Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Diario de la peste (17) La máscara

Hay quienes piensan que la mascarilla es una herramienta política más que profiláctica. A través de ella nos privarían de contactos, de conexiones, de poder, y nos estarían convirtiendo en sujetos aislados y pasivos, habitando una horrenda distopía. Pero atribuirle a la mascarilla intenciones políticas nos sume en la contradicción. El Estado odia las máscaras porque necesita caras, y compensa su falta de trasparencia con la exigencia de que los demás han de ser trasparentes. “Yo no, por definición, pero todos los demás sí”, dice el Estado. En el siglo XVIII se prohibieron los bailes de máscaras porque favorecían los delitos. Mi madre me contaba que durante los carnavales de antes de la guerra, no eran raras las puñaladas al amparo de la máscara, como ocurre en algún momento de El cuarteto de Alejandría. Franco prohibió los carnavales. Al franquismo tampoco le gustaban las máscaras, pues para enmascarados ya estaban ellos. Y es que el Estado, además de tener el monopolio de la violencia,  detenta también el monopolio del enmascaramiento y la multiplicación de máscaras le parece una maldición borgiana pues sabe, por experiencia histórica, que cuando se deja paso libre a las máscaras empieza el carnaval. Y el carnaval es una fiesta demasiado desafiante como para prolongarla durante años, y puede acarrear violencias inesperadas. El carnaval nunca es la figura en la que se proyecta el Estado. Al fisco no le gustan las máscaras, y a la policía tampoco. Sí, en el parlamento caben las máscaras, y no en vano tiene forma de teatro griego, pero en la calle ya es otra historia. Cuando el Estado deja que la calle se llene de máscaras es porque no tiene otro remedio, y algo habrá que inventar para abolirlas. Cuando las máscaras danzan la farra se torna la mayoría de las veces inevitable. Una cosa arrastra a la otra como una ola a otra ola (les pasa a los jóvenes). Además, como ocurrió en otras épocas, las máscaras podrían convertirse en las mejores aliadas de los ladrones, de los bandoleros (en las películas van siempre con un pañuelo a modo de mascarilla) y de toda clase de subversivos, empezando por los que se deleitan en romper vidrieras de tiendas de renombre. Cuando en una manifestación la policía ve mucha gente enmascarada sabe que habrá problemas. Las máscaras no interesan. Basta con detenerse en algunos momentos de la historia reciente: toda la guerra contra el burka en Francia ha ido por ahí. La República no quiere máscaras. Después el problema se puede rebozar con otras materias, pero la esencia está ahí: el Estado laico detesta a los enmascarados. En una época en la que tanto los estados como las grandes corporaciones quieren llegar a tener toda la información posible sobre los ciudadanos, la máscara supondría un retroceso en esa aceleración hacia la trasparencia: la transparencia de los ciudadanos, quiero decir, no la del sistema político y económico. No creo que a ningún estado le interese que se prolongue mucho el asunto de la máscara. Eso solo les puede interesar a los fabricantes del producto y a las farmacias. Un Estado lleno de enmascarados es una pesadilla para cualquiera y de paso también para el Estado. La trasparencia de nuestro tiempo y su rechazo a la intimidad se avienen mal con las mascarillas. Buena parte de nuestro sistema está basado en la geografía de la cara. Somos sobre todo caras, moviéndonos en un frenético remolino de realidades y ficciones digitales. La mascarilla rompe la fiesta, y casi también rompe el sistema. Somos una cultura de caras, que esas caras puedan a menudo ser también máscaras es otro problema. Y de hecho internet es un carnaval, además de ser otras cosas; pero esas caras que vemos en la red no llevan mascarilla, al menos no hasta ahora. “¿Cómo permitir lo que odias?”, se pregunta el Estado con angustia hamletiana. En Francia quieren resolver la contradicción y hablan de la mascarilla trasparente, sobre todo para los docentes. Los más sabios piensan que esto va a durar y que quizá nos hallamos ante un cambio de paradigma de hondo calado. Los cambios de paradigma son raros, pues suelen implicar el desplazamiento de grandes masas humanas. El modelo de los últimos tiempos era arrastrar masas hacia la ciudad: la mejor estructura para favorecer las epidemias. Un nuevo modelo podría modificar considerablemente ese destino. Parece evidente que nuestro futuro va a depender de cómo sepamos aligerar las densidades, también las densidades humanas, evitando las concentraciones sofocantes. Se trataría de habitar de otra manera el mundo, tras toparnos con una hiriente evidencia: lo que se podría llamar ideología de la aldea global pensó en todo menos en lo que estaba encima de la mesa: las epidemias, que hallan en las masas su tierra de promisión. Aunque las máscaras trasparentes tienen más posibilidades de convertirse en fetiches que las otras, no creo que resuelvan la paradoja, pues también parten le rostro en dos. El problema está en las masas, tan necesarias en la sociedad del espectáculo, y en las caras, igualmente necesarias en la edad de la vigilancia y el narcisismo global.

