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En la tropa

Cuando todavía éramos jóvenes y yo sufría periódicas depresiones, mi hermano Pepe me decía: a ti lo que te pasa, Vicente, es que pides demasiado a la vida.

Han pasado los años y, sin que hayan desaparecido las depresiones, he avanzado en comprender  que la clave (o como se llame) de la felicidad tiene que ver con admitir ser menos feliz de lo que acaso, imaginativamente, se pudiera.

Exactamente, como decía Pepe, si uno no se empeña - o no se inventa alegremente- que la circunstancia podría dar mucho más de sí, es menos probable que su resultado nos frustre. Nos pasa con el cine, con un partido de fútbol, con una pareja y, sobre todo, con nosotros mismos. Toda fantasía desmedida sobre la posibilidad de nuestras proporciones provoca una holgura igual al volumen de la pena.

El ajuste exacto es prácticamente imposible pero si hay que medir, mejor nos medimos con humildad y ahorro que con derroche, haciendo antes las cuentas propias de la pobre tropa y no las del Gran Capitán. Una figura que, en todas las historias verdaderas es abatido siempre o cuando menos se piensa. 

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20 de abril de 2010
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La descatolización

Difícil papeleta la del Vaticano en esta nueva época de la globalización multipolar y tecnológica. Aguantó mejor la embestida de la modernidad con el anterior Pontífice Romano, el polaco Wojtila, que algo supo sintonizar con el espíritu de los tiempos. Pero parece abocado en cambio a un penoso naufragio con el bávaro Ratzinger ?cinco años ya en el sede pontificia--, que combina la solidez intelectual de un catedrático de teología germánico con la torpeza diplomática y política de un pobre cura de provincias.

Juan Pablo II fue un Papa profundamente político, impulsor junto a Walesa, Havel, Reagan y Gorbachev, de la mayor transformación de Europa y del mundo desde 1917. Supo aprovechar luego la globalización resultante para hacer llegar los mensajes y los símbolos del catolicismo romano a todos los rincones del planeta, teñidos de un profundísimo contenido conservador, e incluso reaccionario en cuestiones de moral. El ideólogo de aquel curioso movimiento de repliegue ideológico y de expansión mediática planetaria era quien sería su sucesor, Joseph Ratzinger, martillo de progres y relativistas que ha ido desmochando el huerto teológico de toda cabeza heterodoxa que asomara a su izquierda. Éste ha sido el Papa de la identidad católica, que ha reivindicado las raíces cristianas de Europa, se ha reconciliado con el integrismo preconciliar y ha mostrado su vocación casi medieval de entrar en un torneo con musulmanes y judíos para demostrar la superioridad de sus propias creencias. Entre ambos Papas, ajenos a las dudas y a las angustias del Papa Montini y a la sintonía con su época y a la bondad del Papa Roncalli, han conseguido convertir a la Iglesia de Roma en el mascarón de proa de un comunitarismo occidental que da la espalda a la Iglesia de los humildes y de los pobres y encuentra el aplauso y la devoción de las clases conservadoras y adineradas europeas y americanas. Teocons y neocons son primos hermanos. Y eso ha sucedido en los mismos años en que Europa derivaba a todo galope hacia el laicismo, el islamismo embarrancaba en el fundamentalismo y en las tentaciones yihadistas y la religiosidad realmente existente se acercaba al patchwork de un nuevo mundo multicultural y sin grandes faros de referencia, exacta correspondencia del nuevo mundo multipolar. El escándalo de la pederastia clerical encubierta por la jerarquía es el remache a los cinco años de reafirmación identitaria católica de Ratzinger: muestra un profundo e inquietante desfase ante las exigencias de los Estados de Derecho y de la modernidad jurídica por parte de una institución que ha venido protegiendo con el secreto papal los delitos comunes cometidos por sus servidores sobre los más vulnerables e indefensos. Por más que haya sido el propio Ratzinger quien ha encendido la mecha desde su cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe o ex Santo Oficio, su falta de resolución y su pésima gestión política del escándalo han conducido a un enorme desprestigio de la Iglesia incluso entre sus propios fieles. Con los últimos episodios ha empezado la rectificación, que necesita ahora de pruebas tangibles y, sobre todo, el desvelamiento de los casos mantenidos en secreto para que los culpables sean entregados a los tribunales. Pero eso es algo que muy difícilmente sucederá y si sucediera no bastaría en un caso de tanta amplitud y de tan variadas y altas responsabilidades, que sólo puede zanjar una seria e improbable catarsis. Una institución con métodos de elección más modernos destituiría ahora a los responsables y elegiría a un nuevo Papa capaz del borrón y cuenta nueva, algo que está en contradicción con la misma esencia de esta Iglesia jerárquica, masculina y autoritaria, que después del Concilio Vaticano II se ha revelado incapaz de abrirse al mundo y a las otras religiones y creencias. La respuesta encubridora y burocrática a los casos de pederastia y la reafirmación en la identidad y en la fe ortodoxas se han revelado así como las dos caras de la peor y más desgraciada estrategia que podían escoger los responsables del Vaticano para la proyección de la vocación universal de la Iglesia, su catolicidad, en el mundo globalizado. Es una amarga paradoja para la civilización católica, que se define precisamente por su afán globalizador.

