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La novela europea o un baile de disfraces

Cada país produce su propia atmósfera literaria. Es impensable, aunque las haya, una novela de Italia ahogada por la lluvia y cubierta de espesa tiniebla; sería una grosería. En las novelas italianas ha de sonar un fondo de mandolina, tienen que corretear adolescentes semidesnudos por la playa y el relato ha de culminar con la deshonra de alguna mujer madura que ha cuidado en exceso su virginidad. La Italia gélida, tenebrosa, batida por el maléfico Boreas queda circunscrita a la escuela socialista milanesa y algún desusado triestino.

La agotadora variedad sociogeográfica de Francia, capaz de acoger la penuria bretona, la holgazanería provenzal y la pomposa futilidad parisina, no impone un decorado, pero sí un refinamiento formal inevitable. La novela a la francesa ha de tener un componente estilístico de alto copete, ha de mostrar con toda probidad que el autor es muy inteligente, o por lo menos ingenioso, ya que no hay modo de traducir la palabra esprit. Otra condición sin la cual no puede reclamar respeto es que haya leído a Barthes.

Los ingleses, por el contrario, detestan mostrarse en lo que escriben y seguramente por eso las autobiografías inglesas son las más impúdicas. Tantos años ocultándose tras una prosa sobria, elegante, escéptica, distanciada, llega un momento que provoca un desmelene glorioso. Lo que más teme un escritor inglés es que le confundan con un intelectual francés, raza por la que siente mayor aversión, si cabe, que contra los gritones turistas sureños. En una novela a la inglesa hemos de ir descubriendo muy poco a poco que el personaje que parecía imbécil es, en realidad, el único inteligente, aunque el final del relato nos devolverá a nuestra primitiva consideración.

Hay sin duda una novela rusa con personajes que lloran desolados mientras sus madres tratan de cubrirlos con un mísero gabán de la II Guerra Mundial para que no mueran congelados en medio de la nieve rodeados de botellas de vodka vacías, pero es un género en desuso que va siendo sustituido por la novela de agentes secretos al servicio de cinco países (Estados Unidos, China, Italia, Rusia y Panamá), la de mafiosos georgianos que son, en realidad, los dueños de San Pedro del Vaticano, o la de humoristas aldeanos a quienes Dios se les aparece bajo el aspecto de un reno con chistera. Esto ha hecho casi indistinguibles la novela rusa y la norteamericana, por lo que las dejamos de lado.

La más entera, sin embargo, la más sólida, como no podía ser menos dada su escasa aportación al género, es la novela alemana. En ella hace un frío que congela las arterias y la bruma impide ver más allá de dos me-

siguientetros, pero no hay que decirlo. El protagonista vive rodeado de vecinos que parecen gente amable y aburrida, pero a lo largo del relato iremos constatando que uno está reconstruyendo la Baader-Meinhoff, otro llevó el negocio de jabones de Auschwitz y una cuarta ha escrito una tesis doctoral sobre los fundamentos matemáticos de la torta Sacher.

Los modelos europeos se han ido mineralizando en los dos últimos siglos con la humildad del carbono y en estos momentos no hay un solo inglés que escriba novelas inglesas (escribe novelas italianas, como las de Martin Amis), ningún ruso que no esté escribiendo novelas inglesas, los suecos escriben como suizos, etcétera. Todos menos los franceses, los cuales siguen escribiendo novelas francesas.

¿Y los españoles?, se habrá preguntado más de uno. En la novela española mineralizada ha de aparecer un comisario que entra en su hogar gritando: "¡Soy un cerdo franquista y ahora mismo voy a someter a mi mujer a violencia de género!". O bien un maestro de pueblo que habla con un niñito adorable y le dice: "Como soy un maestro republicano voy a mostrarte las virtudes de la democracia y el humanismo mediante el bello ejemplo de las mariposas". Este modelo tiene variantes, el comisario puede ser un empresario neocon del PP que por las noches se disfraza de obispo afro, o bien el maestro es un transexual gaditano que salva a un niñito adorable de la lujuria del párroco. El modelo, es bien sabido, se encuentra en estado catatónico.

Debe remarcarse, sin embargo, que justamente por tener una historia de la novela tan machacona, los escritores españoles se han ido especializando en novela extranjera y en la actualidad producen cada vez mejores ejemplos de literatura foránea, hasta el punto de que se da el efecto contrario y ahora son los escritores ingleses quienes imitan perfectas novelas inglesas escritas por españoles.