Leer más
profile avatar
9 de mayo de 2021
Blogs de autor

PROTOAIRA

Trabajando en la confección de un pequeño ensayo sobre César Aira, genial argentino recién galardonado con el Prix Formentor 2021, me encuentro de nuevo con esa guadaña herrumbrosa que es el plagio inverso, no siendo yo en este caso el plagiado, como es habitual, sino César Aira, y, curiosamente, yo su plagiador. Aira utiliza un dispositivo, entre otros muchos, y todos de modo sabio y eficaz, que es el de la progresión del discurso de modo escalonado, acelerado, con aires aritméticos y final desconcertante, uno de sus procedimientos más aplaudidos y que yo ya utilizaba en 1964, con 22 años, y que César, en esa fecha, con 15, seguro que también, pero yo no conocía su obra, si es que existía, de ahí el prodigio, y, por otra parte, y esto ha de quedar muy claro, cuesta creer que él sí conociera la mía. Entonces, para no perder más tiempo, y haciendo caso al refrán 'para muestra un botón', ahí va mi relato "El fracaso", de ese año 1964 (anda por ahí publicado), y ustedes opinen, que quizá no sea nada más que una confluencia, el término que se aplica a la conducta de buitres y cóndores, especies alejadas taxonómica y geográficamente pero de parecidas apetencias alimentarias.

El fracaso.

Un hombre emprende un trabajo arduo y con­vencido de su capacidad descuida algunos deta­lles. Estos le hacen fracasar.

De nuevo comienza una obra que seguramente es más amplia y laboriosa. Al principio acuciado por la propia necesidad de éxito acelera enorme­mente su desarrollo y corona las primeras etapas antes del tiempo prefijado. Esto le hace aminorar la marcha y cada día realiza algo menos que en el anterior. Así llega a un paro total que le lleva al fracaso.

Otra vez desea justificarse y acepta una labor importante. La emprende con alegría y rapidez pero temeroso de cometer algún error la reestruc­tura y racionaliza. De este modo el trabajo se dignifica y pierde trivialidad y gana empaque. Sin embargo el exceso de metodización le confiere un aspecto agrio y ante la perspectiva de una posible abulia vuelve a la alegría y rapidez con que comenzó. Así llega de nuevo al período en que desea metodizarse y así al período de la alegría. La repetición de estos estados le causa miedo y decide intercalar una etapa que alargue el ciclo. La búsqueda de dicha etapa es difícil y empleado exclusivamente en ello distrae el negocio. De nue­vo fracasa.

La vez siguiente prefiere arriesgarse en algo definitivo. Es un trabajo enormemente delicado y difícil con una duración además extraordinaria­mente larga. Los motivos por los que lo escoge son obvios. Realiza un verdadero juramento ante sí mismo de dedicar toda su vida al logro de la empresa. Calcula los años que le quedan de vida acogiéndose a la media de sus antecesores. Asigna a cada año una parte y así mismo a cada mes y día y hora y minuto y segundo. Construye un calendario que constantemente le indique el pun­to en que se halla en su labor. Elimina dos perío­dos. El ocupado en agonizar y el ocupado en pla­nificar su obra. Curiosamente al restar del tiem­po total la planificación y la agonía aparece un tiempo asombrosamente ridículo. Acobardado no acierta a realizar con tino la gran cantidad de trabajo acumulado en cada parte del minúsculo tiempo total. El error le vale una rápida expulsión de la férrea empresa. Afortunadamente un fallo en el cálculo de la longitud agónica le hunde antes en ella. Así prematuramente descansa.

(1964)

Apud La hora oval (1971)

Leer más
profile avatar
9 de mayo de 2021
Blogs de autor

3800 almas

No se sabe, cuando escribo esto, cómo va el voto en Madrid, pero en el resto de España otras sumas están por resolver; según las últimas noticias, tal vez no lleguen a 3800 las almas afectadas por el tremendo ere del BBVA, que cerraría más de un 20% de sus oficinas. Con la Banca yo me acuesto y me levanto, como todos ustedes, pues nuestra vida es bancaria en dos modalidades, la resignada y la refunfuñona, según nos haya ido en los engranajes de la máquina financiera. He cambiado de pareja varias veces en todos mis años, y nunca de banco, al que tengo, más que un cuelgue, la costumbre de serle fiel; la entidad es abstracta y no siempre me corresponde, pero el rostro concreto de muchos de sus empleados todavía lo recuerdo desde que abrí una cuenta siendo estudiante en el entonces llamado Banco de Bilbao. El siglo XXI, mientras uno trataba de ahorrar para la vejez, también hizo ahorrativo, desde el propio nombre, al BBVA, y mi sucursal, que daba gusto verla de espaciosa que era y bien nutrida, se adelgazó o contrajo: las esperas se hacían largas, el personal cambiaba vertiginosamente, aunque debo decir que la infidelidad sistémica ha quedado en mi caso salvada, hasta la fecha, por el factor humano, hoy reducido a dos personas que atienden con una eficacia extraordinaria. Las aplicaciones, eso sí, aumentan; robots aún no he visto.