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20 de abril de 2010
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La religiosidad más nihilista

He recordado aquí en varias ocasiones que el trabajo de todos los grandes del verbo sólo se explica en base a la convicción de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a vehículo de exploración cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza nos singularizó, narradores y poetas apuestan a riqueza aun mayor. Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evolución, alcance sin embargo la potencia de ese verbo al que hacen referencia los evangelistas; potencia que no nos arranca al mundo, pero sí nos hace sentir que lo irreversible del devenir del mundo no es lo único que nos determina. Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que, en la inmediatez natural, coarta nuestra libertad; apuestan a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser de palabra supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Y saben que los demás esperamos de ellos que se sacrifiquen para desplegar esta potencia, a lo que contribuimos también todos y cada uno de nosotros cada vez que asumimos nuestra singular naturaleza, cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en sí.

De esta asunción plena de nuestra naturaleza se deriva la preocupación por la naturaleza en general, y la exigencia del cuidado de las demás especies vivas. Pues alcanzando razones para amarse a sí mismo, alcanzando razones para escapar al nihilismo, entonces el hombre, el único ser en quien la historia evolutiva encuentra espejo y testigo, se sentirá por añadidura garante de la riqueza y salud de la naturaleza de la que procede en exclusiva, pero que ha dejado atrás en su forma elemental. En el momento en que escribo estas líneas hay en nuestro país un tenso debate en el que en base a convicciones presentadas como filosófico-científicas se propone la homologación en derechos de ciertos animales superiores y el ser humano. No hay duda de que la genética proporciona en este caso una base (baste recordar el alto grado de homología genética que se da entre los grandes simios y el ser humano). Sin embargo la radicalidad de determinadas posiciones hace pensar que la ciencia sirve en realidad de coartada para posicionamientos cuya motivación subjetiva se halla muy cerca de la que determina a la actitud religiosa. Religiosidad tan radical que, a diferencia de la cristiana o la islamista, parece determinada por una radical voluntad de negar la naturaleza propia del ser humano y su singularidad en el seno de la animalidad y la vida. Me atrevo a decir que se trata de la mayor creencia nihilista de la historia conocida del ser humano, y desde luego incompatible con la apuesta por la fertilidad del lenguaje de la que el trabajo de los grandes escritores es símbolo.

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20 de abril de 2010
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La muerte y el paraíso interior

Rafael Argullol: El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.

Delfín Agudelo: ¿Y cuál fue, entonces, el efecto?

