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Dinero, fama y tecnología

Es lo que se necesita ahora para lanzar una carrera política. Mucho dinero, por supuesto, con el objetivo en algunas ocasiones de seguir alimentando la máquina del dinero: véase el caso de Berlusconi y su móvil original y básico, seguir haciendo dinero y evitar la cárcel que amenazaba a su avariciosa carrera. Fama, sin duda: una buena imagen, proporcionada por el mundo del espectáculo o del deporte constituye un buen cimiento para una carrera política; aunque obviamente, el primer componente, el dinero, puede echar una mano dentro de unos ciertos límites. El tercer elemento es el más nuevo de todos: el fetichismo tecnológico se ha incorporado al mundo político y sobre todo de los políticos de laboratorio, de forma que la utilización de los móviles, las redes sociales en Internet y, por supuesto, una página web parecen como las varitas mágicas para alcanzar el poder.

Con dinero, fama y tecnología se puede ir muy lejos. Pero el modelo no ofrece novedad alguna. Lo conocemos en versiones más o menos serias o grotescas desde hace años. No serán facebook o twitter los que aporten al político de laboratorio lo que éste no sepa ofrecer por sí mismo. Normalmente, la mayor vaciedad rodea las ambiciones políticas de los famosillos que se creen llamados por la historia para desempeñar un papel relevante en su país. Levantan una bandera, por lo común genérica y mitificada, y luego la rodean de lugares comunes y de sentimentalismo. En el mejor de los casos: por la misma regla de tres pueden esgrimir reivindicaciones teñidas de xenofobia o de sentimientos excluyentes. Lo único que cuenta siempre es su capacidad para movilizar emocionalmente a un público más o menos extenso. Dinero, fama y tecnología permiten tapar las vergüenzas de la falta de ideas, valores y propuestas efectivas por parte de quienes se lanzan osadamente, impulsados por una irrefrenable ambición, por supuesto personal, a salvar patrias y erigirse en lidercillos de pueblos irredentos. Si les queda un atisbo de sensatez y no se dejan engañar por sus asesores, leerán atentamente los estudios de opinión, escucharán el consejo de los expertos, y evitarán convertirse en monstruos políticos, aprendices de brujo destinados a atizar las bajas pasiones sobre las que se construyen las carreras de los políticos populistas.

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3 de marzo de 2010
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Spleen à Francfort

Maqueta virtual del pabellón argentino. Fuente: revista ñ Mientras Argentina se prepara para asistir este año a la Feria de Fráncfort, y ya se está haciendo la maqueta y todo, misteriosamente llegó a mi blog este texto-manifiesto de Beibbeder escrito en el 2004 sobre la famosa feria. Váyanse preparando, amigos argentinos, y no empiecen a pelearse quién va y a quién lo editan. Reciban lo que les toca con buen ánimo, humildad y sin grandes expectativas. Total, ya sabemos que los poster del Ché Guevara serán los objetos más vendidos de la exposición. Dice Fréderic Beibbeder:?Termino por comprender lo que no funciona: ¡No hay escritores en Frankfurt!. Es la mayor manifestación consagrada a los libros, pero no se habla más que de dinero. Se compra, se vende, se cambia, se sopesan las posibilidades del próximo García Márquez, las tiradas del Padrino IV, las posibilidades de adaptación cinematográfica de libros cuyos autores ausentes todavía no han escrito ni una sola línea?nadie, en una semana, me ha hablado de literatura.?Frédéric Beibbbeder, Spleen à Francfort, LIRE, Novembre 2004

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2 de marzo de 2010
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Los intermediarios

R.A.: Lo propio de lo filosófico es la vitalidad de la interrogación, y esa vitalidad no puede estar alejada de la esfera sensitiva, y por lo tanto artístico-literaria.

Delfín Agudelo: Pero en esta medida, el que establece estas diferenciaciones entre la escritura filosófica y la escritura literaria, o el que sirve de obstáculo hacia la esfera de lo sensorial, ¿se trataría acaso de esa figura a la cual tanta importancia das tú, como lo es la del intermediario?

