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Escrito por

Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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Diario de rodaje 10. Hitchcock y el austrohúngaro

Todos los directores que hacen un cameo o una pequeña aparición en sus películas imitan a Hitchcock, que hizo de ello un rito infalible, tanto como el de Berlanga al introducir en algún diálogo o parlamento de sus films la palabra "austro-húngaro". Otra cosa son, claro, los directores-actores o con aspiraciones a serlo: Truffaut, que tan mal papel hacía en ‘Encuentros en la tercera fase' (y hasta en ‘El niño salvaje'), Pialat, Joao Cesar Monteiro o, por citar dos casos más próximos y aún en galopante actividad, Fernando Colomo y Antonio Hernández.

Estas cosas suelen iniciarse, y lo sé porque lo he oído de la boca de varios de sus protagonistas, como un juego dentro del aburrimiento obligatorio que -mezclado con los incomparables ‘chutes' de adrenalina- un rodaje implica en las largas esperas del maquillaje o la iluminación.

Cuando el director de ‘El dios de madera' se embarcó en el rodaje de ‘Sagitario' dos queridos amigos más cinéfilos que él, Guillermo Cabrera Infante y su mujer Miriam Gómez, le preguntaron medio en broma si él iba a salir de refilón en el film, como Hitchcock en los suyos; para los tres amigos, Hitchcock ha sido el más grande director de cine de la historia, y la cita o recuerdo parecía un memento debido al maestro. El director de ‘Sagitario' les contestó en serio que no.

Pero luego llegó el rodaje mismo, las esperas, los momentos muertos, la viveza del juego de sus actores, y el director escéptico (o temeroso) de ese juego de auto-homenajes cambió de idea, y una noche, rodando una plano en que Eusebio Poncela y Héctor Alterio salían comentando una película francesa que acababan de ver en una sesión de filmoteca o cine-club, decidió meterse él mismo en el plano, del brazo de María Ruiz, amiga de muchos años y directora de casting de ‘Sagitario'. Sólo unos pocos espectadores minuciosos le descubrieron, fundido entre la figuración.

Al empezar el rodaje de ‘El dios de madera', el director, dado que en el film hay mucha presencia de imágenes secundarias (fotos, filmaciones antiguas, ‘chats' y fragmentos de vídeo casero), jugó con la idea de introducirse trucadamente en una foto de boda significativa en la trama, haciéndose pasar por un hombre autoritario y santurrón: la figura de un ser más odiado que amado. Luego cambió de idea, y una mañana en que le pareció que había pocos figurantes en una escena de salida de misa se disfrazó. Pidió "ropa de derechas" a su formidable equipo de vestuario y, tomando del brazo a una figurante contratada, se mezcló entre los feligreses de la iglesia de San Nicolás, algo lejos del grupo de amigas que también salían de la parroquia, María Luisa (Marisa Paredes), Reme (Lola Moltó) y Chon (Ángela Castilla).

La figuranta desconocida a la que llevaba por el brazo resultó ser una culta, progresista y muy simpática profesora que hacía ese trabajo "for fun" (enseña inglés), y por tanto el director y su pareja representaron en su ligero cameo lo que no eran. Casi fueron actores un minuto.
 

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7 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 9. Peluqueros de verdad y mentira

Me sorprendo a mí mismo volviendo una y otra vez a las peluquerías, en la ficción, pues hace tiempo que, por razones logísticas que no vienen al caso, el pelo me lo corto en casa. Uno de los primeros cuentos que escribí, ‘Cuento de la peluca', pertenecía tal vez al género fantástico, y hace poco se ha reeditado en una antología. Tiene quizá algo ‘monterrosiano', aunque yo no había leído entonces a Monterroso. Hay cabello lacio, alopécico, en mi segunda novela, ‘Busto', pero por esa novela y por ese pelo ‘setentista' no pondría yo ahora la mano en el fuego. Y hay peluqueros entreverados, dos si no recuerdo mal, en ‘El vampiro de la calle Méjico', aunque en apariciones episódicas. En mi libro más reciente, ‘Con tal de no morir', el cuento central (que no, en mi opinión, capital) de esa colección de relatos se llama ‘El peluquero de verdad', y a bastantes de sus lectores les ha gustado mucho. Quizá más que otros cuentos del libro que a mí me gustan más. Graham, mi peluquero de verdad, es inglés, y el crítico del Times Literary Supplement que reseñó hace un par de meses ‘Con tal de no morir' resaltaba mucho una imagen del relato, en la que el narrador compara los embates amorosos de Graham y su pareja española con la Armada Invencible chocando contra las duras rocas de Dover.

