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Necesitamos un Despacho Oval

Antes Europa no tenía número de teléfono. Lo dijo en plan gracioso Henry Kissinger hace muchos años, pero ahora, cuando cualquier familia tiene más móviles que hijos, alguien ha instalado un teléfono en Bruselas y ha ido repartiendo el número, empezando por el prefijo 32 que todavía une a flamencos y valones. En el listín quizás se encuentra buscando por Van Rompuy, Herman, presidente del Consejo Europeo. ¿O no será por Ashton, Catherine, la alta representante de la Política Exterior?

Ahora que tenemos teléfono y número, vemos que nos hemos equivocado. No era un problema de comunicarnos con el exterior. Era un problema nuestro, aunque nos empeñáramos en ocultarlo. Lo que necesitamos son dirigentes políticos que sepan dirigir. En cada uno de los países europeos, pero todavía más en Europa. Necesitamos el líder o los líderes que nos saquen de este lío tremendo en que nos hemos metido. En Estados Unidos lo tienen resuelto desde hace tiempo. Tienen el teléfono y el número. Tomen nota: 202 456 1414, marcando antes 001. Pero tienen el puesto de mando, el Despacho Oval. Así las cosas son mucho más fáciles. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? El doctor Kissinger consiguió despistarnos con su chiste. Hay que encontrar gente dispuesta a dirigir primero sus países y luego a dirigir Europa, y para ello hay que ponerle un despacho rumboso, lleno de historia como el que tiene el presidente norteamericano. Lo recordaba Antonio Caño el miércoles a propósito del mensaje de Obama sobre el espantoso vertido de petróleo en el golfo de México: ?George Bush habló desde el Despacho Oval tras los atentados del 11-S. John Kennedy lo hizo en medio de la crisis de los misiles de 1962. Ronald Reagan, tras el accidente del Challenger. Richard Nixon anunció desde el Despacho Oval su dimisión por el escándalo del Watergate?. Europa necesitaría ahora alguien que nos hablara desde nuestro Despacho Oval. Alguien capaz de decirnos la verdad sobre la crisis económica en vez de contarnos el cuento de Caperucita Roja y el lobo. Que nos persuadiera sobre la necesidad de estas reformas tan dolorosas que tenemos que hacer. Que aprovechara la crisis para hacer bien las cosas, como intenta Obama siguiendo los consejos de su jefe de gabinete Rahm Emmanuel. Que nos convenciera sobre el nuevo modelo productivo más verde y competitivo que debemos organizar. Que convirtiera la inmigración en oportunidades y no en amenazas. Que nos acercara a Turquía en vez de ensimismarnos en una Europa cada vez más occidental. Que apostara por más y mejor Europa, en vez de más naciones y peor unión de los europeos. Cuando EE UU está copiando algunas cosas buenas nuestras, lo mejor que podemos hacer los europeos es quedarnos con lo bueno que tenemos y copiar lo bueno que tienen los norteamericanos.

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20 de junio de 2010
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Carlos Monsiváis murió hoy

Carlos Monsiváis ha muerto hoy. Recuerdo haberlo oído en la Feria de Guadalajara y en la FIL Lima. Pocas veces he admirado a alguien tanto como a él delante de un micrófono, oceánico, inteligente, divertido, arbitrario. Lo he leído también, con igual admiración. Una vez escuché a Juan Villoro decir que él siempre buscaba las páginas de opinión de Monsiváis para saber qué opinaba él (Villoro). Imposible no estar de acuerdo con el convincente Monsiváis.  Monsiváis hablaba de todo menos de fútbol. Morirse en pleno Mundial, con un México en su mejor momento, y quitarnos la sonrisa boba del rostro, es su última ironía. Una broma que él hubiese celebrado mucho. Y luego, seguro, nos hubiera mandado a seguir viendo el partido. Adiós, maestro. 

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19 de junio de 2010
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Carlos Monsiváis: Postales mexicanas

Carlos Monsiváis acaba de fallecer. Lo leí, lo admiré, lo enseñé. Cuando lo conocí, me sorprendió la acidez de su humor, su mirada abarcadora sobre la cultura y política latinoamericanas. La última vez que lo vi, hace un par de años en Madrid, lo encontré muy pesimista sobre el presente mexicano, y me dijo que la culpa era de la violencia cotidiana. Sus comentarios tenían la brillantez de siempre.

