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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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CHICHO Y LOS BURGUESES

Me han aconsejado que no “entre” en las discusiones, los acuerdos o desacuerdos de los “blogueros” ya sean simpáticos, dementes, “ferdydurkianos” o benetianos. Como soy un pequeño burguésilustradoacratoide -mucho más que otros ismos- y un tanto desobediente, pues cambiaré mi intención de hacer mi  lista  y hablaré de Chicho Sánchez Ferlosio y los burguesitos. Ayer no di la cara porque seguí al pie de la letra aquel viejo deseo de Chicho: “hoy no me levanto yo”. Y no me levanté. Sé que otros escriben tumbados. Yo no hago esas cosas.

La verdad es que me gusta esta tribu, esta galería de tipos/as raros que escriben en este sitio. No serán muchos, pero son curiosos. Así, esto no va contra Adela, que me cae muy bien sobre todo por su última confesión y su voluntad de ser imbécil. Otros lo conseguimos sin mucho esfuerzo. Pero sí va contra la idea de Chicho como burgués o pequeño burgués. No lo era. Y ciertamente fue una pena que no lo fuera un poco más. ¿Se imaginan el mundo de la literatura, del pensamiento, de la pintura, el cine sin los burgueses, pequeños o grandes? Simplemente es inimaginable. Quizá en la música, al menos en la música popular, en el folklore y en el rock sí se podría escribir una importante historia sin la presencia de la burguesía. Sin los burgueses no se escribe ni la historia de la revolución. Es decir, sí, que es posible que Chicho fuera un burguesito. No me gusta el "ito". No creo que las suyas fueran cancioncitas. Algunas me parecen de lo mejor de nuestra música y letra. Y su vida, tal como entendemos la vida de los burgueses, de los hijos de fascistas o liberales, pues Chicho no fue un modelo de burgués, ni pequeño.

Usted que le quiso tanto sigue diciendo que fue un burguesito anarquista. ¿Eso qué es? ¿Dónde está la parte mala? ¿En burguesito? ¿En anarquista?... Que sus canciones le parecían cancioncitas muy bien. Pero que le parezca mal que las escucharan los universitarios hijos de burgueses… no lo entiendo. ¿Le parece mal que un hijo de burgués cantara aquello de que si cantara el gallo rojo otro gallo cantaría? ¿Era más propio que cantaran La vida sigue igual?... Es lo mismo; sabíamos que las dos cosas eran mentiras. Eran canciones, una más que otra.

Chicho, ese burgués sin dientes que cantaba en las calles, en los cafés, que pasaba la gorra, que se ganaba la vida solo o en compañía de su amiga. Ese burgués disfrazado de clochard que seguía haciendo su vida, sus inventos, superviviendo en pequeñas casas, pasando de posesiones familiares, buscando improbables mecenas para sus inventos imposibles. ¿Chicho burgués? ¿Chicho ácrata de la facción de Agustín García Calvo?  ¿O de los disidentes que hablaban latín? No me río de sus opiniones. Simplemente que Chicho, mientras el cuerpo aguantó, disimuló mucho ese espíritu que usted descubre de burguesito. Lo que no podía es dejar de ser hijo de su padre, hermano de su hermano y de su hermana. Ni pudo, ni quiso.

Me encantaría volver a ser aquel universitario que seguía a Chicho allí donde cantara. Pero la nostalgia no es lo que fue y además es imposible.

Otro día haré mi lista.

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17 de noviembre de 2006
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BLACK AND WHITE

Una simpática bloguera, aunque muy bien podría haber dicho la simpática, porque habrá otras pero no tan frecuentes, ni tan simpáticas, me apunta dudas razonables para considerar a Raimon en una lista del pop español. ¿Y por qué no Raimon? ¿Cómo le decimos no? En primer lugar porque en la lista de los mejores del pop están Lluis Llach, Pablo Guerrero, Camarón, Kike González, Albert Plá, Aute, Vainica Doble, Sisa o Serrat… Entre otros muchos que no están muy lejos, más bien bastante cerca, de aquel chico despeinado que compuso una canción contra el viento en Xátiva. No era lo mismo que aquella otra de la respuesta está en el viento o quizá sí. Quizá el cantautor más querido, más vivo, así hayan pasado cuarenta años, sea Bob Dylan. Y no creo, músicas aparte, que sea tan diferente de nuestro Raimon. Siguen los dos entre sus poetas y sus quejas, sus ironías, sus palaus o sus plazas de toros.

