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El fuego

 

Leí este Diario de una escuadra hace ya tantos años que me preocuparía si me viera obligado a calcular cuántos. Pero en cambio conservo con toda nitidez las dos impresiones que me quedaron al cerrar el libro: que era una salvajada y que estaba muy bien escrita. O que era una salvajada muy bien escrita. Puesto ahora en la tesitura de releerlo me consolaba diciéndome que desde entonces la humanidad no sólo ha cometido una notable cantidad de salvajadas sino que el desarrollo de los medios de comunicación ha permitido que seamos puntualmente informados (casi podría decirme que ad nauseam) de todas ellas. Aparte de las bien publicitadas atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, hemos sufrido una avalancha de informaciones, imágenes, cifras y testimonios sobre el Holocausto judío; poco a poco van saliendo a la luz esas fechorías de los estalinistas que la izquierda europea (por ejemplo Sartre) tanto interés puso en ocultar para no poner trabas a la Revolución; la guerra sucia de Argelia y su reproducción en la Argentina de los generales y el Chile de Pinochet; los hutus contra las tutsis y viceversa; las guerras fratricidas de los Balcanes; los años en el poder de los jémeres rojos. Y para qué seguir.

Cabía la posibilidad de que todo ello junto hubiese creado una especie de callo en la parte del alma que más sufre al entrar en contacto con el dolor, o que a fuerza de ver repetirse el horror esa zona del alma donde reside la sensibilidad hubiese segregado como autodefensa una especie de antídoto mitigador. Incluso las grotescas parodias de Tarantino podrían haber contribuido a reforzar esa barrera defensiva contra la faceta más oscura y cruel del ser humano. Pero qué va. Un buen relato, la buena literatura, arrasa con cualquier  arma de defensa y pone al interlocutor en el mismo estado de ánimo que se le creó al primer hombre que escuchó el primer relato, el primigenio, el que nos ha tenido desde entonces sumidos a todos en el estupor.

A quienes Barbusse les pille de nuevas pueden quedar algo desorientados porque, al principio,  El fuego es lo más parecido a las innumerables historietas de la mili que todos hemos oído (y contado). La misma sensación de inutilidad, pérdida de tiempo, abuso por parte de unos superiores que ni siquiera están presentes para disfrutar de la humillación o la reducción a simples sombras que van sufriendo sus subordinados. Una sola pero importante diferencia: el narrador y sus camaradas llevan ya muchos meses de trinchera y la degradación es muy superior a la de una mili normal, con el añadido de que la guerra, aun siendo un mero telón de fondo, de vez en cuando irrumpe con toda brutalidad. Por ejemplo cuando Martín César, el mítico cocinero que obraba a diario el milagro de encontrar leña para que sus comensales tuviesen al manos la cena caliente, muere cuando un obús le explota en su marmita de macarrones y sus agradecidos beneficiarios lo entierran en un ataúd confeccionado con un entarimado cuyas tablas han clavado con los clavos de colgar los cuadros y valiéndose de ladrillos a modo de martillo. El epitafio: "A Martin no le hubiera gustado saber que malgastábamos tanta leña en hacerle un ataúd". De pronto, las historias se detienen para dejar paso al dato: por cada 25 kilómetros de frente que controla un cuerpo de ejército hay mil kilómetros de trincheras, y puesto que el ejército francés consta de diez cuerpos se llevan llevaban excavados diez mil kilómetros de trincheras (ello sólo en lado francés, porque enfrente los alemanes llevaban excavada una cantidad similar, en ocasiones a una distancia inferior a los cien metros unas de otras). Y vuelta a la vida cotidiana: el reparto del rancho; la llegada del correo; qué les pasa cuando, en plena noche, dos de ellos van a buscar cerillas y atraviesan las líneas enemigas; las interminables marchas nocturnas sin la menor información acerca de su destino salvo la certeza de estar siendo llevados al matadero; qué fue de aquella misteriosa (y muy atractiva) mujer que aparecía y desaparecía en la noche, acercándose como si quisiera ser atrapada y desvaneciéndose cuando alguno estaba a punto de lograrlo... Lo dicho: historietas de mili.

