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El amor al interior (1)

Los amigos nos citamos en Chicote o en Boadas a tomar una copa. No vamos a tomar una copa a cualquier parte, y la copa allí no es cualquier cosa que se bebe sino que se toma de paso la  experiencia de un lugar y mezclado al sabor del trago. El ambiente de un recinto cerrado es el primer ambiente importante de nuestra ubicación en este mundo. No nacimos al aire libre sino comprimidos en un mundo interior. Por nacimiento mismo somos  más interioristas que exterioristas, más del albergue materno que de la madre naturaleza.

En 1963 Rachel Carson publicó su libro luego casi bíblico titulado The Silent Sprint y desde ese momento se dio por iniciada la conciencia del medio ambiente natural. Nunca antes ni después de aquella fecha un movimiento social ha alcanzado tanta audiencia y acatamiento en proporción al intervalo de su desarrollo. El ecologismo que inauguró ese manifiesto de Rachel Carson en The Silent Spring hizo pensar de otra manera en los bosques, creer como nunca se nos habría ocurrido en la bondad de los coyotes, nos despertó al cuidado de no echar residuos en los ríos, y nos inició en el arte de amar incluso a las focos.  El exterior, animado e inanimado,  se introdujo en nuestro interior como una nueva fe y los norteamericanos tan hábiles en la comunicación de la cultura y tan formados en la teología  tradujeron ese respeto por el entorno en una religión. Nadie pudo en lo sucesivo declararse insensible al medio ambiente e  irrespetuoso con el exterior. Dios había sido reemplazado por la Naturaleza y los pecados por tirar las pilas al suelo. El mundo desarrollado empezó a caracterizarse por su sensibilidad respecto al paisaje y conjuntamente por un impenable tratamiento de la basura. La basura que hasta hace poco había sido tomada como un excremento que se rehuía incluso oler pasó a ser un producto que merecía inexcusablemente ser tratado. Todo residuo, cualquier detritus de un país moderno merece hoy un buen tratamiento porque el entorno exterior debe ser protegido a toda costa.

Paradójicamente, sin embargo, no ha sucedido lo mismo con el espacio interior. Toda la sensibilidad parece haberse dirigido a salvar el destino del exterior mientras el interior se condenaba.  En las escuelas enseñan a los niños la reverencia al entorno natural haciéndoles entender que su vida moral y física depende de ello pero nadie se ocupa de alertar a los alumnos sobre las amenazas del interiorismo que pueden acabar más directamente con su dignidad y su amor a la vida. Desde las cafeterías de colores naranja que se iluminan como quirófanos sin piedad hasta los comedores que albergan motivos angustiosos,  los arquitectos, los interioristas, los decoradores o los aficionados a cada una de estas dedicaciones han colmado nuestro país -y otros muchos países- de crueles e irremediables ambientes que corroen silenciosamente la vida, arrancan pedazos de fe en el destino, amargan la mirada y ayudan repensar el mundo como una incesante producción de telebasura. Cualquier empresario puede, como es de razón, plantearse la inauguración de un cine, un hotel, un salón de té, una tienda de electrodomésticos y nadie parece pensar que la mercancía y el cliente mantendrán una relación dentro de ella. Lo malo, sin embargo, es que lo piensan. Lo piensan con detenimiento los arquitectos de algunos hospitales que los diseñan como largos túneles hacia el tanatorio, lo piensan los ambientadores de iglesias que las convierten en almacenes de carga, lo piensan quienes habilitan redacciones de periódicos transformadas en clínicas psiquiátricas.

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23 de marzo de 2010
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El espacio del escritor

