Javier Rioyo
No leeré el Premio Torrevieja de este año. Una novela de Jorge Bucay. En realidad no he leído ninguna novela de ese premio a pesar de haber sido premiados algunos amigos o conocidos, Javier Reverte, Armas Marcelo… No me fío del premio. No conozco, o no reconozco, Torrevieja, pero no tengo ninguna prisa en perderme por un lugar que es capaz de dar tanto dinero a un novelista, o lo que sea, llamado César Vidal, Zoé Valdés o Bucay. No tengo nada personal en contra de esos escritores, sencillamente que no me los creo. El año pasado lo expresó de forma contundente y no creo que muy acertada mi admirado Caballero Bonald. El poeta, novelista y memorialista jerezano estaba en el jurado y le pareció -cito de memoria- algo así como “éticamente deleznable” la novela de Vidal. Y, estoy casi seguro, que lo que no le parecía es literariamente merecedora de los muchos millones del premio. No lo dijo así, pero sé que es lo que quiso decir. Muchas veces hemos valorado un poema, un cuento o una novela que no eran ética o moralmente adecuados. La literatura no es, o no lo es fundamentalmente, una cuestión de moral o de ética. Desde esas consideraciones nos quedaríamos sin alguno de los grandes escritores. Y no estamos tan sobrados.
Se trata pues de un premio que se inventa a golpe de talonario en un lugar central de la especulación del suelo, del destrozo sin prisas ni pausas de una costa que una vez pareció posible, hermosa y habitable. Un premio de muchos millones, el más alto después del Planeta, que si tiene algún sentido es permitir vivir bien, por un tiempo, a algún escritor con una obra generalmente de poco vuelo y de mucha presencia, se supone, mediática. Con un premio Planeta nos basta. Además el Planeta, con toda su historia de operación comercial, con sus meteduras de pata literarias, sus concesiones a lo mediático y todo lo que se quiera, tiene un activo en sus premiados y finalistas que le hacen imprescindible para entender nuestra literatura penúltima y más cercana.
Nada contra Bucay; lo he conocido y me parece simpático, agradable y buen charlista. No puedo opinar de sus escritos porque no soy de sus seguidores. No me interesa su diván y no me fío de su fama mediática. Uno es así de arbitrario. No leeré la novela, entre otras razones, porque tengo muchas cosas que leer, pero sobre todo porque va de un dictador latinoamericano. Y ese tema creo que ya me lo tengo bien leído desde Valle Inclán hasta nuestros días. Pero justo Bucay llegó el día después. Ya no más. Al menos no más que vengan en compañía de un premio que siempre me parece un pelotazo. Enhorabuena para los escritores que con torres tan viejas conquistan tan nuevos millones de euros. Lo recordaba Sánchez Ferlosio, el dinero “non olet”. Pero hay novelas que huelen de lejos. Si algún fiable lector se acerca a esa novela de Bucay y me expone razones para leerla lo haré. Mientras tanto seguiré con mi Ramiro Pinilla.