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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para leer a Reina María Rodríguez

Esta Primavera en mi curso sobre escenarios de futuro y nuevas escrituras contamos con la visita de Reina María Rodríguez (La Habana,1952), con cuya poética de la zozobra emotiva laboró la clase. Para contribuir con la lectura de esta primerísima poeta, narradora, editora y activista cultural, doy aquí los comentarios en torno a su libro Catch and release (2007), debidos a tres de los estudiantes que le han tomado la palabra.

 

Ana-Irma Patete:  “La madre, el piano”

En la poesía de Reina María Rodríguez el lenguaje se despliega desde lo  cotidiano y  hace del barroco el estilo  de una compleja red de significación. Como Barthes nos dice en The Pleasure of the Text, el texto teje palabras, imágenes y sonidos para transmitir los afectos que trata de evocar. Ya que el lenguaje es una mediación limitada en representaciones apropiadas de los afectos humanos, Rodríguez intenta utilizar la poesía como área experimental donde la música y las imágenes se fusionan para crear un espacio para el sujeto pos-biológico, como ha dicho Patricia Clough en su artículo, “The Affective Turn: Political Economy, Biomedia and Bodies; este sujeto encara las tecnologías como “biomedia” y “nueva medio”, e incorpora éstas a su propio cuerpo “biomediado”. Añade Clough que la materia tiene una capacidad para “self-organization in being in-formational”, lo que es la contribución más fructífera de la vuelta hacia la afectividad que ha experimentado la crítica desde los años 90. Es precisamente esa  información que brinda la afectividad lo que acontece en los textos (tejidos) de esta poeta.

En el poema “La madre, el piano”, vemos cómo el vínculo entre la voz poética y Marina se vuelve poroso mientras el poema incorpora imágenes musicales y citas para crear una visión casi oscura de la afectividad de su mundo. La música afecta, corporalmente, a la voz poética al final de la primera estrofa: “Su música / clavetea mi espalda y la amordaza” (20). Y luego: “Soy tu madre, Marina, soy tu madre, / y me he llevado tu música a la sangre.” La incorporación de la música es lo que guía la creación del tejido de este poema, ya que cada estrofa se relaciona con acordes, melodías, instrumentos. Incluso, la música es el hilo que enlaza las voces del poema, la de Marina y la misma voz poética, en términos de su relación maternal, pero también las imágenes de personajes periféricos como el de “Ojos dorados, albaricoque”.

La “economía política” (como la define Clough) está en la misma transacción del beso, uno de los estribillos del poema. En “La madre, el piano”, a propósito del beso “robado”, surge la idea de la voz poética como madre de Marina. El beso se vuelve un medio para la voz poética de reflexionar sobre su infancia, crípticamente violenta (“Hay sangre coagulada bajo su comisura”). El sujeto se encuentra frente a esa economía cuando repara en los quince pesos que vale un objeto, probablemente el libro que ha dejado sobre el piano. Ello representa la arbitrariedad de la comunicación, beso o libro, en los vínculos de las personas, incorporados a nuestros afectos. En la afirmación final: “Demasiado dinero para el equilibrio de una vida” (22), un libro de quince pesos tiene la potestad de proveer ese equilibrio.

La organización e información que evoca “La madre, el piano nos hace preguntar por el principio que rige sus imágenes y memorias. Cuando la voz poética dice en la tercera estrofa, “Hombre de pelo rizo, tienes potestad para zafar los lazos, las costumbres…toma el vino y escapa”, se podría argüir que este poder que le da la voz poética al hombre en cuanto al acto de destejerla (sus lazos, sus costumbres), es el mismo poder que ella, como voz poética, posee sobre el acto de tejer su historia. Mientras el hombre de pelo rizo puede desarticular los recuerdos de la niña en cuestión, la voz poética asume la agencia de narrar y, por ende, de tejer, su propia mediación. Los dos poderes están íntimamente vinculados con los afectos, ya que todo acto de narrar es uno de poder, dada su rearticulación de la emoción humana.

 

Cósima Ramírez dela Prada: “La palabra jarra”

 

'La palabra jarra' de Reina María Rodríguez nos invita a la aventura en el caos de lo epistemológico. El papel jugado por el poeta al intentar tejer lo emotivo, se descarrila y se auto-destruye de cara a la insuficiencia de las palabras.

 

"Te autorizo a sentir la palabra jarra", comienza con autoridad el poema. Rápidamente nos advierte que, "el texto engaña con sonido de metal para materiales diversos que pueden ser cristal, plástico o lata"; lo cual invoca la artificialidad del lenguaje. Las palabras, como materia industrial, como "cristal, plástico o lata", pueden ser moldeadas y manipuladas para servir mil propósitos y significados distintos. Rodríguez sostiene que la palabra jarra tiene una cierta "arbitrariedad" al invocar  su complejidad y  capacidad de adaptación, siguiendo el razonamiento de Saussure y la diferencia entre lo significado y lo significante.

 

La ilusión posesiva e ingenua "de aquel niño que esperaba sonar las diferentes hablas" es trastornada y corrompida por la realidad de un lenguaje efímero e inadecuado. El lenguaje se encuentra entre los "modos de agarrar, de poseer un objeto", al darle nombre a los objetos  intentamos dominarlos y controlarlos. Cada sociedad o cultura intenta establecer "algún ordenamiento artificial" al crear un vocabulario, una red epistemológica en la cual esta codificado un sistema de control.

 

Reina María Rodríguez parece sugerir que tales ideas sobre un lenguaje estable y controlable son infantiles y se dejan atrás al asumirse la escritura. El niño del poema se hace escritor "para corromper la supuesta facticidad de una vida, para matar ciertas lógicas", proponiendo que la escritura desestabiliza y disuelve aquel orden impuesto por la sociedad, aquella ficción de control sobre la expresión. Al intentar transcender el significado cotidiano de las palabras, al tejer aquel lenguaje que anuda lo emotivo, "la palabra jarra deja de ser algo material". Una multitud de posibilidades se abren camino ante el escritor: su lenguaje afectivo es abstracto pero infinito. La palabra jarra, de pronto, "toma la velocidad de un tren... la locura ciega de su locomotora"; la palabra se descarrila, como la imaginación del escritor.

 

El paisaje que pasa por la ventanilla de aquella locomotora imita la insubstancialidad de las palabras mismas, cuyo significado desaparece al instante dejando una huella de la intención inicial. Los rostros, árboles y animales que pasan por la ventanilla fugazmente, se convierten en "el mohín de alguna cosa que aun representan sin claridad", perdidos en su propia representación.

 

El lenguaje se deshace, "y el mismo tren de regreso despedaza la imagen"; al intentar alcanzar un significado emotivo y transcendente, se pierde en su propia ineptitud. Al deshacerse la palabra, el escritor "se ve solo él, agachado, mirándose contra el tiempo del liquido". Esto demuestra la fragilidad y vulnerabilidad humana ante una realidad, como las palabras y el tiempo, efímera. Su autor se encuentra desnudo y vulnerable, en un estado humano más puro, antes de la socialización y del lenguaje, al intentar  acceder a su dimensión emotiva, inexpresable.

 

'La palabra jarra' traza el trayecto caótico del lenguaje al intentar alcanzar un significado estable contra lo efímero. Este poema  trata de una cierta inspiración transcendental que es el objetivo de todo poeta. Rodríguez declara, "en descarrilamiento, los orígenes", sugiriendo que hay que pederse en el lenguaje, abandonar la estabilidad de lo cotidiano, desnudarse frente al mundo emotivo. Solo desde esta  vulnerabilidad se puede entender lo humano en su estado puro y afectivo.

 

Mika Zacks: Catch and release

 

“Bajo, muy abajo, al fondo,/se descompone y fracciona el pensamiento.”