Una de las preguntas más frecuentes cuando se trata de entrevistar escritores e indagar en su método de trabajo tiene que ver con su espacio, el lugar donde escribe, la guarida de la creación, la leonera, al decir de algunos. Y todo parece indicar que,a menudo, este espacio pertenece más bien a la elusiva categoría de lo romántico, de una cierta idealización de la realidad. A veces leo las respuestas de escritores que indican con todo lujo de detalles dicho lugar, el primor con que lo han ido llenando de objetos prácticos --lápices, plumas y más recientemente dispositivos electrónicos de toda índole-- tanto como de fotografías, objetos decorativos, infinidad de libros como un horizonte inabarcable de lecturas y rumas de papeles que en las fotos adquieren esa cualidad misteriosa que exacerba la imaginación del observador. Algunos escritores suelen añadir que no pueden trabajar o les resulta difícil hacerlo fuera de aquel despacho, de aquella habitación convertida en su centro de trabajo y que añoran cuando se encuentran lejos, pues la inspiración les abandona o simplemente la incomodidad de hallarse alejados de su lugar habitual les inmoviliza para crear. Y debe ser cierto, pero también lo es que muchos aspirantes a escritores suelen estar más pendientes de encontrar ese lugar y de crear una cierta atmósfera que de el hecho de escribir en sí. Algunos encuentran ese lugar fuera de casa, de preferencia en cafés antiguos, donde creo advertir un cierto punto de exhibicionismo: basta con entrar al madrileño Café Comercial para encontrarse en ocasiones un disciplinado y reconcentrado ejército de escritores frente a sus portátiles, absortos en sus novelas o en sus poemas. Unos cuantos perseveran con las libretas y los bolígrafos. Porque para algunos, escribir entraña también una cierta estética.

Lo cuenta Julio Ramón Ribeyro, creo que en sus «Prosas apátridas»: dice que cuando era muy joven se sentaba frente a una máquina de escribir, y con un vaso de agua como si fuera de vino, mordisqueaba una pipa de su padre y soñaba con escribir. Repetía los gestos que su imaginación adolescente le había procurado para alentar una imagen más bien vicaria de lo que él consideraba que era ser escritor. Su conclusión, al menos así la recuerdo, es que treinta años después está sentado frente a una máquina de escribir, con un vaso de vino y un eterno cigarrillo humeando en un cenicero cercano, pero despojado totalmente de su carácter romántico. Porque crear un espacio para escribir es magnífico... si lo conseguimos. Pero buscar tiempo para escribir donde podamos y cuando podamos es mejor. O más realista.

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23 de marzo de 2010
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Hambre de verdad (2)

Antes que la receta dudosamente revolucionaria propuesta por Shields en su libro Reality Hunger: A Manifesto (según Shields, a la novela muerta de muerte natural hay que oponerle 'la anti-novela, construida a partir de sobras, de la chatarra': o sea, un refrito del ya clásico cut and paste, justificado ahora por las facilidades que las nuevas tecnologías regalan a los cultores del plagio), me interesa su diagnóstico.

Para que un manifiesto, tanto artístico como político, haga olas (y Shields las está haciendo, a juzgar por la reacción en la red y en medios como el New York Times y el New Yorker -gracias, Gonzalo B), lo importante es que traduzca una sensación de malaise que debe haber estado flotando en el aire hasta entonces sin que nadie la nombrase del todo, o al menos con agudeza. Y cuando gente como Michiko Kakutani y James Wood se hace cargo del asunto, es porque algo está sonando. No hace falta recurrir a generalizaciones como 'el público', o 'los lectores', para esconder la mano que tira la piedra: estoy convencido de que somos muchos los escritores (y Shields lo es, y hasta hace poco lo era además a la vieja usanza) que creemos también que el Estado Actual de la Novela es, por así decirlo, poco excitante. ¿Quién podría disentir con Shields cuando sostiene que la mayoría de lo que se edita es aburrido y produce, en consecuencia, deserciones en masa en el campo de los lectores de ficción?

Ya llevo mucho tiempo comparando en mi país las listas de ventas de Ficción y No Ficción. No tanto por las cifras, de las que paso olímpicamente, sino por la oferta que representan. Del lado de la Ficción suelen estar los best-sellers de siempre, internacionales en su mayoría; el título que haya ganado el premio del momento; alguna novela que haya logrado colarse por obra y gracia de las operaciones que los críticos hacen desde los suplementos literarios, y poco más. Del lado de la No Ficción suele haber siempre algún lamentable título de autoayuda, pero esencialmente hay ensayos y libros de historia y en especial de historia reciente, y también de crónicas e investigaciones. De manera indefectible la columna de No Ficción termina resultándome más interesante, no porque prefiera la prosa periodística o académica (aunque entiendo que muchos libros de crónicas, como por ejemplo los de Leila Guerriero y Cristian Alarcón, tienen un nivel artístico superior a la mayor parte de lo que pasa por ficción), sino porque me parece que refleja las características, complejidades y dilemas de mi tiempo mucho mejor que la otra columna.  

