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Digno de Hollywood

Ayer un estudiante peruano me dijo que uno de sus amigos tenía que dar una charla en Chicago, pero le cambiaron el horario para que no coincidiera con el partido de los Estados Unidos contra Argelia. ¿Podía ser que algo que estuviera cambiando? A juzgar por lo que veo en el lobby de la biblioteca Mann, en la universidad de Cornell, parece que sí. Han instalado una pantalla gigante (lo han hecho en varios lugares del campus), y quince minutos antes del partido hay un buen grupo de estudiantes agitando banderas y con la tensión en el rostro. Están los indiferentes y los que se detienen a preguntar qué diablos pasa, pero la mayoría al menos está enterada. Las imágenes de ESPN muestran bares en la Florida, en Nueva York, en California: definitivamente, la fiebre del mundial ha llegado a los Estados Unidos. Ya veremos qué pasa cuando la Copa acabe, pero por lo pronto, yo que vivo aquí hace veinte años, noto un cambio.

Algunos estudiantes comentan los cambios estratégicos en la alineación de Bradley: Bornstein no es muy querido, pero se reconoce que Onyewu no ha estado jugando bien. Comienza el partido y todo discurre con normalidad hasta el gol anulado a los Estados Unidos. La repetición de la jugada indica que el árbitro se equivocó, y se instala en el ambiente algo que casi todos los países chicos conocen: que la mano negra de la FIFA conspira contra Estados Unidos. ¿Cuántos goles tiene que meter este país para que alguno cuente? Uno de los estudiantes, seguro de algún postgrado en psicología, dice que no cree en teorías conspiratorias, sino más bien en un "prejuicio inconsciente" de los árbitros, que desde chicos han sido acostumbrados a ir contra los Estados Unidos. Suena plausible, aunque también, a su manera, se trata de una teoría conspiratoria.

Segundo tiempo. Inglaterra está ganando y los Estados Unidos se queda fuera. Se suceden los ataques, Dempsey la tira al palo, los estudiantes se comen las uñas. Se va acabando el partido, y los que nunca dejan de ser optimistas comienzan a resignarse. El árbitro dice que dará cuatro minutos extra. De pronto, salida violenta de los Estados Unidos, galopada de Donovan liderando la carga de caballería, pase de la muerte, rebote, y un final feliz digno de Hollywood: Donovan ha marcado y se ha hecho justicia. Gritos de júbilo, el retumbar del "USA, USA, USA!".

Me abrazo con desconocidos. Uno de ellos dice: "¡Ahora, que venga Alemania!" Da lo mismo cualquier rival, parece, porque Estados Unidos juega de igual a igual contra todos. Una locomotora desbocada (como Altidore), que va al frente con más corazón que cabeza, que sólo tiene a Donovan para pararla y pensar un poco. Un equipo que falla muchos goles y no tiene a los árbitros de su lado, pero no importa, no ahora. La televisión muestra autos tocando la bocina en Times Square, algarabía en algunos barrios de Los Angeles. Para que se imponga el fútbol aquí no se requiere de la estrategia de la FIFA, lo que se necesita es emoción. Y los muchachos de Bradley, con Donovan a la cabeza (el pobre, no sabe lo que se le viene: ya lo han comenzado a llamar "héroe"), se han dedicado a darle emoción al mundial.  

(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 23 de junio 2010)
   
 

 
 

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24 de junio de 2010
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Voto de Pesar

Com uma obra intensamente ligada às mais profundas aspirações de progresso da Humanidade, a dimensão intelectual, artística, humana e cívica que José Saramago assumiu, fazem dele uma figura maior cultura portuguesa e um vulto incontornável da literatura universal. A morte de José Saramago constitui uma perda irreparável para Portugal, para o povo português, para a cultura portuguesa. Do Voto de Pesar aprovado por unanimidade no Parlamento Português a 23 de Junho de 2010

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23 de junio de 2010
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De Santillana a Sabina

 

 

 

 Carlos Monsiváis, uno de los grandes escritores en periódicos en nuestro idioma, un verdadero maestro clásico y moderno, murió el mismo día que José Saramago. No fue una decisión acertada, la sombra de Saramago impidió mayores recuerdos, mayores espacios para uno de las personalidades más ricas, cultas e irónicas que uno ha conocido.

