Vicente Molina Foix
Estábamos en la calle Tapinería rodando unas secuencias nocturnas frente a la recreada ‘boutique’ Mavi (la tienda era y volverá a ser una zapatería de postín al acabar el rodaje). Esa boutique de ropa femenina es el lugar donde reina como una diosa blanca la protagonista María Luisa, que también se llama, o se llamó, Mavi: la dualidad es un pliegue de su personaje. Sentado en la "silla del director", ésa que lleva tu nombre en el respaldo, aunque es modesta, de lona negra, el director repasaba antes del plano siguiente su guión; la noche valenciana era cálida, y animaba a quedarse al fresco. Y entonces se plantó ante él una señora anciana, con gafas y batita modesta, presentándose cordialmente como vecina de la calle. Estaba fascinada por Marisa Paredes, a la que acababa de ver interpretar una de sus escenas más potentes de la película, arrodillada ante la puerta de su boutique con un joven negro entre sus brazos, pero la señora sólo la saludó, cuando Marisa se retiraba a descansar a su roulotte. Con el director tuvo más osadía: "¿Cómo se va a llamar la película?". "Pues, ‘El dios de madera’…". Entonces se le iluminó la cara, y me estrechó las manos. "Ah, qué bonito, y qué verdad. El Dios que murió por nosotros era de madera, allí clavado en la cruz. Entre todos lo matamos". Y levantándose sobre sus piececitos me dio dos besos.
Dos días después rodábamos en el antiguo cauce del Turia, a la altura del hermoso puente del Real, una escena de conversación en plano-secuencia entre Róber (Nao Albet) y Yao (Madi Diocou), y se hacía con ‘steadycam’, ese juguete mecánico que Kubrick elevó en ‘El resplandor’ a la categoría de figura de estilo. Íbamos a dar la primera claqueta cuando un señor de aspecto campechano que subía la rampa desde el cauce se fijó en el título de la película, que allí figura escrita, junto a los nombres del director y el director de fotografía (Andreu Rebés). "¿’Dios de madera’? ¿No será ésta otra película del Opus Dei? La iglesia está por todas partes, no sólo en Valencia… ¡Abajo la religión! ¡Todas las religiones!".
El señor no se iba, y mientras no saliera de campo, el operador de la ‘steadycam’, con su pesado artilugio entre los brazos, no podía empezar su trabajo. Los dos actores también estaban impacientes por interpretar su conversación. El jefe de producción contaba los minutos perdidos, traduciéndolos a euros. Así que el director se adelantó hasta el ateo recalcitrante, que le caía simpático pero le ocupaba el encuadre, y le dijo -tal vez- la verdad: "Puede usted irse tranquilo. Ésta es una película de izquierdas".