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Agarrados al amor de las momias

Por 8 de marzo de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hay en la Real Armería de Madrid una soberbia colección de armaduras para jinete y bardas de caballería que fueron usados en torneos y justas renacentistas. Pertenecieron a cuatro reyes ilustres, Fernando de Aragón, Maximiliano de Austria, Carlos V y Felipe II. Alguna hay también con uso de guerra, pero es excepción porque ya para entonces la caballería era más bien un estorbo ornamental.

    A medida que se perfeccionaba la artillería y el uso de armas de fuego, la nobleza y sus bellos brutos forrados de acero iban siendo discretamente apartados del campo de batalla. En 1415 las bombardas de la batalla de Azincourt dieron la puntilla al cuerpo de nobles caballeros. Sin embargo, si no era imprescindible para la guerra, ¿qué justificación podía tener una caballería aristocrática acorazada? A partir de ese momento se multiplicaron los torneos, los escudos grabados con ninfas y dragones, las espadas floreadas, las bardas de acero plateado y engastes de bronce, los penachos líricos, la espuela de orfebre, las damas despechugadas y algo histéricas atando cintas en las lanzas de sus campeones.

    Cuenta Burckhardt que cuando un viajero describía a florentinos o milaneses estos festivales de la Borgoña y Flandes, se caían al suelo de la risa. En efecto, aquellos guerreros de juguete acabarían arrodillados ante los Medici y los Sforza cuya caballería la formaban millones de florines y ducados de oro montados por los mejores ingenieros y pensadores de su tiempo.

    Así veo yo, con el añadido de una decadencia insondable, a los nostálgicos de los estados totalitarios del siglo pasado, esos guerreros de juguete que hacen filigranas ante las señoras defendiendo dictaduras del siglo XX. Esta misma semana, un cómico madrileño luchaba como un campeón con el pañuelito de los hermanos Castro atado al puño. Un siniestro puño de juguete que agitaba varonilmente frente al insumiso muerto tras una huelga de hambre. El mequetrefe se pavoneaba ante el cadáver del cubano como un bufón que por complacer a su rey baila sobre la tumba de un inocente asesinado.

 

Artículo publicado el domingo 8 de marzo de 2010.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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