Vicente Verdú
Las élites no nacen exclusivamente de las alturas. Con cierta frecuencia el líder se forja, como el héroe, en un contexto humilde y refuerza su ascendencia a causa de haber traspasado niveles superiores y reaparecer a flote. La flotación constituye un signo de supervivencia. También de vivencia superior.
En las reuniones, en las cenas de matrimonios, en los encuentros de antiguos colegiales, alguien se impone por la importancia de su voz, el acierto de sus comentarios, la gracia de sus gestos, la acuidad de sus observaciones, el tino al expresar las emociones.
Esta figura señera forma parte de la élite. Los demás ceden su protagonismo a este dúctor que impulsa a la emulación. No a la sumisión ni a la docilidad sino a un seguimiento de su personalidad y su estilo.
En la historia invertebrada que Ortega aplica a España se echa siempre de menos al personaje que aglutina y promueve la convergencia social.
La España Invertebrada resulta de la falta de cabezas potentes en la política, en la geografía, en los estamentos profesionales, en la selección nacional. De esta invertebración, la España actual reedita la época de Ortega. Cánovas dijo en su tiempo de varias disgregaciones y banderías que "España se acabó".
La interminable Guerra Civil y el franquismo fue encubriendo el proceso de disgregación pero hoy, a todas luces, España desaparece. Más que un país España tiende a convertirse en Plataforma. La playa de los turistas, la balsa de los emigrantes, el plató mediático de la Salsa Rosa, el aula de la educación superficial. La reiteración de proclamas sin ilusión, de afirmaciones políticas removibles, de partidismos o porciones como la pizza hut, han empujado a España hacia un entretenido botellón de finde donde pasar la vida entera. Sin consecuencias.