No estoy tratando de decir aquí que la ficción debe hacerse cargo de la realidad, o reflejarla especularmente. (No debe hacerlo de manera realista, cuanto menos.) Lo que quiero decir -y aquí no puedo dejar de sentir cierta empatía con Shields- es que cuando el mundo en que vivo se ve tanto más excitante y potente y desafiante que la literatura que llega a las librerías, algo está funcionando mal.

 (Continuará.)

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23 de marzo de 2010
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El poder de Obama

Demostró que podía ganar y alcanzar la Casa Blanca. Que tenía todas las virtudes para ser presidente. Que un senador afro americano con escasa carrera política podía convertirse en el primer magistrado del país más poderoso del planeta. Los ciudadanos norteamericanos se dijeron que juntos podían, y lo consiguieron. Pero fue a través de su figura singular como quedó demostrado que Estados Unidos podía. ?Yes we can? no quería decir todavía ?I can?. Eran los ciudadanos movilizados los que podían. Después de la votación nocturna del domingo, por un escaso margen de siete votos, arrancados penosamente, con medio año de retraso respecto al plan inicial y después de rebajas y concesiones, Obama ya sabe que también él es quien puede. La reforma del sistema sanitario es una demostración de la voluntad y de la fuerza política del presidente. Todos sabemos ahora que Obama puede. Y por eso escuece a los republicanos.

Ésta es su segunda victoria. La primera le llevó en volandas a la Casa Blanca. La segunda le acredita como un presidente transformador, carácter compartido sólo por muy pocos de sus predecesores. Lo ha conseguido después de un combate que ha sido como una tercera campaña electoral. Primero fue la de las primarias frente a Hillary. Luego la presidencial, frente a McCain. Y ahora la reforma sanitaria frente a los republicanos en bloque e incluso frente a quienes querían una reforma más radical en su partido. Esta ha sido la más dura, la más agónica, la más disputada de todas. Paradoja de esta presidencia: Obama ha querido ser un presidente transversal, 'bypartisan'. Le atrae la argumentación conciliadora y utiliza un lenguaje moderado. Sus formas son tan centristas como lo son sus ideas. Pero pocos presidentes han conseguido dividir y radicalizar al electorado como Obama en los 14 meses que lleva en la Casa Blanca. La legislación sobre el sistema sanitario ahora aprobada es la mejor muestra de este carácter divisivo de sus propuestas; que lo son, no por su contenido, sino por quien las propone. Los republicanos no quieren que triunfe, le niegan el pan y la sal, la victoria. Rechazan cualquier propuesta suya por el mero hecho de que sea él quien la proponga. Por eso cabe esperar ahora un cambio de estilo. Si siendo conciliador ha conseguido dividir, es posible que siendo más agresivo consiga algo de consenso. Los resultados de la reforma sanitaria tardarán mucho tiempo en notarse. En 2019 dicen algunos. Hasta 2014 no entrarán en vigor todos los nuevos mecanismos y obligaciones. Pero el cohete ya está en órbita y no hay quien lo pare. Esta segunda victoria subirá la moral de las filas demócratas, tras la derrota de noviembre en Massachussets. Será el zócalo sobre el que Obama emprenderá nuevas batallas. Tiene infinidad abiertas, en casa y en el mundo. Hoy mismo recibe al retador Bibi Netanyahu, que ha apostado por la derrota demócrata en noviembre y por una presidencia de un solo mandato. La inmigración, el sistema escolar, el cambio climático y la creación de empleo le esperan en casa. Y fuera, ante todo, la paz en Oriente Próximo, el desafío de Irán, el desarme nuclear, pero también las guerras de Irak y Afganistán. Ésta será una presidencia grande de contenidos y de emociones. Y esto no ha hecho más que empezar.

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23 de marzo de 2010
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El candidato del cambio