En septiembre del 2006, cuando ganó el premio Juan Rulfo, escribí sobre él en La Tercera. La reproduzco a continuación. 

Hace un par de años en la feria del libro de Miami, asistí a un feroz debate entre Mario Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner y Carlos Monsiváis. El intercambio de ideas llevó a una clara polarización: en una esquina, Vargas Llosa y Montaner; en la otra, Monsiváis. Pese a ser superado numéricamente, el intelectual mexicano se defendió con humor y lucidez; sus ataques al ALCA no tuvieron desperdicio. Todo el público quedó convencido de la ortodoxia izquierdista de Monsiváis.

Esa misma noche, en la cena en homenaje a los participantes del debate, tuve la oportunidad de sentarme a su lado. De inmediato, Monsiváis me contó que Evo Morales había visitado México hacía poco, y que lo habían escandalizado los aplausos de la intelectualidad de izquierda cuando el líder indígena boliviano habló de llevar a la cultura occidental "al paredón de fusilamiento". Ahí me quedó claro que Monsiváis era un izquierdista peculiar: nada ortodoxo, capaz de ser crítico con la misma izquierda cuando era necesario. Otro ejemplo más actual: su ferviente apoyo a la candidatura presidencial de Lopez Obrador, su convicción de que en las elecciones mexicanas hubo fraude y de que la protesta es justa y necesaria, no ha evitado que atacara en un carta pública los métodos elegidos por Lopez Obrador para la protesta: "el bloqueo... es un hecho de insensibilidad profunda que lastima una causa que es de muchísimos".

Carlos Monsiváis, reciente ganador del premio Juan Rulfo, es un intelectual tan conocido por el público que ha aparecido en más de una tira cómica (ya en 1995, el periódico La Jornada llamó a esto "monsimanía"). Nacido en 1938 en el seno de una familia protestante en el México católico, se estrenó como periodista en 1954 -año en que también aparece el primer libro de Carlos Fuentes--, con una crónica sobre una manifestación política en la que habían participado Frida Kahlo y Diego Rivera. Con más de cincuenta años de participación continua en la esfera pública, Monsiváis ha sido uno de los que más ha hecho por mantener la elevada calidad del género de la crónica en la tradición latinoamericana (una tradición que tiene su punto elevado con los modernistas de fines del siglo XIX). Lo suyo, claro, es más bien "nueva crónica", pues dialoga activamente con el "nuevo periodismo" de los Estados Unidos (Tom Wolfe, Hunter Thompson), con su estilo de no oponer la crónica a la ficción (la crónica también participa de la ficción, de la imaginación). Entre sus libros más importantes de crónicas se encuentran Amor perdido (1977), Escenas de pudor y liviandad (1981) y Los rituales del caos (1995).

Monsiváis es un creador prolífico, de admirable versatilidad temática: sus textos van desde el análisis de la alta calidad literaria presente en la obra de Salvador Novo hasta la importancia del bolero y la telenovela como formas culturales imprescindibles para entender el siglo veinte mexicano, pasando por los ritos melodramáticos relacionados con la Virgen de Guadalupe. Después de Borges, es el que más ha hecho por convertir al prólogo en un género literario.

Monsiváis es un agudo observador de la vida política; de hecho, su fama comienza con sus crónicas sobre la masacre de Tlatelolco en 1968, recogidas en su libro Días de guardar (1970): "En el féretro el hijo único, victimado dos días antes en el Casco de Santo Tomás, al adueñarse el ejército de las escuelas del Politécnico. No, ella no ha acumulado reproches, ni maldiciones, ni injurias. Avanza y va demostrando, con desplazamientos irrevocables y exactos, la torpeza de la estatuaria cívica. Ella camina y su paso lo preside todo, restaura proporciones que el caos había olvidado. Sus brazos en alto concluyen en la V. Un concepto del luto y de la pérdida se está enterrando ahora". Se puede decir que, en Tlatelolco, la izquierda mexicana encuentra su voz en los textos de Monsiváis y Elena Poniatowska.

