a un partido puede ser un motivo de vergüenza.

Como la información proporcionada por Anido e Irago nos ha permitido conocer una historia de afiliaciones fraudulentas, resulta implícito en el auto del juez lo que la Justicia quiere negar: que la vinculación a un partido -en este caso al Partido Popular de Villaviciosa de Odón- es una información vetada.

Nada podría parecernos más absurdo que este silogismo: si los militantes se avergüenzan y los periodistas nos informan, éstos se condenan.

Los desagradables inconvenientes que durante un tiempo sufrirán Anido e Irago por cumplir con su deber de informar representan un gravísimo altercado en el funcionamiento de nuestra constitucionalidad. Ser inhabilitados para el ejercicio de la profesión, ser condenados a prisión y a pagar multas e indemnizaciones por haber contado una historia de corrupción urbanística contribuirá a fomentar una conclusión coloquial que en modo alguno podemos aceptar: lo justo será esconder información al ciudadano. Dado que informar acarrea penas de prisión, se entenderá que informar es un delito.

Mientras se enmienda el juicio, y eso llevará su tiempo, recordaremos "la convicción de sentido común" que subraya John Rawls en su Teoría de la Justicia: "la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales".



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25 de diciembre de 2009
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