No quiero ser truculento al modo del novelista Jim Thompson en su excelente thriller 1280 almas; en mi oficina no ha habido derramamiento líquido. Pero el BBVA, leo en la prensa, ha ganado 1210 millones en lo que llevamos de año, y su consejero delegado responde a las reprimendas del gobierno por los elevadísimos salarios de sus más altos ejecutivos que, si no les pagan millonariamente, se les van a otra empresa. ¿Adónde irán los eres redundantes, con sus cuerpos? ¿Nos iremos nosotros algún día? ¿A la porra?

Leer más
profile avatar
6 de mayo de 2021
Pintura de Elena Gómez Toussaint
Blogs de autor

Tocar la luz

 

Al acabar un libro cuyo último verso es “yerma oquedad” no es difícil caer en el temor de que cualquier palabra que pueda decirse a continuación va a ser violenta. Y lo será por romper ese silencio hacia el que la autora, Tatiana Espinasa (Ciudad de México, 1959), ha estado tendiendo a lo largo de todos los poemas reunidos en Oscuras sombras (1991-2019), publicado por la editorial mexicana Ediciones Sin Nombre y el Instituto de Cultura Superior hace exactamente dos años, e ilustrado con algunas obras de la artista plástica Elena Gómez Toussaint.

En el prólogo a esta edición que reúne cinco títulos de la poeta, Ruth Bekhor escribe que “Leer a Tatiana Espinasa en particular es aprender a respirar con las palabras”. Sus poemas son breves y, efectivamente, aparecen plasmados en el centro de la blancura del papel como señalando un punto de amarre donde tomar aire: la palabra. Una palabra concebida como imagen que ha de ser contemplada para experimentar. Su formación en Filosofía se delata en una poesía existencialista en la que no se da una realidad sino un conjunto de percepciones. Sus poemas son la voz de un cuerpo que siente, que se repliega en sí mismo: se siente y siente a la otra persona solamente como una experiencia propia, puesto que el otro o la otra no puede ser sino un pensamiento, el recuerdo de un sentimiento, ausencia o idealización. “Esta torpe costumbre de inventarte”, escribe. El amor como un mero ejercicio de la imaginación, pero que duele.

El dolor y las heridas son abundantes en la obra de Tatiana Espinasa, con una actitud que la sitúa en una larga tradición poética –de mujeres, especialmente– en la que la voz es, principalmente, somática. La voz como lamento: “La súplica se ha vuelto queja”. Ese es el itinerario que parece inesquivable, la esperanza entendida como una demanda imposible de atender no tiene más posible resolución que el desconsuelo. Ya escribió Santa Teresa que incluso las súplicas atendidas acababan provocando lágrimas.

Algo de mística hay también en la poesía de Tatiana Espinasa, y no sólo porque la unión con la amada casi siempre se produce en el pensamiento, en el recuerdo; también en su capacidad contemplativa. El cuerpo es voz, como ya se ha dicho, pero también es tiempo. Es el tiempo, incontrolable, aquello que acaba de definir una naturaleza que más que materia es experiencia. Por eso la palabra asimilada es capaz de crear el entorno ontológico de la poeta. “No estás ahí. / Ni en el polvo cotidiano de la vida / ni en las tardes de presencia muda. // Estás en mí, / en las cosas que yo llamo / –raíz de mi raíz– / caudal, / espejo.” Y en ese ejercicio de nombrar para seguir viviendo, también puede suceder que la naturaleza permanezca indiferente al latido de esa voz.

La indiferencia del mundo que nos acoge es, tal vez, la peor de las heridas, con frecuencia simbolizada en la ausencia de la persona amada. Una ausencia que es el hueco yermo imposible de llenar o tapar porque es fruto de una ficción creada por seres condenados a ser incompletos. En la poesía de Tatiana Espinasa también contribuye a esa insatisfacción vital la carencia de un espacio o un territorio propio. Uno de los libros reunidos es Ciudad enmudecida, pero ya nos dice que, aunque es una urbe que huele a casa, paradójicamente no aporta ninguna seña de identidad a quien la habita. De la misma manera, sabemos de la importancia de un jardín, pero sellado, donde crece esa naturaleza que –en un absurdo círculo de significados que se convierte en herida– con frecuencia desoye la voz que la nombra y la construye. Habitar un territorio así, pues, no puede conducir a otro lugar sino al destierro, a lo que la autora llama exilio: “Apartada de la realidad / prisionera de mi exilio”.

Tatiana Espinasa Yllades, como su hermano, el también poeta y editor José María (Ciudad de México, 1957), es una de las autoras mexicanas que pueden considerarse como herederas del exilio republicano español de 1939. Su abuelo, Josep Espinasa Massagué, como alcalde, proclamó la república desde el Ayuntamiento de la localidad de Montcada i Reixac, muy cercana a Barcelona. Llegó a México en 1939 a bordo del Mexique, procedente de Burdeos. Por su parte, el padre de Tatiana y José María, Juan Espinasa Closas (Montcada i Reixac, Barcelona, 1927-Ciudad de México, 1990), suele ser citado como uno de los autores representantes de la segunda generación del exilio o hispanomexicanos: aquellos que estuvieron entre dos aguas.