Pero llega la fatídica página 187 y desde ahí hasta el final queda claro de golpe porqué la lectura de EL fuego deja la sensación de haber asistido a una salvajada inconmensurable, con todos los aditamentos posibles en lo relativo a crueldad, inutilidad, despilfarro de vidas, dolor, abuso, miedo y desesperación, todo ello empapado de barro y orines y, ahora que se ha convivido tanto con ellos, la certeza de que Lamuse, Paradis, Cadilhac, el tío Blaire, Barque, el cabo Bertrand, Cocon y compañía no van a sobrevivir, al menos no todos salvo el narrador, que por algo detenta la palabra. Y como colofón, la escena final: los camaradas y compañeros de tantos bombardeos y asaltos a la bayoneta se abrazan y se felicitan. Lo hacen sin grandes algaradas, aunque también con la certeza de ser unos elegidos por haber llegado vivos al final. Pero dice el colofón: diciembre de 1915. O sea: no lo saben, pero tienen por delante tres años más de lo mismo.

 

El fuego

Henri Barbusse

Montesinos

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11 de febrero de 2010
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Europa en transición

Los cambios de Gobierno y las transiciones políticas suelen ser momentos de vacío de poder, en los que se incrementan los niveles de riesgo y de inestabilidad. Está estudiado el caso de las transiciones presidenciales norteamericanas, ocasión que aprovechan los adversarios y a veces incluso los aliados para tomar iniciativas que en otras ocasiones están prohibidas. Las transiciones son particularmente complejas en los países que son grandes espacios, hasta el punto de que llegan a confundirse con cambios de régimen, como ha sucedido en Rusia, o son objeto de lentos y oscuros procedimientos autoritarios para amortiguar las tensiones, como es el caso en China.

La UE anda con un tratado de retraso; Lisboa queda corto para lo que se nos viene encima La Unión Europea, sin ser un Estado ni una unidad política, no iba a ser una excepción. Si el relevo de presidentes o de ejecutivos -y la Comisión Europea lo es en alguna medida- produce un interregno que facilita los accidentes, todavía es más amplio y profundo el socavón cuando el cambio de titulares coincide también con un cambio en las reglas de juego, en nuestro caso con un cambio de Tratados, el de Niza vigente hasta el primero de diciembre y el de Lisboa que entró entonces en vigor y deberá irse aplicando paulatinamente. A la doble transición de dirigentes y de tratados se suma otra transición que ha aflorado a plena luz en idénticos días, desde el mundo unipolar en el que Estados Unidos quería ordenar la marcha de los negocios globales hasta el mundo multipolar, en el que nada puede hacer Washington sin contar con China, India y Brasil. Esta última transición es la que ha revelado en toda su crudeza la mala posición y la escasa vocación de la UE para jugar como ese agente global que exige la nueva geometría mundial del poder. Parece como si Europa siempre anduviera con un tratado de retraso. El de Lisboa era magnífico para la ampliación a 27, pero casi seguro que queda corto para el mundo que se nos viene encima. La avaricia de los jefes de Gobierno y de Estado de los 27, que han preferido situar a dirigentes de bajo perfil a la cabeza de las instituciones europeas, ha hecho el resto. Así es como estamos esta semana en una triple transición, en la que no ha faltado una gran crisis, la de la deuda griega, para poner a prueba los pies de barro del gigante. La UE se ha construido de crisis en crisis, según doctrina aceptada del europeísmo. Si atendemos el esquema, esta crisis debe servir para avanzar hacia el gobierno económico europeo. El hundimiento de las finanzas públicas griegas se ha producido, precisamente, por graves defectos de gobernanza económica. En primer lugar, estadísticos: la falsificación de sus cifras de déficit y de endeudamiento. En segundo lugar, estructurales: la eurozona no está económicamente integrada, de forma que los socios han perdido la soberanía monetaria, pero no pueden ajustar sus desequilibrios mediante la movilidad laboral o una verdadera solidaridad federal. Pudiera ser, sin embargo, que ésta no fuera una crisis como las anteriores. Si hasta ahora todas las crisis han sido aprovechadas de forma que la bicicleta europea ha seguido rodando, es evidente que ahora los enemigos de esa "unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa" cuentan con una excelente ocasión para convertir el euro en un episodio que sólo ocupe la primera década del siglo XXI. En las distintas fórmulas para acudir en auxilio de Grecia pueden observarse todas las posiciones. En primer lugar, hay voces que piden la salida de Grecia de la eurozona y su regreso a una moneda nacional: así la eurozona regresaría a su origen, la zona marco que Alemania entregó a cambio de la unificación. En segundo lugar, hay una fórmula aparentemente menos drástica, pero más efectiva para la destrucción del euro: encargar al FMI la salvación de la moneda europea; dejar que sea Washington y no Bruselas quien gobierne la economía griega en estado de excepción; renunciar así a que la UE ocupe algún día, quizás cercano, el sillón de representación de los 16 de la eurozona y de los 27 del mercado único en el FMI. En tercer lugar, está la fórmula más viable a pesar del pesimismo ambiental, que es la de la salvación estrictamente europea, en los medios a utilizar y en las instituciones a movilizar; una fórmula que también deberá implicar una reforma preventiva para evitar que la situación se repita. No es la suspensión de la cumbre con Obama lo que debe preocuparnos a los europeos sino la capacidad de gobernarnos a nosotros mismos, especialmente quienes formamos parte de una misma área monetaria. No está en juego el peso de Europa en el mundo, sino el propio peso de Europa en Europa. Que Europa no quiera ser un agente global, pase. Pero ahora se trata de otra cosa: si quiere sencillamente ser. Si quiere mantenerse a través de la UE y del euro como la mayor zona de paz, prosperidad y estabilidad del mundo. Pero sin gobierno y sin un cierto umbral de unidad política y de solidaridad no habrá moneda, no habrá economía y no habrá Europa.