Como solo voy a mencionar amigos íntimos me permito poner algunos ejemplos con la certeza de que no van a apreciar el menor asomo de ironía en mis palabras, sino tan solo reconocimiento y afecto. Así, por comenzar con la novela francesa, ¿acaso algún francés puede mejorar las de Vila Matas o las de Molina Foix? Lo mismo debo decir de Javier Marías y Eduardo Mendoza, cuyas novelas vienen siendo copiadas por los ingleses para desesperación de Paco Umbral, que lo ve todo desde el Cielo e intercambia pareceres con Pérez Galdós. "¡Cómo nos luce el pelo, don Francisco! ¡Aquella prosa suya tan rica en matices y en timbres sonóricos!", dice Galdós. "Pues ya lo ve, don Benito, de esto no sale una Fortunata, ni por decir una Jacinta!", responde Umbral deslizando el pulgar por sobre el grueso volumen de Tu rostro mañana.

La novela italiana debemos reconocer que es ahora un producto que se trabaja exclusivamente en las islas Baleares, con la excepción de la novela triestina tan bien defendida por José Ángel González Sainz, el cual no en vano se ha ido a vivir a aquel apartado puerto del Adriático a jugar a las tabas en un polvoriento café con Claudio Magris, quien no solo le plagia sino que le hace pagar las consumiciones.

Bien, podría seguir, pero todo lo anterior es un engaño. Un Mac Guffin. Una distracción artera destinada a retener la atención del lector con trucos baratos, para llegar a la parte seria del artículo que es un peán del que para mí es ahora el más destacado de los novelistas jóvenes, pero yo me acabo de enterar. Hablo de Patricio Pron, cuyo El comienzo de la primavera es una obra maestra. He utilizado un torpe artificio para ensalzar esta densa y perfecta novela porque no quería mancillar su lectura y creo que lo más resumido sería decir que se trata de una novela alemana en su sentido más noble. Lo cual, en la tradición española, es un hápax.

Si ahora añado que Pron está a la altura del mejor Sebald, del primer Hanke, que se tutea con Bernhard o que ha superado a la Jelinek, no me van a creer, de ahí el tono bufo del artículo, mera cobardía. Y, sin embargo, es cierto. Tan cierto que me ha parecido de justicia afirmarlo en público a la manera del sacamuelas que junta a la clientela para vender jarabe. Un excelente jarabe porque la historia que cuenta Pron es sobrecogedora y forma un tejido muy bien trabado en el que un indagador persigue por media Alemania la huidiza figura de un filósofo discípulo de Heidegger, hasta que la persecución del hombre se convierte en una persecución del concepto y nos deslizamos de la emoción a la reflexión sobre esa frágil sustancia que nos permite creer que somos algo y que los demás pueden llegar a conocerlo. Al final, sin embargo, solo somos una vieja fotografía de la que nadie guarda memoria.

No hay mayor placer que saludar a un joven maestro y decirle "¡Salve! Ahora nos toca aprender de ti". El segundo mayor placer es aprender de los jóvenes.

 

Artículo publicado el 27 de mayo de 2010.

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31 de mayo de 2010
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Estampas del mundo antiguo

A unos sólo les importa Zapatero y el gobierno socialista. A los otros el bono español y el euro. Son dos lenguas distintas, dos universos, que sólo tienen un punto de comunicación, Duran i Lleida. El portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados sostiene por el momento a Zapatero y al Gobierno. Pero lo hace como la cuerda con el ahorcado: para que se vaya asfixiando antes de caerse, dentro de unos meses. Y lo hace en nombre del bono español y del euro. Rajoy y su Partido Popular en cambio, no atienden a nada que no sea alcanzar la cima de la cucaña, dispuestos a federar a todos los agraviados por el recorte ?pensionistas, funcionarios y sindicalistas? detrás de la bandera de los derechos sociales, recién arrebatada en esta temporada aciaga de las manos temblorosas de los ardientes zapateristas, ahora los más atentos a los mercados, a los criterios de estabilidad de Bruselas y al rigor del Fondo Monetario Internacional.