También hay peluquería y peluqueros en ‘El dios de madera', con un guiño egipcio y una clientela de mayoría interracial, por no decir étnica. Calculo que casi un 20% de la acción de la película trascurre en el interior de ese salón unisex, ‘Cleopatra', donde trabajan Rachid, co-protagonista del film (Soufiane Ouaarab), y su colega y tal vez amante ocasional Susa (Nuria Herrero). Creo que es la primera vez que expongo por escrito esta rara fijación peluqueril mía, aunque no por ello voy a tomar la decisión de ponerme en manos de un psicoanalista. Prefiero seguir, sin hacerme preguntas, en las de mi peluquero de toda la vida.

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6 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 8. La claqueta de Marisa

 El jueves 20 de agosto se le entregó a Marisa Paredes el primer Premio a la Cinematografía que ha instaurado la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Una vez decidida (y aceptada por ella) la concesión, antes del verano, el Rector de la UIMP tuvo la amabilidad de invitarme a pronunciar la ‘laudatio' en el acto de entrega, y también yo me sumé con ganas a la iniciativa. Llegado el día, y faltando sólo dos semanas para el inicio del rodaje de ‘El dios de madera', que la tiene a ella de protagonista, el director no pudo ausentarse de Valencia, donde localizaba, y tuvo que mandar el texto escrito previamente, para que Joan Álvarez, profesor de la Universidad de Valencia (institución también involucrada en la génesis del premio) lo leyese durante la ceremonia, que tuvo lugar en el Palacio de la Magdalena de Santander.

El premio, me contó después la actriz, consiste en una bonita claqueta, y lo que sigue es el texto de la ‘laudatio'.

 

 Marisa Paredes, Premio UIMP a la Cinematografía

 

Marisa Paredes pertenece a una generación que ha combatido en todas las guerras, incluidas aquellas que no vivió. Porque Marisa, como yo mismo y como algunos de los que hoy la acompañan en Santander, creció en una España que sufría los efectos de un golpe militar y una dictadura posterior contra la que ella, llegada la edad de la razón, supo oponerse, levantando su voz desafiante.

Mis primeras imágenes de Marisa, inteligente, hermosa, curiosa por todo y con un gran sentido del humor, están ligadas al teatro y al compromiso. Era entonces una joven actriz formada en la Escuela de Arte Dramático de Madrid que supo muy pronto que el compromiso de los artistas no sólo es con la tradición de su arte sino con el futuro de su sociedad.

Imágenes inolvidables. Marisa encarnando sobre las tablas papeles muy distintos con una voz muy peculiar, de recia sonoridad y colores muy dulces, tanto cuando eran líricos como cuando debían llegar al metal de la tragedia. Y Marisa haciendo oír esa misma voz del teatro en los escenarios de la vida real, en un momento de la historia moderna de nuestro país en que los cómicos supieron interpretar lúcida y valientemente la gravedad de lo que estaba pasando a su alrededor.

Me perdí durante unos años el crecimiento de su carrera de actriz, por vivir casi una década, la de los 70, en Inglaterra, pero no me perdí a la persona, con la que coincidí unos meses inolvidables en Londres, hablando largamente con ella, yendo con ella al teatro, divirtiéndonos juntos en un país entonces más libre y acogedor que el nuestro, y, porqué no decirlo, marchando a su lado en alguna manifestación a favor de las causas que nos movían a ambos.