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11 de febrero de 2010
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BB (Bruno en Barcelona: un diario)

 

Estas son algunas de las cosas que Bruno F sintió, experimentó y descubrió a partir de la decisión de sus padres de viajar lejos de casa.

 

  • 1. Barcelona, sus límites. Digan lo que digan, Barcelona comienza en un avión.
  • 2. Avión. Sometido por vez primera al despegue de la máquina, Bruno reaccionó de la siguiente manera. Primero aplaudió, como quien está sentado en un teatro; y después pronunció su grito de batalla: "¡Más! ¡Más! ¡Más!" (En Bruno, el pedido de más, más y más no es la demanda insaciable de la mayoría de sus congéneres, sino un reconocimiento a la excelencia. Suele decirlo a la manera en que ingleses y franceses dicen "Encore! Encore!", o que los argentinos solicitamos "¡Otra!" Esto es, para prolongar la delicia de la experiencia al tiempo que se homenajea a los artistas -o bien, como en este caso, a la elegancia con que ocasionalmente se expresa la vida.
  • 3. Barcelona, sobre su nombre. Desde el primer momento, Bruno se movió por Barcelona como por casa. Las explicaciones sobre este comportamiento varían. Hay quien sostiene que se debe a la adaptabilidad infinita de los niños. Hay quien supone que la genética puede tener algo que ver. (Después de todo, el apellido de su padre es tan catalán como el Tibidabo.) Una tercera versión aventura lo siguiente: que Bruno está convencido en efecto de que la ciudad pertenece a su padre, y en consecuencia la vive con naturalidad. Después de todo, entre Barcelona y Marcelona la diferencia es tan exigua...
  • 4. Sobreabundancia de tíos. Bruno reconoce a sus tías como tales, pero a sus tíos los llama por su nombre: Pipo, Germán... Sin embargo, en Barcelona entiende que hay tíos por todos lados. Como nada le gusta más que trabar relación con gente, se excita cuando entiende que aquí todos conocen a una de sus tías: Valeria, a quien llaman Vale. Y dado que oye por doquier pero tío esto, u oye tío, mira, Bruno empieza a gritar "¡Tío! ¡Tío!" a diestra y siniestra, como quien se trata con el pueblo entero o bien, en un arranque arzobispal, a modo de bendición.
  • 5. Locutorio, su definición. Su madre fue a El Corte Inglés de Plaça de Catalunya para averiguar si podía reciclar un vetusto teléfono móvil de Argentina. Para explicar dónde podía realizar esa discutible operación, el empleado del área de telefonía le preguntó si sabía qué era un locutorio; y antes de que mamá pudiese contestar que en efecto lo sabía, le entregó la siguiente definición: "Locutorio es un sitio lleno de hindúes y pakistaníes, donde ofrecen llamadas internacionales". Desde entonces, cada vez que se cruza con un mapa donde se ve la India o Pakistán, Bruno piensa indefectiblemente: "¡Locutorio!"

 

(Continuará.)

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10 de febrero de 2010
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Los pelos

Una de las excrecencias más lastimosas dentro de la vida  del hogar se sintetiza en el pelo. El cabello firme  y abundante, la mata de pelo da belleza y sentido a la cabeza pero el pelo que se suelta de su emplazamiento y emigra al azar se inmiscuye en la casa y se presenta extinto, allí donde sea, como un signo difícil de asimilar.

 ¿Es el pelo suelto una señal de muerte? ¿Un  signo de falta de aseo? ¿Una muestra del interior ignorado de la pareja con quien se comparte la oscura intimidad? ¿Se está deshaciendo de hecho la pareja a través de esos filamentos que acaso indican un deshilamiento interior?

 ¿Se trata tan sólo de un accidente asilado o viene a ser el primer indicio de una enfermedad que crecerá vorazmente y terminará por acabar con la vida de ella o la mía?