A través de las crónicas de Monsiváis se puede seguir el crecimiento desaforado de la ciudad de México. Como dice John Kraniuskas, el tema constante es el de la "creatividad de la cultura popular en un contexto de urbanización acelerada y precariedad económica". La identidad mexicana no se forma en la escuela sino a través de la industria cultural; la radio, el cine, la música popular, la televisión ofrecen modelos de conducta para ser sacralizados (el pelado, el macho, Cantinflas): Monsiváis señala que entre 1930 y 1950, gracias a la radio, "se va precisando el nuevo personaje o nueva categoría social, el Ama de Casa, el primero y el más firme de los auditorios cautivos... la criatura de la domesticidad y los detergentes que llora, ríe o se pasma a petición del melodrama y de las sugerencias como órdenes del locutor".

El melodrama ayuda a unificar la sociedad, su sentimentalismo amortigua la transición de la sociedad tradicional a la sociedad moderna. En Monsiváis no hay nostalgia ante aquello que se pierde; hay más bien crítica ante la forma regocijada en que la gente se integra a la sociedad de consumo capitalista, y una mirada dispuesta a sorprenderse ante las nuevas formas que tomará la creatividad popular.

Kraniuskas también sugiere que todo se desplaza en los textos de Monsiváis: el cronista deambula por la ciudad; la cultura alta se disemina a través de la cultura de masas (la poesía modernista se refugia en los boleros); lo religioso impregna lo secular (el vocabulario sacro es central en las canciones de Luis Miguel). Las crónicas y ensayos de Monsiváis, obsesivamente centrados en México, también sirven para entender a América Latina -de hecho, el año 2000 ganó el premio Anagrama de ensayo con Aires de familia, un análisis de la cultura y sociedad latinoamericana--. Con todo, lo cierto es que en Monsiváis se encuentra una paradoja necesaria: por más que lo suyo sea el desplazamiento continuo, él es principalmente el privilegiado cronista de un espacio único, la ciudad de México.

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19 de junio de 2010
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Sólo para conversos

Una hora antes de que comience el partido entre Estados Unidos y Eslovenia, la gente en los cafés de Ithaca no parece haberse dado por enterada. Algo muy opuesto a lo que se acostumbra en América Latina y España (bueno, en el mundo entero) cuando juega la selección nacional: las calles desiertas, la sensación de que algo importante está por ocurriendo, la efímera unión de los contrarios. Compro USA Today, y me sorprendo: no sólo un titular en primera página ("No room for error"), también cuatro de las doce páginas de la sección de deportes están dedicadas al mundial. Dos de ellas son un perfil del entrenador, Bob Bradley, cuyo detalle más importante, según el artículo, es que no es ni Dunga ni Maradona ni Capello, sino, simplemente, un hombre común al que le gusta la música de Bruce Springsteen. Su hijo Michael, que juega de titular en la selección sin que nadie cuestione favoritismos, declara, redundante como buen futbolista: "Él es el seleccionador, es mi padre. Yo soy un jugador, su hijo. No hay nada más que decir". Pues sí.

Las cámaras de Univisión -el canal más grande de televisión en español en los Estados Unidos-- muestran bares atestados en Nueva York y Boston, gente con banderas y sombreros con los colores de la bandera norteamericana. El periodista entrevista a un grupo, y resulta que uno es salvadoreño y otro panameño y así sucesivamente; les pregunta, entonces, por qué apoyan a los Estados Unidos. "Porque todos somos americanos", dice un boliviano, también redundante. El que no parece entusiasmado por esto es el locutor del partido en Univisión, que ayer relataba México-Francia con un claro apoyo al equipo del Vasco Aguirre, pero hoy no está dispuesto a que los eslovenos lo acusen de parcializado.