Es verdad que Dylan se separó muchas veces de sus orígenes folk, de su estela de Woody Gutrie o de Pete Seeger, que se volvió más electrónico -¡gracias por hacerlo, amigo!-, menos unplugged. Pero muchas veces ha vuelto a las raíces folk. Las mismas por donde vuelve el último Bruce Springsteen. Por no hablar de raíces mucho más profundas por donde se pasea el excelente último disco de Sting.

Y es que yo creo, simpática bloguera, que no podemos prescindir en nuestro recuerdo de la música popular, de las canciones de alguien como Raimon. ¿Dónde quieres que aparquemos a Raimon? ¿Qué hacemos con él? ¿Le llevamos al folklore? ¿Al country en catalán? No, yo creo que hubiera estado muy bien representado al lado de Serrat o de Kiko Veneno.

Recuerdo muy bien, yo fui fan fatal, fanático sin fisuras de aquellos chicos llamados Los Bravos. Yo me emocionaba con su presencia en las listas de mundo, el hit parade se decía, que escuchaba cada noche en Radio Luxemburgo. Yo estaba encantado de ser uno de sus seguidores por conciertos, películas, firmas de discos o donde fuera. Todavía conservo su primer disco, tenía doce o trece años, y pude conseguir aquel single que en una cara tenía No sé mi nombre y en la otra La moto. Ahora cuando por azar, casi nunca por necesidad, escucho aquel Black is Black, lo que más me gusta son los acordes de guitarra, que los tocó Jimmy Page, y la voz de Mike Kennedy, que me devuelve a los años adolescentes. Pero la canción no estaría entre ninguna lista de mis principales. Es posible que sí en una lista de sentimentales. También recuerdo, las canciones tienen en mí el efecto magdalena, cómo en nuestra lista del pop nacional de aquellos años, sin extrañeza ni resistencia, entró un chico catalán que cantaba a la matinada. Estaba al lado de Los Bravos o de Tom Jones y no pasaba nada. De la misma manera que Aute -¡otra clamorosa ausencia!- estaba al lado de Burning o de Gabinete Caligari. No somos tantos como para apartar a ningún Raimon. Diguen sí… ¿no?

Mañana me toca reflexionar sobre mi lista. Y sobre algunas propuestas de listas que otras blogueras/os han presentado… Que es algo parecido a volver a los tiempos del black and white casi negro.

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15 de noviembre de 2006
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LO MEJOR DEL POP

Me gustan las listas. Me gustan esas arbitrarias selecciones de las cien mejores películas, las novelas imprescindibles del siglo, los quinientos mejores poemas o las diez mejores rubias de la historia del cine. Acaba de aparecer una lista en la mítica revista Rolling Stone, en la edición española, sobre las doscientas mejores canciones del pop-rock español. Han votado más de ciento cincuenta músicos españoles. Desde algunos de los clásicos del pop hasta los más nuevos entre los grupos más jóvenes e indies de la música española. Me han sorprendido algunas canciones -incluso la ganadora- y me han molestado lo mal colocadas que están algunas de las que más me han gustado en mi vida de roquero y popero a la española.

La primera, otra vez, la inevitable canción emblema de Serrat, Mediterráneo. Considerada por casi todos la mejor canción de la música popular española y a mí siempre me pareció un tanto previsible, bonita, sí, pero acercándose a lo empalagoso y un tanto cursi. De Joan Manuel me gustan otras mucho más, desde Canco de matinada, Paraules d’amor, Conillet de vellut o las de Machado, Miguel Hernández o De vez en cuando la vida.

Después, Chica de ayer de Antonio Vega, Black is black de Los Bravos, Camarón, Los Canarios, Burning -¿Qué hace una chica como tú…?-, Radio Futura, Parálisis Permanente (?) y Paco de Lucía completan los diez primeros.

Los más representados entre los doscientos elegidos son Radio Futura, Kiko Veneno y Alaska. Seguidos por Serrat, Rosendo, Sabina, Manolo García, Antonio Vega, Andrés Calamaro, Los Brincos y Jaime Urrutia. Y la década más representada es la de los ochenta, a bastante distancia de los setenta.

