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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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PROHIBIR, PROHIBIR, PROHIBIR

Una plaga de prohibiciones y restricción de derechos individuales asola el mundo. Estados Unidos, el histórico paradigma de la democracia, la fuente de los derechos del ciudadano, ocupa un lugar central en la alocada marea de represiones que violan la intimidad, destruyen la protección personal frente a la tortura, defienden de los abusos y atropellos policiales sin apenas límites y ampliando su arbitrariedad.

Afirmar que un Estado policía sustituye día tras día al sistema democrático constituye una mera realidad, sin necesidad de análisis o investigaciones profundas. Los legisladores se han concedido, ante la anómala pasividad de los electores y partidos opositores, prerrogativas impensables en un sencillo Estado de derecho. Un Estado literalmente “de excepción”, sin respeto a la Constitución y concentrado en atenazar las libertades. Y, sin embargo, no se detecta ninguna subversión.

Desde las luchas por los derechos civiles en los años sesenta norteamericanos la población civil parece haberse deslizado hacia la molicie o la indolencia, cuando no a la parálisis del miedo. El miedo o la mucilaginosa sustancia generada desde el Estado para envolver la conciencia de la población con ataduras que narcotizan la mente y silencian  la desobediencia del grito.

Pero no se trata tan solo de Estados Unidos. En España, donde los socialistas inauguraron un universo de libertades y promovieron un país con uno de los mayores grados de tolerancia, la actualidad viene marcada por el fin de la holgura y el martirio sucesivo de leyes estrechas.

Desde uno u otro ministerio, se trate de regular el tráfico en las carreteras como los desfiles en las pasarelas, un espíritu delirante de prohibiciones lo infecta prácticamente todo.

No se podrá seguir con los botellones como se anunciaba pero además la sanción rebasará a los participantes para filtrarse en los hogares y castigar a los progenitores. No se dispensará alcohol a los menores de edad pero tampoco, tras sonar las diez de la noche, a ningún ser vivo.

Tanto la Dirección General de Tráfico a través del sañudo carnet de puntos como el Ministerio de Sanidad a través de una titular, parecen gozar de las opciones más represoras y sádicas.

El regusto por el control adquiere así, bajo la égira terrorista, la naturaleza de una perversión sistemática. Prohibir, prohibir, prohibir. Lo que parecía una actitud reaccionaria hace medio siglo ha pasado a convertirse, dentro de España, en signo de civilización. La totalidad de la sociedad se halla hoy bajo sospecha y sus ciudadanos han pasado de inocentes originarios a seres tan peligrosos que podrían delinquir al instante siguiente.

Contra el peligro del individuo la política de prevención. La prevención, en la medicina, en la seguridad, en la estética de la anorexia, en la gripe aviar o en la calada a un Winston. ¿No se alzará un movimiento de hartura contra ello?

Las gentes día tras día llegan tan fatigadas al pensamiento o la reflexión, sufren tanto la pandemia de la depresión que, a la manera de los caballos confinados de la operación Malaya, se conforman todavía con poder sobrevivir estabulados. ¿Hasta cuándo? Un sonido todavía remoto hace confiar en una acometida explosiva y desordenada, desbocada y terminante contra esta asfixiante omnipresencia del poder.

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29 de septiembre de 2006
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HACER JUNTOS ALGO

“Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo; son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven para estar juntos, sino para hacer juntos algo”. Este párrafo de Ortega y Gasset al comienzo de su España invertebrada (nunca mejor dicho para la actualidad) viene como anillo al dedo para pensar la oportunidad de unirse con los portugueses. He aquí una propuesta para hacer juntos algo y superior.

Puede que a casi una tercera parte de los portugueses, de acuerdo al sondeo del semanrio Sol les parezca una buena opción el proyecto de unión con España pero a los españoles les parece todavía mejor y en número notablemente más elevado. Además de los indiscutibles provechos económicos, se crearía una comunidad cultural de interés incomparablemente superior y con una relevancia inédita en su proyección latinoamericana.