Durante mucho tiempo, a esos niños de la guerra se le atribuyeron problemas de identidad y una pegajosa nostalgia de un país que habían dejado en su adolescencia o a principios de su juventud. Algunos cuentos de Espinasa Closas –editados también por la encomiable Ediciones Sin Nombre, que dirigen su hijo y Ana María Jaramillo– son claros ejemplos de esa melancolía. Y ésta es, tantos años después, otra de las heridas presentes en la poesía y en el pensamiento de la poeta: “Me he vuelto / la huella de tu herencia. / Soledad que exhuma de tus huesos”. El exilio del abuelo y el padre permanecen como herencia en la obra de Tatiana Espinasa, pero transformándose de circunstancia histórica o sociológica a condición psicológica o filosófica. Todos somos exiliados o herederos de diferentes desplazamientos.

El destierro de la poeta mexicana es el de quien renuncia a la realidad y sus apariencias para aferrarse al silencio que niega la materia, o que la convierte en polvo, tan presente en sus poemas, o simplemente en luz: “Dolor que estalla / en este atardecer incontenible de tristeza, / has tocado la luz.”

Leer más
profile avatar
4 de mayo de 2021
Blogs de autor

Homo sentimentalis

Dice bell hooks que no hay escuelas de amor porque se da por sentado que todos sabemos instintivamente cómo debemos amar y ser amados. Prefiere que escriban su nombre con minúsculas porque lo verdaderamente importante son sus libros, no su identidad. Debo decir que conmigo logró el efecto contrario.

Puede que la mejor definición de amor se remonte a la cita de Scott Peck en El camino menos transitado (1978), un clásico que aguantó diez años seguidos en la lista de los libros más vendidos de The New York Times: «El amor es la voluntad de extender el propio yo para favorecer el crecimiento espiritual de uno mismo o el de otra persona». ¿Amaríamos mejor si todos nos pusiéramos de acuerdo en qué es el amor? Quizá la mera alusión al crecimiento espiritual cuando hablamos de amor no tenga sentido para algunos, pero hay heridas tan recónditas que sólo el espíritu puede alojarlas. Todos queremos sentir. Incluso Kundera habló del Homo sentimentalis.

El amor se banaliza y se trata con obscenidad, como si fuera algo ilegítimo. Cuando empecé a salir con mi pareja, se me ocurrió regalarle El arte de amar de Erich Fromm. Fue un acto reflejo. Tontamente, pensé que si recibía el libro con agrado y lo leía de manera contundente —compartiendo opiniones y subrayando algunas citas—, podría ser la prueba definitiva para saber si estaba hecho para mí. Así fue. Yo lo había leído durante una estancia en Londres que, en cierto modo, me convirtió en una persona insensible. Casualmente, mi pareja y yo nos conocimos una semana después de mi vuelta a España. Huelga decir que ahora mismo lo considero una prueba para ilusos, pero lo recordamos con mucha ternura.

En Todo sobre el amor se dice que en el mundo en el que vivimos parece que sólo exista el amor romántico. Es muy cierto. Debe existir algo inherente a la condición humana. ¿Cómo se vive y de qué manera se ama si tendemos a avergonzarnos de nuestros sentimientos? Hay citas de Fromm por doquier. «La sociedad debe organizarse de modo que la naturaleza social y amorosa del hombre no se halle separada de su existencia social, sino que esté unida a ella». Del miedo a la violencia y de la ética al amor. Lograr que ese amor ya no sea obsceno, que no haya pudor, exige esfuerzo. La sociedad y sus mecanismos de miedo y de obediencia global garantizan el poder absoluto. Entonces, ¿sólo nos queda agarrarnos al amor? La respuesta de hooks es que «cuando amamos, el miedo desaparece ineludiblemente».

hooks habla de espiritualidad y ética como sendas hacia un amor perfecto —el que a priori se entiende, pero lleva años poner en práctica—; también sobre un detalle que me emociona: esa cantidad ingente de budistas que viven en Estados Unidos y todavía siguen luchando en balde por la liberación del Tíbet. «Vivir la vida en íntimo contacto con el espíritu divino ayuda a ver la luz del amor que está presente en todos los seres vivos», dice hooks. Más allá de la espiritualidad como amor divino, me da la impresión de que mi generación no ha podido satisfacer esa dosis de espiritualidad básica que esperaba. No creo que se trate de un vacío emocional colectivo ni que tenga que ver con la oferta religiosa de nuestro país y su cuestionable reputación —tampoco creo que religión y espiritualidad deban ir de la mano—; considero que la carencia se debe, más bien, a la comodidad y el materialismo que nos rodea, más a unos que a otros, desde que nos traen al mundo.

Hay una frase de Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, que a menudo me ronda la cabeza y la mantengo como un mantra, incluso terminé anotándola en una de mis libretas: «Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor».