La noticia nos llegó en Santillana del Mar, al principio de los encuentros "Lecciones y maestros". La primera lección de este año venía con las palabras de Héctor Aguilar Camín- al que no conseguí oírle decir nada de su compatriota Monsiváis quizá por estar ocupado en narrar su propia crónica- al que siguieron la cordura juvenil así que pasen los años de Rosa Montero. Una excéntrica que se ordena y controla escribiendo excentricidades tan cercanas. Y cerraba las jornadas Manuel Vicent, con su sagacidad a cuestas- porque no puedo decir por montera- y con la inteligencia suficiente de haber creado "discípulos" como David Trueba.

Tres escritores, tres estilos diferentes, tres maneras de contradecir aquello que decía Albert Camus: "Si escribes claro tendrás lectores; si escribes oscuros tendrás comentaristas y discípulos". Camín, Montero y Vicent, tres claros escritores, convocaron a su alrededor una pequeña corte de comentaristas y discípulos. No pude estar en el encuentro de Vicent, presentado por Trueba, por razones de amistad: quería estar en las Ventas y con Sabina. Era su anunciada última salida al más importante de sus ruedos, al lugar de la gloria y la tragedia en la Plaza de Madrid. No me lo creo, pero no hubiera querido perdérmelo. Y eso que soy un especialista en pérdidas. Gran concierto lo niegue Agamenón o su porquero.

No escuché la lección mañanera de Vicent pero tuve la suerte de disfrutar del amigo y del escritor hasta altas horas de la noche en lugares menos serios, menos televisados, menos visibles y expuestos al ojo que todo lo ve. Escuchar a Vicent en compañía de una buena barra, y otras agradables compañías, compensa los viajes de ida y vuelta a un lugar de campaña.

Felices encuentros cantabros, pasados de halagos, compensados por las "maldades" que se dicen fuera del foro oficial, dónde no hay lugar para la trascendencia, ni la declaración admirativa. Cuando los escritores, periodistas incluidos, se encuentran sin testigos, ni cámaras, ni informadores, dicen cosas muy distintas a sus medidas palabras en los foros públicos. Hay que callar lo que no se puede contar.

Entre partidos de futbol, guerras dialécticas, sucias o legales, entre cánticos y silencios, volvimos a comprobar que Sabina tiene corazón y un chorrito de buena voz en ronquitud permanente. Que sabe ser claro, que tiene seguidores y que no está por la formación de discípulos.

También volvimos a darnos cuenta que, como decía el apasionado por  gatomaquias y otras animaladas de las tribus humanas, los periodistas son "inquilinos de las vanidades de la vida, seres que mezclan el ánimo romántico con el cinismo, que se entusiasman con lo que no se publica y se aburre con lo que sí se imprime". Vanidades, rarezas que también atacan a los escritores. Sean los maestros o sus comentaristas. 

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23 de junio de 2010
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¿Matrimonios podridos?

The life is nifty after the fifty. Leí este lema que viene a decir que la vida es "atractiva" después de los cincuenta aunque nifty literalmente tiene el sentido de "maloliente". Pero podría ser que así como bad (malo) tiene el significado de bueno, aquella inscripción en la trasera de un coche norteamericano quisiera entonar la vida de su propietario ya por encima de loc cincuenta. El caso que es que muy pronto, también en Nueva York, leí un mensaje en un mercado de frutas que decía: "The marriage is the only war you spleep with the ennemy", "El matrimonio es la única guerra en la que uno duerme con su enemigo". Con este para de pilares he recordado un verso de  Gil de Biedma que decía, refiriéndose también al matrimonio, a algo así como "y se hace muy estrecha la habitación cuando ya no nos queremos demasiado". Curiosa paradoja: cuando más se vive con una persona parece más imposible no hacerlo pero el amor no crece en la misma dirección garantizadamente y, con mayor frecuencia, sigue la dirección contraria. No necesariamente hacia el odio sino hacia  el pudridero. Del vínculo, quiero decir.