Como Presidenta de la Academia de Cine, como portavoz elocuente y en primera fila de las luchas que no dejaron de ser necesarias, Marisa siguió siempre alerta y combativa. Pero no es por ello, o no sólo por ello, por lo que hoy se le da con merecimiento este inaugural Premio de Cinematografía de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

Marisa creció igual de bien como artista que como ciudadana, y el cine, que al principio de su actividad se fijó menos en sus grandes dotes, empezó a reconocerla, a hacerla algo propio, cada vez más. Hasta hoy. En los años 80 fue uno de los rostros más elocuentes de las películas de una nueva ola de realizadores que han dejado huella: Fernando Trueba, Martínez-Lázaro, Chávarri, Almodóvar, Agustí Villaronga, Felipe Vega, por citar sólo algunos. Después, ampliando el registro de los mejores cineastas españoles, atrajo las miradas de otros no menos grandes que trabajaban fuera: Daniel Schmid, Arturo Ripstein, Roberto Benigni, Edgardo Cozarinsky, y también mi lista internacional se queda corta.  Y todo ello, sin perder nunca la voluntad de riesgo que caracteriza su personalidad y su trabajo. García Lorca, Shakespeare, Ingmar Bergman, Samuel Beckett, entre los clásicos. Carlos Fuentes o Álvaro del Amo entre los autores vivos. Grandísimos momentos teatrales que sus espectadores, privilegiados por asistir a un efímero derroche de talento, atesoramos.

Pasión, riesgo, conciencia, arte. Por esas y otras virtudes que su pudor y la economía narrativa me obligan a omitir, hoy, en una iniciativa que honra a esta Universidad, se le da un premio a alguien que lleva premiándonos muchos años a todos nosotros con el regalo de su generosidad y su genio.

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5 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 7. El jesuita y las putas

Al final no rodé la secuencia prevista en el antiguo colegio de San José. Cuarenta y ocho horas antes del rodaje, el preboste o prepósito de la Compañía en Valencia comunicó a la producción que el permiso verbal muy confirmado que teníamos (y pagábamos) no era válido, pues los jesuitas no querían tener "problemas de imagen". Sugerente expresión, que yo mismo podría entender y hasta suscribir. Lo malo es lo que dijo a continuación: "Le negamos el permiso en su día al mismísimo Luis G. Berlanga". Qué honor para mí, y qué orgullo el de esta Sociedad de Jesús que quizá moldeó en mi, contra mis instintos, ciertas maneras de ser.

En lugar de las secuencias preparadas para el gran caserón de San José, que no hacía de colegio sino de Centro de Detención de extranjeros, rodamos en la serpenteante callecita de Salinas -pleno barrio del Carmen en su "side" más "dark"- una breve pero para el director substancial escena de prostitución callejera. Son aún muy recientes las impresionantes fotografías de la Boquería de Barcelona que publicó El País, y no era cuestión de competir con las leyes del mercado. A los vecinos del Raval y a muchos observadores de la moralidad pública les parecieron indignantes, y yo sólo simpatizo con los primeros. Estéticamente, las fotos eran neorrealistas, pero el borrado de las bocas y los sexos les daba a las imágenes algo muy ‘nouvelle vague'.

Así que el director de ‘El dios de madera' optó por pedirle a su iluminador, Andreu Rebés, que le creara en ese callejón valenciano cubierto de pintadas una piel irreal para una escena de realidad acuciante, tanto como lo es el deseo. Pero también hubo suerte con las actrices que acompañaban en su recorrido puteril al protagonista Yao (Madi Diocou). Las cuatro (una rusa, dos españolas, una senegalesa) fueron ejemplo de carácter, de ese carácter episódico al que me refería en la entrada anterior de este diario. Inmensas secundarias con minifalda y lengua propia, que en los casos de las dos extranjeras se oirán en v.o. sin subtítulos.