 Los pelos sueltos son altamente inquietantes. Atados en la cabellera, inscritos  en la piel, se comportan como aderezos del cuerpo y amenizan, con frecuencia, la sexualidad pero sueltos, perdidos, caídos, abandonados,  adquieren una vida siniestra que se enlaza con el fragoso mundo de lo peor. ¿Cómo hacer para soportar no uno sino varios pelos enredados en el lavabo o el sumidero de la bañera? ¿Cómo no atribuir esa maraña a una suciedad secreta que trata, en primer lugar, de repugnarnos y en segundo lugar de repudiarnos, echarnos fuera de su ámbito o combatir contra ellos y su origen  en una inútil operación de olvido y perdón?

Los pelos de los muertos se guardaban antes como reliquias bajo un cristal. Mechones de la persona amada y fallecida. Los pelos no vivían tampoco pero eran la expresión viva y gráfica del fallecimiento. El fallecimiento terrible y vivo.

 Seguían y seguían allí encerrados en su departamento de cristal y apoyados sobre un pequeño lecho de raso para que durmieran o reprodujeran en su manera inmóvil el cuerpo yacente que se prolongaría desde la cabeza  hasta los pies. Cabellos de la niña o la mujer difunta. Porque se trataba siempre de cabellos femeninos ya que  los cabellos o los pelos del hombre nunca han gozado de prestigio alguno o su estética, salvo en la intimidad, salvo en el ámbito del primer amor, jamás ha recibido estima.

Los cabellos de la mujer, sin embargo, sedosos o rizados, negros azabache o rubios platino han recorrido el surtido más amplio de las metáforas minerales.

Hay zonas, sin embargo, de diferente valor para el cultivo e incluso zonas de disvalor en la localización del vello femenino. En la cabeza no puede prolongarse hacia abajo en un flácido candelabro de patillas que ensombrecen el cutis y fuerzan la ambivalencia sexual. En ese caso, el vello puede rozar el sistema de lo monstruoso y, sin desdeñar la posibilidad de que lo logren, se conviertan en un aderezo cargado de pavor.

La mujer barbuda lo representa exactamente. La mujer barbuda, el monstruo de la mujer barbuda, ase alcanza tan sólo por medio esa pilosidad. El rostro puede ser proporcionado y aún agraciado pero de esto se deduce una enfermedad híspida, un hirsutismo que dibuja a esa  mujer como una diabólica desviación de la feminidad y en cuyo cuerpo ocultamente puede hallarse, con cierta probabilidad, la figura de un hombre. Un hombre camuflado en el cuerpo de la mujer de la que pende la barba delatora, la señal del crimen biológico cometido y sentenciado.

Pero también el hombre lampiño provoca malestar. Dentro de ese cuerpo límpido no ha nacido del todo un hombre y su proceso se encuentra seguramente detenido en una fase que siendo perenne le invalida para ser hombre total.

El hombre de mucho pelo en el cuerpo puede disgustar estéticamente, estratégicamente, pero resulta ser por exceso un sexo honrado. Una mujer sin pelo alguno en el cuerpo es igualmente una figura monstruosa porque el sentido de la depilación no será tanto dejar el cuerpo bruñido como haber actuado sobre los sombríos lugares en que anteriormente existía el vello. De ahí que cuando la depilación no ha sido completa en determinadas zonas pueda inducir a una mayor atracción sexual. Y, especialmente, cuando esa depilación parcial ha sido deliberadamente elegida, sea en el pubis o en la axilas, su  propósito es hacer ver, lo velloso confiere luminosidad a lo depilado, lo depilado se solea al lado de la pilosidad.

El hombre sufre siempre con su pérdida de cabello y la alopecia puede actuar con un efecto negativo en la personalidad l pero, por raro que parezca, esa falta se condona con una facilidad asombrosa puesto que su frecuencia y difusión no la presenta como una incuestionada deformidad. Más bien el malestar se produce cuando ante el espejo el  caballero prueba lociones y crecepelos inútiles porque precisamente en la ineficiencia de su tarea, repetida noche tras noche, se representa una clase de impotencia muy patente o se resalta una deficiencia incurable que entristece la alcoba y la relación natural.

 Estos calvos parecen mejores en  la asunción de la calvicie, aún tras un tiempo, que en la resistencia a su situación. La mujer ama al calvo tanto como al que no lo es pero ¿cómo negar que en el beso que se recibe en  la cabeza sin pelo reconocemos una claudicación a la vez que una martirizante  condescendencia de quien viene a ofrecernos su ósculo, entre cariñoso y burlón?