R.A.: Sí, fueron los intermediaros que se presentaban como organizadores de la civilización, de la cultura de una sociedad; ellos son quienes han dictaminado estas diferenciaciones. Por ejemplo en la Edad Media claramente la figura del teólogo era una figura hegemónica, situada sobre la figura del filósofo, la cual era a su vez hegemónica sobre la del poeta/trovador. Si el filósofo era teólogo, bien; pero un filósofo que no lo fuera, quedaba en cierto modo marginado de la esfera de la edad media. En el mundo moderno el filósofo en su competencia con el científico ha intentado marginar al poeta y al artista. Y el poeta y el artista, a su vez,  ha buscado su status propio al margen de la filosofía académica. ¿Pero quién es el que ha marcado eso? Los intermediarios.

En el caso de la Edad Media, evidentemente era la propia estructura educativa de la iglesia la que marcaba quién era el teólogo, y también cuál era la cima de la organización del saber y de su transmisión. En el mundo moderno durante mucho tiempo quien ha marcado eso es la academia, las universidades. Hoy quizás eso sería más relativo, pero aún es así. De manera que todos sabemos que un artista contemporáneo es o no importante de acuerdo a unos criterios del marchante, del teórico, de un curador, de un crítico.

Pero creo que la interrogación del saber poco tiene que ver con esas clasificaciones epocales que dependen de criterios ideológicos, de las estructuras de cada época. En nuestro mundo un teólogo apenas tiene importancia desde el punto de vista de la hegemonía o autoridad del saber. En nuestra época la autoridad del saber es del científico, y esta autoridad a veces está peligrosamente en manos de supuestos especialistas y expertos que tienden a la parcialización unidimensional. Frente a ellos la interrogación filosófico-artística o literaria tiene que aspirar de nuevo a ser reconocible lo global y lo conjuntivo que hay en el hombre. Por tanto hay un papel importantísimo en este mundo de la interrogación filosófica y del mito artístico-literario para hacer frente a la hiper-especialización de la ciencia.

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2 de marzo de 2010
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La lengua polifónica