Está claro que yo estaba en otro lado, en otra música sin haber dejado de estar en esta. Sí, yo también pasé de los Brincos a los Bravos, de Los Canarios a Burning o de Kiko Veneno a Sabina, pero no hubiera votado ni en ese orden ni esas canciones.

Una lista de las mejores doscientas canciones y no tiene ni una del primer roquero español, Silvio. El maravilloso y maldito Silvio que se atrevió a cantar en rock a San Juan de la Cruz, el bebedor de anís y fumador de todo, que fue capaz de hacer otra canción roquera nombrando todas las vírgenes de Sevilla.

Una lista sin presencia de Javier Krahe, padre y madre de todas las criaturas interesantes que por aquí han sido desde los años setenta. Una lista sin apenas representación de Albert Plá o de Sisa- apenas una canción en un rincón oscuro de la lista- y sin Kiko Pí de la Serra, sin Raimon, sin Mikel Laboa. Una lista con un solo tema de Lluis Llach. Una lista sin Paco Ibáñez. Y, para ir terminando con alguna de las ausencias que más me molestan, una lista sin Chicho Sánchez Ferlosio no es mi lista. Es más bien tonta. Aunque no llegue a ser estúpida porque al menos, en lugar muy atrasado, en el 173, tiene una de las últimas canciones que mejor definen nuestro pop, ese himno de Astrud llamado Todo nos parece una mierda.

Me voy a tomar en serio el asunto y haré mi lista. Por lo menos los veinte primeros. Pero otro día.

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14 de noviembre de 2006
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UN CABALLERO INFRACTOR

Dice José Manuel Caballero Bonald en un poema de su último y tan vigoroso libro de poemas, Manual de infractores, que, con el tiempo, de todo lo que amó solo van quedando “rastros, marañas, conjeturas, pistas dudosas, vagas informaciones”… y entre los ejemplos quedan los prolijos fantasmas de “un memorable lupanar de Cádiz, una mañana sin errores ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco, el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana, aquel café de Bogotá” y unas cuantas cosas más. “Unas cuantas cosas así de simples y soberbias”.

En unos días jerezanos de noviembre hemos tenido la fortuna de acompañar al poeta, narrador, memorialista y al que mejor entre los escritores españoles nos supo acercar al vino y al flamenco. Esas compañías de la mala vida que tanto y tan bien conoció y frecuentó Caballero Bonald, esas incorrectas maneras, esas indisimuladas pasiones que poco adecuadas parecieron a los académicos de la lengua. No permitieron que entre ellos se sentara un confeso prostibulario como Caballero Bonald. No, no creo que fueran esas las razones. Al menos no las principales. La Academia de la Lengua, otra cosa no, pero de prostíbulos, lupanares, izas y rabizas sí tenía grandes expertos. A la cabeza durante muchos años estuvo el bueno de Dámaso Alonso, poeta puro y felizmente impuro ciudadano. Buen aficionado a discretos prostíbulos y alcoholes fuertes. Ninguna de esas aficiones le fueron ajenas al Nobel y académico Cela. Pasiones burdelescas de las que no se libraban ni los poetas más cercanos al régimen de Franco y Fraga Iribarne. Es memorable el recuerdo de un día de burdeles, de lupanares gaditanos, más exactamente jerezanos, que recuerda Caballero en su primer libro de memorias, Tiempo de guerras perdidas. La juerga de alcoholes y lupanares que vivió un joven Caballero Bonald, tuvo dos nombres de mucha seriedad en la intelectualidad del franquismo, Leopoldo Panero y Luis Rosales. En los líos de las tabernas y las casas de lenocinio perdieron al poeta Panero. No recordaban en qué garito, en qué antro del largo día con su noche pasaron nuestros poetas, que esperaban el barco para Cuba. Encontraron al poeta de Astorga en uno de aquellos afamados lupanares y con ningún deseo de abandonar el lugar donde tantas atenciones había recibido. Eran otros tiempos, otros modos, otros fantasmas que  siguen acompañando la excelente memoria de este escritor que, con su lúcida costumbre de vivir, acaba de cumplir ochenta años sin el menor deseo de dejar ciertas y queridas insumisiones. Se han dicho muchas cosas en estos días de congreso en torno a Caballero Bonald. Se ha publicado una excelente edición de sus prosas dispersas, que al fin están unidas en tres hermosos tomos al cuidado de Jesús Fernández Palacios.