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2 de octubre de 2009
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Diario de rodaje. 6. Secundarios

Nunca me ha gustado la palabra, que tan cercana suena a ‘segundones'. Han sido, sin embargo, quizá la mayor gloria del cine español, o al menos la menos discutida en un país que parece tener como segunda afición acendrada, después del fútbol, la de meterse con su cine. Nadie, desde que tengo memoria, ha dejado de reconocer que la galería de actores de carácter españoles es absolutamente deslumbrante, en nada envidiable a la que ofrece Hollywood o el cine italiano. Los británicos, los franceses, los argentinos, son, en mi opinión, y dentro de lo injusto que es generalizar, más brillantes en el registro protagonístico.

‘El dios de madera' tiene un cuadrilátero de intérpretes que sostienen, en dobles parejas, la trama de la película. Pero no están solos, como lo estaban -por equipararme temerariamente a uno de los más grandes- los cuatro actores principales de ‘Saraband', la obra maestra final de Bergman. Mi historia trata de componer un mosaico de pequeñas escenas y situaciones y personajes que intervienen a modo de ecos, fondos o ‘replicantes' de los protagonistas, y de ahí que, teniendo la suerte de haber encontrado cuatro ases para los roles principales de la madre, el hijo y los dos ‘intrusos' africanos, el proceso de elección del numeroso coro de secundarios hubiese de ser largo y minucioso.

Hoy quiero retratar aquí con su imagen y unas pocas pinceladas a tres de los característicos (la palabra es la adecuada, y la que preferiblemente se usa en otras lenguas) de ‘El dios de madera'. Son tres mujeres de distinta edad que, como sucede a menudo, también tienen capacidad y experiencia de protagonistas. Lo es Vicenta Ndongo de la muy reciente y muy interesante película de Cesc Gay ‘V.O.S.', y lo han sido en teatro y televisión dos actrices valencianas más veteranas, Empar Ferrer y Lola Moltó. Vicenta tiene sólo una escena en la película, dos Empar y alguna más Lola (que sería de hecho el personaje de más entidad tras los cuatro protagonistas). La mulata que quiere reivindicar su ‘parte clara', la dueña de una pensión o cubil de emigrantes, la zapatera puntillosa. Las tres han creado concisamente un personaje, y las tres lo han potenciado por encima de lo que el director tenía en la cabeza. Las tres tendrán sin duda muchos "cinco minutos" más de ese brillo estelar al que se refería, en su citada frase, Warhol.

                                                 

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30 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje 5. Mavi

Mavi es uno de los dos nombres que el personaje interpretado por Marisa Paredes tiene en la película. Todo el mundo la llama en el tiempo real de la acción María Luisa, pero ella fue antes Mavi, y en esa época inconcreta sus amigos la conocían así. En homenaje -que cobra después importancia en la trama- a ese su primer nombre, María Luisa le puso a su boutique de ropa femenina 'Mavi', y el decorado de la tienda tiene mucha presencia en 'El dios de madera'.

Pero hoy quiero hablar más que de Mavi del responsable del rótulo y demás elementos plásticos de 'Mavi', Miguel Ripoll. Miguel es un amigo veinte años más joven que yo a quien conocí -siendo él estudiante- enfrente de la  Casa de Socorro de Alicante, aunque ninguno de los estábamos accidentados. Le he seguido desde entonces la pista, no siendo fácil, pues su trayectoria múltiple (no me atrevo a usar con él el socorrido latiguillo de 'multicultural') le ha llevado por diversos trabajos y diversas ciudades, hasta convertirlo, instalado entre Barcelona y Londres,  en lo que -de momento- ya es: uno de los más grandes diseñadores de Europa. ¿Sólo de Europa? Me dicen los expertos que África cada vez le reclama más, por no hablar de continentes de mayor lejanía. Miguel Ripoll hizo, como un regalo al director, toda la rotulación y los extraordinarios títulos de crédito animados de mi primera película, 'Sagitario', y lo que adjunto en esta entrada de mi diario es sólo una pequeña muestra de sus primeros bocetos.