Pero, por si faltara algo, España y Portugal constituyen por sus parecidos, por sus virtudes y sus deficiencias, dos identidades que interaccionan potenciando su singularidad respecto al resto de Europa.

Nada tiene que ver esto con el llamado “hecho diferencial” que se define por su voluntad excluyente. Por el contrario, tiene relación con el hecho  de que ni España ni Portugal tienen mucho que ofrecer al mundo de la ciencia o la tecnología internacional, tampoco demasiado al mundo de la creación cuando el arte es ya international art y la música world music. Finalmente,  tanto uno como otro no habrán de superar nunca su modesta influencia en Occidente desde estos márgenes geopolíticos.

Ambas naciones, sin embargo, poseen por su calidad y forma de vida, por el temperamento de sus gentes y el estado actual de su naturaleza y sus pueblos, una oferta de primerísima clase. First quality es la oferta que brinda sol, slow cities, slow foods, facilidad de contactos personales, atención individualizada, zonas vírgenes, decenas de miles de kilómetros de costas, gastronomía de buenas materias primas y cocina excepcional, etcétera. Tópicos de la Spain is different que reflotan reciclados como la mejor base de nuestro marketing hispanoportugués. Atender este reducto natural y humano, preservarlo para disfrute de propios y extraños, clientes y usuarios de otras zonas menos favorecidas en estos aspectos, no debe parecer regresivo. Mucho menos anacrónico. Resulta ser lo más actual que cabe imaginar.

España se encuentra espontáneamente incluida en el progreso europeo, occidental y global. Para esto no hacen falta demasiadas cavilaciones, basta con invertir un porcentaje superior cada año en el I+D+I y todo lo sabido. Lo excepcional  y casi exclusivo es nuestro modelo de vida que todavía pervive a pesar de los contagios sin tino, los mimetismos superficiales y el curso del capitalismo especulador en general. La ventaja precisamente consiste en que no siendo España un país atrasado sino la novena potencia del mundo ha preservado en grandes proporciones los hábitos y modos de vida que ahora, de Canadá a Polonia se reivindican como anhelos de convivencia, sea en el urbanismo como en la psicosociología, en la política ciudadana como en los proyectos de integración cultural.

Paradójicamente el patrimonio español y portugués procede ser demasiado meridionales respecto a Europa, demasiado familiares respecto a la familia mecano, demasiado vecinos respecto al hiperindividualismo metropolitano. Pero también incomparablemente más ecológicos y ecologistas, no a fuerza de pugnar por la defensa del entorno sino gracias a que el entorno todavía no ha sido tan invadido –pese al amurallamiento y la especulación costera- como en zonas donde explotó la revolución industrial. Tanto España como Portugal pasaron por la etapa de la industrialización sin poseer, por ejemplo, una marca de coche propia (excepción de la efímera y simbólica Pegaso) y, consecuentemente, a pesar de las barrabasadas de la siderurgia o la petroquímica, no resultó tan fuerte y profunda la herida ambiental.

España y Portugal, la “Portuespaña” que nacería de esta aglomeración que colocaría al conjunto con una población semejante a la francesa o a la italiana, pesaría más, contaría más en Europa. Y en Portuespaña podría ensayarse, con mejores condiciones que en cualquier otra parte, el programa de progreso y convivencia decididamente acorde con las reclamaciones de un porvenir más  humano. Esto sí sería emprender algo juntos y juntarnos ilusionados para conquistar algo.

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28 de septiembre de 2006
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EL TANGO

Un antiguo compañero de carrera se ha aficionado al tango, y no sería esto lo destacable sin añadir que ha convertido esta clase de baile en el centro absoluto de su vida. Prácticamente nadie sería capaz de presumir desde fuera la riqueza vivencial que encierra el tango.

No un tango u otro, no un repertorio o una infinita colección sino el sentido nuclear de una danza que recrea, a juicio de mi amigo, el amor y la muerte, la pasión y la devoción, la tragedia y el deseo, ascendido todo ello a su perfecta culminación.

No fue desde el principio que percibió mi amigo el caudal que le aguardaba en la experiencia. Fue atraído a una escuela de tangos para satisfacer su afición por el baile que tanto su dedicación profesional como su matrimonio había reducido a cenizas.