Silvio fue llevado hasta su casa entre gritos de júbilo después de la reunión para nominar al delegado de su circunscripción. Sólo obtuvo 15 votos de un total de 120, pero la suya fue la victoria de la hormiga que logra excavar en el muro, el triunfo del pío pío que se hace escuchar en medio de la algarabía. Aunque se habían movilizado hacia el municipio de Punta Brava personas que no estaban en el registro de electores, el candidato oficialista sólo pudo saborear 45 manos levantadas a su favor. La abstención fue la forma en que el 50% de los congregados manifestó su inconformidad-o su indiferencia-ante un proceso asambleario con muy poca influencia en la vida real. Recuerdo cuando Silvio Benítez habló por primera vez de presentarse en las elecciones del poder popular de su circunscripción. Ni sus amigos más cercanos alimentamos la esperanza de que saliera nominado o al menos lograra que alguien-ajeno a su familia-lo propusiera públicamente. La frustración a prioi, el desgano por anticipado, se han introducido demasiado en nuestras vidas. De ahí que nos sintamos derrotados antes de proyectar siquiera una fórmula con la que transformar el país. La balsa surcando el mar o el silencio cómplice siguen siendo las estrategias más usadas para solucionar los problemas personales de cada cual, visto que el ?el problema? nacional parece perpetuo. Sin embargo, aquella noche en Punta Brava la telenovela no fue más atractiva que la desgastada maquinaria de optar por ?el mejor y el más capaz?. La curiosidad hizo que se llenaran las calles y las aceras para saber si ?el candidato del cambio? lograba la victoria. Silvio les había prometido un programa diferente, no marcado por la ideología sino por la gestión ciudadana. Aunque no logró registrar su nombre en el listado de más de 15 mil delegados de todo el país, al menos compulsó a la abstención a la mitad de los electores de su zona. Sin atreverse a optar por él, muchos de sus vecinos apretaron sus dedos dentro de los bolsillos, acariciaron la cabeza de sus hijos o aguantaron el cigarro frente a los labios cuando se les exigió que votaran a mano alzada. Su triunfo lo obtuvo del conjunto de brazos caídos, de todas aquellas bocas que no se aventuraron a mencionar su nombre, pero tampoco lo negaron.

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22 de marzo de 2010
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El Madrid de Iván

No ha habido un cineasta más radicalmente madrileño que el donostiarra Iván Zulueta, que falleció hace menos de tres meses en San Sebastián. Se me dirá, después de una afirmación tan tajante, que en las (pocas) películas que dirigió Zulueta ningún niñato de Serrano -con alcohol en las venas u otras substancias aún más alucinógenas en el cuerpo- atravesaba locamente al volante de un deportivo los arcos de la Puerta de Alcalá, ni salía en ninguna Manolo Morán de guardia urbano, ni la problemática social de la periferia quedaba reflejada en sus guiones, aunque sí hubiera droga, sin sordidez, en ‘Arrebato'. Iván, al que traté poco, temí bastante y admiré mucho, era un artista que observaba la ciudad desde las alturas, en su caso desde el Edificio España, hoy empapelado y cerrado a la espera de no se sabe qué reconversión especulativa. No especulaba él; sólo sacaba a la terraza de su apartamento su camarita de Súper 8, y filmaba las nubes pasar y la gente cruzar allá abajo los semáforos de la Plaza de España, la gente retratada como insectos rápidos y afanosos, las nubes desplazándose señoriales, pomposas, por un cielo que en ese lugar de la capital incita a sumarse a él, saltando al vacío.

    El suyo era un Madrid interior, un Madrid del dolor callado, sin color local, que ahora, siendo tan distinta al cine que hacía Zulueta, me ha recordado la fascinante película de Javier Rebollo ‘La mujer sin piano', sobre todo en las escenas de la Glorieta de Atocha y sus aledaños, por donde el personaje que interpreta soberbiamente Carmen Machi pasea su arrebato en sordina y se toma un bocadillo, no recuerdo si de calamares, en el bar más castizo del barrio, El Brillante, que mirado por Rebollo pasa a convertirse en un lugar del alma general y sufrida. Qué gusto da, recordando ‘Arrebato' y ‘Leo es pardo' de Zulueta, o viendo ahora ‘La mujer sin piano, comprobar que se puede hacer un cine de la ciudad y sus habitantes más extremos y elementales sin caer en el costumbrismo, la inveterada costumbre del cuerpo artístico español.