Del partido se puede decir que fue de ida y vuelta. Estados Unidos no brilla, pero siempre está dispuesto a entregar 90 minutos de emoción. Para hacerlo más interesante, el equipo norteamericano suele dejarse meter un gol en los primeros minutos. Y luego, a correr se dijo, a remontar, tan metido en el ethos de sus jugadores el espíritu de la épica. Alguien escribe en Twitter: "Los gringos son los nuevos alemanes del fútbol: tenaces, seguros". Sí, un equipo que no se da por vencido ni aun vencido. Y con dos en contra, apareció Donovan, que se inventó un golazo casi sin tener ángulo para el disparo, y luego el hijo del seleccionador, para que nadie dude de que está aquí por méritos propios, puso el segundo, e incluso hubo tiempo para un tercero, que el árbitro anuló equivocadamente.

La innata incapacidad para aceptar la derrota, la fe (no ciega) en ellos mismos, el funcionamiento de la meritocracia, la presencia natural de inmigrantes o hijos de inmigrantes en la selección (Donovan, Altidore, Onyewu, Howard, Torres, Bocanegra, Cherundolo...): el fútbol como mensajero de algunos de los valores más importantes de la sociedad norteamericana. Una lástima que, una vez más, al menos en los Estados Unidos, esta prédica magnífica haya sido sólo para los conversos.

(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 18 de junio 2010)

       

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18 de junio de 2010
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Desencantamiento del coche

Poco a poco, sin grandes acciones, la crisis económica va transformando las ideas y sus aplicaciones, la estética y sus admiradores, los aparatos y sus usos.

No me referiré ahora más que al automóvil al que en poco tiempo ha cambiado su fama y su fisonomía. Los coches, que siempre poseyeron una simbología cuya potencia superaba a la del motor han quedado reducidos a unidades generalmente feas y apoyadas no en sueños sino en precios de la  gasolina o el gasoil, tasas contaminantes y enchufes en la red.

 Si el auto fue la máquina con menos sentido común ahora ha sido alistada en la misma consideración de los demás artefactos racionales. No es ya lo importante que luzca sino que ahorre, no es necesario que sus formas nos gusten sino que al viento le caigan bien. Con ello se llega a contar con una magia menos y una razón práctica   más.

 ¿Ir en coche? La gente pide que la transporte el AVE que viene a ser el elemento menos erótico de todos una vez que ni es un tren ni es un coche. Sólo transporta con una eficiencia que, poco a poco, se eleva a la máxima general de la  sociedad: la máxima eficacia con la mínima de fantasía, el desencantamiento de los objetos de los que el automóvil fue el rey.

 

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18 de junio de 2010
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III. Cinco veces la lotería

El nombre y la efigie de Voltaire están por todas partes en Ferney, estatuas, calles, plazas y negocios, y su palacete es un lugar de peregrinación, convertido ahora en museo bajo el cuido del estado francés, tras haber pasado por varias manos a lo largo de los siglos, y haber amenazado no pocas veces ruina, toda una peripecia que empezó cuando su sobrina y amante, Madame Denis, la vendió apresuradamente tras la muerte de su dueño, acaecida en París a sus 84 años, y adonde había regresado por primera vez en mucho tiempo.

            Voltaire prefería llamar castillo a este palacete de proporciones y decorados más bien modestos, rodeado por un hermoso parque que no tienen sin embargo ninguna de las suntuosidades de Versalles, como él pretendía, pues también se pensaba un rey en competencia con Luis XV, el rey Voltaire, el libre pensador radical que enderezaba sus baterías poderosas en contra del absolutismo, del oscurantismo religioso, y de la intolerancia, que gustaba sin embargo de los placeres y halagos de la vida de la corte, y por eso estableció la suya propia en Ferney.

Era un hombre rico para sostener semejante tren, empezando por una mesa a la que sentaba doscientos comensales, mucho de ellos sus huéspedes alojados en el palacete, llegados de diversas partes de Europa en peregrinación. Sobre las fuentes de su riqueza, que para empezar la permitió edificar el palacete, se cuentan muchas historias, pero hay una que me seduce, y es que ganó cinco veces la lotería gracias a su dominio de los cálculos matemáticos, aprendidos gracias a las enseñanzas de su amante ilustrada, la marquesa de Châtelet, estudiosa de Newton.