Reina María Rodríguez es una poeta afectiva. Tiene esa complejidad enorme e inexplicable que precede al entendimiento racional. Su libro, Catch and Release, empieza con una cita de Virginia Woolf,  experta en la subjetividad. Como Woolf, Rodríguez rechaza el lenguaje tradicional, buscando en su lugar una manera de expresar las dimensiones inefables de la condición humana. Su poesía viene desde el fondo, un fondo donde nadan los peces que nunca se pueden coger. Esos peces solo se puede “catch and release”, agarrar un momentito y después abrir la mano y dejarlos ir, liberar el instante y devolverlo al gran mar del inconsciente.

Para representar esos peces literarios, Rodríguez tiene que echar su red de palabras al mar sin fin de los afectos. Tiene que crear una forma que le permita captar las emociones. Para hacerlo, utiliza el instrumento más poderoso, el idioma mismo. Exploraré las imágenes que la poeta usa para articular su subjetividad emotiva, y analizaré algunos poemas que demuestran cómo intenta captar el momento fugaz, su forma de representar una realidad que no es absoluta ni cierta. Esas imágenes de incertidumbre y especulación, poderosas gracias a su provisionalidad, sirven para expresar el hecho de que hay algo que se nos ha escapado. No pretende decidir por nosotros cual es la cosa que elude nuestro entendimiento articulado, sino ofrecer algunas visiones breves de la experiencia afectiva.

Una imagen central es la de los peces. El pez es muchas cosas, entre otras una referencia a Jesucristo, otro maestro del mundo emocional. También  representa un reino muy distinto al nuestro. El agua invita asociaciones de algo primordial, mucho mas antiguo y eterno que la vida terrenal, con su normas y su civilización limitante. El agua ofrece un espacio libre de reglas y leyes, donde el ser humano puede expresar sus deseos más íntimos. Otra asociación del agua tiene que ver con el útero. El pez, entonces, se parece al feto, al ser humano antes de que la sociedad lo restringa. Los pescadores, en ese sentido, están buscándose a si mismos en el fondo del mar, pero solo pueden coger fragmentos de su ser, y no pueden retenerlos.

Otra imagen que se repite en el libro es la del movimiento. La poeta busca “el movimiento del hilo de nylon”, deseando “recuperar” una historia, encontrar de nuevo algo que se perdió. Hay muchas referencias en los poemas al movimiento y al cambio. La poeta pide al colibrí que hable del paisaje, que “va alejándose” desde su rear window. La poeta ve así el futuro, el lugar donde ocurre el cambio perpetuo.

Esto no significa para nada que su poesía sea didáctica. Al contrario, la riqueza de su lenguaje permite una experiencia comunicativa muy sutil, extraordinaria, entre ella y el lector. Ella crea para nosotros un marco dentro del cual podemos experimentar la presencia intangible de las cosas que siempre nos escapan. Su red no capta el pez, pero si capta aun si muy brevemente, el agua. El tejido mantiene su sentido gracias a los espacios vacíos entre los nudos. Las palabras precisas y perfectas cosen pequeños huecos donde residen los afectos. No los representan, eso sería imposible, pero si insinúan su existencia y nos invitan a recuperarlos en nuestra propia subjetividad.

 

 



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7 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ABC Callejero

 

 

 

Aceras

Hay una que te aguarda.  Cada ciudad se define en la varia oferta de sus calles, entre las que el caminante decide su suerte, construye un mapa, su memoria provisoria. Cada ciudad es otro idioma, y la calle una distinta entonación de sus voces. En español, todos tenemos varios registros verbales, de acuerdo a las ciudades que hemos frecuentado y las calles que las resumen, gracias al idioma que las despierta.

Prosa

No todas las calles son la Calle porque  cada una refuta en cada paso  la autoridad del alemán intraducible. Quien piensa es quien pasea.  Pasa en el pasar, pasajero. No porque discurra aquí y ahora, esa falacia sin tiempo ni lugar, sino porque viene de lejos y prosigue sin acabar de llegar, de modo que camina el futuro en el pasado. Caminando sigue de largo, se diría, o como en la lengua original: viene viniendo. Lllegando prosigo. Carece de principio o final porque no está aqui ni ahora: cada paso va en el sentido contrario.

 

Muchedumbre

La muchedumbre es una creación urbana.  Tiene su historia emotiva pero sólo ocurre como presente dilatado, desbordando su tiempo, liberada de la cronología. Representa la incertidumbre del futuro, cuyas sanciones disputa. Las calles se despliegan en avenidas que a su vez se abren en plazas al paso de la multitud. Viene de ayer, devora  el ahora,  es un evento del porvenir. 

 

París

Walter Benjamin vio en los letreros y señales de las calles  de Berlín el comienzo de un nuevo lenguaje: la construcción de la memoria moderna. Entendió que el paseante de la París de Baudelaire recorría los bulevares  como el consumidor privilegiado por la mercancía de lo nuevo.  La muchedumbre que había tomado la Bastilla tomaba  ahora las Galerías: la mercancía producía la subjetividad y su forma.  El poeta Philippe Soupault dijo que el acto surrealista por excelencia sería salir a la calle y disparar a la muchedumbre.  No imaginó que la muchedumbre parisina lo incluía en voz alta. Mayo del 68 sumó a todas las muchedumbres. La remplaza hoy París con las hordas feroces del turismo.  Uno sale del metro y pertenece a otra causa perdida.

 

México

Esperar en una esquina que cambie la señal del tráfico para cruzar la acera es aquí un acto ritual.  La acera se va llenando de gente hasta que, pronto, eres parte de una muchedumbre que espera que cambie la luz. Cuando la luz cambia y la gente se precipita, uno cree que al llegar a la otra acera la realidad tendría que ser distinta. De pronto,  formas parte de una tribu fundadora cuya migración arriba a tierra firme y otra ciudad te asombra.

 

Convergencias

Julio Cortázar soñó que su piso de París daba a una calle de Buenos Aires, y de esa interpolación de dos espacios nació Rayuela. Esa convergencia forma parte de la metodología de la migración. Los que vivimos en el extranjero sabemos que al doblar una esquina podemos dar a otra calle como quien remonta un abismo.  Hay ciudades que nos confirman fielmente. Al volver a Barcelona, la memoria de la ciudad va despertando calle tras calle, como si  reconociera al caminante. Por eso, Rayuela es todo lo que nos queda de París. Al alejarse de las avenidas del turismo, uno termina en las callejuelas de la novela. Y es recuperado por esa arqueología afectiva. Ya Tristram Shandy en una calle parisina ve a una chica que caminaba en la dirección contraria, y se dice a sí mismo que si se mueve  para dejarla pasar de pronto choca con ella y terminan  amándose. La novela, desde sus orígenes, asume la calle como el espacio indeterminado por el diálogo favorable.

 

Variaciones

 

Un amigo me contó que en su primer viaje a México esperaba un tren en la estación.  Cuando el tren llegó, desembarcó una muchedumbre. Mi amigo se preguntó, incrédulo, cómo era posible que tanta gente podía haber cabido en ese tren. Subió, por fin, y se encontró con que estaba lleno . Alarmado, entendió que vivía su iniciación en la multitud mexicana.  En Nueva York, al volver la mirada, uno advierte, no sin zozobra, que detrás tiene a una muchedumbre colorida y apremiada. Uno apura el paso no por temor a ser arrollado sino por pánico de convertirse en el lider de una nueva secta. Y a cierta edad un caballero no puede cambiar de hábitos. No es casual que en el cine mudo la metáfora social sea la de un hombre que corre perseguido por una multitud de policías iguales.