CiU podrá escoger después de las elecciones catalanas y de su previsible resultado entre seguir sosteniendo a Zapatero (como la cuerda al ahorcado) y apoyar una moción de censura. Si hace lo primero y le apoya en los presupuestos será o por la improbable razón de que Zapatero tenga todavía algo sustancioso que ofrecerle o porque quiera evitar que el PP arrolle de nuevo a Cataluña con una mayoría absoluta como la que obtuvo Aznar en 2000. Y si hace lo segundo, será porque habrá recibido una señal inconfundible desde la calle Génova acerca de los sustanciosos beneficios que aportaría la recuperación de un pacto como el que suscribió con Aznar en el Majestic en 1996. El nacionalismo conservador catalán, después de siete años de travesía del desierto, observa las cartas que tiene en la mano con la única duda de si debe ligar un póquer con el PP ascendiente o apartar todavía unas cartas por si puede apurar un full con lo que queda del PSOE. Los socialistas han puesto hasta ahora todo de su parte: es imposible pedirles un esfuerzo más. Dentro de 90 días, cuando Zapatero haya culminado su tarea, no quedará trabajo para ningún gobierno de derechas en este país. Y menos todavía en Cataluña, donde la fórmula del tripartito ofrece la oportunidad de sumar al celo de quienes gozan con la tijera sobre el gasto con el de quienes gozan con el aspirador de la recaudación, aplicado hasta los rincones ideológicamente más próximos, no fuera caso que al final todavía quedara alguna probabilidad de mantener alguna fidelidad entre los electores de siempre. Ahora toda la responsabilidad ya es de los estrategas de CiU, o mejor dicho, de los funcionarios encargados del orden y la limpieza de los locales. No hay que hacer prácticamente nada. Ni siquiera reunirse en exceso, no fuera caso que alguna ocurrencia redundara en un fallo garrafal capaz de arruinar una campaña que está hecha antes de empezarla. Con evitar los errores de recorrido, es decir, dejando que transcurra un día detrás de otro sin que pase nada, basta para ganarlo todo y alcanzar al fin lo que ni siquiera proporcionaron los años esplendorosos de hegemonía pujolista: el gobierno de la capital primero, luego el de Cataluña y finalmente una buena entrada con Rajoy en La Moncloa, sin menú obligado y con posibilidad de escoger a la carta. Hay antecedentes de tareas como las que hoy tiene ante sí el socialismo. Hace más de 20 años fue un Gobierno socialista el que culminó la incorporación de España en el mundo occidental, con tres decisiones cruciales: ingresar en la Unión Europea, reconocer al Estado de Israel y permanecer en la OTAN. Como ahora, también entonces un mundo viejo estaba a punto de desvanecerse. Quienes sólo se preocupan de Zapatero y del bono debieran recordar que ambos son hojas arrastradas por la voluble coyuntura: que suban o bajen y al final se esfumen es parte esencial de su propio ser. Pero el socialismo y el euro pertenecen al substrato de las cosas esenciales que sólo mutan cuando muta la época: ninguna corriente ideológica europea se halla en peor estado de salud ahora mismo que la socialdemocracia, sometida además al ejercicio masoquista de adelgazar al Estado social, la criatura cuya preservación le da sentido; nada de la compleja construcción europea se halla en situación más precaria que el euro. Saber qué vamos a hacer con ellos es parte ya de la agenda del futuro, algo que no interesa a quienes trepan por la cucaña resbaladiza.

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31 de mayo de 2010
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La noche daltónica

Barnett Newman.The Death of Euclid (1947) HOJA DE LIBRO NOCTURNO

Una noche de mayo aterricé en un frío claro de luna en que la hierba y las flores eran grises pero el aroma, verde.

Resbalé cuesta arriba en la noche daltónica mientras las piedras blancas señalaban la luna.

Un espaciotiempo de algunos minutos cincuenta y ocho años de ancho.

Y tras de mí más allá de las aguas relucientes cual plomo estaba la otra costa y los poderosos.

Gentes con futuro en vez de rostro.

Tomás Transtromer

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31 de mayo de 2010
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Un candidato al Nóbel traducido

Tomás Transtromer. Tomás Tranströmer, el poeta sueco nacido en 1931, es un eterno candidato al Premio Nobel y su nombre ya no resulta desconocido para nosotros, aunque sí su obra. Felizmente, me entero que en España la editorial Uriz ha decidido publicar un poemario suyo bajo el título (hermoso, desde ya) El cielo a medio hacer. Dice la reseña de Jaime Siles en el ABCD:

El cielo a medio hacer contiene no pocos poemas excelentes, como «Cara a cara» o «Una oscura silueta nadadora». Si en este libro Tranströmer se muestra «a mitad de camino hacia el lenguaje», en el siguiente -Tañidos y huellas (1966)- está por completo dentro de él. El yo es lo que aquí se poetiza, pero un yo que no es el romántico, sino el yo poético humano universal. De ahí la invocación a Arquíloco y ese moverse tras el olor de la verdad. Una deriva menos lograda parece Visión nocturna (1970), que mejora en Senderos (1973): sobre todo, en el poema «La parroquia dispersa», que supone una muy válida actualización de la llamada «poesía social». Una apuesta de calado mayor es la que hace en Bálticos (1974), donde amplía tanto el mapa como la materia propia de su discurso, enriquecido por la experiencia de la memoria personal. Y lo mismo, pero por medio de otros cauces más abiertos, como el poema en prosa, realiza en La barrera de la verdad (1978). Descubre que «el otro mundo es también este mundo», y que -como expone en La plaza salvaje (1983)- a veces hay «palabras, pero no lenguaje» y, otras, «lenguaje, pero no palabras». En «Air Mail», Tranströmer hace suyo medio verso de Mallarmé -«el silencio avaro»- y remodula el madrigal: «En algún lugar de nuestras vidas» hay «un gran amor sin resolver». Lo más interesante del Tranströmer último, semiparalizado por su enfermedad, es Góndola fúnebre (1996).

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30 de mayo de 2010
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Babel

Todos los diccionarios juntos no contienen ni la mitad de los términos que necesitaríamos para entendernos unos a otros. De El hombre duplicado, Alfaguara, p. 159

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30 de mayo de 2010
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Oloixarac, de covergirl a merodeos teóricos

carátula de Quimera Febrero Hay que decir que en la literatura latinoamericana, tan machista por naturaleza, ser mujer es un problema. Ser mujer guapa es doble problema. Pero ser una mujer guapa que, además, se sabe linda, es un problema trigonométrico que se resuelve con el menosprecio. No he leído Las Teorías Salvajes de Pola Oloixarac simplemente porque cuando quise comprarlo, en enero, se había agotado. No la he leído pero la leeré. Así comprobaré, como dicen algunos, si realmente además de ser una mujer bella es una autora inteligente más que provocadora; o sabré si solo es una ilusión movida por un marketing que, hay que decirlo, no muchas veces ha sido motivado por ella sino por sus rendidos admiradores. La revista Quimera, por ejemplo, la puso de cover-girl en el mes de febrero en una campaña mediática que resultó exitosa para introducirla en España. Ella no tiene la culpa. Solamente es guapa. Pero como de carátulas no vive la literatura, lamentablemente, algunos críticos fuera de Argentina han empezado a tomar en serio Las Teorías Salvajes. Ernesto Ayala-Dip, en Babelia, es uno de ellos. Dice:

Pola Oloixarac inventa una voz femenina nacida en 1977. Un año después del golpe de Estado, ese terrorífico gesto de la maldad humana llevada hasta sus últimas consecuencias en Argentina. La era de las ?muchachas hermosas? pisoteadas por las botas militares. Pero esa era también la de los mesiánicos redentores del proletariado que llegaron a ponerle estribillo y melodía imbéciles a la muerte de sus víctimas. La crueldad infinita aliada con la estupidez histórica. En el orden de las enseñanzas que mencioné al comienzo, señalaría la operación de ilusionismo novelesco que ensaya la autora. Crea un discurso (desde un yo enfáticamente femenino) a caballo entre la antropología, la filosofía, el replanteamiento de la historia argentina más reciente (incluidos sus señales y roles más despreciables). Todo ello simulando digresiones (y cuando hablo de digresiones, me refiero a Tolstói, Dickens, Poe, Melville), merodeos teóricos que exigen la puntual risotada y la sensación de que toda la ironía que invade la novela te compromete como ser humano nada ajeno a lo que lees. Pola Oloixarac crea una novela sorprendentemente madura. Hablo de la madurez de su escritura, de la nitidez hiriente de los caracteres humanos. Una propuesta distinta de belleza estética en medio del desastre, la oscuridad y la idiotez que nos rodea. Me gustó una frase de Juan Terranova en su relato-prólogo a Hablar de mí (Lengua de Trapo), antología de jóvenes cuentistas argentinos: ?Y pese a todo, mi paranoia sigue siendo analógica?. Paranoias analógicas y digitales: un incierto paisaje con futuro novelístico.