     A ese Iván en la torre, auto-reducido vitalmente, en la mayor parte de su larga residencia madrileña, a un pequeño perímetro urbano en torno a la Gran Vía, la citada Plaza de España y la calle Princesa (donde, en el número 3, estaba el apartamento en que se filmaron numerosas escenas de ‘Arrebato') le hace ahora un justo homenaje la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y lo que son las casualidades. El mismo día en que recibí el programa de esas jornadas en torno a Zulueta estaba releyendo uno de los más hermosos textos de Juan Benet, ‘El Madrid de Eloy', que apareció en su libro de viñetas memorialísticas, todas memorables, titulado ‘Otoño en Madrid hacia 1950'. Benet habla de un ser desconocido para la mayoría, y para él mismo casi inescrutable, aunque fuera compañero suyo en la escuela de Ingenieros de Caminos. Un hombre procedente de un pueblo grande del Sureste que un buen día, pasados los años, desapareció sin más, sin avisar a nadie. ¿Como Iván Zulueta, en su gradual pero inapelable retiro del mundo y posterior silencio cinematográfico? No creo que se parecieran en nada Iván y Eloy, pero sí me parecieron pertinentes para Zulueta las palabras del escritor en torno a esa figura deslizante de su antiguo compañero de Caminos, al que, a lo largo de cincuenta páginas, con procedimientos de reconstrucción fragmentaria que alcanza al fin una emocionante coherencia, Benet define como alguien que le puso sello a su tiempo, en una reflexión sobre el conjunto de personas y caracteres por los que una época será reconocida por las futuras generaciones. Y dice el autor de ‘Volverás a Región': "la figura que la posteridad acabará por designar como representativa de su momento apenas aparece en su época y solamente será merecedora de ese póstumo título cuando la representación de su época ha concluido".

    Lo que para nosotros hoy es, indiscutiblemente, el París de Baudelaire o la Praga de Kafka, no fueron, dice Benet, mientras esos artistas vivían, ciudades que ellos encarnaran como protagonistas, quedando tal papel para personajes de relumbrón hoy tragados por el olvido. Zulueta no gustó a la mayor parte de la crítica de su tiempo ni llegó al público, en primera instancia ni siquiera al minoritario. Ahora, sin embargo, como en el caso de Kafka y Praga que Benet analiza, no resulta posible reconstruir el Madrid de los años 1970/1980, para el que Iván Zulueta no existió, sin colocar en el centro a aquel gran cineasta ensimismado que fue Iván Zulueta.

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22 de marzo de 2010
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En busca del Teotocópulo perdido

Lo mejor de visitar Toledo es haberlo visitado. No porque sea un timo sino porque está pensado para destrozar las piernas. Nadie sabe cuántas colinas lo forman, aunque los primados se mostraban partidarios de que fueran siete para arrimarse a Roma y darse pisto. Así que visitar Toledo es subir y bajar cuestas y costanillas hasta que los gemelos se mineralizan y cae uno al suelo como herido por el señor de Orgaz.

Es admirable ver a cientos de miles de turistas escalando o rodando por una montaña rusa hecha a mano, o sea, a pie, agonizando en directo. Sin embargo, si uno tiene pasión por ver lo que El Greco llegó a colocar en aquella ciudad, no tiene más remedio que acudir a verlo en vivo y dejarse los bofes.

Hay allí grecos por todas partes. En las iglesias, en los hospitales, en los palacios, en los conventos, quizás también en alguna casa de huéspedes. Esto es muy chocante porque lo que pintaba el griego sigue siendo anómalo ahora, así que imagínate en la amena sociedad toledana del siglo XVI. Las explicaciones que se pueden leer son siempre escasas. Nada en este mundo puede justificar que los brazos se enrosquen como cuerdas, las piernas cuelguen como congrios y los rostros se aplasten como bandejas. O que los cuerpos luzcan cabecitas de guisante sobre torsos de Maciste. No entonces. Luego sí. En el siglo XX algún pintor, especialmente Soutine, que encima de eslavo era dipsómano, se le acerca con provecho. Deberíamos decretar que El Greco iba de pareja con Picasso. Darle una nueva biografía con nacimiento en Elche en 1891 y muerte en Madrid hacia 1963 y así se le comprendería mucho mejor.

Los del 98 fueron de los primeros en tomar en serio al insólito pintor. Baroja lo puso de paisaje en "Camino de perfección". Varios noventayochistas llegaron a ir en romería pedestre de Madrid a Toledo para rendirle tributo. Supongo que al llegar a la Bisagra ya no podían subir ni una mísera calle y se volvieron a Madrid baldados, pero en carreta.

Lo peor es que a día de hoy no me imagino yo una romería de entusiastas ni por Marcel Duchamp.

Artículo publicado el 21 de marzo de 2010.