 

El poeta de las masas

 

El título podría corresponder a Victor Hugo o a Walt Whitman, pero en español probablemente corresponde a Pablo Neruda. No sólo porque debe haber presidido los recitales más populosos sino porque su poesía, creo yo, se debe a la práctica de la lectura pública. Su público, estudiantil, sindicalista, partidista, esperaba y celebraba una poesía oral, recitativa, salmódica, una suerte de misa laica. Hasta cuando logra ser íntima, esa voz sentenciosa ocurre dentro de la multitud. Nadie le diría a su novia “Me gustas cuando callas.” Pero dicho en un recital es más verosímil: no conversa con una mujer sino con la Musa.

 

Memoria de ocupaciones

Cuando leí en las memorias de Elías Canetti que se había hecho escritor al vivir de joven la experiencia de la muchedumbre que protesta, entendí, creí entender, que a muchos nos había ocurrido otro tanto. De estudiante, cuando empezaba a escribir en el diario de mi pueblo, una invasión de pobladores  terminó siendo desalojada por la policía. El jefe de redacción me había pedido  una crónica sobre los hechos, y fui sin saber muy bien qué hacer. Una muchedumbre de mujeres enfrentaba a gritos a la policía.  Creían ellas que si salían a la calle, la policía no cargaría por tratarse de mujeres. Esa fe política en la maternidad  fue ilusa porque la policía cargó con furia. De pronto, unas mujeres me rodearon. “Cuenta lo que has visto,” demandaron. Su viva indignación me conmovió. ¿O fue el valor que descubría en sus palabras? Más tarde,  encontré que a otros escritores les había ocurrido otro tanto.  El dolor o la indignación de quienes Vallejo llamó “los suaves ofendidos,” ha sido un bautizo público en la escritura.

 



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28 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gaborio

1.

He compartido con García Márquez algunas pausas entre comités y ferias del libro. Alguna vez me he quedado a solas con él, y hemos podido charlar solamente de literatura. Recuerdo ahora una, a propósito del lenguaje narrativo dominante. Le decía yo que suele ser meramente informativo y no soporta una segunda lectura, perdida la tension del suspenso.  Es el lenguaje, dijo él, del periódico de ayer. Y añadió: La diferencia la hace la poesía. Me gustó que apareciera la poesía en una conversación sobre la prosa al uso (indistinta, abrupta y casual), pero Gabo no solamente sabe de memoria tiradas de Rubén Darío sino que cultiva una larga intimidad con la poesía. Darío, es cierto, nos lleva a Garcilaso, celebrado en su obra; y por esa vía nos devuelve a Petrarca; Delaura se llama, no en vano, uno de sus héroes amorosos. Esa cualidad poética es patente en la audacia de sus definiciones, el brío de la imagen, el ritmo  del recuento, y el carácter de epifanía feliz que tienen sus resoluciones. Eso que se llamaba "la carpintería" de un gran escritor es el taller secreto de su obra y revela, en la sabiduría del lenguaje fecundo, tanto el arte de la composición circular como el manejo preciso de la caracterización. Pero también nos descubre la comedia humanista de la escritura, entre letrados, lectores, misivas, pergaminos, canciones y cuentos del camino. Esa gran tradición sostiene su optimismo en la comunicación, su fe en la civilización del diálogo. Nos sentimos bienvenidos a esta historia de la lectura compartida.

2.

Cien años de soledad es un clásico moderno que nos pregunta, ¿qué es un clásico latinoamericano? Se puede responder: el texto que no cesa de proveer distinta información. Pero es también un clásico porque habla a través de nosotros acerca de nosotros mismos, de nuestro lugar en la saga de la lectura, en la que somos  lo que hemos leído. Nos devuelve el fervor de leer como si todo pudiese ser contado otra vez. Y da, así, la medida universal de lo que la novela es capaz de hacer  desde esta region del camino. No inventa a sus precursores, reconoce a sus lectores. La critica que acompaña a Cien años de soledad no es menos literaria, pero cuando es más literal resulta ser ligeramente disparatada.  No es extraño que sea asi porque esta novela es una ficcionalizacion, en primer lugar, de la lectura. El lector, en su lectura, corre la suerte de ser personaje él mismo de la novela.

3.

Se trata, por eso, de una metalectura, cuyo operativo es borgeano y cuya estirpe es cervantina. En un principio Cien años de soledad produjo una lectura como asombro, característica de los discursos de fundación, de la abundancia y el mito. Se  habló de “realismo mágico,” un fácil oxímoron que nombra  lo que no tiene nombre. La novela excedía el campo de la mirada. No se sometía al regimen de la perspectiva, que privilegia al lector y su capacidad de apropiar el mundo. Como buen objeto americano, demostró una conducta híbrida, una escena heteróclita, un humor hiperbólico. A poco, se impuso su lectura política, porque la novela también es una crítica de la violencia fratricida y la expoliación colonial. La visión pesimista de la historia produjo, irónicamente, una opción aleccionadora de lo político. Más tarde, se ensayó una lectura de orden cultural popular, dado su fecundo repertorio carnavalesco, su gusto material, el banquete y la risa. Pero luego vino una lectura nostálgica, típica de los años 80, cuando después de la destrucción de las opciones reformistas, la Utopía fue rematada en el Mercado. Se leyó la novela como la celebración de la comarca perdida, casi como su canto de sirena. Más cerca del fin de siglo, tuvimos lecturas más formales y analíticas, animadas por la teoría cultural y el psicoanálisis. Cada generación de lectores ha producido su propia novela. En un gesto digno de Gracián, como si citar las fuentes memoriosas estableciera la actualidad, García Márquez novelizó su propio Arte de Ingenio con Vivir para contarla, sus memorias, que rescriben su obra desde su lectura de la misma. Mi amigo Gerald Martin ha dedicado la vida a demostrar la veracidad de esa vida imaginada. En su Biografía de García Márquez, como Pierre Menard, ha copiado la vida al pie de la letra. Pero como el otro Quijote, ha hecho más ciertas las novelas. 

 4.

Mientras otros grandes relatos de los años 60 consagraban la tradición de un origen traumático y un destino trágico, Cien años de soledad   postuló una identidad post-traumática, que se transforma históricamente, desde las voces del relato oral, a favor de la vitalidad mundana de la cultura popular, y en contra de la agonía de la identidad como carencia. Hay, más bien,  un exceso de identidad latinoamericana en esta novela. Pero no se trata de una tipología, está lejos del neo-primitivismo, y no se resigna al pintoresquismo. Es una identidad de lo disímil, fundada en la pertenencia que demanda el tercio excluído de la diferencia. La vehemencia de lo diferente presupone el valor de la interpretación heterogénea. De cada hecho hay varias lecturas, y aunque se imponga la más autorizada, cuando no la más autoritaria, no suele tratarse de la verdadera. Porque la verdad está en disputa, y la novela nace de esa radical puesta en duda. Nunca una novela que afirma tanto, lo ha tachado todo, con fervor parejo. Nos dice que la historia es ucrónica; la cultura, utópica; y la política, trágica. Pero si el lenguaje nos alberga es porque nos permite formular la inteligencia de la duda.

 

 

 
 

 



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10 de marzo de 2012
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Novísima Guía Amorosa

 
El Comercio de Lima me pide 500 palabras para celebrar el cumpleaños 73 de Alfredo Bryce Echenique, y les he propuesto volver a sus novelas como a un ABC amoroso.
 
No porque sea hora de sentar cabeza, sino porque estas novelas se deben, en buena medida, a lo que seguramente es el gran tema narrativo de nuestro tiempo: la Comedia de la pareja. Menos divina, y más que humana, esta saga da forma y sentido a su obra.
 

Se trata, claro, de la pareja improbable (el siglo XIX se ocupó de las probables) e irresoluble, cuyo encantamiento enciende al lenguaje y cuyo desencanto lo apaga. Entre uno y otro canto, lo dicho es una de las formas de la dicha, y el desengaño desdice al desdichado.