Y los que pretendan acercarse a la vida del escritor, los que quieran recorrer su iconografía, acercarse a su correspondencia o volver a los sórdidos recuerdos de un ministro franquista llamado Fraga Iribarne -una carta al poeta cargada de amenazas y mentiras que no tiene desperdicio- o cotillear entre las fotos de los tiempos en que los poetas de su generación no por nada fueron llamados la “generación del alcohol”, los que quieran recorrer esa historia civil, de lo vivo a lo contado, de Caballero Bonald, que consiga el excelente catálogo que ha coordinado otro poeta gaditano, otro narrador del sur, el más elegante de los herederos intelectuales de Caballero Bonald, Felipe Benítez Reyes. Una suerte poder acercarnos a cosas así de simples y soberbias.

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13 de noviembre de 2006
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FUMAR, BEBER, TAL VEZ…

¿Se puede uno fiar de alguien que ni bebe ni fuma? No es fácil, pero seguramente se puede. Que se deba, no lo tengo claro. Sin fumarlo ni beberlo -o al menos bebiéndolo poco- me encontré en un lugar donde el tema giraba alrededor de Buñuel, de sus películas, su mundo, su memoria y su fe. Unos días antes tuve que hablar de la cabra, las Hurdes y las pistolas de Buñuel para hablar de la verdad de las mentiras del cine documental. Ahora el asunto era cine y mística, la cita en Villa Medici, en Roma, y el grupo entre lo más variado y suavemente excéntrico que se pueda imaginar. Invitados por la escritora francesa, Dominique de Courcelles, colaboradora de la Academia de Francia en Roma y publicada en España por la pequeña y prestigiosa editorial Alpha Decay. Los elegidos formaban parte de un grupo de españoles y mexicanos entre los que había intelectuales, escritores, gentes del cine, curas, guardadores de los secretos, conocedores de los símbolos y algunos inclasificables entre la mística sí y la mística no. Más bien no, si la mística es aquello que asociamos con algunos de los históricos místicos. Claro que la mística puede tener muchas caras, y muchos morros.

Todavía recuerdo el premio de poesía mística que le dieron a una poeta muy conocida y apreciada por mayores y menos mayores, yo uno de la lista. Una chica guapa, inteligente, superviviente y elegante que se vino a vivir a Madrid. Una poeta que supo regresar cuando el Chagall se volvió pintura realista, demasiado realista. Nuestra mística, en aquellos días, tenía más que ver con los canutos, las fugas orientales, las químicas lisérgicas y un poco de vuelo por san Juan de la Cruz mezclado con J B. Me refiero a la familia de Justerini and Brooks, no a otros ilustres “jotabes” de nuestra mítica vida literaria. Si aquello era misticismo, nosotros también fuimos místicos o allegados.

Entre Margo Glantz, Carlos Monsiváis y Mario Bellatín, parte de los amigos mexicanos que compartieron unos días la vida poco mística en aquellos jardines, salones y estancias del palacio romano, me costaba encontrar los vuelos espirituales. Quizá buscando entre los pucheros, pero no tuve tiempo. Ya no estoy para esos trotes, ya no pretendo dar a la caza alcance. Tampoco lo pretendí cuando entonces.

Me interesaron, aunque me mueva por espacios muy alejados de ellos, Victoria Cirlot -digna hija de su padre- y Amador Vega. De ellos, de los mexicanos citados, de Dominique Courcelles, de algunas películas y charlas que allí nos reunieron tuve la mejor de las impresiones. Después habló un dominico. Se subió a su altar, mintió sin secreto de confesión. Ensució la limpia vida de ateo de Buñuel. Lo santificó, lo empequeñeció a la creencia, lo paseó por la fe mariana y le hizo bajar a los cielos del fanatismo y la creencia. Aquel cura, al que otro día y en otro lugar me referiré, me ayudó a confirmarme en mi falta de fe. El padre mexicano, el dominico que dice guardar las cenizas de Buñuel, me ayudó a seguir manteniendo mi ausencia de creencias. Gracias a Dios.