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30 de mayo de 2010
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Servicio de protección al consumidor

consumidor.gov.ar Muy molesto se muestra Gonzalo Garcés con la crítica literaria española que es ?aburrida?, si bien no tan mala como la francesa resalta, pero bastante mala de todos modos (aunque salva algunos nombres, entre ellos el de dos realmente salvables como el de Gustavo Faverón y el de Christopher Domínguez Michael). Lo que más le molesta es aquello que califica, no sin humor (y veracidad) como el deber de ?servicio de protección al consumidor? y lo anuncia así:

(?) los críticos españoles establecidos ?cuando no están adulando abyectamente a un autor publicado por el mis mo grupo editorial del diario que les paga el sueldo?, están intere­sados en una sola cosa: el control de calidad.  A tono con esa suerte de servicio de protección al consumidor, usan esos modismos que suelen dar un aire tan cómicamente almidonado a los suplementos españoles: ?Echase en falta una mayor agilidad?? ?No se puede en modo alguno aprobar?? A propósito de esfuerzos ridículos por esconder la propia subjetividad, me acuerdo de un compañero de colegio que una vez, jugando a las escondidas, cuando lo descubrieron gritó: ¡No, yo no estoy acá! Si eso fue motivo de risa durante toda la primaria, no veo por qué merece menos quien intenta ganar autoridad desapareciendo detrás de la figura pétrea del Custodio de la Cultura. 

Lo más interesante del artículo es la comparación que hace de dos reseñas, una en El Mundo y otra en NYT sobre Acción de gracias de Richard Ford. Dice:

Tengo a mano dos reseñas de la novela Acción de gracias de Richard Ford. La primera apare ció en el diario español ?El Mundo? y la firma José Antonio Gurpegui; la otra la escribió A.O. Scott para el ?New York Times?. La reseña de Gurpegui es representativa. Desde la primera frase descarta la crítica en favor del cholulaje: ?Richard Ford fue uno de los invitados estrella durante la última edición de la feria de Francfort.? Siguen tres párrafos de sinopsis; en el cuarto, se afirma que cierta frase del protagonista de Acción de Gracias ?podía haberla pronunciado el inefable Conejo Armstrong de Updike, o el singular Nat Zucker man de Philip Roth?. Que Ford se parece a Roth y Updike es una de esas ideas que corren por las redacciones y se repiten a falta de opiniones propias. Gurpegui no intenta someterla a examen. Sobre el final, advierte que hay en la novela personajes ?que plantean complejos interrogantes?: se refiere al tibetano Mike Mahoney. Dicho lo cual, cambia de tema. Por lo visto, los interrogantes son tan complejos que mejor ni tocarlos. Son 706 palabras. No hay una que no pudiera estar en la solapa del libro. La reseña de Scott toca casi los mismos puntos que Gurpegui. Pero ahí donde el español reproduce acríticamente, Scott indaga. En realidad, basta el primer párrafo para establecer ?y, de nuevo, no hay crítica sin esto? que estamos ante un problema. Scott cita del libro: ?Ojalá pudiera decir que tengo una fórmula para convertir la cualidad de lo grande en pequeño.? Esta frase resume una voluntad muy presente en la novela: presentar lo cotidiano como lo que vale la pena narrar de la experiencia humana. Frank Bascombe, el protagonista, insiste en presentarse como un tipo nor mal. Scott toma nota, pero duda. En la práctica ?dice?, el autor amplía hasta lo monumental lo que normalmente sería pequeño. Cada sándwich que se come, cada subida a la autopista, está tratada como un hecho épico. Pese a las protestas de normalidad, el mundo de Frank tiende al gigantismo. Scott nota que esto puede ser halagador para los lectores, que se encuentran, al mismo tiempo, con un personaje excepcional y con permiso para considerarlo como su igual:  ?Aquellos de nosotros que so mos menos modestos que Frank nos complacemos en proclamar lo un Hombre Representativo, un Héroe Cotidiano, un reluciente ejemplar del Gran Cualunque Americano.? En menos de una página tenemos una discusión en marcha acerca de la identidad colectiva, los arquetipos nacionales, la noción consensual de ?normalidad? y los juegos más o menos dies tros que un escritor puede intentar a partir de esto. Sería absurdo sostener que esto agota lo que una reseña puede hacer; decir que no resulta más estimulante que el ejercicio publicado por el español sería mala fe. Por otra parte, la reseña de Scott pone de manifiesto, por contraste, las inhibiciones que paralizan al sistema crítico argentino: la repugnancia a preguntarse por la recepción, por las teclas que el libro tocará en el lector común, y la renuencia a tomarse a sí mismo como campo de pruebas válido para inferir esa recepción. Ni siquiera aceptamos el concepto de ?público?; nos resulta demagógico, sospechoso de mercantilismo. Pero el público, sin preocuparse de lo que pensemos, existe; y en cambio el libro no existe plenamente hasta que entra en contacto con él. Considerado esto, que el crítico tome sus propias reacciones como aceptablemente representativas y las incluya como prueba de cargo, sin esconder su necesaria subje tividad, sin el ?nosotros? clerical ni la impostación positivista, no es un acto de soberbia sino de humildad, apropiada y provecho sa humildad. Cuando el crítico se resigna a decir ?yo?, se puede empezar a construir algo. 

