Vicente Verdú
Una plaga de prohibiciones y restricción de derechos individuales asola el mundo. Estados Unidos, el histórico paradigma de la democracia, la fuente de los derechos del ciudadano, ocupa un lugar central en la alocada marea de represiones que violan la intimidad, destruyen la protección personal frente a la tortura, defienden de los abusos y atropellos policiales sin apenas límites y ampliando su arbitrariedad.
Afirmar que un Estado policía sustituye día tras día al sistema democrático constituye una mera realidad, sin necesidad de análisis o investigaciones profundas. Los legisladores se han concedido, ante la anómala pasividad de los electores y partidos opositores, prerrogativas impensables en un sencillo Estado de derecho. Un Estado literalmente “de excepción”, sin respeto a la Constitución y concentrado en atenazar las libertades. Y, sin embargo, no se detecta ninguna subversión.
Desde las luchas por los derechos civiles en los años sesenta norteamericanos la población civil parece haberse deslizado hacia la molicie o la indolencia, cuando no a la parálisis del miedo. El miedo o la mucilaginosa sustancia generada desde el Estado para envolver la conciencia de la población con ataduras que narcotizan la mente y silencian la desobediencia del grito.
Pero no se trata tan solo de Estados Unidos. En España, donde los socialistas inauguraron un universo de libertades y promovieron un país con uno de los mayores grados de tolerancia, la actualidad viene marcada por el fin de la holgura y el martirio sucesivo de leyes estrechas.
Desde uno u otro ministerio, se trate de regular el tráfico en las carreteras como los desfiles en las pasarelas, un espíritu delirante de prohibiciones lo infecta prácticamente todo.
No se podrá seguir con los botellones como se anunciaba pero además la sanción rebasará a los participantes para filtrarse en los hogares y castigar a los progenitores. No se dispensará alcohol a los menores de edad pero tampoco, tras sonar las diez de la noche, a ningún ser vivo.
Tanto la Dirección General de Tráfico a través del sañudo carnet de puntos como el Ministerio de Sanidad a través de una titular, parecen gozar de las opciones más represoras y sádicas.
El regusto por el control adquiere así, bajo la égira terrorista, la naturaleza de una perversión sistemática. Prohibir, prohibir, prohibir. Lo que parecía una actitud reaccionaria hace medio siglo ha pasado a convertirse, dentro de España, en signo de civilización. La totalidad de la sociedad se halla hoy bajo sospecha y sus ciudadanos han pasado de inocentes originarios a seres tan peligrosos que podrían delinquir al instante siguiente.
Contra el peligro del individuo la política de prevención. La prevención, en la medicina, en la seguridad, en la estética de la anorexia, en la gripe aviar o en la calada a un Winston. ¿No se alzará un movimiento de hartura contra ello?
Las gentes día tras día llegan tan fatigadas al pensamiento o la reflexión, sufren tanto la pandemia de la depresión que, a la manera de los caballos confinados de la operación Malaya, se conforman todavía con poder sobrevivir estabulados. ¿Hasta cuándo? Un sonido todavía remoto hace confiar en una acometida explosiva y desordenada, desbocada y terminante contra esta asfixiante omnipresencia del poder.