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VENECIA, LA MÁS BELLA

Por 6 de noviembre de 2006 Sin comentarios

Javier Rioyo

No tengo claro cuál sería la que encabezara una relación de ciudades feas. Desde luego no estarían nunca Zamora, hermosa por algunas cosas, algunos edificios, la vista desde el otro lado del río y algunos poetas con los que compartimos el don de la ebriedad. Tampoco estaría Bilbao, y no solo por la reconversión, por el llamado “efecto Guggenheim”, mucho antes ya había encontrado la belleza en sus calles, su ría y sus gentes. La fealdad de una ciudad, tantas veces, está unida a los momentos que en ella hayamos vivido y con quién los hemos compartido.

Ahora estoy en una de las ciudades señaladas por su belleza. Marcada por su belleza, rehén de ella, salvada o condenada por esa belleza que no puede o no debe cambiar. Estoy en Venecia. Siempre he pensado que el síndrome de Sthendal tendría que haber sido aquí y no en Florencia, su hermosa rival, pero menos rematadamente bella. En Venecia me acuerdo de aquello de “sé bella y cállate”. Venecia está secuestrada por su propia belleza. Tiene que imitarse a sí misma, ser fiel a sus formas, sus curvas, su estilo y su imagen hasta que se hunda, se ahogue en su propia y decadente belleza. Proust la llamaba “santuario de la religión de la belleza”. Y la belleza no era para él, como para Ruskin, un objeto de disfrute, sino una realidad más importante que la vida. Una belleza exigente en sí misma.

Una belleza que conoció muy bien Paul Morand -ese escritor de tantas bellezas, de tantas ciudades- que escribió un libro veneciano en el que reconocía su deuda con esta ciudad, que tomó el partido de los poetas, que se construyó sobre el agua. Dice Morand que los canales venecianos son negros como la tinta de sus escritores, la de Rouseau, Chateaubriand, Ruskin, Mann… No dice nada de Azúa, ni de Gimferrer porque, naturalmente, no los conocía. Ellos también han escrito sobre Venecia, sobre las venecias.

Venecia, que sobrevivió a Atila, a los mercaderes, a los aristócratas, a Bonaparte, a los Habsburgo y a Eisenhower, Hemingway, Visconti, la Mostra de cine, las Bienales y los millones de turistas que hacen cola para sentarse unos minutos, veinte euros la copa, en el Florian o en el Harry’s Bar. Si una ciudad, sitiada entre sus aguas y arrasada por sus turistas es capaz de resistir tanta gente cargada hasta los dientes con sus cámaras digitales, yo creo que será capaz de seguir resistiendo los intentos de ser pintada, fotografiada y escrita por los que llegamos mucho después de que la ciudad fuera tan hermosa y decadente como para ser la diosa de las ciudades bellas. Mientras ella lo siga soportando, nosotros seguiremos arrebatándole la salud porque no podemos trasplantar su belleza.

Venecia, que fue el más hermoso salón de Europa, es decir, del mundo, y la ciudad más brillante de Occidente, sabe que está construida con un material que no será inmortal, que las ciudades, incluso las más hermosas, algún día tendrán que sacrificarse a sí mismas, a su identidad, a sus identidades, para seguir sobreviviendo. Alguna vez hay que hacer peregrinación a Venecia, todavía se puede ver los restos de un mundo condenado a la desaparición. Fue hermosa mientras duró.

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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