Uno junto a otro, el hombre y la mujer, envejecen sin embargo en una gradual e imparable pérdida de la cabellera. Envejecen al compás de sus pelos perdidos, extraviados muriendo en la superficie de las tapicerías, en las pendientes de los lavabos, en los utensilios de cocina, sobre los manteles y las alfombras como si la vida desprendida fuera ocupando erráticamente lugares del hogar y el hogar, al cabo del tiempo, cuando los cuerpos son retirados solo guardara entre las rendijas algunas hebras de aquellas matas que se amaron y durmieron acariciándose entre sí.

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10 de febrero de 2010
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El fin de una ilusión

Glosaré hoy brevemente los dos aspectos señalados por Schrödinger relativos a la singularidad griega:

Obviamente no es solamente Schrodinger quien enfatiza lo singular de la convicción que tendría los griegos según la cual la  naturaleza es esencialmente cognoscible. Einstein decía al respecto que "la cosa más incomprensible del universo, es precisamente que sea comprensible". El estupor ante la inteligibilidad de la naturaleza se acentúa aun si se considera el hecho indiscutible de que tal comprensión sea de tipo matemático. El propio Schrödinger dice, en relación al pitagorismo, que la matemática tiene la virtud de mostrarse presente allí dónde no se la espera (por ejemplo, tras las armonías musicales), y el físico Eugene Wigner llega a hablar de lo poco razonable que sería de hecho la comprobada eficacia de las matemáticas en las ciencias naturales

Y en relación al segundo punto señalado por Schrödingrer: no es en absoluto casual que la creencia en la indiferencia de la naturaleza al hecho de ser conocida sorprendiera al hombre al que se hallan asociadas algunas de las formulas determinantes de la Mecánica Cuántica, es decir, la disciplina que mostró la imposibilidad de disociar objetividad y conocimiento, a la par que ponía en entredicho el consenso (mantenido desde Aristóteles a Einstein) sobre los rasgos mínimos a los que habría de responder algo que se presenta ante nosotros para ser considerado natural, para ser tildado de entidad física. Si la Relatividad subvirtió ya alguna de las coordenadas fundamentales con las que interpretábamos la naturaleza, la Mecánica Cuántica puede decirse que supone una revolución aun mucho más radical; de ahí que la interrogación filosófica (la cual, reitero, concierne a todo ser cabalmente racional) y concretamente la interrogación filosófica fundamental, la relativa a las formas elementales del ser,  tenga obligación de nutrirse de tal disciplina. Conviene recordar que la barroca teoría de los múltiples mundos, con la que empecé estas reflexiones sobre la naturaleza, constituye en gran parte tan sólo una tentativa de respuesta a las aporías filosóficas  que la Mecánica Cuántica acarrea.

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10 de febrero de 2010
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III. Una iluminación feliz

La presencia de Tomás siempre fue una iluminación feliz para todos sus amigos, preocupado por la suerte ajena, siempre con algún libro cuya lectura recomendar, y con algo nuevo y deslumbrantemente divertido que contar, dueño de eso que yo llamaría una maledicencia edificante, unas historias en las que, igual que en sus novelas, nunca se sabía donde comenzaba la mentira y donde terminaba la verdad, pero nunca faltaba la risa.  Una presencia transparente la suya alejada de las mezquindades que suele teñir el oficio literario, generoso con los más jóvenes y generoso con sus pares como cuando, ya bajo los estragos del mal que se lo ha llevado, y venciendo todas las dificultades de un viaje así, voló desde Buenos Aires hasta México para estar presente en la celebración de los ochenta años de Carlos Fuentes.

 Hasta que la enfermedad lo fue inmovilizando pero nunca dejó de contestar los mensajes electrónicos, por mano suya o por la de alguno de sus hijos, siempre fiel hasta el final al gentil deber de la correspondencia como todo un caballero antiguo, mensajes suyos en los que nunca declinó el ánimo, ni perdió el optimismo ni el entusiasmo por la vida. "Le he dicho a los médicos que quiero calidad de vida y no cantidad de vida", me escribió.

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10 de febrero de 2010
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Para un cansado espectador II

Mi visitante detuvo el relato unos instantes. Aproveché para pedir otra cerveza u otro café cortado con leche fría, y de seguido le oí decir que varios años más tarde él mismo en persona había visto dos de esos dibujos, enmarcados y con plaquita de latón donde figuraba el nombre de uno de los artistas antes mencionados, en el estudio de un arquitecto bonaerense que le había invitado a dar unas conferencias en Argentina a través de su antiguo profesor. "Ya antes lo había pensado, pero en ese momento decidí que lo mío no podía ser la pintura a la que aún entonces me dedicaba sin entusiasmo, de manera que compré una Rolleiflex de ocasión y desde entonces vivo entregado al olor de los ácidos, las celulosas y los nitratos de plata, pero sobre todo a la luz roja, con los que me solazo. ¿Te parece que aún puede hacerse algo que no sea ofensivamente pretencioso con esos ingredientes?".

