Javier Rioyo
Una simpática bloguera, aunque muy bien podría haber dicho la simpática, porque habrá otras pero no tan frecuentes, ni tan simpáticas, me apunta dudas razonables para considerar a Raimon en una lista del pop español. ¿Y por qué no Raimon? ¿Cómo le decimos no? En primer lugar porque en la lista de los mejores del pop están Lluis Llach, Pablo Guerrero, Camarón, Kike González, Albert Plá, Aute, Vainica Doble, Sisa o Serrat… Entre otros muchos que no están muy lejos, más bien bastante cerca, de aquel chico despeinado que compuso una canción contra el viento en Xátiva. No era lo mismo que aquella otra de la respuesta está en el viento o quizá sí. Quizá el cantautor más querido, más vivo, así hayan pasado cuarenta años, sea Bob Dylan. Y no creo, músicas aparte, que sea tan diferente de nuestro Raimon. Siguen los dos entre sus poetas y sus quejas, sus ironías, sus palaus o sus plazas de toros.
Es verdad que Dylan se separó muchas veces de sus orígenes folk, de su estela de Woody Gutrie o de Pete Seeger, que se volvió más electrónico -¡gracias por hacerlo, amigo!-, menos unplugged. Pero muchas veces ha vuelto a las raíces folk. Las mismas por donde vuelve el último Bruce Springsteen. Por no hablar de raíces mucho más profundas por donde se pasea el excelente último disco de Sting.
Y es que yo creo, simpática bloguera, que no podemos prescindir en nuestro recuerdo de la música popular, de las canciones de alguien como Raimon. ¿Dónde quieres que aparquemos a Raimon? ¿Qué hacemos con él? ¿Le llevamos al folklore? ¿Al country en catalán? No, yo creo que hubiera estado muy bien representado al lado de Serrat o de Kiko Veneno.
Recuerdo muy bien, yo fui fan fatal, fanático sin fisuras de aquellos chicos llamados Los Bravos. Yo me emocionaba con su presencia en las listas de mundo, el hit parade se decía, que escuchaba cada noche en Radio Luxemburgo. Yo estaba encantado de ser uno de sus seguidores por conciertos, películas, firmas de discos o donde fuera. Todavía conservo su primer disco, tenía doce o trece años, y pude conseguir aquel single que en una cara tenía No sé mi nombre y en la otra La moto. Ahora cuando por azar, casi nunca por necesidad, escucho aquel Black is Black, lo que más me gusta son los acordes de guitarra, que los tocó Jimmy Page, y la voz de Mike Kennedy, que me devuelve a los años adolescentes. Pero la canción no estaría entre ninguna lista de mis principales. Es posible que sí en una lista de sentimentales. También recuerdo, las canciones tienen en mí el efecto magdalena, cómo en nuestra lista del pop nacional de aquellos años, sin extrañeza ni resistencia, entró un chico catalán que cantaba a la matinada. Estaba al lado de Los Bravos o de Tom Jones y no pasaba nada. De la misma manera que Aute -¡otra clamorosa ausencia!- estaba al lado de Burning o de Gabinete Caligari. No somos tantos como para apartar a ningún Raimon. Diguen sí… ¿no?
Mañana me toca reflexionar sobre mi lista. Y sobre algunas propuestas de listas que otras blogueras/os han presentado… Que es algo parecido a volver a los tiempos del black and white casi negro.