‘Los hombres intermitentes', de Francisco Javier Irazoki, un autor nacido en 1954 en Lesaka, Navarra, que desconocía, llegó a mis manos hace un par de meses, aunque fue publicado por Hiperión hace más de dos años. Es mi recomendación final de esta semana en la que concluye la Feria del Libro de Madrid.
Pero quiero hacerle caso a Abelardo Martínez, que el lunes, en su amable comentario a mi glosa del libro de Julio Trujillo ‘Bipolar' decía que a la buena poesía le sobran las explicaciones. ‘Los hombres intermitentes' es la obra última de un poeta que ya tenía una amplia obra anterior publicada (a cuya búsqueda me voy a dedicar ahora) y, nos dice la contraportada del volumen de Hiperión, "reside en París, donde cursa estudios musicales".
Me gustan muchas cosas de esta colección de prosas poéticas de Irazoki, pero el ámbito soñado (o ensoñado) de varias de sus piezas me atrae especialmente, por razones que no han de sorprender a quienes sigan este blog. Al lector que se interese por ‘Los hombres intermitentes' le señalo, como poemas especialmente marcantes del libro los titulados ‘Lección de pájaros', ‘Riada', ‘Una pesadilla llamada luz' y ‘Si sonreías en el Sur, te cacheaban', Hijos ahumados', Muerte roñosa', estos tres últimos, ejemplos de una escritura política alejada de todo ‘slogan' y por ello mismo, y también por su potencia lírica, más reveladoramente comprometida.
Me seduce (por lo que me inquieta) el arranque del poema titulado ‘La luna no es una medicina para nadie':
"DIJERON que la muerte venía a nuestra casa, y nos dispusimos a recibirla. Obedecí una orden tácita al matar arañas y romper sus telas, preparamos una habitación limpia y luminosa, y ahí estaba esa señora. Nos saludamos con cortesía de la que cayó un polvillo hipócrita".
Entre la semana pasada y ayer han muerto, a muy diferentes edades, la vecina que vivía en el piso inmediatamente inferior al mío y la del inmediatamente superior.
Reproduzco a continuación, sin las explicaciones sobrantes, el ‘Autorretrato' con el que se inicia el libro:
"LO MEJOR DE MI CARA es la lechuza. Vive impasible, subida a unas zarzas blancas. A veces noto el roce de su plumaje amarillo en la frente, o de sus uñas negras que dan cuerda al tiempo en mis arrugas. Me desvela las noches en que caza demasiado, y las mujeres me consolaron al oír su graznido lúgubre cuando volaba. Si me pongo delante de un espejo, no puedo sostenerle la mirada."