    Traté de defenderme como pude e inicié una maniobra de diversión preguntando a mi vez por qué demonios me había elegido para apartar una incógnita que sólo se podía despejar mediante el uso de ácidos, celulosas, nitratos y luces rojas prostibularias, elementos todos con los que jamás había tenido yo trato. "¡Oh, no, no es eso! Es que he venido a Barcelona para curar a una chica anorgásmica y como me quedaban unas horas entre sesiones, he pensado que podía cubrirlas de un modo imaginativo". Entonces le pregunté con toda humildad qué era una chica anorgásmica y cómo se procedía a su curación. Me lo explicó.

Seguimos hablando un rato y luego partió para su sesión de terapia. Quedamos para vernos al día siguiente, antes de que tomara el tren de Valencia y cuando volvimos a encontrarnos no lo dudé ni un instante: le pregunté sin disimulo por la paciente. Se encogió de hombros. "Era lo que ya imaginaba, a la vista de lo que me había escrito por carta. Estas mujeres tardan en aceptar lo que en verdad precisan, no por vergüenza, sino por modestia. Y jamás se lo dirían a sus parejas. No sólo no era anorgásmica, sino que en la primera sesión tuvo dieciocho orgasmos y en la segunda llegó a treinta y cuatro". Yo repetí, como quitándole importancia, "Treinta y cuatro, ¿eh?". Se entenderá que ya no volvimos a hablar nunca más de teoría, de arte, de pintura o de fotografía. Donde hay ciencia, hay ciencia, y no queda más remedio que hincar los codos y tratar de aprender algo.

    Desde entonces hemos mantenido una relación epistolar y más tarde electrónica. Seguí su blog con fascinación porque creo que es el único experto en arte y sexualidad femenina capaz de hablar de ambas cosas en estricta paridad como si fueran ámbitos intercambiables, e igualmente necesario su conocimiento para alcanzar la paz interior. En estas páginas (que ahora el lector curioso podrá recorrer) se demuestra que no hay problema, goce, exaltación, miseria o elevación femenina que no tenga de inmediato su permutación en el arte, donde lo problemático, lo gozoso, lo exaltado, lo miserable y lo elevado aparecen con el mismo grado de azar estocástico que en la vida de algunas mujeres imprevisibles. Así, por ejemplo, el estudio de los géneros se descompone en, de una parte, naturaleza muerta, paisaje, retrato e historia, y de otra en coprofilia, asesinato sexual, sadomasoquismo y violencia de género, en un reflejo especular.

    El lector que esté leyendo este anuncio en una librería y dude sobre si debe o no comprar el libro vaya directamente al fragmento titulado "Miró...habla" en donde leerá una disección anatómica del arte anorgásmico que no le dejará indiferente. No me cabe la menor duda de que si Miró hubiera podido someterse a las técnicas sanatorias de Alberto Adsuara su obra habría alcanzado los treinta y cuatro orgasmos en lugar de quedarse en los dos o tres que todos conocemos y tanta gloria le han procurado.

    Debo advertir también que el autor me cita repetidas veces en términos que harían sonrojarse a un pavo real. Se trata, naturalmente, de una deuda de juego y no debe tomarse en consideración.  

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10 de febrero de 2010
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La comida de Seix Barral

Seix Barral fue mi primera editorial, en la época en que la dirigía Carlos Barral. No he vuelto a publicar con ellos desde aquella temprana novela mía de 1970, "Museo provincial de los horrores", aparecida cuando yo era todavía un estudiante de Filosofía en la Universidad Complutense, pero siempre he sentido una cercanía  mezclada con nostalgia hacia el sello barcelonés, que, además de las razones sentimentales, publica con frecuencia libros que me gusta leer. Seix Barral ha pasado, como la mayoría de las casas editoriales de nuestro país, por distintos avatares empresariales, pero lleva años dirigida literariamente por personas que aprecio: Elena Ramírez, a la que conocí en Madrid en sus comienzos en el mundo de la edición, y Pere Gimferrer, uno de mis más antiguos y esenciales amigos.

