Víctor Gómez Pin
Evocaba más arriba el monumento a los muertos caídos en la tremenda guerra contra el Eje. Hay un segundo especialmente dedicado especialmente a la tripulación de los barcos de guerra, con la efigie de A. Mezentsev, capitán cuyo último acto antes de caer fue proferir una orden. Un sencillo librito informativo sobre los avatares de la ciudad transcribe las palabras del escritor B. Hneurek: "Hay mayor número de dramas en la historia de Vladivostok que en la de las ciudades medievales". Cualquiera que fuera el credo político de mis interlocutores siempre he oído hablar con emoción del evocado S. G. Lazo, cuya efigie se alza en un parque que circunda uno de los teatros de la ciudad: "Y este terruño ruso, que es ahora mi morada, acogerá nuestra muerte, pero no lo rendiremos".
Tanto drama, tanto heroísmo, ¿habrán sido en vano? Hegel se refiere en cierto lugar a esa "ternura común por las cosas", que quisiera un mundo armonizado en ausencia de toda contradicción interna, lo que a su juicio impide simplemente alcanzar realmente la única armonía posible, que resulta siempre de la tensión misma, tensión generada por la diferencia y la contradicción inherentes a la vida natural y sobre todo social.