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23 de junio de 2010
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IV. El rey Voltaire

Ahora, en el vestíbulo del palacete de Ferney-Voltaire, en los nichos a ambos lados de la puerta, han colocado de un lado la estatua de Juan Jacobo Rosseau, el célebre filósofo ginebrino, y del otro la del propio Voltaire, algo que hubiera sido impensable cuando este último fue el amo y señor de sus dominios de Ferney, pues ya se sabe que se convirtieron en feroces enemigos, nada extraño entre filósofos, o escritores. En el mármol, Rosseau luce serio y algo altivo, mientras, desde el otro lado, Voltaire, ya viejo, lo mira de manera más que maliciosa, con la malicia de un personaje de Moliére, como si no olvidara la ironía del museógrafo de ponerlos frente a frente, igual que fueron colocados sus restos mortales en el Panteón de París, también frente a frente.

La guía que nos conduce por los aposentos de la casa, una muchacha graciosa y  llena de ingenio como el personaje al que ahora sirve, no se cansa de llamarlo "el rey Voltaire", con no poco de ironía. Se detiene frente a una pintura colocada en lo que fue su dormitorio, y explica que la encargó él mismo a un pintor  de los alrededores, ahora olvidado. El cuadro representa la apoteosis de Voltaire siendo coronado de lauros por el mismo Apolo que ha bajado de su carro celestial con ese solo propósito.

Se ve que creía en su propia gloria y en que la posteridad no lo olvidaría. Se ve que se creía Voltaire, y en realidad lo era.

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23 de junio de 2010
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Dos puertas dan al infierno

Confusiones inaceptables

 Hace muchos años Alfonso Paso escribió una comedia titulada "El pez gordo" en donde se tomaba a chacota aquella figura tan típica del franquismo. Un señor de Bilbao se dio por aludido y le puso un pleito. Esto es histórico y daba mucha risa, pero el otro día un gallego escritor se dio por aludido en un artículo mío sobre novelas españolas republicanoides y ya no me pareció gracioso. El tipo daba por sentado que el mundo entero iba hablando de sus novelas y que yo (que no le he leído ni una línea) tenía que referirme a él, sin la menor duda, ¿a quién si no? Narcisismos nacionales. Proyecciones de la aldea al mundo.

    Y ya, el colmo de la imbecilidad, un corresponsal me advirtió sobre los comentarios que aparecían en este blog a propósito de un suelto mío sobre la memoria histórica. Según dice, unos amigos de Almodóvar quieren que se dé por aludido. Dicen ellos que yo me refería a quienes protagonizaron aquella publicidad institucional sobre fusilados y asesinados, dándoles el nombre de "mercaderes de la muerte". Y eso ya no me hace ninguna gracia. Así que me veo en la obligación de afirmar que entre los buhoneros del dolor a los que hacía yo referencia no se encuentra Almodóvar.

***

Dos puertas dan al infierno

Va a comenzar la carrera y la joven maestrita dispone a los niños (no llegan a la docena, pero son muy ruidosos) en dos filas, los mayores detrás. "Cuando suene el silbato, salid corriendo y a ver quien es el primero que llega a Auschwitz". Suena el silbato y los niños salen disparados pasillo arriba. Estamos en el cruce de caminos de la Diáspora. Los pasillos forman ángulos obtusos. No hay ni un solo ángulo recto en el Museo Judío de Berlín. Los muros, las escaleras, los techos, las diagonales que hacen de ventanas, tienen la vertiginosa expresión que hizo famosa la cinta muda "El gabinete del Doctor Caligari". En este museo inspirado por Walter Benjamin los niños disputan una carrera entre el espacio dedicado a la Diáspora y el de Auschwitz.

