Vicente Molina Foix
Valencias es el título de un bello libro de glosas de Pere Gimferrer, y lo que yo siento ahora, desde hace tres semanas, viviendo en esta ciudad mediterránea. Ambi-valencias. En Valencia cometí, a la tierna edad de quince años, mis dos primeros delitos de conciencia, y recuerdo muy bien los lugares del crimen; existen en la ciudad en la que ruedo ‘El dios de madera’, pero ya no son. En el primero de ellos, la librería ‘Estudio’ de la calle Comedias, hace ya tiempo cerrada, me presenté como un conspirador de opereta (¡llevaba pantalones-bombachos!) y le di a la dueña la clave que un amigo culto y progre de mi hermano me había soplado ceremoniosamente en Alicante, antes de viajar yo a Valencia para hacer los ejercicios espirituales de San Ignacio prescritos por mi colegio de jesuitas. Con esa clave y mi cara de pan, la señora de ‘Estudio’ no tuvo inconveniente en sacar de la trastienda de su librería dos libros de la editorial argentina Losada prohibidos a la venta en España: una antología poética de Alberti y un volumen de teatro de Tennessee Williams. Los llevé conmigo a los ejercicios ignacianos de tres días (en régimen interno) en una residencia cercana a la ciudad, donde fueron requisados por la celosa autoridad, en aquel caso representada por el Padre Espiritual de mi colegio, el Padre Casamayor, del que no guardo mal recuerdo.
Al acabar los ejercicios, y antes de volver a Alicante, los padres jesuitas nos hicieron visitar el colegio que la Compañía de Jesús tenía en el centro de Valencia, el colegio de San José. Allí, los libros peligrosos me fueron devueltos con la consigna de no hacerlos circular entre mis compañeros de curso, "menos formados que tú", me dijo el padre Casamayor, pero un jesuita joven que aún no había cantado misa, el Padre Aute (sin relación conocida con el canta-autor) sembró con su comentario sobre ese secuestro de libros las primeras semillas de mi ateísmo, que se manifestaría en toda su plenitud un año después.
Lo curioso es que este próximo sábado ruedo una escena importante de ‘El dios de madera’ en los locales hoy en parte abandonados del colegio de San José. Los jesuitas se trasladaron a un sitio más airoso en las afueras de Valencia, y en sus despachos y aulas sin uso he situado un centro de internamiento de emigrantes sin papeles. Otras ilegalidades contemporáneas.