R.A.: Cambiaron por completo las expectativas de ese gran documento de la vida del hombre que es el arte. Si nosotros ya no solo en Grecia estudiamos las repercusiones  de las concepciones en los documentos del arte, nos daremos cuenta de que sus intereses y actitudes varían en relación a esto. No es lo mismo el monopolio de la inmortalidad a través de la memoria, que es el caso de la épica homérica, que un arte como la Divina comedia de Dante, en el cual hay una clara afirmación de la existencia de un mundo interior. En la Divina Comedia la inmortalidad no viene tanto a través de la memoria y de los hechos pasados sino de encontrar un paraíso interior. Como lo dice bien en la comedia y muchos documentos todo el mundo cristiano medieval. Pienso que la tragedia está colocada justo en el momento en que lo que era esa concepción homérica o clásica, antigua, y que se concretaba en la idea del arte hijo de Mnemosina, hijo de la memoria, como vehículo de la inmortalidad, pasa a una nueva concepción en que el arte tendrá que tener en cuenta las expectativas de futuro de nueva o nuevas vidas, o las expectativas en que la parte espiritual del hombre sea mucho más importante que la cultura. En el caso de los pitagóricos y el último Platón desatan con toda su fuerza y luego tendrán tanta influencia. Evidentemente después de la tragedia, en el siglo IX a.C., el hecho de que se rompa el mundo de las polis griegas y se dé lugar al cosmopolitismo alejandrino, al cosmopolitismo helenista, aún va a provocar una mayor atomización de las concepciones de muerte, y diría yo una función mucho más multilateral del arte como documento.

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20 de abril de 2010
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Elogio de la partida

 

 

Me falta el viaje al fondo de la noche. Me faltan viajes. También me falta reposo. Me faltan cosas, no soy como Mallarmé, ni he leído todos los libros. Y la carne no me parece triste. Es decir, algunas veces la carne es alegre, dan ganas de comérsela. Me voy de París, no es verdad que no se acabe nunca. No ha sido fácil irse pero el viaje promete. Coche de vuelta y en compañía de Juan Villoro y Margarita, buena pareja para viajes imprevistos. Quedarse "colgado" en París. No ha sido la primera vez, una vez fuimos muy jóvenes y nos quedamos literalmente "colgados". No sigo porque ya he repetido muchas veces que la nostalgia no es lo que fue.

Cuando dejo París me cuesta menos hacer un elogio del pesimismo. El libro que han publicado "Barril y Barral" sabe reírse de los tiempos, también del pasado. Ha sido, es, una buena guía para no caer en inútiles melancolías, al menos no salir de ellas con una sonrisa. Me voy de París, abro el libro y me encuentro con unos versos de una canción de Chonderlos de Laclos: "Alejado de la belleza que uno adora / No se logra imaginar días felices".

Sí, me voy, pero estuvo bien. El volcán nos dejará contemplar de nuevo las estrellas. Me voy, con el último texto que en este "elogio del pesimismo" hace Jean d´Ormesson:

"Por muy extraño que pueda parecernos, después de nosotros el mundo seguirá girando. Sin vosotros. Sin mí. Con altibajos, pero continuará. Y no se contentará con hacer que nuestros sucesores sean más felices de lo que nosotros fuimos en medio de nuestros dramas. Ya lo sabéis, el paraíso no va a aparecer mañana. El infierno tampoco"

De vez en cuando París también se acaba. Hay viaje por delante.  

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19 de abril de 2010
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Los carmelitas calzados