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22 de marzo de 2010
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De la magia a Einstein

Sabido es que con Galileo y Newton lo que entendemos por Ciencia parece entrar en una nueva era caracterizada entre otras cosas por el gran peso de la escritura matemática, al principio circunscrita a la Física, pero poco a poco cubriendo otros ámbitos del saber, llegando en el siglo XX a incluir las disciplinas biológicas. Sin embargo no cabe exagerar lo que significa esta barrera, ni cabe homologar todo lo que se halla a un lado u otro de la misma. Una disciplina  como la astronomía aristotélica, que fue durante casi veinte siglos  considerada válida para salvar los fenómenos, tiene otro peso en la consideración de los historiadores de la ciencia que, por ejemplo, la magia tal como la define el gran antropólogo Frazer. Sin embargo ello no quiere decir que la Magia y ciencia aristotélica, pero también disciplinas más cercanas a nosotros no participen de un común fondo.

Un equipo investigador dirigido por el físico Miguel Ferrero de la universidad de Oviedo, nos presenta en un artículo aun inédito ( y que cuando sea publicado me gustará tener ocasión de glosar y comentar ampliamente) un impresionante cuadro de los principios metodológicos que subyacen en disciplinas tan diferentes como la relatividad einsteniana, la física newtoniana la física aristotélica y...el pensamiento mágico, concluyendo que sólo con la mecánica cuántica tales principios son puestos en entredicho. De la conclusión de tal cuadro se concluye que realismo, determinismo principio de individuación, principio de localidad o irreversibilidad de un tiempo absoluto quedarían prácticamente barridos como consecuencia de los corolarios del formalismo matemático de la Mecánica Cuántica.

Es en todo caso muy de agradecer que los físicos se vuelquen hoy sobre estos temas, proporcionando a los filósofos las armas indispensables para que su reflexión sobre el orden natural sea de nuevo efectivamente meta- física, es decir reflexión que sigue al esfuerzo de las disciplinas físicas y no especulación paralela a las mismas. Al respecto cabe precisar que los grandes de la filosofía nunca han hecho filosofía natural mas que siguiendo este sano principio. Tomás de Aquino  se sustenta en la física de Aristóteles y Emmanuel Kant en la física de Newton. Obligación de los ontólogos actuales es anclarse en lo que nos indican los que trabajan en Relatividad y Mecánica Cuántica. De esta última disciplina sobre todo cabe decir que  se desprenden unos nuevos "Principios matemáticos de la filosofía natural". Como persona dedicada a la enseñanza de la Filosofía he de agradecer a científicos como los que forman el equipo de miguel Ferrero el que nos ayuden a hacerlos comprensibles y a mostrar su trascendencia, de la cual seguiré ocupándome.  

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22 de marzo de 2010
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Hambre de verdad

En los últimos días me crucé con dos artículos que utilizaban el nuevo libro de David Shields, Reality Hunger: A Manifesto, como punto de partida de reflexiones sobre el estado actual de la literatura. El primero fue uno de Laura Miller en Salon.com, titulado RIP: The Novel. Y el segundo fue uno de Michiko Kakutani, ayer domingo en el New York Times ('Text Without Context'). Según coinciden ambas, el libro de Shields labra por un lado (y por enésima vez, habría que decir: no conozco postulado menos original) el acta de defunción de la novela, al tiempo que propone (otra originalidad dudosa) una escritura basada en el collage o, para decirlo en términos menos anacrónicos, el remix. Lo que Shields entrega, en todo caso, es una excusa au courant para celebrar la apropiación y el plagiarismo. Según sostiene, la ficción "nunca ha parecido menos central a la cultura"; en consecuencia, no debería extrañar que se sienta tan "aburrido por la fabricación pura y dura, tanto mía como de otros; aburrido de los argumentos inventados, de los personajes inventados" e interesado, en consecuencia, en lo que llama "arte basado en la realidad". De hecho, su libro procede de acuerdo al modus operandi que predica: muchos de sus párrafos son no sólo tomados, sino además refritados y corregidos de textos originales de -por ejemplo- Saul Bellow y Philip Roth, citados al final del volumen tan sólo porque, según Shields confiesa con algo parecido al candor, sus abogados se lo recomendaron.

Sería impropio juzgar Reality Hunger: A Manifesto sin haberlo leído. Pero los artículos que inspiró en Miller y Kakutani me parecen una buena excusa para preguntarse si alguno de los diagnósticos que suscribe (que los argumentos de las novelas son 'para gente muerta'; o que los lectores de hoy reclaman de los textos una sensación de verdad, de realidad, que no tiene que estar sostenida en los hechos -razón por la cual defiende, por ejemplo, los libros de memorias fraudulentos) tiene algún asidero, y cuál sería en ese caso.