Siameses. Ilustración: María de los Ángeles Vargas. Fuente: Bienvenido pi pi pi pi ¿Escribir en castellano o en español? ¿Por qué los españoles sienten que el castellano de América Latina es un dialecto y reemplazan, por ejemplo, "zopilote" por "buitre" en los libros intercontinentales (Ruiz Rosas dixit)? ¿Por qué a los latinoamericanos nos sabe tan mal las traducciones de autores coloquiales a la española con su "joder" "tío" "esto mola" etc hasta el punto que incluso los hermanos Glass de Salinger parecen personajes de Verano Azul? La revista "Babelia" se pregunta eso a dos escritores, un español que conoce bien América Latina (José María Merino) y un colombiano afincado en Barcelona (Juan Gabriel Vásquez). Esto dicen:José María Merino: La anciana está tejiendo en un pequeño telar, sentada en una sillita, en uno de los extremos del enorme bohío de suelo de madera brillante -al parecer, el salón de baile de la pequeña localidad inmersa en la frondosa selva- en una de las orillas del canal, o mejor los canales, del Tortuguero, en Costa Rica. De esto hace más de veinte años. Es uno de mis primeros viajes a la América que habla español, y estoy charlando con esa mujer, que me cuenta algunas cosas a propósito del lugar, de los huevos de tortuga, tan sabrosos, de los pequeños caimanes que llevan a su cría sobre el lomo, de los monos aulladores, del tráfico fluvial que convierte los canales en imprescindibles vías de comunicación. Me sorprende su español, en el que la riqueza léxica muestra palabras para mí castizas, y hasta arcaicas -me trata de vos- junto a otros vocablos cuyo sentido tengo que adivinar -llama lagartos a los pequeños caimanes- igual que me sorprende la música que hace resonar su discurso, el modo de pronunciar las erres, las cadencias del fraseo. El momento, el esplendor solar convertido en una luz suave gracias al gigantesco arbolado y remansado en la solemne penumbra del bohío, la humedad que enaltece los aromas, quedan en mi recuerdo envolviendo ese español nuevo, diferente, que fluye de la boca de la mujer. [...] En la época de la que hablo he leído con atención y gusto a los escritores de lo que conocimos como boom latinoamericano -varios acabarán convirtiéndose en clásicos vivos de nuestro idioma- y he advertido las peculiaridades que le dan a su prosa su inconfundible identidad. Pero es a través de las palabras de esta mujer del pueblo cuando comprendo que mi lengua ya no tiene un único lugar de referencia, que puede ser la misma y presentar otra melodía, e incluso un léxico donde convivan pacíficamente lo habitual y lo ajeno, en tierras para mí muy lejanas. La revelación de que la anciana no habla una lengua segundona de la mía es, en cierto modo, similar a otra: la que, al leer a los cronistas y escritores de Indias, a raíz de mi primer descubrimiento americano, tuve al comprender que, en los Comentarios Reales, el Inca Garcilaso realiza un genial injerto, al contarnos la historia de sus antepasados a la luz de la cultura grecolatina. Con los años he recorrido muchos lugares de Iberoamérica, he vuelto a tener gustosas conversaciones con hablantes populares, y me sigue asombrando, con el deleite de compartir lo más hondo de ese patrimonio, la variedad de registros melódicos y la riqueza de los vocabularios. Los hispanohablantes nunca seremos capaces de abarcar todas las músicas de nuestro idioma, ni todo el léxico que lo enriquece. La fragmentación comunitaria ha favorecido la existencia de muchos reductos regionales, y en ellos surgen espacios verbales donde la intimidad, la familiaridad, ofrecen nuevos registros de un al parecer infinito panorama de modulaciones del español.Juan Gabriel Vásquez: He tenido que pasar catorce años fuera de Colombia -y diez años de escritura, o de intentos de escritura, en Barcelona- para enterarme de algo que todos sabían, menos yo: mi lengua está en peligro. Me refiero, claro, a la lengua española con que escribo mis ficciones: al parecer, el hecho de llevar tanto tiempo fuera de mi país es una especie de atentado contra su pureza. La lengua de un expatriado como yo está amenazada (me explican) por la globalización, y el resultado es la pérdida de sus matices locales o nacionales, y la consecuente creación de una koiné donde las novelas de todo un continente acabarán sonando igual. La lengua de un expatriado como yo está sitiada (me explican) por la ubicua y contaminante presencia del inglés, con el resultado -indeseable, por lo que se ve- de que la ficción latinoamericana ahora suena toda como una traducción de Cheever o Yates. Me parece que en ello, en estas bienintencionadas inquietudes, hay un gran malentendido: la idea de que la lengua literaria se comporta igual que la lengua hablada, y de que los escritores que pasan mucho tiempo en países ajenos corren el riesgo, como si dijéramos, de "perder el acento". Pues bien, no es así. Mi coterráneo Fernando Vallejo lo explicó bien en el menos vallejiano de sus libros: Logoi. "La prosa", dice allí, "es como una lengua extranjera opuesta a la lengua cotidiana". En otras palabras, la voz con que uno cuenta sus novelas es siempre una fabricación, una invención; desde Lázaro de Tormes hasta Jacobo Deza, la voz de la ficción es una creación artificial que sólo a grandes rasgos coincide con la dicción del escritor metido en eso que, a falta de mejores palabras, llamamos mundo real. Si uno siente, como siento yo, que siempre está escribiendo en una lengua extranjera, puede sin miedo dejarse contaminar por tres años de vida en países francófonos, por diez años de vida en español peninsular, por una vida entera en estrecho contacto con el inglés de varios países; y, lejos de amilanarse por ello, lejos de sentir y temer la desnaturalización de su lengua, comprenderá que esas voces y esos ámbitos que se le ofrecen en el extranjero pueden muy bien acabar por enriquecerlo. Así que ni la contaminación ni el descenso a la koiné me han preocupado nunca. Hubo un tiempo, sí, en que la exhibición indiscriminada de localismos bastaba para hacer literatura latinoamericana; ese tiempo, por fortuna, ha pasado, y de la superstición del color local -tan afín a esa otra superstición, la del nacionalismo literario- ya se ocupó Borges en El escritor argentino y la tradición, un ensayo de los años treinta que para mí tiene el lugar de un manifiesto