Ojos atentos, tímpanos especializados en el sonido escurridizo del desvío de recursos y uniformes de un color marrón, casi tierra. Son los ?carmelitas?, un verdadero ejército de inspectores que en los centros de producción velan porque el robo no se lleve lo poco que nos queda. Funcionan como un cuerpo de protección no subordinado a la administración del centro laboral donde se les ubica y responden -como soldados- a una estructura superior de ordeno y mando.  Reciben a cambio un mejor salario, algunos kilogramos de pollo cada mes y esa apetitosa merienda que revenden en el mercado negro. Constituyen la nueva tropa de auditores, en un país donde los empleos no se miden por lo que se gana sino por lo que permiten sustraer hacia el mercado negro. Estos controladores permanecen poco tiempo en cada industria, para evitar que hagan relaciones con los empleados y puedan caer en cadenas de corrupción. En las fábricas de tabaco, deben registrar a los torcedores para que no saquen ?entre sus ropas- las hojas o los puros ya terminados; en la Planta de Suchel del municipio Cerro se ocupan de buscar entre los bolsos de los trabajadores los extractos de champú o de perfume; en medio de la carretera chequean que cada pasajero de un ómnibus tenga su boleto legal y en Río Zaza debieron impedir que salieran las bolsas de leche o el concentrado de tomate. Entrenados para comprobar sellos, cerrar candados y anotar los productos existentes en un almacén, no han logrado sin embargo detener los constantes desfalcos. Imposible parece la tarea de crear burbujas de eficiencia y control en una Isla donde saquear al estado es una práctica de sobrevivencia. La cuestión es que el gobierno sabe que la gente roba en cada centro de trabajo, pero también comprende que cerrar todos los caminos del desvalijamiento crearía un clima de mucha tensión social. Hasta ahora, la vista gorda ante la sustracción era una manera de mantener tranquilos a los infractores para que no fueran a demostrar su inconformidad de otras maneras más públicas. La mayoría de los ciudadanos es consciente de que aplaudir o callarse evita que investiguen sus vidas y salga a la luz el sustento ilegal del que se nutre su familia. La permisibilidad de la malversación ha sido durante largos años una eficiente moneda de cambio de la docilidad. De ahí lo difícil de erradicarla sin dinamitar el propio sistema. Los ?carmelitas? no podrán evitar que se sigan sustrayendo recursos, porque la corrupción es la savia que nutre ?fundamentalmente- a quienes mandan hoy las huestes de la auditoría hacia las calles. p.d Recomiendo leer el artículo de Esteban Morales “Corrupción: ¿La verdadera contrarrevolución?”

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19 de abril de 2010
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‘Postpo’

Vuelvo a hablar de cine en primera persona la semana en que se presenta al público por vez primera, en el festival de Málaga, ‘El dios de madera', que los lectores más memoriosos de este blog quizá no hayan olvidado. La película, la segunda realizada por el escritor con apetencias de cineasta que soy, me sacó gozosamente de mis casillas literarias, y ya conté en este mismo espacio cibernético mis preparaciones, mis anhelos, mis disfrutes, alguna de mis dudas, pocos de mis sufrimientos, compartiendo con los lectores fieles de El Boomeran(g)  -a los que nunca olvido aunque no les conteste-  las imágenes, los relatos y hasta los accidentes del rodaje en Valencia, incluyendo el más aparatoso de todos los sufridos, que no fue un accidente de cine sino de cómic. Ustedes ya me entienden.

     Luego mantuve un silencio de postproducción, por así decirlo. Volví aparentemente a mi ser primordial, el de escritor, y ocupé mi hueco (mi "nicho", como ahora se dice en la prensa, en esa ignorante traducción literal del término inglés "niche") aquí y en otros espacios de publicación periódica con textos de opinión, de viaje, de crítica; saqué hasta el tiempo de escribir tres largos textos literarios, uno sobre Jane Bowles, que acaba de aparecer, y dos prólogos a Henry James y Juan Benet que están a punto de ser publicados en los libros correspondientes (‘Eugene Pickering' por la nueva editorial Contraseña, ‘Teatro Completo' por Siglo XXI).

    He dicho aparentemente, ya que en todos esos meses, desde mitad de octubre hasta mitad de febrero, estaba montando y haciendo las mezclas de ‘El dios de madera', codo con codo con personas más sabias que yo en los distintos apartados de los que eran responsables y a la vez muy permeables a mis indicaciones o propuestas, en un ejemplo de trabajo de colaboración permanente que le da al cine su furor y su misterio, en palabras del poeta. Terminado el montaje, la sonorización y la colocación de la música, la extraordinaria música de Luis Ivars que acompaña ‘El dios de madera',  revisada en todos sus pormenores la imagen, y supervisada minuciosamente la calidad de las primeras copias tiradas, ahora llega a las pantallas de Málaga la cosa-en-sí.