    El museo de Libeskind, que debería producir en el visitante un agobio abrumador con sus vacíos, sus túneles, sus laberintos, las subidas y bajadas entre pisos irregulares, la caótica asimetría que representa la historia del pueblo judío, es en realidad un patio de colegio donde el visitante se siente más bien regocijado por el bullicio, las carreras, los gritos, las risas. Ciertamente, casi todo lo que ve es espantoso: la más exacta medida de la crueldad humana, de su perversidad, la estupidez impenetrable que nos separa de los otros animales. En este museo se exponen con densidad plomiza las torturas, los asesinatos, las humillaciones, las expulsiones, los exterminios a que hemos sometido a las gentes de religión o raza judía, con la peculiaridad de que también les hemos perseguido y destruido y saqueado cuando se convertían al catolicismo o se comportaban como patriotas alemanes y héroes de las guerras alemanas. No hubo escondite o disfraz para ellos. No hubo compasión. Ni siquiera cuando renunciaron a ser ellos mismos, negándose y aniquilándose en su corazón y adoptando el porte y la religión de sus verdugos, ni siquiera entonces dejamos de asesinarlos.

    Este museo de la maldad, del horror y de la verdad más insoportable de los humanos, sin embargo, ha sido construido y pertrechado por judíos para celebrar su cultura. El resultado es asombroso. En las salas ves los documentos del espanto: miserables judíos centroeuropeos en sus ghetos, sucios barrios comerciales de los judíos tolerados, retratos de familias enteras destruidas, la vida de millones de personas que anduvieron por este mundo con un precario permiso de existencia expedido magnánimamente por alguna autoridad. Y sin embargo en el museo no hay queja, no hay humillación, no hay derrota. Todo lo contrario. Son supervivientes, es cierto, pero invictos. No han podido con ellos, nadie los ha vencido.

    Creo yo que esta genialidad es específica del pueblo perseguido. La impregnación literaria judía es tan potente que todo el horror se sublima en historias particulares que, como cuentos, narraciones, novelas o breves películas, dan cuenta de miles de vidas privadas y particulares. Es el genio literario judío lo que impide que la historia de la destrucción se convierta en una aniquilación del pueblo judío. Muy al contrario, aquí vivimos las desgracias particulares o singulares de cientos de miles de individuos. Uno ve al cambista de largas trenzas contando zlotis polacos, dinares serbios, hellers húngaros o leis rumanos. O al muchacho que se inicia junto al rabino en la lectura del Talmud. O dos mujeres del gheto de Varsovia con escuálidas bolsas de las que asoma un rabo de apio. Y entonces cada uno de ellos se salva. Tal era el deseo de Benjamin: ¡no volváis a matar a los muertos! La memoria, la narración, salva a los muertos de seguir muriendo.

    En una vitrina están las gafas de un rabino de Moabit, en un cilindro perforado vemos como por el ojo de la cerradura un costurero, la mesita de noche con el libro abierto, un viejo sillón de orejas, en una salita hay retratos enmarcadas en madera blanca, en una galería de desaparecidos recorremos filas y más filas de fotos familiares. En exposición está la máquina de escribir de Nelly Sachs, el álbum familiar de los Burchardt, los vestiditos de alguna niña que en cierto momento se llamó Miriam, el tintero de Mendelssohn. Y así vas avanzando hacia el Tercer Reich, pero cuando llegas a él, ¡sorpresa!, ya no hay objetos, fotos o recuerdos, no aparece ni una sola imagen de los asesinos nazis. Este es el museo de los judíos, no el de sus plagas y verdugos. La muy sobria documentación final, con un curioso reportaje sobre Fassbinder, conduce hasta el vertiginoso "Memory Void", un patinejo de veinte metros de altura donde se acumula una montaña de piezas metálicas en forma de rostro humano. Puedes caminar sobre ellas. El chasquido hiela la sangre.