"Nuestro inexistente futuro como pareja normal" (El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz) puede ser una reafirmación romántica; pero la declaración “Desde que te casaste con otro, nuestra relación ha mejorado” (La amigdalitis de Tarzán) sugiere la ironía de los pactos resignados. 

"Haciendo camino al hablar", Martín Romaña testimonia en Octavia de Cádiz  su búsqueda de la Chimera. Pero el "amor loco," víctima de los códigos burgueses, es más bien una historia de exaltación y emotividad que demora el fin de la pareja, ese retorno de lo real como literal; esto es, como muerte. Porque la virtud de la pareja es su capacidad ilusa, ese tercio incluido que configuran juntos. Quien muere, entonces, es esa tercera instancia.

Separados, los amantes son viudos de sí mismos. Sólo les queda el luto de una prologada frecuentación.  

Si la oralidad en La vida exagerada de Martín Romaña era digresiva, y disolutiva del sujeto, en Octavia de Cádiz  la escritura es la minuciosa indagación por la pareja, ese yo/tú que se separa en el nos-otros.  Abriendo las heridas en el recuento, la escritura es de una lucidez por ausencia. 

Maniática, histriónica, desbordada, la escritura es pre-formal, se diría, como si se resistiese a ser parte del rigor de una novela, de otro libro entre los libros.  Demora y aplaza las resoluciones, entre versiones de la historia, siendo ella misma sublimación y enmascaramiento. El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz es una gran novela amorosa, a pesar de la pareja. En esta utopía del discurso amoroso, Bryce Echenique parece decirnos que fuera del amor, el lenguaje no tiene mayor oficio que convocarlo siempre, para seguir inventándonos.

El "excelso exceso" recorre su obra como una demanda imperiosa. Acerca del amor todo ha sido escrito, nos dice. Pero, felizmente, cualquiera cree decirlo todo de nuevo.  El mejor lector, nos enseña Bryce, es el lector de La cartuja de Parma.

El antihéroe amoroso, al final, ha sido abandonado por todas sus mujeres. Y se ha divorciado de cada una de ellas con entusiasmo. Porque hasta el divorcio es un camino a la memoria heroica de los amantes que se sobreviven como testigos mutuos.

Es cierto que suele ser un camino muy largo a la amistad, pero esa es otra novela.

 
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21 de febrero de 2012
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Tapies en Manhattan

 

Uno se encontraba con Tapies sin buscarlo, como si la idea de la serie que distingue a su obra fuese una pregunta por la mirada. El espectador casual se convertía, así, en oficiante de un arte hecho para explorar la materia contemplada. El diálogo con Tapies está incontaminado por las palabras. Postula la intimidad de la mirada y la pura fluidez del mundo.

En una época dejaba flotando a la deriva una letra. En otra, sus muros descubrían una grafía transitoria, sumida en el vértigo dramático de la textura.

Otra vez, en el MOMA, vi la muestra de sus libros-objeto, inmensos y densos ejemplares únicos, hechos para albergar al lenguaje, tratado como poética de la grafía. Me acuerdo de un tomo de Pere Gimferrer cuya tapa herrosa parecía la puerta salvada del Castillo incendiado. Tapies cultivó esos encuentros con la poesía. Con José-Miguel Ullán debe haber tenido una afinidad inmediata, dado el riesgo y la libertad del lenguaje gráfico del poeta. Al final, el silencio parece una fe extrema en las palabras. De pronto, uno cree entender que en cada cuadro hay una declaración de principios.

Seguramente por eso su Museo en Barcelona es, más bien, un taller. Menos que didáctico (su lección es  substraer), y más que de seguidores (lo dijo todo en sus términos), se trata de la idea del Taller, de la inventiva de recomenzar. Nos ha acompañado el ardimiento de su obra como el fuego recobrado. Uno cree ver al arte y al artista salvando de la miseria histórica una forma del sentido. 

También por eso, al pie de una muestra suya, diversificada en formatos y variaciones, uno necesitaba apurar algunas notas. Es improbable reproducir el lenguaje de Tapies, y  no es casual que algunos poetas hayan rendido homenaje a esa provocación. Las notas que hice en una de sus exhibiciones en el MOMA se las pasé a Ramón Xirau, quien las publicó en Diálogos, que fue el mejor nombre para una revista de soliloquios subrayados por el exilio. Las copio, salvando algún énfasis, en tributo y gratitud.

 

T en M

I

Grisura del blanco: negro

Corroído por la luz.

Teoría de ver en lo oscuro

Más claro: muro.

II

Más que exceso, menos

Que irrisión, la materia

Es pura arbitrariedad.

Mofología: ironía

Del objeto sin fin.

III

Hipótesis de la mancha,

La traza, el granulado,

Como el blanco acumulado

Que la mirada resta

Del sumo mundo.

IV

No es el mundo lo que

Se pierde: nos inunda

Su no mirado muro.

Tesis de la visión

Creada por su objeto.

V

¿Quién ha quemado estos signos

De tierra roja? La intemperie,

Historia viva de las cosas

Que perdieron el nombre.

VI

Nada a la mano: no hay

Nada detrás, sólo el envés

Posterior al sentido.

Rastro, resto, sutura.

Su pintura es heroica.

 

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7 de febrero de 2012
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Los mejores libros peruanos del 2011

 

FERNANDO AMPUERO: EL PERUANO IMPERFECTO

Vargas Llosa forjó la versión del fracaso existencial del peruano refutado por su medio. Ribeyro, la del peruano melancólico, desmentido no entre sino por la realidad y el deseo. Bryce, la del peruano exagerado, capaz de rehacer su mundo gracias a la elocuencia. FA (1949) propone en El peruano imperfecto (Lima, Seix-Barral) la tesis de que ningún peruano es imposible: cada uno se descubre en el espejo como otro. Esa intensa representación convierte a la vida limeña en una comedia trágica: la comedia del sujeto como el mejor actor de sí mismo. Ortega y Gasset dijo que argentino es aquel que se mira dos veces en el espejo. Peruano sería aquel que se mira mirado. Y se ha dedicado a sí mismo con éxito. La tragedia es ética: el triunfo mundano conlleva el precio de la integridad. Esta  novela, con una sonrisa, convierte al lector en peruano: le asigna la culpa ajena, gozosamente compartida.

 

CARLOS YUSHIMITO: LECCIONES PARA UN NIÑO QUE LLEGA TARDE

 

CY (1977) cuenta sin énfasis y con gusto historias de agudo sentido de lo excepcional, que acontece dentro de la trama permeable de lo cotidiano; como si entre uno y otro sus pequeños héroes estuvieran a punto de una proeza que los defina. De su libro de cuentos anterior, Las islas (2006), que transcurren en Brasil, país que el autor no ha visitado pero imagina,  se incluyen en este tomo (Barcelona, Duomo) seis historias de espléndida factura, donde el desplazamiento del lugar libera a la referencialidad, mientras que  la otra lengua le permite la licencia de lo verosímil. Porque lo notable de estos cuentos es que lo excepcional (los niños monstruos, los vendedores antiheroicos) discurren como la verdadera cotidianidad, mientras lo demás pertenece al lenguaje de la fábula o a los sueños.  La lección de intimidad que da Chejov y la tolerancia en lo raro que explora Kafka, sólo tienen al lenguaje para afincar, levemente, en estas historias de asombro y certidumbre.