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2 de marzo de 2010
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El poder de las pesadillas

Recibí El poder del perro, de Don Winslow, como regalo de cumpleaños de parte de mi amigo el guionista Marcelo Camaño. “Te va a gustar”, me aseguró como quien sabe de lo que habla y me conoce bien. No tuve demasiadas dudas al respecto. Ya había leído algunas cosas sobre el libro de parte del gurú Fresán. El voluminoso relato me acompañó de Buenos Aires a Barcelona y siguió vivo en mi interés a pesar de los avatares del viaje –lo cual no es poco decir.

         Admito que tuve que luchar contra lo que se me apareció como chatura de su lenguaje. Quizás me jugaron en contra las palabras del maestro Richard Price, que en esos mismos días había insistido en la vieja idea de que más allá de lo que cuenta, cualquier relato debe proceder de acuerdo a las reglas incantatorias de la música: además de narrar bien, debe sonar bien. Y Winslow cuenta de una manera que para mi gusto es demasiado elemental. Mientras leía, no podía dejar de preguntarme: ¿será esta forma de narrar –plana y práctica, casi a la manera de un pre-guión cinematográfico- lo que el grueso de la gente quiere leer? Las cifras de ventas parecen indicarlo, al menos. En ese caso, amigos, estoy en problemas…

         En más de un sentido, leer El poder del perro se me antojó igual a releer las viejas novelitas de cowboys que le robaba a mi abuelo cuando niño, firmadas por nombres y alias estilo Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane y Clark Carrados. Sus personajes no tienen más espesor que la plancha de papel sobre la que sus dudosas hazañas han sido impresas. Y sin embargo no pude dejar de leer sus más de 700 páginas. ¿Por qué?

          Imagino que su atractivo deriva del poder que todavía conserva sobre mí (y sobre Marcelo, aventuraría, y por supuesto sobre Rodrigo) otro subgénero de la narrativa infanto-juvenil: los cuentos de hadas con vena terrorífica, al mejor estilo Hans Christian Andersen. Esas narraciones que hoy se ven tan políticamente incorrectas (esos eran tiempos en que padres y escritores trataban de preparar a los niños para la eventualidad del temblor en la noche, en lugar de –como hoy tiende a hacerse- negar la posibilidad de su ocurrencia), trabajaban poéticamente sobre la naturaleza de este mundo. La idea no era sugerir la existencia de trolls, brujas y sirenas, sino más bien de poner en contacto al lector con el lado oscuro del universo y describir el azaroso camino de la existencia humana, que encuentra tan fácil destruir y tan difícil construir.

         En este sentido, El poder del perro es un terrorífico cuento de hadas para adultos, porque nos confirma lo que ya intuimos, o nos visita ocasionalmente en nuestras pesadillas: la idea de que el orden de nuestras civilizaciones es pura fachada, y que nuestras sociedades están en manos de organizaciones supralegales de un poder casi omnímodo que coleccionan naciones y presidentes como nosotros coleccionamos libros o música.

La diferencia entre los narcobarones, políticos y agentes secretos de El poder del perro y el Sauron de El señor de los anillos es una de género declarado, nomás: todos ellos resultan inasibles, tienen por aliadas a las clases medias y pudientes y a las elites científicas (¿qué otra cosa es Saruman en la novela de Tolkien?) y construyen un poder que crece de modo directamente proporcional a la debilidad humana. ¿O debería decir a su imbecilidad?