Muy pronto, sin embargo, la escuela de tangos empezó a dar mucho de sí. Dio de sí lo esperado y lo inesperado, las lecciones pagadas y el impagable regalo de la adicción. Una obsesión erótica impensable en aquel espacio modesto y escueto donde las profesoras se comportan a la vez como instructoras y como reales modelos de amor.

El tango llega más allá de un son tangible para adentrarse en las imaginarias peripecias del corazón. El corazón altruista y el corazón asesino, el corazón roto y el resplandor del corazón.

Se entenderá por tanto que la asistencia a la escuela se fuera convirtiendo pronto en una alta aventura, del todo incomparable a las regulaciones de la existencia normal. Desde el local del baile hasta el hogar planea un espacio insípido, despojado de significación y de un perfil tan desvaído que no merece tenerse en consideración. La totalidad de la consideración se concentra en la degustación del baile, se prolonga en los sueños inducidos y, finalmente, se despliega sobre una docena de salas en la ciudad a la que acuden los fines de semana los alumnos tras parejas de su misma especie. Gente de cadencias graves, dispuestos para vivir con otros de semejante condición y dependencia la misma emancipación de la sencillez o la simpleza. El tango es un complejo más allá aquí en la tierra. Dentro de la tierra o adjuntado íntimamente a sus pliegues: pegado a ella como parecen los amagos en la danza pero separado de ella a una distancia crítica y exacta. Calculada para que brote una energía de tensión, exclusiva, excitante, propicia para el estallido mediante el cual se obtiene la experiencia mágica, la adicción irrechazable. ¿Puede compartirse esta obsesión? Únicamente situarla al lado de otra para no enloquecer vanamente, pero la obsesión, la obcecación, la obscenidad contenida es parte de la fórmula. Para llegar a experimentarlo no hay más que ser un auténtico aficionado al baile, no temer al delirio y dejarse desaparecer en el tinglado.

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27 de septiembre de 2006
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LA PORTUESPAÑA

La idea de mayor atractivo para la nación española a lo largo de los últimos años no ha llegado del corazón patriótico, sino de la nación portuguesa. En realidad ni siquiera se trata de una idea nueva e incluso tampoco de una idea. Procede menos del impulso de la mente que de la dinámica de un sondeo. Un 28% de los portugueses respondieron a una encuesta del semanario lisboeta Sol su disposición para formar un solo país con España. Un 97% respondieron que se desarrollarían más con esta unión y un 68% se manifestaron seguros de recibir un trato de igualdad en el caso de la fusión. La experiencia de la Unión Europea ha operado sin duda como escuela para deshacer el temor a las integraciones y más si se trata de pueblos tan vecinos culturalmente.

Portugal se convirtió en un reino autónomo en 1143, tres siglos antes que España, pero los continuos conflictos con Castilla, la rivalidad entre los dos Imperios, las guerras recurrentes y la decadencia de los 60 años vividos  bajo los gobiernos de Felipe II, Felipe III y Felipe IV alimentaron el sentimiento antiespañol. Efectivamente, dos principales factores desbarataron las ilusiones de la llamada Unión Ibérica a lo largo del siglo XIX. Uno fue el soterrado boicot de Inglaterra y Francia interesados en el fracaso de un proyecto que incrementaba la fuerza de un rival europeo. El otro fue, decididamente, la resistencia popular a esta coalición. El antiespañolismo discurría  paralelo a los congresos y convenciones iberistas que promovían los liberales de ambos países y veía con desconfianza la cultura popular impregnada de relatos en que los españoles representaban el papel de enemigos. Sin embargo, la experiencia nacionalista del siglo XIX con los ejemplos de la unión alemana o la unión italiana favorecían su réplica en el ejemplo peninsular. No llegó, de todos modos, a cuajar porque la caída de la monarquía portuguesa en 1910 y el auge del republicanismo dio lugar a una etapa de nacionalización muy intensa fundamentalmente a cargo de asociaciones cívicas y masónico-republicanas, según Álvarez Junco. De esa época son la bandera y el escudo actuales, el himno y la normalización ortográfica. El nacionalismo portugués encontró un buen refuerzo en la hispanofobia, puesto que la fobia viene a ser siempre para el nacionalismo alimento de primera calidad. Nutrida la nación portuguesa de estos víveres su vida ha cundido con el resquemor a lo español cuando no la desconfianza abierta y las variadas versiones del odio. En los años veinte del siglo XX los únicos que fundaban organizaciones “ibéricas” eran los anarquistas. Unos chalados.