Si no les molesta, le daré vuelta a alguna de estas cuestiones en los próximos días.

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22 de marzo de 2010
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Terroristas españoles

El resbalón es mayúsculo, de los que quedan grabados en la memoria. Confundir a cinco bomberos catalanes con un comando de ETA le puede suceder a cualquiera. Pero tenerlos grabados por una cámara fija y difundir sus imágenes sin hacer antes todas las comprobaciones pertinentes va mucho más allá de lo que aconseja la más elemental prudencia. Algo tendrán que ver las prisas del Ministerio del Interior francés y la aguerrida actitud del presidente Sarkozy frente a ETA con la segunda vuelta de las elecciones regionales que se celebraban ayer, y en la que se confirmó la zurra propinada por el electorado al partido presidencial una semana antes.

El ansioso presidente francés y sus servicios de policía no han sido los únicos salpicados por tamaña metedura de pata. También nos hemos lucido periodistas y medios de comunicación, con especial aplicación y sentido del espectáculo los que disponen de menos inhibiciones para frenar su hambre de sensación. Hay primeras páginas de este pasado sábado que no tienen desperdicio. Policías y jueces viven permanentemente asaltados por la tentación del espectáculo, que suele tener excelentes receptores en los periodistas. Era evidente el impacto y la fuerza de un vídeo en el que aparece un tipo con todas las apariencias de ser el jefe de la banda, rodeado de sus guardaespaldas, dos que le abren paso y dos que le cubren la retirada. Aunque fuera una sola y corta secuencia, estas imágenes tenían la virtud de la elipsis: ahí estaban comprando, quizás material para su asalto, poco antes del robo y de la muerte; era la misma elisión, aunque con menos extensión e intriga, que encontramos en el vídeo de Dubai, donde aparecen los supuestos agentes del Mosad en los seguimientos del jefe de Hamas y la preparación de su asesinato. Pero la hojarasca del anecdotario no debiera desviar nuestra atención respecto al bosque, a los hechos sucedidos esta pasada semana. ETA realizó una acción espectacular en las proximidades de París, de significado todavía no aclarado, que terminó muy mal para todos, sobre todo para la banda y desgraciadamente para el gendarme Jean-Serge Nérin. Fue detenido un etarra; un gendarme francés cayó acribillado y muerto por primera vez de mano de los etarras; y la organización terrorista no consiguió culminar satisfactoriamente el robo de coches tal como se proponía. Da toda la impresión de que la organización terrorista pagará muy cara esta actuación, que representa el momento de mayor identificación entre Madrid y París en el combate antiterrorista. Las palabras de Nicolas Sarkozy, en su visita a la comisaría de Dammarie-les-Lys el pasado jueves para dar ánimos a los compañeros del gendarme asesinado, no pueden ser más preocupantes para los terroristas. ?Francia no se va a dejar intimidar por los terroristas españoles. España es una democracia y nosotros estamos a su lado. Que ETA sepa que la policía francesa se va a movilizar de forma total y sin piedad contra ella?. Si hacemos abstracción de la mensajería electoral que también contienen la visita y las palabras, ni siquiera el presidente francés sabe el profundo alcance del léxico escogido para hablar de los asesinos. Nadie hasta ahora les había dicho con tanta exactitud lo que son, desgajándolo de cualquier significación (en alguna medida justificación, por tanto) política o identitaria a sus viles acciones. Ellos sabrán por qué matan, pero no vamos a reconocer que lo hagan por ser militantes de causa alguna ni por ser vascos. Fue un gendarme jubilado quien escuchó a los bomberos en el supermercado. Nos han contado que hablaban catalán, pero el buen señor creyó que hablaban español, cuando lo propio de unos militantes (palabra utilizada todavía con frecuencia por la prensa francesa) del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (palabras de Aznar) sería que hablaran euskera. Pues no, eran pacíficos bomberos catalanes, confundidos con peligrosos terroristas españoles. Chapeau, monsieur le président!. Quizás no ha acertado en nada esta semana nefasta electoralmente para usted y su partido, pero sí acertó en la elección de las palabras. Que no es poco.

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22 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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