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18 de junio de 2010
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Ojos de pescado

Click here to view the embedded video. Están ahí para mirarnos y grabarnos. Decenas, cientos de cámaras regadas por toda la ciudad como si ya no fueran suficientes los camiones cargados de policías, los CDR en cada cuadra y los segurosos con camisas a cuadros. Han sido instaladas con una eficiencia que rara vez se ve en la ejecución de algún proyecto de beneficio popular. Su sofisticada estructura asoma lo mismo en una calle donde la mitad de las casas están a punto de derrumbarse que en los modernos enclaves turísticos o en la suntuosa 5ta Avenida. Captan al que trafica con carne de res, vende drogas o arrebata una cadena de oro; pero también vigilan a quienes no guardan armas bajo la cama, sino opiniones en sus cabezas. Cuando esos ?ojos de pescado? empezaron a ser instalados por todas partes, generaron entre los habaneros una sensación de parálisis. Me recuerdo buscando los puntos ciegos donde sus globos de cristal no pudieran captarme. Después me relajé un poco y aprendí a vivir con ellos, sin dejar de sentir esa comezón en la nuca que da el saberse observado. Entre las especulaciones alrededor de estas máquinas filmadoras está la de que tienen programas para detectar rostros -ya incluidos en una base de datos- a partir de medidas antropométricas. Pero los comentarios de ese tipo bien pudieran pertenecer al catálogo fantasioso que genera todo lo nuevo. Estas cámaras públicas ?materialización de la telepantalla orwelliana? han dado inicio a una nueva cinematografía. Aunque funcionan básicamente de forma automatizada, algunas manos han filtrado su contenido hacia las redes alternativas de información. Decenas de imágenes salen de los archivos policiales y circulan ahora mismo a través de las memorias USB. Videos donde se nos ve delinquir y sobrevivir, hurtar y rebelarnos. Minutos de golpizas policiales, choques de autos y vistas de prostitución entre muchachos muy jóvenes y turistas que le duplican la edad. Una completa muestra de un impactante snuff movie que desde hace semanas va de una pantalla a otra, brinca de los teléfonos móviles a los reproductores de DVD. Sin pretenderlo, la policía nos ha dado el más crudo testimonio que se puede tener sobre nuestro presente. Una sucesión de escenas que ?no hay dudas? quedarán almacenadas en la memoria visual de este país.

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18 de junio de 2010
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Vidas del color

 

1. La solitude organisative

 

Con la obra plástica de Miquel Barceló me vengo encontrando hace cosa de diez años al azar de los viajes, y como ya eso mismo me había ocurrido con la pintura de Tapies, y después con los trabajos de Luis Gordillo, Frederic Amat y Francesc de Torres, pongo en limpio estas notas tomadas al pie de la Caixa Forum, despues de visitar su espléndida muestra “La solitude organisative” (1983-2009).  Con la pintura, como con la música, uno sostiene relaciones del todo personales, que a  veces adquieren la incertidumbre de  un enigma, que uno descifra como puede, y no siempre puede.  No se trata de una pregunta por el gusto, que es más afectivo; sino por esa demanda de lo genuino que el arte de exploración despliega, revelándola, de pronto, con la fuerza de su ausencia. Lo dice mejor Rothko en la  pieza “Red,” de John Logan, con su alegato por la certidumbre, a propósito de Caravaggio venciendo la oscuridad de la iglesia de Santa María del Popolo al pintar la Crucifixión de San Pedro.  Es ya sintomático que el título de esta muestra de Barceló busque organizar la fecundidad de sus formas de errancia, en el puro azar que las despliega. Y lo hace en el idioma cuya sintaxis presume leer el mundo. La soledad, en español, es más bien autocontemplativa; en ingles, declara un problema personal; sólo en francés es capaz de organizarlo todo, gracias a que el yo es una categoría gramatical.
 