¿Unos soñadores? Una historia larguísima sostiene el sueño de crear la unidad ibérica pero únicamente en el siglo XIX se inspiró en la idea de una gran nación. Antes se trataba de ambiciones territoriales de los reyes a uno y otro lado de la frontera que solo consiguieron conciliarse en el periodo de 1580 a 1640, desvanecido por completo después. Si la imantación ha permanecido como un romance por consumar debe atribuirse no ya a la atracción del incesto entre cuerpos tan próximos en el espacio sino también en la cultura y la lengua. Durante la Edad Media las élites se manejaban en las principales lenguas peninsulares sin notables problemas. Como cuenta José Alvarez Junco (Mater Dolorosa, Taurus,  p. 525) “Los poetas castellanos se expresaban en galaico-portugués en los siglos XIV y XV, como en los XVI y XVII los portugueses Camóens o Gil Vicente, o el catalán Boscán, escribían en castellano. El mayor distanciamiento se produjo en el XVIII, cuando las alianzas internacionales situaron a Portugal al lado de los británicos y a Castilla y Aragón en el bloque francés”.

Una nueva aproximación llegó con la guerra napoleónica y desde ella partieron las nuevas iniciativas de unión que salpicaron el siglo XIX y llegaron hasta la dictadura de Primo de Rivera. En Franco también siguió latiendo esta afección familiar por los portugueses no en vano regidos en ese tiempo por la dictadura de Salazar y situados, como sus hermanos españoles, en el extremo geográfico, económico y político de Europa. Una posición que por encima de las prevenciones populares acercó naturalmente los lazos entre intelectuales de uno y otro lado de la frontera. Una “raya” que ha ido haciéndose cada vez más delgada con la integración en la Unión Europea, la creciente integración de las economías y el abrazo político que promueve la democracia peninsular y su marco de refuerzo común en la unidad europea. ¿Ser una sola nación? No se conoce un proyecto  más excitante para el presente político español que la copulación con los portugueses. Frente a la vieja tabarra de las secesiones, la visión de un enlace prometedor. Frente a la exclusión de los particularismos el ejercicio de fusión. En sustitución del “llamado hecho diferencial” la llamada a la comunicación aliada. No la fatua alianza de civilizaciones que en sus mismos términos evoca Las mil y una noches sino un enlace cierto y carnal, sin cuentos, donde cabe la esperanza de aumentar la prosperidad y el disfrute recíproco de los dos pueblos. O comunidades, o naciones, o gentes que aún en el olvido siempre se tuvieron presentes.

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26 de septiembre de 2006
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LA DISTRACCIÓN

El vuelo de Madrid a Santa Cruz de Tenerife se hizo más bien corto en la ida pero fatigosamente largo al volver. Qué digo: no fatigosamente largo sino insufriblemente interminable, intolerablemente lento.

¿Qué estaba ocurriendo que no podía evitar la compañía, las delgadas azafatas, los ignorantes pasajeros que seguían indolentes el martirio de los enervantes minutos? ¿Cómo podía entenderse que la tripulación permaneciera ajena a la gravísima presión que padecíamos y continuara simulando que los factores reinantes se hallaban bajo control?

¿Reinantes?
¿Factores reinantes?

La inaguantable miasma de una plaga, el lacerante envenenamiento que segrega el alacrán, la fosca indigestión de un botillo abarrocado, la estrangulación a manos de una banda de asesinos presionando sobre los cuellos de cada uno de los pasajeros, se hallaban entre algunos de los factores reinantes.