    No voy a hacer propaganda del resultado de mi trabajo, ni tampoco autocrítica o ante-crítica (como se hacía antes en el teatro) de la película, por mucho que hacer crítica  -de cine, de libros, de arte-  haya formado parte de mi paisaje consuetudinario. El cuerpo de ‘El dios de madera' está listo para pasar revista. Mañana me gustaría hablar aquí un poco de su alma.

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19 de abril de 2010
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La letra ya no entra ni con sangre

No le había visto en los últimos cinco años. Comparto con él la inicua pasión libresca, esa bibliopatía que nos ha llevado a acumular toneladas de libros cuya lectura ocuparía cinco largas vidas. Tenía muy buen aspecto y estaba sumamente simpático. Sólo en un momento de la conversación, justamente cuando tratamos sobre los libros, mostró cierta preocupación. Coincidimos en que nadie pone ya en duda que nuestras bibliotecas personales, conjuntos de diez, doce o quince mil volúmenes, son ya las últimas que podrá poseer un particular. En el futuro será cosa de locos o de millonarios reunir en casa más de mil libros. Mi generación es la última que ha logrado tener al alcance de la mano la totalidad del saber y de la literatura. La electrónica y el precio de la vivienda, aquí y en todo el mundo, matarán las grandes bibliotecas particulares.

    Muy contrariado me dice que los libros le están costando mucho más caros que la familia que nunca tuvo. Una parte la guarda en el piso de su propiedad, pero ha tenido que alquilar otros dos para disponer el resto. Gasta todo lo que gana en su biblioteca. Otro amigo mío se vio obligado a alquilar su piso lleno de libros para poder seguir pagándolo. El inquilino convive con ellos, por cierto, muy a gusto. Otros amigos se han ido a vivir a lugares casi salvajes para poder disponer de espacio libresco.

    Quienes padezcan esta pasión carísima y postrera se divertirán leyendo "Bibliotecas llenas de fantasmas" que ha editado Anagrama. Su autor, Jacques Bonnet, sufre la misma enfermedad y los mismos temibles conflictos. ¿Y por qué razón soportamos tan terrible losa? ¡Qué pregunta más ociosa! Cuenta Bonnet que en las carretas que llevaban a los nobles franceses a la guillotina, cierto testigo pudo observar a uno de ellos perfectamente ajeno a su muerte inmediata, apenas apoyado en las tablas laterales y leyendo absorto un libro en octavo. Y así subió al cadalso, sin dejar de leer y pasando página.

    ¡Lo que daríamos cualquiera de nosotros por tener ese libro en nuestra biblioteca!

 

Artículo publicado el domingo 18 de abril de 2010.

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19 de abril de 2010
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Las cenizas del volcán

Islandia, 313.000 habitantes, algo más de 100.000 kilómetros cuadrados, plenamente independiente desde 1944, situada más cerca del continente euroasiático que de Norteamérica, ha sido siempre muy suya. Pero por dos veces, y con motivos tan dispares y sin relación alguna como el funcionamiento de sus bancos y el régimen de sus volcanes, los europeos hemos podido comprobar que pertenecemos al mismo club que los islandeses. Durante un largo tiempo a éstos no les ha interesado nuestra moneda ni nuestras instituciones políticas, conformándose, que no es poco, con la pertenencia a la OTAN y al espacio económico europeo. Pero de pronto, la quiebra de sus bancos y la erupción de uno de sus volcanes nos ha hecho sentirnos a unos y otros, islandeses y europeos, parte de un conjunto común. Los activos tóxicos y las cenizas volcánicas han unificado súbitamente sensaciones y sentimientos, han disuelto fronteras y obligado a concertar políticas financieras y de transportes.