    Hay otra puerta del infierno, pero no es la de los judíos sino la de los cristianos. Es un espacio recién inaugurado que lleva por nombre "Topographie des Terrors". Como su nombre indica, ahora estamos en el lado contrario, el de los asesinos. Si en el museo de los judíos sonaba un violín, olía a sofrito y pachulí, parejas vestidas con ropa vieja bailaban alzando las piernas y los niños corrían alrededor de las tumbas, ahora entramos en el espacio de los verdugos filosóficos. Son homicidas ilustrados, respetuosos con la ciencia, el arte y la cultura. Sus ropas son inmejorables y cuando bailan lo hacen vestidos de frac en rápidos giros que sofocan a la rubia pareja y palpita su pecho rosado. En este museo los niños (los hay) no corren ni ríen. Tampoco sus padres. Aquí se impone un silencio de muerte, de verdadera muerte, un silencio que no tiene nada de literario. Es el silencio de la maldad expuesta en vitrina y cuantificada.

    La "Topografía del terror" es un gigantesco espacio en donde antes se alzaban el cuartel general de la Gestapo, la jefatura de las SS, su servicio de seguridad (SD) y el del Reich (RSHA). Estamos en el corazón de las tinieblas, la sima de los aullidos inaudibles. Aquí la sangre ha empapado de tal modo la tierra que los gobernantes alemanes prefirieron derribar todo lo que quedaba en pie y sobre el gigantesco solar esparcieron una capa de piedra trizada, un manto fúnebre. En un rincón de esa lámina triturada se levanta un rectángulo de vidrio casi invisible los días grises en cuyo interior se guarda la documentación de una de las mayores matanzas del género humano. Elegantes paneles informan a los visitantes (silenciosos, contritos, las manos a la espalda) sobre la destrucción que allí tuvo lugar. Datos, nombres, estadísticas, jerarcas, textos.

    Contraste excepcional. El museo judío es un ente vivo, un organismo que baila sobre incontables entierros, pero diferenciados. Allí palpita la voluntad de los humanos para resistir la persecución y el horror colectivos, allí constatamos la garra con que nos aferramos a la vida propia cuando somos amenazados por una masa. El museo alemán, en cambio, es abstracto, es conceptual, es un "centro de documentación", es la fría intelección de hasta qué repugnante hondura somos capaces de caer cuando nos hinchamos de soberbia religiosa, engreimiento nacional, superioridad racial e imbecilidad moral.

    "Muchos de nosotros luchamos en la guerra, muchos murieron. Hemos escrito por Alemania, hemos muerto por Alemania. ¡Hemos cantado la Alemania real, la auténtica! Y por eso hoy Alemania nos quema". Esto escribía en 1933 Joseph Roth, tras conocer la primera hoguera nazi. Estaba ya en el exilio parisino y resbalaba por su propio barranco de alcohol y desolación. Ellos, los judíos de Alemania, habían sido lo mejor de Alemania.

El huracán de cadáveres que azota al Ángel de la Historia, esa tempestad que Benjamin llamaba "progreso", sigue teniendo su ojo clavado en Berlín.

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23 de junio de 2010
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El militar deslenguado

La época de Obama no ha cambiado el estereotipo sobre cómo debe ser un jefe militar norteamericano. Sobre sus modales toscos, su pésima consideración de los políticos, su desprecio de los europeos y sobre todo de los franceses, y lo que es más grave, su escaso sentido de la autoridad presidencial y de la jerarquía entre las instituciones, algo que siempre hace temer lo peor en cuanto a sus ideas sobre las relaciones entre poder civil y poder militar. Lo único que ha cambiado con la época es la rapidez y eficacia de las comunicaciones: estas cosas se saben más y mejor que antes y se publican en estupendos reportajes y saltan a la escena incluso antes de que lleguen los ejemplares a los quioscos.