Cuando el tiempo no fluye sino que se corrompe inmóvil nos sentimos poseídos por el peculiar ahogo de la muerte.

Siempre que en la felicidad suspiramos por su instante eterno lo hacemos con el secreto propósito de morir para siempre en su definida gota de placer. Tememos el movimiento como el desorden de una inundación fatal. Pero qué decir si esta ecuación del instante perpetuo se convierte en el modelo inverso: En la gota del suplicio de Tántalo o en el minuto infinito índice del dolor sin palabras.

La parálisis del tiempo infeliz condena a tragar el pringoso hilo de su bilis, la aciaga saciedad del mal.

Cuando la adversidad domina nuestro interior, su poder atora los músculos y sus estribaciones, las vísceras y sus intervalos. Ser presa de un posible mal interminable equivale a padecer, fibra a fibra, un apresamiento de hierros y plomos, masas o grumos que, desde el origen, los niños perciben en el áspero sabor del aburrimiento.

De esa materia tediosa, anticipo de la muerte por asfixia, parecía hecho el fenómeno aeronáutico que procedía a exterminarnos en el vuelo desde Tenerife Norte a la Terminal 4. Pero la ausencia de señales de alarma confirmaba, aún más terriblemente, la magnitud de la amenaza que, progresivamente incrementaba su intensidad tanto como su invisibilidad. Invisibilidad propia de los cataclismos verdaderos que nos hacen perecer o desaparecer sin dejar huella. Devastaciones extremas sin testigo capaz de reproducir el antes y el después del exterminio.

Sólo, sin opción a lograr la menor conciencia del grupo puesto que todos probablemente se hallaban perdidos en una fase ulterior, me vi obligado a acelerar vertiginosamente la mente. ¿Resultado? La mente corrió sin destino, ávida y despavorida, enloquecida en su fuga tal como el insecto que detecta la máxima determinación de acabar con él. En esta peripecia, además, parecía posible un filo iridiscente o la veloz desarticulación del impasse. Porque ¿morir paralizado? ¿ahogado en la ciénaga de minutos agigantados hasta la monstruosidad?

A mi lado, muchos dormían, otro completaba un sudoku, la señora ojeaba Donna y, entre el desentendimiento general, dos jóvenes se carcajeaban ante un par de Mahous.

Indudablemente cualquiera de ellos se hallaba con el reloj biológico neutralizado, narcotizado o desconectado. Más debajo de su ánimo temporal, como base emocional lucía sin duda un elemento clave nacido de la azarosa combinación entre su notoria pérdida de sentido y el abandono a la generalidad. Este elemento clave, de color plata, se llama simplemente “distracción”.

La distracción nos protege o nos libra del asedio porque mientras el asedio trata de cegar los caminos neuronales y provocar la peste interior, la distracción brinda oxígeno al corazón y lo expande hacia una física teórica de la que ha desaparecido tanto la cronología como el reloj. Un ámbito donde no morimos materialmente puesto que no estamos viéndonos y, en consecuencia, al no observarnos, no podemos “contarnos”.

La pérdida del autorrelato nos permite ensayar la inmortalidad tanto como las obras siguen y siguen en tanto no termine su argumento. Si bien, como es sabido, el extravío sólo se disfruta cuando ya no existe consciencia de él. Se trataba, en este caso, de llegar a la T4 sin haber seguido la senda del tiempo o el espacio. Llegar sin intervalo espacial o temporal. Pasar de una circunstancia a otra sin la gravedad de verse coaccionado a vivir y siendo “la distracción” la liberación biológica y temporal por excelencia. El gozo de pasar sin el peso del peaje, el lujo de la traslación sin el impuesto del tiempo.

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25 de septiembre de 2006
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LA MALA EDUCACIÓN ESPAÑOLA

Las vergonzosas cifras sobre el estado de la educación en España hacen pensar que nos encontramos bajo una sucesión de gobiernos tan ignorantes como irresponsables. De ser menos ineptos habrían recaído en la soberana importancia de la educación, base de la efectiva soberanía del pueblo. Pero acaso su irresponsabilidad se corresponde tanto con la inepcia como con la astucia para ostentar el poder sin el contrapoder de la inteligencia instruida. Que España, octava potencia económica del mundo, se encuentre a la cola de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) -puesto 28 de un total de 30 países- en el presupuesto de educación y también a la cabeza en fracaso escolar, denota no solo un pecado inversor y una negligencia profesional sino una grave dejación democrática en términos absolutos.

