Vicente Molina Foix
Las posibles acepciones (la enfermedad venérea vergonzosa, el chico malo francés o afrancesado, el mal uso de la lengua francesa) del título de este libro de Lluís Maria Todó que acaba de publicar Egales se corresponden con los diversos planos de una obra que no es novela (aunque sí relato novelesco), que no es un diario de juventud (aunque lo incluye a modo de contrapunto), que no es una saga de formación (aunque seguimos las peripecias del narrador desde la juventud a la madurez), y que ni siquiera es la traducción fiel del libro en catalán con el que Todó ganó el Premio Josep Pla 2006, y que en su día publicó en la lengua original la editorial Destino; al verterlo ahora él mismo al castellano, su autor ha podado, ha añadido, ha borrado algún nombre y ha reescrito ciertas páginas, con una autoridad que nadie le podrá discutir y que en ningún caso desvirtúa la naturaleza de ‘El mal francés’.
He leído todas las novelas de Todó desde que le descubrí a mitad de la década pasada gracias a sus dos títulos editados por Anagrama, ‘Placeres ficticios’ y ‘El juego del mentiroso’: una literatura galante y pícara de un gran refinamiento burlón, que se podría achacar a su buen francés y al buen influjo de la mejor literatura libertina del siglo XVIII parisino, que Todó trasponía sin el menor desajuste ni anacronismo a la Barcelona contemporánea. Seguí después leyéndole, en catalán o al ser traducido, siempre con gran placer, hasta llegar a este último, que me parece su libro hasta la fecha más redondo y ambicioso.
Todó tiene una lengua suelta, y muchos de los mejores pasajes de ‘El mal francés’ están relacionados con ella, o con ellas. La lengua catalana, en la que escribe, y la lengua de la sexualidad, que, como todo escritor sabe, es la más ardua de articular. En las páginas 351-354 de la edición castellana, el autor se pregunta por la cuestión de la identidad, y sus reflexiones, ligando su homosexualidad y su catalanidad no nacionalista, son de una agudeza y una valentía nada frecuentes. Le cito: "ser gay no es ni más ni menos importante que ser catalán, o protestante, o violinista, y el hecho es que ahora mismo hay gente que se está matando por sus identidades nacionales, religiosas o deportivas, pero hasta ahora, que yo sepa, ningún gay ha matado a ningún hetero por el hecho de serlo".
En los capítulos más estrictamente autobiográficos del libro, tal vez los de mayor empuje, Todó, que cuenta sin veladuras su propia experiencia de temprano marido y padre heterosexual, no pierde nunca la distancia del narrador. Ni el humor. Sentencia, por un lado, con toda justicia, el más insidioso e inicuo éxito de la homofobia, "el hecho de que haya podido infiltrarse hasta la consciencia de los propios gays, que hemos tenido que hacer un gran esfuerzo de adaptación para no encontrar ridículos, entre otros, a los gays afeminados" (página 210). Y hace a continuación una divertida, pero nada veleidosa, alusión a Jean Genet, "el responsable de la más conseguida estilización lingüística de la ‘pluma’, de la lengua de las locas parisinas" (página 212), añadiendo unas consideraciones de lo difícil que él ve, como autor, conseguir un "dialecto loca" en catalán que no suene impostado. Todó no sufre ese problema. Escribe en un excelente catalán, y sus libros son sinceros pero no costumbristas, son atrevidos sin el menor asomo de vulgaridad, y cuando nos divierten, que es a menudo, nunca nos hacen sentir vergüenza de nuestra risa.