Todos los países europeos son muy suyos, aunque las islas se llevan la palma. Solemos mirarlas con suspicacias ?y más a las británicas, porque están más cerca, que a la remota Islandia?, sin darnos cuenta de que con mayor frecuencia de la deseada hasta el más continental de los socios europeos alberga un corazón euroescéptico y quiere sentirse y actuar como una isla. Las oportunidades para observar cómo el continente europeo se convierte en un archipiélago de naciones ensimismadas se repiten una y otra vez en el momento en el que el planeta entero experimenta uno de los mayores desplazamiento de sus plazas tectónicas geopolíticas de la historia. Coleccionamos una detrás de otra las pruebas de esta fragmentación terminal que está liquidando a Europa después de 500 años de hegemonía: dejamos de existir en la Cumbre del Clima en Copenhague; hemos arrastrado los pies para acudir en auxilio de Grecia, que quiere decir en auxilio del euro; ni se nos notó en la Cumbre sobre la Seguridad Nuclear de Washington. En las mismas horas surgen como continentes emergentes los BRIC ?Brasil, Rusia, India y China? reunidos en Brasilia por segunda vez en una cumbre de jefes de Estado, en la que se nos ofrecen como espejo para nuestra molicie. Nos están superando con sus economías y nos van a superar con su voluntad de poder y su nuevo protagonismo político planetario. Pero los europeos no nos inmutamos. Para qué dedicarnos a resolver nuestros problemas reales cuando tenemos tantas oportunidades para encontrar problemas donde no los hay que ocupen el tiempo muerto de nuestros políticos y periodistas y sirvan para hipnotizar a nuestros ciudadanos. Así se compone la psicología de una decadencia. No hay que ir muy lejos para verificarlo. Cabe pensar incluso que en ningún otro sitio como en nuestro país se verifica mejor esta hipótesis. Las tres causas contra Garzón por prevaricador y el proceso contra el Estatuto catalán por inconstitucional son los últimos avatares de esta cucaña. Aunque idéntica artificialidad podría aplicarse también en buena medida a las iniciativas del magistrado de la Audiencia Nacional sobre la guerra civil y a la accidentada reforma del Estatuto de Cataluña. No hay que olvidar que lo que empieza como una frívola confrontación de empecinamientos suele terminar en peligrosas embestidas. Si atendiéramos a la letra de la tonada que canta la derecha española en ambos casos se diría que estamos de nuevo en puertas de lo de siempre, lo nuestro, la cosa fratricida, la historia de España que siempre termina mal. Pero por suerte estamos bajo el volcán islandés y en la globalización europea, por más que desde la mirada exterior sean difíciles de entender nuestras inciviles batallas judiciales. (Quienes lo entienden todo muy bien, por cierto, son nuestros viejos amigos neocon, obsesionados con la eventualidad de que algún día una jurisdicción penal universal pueda atender a las denuncias y perseguir los crímenes de guerra, genocidios y delitos contra las personas que no son atendidos por la justicia de los países donde se han cometido. El escarmiento contra Garzón, no por prevaricador en España, por supuesto, sino por perseguidor de Pinochet, deberá servir de ejemplo a jueces y gobiernos a partir de ahora). Pero éstas son derivaciones cosmopolitas que no interesan a los isleños empecinados. Aquí estamos en la pelea, por más que las cenizas del Eyjafjalla nos bajen a unos y a otros de nuestras respectivas abstracciones para confrontarnos con las dificultades tangibles de un desempleo al 20 por ciento y de los recortes en las inversiones públicas y en las políticas sociales.