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30 de mayo de 2010
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Merkel nos ha fallado

Esa Europa sin líderes y sin ideas que lleva una década a la deriva proyectó hace ocho meses todas sus angustias y también sus esperanzas sobre la segunda victoria electoral de Angela Merkel. Ahí tenemos una dirigente consistente, lejos del narcisismo de Sarkozy, de la disoluta concepción de la política de Berlusconi y de la ligereza de Zapatero, se dijeron los europeos. Con su segundo mandato en la cancillería, optando finalmente por la coalición de su preferencia con los liberales, pero con un cierto talante centrista y social, la nueva etapa era todo promesas, no tan solo para los alemanes, sino para toda Europa. No ha sido así. La mujer más poderosa del planeta también nos ha fallado, y con ella, su coalición y su Gobierno, tal como ha quedado en evidencia en el momento más crítico de la reciente historia europea, los días y las noches bruselenses del rescate financiero de Grecia y de la aprobación del colosal fondo de avales y garantías por 750.000 millones de euros, arrancado con fórceps después de tres meses de forcejeo con el Gobierno de Berlín.

No pudo ser la canciller del Clima, como era su aspiración, descabalgada en diciembre pasado de la cumbre de Copenhague por la irrupción de China, aliada con India y Brasil, a pesar de su larga trayectoria primero como ministra de Medio Ambiente de Helmut Kohl y luego como animadora de la posición europea, principalmente desde su presidencia de turno de la UE y del G-8 en 2007, cuando consiguió en la cumbre de Heligendamm que George Bush reconociera al menos la existencia de un problema de calentamiento global de la atmósfera. Pero tampoco ha conseguido, ni lleva el camino por el momento, convertirse en la canciller que saque a Europa de la crisis financiera, ante la que ha reaccionado tarde, mal y sin vocación alguna de liderar a la UE. Según el ex ministro alemán de Exteriores Joschka Fischer, Merkel ha desperdiciado su cita con la historia, esa ocasión única que sólo a muy pocos líderes políticos se les ofrece para que demuestren su valor y su capacidad para superar las mayores dificultades. Muchas son las explicaciones proporcionadas oficiosa u oficialmente por las autoridades alemanas para justificar la inacción y la tardanza de Merkel ante la quiebra de Grecia. La vigilancia del Tribunal Constitucional sobre todas las decisiones europeas es la más sólida de todas ellas. A fin de cuentas, uno de los reproches alemanes a la Unión Europea, sustentado por las sentencias de su más alto tribunal, es que los principales avances en su construcción no se han decidido por procedimientos de transferencia de soberanía escrupulosamente democráticos, sino por pequeños pasos que desembocan finalmente en una decisión automática: es el caso de la adopción del euro, la ampliación de la UE y ahora el rescate de Grecia y el cambio de funciones del Banco Central Europeo, súbitamente ocupado en tareas que desbordan la estricta estabilidad monetaria y autorizado para operaciones con bonos hasta ahora prohibidas. El Tribunal ha venido reaccionando ante cada uno de estos pasos con prudencia, pero también con sentencias exigentes respecto a su papel de guardián de la Constitución y de la soberanía alemanas. Poca consistencia tenía, en cambio, la dilación del plan de rescate que Merkel intentó a la espera de las elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia, uno de los mayores Estados federados, que debía asegurarle la mayoría en el Bundesrat. Al final no pudo esperar, puesto que el mecanismo financiero se aprobó en el mismo fin de semana del 9 de mayo en el que los electores iban a las urnas, y, para postre, su coalición fue derrotada. En realidad, el argumento más sólido para la canciller es el que menos puede exhibir y menos lustre le da como dirigente con capacidad de cambiar el curso de las cosas. Es la impopularidad de unas medidas que afectan al bolsillo alemán y están destinadas a la salvación de los países considerados como los malos alumnos de la unión monetaria, a los que los alemanes han venido tradicionalmente mirando por encima del hombro. Razones no les faltaban. Grecia, a fin de cuentas, falsificó sus estadísticas de déficit y deuda, de forma que nunca debió incorporarse al euro; tiene una Administración pública elefantiásica y un nivel de fraude fiscal muy poco recomendables. Difícilmente Merkel podía hacer oídos sordos a estos argumentos, reflejados con crueldad por una prensa sensacionalista, el Bild Zeitung sobre todo, a la que la canciller hace mucho más caso del que debiera, un