Leer más
profile avatar
4 de mayo de 2021
Blogs de autor

La caída

‘El mundo de la antigüedad tardía’, de Peter Brown, se ha vuelto a editar y es una lectura esencial porque nos encontramos en un momento análogo

Hace 50 años, un profesor de Princeton, Peter Brown, publicó un trabajo que daba un giro a la historiografía de la antigüedad. Frente a la imagen tradicional de una Roma decadente que era arrasada por hordas de tribus nórdicas que entraban a caballo y destruían y mataban todo lo que se les ponía por delante, Brown tuvo la audacia de proponer una imagen opuesta. No hubo tal decadencia, no hubo tal invasión bárbara. Roma se convirtió en un imperio de enorme poderío que dominó parte de África y Asia con su centro en Constantinopla. Era una defensa del cristianismo bizantino desde una perspectiva nueva. Resumido brutalmente, Brown defendía que la nueva religión creó un coloso oriental aún más fuerte y culto que el de Occidente y que este era el verdadero Imperio Romano.

La reacción fue violenta. La nueva visión iba en contra de quienes amaban un mundo clásico de estatuas perfectas y edificios admirables, los herederos de Schiller, pero también de los que tenían el cristianismo por una plaga que hubiera destruido el mundo occidental. Era un anacronismo: nada tenía que ver el cristianismo del que hablaba Brown con la tremenda historia de destrucción y opresión del papado romano, pero el antipapismo de buena parte de la universidad anglosajona se sublevó.

Hoy día, pocos niegan la visión de Brown, cuyo El mundo de la antigüedad tardía se ha vuelto a editar (Taurus) y es una lectura esencial porque nos encontramos en un momento análogo. ¿Son los dominios técnicos, las colosales empresas de comunicación, algo parecido a una invasión bárbara? ¿Es el puritanismo y el fanatismo de la izquierda reaccionaria una resurrección del cristianismo? ¿Vivimos una decadencia o lo contrario? Y, sobre todo: ¿vuelve el Imperio de Oriente?

Leer más
profile avatar
4 de mayo de 2021

'Cuentos Completos. Isaak Babel. Ed. Páginas de espuma

Blogs de autor

Isaak Bábel, el escritor que quería saberlo todo

 

Un monumental volumen reúne la narrativa breve del autor ruso, sumada a sus reportajes, diarios, guiones y relatos cinematográficos

La publicación en un solo volumen de los cuentos completos de Isaak Bábel —incluidos diarios, relatos cinematográficos, crónicas y demás narrativa breve— es un verdadero acontecimiento para los lectores en español y, a riesgo de que suene enfático, así debo decirlo nada más empezar. Si además todo este material viene presentado en ciclos y organizado temáticamente en una edición crítica con traducciones nuevas, como en este caso, es motivo de mayor alegría. Y lo será tanto para quienes ya conocían ediciones anteriores de sus cómicas aventuras de los gánsteres de su ciudad natal antes de la Revolución (Cuentos de Odesa), los episodios de una infancia judía durante los pogromos o su memorable representación de los cosacos en la guerra polaco-soviética de 1920 (Ejército de caballería, antes Caballería roja) como para quienes lo descubran ahora. Estas piezas juntas tienen un efecto multiplicador y unitario, como si fueran capítulos de un mismo libro. Con la detención de Bábel en 1939 y su aniquilación a manos del NKVD se truncó dramáticamente uno de los mayores talentos literarios del siglo pasado y nunca sabremos cuántas páginas se le arrancaron a ese libro, pues no se recuperó la producción de sus últimos años, confiscada en los registros. El escritor “más parecido a Chéjov que tuvieron los soviéticos”, según su mayor especialista, el académico israelí Efraim Sicher, demostró su habilidad para condensar un universo entero con el colorido sensual de Chagall y la truculenta clarividencia de Goya. Si de algo se enorgullecía Bábel era de ser el escritor que menos palabras inútiles usaba. Por otra parte, esto lo sumía en un purgatorio creativo con larguísimos procesos de gestación, que le valieron fama de ser un maestro en el arte de incumplir los plazos de entrega para desespero de sus editores, de quienes antes había conseguido formidables anticipos. A uno de ellos le dijo que ni que lo azotaran públicamente entregaría un manuscrito antes de considerar que estaba listo.