Se ha hecho habitual para mí asistir en Barcelona a la comida del Premio de novela Biblioteca Breve, que en esta ocasión ha ganado el autor argentino Guillermo Saccomanno. Y aunque fue un poco anticlimático (o quizá antípodo) no contar en el acto con la presencia del ganador, volví yo a sentirme igual de bien acompañado por amigos que, de manera tal vez inevitable, sólo veo de Pascuas a Ramos, una frase o latiguillo no del todo comprensible que el festejo anual de Seix Barral rectifica o tal vez aclara. Hablé con Eduardo Mendoza, con Elisenda Nadal, Rosa Montero, Carme Riera, Ángela Vallvey, Jorge de Cominges, Ignacio Martínez de Pisón, David Trueba, Javier Moro (que hace años me invitaba a navegar en su barquito por las agua de Altea), hice de bastón humano del poeta y narrador cordobés Joaquín Pérez Azaustre, accidentado en una pierna, intercambié impresiones fílmicas con el director Fernando León de Aranoa, con quien he compartido -cinematográficamente hablando- a una actriz, la excelente Sonia Almarcha, departí con Luis Antonio de Villena más de lo humano que de lo divino, y sólo pude saludar, entre tanta gente, a Malcolm Otero, Enrique Vila Matas, Pedro Zarraluqui y Rodrigo Fresán, representante en la tierra catalana, al menos este día, de su compatriota Saccomanno.

   Pero el almuerzo me dio, además, un regalo inesperado: las recuperación de  una experiencia que yo había vivido hace casi veinte años y tenía olvidada. En un momento previo a la comida bajo las columnas del palacio de las Atarazanas se me acercó uno de los tres novelistas españoles actuales que más admiro, Javier Cercas, me dio la mano, y al decirle yo que estaba encantado de conocerle me rectificó. Nos habíamos conocido cuando él, aún inédito como escritor, asistió de alumno a los cursos de Cine y Literatura que codirigimos Cabrera Infante y yo en la Universidad Menéndez  Pelayo, y Cercas, con esa sabiduría en la reconstrucción novelesca de lo realmente sucedido que sus libros demuestran, me fue devolviendo en unas cuantas evocaciones aquellas jornadas de Santander, al lado del matrimonio Cabrera Infante, de Susan Sontag, Monique Lange, Edgardo Cozarinsky, Joseph Losey, así como una cena posterior, con la que yo no le tenía identificado pero de inmediato recordé, en casa de nuestros amigos de Gerona Narcís Comadira y Dolors Oller. Después de esa 'casual' pero tan viva disección retrospectiva  hecha por Cercas de los largos instantes de un breve pasado común aún tengo más ganas de adentrarme en su último libro, que mis menesteres como director de cine (con película terminada sólo desde el pasado viernes) me han impedido leer.

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10 de febrero de 2010
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La caja de Pandora

Hay coincidencias que sólo lo son en apariencia. Dos periodistas del New York Times nos hablan de la Caja de Pandora el mismo día desde Berlín y desde Tokio a propósito de hechos relacionados con la Guerra Fría. Judy Dempsey nos cuenta la historia de las armas nucleares que todavía hay en Alemania, no se sabe muy bien si desplegadas o almacenadas, y cita el informe que ha realizado el ex secretario general de la OTAN, George Robertson, en el que se critica severamente las pretensiones del gobierno de Angela Merkel, que quiere el desmantelamiento de esas últimas armas atómicas en suelo alemán. Martin Fackler, por su parte, explica los propósitos de otro gobierno, el japonés, que quiere desvelar ante la opinión pública el contenido de cuatro tratados secretos firmados entre Tokio y Washington, que obligaban al Estado nipón a sufragar parte del coste de las bases norteamericanas y permitían la entrada de barcos cargados con armas nucleares en los puertos del archipiélago.