La primera Constitución democrática española de 1812 establecía en su discurso preliminar: “...el Estado, no menos que soldados que le defienden, necesita de ciudadanos que ilustren a la nación y promuevan su felicidad con todo género de luces y conocimientos. Así que uno de los primeros cuidados que deben ocupar a los representantes de un pueblo grande y generoso es la educación pública”. Los franceses, los alemanes o los ingleses se tomaron en serio la escuela para la construcción de la nación pero no España. Aquí, a la altura de 1900, más del 60% de la población continuaba siendo analfabeta mientras en Francia el porcentaje era del 17% y en Alemania o en Inglaterra del 5%.

Cuando se ha buscado explicación sobre el retraso general español a lo largo de casi todo el siglo XX aquí se encontraba una de las causas maestras. Y nunca mejor dicho. Ni los recursos materiales, ni la consideración de los maestros, ni la estabilidad y acierto de los planes de estudio contribuyeron a mejorar las cosas. Más bien, al auge de escolarizaciones de los años setenta y ochenta siguió la molicie formativa del último decenio: títulos regalados, aprobados generales, pérdida de fe en los estudios, descalificación de los profesores, desintegración de los contenidos, caos y desidia en las aulas. En los tiempos de la llamada sociedad de la información y el conocimiento, los gobiernos españoles parecen llamarse a andanas. Podrían llamarse indignos de ser gobiernos.

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22 de septiembre de 2006
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EL BOTELLÓN INVERTEBRADO

Las élites no nacen exclusivamente de las alturas. Con cierta frecuencia el líder se forja, como el héroe, en un contexto humilde y refuerza su ascendencia a causa de haber traspasado niveles superiores y reaparecer a flote. La flotación constituye un signo de supervivencia. También de vivencia superior.

En las reuniones, en las cenas de matrimonios, en los encuentros de antiguos colegiales, alguien se impone por la importancia de su voz, el acierto de sus comentarios, la gracia de sus gestos, la acuidad de sus observaciones, el tino al expresar las emociones.

Esta figura señera forma parte de la élite. Los demás ceden su protagonismo a este dúctor que  impulsa a la emulación. No a la sumisión ni a la docilidad sino a un seguimiento de su personalidad y su estilo.

En la historia invertebrada que Ortega aplica a España se echa siempre de menos al personaje que aglutina y  promueve la convergencia social.

La España Invertebrada resulta de la falta de cabezas potentes en la política, en la geografía, en los estamentos profesionales, en la selección nacional. De esta invertebración, la España actual reedita la época de Ortega.  Cánovas dijo en su tiempo de varias disgregaciones y banderías que "España se acabó".

La interminable Guerra Civil y el franquismo fue encubriendo el proceso de disgregación pero hoy, a todas luces, España desaparece. Más que un país España tiende a convertirse en  Plataforma. La playa de los turistas, la balsa de los emigrantes, el plató mediático de la Salsa Rosa, el aula de la educación superficial. La reiteración de proclamas  sin ilusión, de afirmaciones políticas removibles, de partidismos o  porciones como la pizza hut, han empujado a España hacia un entretenido botellón de finde donde pasar la vida entera. Sin consecuencias.

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21 de septiembre de 2006
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VOZ (4)

El éxito del blog o los SMS o los mails tiene que ver, sin duda, con lo que no puede verse. Por comparación, el teléfono nos delata mientras la vida tras los caracteres de la escritura nos enmascara. Efectivamente puede discernirse a través de la redacción, pero la información sobre el otro es incomparablemente menor que la recibida mediante la voz. La voz es intimidad en estado puro. Lo que se es. La voz huele, presiona, figura, suena, habla. Todos los sentidos se juntan en la voz que indica con su penetración o su acogimiento, la existencia de un hábitat inhóspito o milagroso,  cálido o tajante, balbuceante o exterminador.