“Soy hijo de un comerciante judío”, escribió, “nací en 1894 en Odesa, en la Moldavanka”, uno de los barrios más humildes de esa Marsella del mar Negro donde se mezclaban palabras en ruso, yidis y ucranio; los vapores de Cardiff, El Pireo y Puerto Said; los acentos griego, rumano y francés; el Talmud, Maupassant y Gógol. A sus 19 años vio la luz el primer relato de este autor “con gafas sobre la nariz y el otoño en el alma” (como caracterizó a uno de sus personajes) y en 1915 probó suerte en la capital, Petrogrado, donde solo Gorki apreció su talento, le publicó y le dio un valioso consejo: “Es obvio que usted no sabe nada, pero intuye mucho… Por eso, vaya a conocer a la gente”. Y lo hizo. Después de servir en el frente rumano, hacer de traductor en la Cheka, participar en las requisas de grano, ejercer de corresponsal junto al Ejército de Budionni o escribir reportajes en Tiflis, cuando ya había aprendido a expresar sus ideas “de manera clara y no muy extensa”, publicó los primeros relatos de Ejército de caballería y Cuentos de Odesa. El éxito le sobrevino como un alud. Ni siquiera sus detractores —Bunin lo acusó de “blasfemar a la sagrada Rusia”; los bolcheviques, de pintar una revolución despiadada sin batallas gloriosas— pudieron negar la novedad y potencia de su tono objetivo y estilo poético, carente de sitios comunes, imágenes manidas y melodrama. Nadie se había atrevido a intercalar escenas líricas en medio del hedor de la destrucción y del púrpura de la sangre. Sus descripciones de la naturaleza son soberbias, como si esta fuera el último reducto de la compasión perdida de la humanidad: “la noche posó sus maternales palmas sobre mi frente fogosa”. Su nombre pasaría a estar en boca de todos: desde Maiakovski, Ehrenburg, Paustovski hasta Thomas Mann, Brecht o Hemingway. Los lectores adoraron a los antihéroes de los bajos fondos odesitas y al protagonista de Ejército de caballería, ese intelectual judío inmerso en un dilema irresoluble entre la tragedia de su cultura y la brutalidad despiadada cometida en nombre de un ideal. Arrebatados y escalofriantes, sus cuentos impactaron como un obús en las conciencias de su época, un fenómeno comprensible para quien concebía que ningún hierro podía penetrar los corazones “de forma tan heladora como un punto puesto a tiempo”.

Con un gran futuro ante sí, en lugar de catapultarse, Bábel inició un viaje hacia el silencio que alimentó más su leyenda. Su ritmo de publicación se estancó y la escritura de guiones fue su escudo. Solía evitar las conversaciones sobre literatura, nunca se alineó con ningún grupo, aparecía y se ocultaba sin previo aviso, y apenas hablaba en público. En 1934, cuando participó en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, en parte para testimoniar su lealtad y justificar su silencio (entendido este último como un género del que se proclamó un gran maestro), recordó que el gobierno solo les había quitado un derecho: “el de escribir mal”. Se guardó mucho de decir lo que él entendía por escribir mal, con el realismo socialista impuesto por decreto como única corriente artística válida. Dos años después, a la muerte de Gorki, su mentor, Bábel le dijo a su segunda esposa que no lo dejarían tranquilo: “No me asusta que me arresten, mientras me dejen escribir”. Planeaba una edición revisada de sus obras con inéditos, una futura novela, otro ciclo de relatos, pero el tiempo corría en su contra. “Al pasar a limpio los frutos de mis muchos años de meditación, como de costumbre me encuentro con que tengo menos para enseñar que el pico de un gorrión, y esto causará una gran indignación”. Un editor dijo de Bábel que se le encontraba allí donde lágrimas y sangre se derramaban con la misma facilidad. Y, con todo, él reivindicaba la felicidad y la ternura. A la literatura rusa, saturada de “la misteriosa y densa niebla de Petersburgo”, pensaba que le faltaba una buena descripción del sol. Aseguraba no tener imaginación y, para suplir esa carencia, cultivó una curiosidad omnívora, fiel a la exhortación de la abuela de su famoso relato: para triunfar “debes saberlo todo”.

Leer más
profile avatar
4 de mayo de 2021
Blogs de autor

Madrid, Madrid, Madrid…

Ramón Ayerra describió como nadie el Madrid de la posguerra, la gran ciudad que reinventó el franquismo bajo la vigilancia del farolillo gallego del Pardo donde vivía el Generalísimo. Ayerra escribió sobre los olores madrileños; de los churros y las porras con chocolate de San Ginés a las papas fritas y los vinagres de sus tapeos por Chamberí, las tortillas y calamares de Atocha, los barquillos o los asados mesoneros de la plaza Mayor. El franquismo gustó también de la concentración populista en la plaza Real, una práctica que procede de la Revolución francesa, y utilizó al Real Madrid como agente diplomático en Europa.

Hasta la llegada del profesor Tierno Galván, Madrid era una capital habitada en las porterías y tomada por las parejas de grises y guardias civiles con tricornio que custodiaban los edificios públicos. Cierto que Ava Gardner y los toreros bebían whisky con soda en Chicote, cuya trasera, el Coq, toleraba el alterne con pelanduscas en plena vigencia de la ley de peligrosidad social con la que el régimen custodiaba la moralidad. Entonces los escritores se reunían en los cafés pero las fiestas eran privadas. La política y el sexo libre se practicaban a puerta cerrada en los apartamentos. De todo aquello surgió la mirada del comentarista de la historia Francisco Umbral, el Spleen de Madrid.

“El que no esté colocado, que se coloque”, dijo en una de sus lapidarias frases el viejo profesor convertido en alcalde matritense, estrambótico portavoz de la Movida. Era el momento de Madrid, de allí al cielo, a las estrofas de Sabina, convertido el castellano en un idioma vocalizable por primera vez desde Nebrija. La prensa en libertad nos dirigía hacia la democracia, Pedro Almodóvar terminaba con el cine tristón guerracivilista y los Pegamoides mostraban su adherencia a la modernidad latina. Madrid inauguraba Arco, el Reina Sofía y un sinfín de galerías. Madrid, ciudad abierta, más que nunca. Llegó la Thyssen y el Caixaforum. La juventud del extrarradio hacía suya la Gran Vía y Argüelles, y convirtió Chueca en un nuevo Village.