vicio que anteriores cancilleres también han practicado y que no es exclusivo alemán: Tony Blair sufría de idéntica enfermedad mediática. El reproche que merece la canciller tiene que ver con aquella vieja función pedagógica que cabe exigir a quienes se dedican a la política, y que en su caso probablemente ha faltado o ha sido insuficiente. Aunque las cosas le han ido muy bien a Alemania en los últimos años, su opinión pública ha reforzado todo un repertorio de tópicos autojustificativos que en el caso alemán vienen a sustituir a los sentimientos más chauvinistas de otras naciones sin su mala conciencia histórica. Es el país que más paga y el que más cumple. Es el que más ha arriesgado, porque ha cedido su querida moneda, aquel marco que fue en su día la divisa fuerte europea. Es el que más tiene que perder en caso de inflación, vista una experiencia histórica que ha arruinado a las familias alemanas en dos ocasiones en los últimos 100 años. Angela Merkel ha tenido muy en cuenta todos estos argumentos y, en cambio, no ha dedicado mucho tiempo ni atención a poner sobre la mesa otros argumentos de la misma o mayor solidez. Alemania es el país que más se ha beneficiado del euro y el que mejor partido ha sabido sacar de los últimos 20 años transcurridos desde la unificación. Superada la difícil digestión de aquel esfuerzo financiero, Alemania tiene, además, el mérito de haber sabido ajustar su Estado de bienestar, antaño faraónico, con mucha antelación respecto a la actual crisis. Una y otra cosa le han proporcionado mayor competitividad a su economía y han multiplicado su capacidad exportadora intraeuropea, a costa de las balanzas comerciales de sus países socios. Con la aprobación del Tratado de Lisboa ha adquirido finalmente el peso que corresponde a su tamaño en las instituciones europeas. La ampliación a los 27 la ha situado, además, en el corazón geopolítico de la Europa unida. Y todo esto lo ha conseguido por méritos propios, pero también por la aportación y la acción solidaria de los otros países socios. Ha fallado Merkel, pero tanto como ella ha fallado también Guido Weterswelle, su ministro de Exteriores, si bien este último no había levantado tantas expectativas. Su partido liberal entró en el Gobierno de coalición con un programa de recorte de impuestos pensado en otra época y para otra época. Pero, además, su papel en toda la crisis ha sido nulo. No se le ha visto ni se le ha oído. A Merkel y a Westerwelle se les va a juzgar comparativamente por lo que hicieron sus homólogos hace 20 años en una crisis anterior de proporciones tectónicas similares, como fue la que desencadenó la caída del muro de Berlín, la unificación primero monetaria y política de Alemania y, al final, la desaparición del entero sistema soviético. Helmut Kohl y Hans Dietrich Genscher fueron entonces los dos personajes capaces de dirigir y liderar su país y la propia Europa, aunque contaron como compañeros de aventura con dirigentes de talla equivalente en Bruselas y en los países socios, compañía que ciertamente también les falta ahora a los alemanes. Hay una incomodidad de la actual Alemania de Berlín con el tamaño efectivo que le ha proporcionado la unificación y la superación de los más viejos complejos. A pesar de que no hay buena sintonía entre Berlín y París, los dirigentes alemanes parecen añorar aquellos viejos tiempos en los que las responsabilidades eran mucho más compartidas y no recaían exclusivamente sobre sus espaldas. Todos los ojos se vuelven hacia la mayor y más dinámica de sus economías cuando llega la tempestad financiera, pero la respuesta de Berlín es de pánico escénico, que se traduce inmediatamente en un programa de dureza, amenazas y rigor. Después de haber optado con Helmut Kohl por una Alemania europea, frente a la derrotada Alemania que quiso germanizar Europa, ahora Alemania reclama de nuevo una Europa económicamente más alemana. Más competitiva, más ahorradora, más descentralizada, con un Estado menos intervencionista. Y en esto no le falta razón, aunque para obtenerla no basta buscar la buena sintonía con su opinión pública, ni la administración rigorista y defensiva del statu quo, sino que se necesitan más gestos y pasos efectivos en el terreno abiertamente político. ?La elección hoy es entre auténtica integración y disolución?, ha declarado Fischer. Merkel no le ha quitado la razón cuando ha reconocido que ?si cae el euro, cae Europa?. Merecería el título de canciller de Europa si fuera ella quien hiciera de tripas corazón; de la crisis, oportunidades; y liderara la unión política que Europa no ha querido realizar hasta ahora. Pero en esto, como mínimo hasta ahora, nos ha fallado.