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19 de abril de 2010
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Conversaciones al pie del taller

 
Es probable que el escritor sea el pretexto que tiene un libro de convertirse en otro. Pero el taller, se dice aquí, está hecho de escritores que estudiaron en algún taller y enseñan ahora técnicas de escritura a jóvenes escribas que conducirán otro taller. Hasta hay, se dice, una literatura que lleva el aire de fábrica del taller literario.  Hace unos años, los poetas repetían que el único modo de publicar un poema en el New Yorker era mencionando la palabra agua. En cambio, mi viejo amigo Christopher Middleton en uno de los poemas que le ha publicado la revista, menciona a Dios en español; como si sólo fuese posible citarlo en esta lengua.  Ya que estamos en ello, recordaré que el New Yorker tuvo una reunión editorial para evaluar la publicación, por primera vez en su historia, de la palabra “shit.” La usaba Gabriel García Márquez en un capítulo de Cien años de soledad  que tradujo Gregory Rabassa, y la revista quería publicar. Los editores, impecables, la admitieron.
 
Algunos interlocutores de esta bitácora me han hecho llegar comentarios y noticias a propósito del taller, y consigno algunos para prolongar la conversación.
 
Propuesta de Juan Andrés:
 
"La poesía es un árbol sin hojas 
que da sombra."
(Juan Gelman) 
 
Un verso que lleva todas las vocales, es casi una provocación. Siempre he creido que Rubén Darío se hizo poeta al descubrir en su nombre todas las vocales, casi el idioma entero en las manos.  Y es notable cómo el pie quebrado grafica el sentido de lo dicho, en este caso, la sombra. Lo otro es el eco anagramático: que da sombra, ¿o queda sombra?  ¿O que asombra?  Y, luego, el taller favorece las variaciones de estilo: Sombra sin hojas/ árbol es/ la poesía.  O tambien: Sombra da un árbol, hojas de la poesía.
 

Comentario de Abelardo Martínez:
 

“Puedo entender un taller de narrativa, de novela, donde se le pueden dar las pautas al alumno de como hilvanar una historia, de como jugar con los tiempos, etc. Ahora bién, un taller de poesía es algo muy complicado. En Noviembre pasado, impartí uno, de forma solidaria, en la mayor prisión de Europa, que es la de Picassent, ante treinta y cinco reclusos, miembros del grupo de lectura de la cárcel. No me llevé ni papeles, ni esquemas ni nada por el estilo, improvisé como siempre hice. Leer textos, hacer que recitaran, hacerles ver que en la poesía nada está escrito, salvo los sentimientos personales, las vivencias y las formas de soltar nuestros demonios. Me acompañaron amigos escritores, que tambien les daban alguna charla magistral sobre literatura, incluído un Premio Nacional de poesía. Lo pasaron bien, muy bien. Fruto de aquellos talleres, nació el libro Poemas desde la prisión, que este año está muy dignamente en la Feria del libro de Valencia. Gracias a ese taller, al proyecto, un recluso cumpliendo condena, estará el día 25 de Mayo, firmando ejemplares del libro, que lleva mi firma. En la caseta de la organización. A su lado, estará firmando tambien ejemplares de su libro el escritor Fernando Delgado. Este hecho, es la primera vez en la historia que ocurre. Todo, todo este proyecto solidario, cuyos beneficios van para una noble causa en la prisión, surgió a raiz de ese taller que impartí sin tener ni puñetera idea de como se imparte un taller de poesía; pero que fue precioso, ya lo creo.”
 

Extraordinaria historia: la poesía le permite a ese recluso dejar la prisión y firmar la antología que lo incluye. Le debe al poema ese día de libertad. Que la poesía abra las puertas de la prisión es algo que sólo ocurre en la poesía.  El taller de escritura se debe al lugar donde se produce, está situado en su contexto, para excederlo. Por eso, siempre he creído que la poesía pertenece a un tiempo verbal futuro. Al leerla se actualiza, pero acontece en el porvenir, donde las palabras hacen nuevo ámbito.  Varios escritores norteamericanos han formado parte de proyectos culturales dedicados a los presos, que incluyen el taller de escritura. En Lima, la poeta Rocío Silva Santisteban promueve un concurso de escritura creativa entre los presos.  Pero lo que cuenta Abelardo es único.
 