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2 de marzo de 2010
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I Congreso Virtual de la Lengua Española

 

Todavía sobrecogidos por la catástrofe que ha dejado tanta muerte y destrucción en Chile, algunos han tomado la iniciativa de intentar volver a la normalidad lo antes posible y darle cauce a experiencias truncadas por el terremoto. Una de esas actividades, como muchos de ustedes saben, es el V Congreso Internacional de la Lengua Española, en el que han trabajado tantas personas y durante tanto tiempo con ilusión y perseverancia y que, naturalmente, fue suspendido. Entre esas rápidas iniciativas para paliar esta parcela del desastre, el suplemento Babelia ha decidido ampliar el especial que empezó a publicar hace dos días en este blog: http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/ sobre dicho Congreso. Lo han transformado en un Congreso Virtual de la Lengua Española que empezará a funcionar desde hoy y hasta el viernes. Cada día habrá chats con académicos y escritores, audios de autores hablando de la lengua, un adelanto de palabras del nuevo Diccionario de americanismos (que se iba a presentar en el Congreso) y una pregunta a los lectores para que entre todos los hispanohablantes demos al castellano o español el tratamiento que merece, según explican desde el suplemento, e invitan a todos a proponer ideas y participación.

Creo que es importante, para quienes estamos interesados en la lengua y la literatura, participar activamente y con nuestra presencia (virtual) pues la iniciativa también sirve para medir el pulso de nuestra vinculación con las nuevas tecnologías, convirtiéndolas en verdaderas herramientas de participación social. Este fallido V Congreso físico que se iba a celebrar en Valaparaíso puede no considerarse del todo abortado; más bien puede convertirse en el Primer Congreso Virtual de la Lengua Española y también en el primero en que todos nos movilizamos para entendernos y entender el avance de nuestra lengua común. De manera que si lo desean, pueden dejar  aquí sus impresiones y comentarios sobre el debate que generarán las opiniones y las charlas, las ponencias y estudios de los participantes en el congreso: hay algunas participaciones muy interesantes. O bien lanzar alguna propuesta de debate que nos interese a todos. Así, el terremoto de Chile no habrá destruido también el acervo intangible de nuestra cultura.

 

 

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2 de marzo de 2010
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Ventanas

En el asunto de las ventanas, desde el arquitecto, al historiador, desde la novelista al sociólogo, aparece machaconamente la dialéctica entre el interior y el exterior. O lo que es lo mismo,  la  manida idea de que si de un lado la ventana procura que el exterior ingrese en casa, de otro la casa se abalanza y succiona el mundo del exterior.

La aparición del cristal mantuvo sin cesar este diálogo del adentro y el afuera. Lo mantuvo noche y día, con lluvia o con nieve, con viento o con frío y, de este modo, reforzó la metáfora de la ventana como un suerte de ojo que miraba cuanto acontecía más allá y se miraba interiormente como se supone que podría hacer mitológicamente el ojo.

Ni el ojo ni la ventana cumplen realmente la función de automirarse pero es cierto que ambos delegan esta importante tarea a quien nos observa la mirada o quien escudriña a través del ventanal. En la expresión de sus ojos llegaremos a alcanzar una aproximación de lo que han descubierto en nuestro adentro.

Pero ¿descubrir  qué? La intimidad, evidentemente que se da por recubierta, y más concretamente la identidad femenina puesto que el ojo ha sido por antonomasia el ojo masculino de Dios: las mujeres vistieron de rojo o amarillo para ser vistas con facilidad mientras la indumentaria masculina se camufló de gris o de azul (el color del aire o del cielo) como manera de ver sin ser visto.

Las mujeres hasta hace poco no miraban (o sólo miraban a medias, tras el abananico, tras las cortinas, tras los visillos) mientras los hombres tenían por misión avistar y cazar". La insolencia de algunas mujeres que se asomaban a las ventanas llevó a calificarlas de "ventaneras" (o chicas licenciosas) tal como aparecen pintadas en el cuadro de Murillo, Gallegas en la ventana (c. 1660).

Tras la ventana sucede la intimidad y quién sabe si se arrastra al presentarse en su alfeizar. La intimidad se abulta tras las cortinas especialmente de noche cuando la casa parece iluminada a retazos a través de esas aperturas que, aún medio celadas, delatan una incierta vida secreta en su interior. Esta es la máxima categoría de la ventana en cuanto signo: la parcial donación de intimidad o el indicio, medio oteado medio inventado, que hace  presentir. Hace presentir algo sin llegar del todo a paladearlo o conocerlo, hace grande que la imaginación se agite y lleva a olfatear posibles secretos que en la casa se guardan.

