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Digno de Hollywood

Por 24 de junio de 2010 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Ayer un estudiante peruano me dijo que uno de sus amigos tenía que dar una charla en Chicago, pero le cambiaron el horario para que no coincidiera con el partido de los Estados Unidos contra Argelia. ¿Podía ser que algo que estuviera cambiando? A juzgar por lo que veo en el lobby de la biblioteca Mann, en la universidad de Cornell, parece que sí. Han instalado una pantalla gigante (lo han hecho en varios lugares del campus), y quince minutos antes del partido hay un buen grupo de estudiantes agitando banderas y con la tensión en el rostro. Están los indiferentes y los que se detienen a preguntar qué diablos pasa, pero la mayoría al menos está enterada. Las imágenes de ESPN muestran bares en la Florida, en Nueva York, en California: definitivamente, la fiebre del mundial ha llegado a los Estados Unidos. Ya veremos qué pasa cuando la Copa acabe, pero por lo pronto, yo que vivo aquí hace veinte años, noto un cambio.

Algunos estudiantes comentan los cambios estratégicos en la alineación de Bradley: Bornstein no es muy querido, pero se reconoce que Onyewu no ha estado jugando bien. Comienza el partido y todo discurre con normalidad hasta el gol anulado a los Estados Unidos. La repetición de la jugada indica que el árbitro se equivocó, y se instala en el ambiente algo que casi todos los países chicos conocen: que la mano negra de la FIFA conspira contra Estados Unidos. ¿Cuántos goles tiene que meter este país para que alguno cuente? Uno de los estudiantes, seguro de algún postgrado en psicología, dice que no cree en teorías conspiratorias, sino más bien en un "prejuicio inconsciente" de los árbitros, que desde chicos han sido acostumbrados a ir contra los Estados Unidos. Suena plausible, aunque también, a su manera, se trata de una teoría conspiratoria.

Segundo tiempo. Inglaterra está ganando y los Estados Unidos se queda fuera. Se suceden los ataques, Dempsey la tira al palo, los estudiantes se comen las uñas. Se va acabando el partido, y los que nunca dejan de ser optimistas comienzan a resignarse. El árbitro dice que dará cuatro minutos extra. De pronto, salida violenta de los Estados Unidos, galopada de Donovan liderando la carga de caballería, pase de la muerte, rebote, y un final feliz digno de Hollywood: Donovan ha marcado y se ha hecho justicia. Gritos de júbilo, el retumbar del "USA, USA, USA!".

Me abrazo con desconocidos. Uno de ellos dice: "¡Ahora, que venga Alemania!" Da lo mismo cualquier rival, parece, porque Estados Unidos juega de igual a igual contra todos. Una locomotora desbocada (como Altidore), que va al frente con más corazón que cabeza, que sólo tiene a Donovan para pararla y pensar un poco. Un equipo que falla muchos goles y no tiene a los árbitros de su lado, pero no importa, no ahora. La televisión muestra autos tocando la bocina en Times Square, algarabía en algunos barrios de Los Angeles. Para que se imponga el fútbol aquí no se requiere de la estrategia de la FIFA, lo que se necesita es emoción. Y los muchachos de Bradley, con Donovan a la cabeza (el pobre, no sabe lo que se le viene: ya lo han comenzado a llamar "héroe"), se han dedicado a darle emoción al mundial.  

(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 23 de junio 2010)
   
 

 
 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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