 

CECILIA PODESTA: DE CABEZA SOBRE EL PASTO AMARILLO

CP (1981) es poeta iconoclasta, dramaturga de ironías felices, editora y gestora cultural, como plena ciudadana de la rica cultura urbana que reiventa la Lima de estos años de prosperidad, corrupción y obsesión culinaria; pero es además, como para anudar las redes, narradora de voz propia, cuya sátira de aliento y desenfado traducen estos relatos (Lima, Punto de Ideas) de una épica urbana, en torno a personajes post-apocalípticos y sub-integrados.  La deliberada truculencia de las historias le da la vuelta al género de lo monstruoso y la mecánica de la violencia, para mostrar sin sentimentalismo, la moneda nacional del desvalor, muy bien repartida entre las clases, los géneros  y los lenguajes, para perturbación mutua. Con talento y coraje bien probados, CP es capaz de jugar con los protocolos para hacernos reconocer nuestra resignación ante lo que pasa por lo real. Pocas veces, como ésta, el lector es despertado por el valor de una poesía del escándalo.

 

KATYA ADAUI SICHERI: ALGO SE NOS HA ESCAPADO

El notable primer libro de cuentos de KAS (1977), Un accidente llamado familia (2007) definió su lenguaje como la materia afectiva de las relaciones humanas: una lámina verbal transparente pero, siempre, las palabras de otro discurso, no dicho. Es un lenguaje sintomático que dice más de lo que enuncia para decir menos de lo que cuenta.  Cada relato, por eso, podría ser una novela: asume la historia familiar, la educación de la narradora, la impronta de los lazos sobre la  zozobra latente. Por eso, el cuento es la historia de una elisión, la radiografía revelada en la vulnerabilidad del cuerpo emotivo. El mismo control del lenguaje es parte de la historia. La hija, en uno de los cuentos, le pide a la madre que no exagere, que sea más prudente, pero la madre es la que provee el relato; mientras que el padre sólo está “completo” cuando muere, que es su forma de decir la verdad. Estos cuentos rescriben el lenguaje familiar para darle a cada quien su verdadero nombre. El titulo del primer libro es el de un cuento en el segundo: de la foto familiar nos queda el revelado, esa sombra fugitiva.

 

ROGER SANTIVÁÑEZ:  ROBERTS POOL CREPÚSCULOS

RS (1956) es uno de los más interesantes poetas peruanos, cuya evolución conoce ahora una madurez rara, hecha de destreza formal y audacia expresiva, como si el joven rebelde y bohemio de la juventud hubiese encontrado en los clásicos de la tradición barroca la discordia feliz de la hipérbole, esa sintaxis aglutinante capaz de hacer del poema otro icono de abundancia. Primero descubrió RS, quizá bajo la lección barroquizante de Carlos Germán Belli, la sorprendente conjunción del adjetivo áureo y el término tecnológico. Pero en esta nueva colección de experimentalismo en el archivo barroco (Lima, Hipocampo Editores), se trata de la música de Garcilaso de la Vega. El paisaje, claro, es otro: “Un ansia enferma mi corazón esmalta/Como a los arrozales el surtidor alcanza/ O la neblina ciega el amanecer en Lima.”  ¡Sólo a un poeta peruano se le hubiera ocurrido la audacia de ofrecerle a Lima una anti-alba!

 

OSCAR COLCHADO: HOMBRES DE MAR

OC (1947) construye en esta novela (Lima, Alfaguara) una metáfora de la modernidad peruana contrariada que caracteriza al modo de producción  dominante, el de extracción y exportación. En este caso se trata de la harina de pescado, que hizo del Perú su primer productor mundial. Pero esta vez la exportación incluye otra materia prima: la droga. A partir de la representación verosímil, que el lector puede tomar como una crónica dialogada, el autor descubre la intimidad de la violencia que convierte a los héroes de la modernización en sus primeras víctimas.  El relato de la vida del pueblo convertido en “boom town,” primero, y en ciudad residual después, se levanta con su humanidad descarnada en las voces en diálogo de esta épica de pobres, que es una elegía de desconsuelos pero también una celebración de la palabra viva. Entre la destrucción ecológica,  la matanza de la guerra sucia, y el tránsito de la droga, recomienzan las voces de la migración, ese nuevo mapa peruano. Esta novela late también con furia amorosa.

 

VICTORIA GUERRERO: BERLIN

VG (1971) ha heredado, quizá reluctantemente, una tradición poética que, a pesar de todas las teorías en contra, sigue asumiendo la voz de la mujer, ese lugar único  del discurso literario peruano, cuya escenificación tuvo en Blanca Varela su momento de drama mayor. La notable diferencia de registro en este libro (Lima, Intermezzo Tropical) tiene que ver con la expansión narrativa y elegíaca de esa voz, que sale de sus coordenadas locales para hacer figura con otras voces y espacios de registro que son las plazas, hospitales, centros comerciales, aeropuertos, de la biografía errante de una mirada que refracta lo vivido en las palabras como un acto de rendición que es de rebeldía. Rinde, así, cuentas (“Fuimos rebeldes en un mundo sembrado de muertos”) y responde no por la ausencia sino por el retorno (“a la pregunta escalofriante y poco bienhechora de ¿Por qué regresaste al Perú?”).  La pareja disuelta, la poesía irresuelta, el país irresoluble carecen de discurso, pero tienen en el poema el mapa verbal de su “Su propia combustión y catarsis.”  Una peruana al pie del orbe.

 

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21 de enero de 2012
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Elogio de la Biblioteca Nacional

 

Los 300 años de la Biblioteca Nacional se celebran con una gran muestra de sus mejores fondos (“300 años haciendo historia,” que ha coordinado José Manuel Lucía Megías y se podrá ver hasta el 15 de abril); aunque también podría incluir un encuentro de lectores como tú que alrededor de una mesa compartan la frecuentación de su amistad.

Hay algo de la BN que nos pertenece a todos, no sólo porque es la institución pública más antigua de España sino porque  le hemos dedicado tiempo, paciencia, asombro y gratitud. En una entrevista que le ha hecho Juan Ramón Lucas en Radio Nacional de España, Gloria Pérez Salmerón, directora de la Biblioteca, ha recordado los orígenes de la institución y ha listado los trabajos en marcha, entre ellos la digitalización con apoyo de Telefónica, el Archivo de la Palabra y el Master iberoamericano en bibliotecología. Y dio una buena noticia: la asistencia a las bibliotecas de España se ha incrementado este año en un 10%.  El entusiasmo de la directora con su trabajo es del todo compartible.

Nunca he creído en la superstición que presupone como mejor director de una biblioteca nacional a un escritor prestigioso.  Es verdad que a veces ese escritor (o escritora, como fue el caso de Rosa Regás) puede convertir la biblioteca en un espacio de debate intelectual y actividad literaria. El hecho es que el trabajo de director de una biblioteca es menos ilustre de lo que la gente imagina.  Lo digo con padecimiento de causa: cuando remplacé, temporalmente, a un colega en la dirección de la BN del Perú no pude nunca bajar al piso de raros, ni mucho menos actualizar su distraído patronato. Tuve dos reuniones de emergencia con el personal; la primera, para buscar fondos y reparar  los baños estropeados por el último terremoto; la otra, para presupuestar una compra de escobas y escobillones.  Por cierto, en esas reuniones las bibliotecarias no siempre están de acuerdo y los bibliotecarios guardan silencio estoico.  Es inevitable evocar a Borges: la “magnífica ironía de los dioses,” escribió, de ser director de la BN argentina y ciego.  Otros dos ciegos la dirigieron: José Mármol y Paul Groussac.  

¿Cómo no recordar a los lacónicos bedeles de los años 70 en la Biblioteca Nacional?  Parecían más bien guardianes de alguna prisión gris y lo ignoraban casi todo. Hacerse amigo de alguno para apurar trámites era una proeza. Luego, en los años 80, se hicieron especialistas en un piso.  Si hacías una pregunta que no les correspondía te despachaban a otro piso, de donde te remitían a otro más. No menor faena eran las reglas cambiantes. Trabajé dos veranos con el manuscrito de “El Aleph” pero no se podía ordenar fotocopias aunque sí fotografías,  microfilms y vistas fijas. Un día la archivera de turno, ofendida, me negó el manuscrito y me envió, castigado, al microfilm.  Volví al turno del archivero, quien de inmediato me pasó el manuscrito.  Debe haberme tocado la media hora del cambio de reglas.  El otro día que pasé a renovar el carnet me dieron uno de lector de la sala general, con ingreso vedado a raros; para tener  uno de investigador debo llevar los recibos del alquiler.  Las bibliotecas tienen esa proclividad de estilo a la prosa del XIX,  más bien doméstica y  literal.