Podríamos tomar otro camino en el razonamiento. Con una cita de Faulkner por ejemplo: ?The past is not dead. In fact, it's not even past.? El pasado no ha muerto y de hecho ni siquiera es pasado. A veinte años del episodio que clausuró la Guerra Fría, aquel pasado sigue todavía vivo y ni siquiera como pasado, sino como presente, en hechos y en argumentos. En los territorios de la antigua Europa occidental hay todavía 200 armas nucleares que, según Robertson, forman parte del paraguas defensivo que protege a los alemanes. En cuanto a Japón, quien quiere reavivar el pasado es el periodista Takichi Nishiyama, que en 1972 desveló la existencia de estos pactos y en razón de ello fue condenado por revelación de secretos de Estado y tuvo que abandonar el oficio de periodista, en un caso de paralelismo casi perfecto con el Watergate y los papeles del Pentágono aunque con resultados adversos para la prensa y favorables al mantenimiento del secreto de Estado. En ambos casos nos encontramos con sendos gobiernos atípicos. En Alemania, los liberales han regresado al poder después de once años de ausencia, de la mano de Guido Wersterwelle, con la reivindicación innovadora contra las armas nucleares que la socialdemocracia no creyó necesaria durante sus 13 años de gobierno y que la canciller Angela Merkel ha adoptado en el programa de su coalición. En Japón, hay por primera vez un gobierno, el del primer ministro Yukio Hatoyama, que no pertenece al partido demócrata liberal que ha gobernado durante 50 años y pretende tomar distancias respecto a Estados Unidos, reducir su presencia militar y sus bases y centrar su política exterior en Asia. El documento de Robertson tiene un curioso título: ?Alemania abre la caja de Pandora?. Uno de los expertos consultado por el periodista norteamericano en Tokio asegura también que ?el gobierno japonés podría estar abriendo con este debate la caja de Pandora?. A veinte años de aquel 1989 glorioso, todavía quedan mucho tabúes y secretos sobre la Guerra Fría, que a veces confluyen como en una extraña constelación en dos informaciones paralelas que aparecen en el mismo diario el mismo día. La coincidencia me lleva a una meditación final sobre el periodismo y una definición conclusiva, una más, de lo que es una noticia: Pandora tiene una caja y contar lo que hay dentro es lo que deben hacer los periodistas. (Enlaces: con las informaciones de Judy Dempsey y Martin Fackler; con los archivos sobre el Watergate y los Papeles del Pentágono y los sites del WP y del NYT, respectivamente sobre estos dos temas).

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10 de febrero de 2010
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A veces los premios

 

Buscar escritores que merezcan los premios. En contra a lo que pueda parecer no es tarea nada fácil.. Normalmente los premios buscan otras cosas diferentes a la literatura. El que esté interesado en el tema puede leer al citado, recomendado y muy admirado  Thomas Benhard en , "Mis premios". Uno de los libros más libres del año pasado. Y sin embargo hay premios que han sido "culpables" de descubrimientos que han llenado de placeres diferentes nuestras horas lectoras. Nunca tuvo un premio Kafka. Ni Borges consiguió el Nóbel. Ni algunos premios millonarios han servido para que valoremos más la literatura de Vargas Llosa,  Bryce Echenique, Cabrera Infante o Benet. Sin embargo creo que hubiera sido muy bueno que el oculto Juan Filloy  o que Nicolás Gómez Dávila, todavía más secreto, hubieran sido premio Cervantes, o algo. No suele ser así, aunque es verdad que la historia de algunos premios han servido para mejorar la seguridad de un autor, para la entrada de un piso o para la apuesta de una editorial.

Ayer, en una  Barcelona marítima y lluviosa, tuvimos la oportunidad de tener la sensación de que el jurado, la editorial, el premio, podrían servir para descubrir uno de esos "mediterráneos" que estan más que descubiertos en su país. Se llama Guillermo Saccomanno- un apellido que dan ganas de darle un papel en alguna novela de Camilleri para encontrarse con Montalbano y tomarse unas copas por Nápoles o alrededores- y es todo un feliz encuentro de una novela con un premio que merece mejor historia que la de algunos otros años. Un premio por el que han pasado algunos de los nombres más importantes de nuestra literatura, desde aquél primer premio al joven Luis Goytisolo, y por el que también han desfilado algunos de fácil olvido. Me alegro por el premio. Y por la editorial que lleva el nombre de unos de los editores que hizo que leyéramos y bebiéramos mejor. Siempre gracias a Carlos Barral.

El libro de Saccomanno viene con muchos entusiasmos nada forzados de un jurado de credibilidad. Con referencias literarias de mundos como el de Ballard, Dostoievski, McCarthy y algunos otros de la tropa de los que nos invitan a la fiesta de la literatura. Nada que ver con tener o no tener premios. Gracias por descubrirnos un escritor que ya estaba más que descubierto en su país y que aquí ignorábamos con nuestro tan extenso desconocimiento.

Me gustó ver en la comida a Vila Matas, con novela joyciana y dublinés a punto. Se mantiene lúcido y sin beber, ¡qué cosas! Y conocer a otro escritor, premio nacional de éste año, del que alguna vez citamos por su poesía y que ahora estamos felices disfrutando con su paso a la narrativa, Kirmen Uribe. También me gustó encontrarme con otras personas, pero eso es vida privada y silencio. Otro día hablaré de Gloria Fuertes. También, de verdad querido Ramón, de ese del que me costará mucho ponerme algo sin sentirme mal, ese modisto ultraliberal llamado Adolfo. Me salen arrugas en todo el cuerpo si recuerdo algunas cosas que ha dicho. También algunas cosas que escribió. ¡Que tropa!

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9 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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