Félix de Azúa
Mi visitante detuvo el relato unos instantes. Aproveché para pedir otra cerveza u otro café cortado con leche fría, y de seguido le oí decir que varios años más tarde él mismo en persona había visto dos de esos dibujos, enmarcados y con plaquita de latón donde figuraba el nombre de uno de los artistas antes mencionados, en el estudio de un arquitecto bonaerense que le había invitado a dar unas conferencias en Argentina a través de su antiguo profesor. "Ya antes lo había pensado, pero en ese momento decidí que lo mío no podía ser la pintura a la que aún entonces me dedicaba sin entusiasmo, de manera que compré una Rolleiflex de ocasión y desde entonces vivo entregado al olor de los ácidos, las celulosas y los nitratos de plata, pero sobre todo a la luz roja, con los que me solazo. ¿Te parece que aún puede hacerse algo que no sea ofensivamente pretencioso con esos ingredientes?".
Traté de defenderme como pude e inicié una maniobra de diversión preguntando a mi vez por qué demonios me había elegido para apartar una incógnita que sólo se podía despejar mediante el uso de ácidos, celulosas, nitratos y luces rojas prostibularias, elementos todos con los que jamás había tenido yo trato. "¡Oh, no, no es eso! Es que he venido a Barcelona para curar a una chica anorgásmica y como me quedaban unas horas entre sesiones, he pensado que podía cubrirlas de un modo imaginativo". Entonces le pregunté con toda humildad qué era una chica anorgásmica y cómo se procedía a su curación. Me lo explicó.
Seguimos hablando un rato y luego partió para su sesión de terapia. Quedamos para vernos al día siguiente, antes de que tomara el tren de Valencia y cuando volvimos a encontrarnos no lo dudé ni un instante: le pregunté sin disimulo por la paciente. Se encogió de hombros. "Era lo que ya imaginaba, a la vista de lo que me había escrito por carta. Estas mujeres tardan en aceptar lo que en verdad precisan, no por vergüenza, sino por modestia. Y jamás se lo dirían a sus parejas. No sólo no era anorgásmica, sino que en la primera sesión tuvo dieciocho orgasmos y en la segunda llegó a treinta y cuatro". Yo repetí, como quitándole importancia, "Treinta y cuatro, ¿eh?". Se entenderá que ya no volvimos a hablar nunca más de teoría, de arte, de pintura o de fotografía. Donde hay ciencia, hay ciencia, y no queda más remedio que hincar los codos y tratar de aprender algo.
Desde entonces hemos mantenido una relación epistolar y más tarde electrónica. Seguí su blog con fascinación porque creo que es el único experto en arte y sexualidad femenina capaz de hablar de ambas cosas en estricta paridad como si fueran ámbitos intercambiables, e igualmente necesario su conocimiento para alcanzar la paz interior. En estas páginas (que ahora el lector curioso podrá recorrer) se demuestra que no hay problema, goce, exaltación, miseria o elevación femenina que no tenga de inmediato su permutación en el arte, donde lo problemático, lo gozoso, lo exaltado, lo miserable y lo elevado aparecen con el mismo grado de azar estocástico que en la vida de algunas mujeres imprevisibles. Así, por ejemplo, el estudio de los géneros se descompone en, de una parte, naturaleza muerta, paisaje, retrato e historia, y de otra en coprofilia, asesinato sexual, sadomasoquismo y violencia de género, en un reflejo especular.
El lector que esté leyendo este anuncio en una librería y dude sobre si debe o no comprar el libro vaya directamente al fragmento titulado "Miró…habla" en donde leerá una disección anatómica del arte anorgásmico que no le dejará indiferente. No me cabe la menor duda de que si Miró hubiera podido someterse a las técnicas sanatorias de Alberto Adsuara su obra habría alcanzado los treinta y cuatro orgasmos en lugar de quedarse en los dos o tres que todos conocemos y tanta gloria le han procurado.
Debo advertir también que el autor me cita repetidas veces en términos que harían sonrojarse a un pavo real. Se trata, naturalmente, de una deuda de juego y no debe tomarse en consideración.