Tal vez llegaste a conocer el antiguo local de la Hemeroteca de Madrid. No hay mucho que recordar de ese edificio, pero leyendo periódicos de la Guerra Civil, cuando anduve tras las huellas de César Vallejo, pasé allí demasiados días de sopor madrileño. Recuerdo la figura del lentísimo bedel en guardapolvo, que  me traía otro tomo de periódicos varios y a su paso crujía el piso de madera.  Después de unas horas de periódicos comunistas me despertaba una hoja anarquista.  Es mejor local el de Conde Duque, qué duda cabe, pero como  ocurre casi con todas las bibliotecas tampoco alredor de éste había donde comer. Fue allí que un bibliotecario me contó que los 90 tomos de Periódicos Varios de Guerra se compilaron gracias a que un bibliotecario estaba de vacaciones cuando se declaró la guerra y tuvo que quedarse en lo que resultó campo republicano; de modo que, no sin entusiasmo, se dijo ¡qué buena oportunidad para compilar periódicos republicanos! Al mismo tiempo, otro bibliotecario estaba de vacaciones en una ciudad que resultó ser cabeza de la insurrección franquista, y se dijo: ¡qué buena oportunidad para compilar periódicos del campo nacional!  Pero una bibliotecaria, curiosa de mi dedicación, me contó que esos tomos habían sido ordenados por la policía franquista para procesar y fusilar a todo el que aparecía mencionado. La guerra por las interpretaciones no había terminado.

Cada vez que subo la escalinata de la Biblioteca Nacional (la vejez habrá empezado cuando uno deba detenerse a la mitad) recuerdo la página de uno de esos periódicos donde se lee: “Lope de Vega decapitado.”  Durante un bombardeo de la artillería franquista, uno de los proyectiles dio en las puertas de la BN y decapitó a la estatua de Lope. El cronista se preguntaba: “¿Quién caerá después? ¿Cervantes? ¿Nebrija?”

Cuando la Guerra del Pacífico, la BN de Lima fue cuartel de la tropa chilena, y una parte importante de los fondos fue botín de guerra. Se decía que el gran bibliógrafo chileno José Toribio Medina se hizo de numerosos documentos y libros antiguos peruanos. Tuvo fama de cleptómano teatral. En los archivos de los conventos fingía desmayos y mientras los curitas corrían por las sales, él se llenaba de papeles los bolsones de su gabán de coleccionista subrepticio.  

Tal vez lo he leído en alguna tradición de Ricardo Palma, en cuyo sillón de director de la BN de Lima casi no tuve tiempo de sentarme, apremiado por la crisis permanente de ese polvoroso recinto. Años después, mi hermano fue allí bibliotecario, cesado por las autoridades fujimoristas en represalia política. No hace mucho, la BN se mudó, por fin, a su nuevo y moderno local donde, lamentablemente, se produjo hace poco un robo de libros antiguos que está en proceso de investigación.  Y pensar que por ese sillón se pelearon Palma  y Manuel González Prada, nuestros dos mayores escritores de fines del XIX, al punto que éste acusó a aquel de llevarse libros a su casa y anotar en ellos sus opiniones personales. Yo había obtenido en la BN mi primer carnet de lector a los 9 años, y con él mi primera lección burocrática: me destinaron a la sección de niños, donde no se podía leer sino literatura infantil.

La bibliotecaria de Brown me ha dicho que hoy se compran más materiales bibliográficos electrónicos que libros de papel. Me ha parecido una verdadera pérdida para la educación en la lectura. Justamente, las bibliotecas tendrían que defender el hábito de la lectura reflexiva y placentera, esa experiencia de tener un libro en las manos, que la directora Pérez Salmerón ha definido elocuentemente en Radio Nacional. De otro modo, las bibliotecas y sus bibliotecarios se harán redundantes; y nuestros estudiantes, meramente funcionales y mecánicamente  utilitarios.  No hay educación plena sin la experiencia de perderse entre los estantes descubriendo con asombro que un libro nos esperaba, dando horizonte a nuestra investigación. “Sin buscarlo,  me encontré con un libro que me ayuda con el tema,” dice siempre, sorprendido, el mejor estudiante del curso.  Supongo que uno le da las pistas para que se pierda con suerte.

Una vez le dije a Vartan Gregorian, quien antes de ser rector de mi universidad había dirigido la Biblioteca Pública de Nueva York, que teníamos en común esa experiencia, aunque fugaz la mía y fructífera la suya.  Tú fuiste más sabio, me dijo. Entendí que él había necesitado de más escobas. 

 

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1 de enero de 2012
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La literatura, el libro y la era digital

  

En el principio fue el verbo, luego la escritura y enseguida el libro.  Sobre esa lógica causal se funda, desde el Humanismo, la visión de que los libros, escritos no por un dios sino por los hombres, nos harán más libres, a veces felices, incluso sabios. Petrarca fue el primero en lamentarlo: ya hay demasiados libros, dijo, tanto como dudosos licenciados. Cervantes, con una sonrisa “más liberal que española,” como dijo Alfonso Reyes, hizo de la lectura la forma irónica de la crítica. El Quijote fue un best-seller en Hispanoamérica y ese mismo año de su publicación, en una fiesta popular, dos lectores peruanos fueran los primeros en disfrazarse de Don Quijote y Sancho. Don Quijote es el primer amigo español que todos hemos tenido. El libro es uno de los orígenes de América Latina; la imprenta, el ocupadísimo  instrumento de nuestra modernidad.  Gracias a la imprenta y al libro la historia de América Latina no ha sido, como vulgarmente se repite, una historia de fracasos sino todo lo contrario:  un historia del futuro, de su ensayo y recomienzo permanentes.  Este aniversario atlántico de las Cortes de Cádiz, me gustaría proponer que dejemos de leer nuestra historia como una suma de meras frustraciones y la leamos, más bien, como una suma de proyectos de futuro comunitario, ciudadanía imaginada y representación ensayada. Una historia que está siempre haciéndonos, desde el comienzo, con la lengua del sujeto que asume su lugar en los relevos. Nunca el mundo ha tratado tantas veces de ser otro mundo como en las Américas.

 

Si la cultura latinoamericana, por definición, es una figura en desenvolvimiento, una práctica de apropiaciones (antropofagia, la llamaron en Brasil con entusiasmo), cuya sintaxis  incorpora lo nuevo y lo ajeno, ¿cómo no creer que la tecnología será también puesta a trabajar a favor de esa figura? El apetito popular por las nuevas tecnologías es conmovedor. Lo vemos en la extraordinaria fe latinoamericana en la educación democrática, que nos hace tener, a veces, más universidades que profesores y, en esa lógica de los procesos siempre en obras, más estudiantes que Universidades. Sólo en Chile es posible que cien mil estudiantes vayan a la huelga porque quieren estudiar. No menos asombroso es que en este siglo XXI los jóvenes  de cualquier país sean todos semejantes: tienen el mismo lenguaje tecnológico y comparten herramientas equivalentes.