Morimos por la boca: ahogados por la voz.

Y, a la vez, demandamos socorro voceando.

Nos salvamos mediante el boca a boca donde siempre se funde la húmeda natividad de la voz.

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20 de septiembre de 2006
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LA VOZ (3)

Es posible que una buena voz corresponda a una persona necia pero es difícil que una mala voz pertenezca a un ser inteligente. ¿Se correlaciona por tanto la inteligencia y la voz?

Algo impreciso hace intuir que la inteligencia actúa sobre la voz para trasmitirle claridad, interés, adecuación o perfeccionamiento. El tonto, por su parte, descuida forzosamente la voz y la convierte en un artefacto suelto sobre el que no muestra ejercer ningún dominio.

Parecen, en cualquier caso, más profundos o perspicaces los dueños de una voz que ahonda o cuya pertinencia física es evidente.

Después, se da el caso de aquellas voces que se imponen sin resistencia posible en las tertulias. Los depositarios de esas voces extraordinarias acaban imperando por más razones que sus cuerdas vocales pero necesariamente reinan por su admirable calidad sonora.

Nos complace mucho escuchar a alguien cuya preciosa voz se ajusta a un valioso contenido pero siendo el contenido muy importante la desgraciada  disonancia de su timbre nos perturba y  nos ahuyenta.

Es cruel decirlo pero la voz ajusticia.

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19 de septiembre de 2006
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EL DRAMA SIN TEXTO

Hace un par de años, en el festival de teatro de Avignon hubo protestas tumultuosas contra la presentación de un noventa por cien de las obras sin texto o con tan poco texto que no se recibía la representación como un producto literario sino audiovisual.

Ayer me ocurrió lo mismo asistiendo a la función de Medea que por unos días se presentó en el Teatro Español de Madrid. ¿Su argumento? ¿Sus peripecias? Imposible desentrañar de qué se hablaba o a qué se refería el montaje. O, mejor dicho, el montaje era su entera referencia.

No puedo decir que lo pasara mal ni que los actores dejaran de hacerlo bien. La cuestión radica en que los actores se manifestaban de manera sustantivamente distinta al modelo convencional. Declamaban con notable impostación no por sus deficiencias sino por la voluntad de producir efectos especiales. Efectos especiales presentes tanto en su vestuario como en la escenografía, cuya plasticidad era la clave de la entrega.

El teatro de texto por el que pugnó Haro Tecglen toda su vida se ha ido desvaneciendo no sólo en las creaciones recientes sino también en las muy antiguas. La bandera es la plástica al punto que incluso el sintagma “obra de arte” está cediéndole su sitio. ¿Plástica frente a arte? ¿No serían aspectos de lo mismo? Lo fueron pero ya no lo son tanto. El arte en sí ha perdido prestancia. Lo artístico connota lo refinado mientras lo plástico sitúa en primer lugar la expresión eficiente y directa.

En el universo de la comunicación los efectos directos son la clave del éxito. A esas luces, lo artístico se hunde en un plano de segundo nivel, menos patente y de menor potencia para la rápida consumición sensorial. Quienes no supieran nada de la obra de Eurípides o incluso quienes recordaran vagamente su contenido salieron del teatro sin ninguna idea ni información suplementaria. Pero obtuvieron, por el contrario, un rico contingente de sensaciones estéticas. El teatro tiende a ser plástico en correspondencia con el inmenso plató de la sociedad del espectáculo.

Aunque, con todo ¿cómo no seguir requiriendo en la estela de Eduardo Haro el cuidado del texto, la riqueza de los diálogos, el disfrute de los versos recitados? Puede que no siendo excelente la escritura, el público se aburra antes de hora pero tanto los telefilmes como las películas bien dialogadas de ahora mismo han podido cosechar éxitos prolongados y masivos, prueba de que ante lo mejor –de acuerdo con los tiempos- el oído no ha perdido el gusto por la imaginación o la inteligencia habladas.

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18 de septiembre de 2006
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