Los poetas Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, que hace unas semanas celebraron sus 85 años de entusiasmo intacto por la poesía, son responsables de haber hecho de la poesía una forma cotidiana, en buena parte desde los talleres, con los que han mejorado la calidad de vida en Nicaragua. Claribel me contó en Managua del taller para niños enfermos de cáncer que Cardenal sostenía con donaciones del exterior. Un niño había escrito un poema que llamó el Poema de los No, que recuerdo así:
 
No a la guerra
No al hambre
No a la violencia
No quiero morirme.
 

Taller de Pablo Torche
 

Torche es uno de los jóvenes narradores que encontré explorando las nuevas rutas del relato chileno para la Cátedra Chile que dicté en Salamanca en enero.  Sus cuentos están escritos con un desenfado nuevo, que busca abrir espacio en la asfixia literaria del país. Su primera novela, Acqua alta, es una historia de amor en Venecia, hecha desde varios estilos parodiados, desde Borges hasta Bolaño, casi un taller narrativo sobre como encontrar ante los modelos establecidos una línea de fuga que sea de recomienzos.  Uno de los capítulos está hecho enteramente de citas apropiadas, recortadas por la máquina de podar narrativo.
 
Su empresa,  no se basa en la práctica serial de la literatura conceptual, tal como la practica el argentino Pablo Katchadjian en sus libros El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (07) y El Aleph engordado (09), operativos de un taller-post; esos textos ilustres son reordenados por una intervención  metódica, que desmonta el monumento cultural con la objetividad gratuita de un lenguaje transaliterario. Torche, en cambio, actúa por saturación, para desbrozar el bosque escrito y encender su propio fuego.
 

Este es el problema de la sociedad chilena ahora: valoramos sólo lo racional, lo concreto; en el fondo, lo literal. Por quedarnos con estas pequeñas verdades literales, perdemos el sentido más profundo. Por eso a Chile le cuesta ahora reconocerse a sí mismo, se siente extraviado, enrabiado, herido", ha dicho al diario La Tercera. En el blog Panikocl, Antonio Díaz Oliva le pide su opinion sobre la literatura chilena actual, y Torche responde: “Es magra. Es bonito decir lo contrario, pero nadie se lo cree. Quizás en poesía es más fuerte, más variado, más exploratorio. Pero en narrativa estamos en anorexia, y ni siquiera desde un punto de vista súper literario o cultural, sino simplemente de escritores que tengan un grupo de lectores, gente que los lea, los disfrute: son poquísimos, todo el mundo sabe eso.” La próxima pregunta se impone: Y el efecto que ha tenido Bolaño en el último tiempo, ¿qué te parece?” Creo, responde Torche, que la influencia de Bolaño ha sido excesiva. Eso es típico de Chile, la búsqueda del padre, una especie de referente, y cuando lo encontramos, nos subimos todos al carro, sin ningún pudor. Y resulta que ahora tenemos mucho “bolañito”, algo medio desvergonzado. “Maten a Bolaño” como dijo Gombrowicz al irse de Argentina.”  Lo dijo de Borges, como quien recomienda el suicidio. Sólo que en el caso chileno ya no se trata de Bolaño sino de su figura.
 

No me extraña, por todo esto, que Torche hable desde su propio taller literario, incluído en una idea del Taller, que en Chile es uno de los pocos espacios de respiración para los escritores jóvenes.  Ese mapa de talleres está articulado por el planeta rotante de blogs, donde predomina una crítica ardorosa y feliz, o sea, de buena salud. Está por escribirse el papel fundamental que los talleres literarios jugaron en los años de la dictadura y a lo largo de la transición chilena. Varios de ellos fueron modelos, más que de escritura, de lectura crítica, que de eso se trata, ayer y hoy: de la puesta en crisis de las formas de lectura dominante y de los modos de reproducción validados. 

  

  
 
 

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19 de abril de 2010
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