La ciudad gris se convirtió en atractiva, las grandes compañías se instalaban en modernos edificios a lo largo de la carretera de la Coruña, hacia Pozuelo y Majadahonda. Mientras las drogas se llevaban por delante a lo mejor de la generación de los 80, Madrid recuperaba su espíritu histórico cortesano. Cada vez más rica y con visitantes y empresarios más ricos. Y a pesar de no creer en las autonomías, a Madrid le habían regalado una, llena de hospitales, escuelas, universidades y empresas públicas. No hubo planificación regional, simplemente Madrid, de donde seguían saliendo todas las autopistas y todos los trenes de alta velocidad de España, se fue convirtiendo en una máquina de engullir provincias vecinas, expandiendo su suelo por cuanta meseta roturada necesitaran sus nuevos polígonos de viviendas.

Madrid hoy es una metrópolis inalcanzable (su historia la cuenta Andrés Trapiello), ni siquiera tal vez por Barcelona. Posee rango mundial, compite con Miami por la capitalidad internacional latina y sus equipos de fútbol ya solo quieren jugar contra los otros gigantes de Europa. A Madrid solo le faltaba popularizar sus luchas políticas. Lo hizo el 11-M cuando otra vez los jóvenes del extrarradio quisieron tomar el centro neurálgico de la ciudad. Lo volvió a hacer dando alas al ultranacionalismo español. Ahora, convirtiendo la batalla electoral por la autonomía en una actualizada carga de mamelucos.

Los nuevos acontecimientos políticos madrileños no representarán más problemas si se ciñen a su propio ámbito. Que Isabel Díaz Ayuso haya levantado la moral de la afligida derecha con un discurso entre neoliberal y libertario que aplauden incluso antiguos socialistas e intelectuales –de Joaquín Leguina a Fernando Savater–, resulta hasta saludable. Que el PSOE apueste por un catedrático de Filosofía, no digamos, aunque al bueno de Ángel Gabilondo parece que le ha dirigido la campaña lo peor del aparato. Lo preocupante es que cualquiera de los dos se apoye en un partido situado en su extremo para poder gestionar a la ciudadanía que tiende a moderada y que siga sin existir ningún asomo de entendimiento entre ambos a pesar de representar a la profunda mayoría mientras el llamado centro, una vez más, parece condenado a diluirse como la mantequilla ante el calor. Hasta Félix de Azúa, una de las mentes creadoras de Ciudadanos, se ha manifestado por Ayuso. Un titular tertuliano: el hundimiento del relato equidistante.

La nueva lideresa madrileña anuncia una victoria para dar alas a un proyecto de Gran Madrid. Un proyecto que tal y como ha señalado otro filósofo kantiano, José Luis Villacañas, ahora en la Complutense, puede rebosar con más de diez millones de habitantes y unos precios inmobiliarios inflacionados como en Londres o París, pero al mismo tiempo sirviendo de espejo político al resto de España, o a la parte seguidista de los grandes medios televisivos, excluyendo a la periferia “de una construcción equilibrada del territorio y las poblaciones” (Villacañas) o que entienda la nación de otro modo. En ese escenario, en el que España se confunde de nuevo con Madrid, no sabemos cuál será el papel secundario de los demás españoles periféricos, y mucho menos cómo podrán llevarse a cabo las relaciones con el alter ego: la sobreactuada y delirante vía independentista catalana –mayoritaria, menestral, benedictina, de soca rel y adolescente.

Leer más
profile avatar
3 de mayo de 2021
Blogs de autor

El casino como espejo literario: Desvelar la condición humana a través de los relatos sobre el juego

Los casinos y el juego siempre han sido algo más que lugares donde la gente prueba suerte: son ricos símbolos que los escritores han utilizado para explorar las profundidades de la naturaleza humana. Desde la obsesión y la desesperación plasmadas en El jugador, de Fiódor Dostoievski, hasta el mundo de altas apuestas de James Bond en Casino Royale, de Ian Fleming, el casino ha servido de poderoso escenario para examinar temas como el riesgo, la identidad y el destino. Estas obras literarias revelan mucho sobre quiénes somos como individuos y como sociedad.

El jugador, de Dostoievski - La lucha psicológica

En El jugador, Dostoievski se sumerge en la psique de un hombre atrapado por sus propias compulsiones. La novela narra la historia de Alexei Ivanovich, un tutor que se ve consumido por la emoción de la ruleta. Lo que hace que el retrato de Dostoievski sea tan convincente es su cruda honestidad: no se trata de una descripción glamurosa del juego, sino de una exploración brutal de la adicción y del poder destructivo que ejerce sobre la mente humana.