El lunes por la noche empezó a chisporrotear, ayer atizó fuerte la tormenta y hoy terminará con un rayo presidencial que debería teóricamente fulminar al militar deslenguado y pretoriano. Pocas disculpas pueden serle útiles a Stanley McChrystal, el general al cargo de la pieza más delicada del tablero militar norteamericano, el Afganistán sin orden ni solución donde campan los talibanes. En el reportaje de Rolling Stones sólo queda un títere con cabeza: Hillary Clinton. El resto, desde el presidente Obama hasta la OTAN, pasando por el vicepresidente Biden, el consejero de Seguridad Jones, el enviado especial Richard Holbrooke o un ministro francés, quedan de gilipollas para arriba. La gravedad del asunto es doble y tiene la forma de un dilema: a un serio problema de disciplina, en el que es imprescindible que se restablezca la autoridad del poder civil sobre los militares, se suma la situación de Afganistán, cada vez más embarrada y de gestión imposible. Si Obama le destituye para dejar las cosas claras sobre quién manda se inflige a sí mismo una severa derrota política en el escenario afgano. Todavía es peor si no lo hace. McChrystal, de momento, ha destituido a su jefe de prensa, responsable del reportaje y de las numerosas anécdotas que lo esmaltaban de críticas y desconsideraciones; y no tan sólo no ha desmentido ni una sola de las afirmaciones sino que ha pedido excusas. Quizás es lo más grave del asunto: el general pudo conocer parte del reportaje antes de que se publicara y no se opuso a su publicación, entre otras razones porque no debió disgustarle cómo sale parado de la historia. Nadie va a discutir la verdad del reportaje. McChrystal es exactamente como lo pinta la revista, y esto es lo más inquietante del caso, aunque tenga tantas explicaciones como se quiera. A fin de cuentas, sólo en los países que no tienen dificultades para utilizar la fuerza militar a la hora de resolver los problemas se dan personalidades militares como la de McChrystal. (Enlace con Rolling Stone).

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23 de junio de 2010
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Bajo el volcán

Además de ser el título de una de las mejores novelas del siglo pasado, escrita por Malcolm Lowry, Bajo el volcán podría ser la primera frase de una tragicomedia sobre nuestro presente. Me encuentro entre los miles de ciudadanos europeos afectados por las jugarretas del volcán. Eyjafjalla y, aunque en la adolescencia, como lector ferviente de Viaje al centro de la tierra, aprendí a reconocer la importancia de los volcanes, nunca había imaginado que un volcán precisamente islandés, como el del libro de Julio Verne, pondría en jaque a nuestra poderosa tecnología moderna. Contrariado y escéptico, como tantos otros, me he sumergido en el torbellino de retrasos y cancelaciones ¡Qué indignación perder una cita en pleno siglo XXI por culpa de la ceniza de un volcán de nombre impronunciable situado a miles de kilómetros!

Cada vez que la madre naturaleza nos juega una mala pasada nos sentimos injustamente tratados, lo cual, si bien no es un acto de inteligencia, demuestra hasta qué punto hemos caído en nuestra propia trampa al declarar domesticado el entorno que nos rodea. No es la única lección bajo la influencia del volcán. Estas últimas semanas, los náufragos del Eyjafjalla, atrapados en los aeropuertos mientras implorábamos el privilegio de poseer un billete de tren o un coche de alquiler, hemos tenido la ocasión de examinar muchos titulares de periódicos amontonados en las estanterías de los quioscos, y que coincidían en todo con el diario pacientemente leído durante las interminables horas de espera: la incertidumbre de Europa no se manifestaba sólo en los aires, con el tráfico colapsado, sino a ras de tierra, como un gigantesco puñetazo en el estómago. Malas noticias para nuestro bienestar ante las que sentíamos tanta incredulidad como la que experimentábamos frente a los paneles electrónicos en los que se dibujaba con insistencia la fatídica palabra cancelado.

Pero nuestra incredulidad tiene algo de teatral. Sabíamos de antemano que el volcán podía entrar en erupción en cualquier momento, y fingíamos lo contrario.

El País, 22/05/2010

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23 de junio de 2010
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Palabra

La palabra es lo mejor que se puede encontrar, la tentativa siempre frustrada para expresar eso a lo que, por medio de palabra, llamamos pensamiento. 270 De El año de la muerte de Ricardo Reis, Alfaguara, p. 270 (Selección de Diego Mesa)

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22 de junio de 2010
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El Boomeran(g)
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