Javier Rioyo
Uno de los libros más entretenidos, sinceros, irónicos, sin dejar de ser sutiles, del pasado año es "Mis premios" de Thomas Bernhard. Volviendo a bucear en un lugar dónde pocos se atreven. Entre la editorial Alianza- que rescata este inédito autobiográfico sobre lo que pensó y escribió sobre los premios literarios de su vida- y el rescate de Anagrama de algunas de sus esenciales, y también autobiográficas, novelas, nos permiten que uno de los grandes escritores europeos vuelva al visible lugar de las novedades. Y regrese a nosotros con su lúcida y sarcástica manera de mirar el mundo. No fue complaciente, pero podía ser muy divertido. Lo fue en muchas de sus sátiras.
En "Mis premios" habla, por ejemplo, del desprecio que siente por algunas de esas ciudades europeas que por una inmensa mayoría son consideradas hermosas. Ciudades ideales, llenas de historia, magníficas en la conservación de su pasado y cómodas de tamaño. "Como aborrezco esas ciudades de tamaño medio con sus monumentos arquitectónicos famosos, por los que sus habitantes se dejan desfigurar durante toda la vida. Iglesias y calles estrechas en las que personas que cada vez se vuelven más apáticas vegetan hasta que se mueren. Salzburgo, Augsburgo, Ratisbona, Wurzsburgo, las aborrezco a todas, porque en ellas, durante siglos, se ha mantenido al fuego la apatía"
Cada uno que aporte sus "burgos", sus ciudades tan perfectas, tan controladas de barbaries constructoras, tan cómodas, burguesas, apacibles y vigilantes del que llega de fuera. Ciudades europeas, ciudades de provincias, que han forjado el bienestar y han escondido la barbarie. Ciudades modelo que han conservado los huevos de las serpientes. Ahora hemos oído hablar de los excesos que los daneses, que los habitantes de Copenhague, han permitido contra esos utópicos de distinto pelaje que creían que el mundo, su futuro y su clima se podían cambiar. Quizá, muchos de esos comprometidos luchadores, sean los que piensan en habitar ciudades más históricas y razonables que nuestras grandes urbes. A mi, con esa parte Taif que uno conserva, también me gustan las ciudades que desprecia Bernhard. Pero como vivo en una de las ciudades preferidas por el escritor, la ciudad dónde tantas veces se refugió en los últimos años de su vida, seré indeciso en qué Bernhard me apetece para cada ocasión. Hay que leerlo. Aunque seamos buenos pianistas.
Esto lo escribo el día después del Premio Nadal a Clara Sánchez. Pensando en ella, en las ciudades de origen de los personajes de su novela ganadora, he recordado esas críticas miradas de Bernhard a esas ciudades, esos ciudadanos, capaces de convivir con el más hermoso de los estilos arquitectónicos y con la más odiosa ideología. Deseando leerte, Clara. Y brindar por escritores como Bernhard, ese descreído de todos los premios. Incluso de los bien dotados. Hasta de los prestigiosos.