Buñuel no se fiaba de los que no fumaban. No bebían. Y no… Yo tampoco. Y eso que cada vez fumo menos. De lo demás, tampoco demasiado. Estoy mayor.

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8 de noviembre de 2006
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VENECIA, LA MÁS BELLA

No tengo claro cuál sería la que encabezara una relación de ciudades feas. Desde luego no estarían nunca Zamora, hermosa por algunas cosas, algunos edificios, la vista desde el otro lado del río y algunos poetas con los que compartimos el don de la ebriedad. Tampoco estaría Bilbao, y no solo por la reconversión, por el llamado “efecto Guggenheim”, mucho antes ya había encontrado la belleza en sus calles, su ría y sus gentes. La fealdad de una ciudad, tantas veces, está unida a los momentos que en ella hayamos vivido y con quién los hemos compartido.

Ahora estoy en una de las ciudades señaladas por su belleza. Marcada por su belleza, rehén de ella, salvada o condenada por esa belleza que no puede o no debe cambiar. Estoy en Venecia. Siempre he pensado que el síndrome de Sthendal tendría que haber sido aquí y no en Florencia, su hermosa rival, pero menos rematadamente bella. En Venecia me acuerdo de aquello de “sé bella y cállate”. Venecia está secuestrada por su propia belleza. Tiene que imitarse a sí misma, ser fiel a sus formas, sus curvas, su estilo y su imagen hasta que se hunda, se ahogue en su propia y decadente belleza. Proust la llamaba “santuario de la religión de la belleza”. Y la belleza no era para él, como para Ruskin, un objeto de disfrute, sino una realidad más importante que la vida. Una belleza exigente en sí misma.

Una belleza que conoció muy bien Paul Morand -ese escritor de tantas bellezas, de tantas ciudades- que escribió un libro veneciano en el que reconocía su deuda con esta ciudad, que tomó el partido de los poetas, que se construyó sobre el agua. Dice Morand que los canales venecianos son negros como la tinta de sus escritores, la de Rouseau, Chateaubriand, Ruskin, Mann… No dice nada de Azúa, ni de Gimferrer porque, naturalmente, no los conocía. Ellos también han escrito sobre Venecia, sobre las venecias.

Venecia, que sobrevivió a Atila, a los mercaderes, a los aristócratas, a Bonaparte, a los Habsburgo y a Eisenhower, Hemingway, Visconti, la Mostra de cine, las Bienales y los millones de turistas que hacen cola para sentarse unos minutos, veinte euros la copa, en el Florian o en el Harry’s Bar. Si una ciudad, sitiada entre sus aguas y arrasada por sus turistas es capaz de resistir tanta gente cargada hasta los dientes con sus cámaras digitales, yo creo que será capaz de seguir resistiendo los intentos de ser pintada, fotografiada y escrita por los que llegamos mucho después de que la ciudad fuera tan hermosa y decadente como para ser la diosa de las ciudades bellas. Mientras ella lo siga soportando, nosotros seguiremos arrebatándole la salud porque no podemos trasplantar su belleza.

Venecia, que fue el más hermoso salón de Europa, es decir, del mundo, y la ciudad más brillante de Occidente, sabe que está construida con un material que no será inmortal, que las ciudades, incluso las más hermosas, algún día tendrán que sacrificarse a sí mismas, a su identidad, a sus identidades, para seguir sobreviviendo. Alguna vez hay que hacer peregrinación a Venecia, todavía se puede ver los restos de un mundo condenado a la desaparición. Fue hermosa mientras duró.

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6 de noviembre de 2006
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ZAGAJEWSKI Y LAS CIUDADES FEAS

He pasado la semana Zagajewski. Era como si no hiciera ni frío ni calor, todo el tiempo hacía Zagajewski. Hace tiempo comprobé lo que era pasear por su belleza ajena, por sus poemas, por sus deseos. Ahora estoy todavía bajo la influencia de ese libro tan hermoso, tan cercano y tan libre, tanto como un solo de Charlie Parker, tanto como Stravinski, como Malher. Qué gran escritor este polaco, aunque ahora su ciudad esté en Ucrania y su residencia se mueva por ciudades de Occidente. Por hermosas ciudades de Occidente, ya sean París o Nueva York. Dos formas que la belleza de las ciudades adoptó en diferentes siglos.