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28 de septiembre de 2009
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Intermedio sobre el cómic

Interrumpo hoy mi diario de rodaje para pedir a los numerosos comentaristas de las dos últimas entradas de este blog una moratoria que me permita responder en pocas semanas, cuando aquél acabe, a la indignación mayoritaria suscitada por mi artículo ‘Dibujos animados', publicado en el último número del semanario ‘Tiempo'. Quiero hacerlo de una forma que ahora, en condiciones laborales muy duras y absorbentes, me resulta imposible: con la atención y el respeto debidos, los mismos que han mostrado en sus ponderadas réplicas el crítico Álvaro Pons, por ejemplo, y otros airados lectores. A quienes únicamente han lanzado insultos de baja estofa nada les debo.

Quiero adelantar a ese prometido texto futuro dos breves apuntes. La finalidad del artículo de ‘Tiempo' no era la ofensa, un modo de trato que no está entre mis muchos defectos. Y no voy a apelar a la libertad de expresión para defenderme, pues la considero algo demasiado noble y hasta sagrado como para atribuírmela en este caso. Sólo invocaré la libertad de gusto, que es cosa muy distinta y, por su propia naturaleza (tan compartidamente humana), arbitraria.

 

 

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24 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje 4. Valencias (Uno)

Valencias es el título de un bello libro de glosas de Pere Gimferrer, y lo que yo siento ahora, desde hace tres semanas, viviendo en esta ciudad mediterránea. Ambi-valencias. En Valencia cometí, a la tierna edad de quince años, mis dos primeros delitos de conciencia, y recuerdo muy bien los lugares del crimen; existen en la ciudad en la que ruedo ‘El dios de madera', pero ya no son. En el primero de ellos, la librería ‘Estudio' de la calle Comedias, hace ya tiempo cerrada, me presenté como un conspirador de opereta (¡llevaba pantalones-bombachos!) y le di a la dueña la clave que un amigo culto y progre de mi hermano me había soplado ceremoniosamente en Alicante, antes de viajar yo a Valencia para hacer los ejercicios espirituales de San Ignacio prescritos por mi colegio de jesuitas. Con esa clave y mi cara de pan, la señora de ‘Estudio' no tuvo inconveniente en sacar de la trastienda de su librería dos libros de la editorial argentina Losada prohibidos a la venta en España: una antología poética de Alberti y un volumen de teatro de Tennessee Williams. Los llevé conmigo a los ejercicios ignacianos de tres días (en régimen interno) en una residencia cercana a la ciudad, donde fueron requisados por la celosa autoridad, en aquel caso representada por el Padre Espiritual de mi colegio, el Padre Casamayor, del que no guardo mal recuerdo.

 Al acabar los ejercicios, y antes de volver a Alicante, los padres jesuitas nos hicieron visitar el colegio que la Compañía de Jesús tenía en el centro de Valencia, el colegio de San José. Allí, los libros peligrosos me fueron devueltos con la consigna de no hacerlos circular entre mis compañeros de curso, "menos formados que tú", me dijo el padre Casamayor, pero un jesuita joven que aún no había cantado misa, el Padre Aute (sin relación conocida con el canta-autor) sembró con su comentario sobre ese secuestro de libros las primeras semillas de mi ateísmo, que se manifestaría en toda su plenitud un año después.
Lo curioso es que este próximo sábado ruedo una escena importante de ‘El dios de madera' en los locales hoy en parte abandonados del colegio de San José. Los jesuitas se trasladaron a un sitio más airoso en las afueras de Valencia, y en sus despachos y aulas sin uso he situado un centro de internamiento de emigrantes sin papeles. Otras ilegalidades contemporáneas. 