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30 de mayo de 2010
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Schweblin, 51 Punkte

Por Samanta Schweblin. Foto: Lucio Ramírez./ Eterna Cadencia Las coincidencias son fabulosas. Justo hoy, que publico la reseña que Luis Herán Castañeda ha hecho de Pájaros en la boca, me entero que treinta críticos alemanes muy reconocidos eligen, cada mes, los 10 libros más destacables y en la selección de mayo, en tercer lugar, aparece ni más ni menos que la siempre discreta pero genial Samanta Schweblin con la traducción al alemán de Pájaros en la boca, editada por Surkhamp bajo el título Die Wahrheit über die Zukunft (?La verdad acerca del futuro?). La exigente lista alemana se completa así: 1. (-) ERNST KAISER: Die Geschichte eines Mordes**. Verlag Ralf Liebe. 67 Punkte 2. (-) RICHARD YATES: Ruhestörung*. DVA. 63 Punkte 3. (-) SAMANTA SCHWEBLIN: Die Wahrheit über die Zukunft**. Erzählungen. Suhrkamp. 51 Punkte 4. (-) INGEBORG BACHMANN: Kriegstagebuch. Mit Briefen von Jack Hamesh an Ingeborg Bachmann**. Suhrkamp. 44 Punkte 5. (9.) WARLAM SCHALAMOW: Künstler der Schaufel. Erzählungen aus Kolyma 3**. Matthes & Seitz. 38 Punkte 6. (-) KATHRIN SCHMIDT: blinde bienen. Gedichte**. Kiepenheuer & Witsch. 36 Punkte 8.(-) IRIS HANIKA: Das Eigentliche**. Droschl. 25 Punkte (2.) HANS JOACHIM SCHÄDLICH: Kokoschkins Reise**. Rowohlt. 25 Punkte 9. (-) JÁCHYM TOPOL: Die Teufelswerkstatt**. Suhrkamp. 20 Punkte 10. (10.) JULIAN BARNES: Nichts, was man fürchten müsste**. Kiepenheuer & Witsch. 19 Punkte

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28 de mayo de 2010
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Aprovechar la luz

Miles de habaneros se transportan a fuerza de dedo o, lo que es lo mismo, pidiendo en los semáforos que algún chofer les haga el favor de llevarlos. La mayoría de estos viajeros alternativos son mujeres jóvenes, ya que es más fácil recibir un aventón cuando se porta saya ?si es corta mejor? que siendo un muchacho o una anciana. En la intersección de dos avenidas se les ve inclinándose sobre las ventanillas para preguntar el destino del auto y pedir que les adelanten un tramo. Muchas veces los conductores mienten porque no quieren montar extraños en sus vehículos y argumentan que cien metros más adelante llegarán a su destino o doblarán en U. Simpático catálogo el que podría hacerse con todas las justificaciones que escuchan los asiduos del autostop de quienes no quieren ayudarlos. Tras el timón, una voz les advierte que “tiene las gomas con poco aire y no aguantan el peso de otra persona? o que “debe recoger al jefe que vive unas cuadras más adelante?. También están los que suben los cristales oscuros antes de llegar a las esquinas donde tantos esperan por una ?botella?, o aumentan el volumen de la radio para no escuchar el ruego que les hacen desde las aceras. Lo mismo con una matrícula estatal o una privada, el ?no? se convierte en respuesta recurrente que brota desde el interior de las carrocerías hacia quienes se achicharran bajo el sol de nuestro ?eterno verano?. Risibles o  aterradoras son también las historias de atrevimientos e insinuaciones que los choferes ?desde su poder? les lanzan a las agradecidas mujeres que logran ser transportadas. Van desde la mirada incisiva que le sube por los muslos y el espejo retrovisor orientado hacia la zona de la entrepierna hasta los toques lascivos a manera de peaje. Aleccionadas con esta práctica, muchas preferimos caminar largas distancias que caer bajo las garras de quienes se creen que por ayudarnos ya tienen el derecho de envolvernos con sus frescuras. La grata diferencia la hacen aquellos choferes que dicen ?sí? y no exigen nada a cambio de acercarnos a algún sitio, ni siquiera el número telefónico para mantenerse en contacto. Gracias a ellos parte de esta ciudad logra moverse cada día, con el entrecortado ritmo que dan el azar y la brevedad de la luz roja.

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28 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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