¿De qué siglo será la belleza de Madrid si es que se puede considerar bella? Para mí Madrid es muy hermosa. Pero no tiene un siglo, tiene varios mezclados. Algo del barroco, un poco de la Ilustración- poco, no hay que pasarse-, bastante del XIX, de la decadencia entre los dos siglos, del mundo galdosiano, un poco de la modernidad de los veinte, de la racionalidad republicana- ahora se puede ver una exposición del visionario Zuazo en la Biblioteca Nacional-, un poco de los excéntricos durante el franquismo y bastante de los renovadores de los últimos treinta años. Esa mezcla, ese caos, ese desorden de sus calles y plazas, hacen que me guste, que además me parezca hermosa mi ciudad. Habrá otras más ordenadas, con mejores ensanches, con catedrales más importantes y con barrios mejor conservados, pero esa vitalidad de esta ciudad para soportar sus baches, sus alcaldes, sus convencionales herederos del mal gusto del franquismo y otros feos monumentos y vecinos, hace que me siga pareciendo una de las más hermosas del mundo.

No, no estaría Madrid en la lista de las ciudades demasiado hermosas, esas acicaladas ciudades que nada gustan a Zagajewski, ni a nosotros. Dice el escritor polaco que las ciudades demasiado hermosas pierden individualidad. Las ciudades muy hermosas parecen siempre preparadas, acicaladas para los turistas y sus fotos. La fealdad individualiza. Y la parte fea de las ciudades las hace más interesantes. Cracovia le gusta al escritor porque, más allá de sus hermosas calles renacentistas, tiene muchos lugares poco agraciados, farragosos y melancólicos.

Madrid también. Una vez me propusieron hacer una guía de las fealdades de Madrid -a imitación de un libro que sobre Barcelona fea tuvo bastante éxito- pero me pareció que Madrid tenía tantos lugares feos que tampoco era cuestión de chulear también con nuestro feísmo. Los madrileños ya no somos lo chulos que fuimos. Eso también es parte de la belleza de la ciudad.

Alguien me dijo alguna vez que prefería las ciudades feas porque solían tener ciudadanos mejores que las consideradas hermosas ciudades. Seguramente no es más que una gracia, pero me hizo comenzar a hacer memoria sobre ciudades feas que conozco y gente encantadora. No me salieron muy bien las cuentas. Además, el otro día, en la ciudad más fea de España me di cuenta de que sus ciudadanos estaban contentos con su ciudad. ¿Cuál es la ciudad más fea de España?

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2 de noviembre de 2006
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EL DOCUMENTAL Y LA REALIDAD

Algunos confunden el cine documental con la realidad. La mayoría de las veces no es así. Y tampoco tiene por qué ser así. Los documentales, al menos los más interesantes, no tienen esa servidumbre de la realidad. La verdad en un documental está en su verdad cinematográfica. El mejor documental es aquel que consigue ser una obra que transmite emociones, sentimientos, historias reales o realidades imaginarias.

A la realidad de vez en cuando hay que empujarla, forzarla, manipularla para que tenga la verosimilitud que deseamos conseguir. Hay algunos ejemplos clásicos en documentales históricos. Buñuel, cuando rodaba su mítico documental Tierra sin pan, en Las Hurdes, estaba contando su verdad a la contra de aquella otra mirada paternalista que se difundió por el viaje de Alfonso XIII en compañía del doctor Marañón y otros bondadosos ciudadanos que pretendían caridad para los olvidados de esa parte de España. Buñuel, visitando los mismos lugares, reflejó una “realidad” muy distinta. Y cuando la realidad no reunía el dramatismo que con su película quería conseguir, estaba dispuesto al forzamiento de la realidad. Las cabras, y los cabreros, buscaban sus alimentos por aquellos peligrosos riscos. Algunas cabras morían al querer conseguir comida en lugar de difícil acceso y caían por el barranco. Cuando quisieron filmar esto que habían contemplado, no había ninguna cabra que cayera. Buñuel sacó su pistola y apuntó a una cabra que cayó por el balazo. Consiguió, manipulando la realidad, el efecto de verismo y peligro que deseaba.