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23 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje 3. Un título de izquierdas

 

Estábamos en la calle Tapinería rodando unas secuencias nocturnas frente a la recreada ‘boutique' Mavi (la tienda era y volverá a ser una zapatería de postín al acabar el rodaje). Esa boutique de ropa femenina es el lugar donde reina como una diosa blanca la protagonista María Luisa, que también se llama, o se llamó, Mavi: la dualidad es un pliegue de su personaje. Sentado en la "silla del director", ésa que lleva tu nombre en el respaldo, aunque es modesta, de lona negra, el director repasaba antes del plano siguiente su guión; la noche valenciana era cálida, y animaba a quedarse al fresco. Y entonces se plantó ante él una señora anciana, con gafas y batita modesta, presentándose cordialmente como vecina de la calle. Estaba fascinada por Marisa Paredes, a la que acababa de ver interpretar una de sus escenas más potentes de la película, arrodillada ante la puerta de su boutique con un joven negro entre sus brazos, pero la señora sólo la saludó, cuando Marisa se retiraba a descansar a su roulotte. Con el director tuvo más osadía: "¿Cómo se va a llamar la película?". "Pues, ‘El dios de madera'...". Entonces se le iluminó la cara, y me estrechó las manos. "Ah, qué bonito, y qué verdad. El Dios que murió por nosotros era de madera, allí clavado en la cruz. Entre todos lo matamos". Y levantándose sobre sus piececitos me dio dos besos.

Dos días después rodábamos en el antiguo cauce del Turia, a la altura del hermoso puente del Real, una escena de conversación en plano-secuencia entre Róber (Nao Albet) y Yao (Madi Diocou), y se hacía con ‘steadycam', ese juguete mecánico que Kubrick elevó en ‘El resplandor' a la categoría de figura de estilo. Íbamos a dar la primera claqueta cuando un señor de aspecto campechano que subía la rampa desde el cauce se fijó en el título de la película, que allí figura escrita, junto a los nombres del director y el director de fotografía (Andreu Rebés). "¿'Dios de madera'? ¿No será ésta otra película del Opus Dei? La iglesia está por todas partes, no sólo en Valencia... ¡Abajo la religión! ¡Todas las religiones!".

El señor no se iba, y mientras no saliera de campo, el operador de la ‘steadycam', con su pesado artilugio entre los brazos, no podía empezar su trabajo. Los dos actores también estaban impacientes por interpretar su conversación. El jefe de producción contaba los minutos perdidos, traduciéndolos a euros. Así que el director se adelantó hasta el ateo recalcitrante, que le caía simpático pero le ocupaba el encuadre, y le dijo -tal vez- la verdad: "Puede usted irse tranquilo. Ésta es una película de izquierdas".

 

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18 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje. 2. El director en el arrozal

Estábamos filmando una huída campo a través del personaje central de Yao (que interpreta el senegalés Madi Diocou) y el director tuvo un resbalón, afortunadamente no-metafórico y afortunadamente sin consecuencias físicas serias. Al resbalar fue a caer en las aguas de un canalillo que bordeaba un arrozal, y aunque los del equipo pensaron, por lo aparatoso de la caída y lo inmóvil de su figura, que algo grave le había sucedido, las hierbas de la pendiente de tierra (amortiguadoras) y la poca agua (refrescante en el día de gran calor que hacía) no le ocasionaron más que un moratón en el culo al día siguiente y un nada desagradable baño de pies ‘in situ'.

     Los accidentes son la materia oscura del cine, y no me refiero aquí a esas terribles ocasiones en que el aspa de un helicóptero le corta la cabeza a un especialista o una actriz se rompe el tobillo el día antes de empezar el rodaje. Una lluvia en el día fijado para una escena soleada, un vendaval, como el que se llevó por delante los decorados del malhadado ‘Don Quijote' de Terry Gilliam, o ese error que nos contó Paul Auster a Jorge Herralde y a mí, la noche de la presentación en Madrid de ‘Lulu on the bridge', el guión publicado de su primera película como director absoluto: la puerta de un automóvil que debía abrirse al revés de lo habitual y que, llegado el momento de utilizar el coche trucado, no tenía el truco que Auster llevaba semanas recordando a sus atrezzistas. A esos imprevistos y azares me refiero, y no todos, por cierto, son malignos. La necesidad de improvisar una alteración puede ser estimulante, o incluso mejorar lo escrito en el guión. Pero les pido al dios de madera que nos protege y al cielo de Valencia, de momento irreprochable en su mansedumbre, que sigan evitando las ‘caídas'.

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16 de septiembre de 2009
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