Julio Ortega
Aceras
Hay una que te aguarda. Cada ciudad se define en la varia oferta de sus calles, entre las que el caminante decide su suerte, construye un mapa, su memoria provisoria. Cada ciudad es otro idioma, y la calle una distinta entonación de sus voces. En español, todos tenemos varios registros verbales, de acuerdo a las ciudades que hemos frecuentado y las calles que las resumen, gracias al idioma que las despierta.
Prosa
No todas las calles son la Calle porque cada una refuta en cada paso la autoridad del alemán intraducible. Quien piensa es quien pasea. Pasa en el pasar, pasajero. No porque discurra aquí y ahora, esa falacia sin tiempo ni lugar, sino porque viene de lejos y prosigue sin acabar de llegar, de modo que camina el futuro en el pasado. Caminando sigue de largo, se diría, o como en la lengua original: viene viniendo. Lllegando prosigo. Carece de principio o final porque no está aqui ni ahora: cada paso va en el sentido contrario.
Muchedumbre
La muchedumbre es una creación urbana. Tiene su historia emotiva pero sólo ocurre como presente dilatado, desbordando su tiempo, liberada de la cronología. Representa la incertidumbre del futuro, cuyas sanciones disputa. Las calles se despliegan en avenidas que a su vez se abren en plazas al paso de la multitud. Viene de ayer, devora el ahora, es un evento del porvenir.
París
Walter Benjamin vio en los letreros y señales de las calles de Berlín el comienzo de un nuevo lenguaje: la construcción de la memoria moderna. Entendió que el paseante de la París de Baudelaire recorría los bulevares como el consumidor privilegiado por la mercancía de lo nuevo. La muchedumbre que había tomado la Bastilla tomaba ahora las Galerías: la mercancía producía la subjetividad y su forma. El poeta Philippe Soupault dijo que el acto surrealista por excelencia sería salir a la calle y disparar a la muchedumbre. No imaginó que la muchedumbre parisina lo incluía en voz alta. Mayo del 68 sumó a todas las muchedumbres. La remplaza hoy París con las hordas feroces del turismo. Uno sale del metro y pertenece a otra causa perdida.
México
Esperar en una esquina que cambie la señal del tráfico para cruzar la acera es aquí un acto ritual. La acera se va llenando de gente hasta que, pronto, eres parte de una muchedumbre que espera que cambie la luz. Cuando la luz cambia y la gente se precipita, uno cree que al llegar a la otra acera la realidad tendría que ser distinta. De pronto, formas parte de una tribu fundadora cuya migración arriba a tierra firme y otra ciudad te asombra.
Convergencias
Julio Cortázar soñó que su piso de París daba a una calle de Buenos Aires, y de esa interpolación de dos espacios nació Rayuela. Esa convergencia forma parte de la metodología de la migración. Los que vivimos en el extranjero sabemos que al doblar una esquina podemos dar a otra calle como quien remonta un abismo. Hay ciudades que nos confirman fielmente. Al volver a Barcelona, la memoria de la ciudad va despertando calle tras calle, como si reconociera al caminante. Por eso, Rayuela es todo lo que nos queda de París. Al alejarse de las avenidas del turismo, uno termina en las callejuelas de la novela. Y es recuperado por esa arqueología afectiva. Ya Tristram Shandy en una calle parisina ve a una chica que caminaba en la dirección contraria, y se dice a sí mismo que si se mueve para dejarla pasar de pronto choca con ella y terminan amándose. La novela, desde sus orígenes, asume la calle como el espacio indeterminado por el diálogo favorable.
Variaciones
Un amigo me contó que en su primer viaje a México esperaba un tren en la estación. Cuando el tren llegó, desembarcó una muchedumbre. Mi amigo se preguntó, incrédulo, cómo era posible que tanta gente podía haber cabido en ese tren. Subió, por fin, y se encontró con que estaba lleno . Alarmado, entendió que vivía su iniciación en la multitud mexicana. En Nueva York, al volver la mirada, uno advierte, no sin zozobra, que detrás tiene a una muchedumbre colorida y apremiada. Uno apura el paso no por temor a ser arrollado sino por pánico de convertirse en el lider de una nueva secta. Y a cierta edad un caballero no puede cambiar de hábitos. No es casual que en el cine mudo la metáfora social sea la de un hombre que corre perseguido por una multitud de policías iguales.
El poeta de las masas
El título podría corresponder a Victor Hugo o a Walt Whitman, pero en español probablemente corresponde a Pablo Neruda. No sólo porque debe haber presidido los recitales más populosos sino porque su poesía, creo yo, se debe a la práctica de la lectura pública. Su público, estudiantil, sindicalista, partidista, esperaba y celebraba una poesía oral, recitativa, salmódica, una suerte de misa laica. Hasta cuando logra ser íntima, esa voz sentenciosa ocurre dentro de la multitud. Nadie le diría a su novia “Me gustas cuando callas.” Pero dicho en un recital es más verosímil: no conversa con una mujer sino con la Musa.
Memoria de ocupaciones
Cuando leí en las memorias de Elías Canetti que se había hecho escritor al vivir de joven la experiencia de la muchedumbre que protesta, entendí, creí entender, que a muchos nos había ocurrido otro tanto. De estudiante, cuando empezaba a escribir en el diario de mi pueblo, una invasión de pobladores terminó siendo desalojada por la policía. El jefe de redacción me había pedido una crónica sobre los hechos, y fui sin saber muy bien qué hacer. Una muchedumbre de mujeres enfrentaba a gritos a la policía. Creían ellas que si salían a la calle, la policía no cargaría por tratarse de mujeres. Esa fe política en la maternidad fue ilusa porque la policía cargó con furia. De pronto, unas mujeres me rodearon. “Cuenta lo que has visto,” demandaron. Su viva indignación me conmovió. ¿O fue el valor que descubría en sus palabras? Más tarde, encontré que a otros escritores les había ocurrido otro tanto. El dolor o la indignación de quienes Vallejo llamó “los suaves ofendidos,” ha sido un bautizo público en la escritura.