También manipuló la realidad en sus documentales uno de los padres de la disciplina, Flaherty. Es sabido que esa manera de vivir, pescar y relacionarse con el mar que vemos en su obra Los hombres de Arán, esa cumbre del cine realista, es mentira. O mejor dicho es forzada, interpretada, fingida y dirigida por el documentalista para mostrarnos las duras vidas de unos europeos que también vivían y cazaban de manera primitiva en el siglo XX. Estaban interpretando la realidad de sus abuelos, de sus antepasados… pero Flaherty consiguió conmovernos. Esa es la verdad del documentalista.

Recuerdo estas cosas porque he estado unos días en un nuevo festival de cine documental, en el sur de Tenerife, en el Docusur de Guía de Isora. Muchos alumnos, espectadores y también documentalistas pretenden, con cándidas y buenas intenciones, perseguir la realidad, generalmente alguna de las más olvidadas y desoladas situaciones que viven los seres humanos. Así hemos visto muchos documentales de denuncias políticas, de recuperación histórica, de desarraigos vitales, de olvidos e injusticias. Todos, casi todos, estaban cargados de buenas intenciones. Muchos eran honrado material para el olvido. De ese cine tan cercano, necesario y en crecimiento que es el cine documental, como del otro, sólo quedarán las obras que hayan sabido olvidarse de las servidumbres de la realidad. Las que se hayan acercado a la verdad de las emociones. Aunque sean mentira. Aunque sean verdad.

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31 de octubre de 2006
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COSAS QUE NO PIENSO LEER

No leeré el Premio Torrevieja de este año. Una novela de Jorge Bucay. En realidad no he leído ninguna novela de ese premio a pesar de haber sido premiados algunos amigos o conocidos, Javier Reverte, Armas Marcelo… No me fío del premio. No conozco, o no reconozco, Torrevieja, pero no tengo ninguna prisa en perderme por un lugar que es capaz de dar tanto dinero a un novelista, o lo que sea, llamado César Vidal, Zoé Valdés o Bucay. No tengo nada personal en contra de esos escritores, sencillamente que no me los creo. El año pasado lo expresó de forma contundente y no creo que muy acertada mi admirado Caballero Bonald. El poeta, novelista y memorialista jerezano estaba en el jurado y le pareció -cito de memoria- algo así como “éticamente deleznable” la novela de Vidal. Y, estoy casi seguro, que lo que no le parecía es literariamente merecedora de los muchos millones del premio. No lo dijo así, pero sé que es lo que quiso decir. Muchas veces hemos valorado un poema, un cuento o una novela que no eran ética o moralmente adecuados. La literatura no es, o no lo es fundamentalmente, una cuestión de moral o de ética. Desde esas consideraciones nos quedaríamos sin alguno de los grandes escritores. Y no estamos tan sobrados.

Se trata pues de un premio que se inventa a golpe de talonario en un lugar central de la especulación del suelo, del destrozo sin prisas ni pausas de una costa que una vez pareció posible, hermosa y habitable. Un premio de muchos millones, el más alto después del Planeta, que si tiene algún sentido es permitir vivir bien, por un tiempo, a algún escritor con una obra generalmente de poco vuelo y de mucha presencia, se supone, mediática. Con un premio Planeta nos basta. Además el Planeta, con toda su historia de operación comercial, con sus meteduras de pata literarias, sus concesiones a lo mediático y todo lo que se quiera, tiene un activo en sus premiados y finalistas que le hacen imprescindible para entender nuestra literatura penúltima y más cercana.

Nada contra Bucay; lo he conocido y me parece simpático, agradable y buen charlista. No puedo opinar de sus escritos porque no soy de sus seguidores. No me interesa su diván y no me fío de su fama mediática. Uno es así de arbitrario. No leeré la novela, entre otras razones, porque tengo muchas cosas que leer, pero sobre todo porque va de un dictador latinoamericano. Y ese tema creo que ya me lo tengo bien leído desde Valle Inclán hasta nuestros días. Pero justo Bucay llegó el día después. Ya no más. Al menos no más que vengan en compañía de un premio que siempre me parece un pelotazo. Enhorabuena para los escritores que con torres tan viejas conquistan tan nuevos millones de euros. Lo recordaba Sánchez Ferlosio, el dinero “non olet”. Pero hay novelas que huelen de lejos. Si algún fiable lector se acerca a esa novela de Bucay y me expone razones para leerla lo haré. Mientras tanto seguiré con mi Ramiro Pinilla.