 

Ya los intelectuales indígenas de los tiempos de las fundaciones recomendaban aprender la escritura, y en la gran tradición Humanista todos nuestros héroes culturales (Martí, Bello, Sarmiento, Hostos, Rodó, Darío, Henríquez Ureña, Reyes), han escrito para los que no saben leer, como si la escritura fuera un remedio contra la ceguera, y el lenguaje abriese el horizonte habitable. El día que proclamó la Gran Colombia, Bolívar tuvo a su lado un asombrado maestro inglés que traía el modelo de la Escuela de Lancaster. Lo que Carlos Fuentes llama “la gran novela latinoamericana”, que hace nuestra a la española,  es lo más moderno que tenemos: es un superconductor que enciende la memoria crítica, anima la comunidad dialógica, promueve la razón secular, y  da fe de que la invención es nuestro apetito de porvenir. Se trata, propongo, de un algoritmo barroco.

 

Pues bien, ¿cómo no creer que la formidable tecnología digital  multiplicará una nueva civilización de la lectura? Después de todo, Alfonso Reyes y Ortega y Gasset fueron nuestros primeros blogeros: escribieron miles de páginas que daban cuenta viva de la actualidad, ese presente hecho verbo, que la tecnología de su tiempo,  esa gran prensa, multiplicaba con su tipografía no menos digital. Rubén Darío debe haber apurado dos crónicas por día, tan actuales que parecían escritas mañana; y con tanta prisa que adelantaba las necrológicas de sus enemigos, quienes al leer tales elogios le devolvían la amistad. Dos hombres que leen el periódico, ha dicho el historiador Benedict Anderson, presuponen una nación.

 

Borges imaginó que de noche las palabras de los libros se mezclaban, seguramente porque todo libro quiere ser otro libro: siendo un producto de la tecnología se debe a la reproducción. Hoy creemos que los libros tienen una doble vida: impresa una, digital la otra. Y nos parece que todo libro quiere leerse en una pantalla. Típicamente, dada su vocación apocalíptica, los escritores creen que la pantalla remplazará a la página. Pero los jóvenes saben mejor: no confunden la lectura digital (utilitaria, informativa, funcional) con la lectura del libro (reposada, anotada, referencial).

 

Pasamos hoy por la crisis del libro pero no en razón de su competencia electrónica, sino por su maltrato incluso en una de sus capitales, Buenos Aires, donde la aduana retuvo un millón de ejemplares importados y se les exige a los libreros y editores exportar tanto como importan, aun si lo hacen en otros insumos.  La simetría es tan abusiva que resulta impensable. Y ahora el gobierno busca intervenir la producción del papel a nombre de su mayor distribución y  contra  su supuesto monopolio privado.  Mayor ironía aún tratándose de un gobierno que favorece los derechos humanos y hasta tiene una cátedra en Nueva York con el nombre de Néstor Kirchner. 

 

Pero no hay dos libros, lo que hay son dos lecturas. Los jóvenes distinguen leer en uno y otro medio, de acuerdo a la función de su lectura. Son los primeros bi-lectores. Robert Darton, el bibliotecario de Harvard, ha desmentido los cinco mitos de la “era de la información”: 1) el libro ha muerto; 2) estamos en la era de la información; 3) toda información está en línea; 4) las bibliotecas son obsoletas; 5) el futuro es digital. El libro sigue más vivo que nunca: un millón más de libros se han publicado este año; toda era ha sido una era de la información; sólo una mínima parte de los archivos está en línea, y Google solo ha digitalizado el 12% de los libros; las bibliotecas serán el nervio central de un país, nunca han estado más concurridas que hoy; en el futuro, libros impresos y libros electrónicos serán aliados, no enemigos. ¿Cual es, entonces, el problema del libro? En su origen está su perpetuidad: no tiene que saturar al lector con novedades, tiene que inventar al lector con necesidades. Los nuevos lectores se están formando ahora mismo y demandan ya sus propias lecturas. Por ejemplo, son millones los migrantes cuyos hijos serán los lectores del futuro. La lectura ha sido siempre una transición entre países, lenguas, clases, eras. A fines de este año, cuando parecería que los libros eran sustituidos por su versión digital, las estadísticas nos tenían otra sorpresa: los lectores han adquirido más libros que nunca; por un lado los de arte y destreza gráfica y, por otro, los que documentan la actualidad. Para sobrellevar mejor el nuevo siglo nos harán falta los mejores libros, no sólo los probables sino sobre todo los improbables. Como siempre en esta cultura, el lenguaje tecnológico ha ampliado el horizonte compartido. Un futuro que el español y el portugués,  que se acrecientan en el espacio sin fondo del libro, han hecho más creativo y habitable.

 

La historia del futuro es también la del libro: el exilio español de los años 40 nos mejoró la lectura gracias a las editoriales y traducciones que propició en México y Argentina: América, imaginó Juan Larrea, era la nueva realización de España. Cuando la dictadura cerró Brasil, América hispánica  acogió, tradujo y difundió su fecunda literatura. Y cuando la dictadura argentina persiguió a la inteligencia, Brasil recibió escritores y profesores que abrieron el espacio actual de intercambios y proyectos. El español es la segunda lengua en Brasil y, en este siglo, seguramente el portugués lo será en varios de nuestros países. Es más, pienso que Brasil confirma este siglo la existencia de la idea misma de América Latina.

 

La cultura en el siglo XXI será trasatlántica: un horizonte proyectado complementariamente por la lectura mutua.

 

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20 de diciembre de 2011
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El poeta Nicanor Vélez

 
Nicanor Vélez es el poeta que todos llevamos dentro.  Alguien que escribe sin prisa, de paso, y brevemente.  No escribe poesía, escribe poemas. Escribe porque escribe, a favor de una pausa del lenguaje, conversando con los poetas que admira y frecuenta. Porque sabe muy bien lo que es la gran poesía, a cuya devoción, ahora que lo piensa, le ha dedicado la vida.  Le ha dedicado, quiero decir, cuadernos, anotaciones, fragmentos, imágenes. No es el autor de una obra, es hechura él mismo de la obra que tributa, entre borradores y papeles que el tiempo pule y alguna editorial acoge.  Es el poeta reluctante que rescribe más de lo que escribe, sin énfasis ni demanda. Muy de tanto en cuando le regala a sus amigos un delgado cuaderno de pocos poemas, breves todos, y más entredichos que decidores.  De pronto, leyéndolo, sus elipses nos embargan con la nostalgia del silencio palpado por esta poesía verdadera. Siempre he creído que la emoción estética es una nostalgia de lo genuino.

 

Pero he aquí que su nuevo libro, La vida que respira (Valencia, Pre-Textos, 2011) es sin proponérselo, una plena revelación.  No sólo porque revela la destreza y certeza de un poeta liberado del lenguaje mismo, capaz de decirlo casi todo con un puñado de palabras, sino porque la noción de que la poesía es la última verdad creíble irrumpe aquí con intensidad y, a la vez, con sobriedad; de modo que da de hablar, por fin, al silencio, y nos hace parte de su lacónica elocuencia. Porque ahora la verdad es lo indecible, pero también aquello que el lenguaje aferra en un puño. Lo sabe el poeta, y nos dice lo que no se sabe:

El poema celebra

o abre la grieta del silencio;

con el dolor, una secuencia

indescifrable de palabras,

intenta recoger

el gesto, y se hace trazo,

intenta dialogar

con esa parte de nosotros mismos

irreductible a las palabras.

El poema no dice:

crea el misterio con su trazo.

Nunca acaba su gesto:

empieza, siempre recomienza.

(La poesía)

 

De la poesía, creo que nos confiesa, sólo nos queda su trayecto: aparece y desaparece, pero está cuando no está, y en esa tensa y tersa expectación nos devuelve, impecablemente, sin palabras.  Pero nos queda, entiendo, esa promesa de volver a nombrar, vana y feliz porfía.

