El jueves 20 de agosto se le entregó a Marisa Paredes el primer Premio a la Cinematografía que ha instaurado la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Una vez decidida (y aceptada por ella) la concesión, antes del verano, el Rector de la UIMP tuvo la amabilidad de invitarme a pronunciar la ‘laudatio' en el acto de entrega, y también yo me sumé con ganas a la iniciativa. Llegado el día, y faltando sólo dos semanas para el inicio del rodaje de ‘El dios de madera', que la tiene a ella de protagonista, el director no pudo ausentarse de Valencia, donde localizaba, y tuvo que mandar el texto escrito previamente, para que Joan Álvarez, profesor de la Universidad de Valencia (institución también involucrada en la génesis del premio) lo leyese durante la ceremonia, que tuvo lugar en el Palacio de la Magdalena de Santander.
El premio, me contó después la actriz, consiste en una bonita claqueta, y lo que sigue es el texto de la ‘laudatio'.
Marisa Paredes, Premio UIMP a la Cinematografía
Marisa Paredes pertenece a una generación que ha combatido en todas las guerras, incluidas aquellas que no vivió. Porque Marisa, como yo mismo y como algunos de los que hoy la acompañan en Santander, creció en una España que sufría los efectos de un golpe militar y una dictadura posterior contra la que ella, llegada la edad de la razón, supo oponerse, levantando su voz desafiante.
Mis primeras imágenes de Marisa, inteligente, hermosa, curiosa por todo y con un gran sentido del humor, están ligadas al teatro y al compromiso. Era entonces una joven actriz formada en la Escuela de Arte Dramático de Madrid que supo muy pronto que el compromiso de los artistas no sólo es con la tradición de su arte sino con el futuro de su sociedad.
Imágenes inolvidables. Marisa encarnando sobre las tablas papeles muy distintos con una voz muy peculiar, de recia sonoridad y colores muy dulces, tanto cuando eran líricos como cuando debían llegar al metal de la tragedia. Y Marisa haciendo oír esa misma voz del teatro en los escenarios de la vida real, en un momento de la historia moderna de nuestro país en que los cómicos supieron interpretar lúcida y valientemente la gravedad de lo que estaba pasando a su alrededor.
Me perdí durante unos años el crecimiento de su carrera de actriz, por vivir casi una década, la de los 70, en Inglaterra, pero no me perdí a la persona, con la que coincidí unos meses inolvidables en Londres, hablando largamente con ella, yendo con ella al teatro, divirtiéndonos juntos en un país entonces más libre y acogedor que el nuestro, y, porqué no decirlo, marchando a su lado en alguna manifestación a favor de las causas que nos movían a ambos.
Como Presidenta de la Academia de Cine, como portavoz elocuente y en primera fila de las luchas que no dejaron de ser necesarias, Marisa siguió siempre alerta y combativa. Pero no es por ello, o no sólo por ello, por lo que hoy se le da con merecimiento este inaugural Premio de Cinematografía de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Marisa creció igual de bien como artista que como ciudadana, y el cine, que al principio de su actividad se fijó menos en sus grandes dotes, empezó a reconocerla, a hacerla algo propio, cada vez más. Hasta hoy. En los años 80 fue uno de los rostros más elocuentes de las películas de una nueva ola de realizadores que han dejado huella: Fernando Trueba, Martínez-Lázaro, Chávarri, Almodóvar, Agustí Villaronga, Felipe Vega, por citar sólo algunos. Después, ampliando el registro de los mejores cineastas españoles, atrajo las miradas de otros no menos grandes que trabajaban fuera: Daniel Schmid, Arturo Ripstein, Roberto Benigni, Edgardo Cozarinsky, y también mi lista internacional se queda corta. Y todo ello, sin perder nunca la voluntad de riesgo que caracteriza su personalidad y su trabajo. García Lorca, Shakespeare, Ingmar Bergman, Samuel Beckett, entre los clásicos. Carlos Fuentes o Álvaro del Amo entre los autores vivos. Grandísimos momentos teatrales que sus espectadores, privilegiados por asistir a un efímero derroche de talento, atesoramos.
Pasión, riesgo, conciencia, arte. Por esas y otras virtudes que su pudor y la economía narrativa me obligan a omitir, hoy, en una iniciativa que honra a esta Universidad, se le da un premio a alguien que lleva premiándonos muchos años a todos nosotros con el regalo de su generosidad y su genio.

ariamente a uno de los más grandes- los cuatro actores principales de ‘Saraband', la obra maestra final de Bergman. Mi historia trata de componer un mosaico de pequeñas escenas y situaciones y personajes que intervienen a modo de ecos, fondos o ‘replicantes' de los protagonistas, y de ahí que, teniendo la suerte de haber encontrado cuatro ases para los roles principales de la madre, el hijo y los dos ‘intrusos' africanos, el proceso de elección del numeroso coro de secundarios hubiese de ser largo y minucioso.
adecuada, y la que preferiblemente se usa en otras lenguas) de ‘El dios de madera'. Son tres mujeres de distinta edad que, como sucede a menudo, también tienen capacidad y experiencia de protagonistas. Lo es Vicenta Ndongo de la muy reciente y muy interesante película de Cesc Gay ‘V.O.S.', y lo han sido en teatro y televisión dos actrices valencianas más veteranas, Empar Ferrer y Lola Moltó. Vicenta tiene sólo una escena en la película, dos Empar y alguna más Lola (que sería de hecho el personaje de más entidad tras los cuatro protagonistas). La mulata que quiere reivindicar su ‘parte clara', la dueña de una pensión o cubil de emigrantes, la zapatera puntillosa. Las tres han creado concisamente un personaje, y las tres lo han
potenciado por encima de lo que el director tenía en la cabeza. Las tres tendrán sin duda muchos "cinco minutos" más de ese brillo estelar al que se refería, en su citada frase, Warhol.
odo de progenérico, dos imágenes robadas por el director a sus actores protagonistas, en los dos primeros días del rodaje, y con la (mala) calidad esperable de quien mantiene una relación de esclavo/señor con la técnica.
en el filme) reposa en un sofá después de comer y después de haber pasado casi dos horas empotrado en los bajos de un camión, en compañía de otro de los protagonistas, el actor marroquí Soufiane Ouarab. Y en la calle Tapinería del barrio del Carmen de Valencia, Marisa Paredes posa de noche ante la boutique Mavi, su espacio de ficción en la película. Ambos fuera de foco, error que nunca comete en su trabajo el director de fotografía de la pelí
cula, Andreu Rebés.
n la otra con ella, con Madi, con Soufiane y con Nao Albet, joven actor catalán, el otro protagonista de "El dios de madera". Marisa lle
va un vestido que juega un papel en la historia.