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26 de octubre de 2006
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LEER NOS DIFERENCIA

¿Verdad que parece el eslogan de una campaña oficial para impulsar la lectura? De cualquiera de esas campañas cargadas de buenas intenciones y de roñosos resultados. Pues, aunque no lo parezca, lo es. Ciertamente nos diferenciamos por lo que leemos. Si bien creo que la diferencia fundamental la marca lo que no leemos.

Yo, perdón por señalarme, más pronto que tarde me di cuenta de que nunca llegaría a nada. Sería un otoño en Alcalá hacia 1962. ¿Qué se podía esperar de un adolescente que prefería pasarse las horas en la biblioteca municipal leyendo desordenadamente a Tin-Tin, Stevenson, Scott, Tolstoi o Alejandro Dumas que estudiar Física? Las lecturas eran divertidas, no tanto como las chicas. Pero en una lista de asuntos de placer estaba muy bien colocada la lectura. Eso no era lo más normal. Aunque sin duda antes que la lectura estaba el cine. Han pasado los años y creo que ya no está el cine antes que las lecturas para medir nuestros momentos placenteros. Pero entonces, entrar en aquella biblioteca municipal, tan tranquila y acogedora, tan llena de posibilidades, era como una sensación de poder sumergirnos en placeres. No los mismos tan mágicos, inmediatos, oscuros y suavemente pecaminosos que proporcionaba el cine, pero no estaba tan lejos la lectura del cine. Sobre todo cuando nos fuimos dedicando a leer ciertas cosas que no eran aconsejables. Entonces las lecturas ganaron grados de placer, se convirtieron en placeres prohibidos. Había otros placeres, pero no mejores que los prohibidos. Y  si además en las tardes de biblioteca teníamos la suerte de que la hija del bibliotecario -la recuerdo perfectamente como una silenciosa adolescente, blanca de piel, de pelo castaño y buena lectora – que era tímida pero con fugaces miradas, se ponía en la mesa de enfrente, la tarde se rebajaba de lecturas pero se llenaba de miradas y ensoñaciones.

¿Leer me hizo diferente? Es posible. Uno es lo que lee, eso decía, en la presentación del Plan de Fomento a la Lectura de la Comunidad de Madrid, la propia presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. ¿Qué habrá leído la presidenta, que es más o menos de mi generación, para que yo la vea tan diferente a mí? ¿Qué lecturas nos hacen diferentes? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Quién nos lleva por el camino de encontrarnos leyendo a Beckett o Camus en vez de a Martín Vigil o Alfonso Paso?

La campaña, presentada con mucha formalidad, se presenta como la mayor inversión para propiciar la lectura que nunca haya realizado una comunidad. Las cifras son altísimas en millones de euros. Se comprarán ocho millones de libros para ampliar y mejorar los fondos de bibliotecas. Se creará una red de 700 bibliotecas escolares. Se construirán nuevas bibliotecas de distrito. Se prestarán libros en el metro. Se ha contado con los gremios. Con los libreros, los editores, los bibliotecarios y con algunas fundaciones. Todo parece magnífico. Me marea un poco pensar en la inversión de 500 millones en doce años en el fomento de la lectura. ¿Y si pierden estos políticos las elecciones? Una propuesta cultural como ésta la continuará quien venga. No sé, todo muy bonito. Yo salgo razonablemente satisfecho pero con muchas dudas… ¿Qué libros se comprarán? ¿Quiénes los comprarán? ¿Cómo se distribuirán?... Porque si aceptamos que leer nos hace diferentes ¿cuál será la diferencia entre un libro de Pío Moa y otro de Santos Juliá para el gobierno que impulsa esta campaña? Me gustaría saberlo. Sobre todo porque quiero aplaudir impulsos lectores. Aunque vengan de un lugar tan raro como es el poder. Ya sé que somos muy liberales, sí, pero unos más que otros.

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25 de octubre de 2006
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El Boomeran(g)
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