Pero el poema es también la libertad de los nombres, y la epifanía del mundo en la mirada que recobra una palabra:

Roca que no precisa de alas,

pues cuando se vive profunda

se hunde en el mundo de lo oscuro,

al fondo del abismo:

levita, se alza y vuela como el pájaro,

su más cercano descendiente.

(Sobre la levedad del peso)

 

El temblor de lo ignoto recorre este libro desde las agonías de la muerte de los amigos, los parientes, y la madre. Pero esta biografía (“La lámpara se enciende./El cuerpo se calcina”) es una meditación sobre la dimensión del “graphos”, de la escritura, más que sobre la “bio” (“en ese hueco de la muerte/vertemos toda nuestra vida”). Y, así, es una reflexión vivencial sobre la propia precariedad. Y en esa dimensión es una lección moral (“nuestra concepción de la historia tiene que ver con nuestra concepción de la muerte”).  La escritura, al final, es una transformación revelada: fuego, pájaro, pez, le dice a José Ángel Valente, son el verbo hecho carne en el poema.  Unas palabras bastan para hacernos libres.

 

Con mi amigo Nicanor Vélez he compartido muchas horas de conversación amena, crítica, memoriosa, erudita y placentera.  Cuando preparé el tomo de la Poesía reunida de Rubén Darío para el Círculo de Lectores/Galaxia Gutemberg,  lo vi dedicarle tanto tiempo a una coma que me emocionó su pulcritud, y le pedí firmar la edición conmigo. Supongo que me vio tan conmovido que por cortesía aceptó. Nicanor ha sido responsable de las mejores ediciones establecidas y solventes  de la obra de Octavio Paz, Julio Cortázar, Pablo Neruda y Federico García Lorca. Su trabajo de alquimista editorial estaba dedicado a la poesía. Tanto a Valente como a Blas de Otero. Me doy cuenta, al leerlo ahora, que siempre hemos hablado de los poemas que no hemos leído pero confiamos leer como buenos lectores que lo esperan todo de un poema. No es tampoco casual sino de necesidad que Manuel Ramirez y Manolo Borrás hayan publicado, en el sentido más cierto de dar a conocer, este libro en su magnífica editorial. Pre-textos es una casa donde la poesía vive perdurable y suficiente.

 

Nicanor Vélez es el amigo más íntimo de la poesía, y por ello de todos los que todavía creemos en la gracia de lo gratuito.

 

 
 
      

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24 de noviembre de 2011
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Pensamientos en Zuccotti Park

 
  

No es fácil llegar a Zuccotti Park, a la vuelta de Ground Zero y a la vista de Wall Street. Entre la tumba amurallada y el muro financiero, los acampados se refugian en sus carpas azules este domingo tormentoso.  Esa sintaxis es el orden newyorkino del espacio, igualado por la lluvia balbuciente. Pero el taxista árabe no supo como llegar y me dejó en cualquier esquina. Ni los turcos que venden verduras, ni los camareros griegos que barren el agua, conocen el Parque. Confirmo que cada quien tiene su NY, que es siempre otro. Es irónico que estos inmigrantes, siendo parte del 99% algorítimico, carezcan de referentes más allá de su estación del metro y el negocio donde sirven. Sólo la policía sabe: guían a turistas aturdidos por su mapa ilegible. Quien quiera visitar a los suaves indignados deberá atravezar la parte más abstracta de la City.

 

La acampada es aquí menos colectiva que sumaria. Los jóvenes en lugar de actuar en grupos y asambleas parecen construir voces, aunque anónimas, del todo individuales. La suma no se funde, se diversifica; y aunque los rituales son los mismos (debatir, pronunciarse, repartir tareas), se trata más que de un evento masivo, de una concurrencia meditada. Aquí el individuo no representa a un grupo, sino al contrario: el grupo representa a cada otro. Ocurre como si el que acampa actuase en una obra haciéndose, cuya figura desplegada hace sentido en la suma de los otros, los que no están. Si llamamos evento a la irrupción que ocupa todo el presente, el evento es aquí la representación por ausencia: se ocupa para vaciar lo dado e instaurar lo gratuito. Esa figura nos incluye, de pronto, en su acto liminal.

 

Acampar es restar la plaza pública de los aparatos de estado, para ocuparla momentáneamente y desocuparla estratégicamente. Esa táctica alterna es una crítica central a la idea de la representación, casi en todas partes mediatizada, incautada y excesivamente costosa. Los que reclaman al movimiento internacional de la ocupación pública, acusándolo de no tener consecuencias, ignoran que transformarse en una opción política terminaría con la libertad gratuita de protestar, precisamente, la degradación de la política en negatividad mutua. Melville imaginó a un modesto escribiente que puso en duda la representación del sistema y su economía devoradora, repitiendo: ¨Preferiría no hacerlo.” Su alegato antifáustico renuncia a los términos de la socialización compulsiva, y representa a quienes, desde sus márgenes, se ausentan. El despacho de abogados donde el antihéroe se negó a repetir la letra muerta, estaba cerca de aquí.

 

 

Vi en las noticias locales a unos jóvenes acampados, y me pareció ver que lo nuevo más que en sus declaraciones estaba en sus rostros: desnudos, nos hablan cara a cara. Hacen otra cosa, algo anterior a los discursos: miran de frente, como si nos conocieran. No se deben a las declaraciones sino a la presencia mutua de quienes han tenido que poner la ley en ascuas para desnudar el rostro y preguntar por el nuestro. Recordé una página de Levinas, justamente sobre la desnudez del rostro en la recuperación de la voz común. La sintaxis de lo nuevo se armaba en esta intemperie no con citas y glosas sino con actos de un pensamiento que hace tiempo nos piensa.

 

Por ello, después de los minutos en que les devolvieron la palabra, y la cámara retornó a los rostros de las dos locutoras, el contraste fue estremecedor: las caras de esas dos guapas damas eran totalmente artificiales. Las han pintado y decorado y las han vuelto irreales. Tienen la máscara que busca representarnos. Buena parte de los medios se revela en esa impostura.

 

Aquí, en la plaza, los nombres recobran el peso de las cosas que encienden. El nombre, otra vez, acarrea la inteligencia de la atención.

 

Por eso, han hecho urgente que se les devuelva el turno de la palabra. Al final, se trata de los plazos de relevo, de los formatos de inclusión, de las estrategias de diálogo, de lo que podemos llamar el poliglotismo del origen. Es decir, de un presente donde se hablan varias lenguas para ser parte de la gran plaza pública reconstruida por la concurrencia momentánea y transitiva, que estos jóvenes propician como quien asoma la mirada al porvenir.

 

Hay cierta prisa en devolverles la palabra allí donde los medios no están meditizados por la pérdida de su lugar público. En Chicago, los jóvenes ocuparon tres espacios sucesivos: los de la primera fila, conscientemente, decidieron sentarse en el umbral de los edificios municipales para hacerse arrestar; una segunda linea se ubicó justo  donde se dividía lo público-estatal de lo público-comunal, una zona ocupada, del lado penitenciario, por la policía; y una tercera fila, más atrás, ya en la plaza, ocupó el espacio abierto y colectivo. Este mapa denuncia la definición funcionalista del espacio público, que deja de ser espacio y público.

 

Con la lógica perversa de de una ley regimentaria, en Madrid se busca usar la ley electoral para ceder los espacios públicos a los partidos politicos y sus manifestaciones y, de paso, obligar al desalojo de los jóvenes indignados que los ocupen. Llamo perversa a esa lógica porque la competencia electoral se convierte en una máquina no de elegir sino de reprimir. La protesta ciudadana ha hecho obsoleta, como es patente, a la violencia intrínsica que busca el voto a cualquier precio.

 

La protesta es un ejercicio de libertad. Un don acogido como el valor absolutamente insólito de la gratuidad. En ese espacio momentáneo, responde cada uno por su derecho de ciudad.

 

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2 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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