Unos secretos que no consisten sino en el ovillo de una intimidad más o menos intuida  y de cuyo argumento hay modelos y modelos repetidos. Aunque repetidos tan sólo, en un modo grosero de mirar, porque en cualquier galería de fotografías dedicadas a familias reunidas ante el televisor o la mesa de comer se observará siempre una sorprendente  cantidad de diferencias según sea la calaña, o el cuarto,  el carácter, el vestuario, la fisognomía, la educación, la iluminación, los cuadros, los colores y la infinita interrelación de los numerosos componentes.

La intimidad siempre es menos que un gran espectáculo pero mantiene el vivaz interés de su interminable taxonomía y agudiza, en fin, la morbosidad que vela la ventana.

Carmen Martín Gaite escribió Entre visillos mirando por la ventana en la dirección de  adentro a afuera. La mujer que miraba aspiraba a no ser vista ni importaba su consistencia real más allá de la penetración en que se empeñaban sus ojos.

El mundo visto desde una mujer que no era vista. Siempre a la manera de un panóptico (el panóptico del histórico carcelero masculino) y con la condición de que ese artefacto está  desaparecido. De este modo la secuencia discurre ante un objetivo que objetivamente graba.

La Muchacha en la ventana (1925) de Salvador Dalí retrata a una mujer en la ventana abocada hacia el mar y el protagonista del cuadro es tanto ella como la ventana: no la marina, los barcos de vela o los pormenores de la costa. La ventana o ella no poseen otra función que identificarse con la nueva mirada de esa mujer vermeeriana. Una mujer de interior que en ese cuadro, a diferencia de las protagonistas de Vermeer (presente en  Dalí) se asoma. Y ¿quién duda de que "asomarse" pertenece a la mística de la feminidad?

Asomándose al mundo, las mujeres feminizan el mundo. Desde la oscuridad o el anonimato a la exterioridad y su vistoso color. La ventana es un  tránsito pero se trata, sobre todo, en la historia de la casa de un símbolo  constructivo administrado por las manos femeninas como guardián de la intimidad y su regular servicio de  higiene o, directamente, graduando sus rendijas en los momentos necesarios para dosificar la luz.

Asomarse a la ventana comporta aceptar la vista pública y de ahí, también, que hasta mediados del siglo XX la ventana abierta evocara tanto un gesto de desparpajo o comunicación vecinal como un audaz ofrecimiento. .

La ventana es redundandemente indiscreta. Se introduce en las maniobras ocultas de los demás y se abre, inevitablemente, a la interpretación de los otros. De este modo, entre el placer de observar y el tedio de no ver nada nuevo la ventana bascula entre el yo y los demás, la vida y la muerte. Entre la estética de una multitud acaso extraña y amenazante y el orden de la habitación que, a nuestras espaldas, nos calma resguardándonos.

 

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2 de marzo de 2010
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El partido de los incorrectos

Lo que se lleva ahora es la incorrección, no sigamos engañándonos. Quienes disfrutan llevando la contraria, navegando contra corriente, ya pueden cambiar de guión. Lo normal, lo habitual, es atreverse a establecer alguna relación entre inmigración y delincuencia, tomar las medidas del país para decir que no cabemos todos, echar en la cuenta de la religión más ajena --el islam-- todos los estigmas, o incluso atreverse a descalificar a alguien por su origen o su lengua. Los artistas de este fuera de juego lo tienen ahora más difícil: son multitud quienes les emulan. En fuera de juego quedan ahora los otros. Aunque pocos: tanto palo al progre ha liquidado prácticamente la especie y los títeres que quedan parecen contratados para recibir gorrazos de sus denigradores.