“Huir del exceso,” llama Barceló a su serie del desierto, aunque en su caso el exceso es la materia de que está hecha el mundo, y hasta sus cerámicas están llenas de la materia misma que las reprodujo. Como el muro de Tapies, el desierto aquí es un espacio plástico elocuente; pero allí donde el maestro cultiva el silencio y hasta la mudez interna de la materia, Barceló discurre con bravura.  La abundancia de la materia, que brota excediendo a la forma, esta vez me resulta más sensorial en las naturalezas muertas, cuyas frutas partidas o abiertas reverberan de color. Esas frutas son dones del tiempo que celebra su duración. Son cuadros, por ello, que dialogan con el barroco. En una serie de formato más amplio, los blancos cubren la imagen del bodegón, mediando entre la inmanencia de las cosas y su desaparición.  
 

Va uno, así, comprobando el talento del artista para cambiar de lugar y asir la materia liberada por el color, poniéndose una y otra vez a prueba. Lugares que son tiempo, o sea, espectáculo de la abundancia escénica, allí donde el arte se cita a sí mismo, celebrando su capacidad de ver, de revelar.
 

Después de una gran cocina española, unas papayas densas, y unos bodegones azurbaranados, me pareció que en la sala siguiente me encontraría con unas frutas americanas, más terrestres que flotantes, cuyo color podría ser el del sabor. A esta muestra, me dije, le hace falta el pie a tierra de esa nostalgia. ¡Lo que podría hacer Barceló con una piña! Esa piña americana que Felipe II miró en su mesa, en silencio, y decidió no probar.
 

 

2. Viva el color
 

 

En cambio, no conocía la pintura de Rufino de Mingo, cuya obra reciente puede verse en el Centro de Arte Moderno de Madrid. Me llamó la atención que los dos prologuistas de su catálogo se refieran a la soledad que sus figuras en tránsito desnudan o revisten. Jorge Fernández Torres alude a una serie de homenajes a Hopper que ha ejecutado de Mingo, y es cierto que los edificios de Hopper no sólo han desaparecido sino que es, precisamente, ese trance de precariedad que sus composiciones agudizan. Después de frecuentarlo, uno se descubre caminando levemente hopperesco. Por su lado, Jesús Lázaro Docio observa en esta muestra un espacio reflejado y refractado, espacio bidemensional, dice, donde la figura del centinela es un paradigma de la soledad y el ego es un fantasma. “Viva el color” se llama esta muestra y la calidez del color es aquí una materia en circulación, que reparte entre el mundo y el sujeto un orden sensorial pleno, a la vez físico y onírico, empírico y ritual. Los personajes del pintor están poseídos por una actividad intensa, a veces lúdica, tal vez trágica, de un vigor casi expresionista, y de un gusto cromático que adensa la composición gráfica.
 

Hay un apetito mundano, terrestre, en el mismo drama de cuadros como “Balseros,” “Náufragos” y “La Frontera,” que aluden a la inmigración, a la subversion que esos cuerpos desnudos imponen a la misma sintaxis de la plástica. Otro cuadro, “El Winipher,” remite al famoso barco que llevó emigrados españoles a Chile durante la Guerra Civil. Así, la articulación de esta obra se organiza también en su exploración de espacios alternos y extraterritoriales; sólo que el eje de estas versiones transfronterizas es la orilla americana. Sobre todo, el Caribe, que es uno de los tramos de referencia en el diálogo del artista con su arte, ya que ha exhibido en Puerto Rico, Cuba, República Dominicana y Estados Unidos. La zozobra de esa recomposición del espacio caribeño seguramente deja una huella transitiva en su obra, el aire de un movimiento de tránsitos y transiciones, entre espacios superpuestos y a la vez fluidos.
 

La extraordinaria figura de un hombre desnudo, cuyo dinamismo es una energía esquemática, que carga una nube negra y una nube blanca mientras camina de sur a norte, es un enigma de la representación del sujeto de este siglo: entre heroico y caricaturesco, es un sujeto consagrado por la pintura como la nueva vida del color.
 

En la inquietante obra plástica de Rufino de Mingo, esta sintaxis mestiza tiene el poder y la humanidad de hacernos compartir ese devenir, tan incierto como verdadero.

 

 

 

 

 

 

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18 de junio de 2010
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Pensar, pensar

Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte. Revista del Expresso, Portugal (entrevista), 11 de octubre de 2008

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17 de junio de 2010
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