Es lógico: los incorrectos ya tienen partido y quizás van a tener pronto internacional. Están en el poder o a punto de alcanzarlo en muchos países europeos. Son parte, vaya por Dios, del establisment, todo lo contrario de lo que querían ser cuando mozalbetes. Hay primeros ministros y ex presidentes que compiten entre sí para ver quien lo es más, aunque nadie supera a Berlusconi, el emperador de los incorrectos. En su caso, el mérito artístico va acompañado del premio pecuniario. Nadie le ha sacado nunca tanto partido: este pasado 2009 de nuestras crisis ha sido un año de oro en beneficios empresariales para Silvio y los suyos. Para algo está en el Gobierno: forrado ya, para evitar la cárcel; y mientras va evitándola, para seguir forrándose. Los incorrectos son quienes marcan ahora las agendas. Se les puede llamar populistas o incluso de extrema derecha si se quiere, pero son denominaciones demasiado antiguas. Viene de lejos eso de decir en voz alta lo que los demás murmuran, aunque ahora sea al revés: el murmullo aislado es el de los que conservan todavía algunas reglas absurdas de la buena educación, las voces escandalizadas de quienes no quieren invertir la jerarquía de la palabra sobre las heces. Son tantos en tertulias y columnas los que reivindican su voz políticamente incorrecta que es hora ya de pedirles que revisen su vocabulario: se creen incorrectos, pero la suya es una nueva corrección política. En el caso más leve, la de los prejuicios, los tópicos y estereotipos, y en el más grave la de la xenofobia, el racismo y la exclusión. Lo que faltaba era que alguien que reivindica la ciudadanía utilizara la descalificación excluyente de la incorrección y exigiera después a los insultados un poco más de sentido del humor. Negro, se supone.

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2 de marzo de 2010
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En el corredor de los condenados a quedarse

La señora levanta el cuño y lo acerca a la hoja, para finalmente colocarlo a un lado sin haber estampado tu permiso de salida. ?Usted no está autorizada a viajar? -te dice- y todos en la oficina escuchan la frase que te condena a quedarte recluida en esta Isla. En las otras mesas, los solicitantes se miran a los pies para evitar que tus ojos se topen con los de ellos buscando solidaridad. Los militares que pasan te escrutan de arriba abajo con el reproche de quien piensa ?algo habrá hecho, para que no la dejen salir?. Hasta el último minuto pensaste que a lo mejor los archivos del Ministerio del Interior no estarían tan organizados y tu historial de inconformidades no saldría a relucir. Frecuentemente especulabas que una secretaria iría por una pizza justo en el momento en que revisaba tu expediente y los tirones de su estómago la harían ponerlo ?a toda velocidad? en el montoncito de los aprobados. Bien sabes del efecto que el queso derretido y la salsa de tomate puede causar en un burócrata que mira su reloj a las tres de la tarde. Sin embargo, la opción de la negligencia estatal no funcionó esta vez. Detectaron tu caso desde que presentaste las primeras planillas para un viaje hacia el Sur. Algún jefe con rango de teniente coronel habrá sonreído al ver que finalmente estabas en sus manos. Después de creerte que podías actuar como un hombre libre, diciendo tus opiniones a viva voz y publicando artículos sin seudónimo, habías llegado al punto donde te harían sentir todos los muros, todas las rejas, todos los candados. No tienes antecedentes penales, jamás has sido condenada por un tribunal y tus delitos más frecuentes consisten en comprar queso o leche en el mercado negro. No obstante, acabas de comprobar que sigues purgando un castigo. Tu sentencia  es quedarte tras los barrotes de este archipiélago, recluida por esa franja de mar que algunos ingenuos consideran un puente y no el foso insalvable que realmente es. Nadie va a dejarte salir, porque eres una reclusa con un número pegado a la espalda, aunque creas que llevas la blusa que sacaste del armario esta mañana. Estás en el calabozo de los ?peregrinos inmóviles?, en la celda de los obligados a permanecer. Por la ventana una voz te recrimina por no haberte callado, fingido un poco… llevado la máscara para poder viajar. ¡No podrás ver la luz hasta que se eche abajo toda la cárcel!

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2 de marzo de 2010
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