Dostoievski conocía de primera mano el atractivo del juego; escribió El jugador en parte para saldar sus propias deudas. Esta conexión personal confiere a la historia un intenso realismo. A medida que crece la obsesión de Alexei, los lectores se ven arrastrados a su mundo de esperanza y desesperación, donde cada giro de la ruleta trae consigo una descarga de adrenalina seguida de una aplastante derrota. En esta historia, el casino no es sólo un escenario, sino un símbolo del caos y la imprevisibilidad de la vida misma.

Identidad y estrategia en Casino Royale de Fleming

Casino Royale, de Ian Fleming, nos presenta a James Bond, el elegante y calculador espía cuya identidad está a menudo ligada a los juegos que practica. En el centro de esta novela hay una partida de bacará de alto riesgo que tiene tanto que ver con la estrategia y la guerra psicológica como con la suerte. Para Bond, el casino es un lugar donde puede ejercer el control y burlar a sus oponentes, un campo de batalla donde lo que está en juego es nada menos que la vida y la muerte.

La tensión en Casino Royale es palpable, ya que cada mano de cartas revela más sobre el carácter de Bond: su astucia, sus nervios de acero y su voluntad de asumir riesgos. El casino no es sólo un telón de fondo, sino un crisol en el que se pone a prueba la identidad de Bond y en el que el lector se hace una idea de la complejidad de su personalidad. La escritura de Fleming da vida a la escena, haciéndonos sentir el peso de cada decisión, de cada apuesta.

El descenso al caos: Miedo y asco en Las Vegas, de Thompson

Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson, ofrece una visión muy diferente del casino. Las Vegas es retratada como un paisaje surrealista de pesadilla en el que el sueño americano se ha descarrilado. A través de los ojos del protagonista, Raoul Duke, asistimos a un descenso a un mundo de excesos y absurdo, donde los casinos representan el patio de recreo definitivo para quienes buscan perderse en la búsqueda del placer.

El estilo de escritura de Thompson -a menudo caótico y desorientador- capta a la perfección la locura de Las Vegas. Los casinos de esta narración no son glamurosos; son lugares abrumadores y desorientadores que desdibujan la línea que separa la realidad de la ilusión. A medida que Duke y su abogado navegan por este mundo, el casino se convierte en un símbolo de todo lo que está mal en el sueño americano, un sueño que promete éxito pero que a menudo conduce a la destrucción.

Las Vegas literaria de Puzo y Dunne: el casino como reflejo de la sociedad

Tanto Los tontos mueren, de Mario Puzo, como Las Vegas, de John Gregory Dunne : A Memoir of a Dark Season de John Gregory Dunne ofrecen a los lectores una visión del lado más oscuro de Las Vegas. En estas obras, el casino se describe como un microcosmos de la sociedad, un lugar donde los sueños se hacen realidad y se rompen, donde la ambición se encuentra con la desesperación. Puzo y Dunne nos muestran una ciudad construida sobre la esperanza y la codicia, donde la línea que separa el éxito del fracaso es muy fina.

En Los tontos mueren, Puzo explora las vidas de los personajes atraídos por Las Vegas, revelando cómo el encanto de la ciudad puede consumir a quienes buscan fortuna. En esta novela, el casino es un escenario donde los deseos humanos se manifiestan en sus formas más extremas. Del mismo modo, las memorias de Dunne pintan un panorama sombrío de Las Vegas en los años setenta, centrándose en la corrupción y la decadencia que se esconden bajo la ostentación y el glamour. Para ambos autores, el casino no es sólo un escenario, sino un poderoso símbolo de la experiencia humana en general.

La evolución de las narrativas sobre el juego: de los casinos de ficción a los reflejos del mundo real

Aunque estas obras literarias clásicas se centran en los casinos físicos de su época, los temas que exploran siguen siendo relevantes hoy en día, incluso cuando el juego se traslada al mundo digital. Los casinos en línea se han convertido en una parte importante de la cultura moderna, ofreciendo una nueva plataforma de casino en línea para los mismos riesgos y recompensas que han cautivado a la gente durante siglos.

Según Francys Massiel Rondón Zambrano, experta en casinos de la plataforma de casinos en línea drapuestas.com, «El auge de los casinos en línea no ha cambiado el encanto fundamental del juego. Ya sea en un casino físico o en línea, el atractivo reside en la emoción de lo desconocido, la posibilidad de ganar a lo grande y la evasión de la vida cotidiana». Esta continuidad entre el pasado y el presente demuestra que, a pesar de los avances tecnológicos, el núcleo de la experiencia del juego sigue siendo el mismo, lo que refleja nuestra fascinación permanente por el riesgo y la recompensa.

Conclusión

Desde la exploración de la adicción por Dostoievski hasta la crítica de los excesos estadounidenses por Thompson, la literatura ha utilizado durante mucho tiempo el casino como una poderosa metáfora de la condición humana. Estos relatos revelan la naturaleza polifacética de la experiencia humana, mostrándonos el atractivo del riesgo, los peligros de la obsesión y las consecuencias de nuestras elecciones. Incluso cuando el juego evoluciona con los tiempos, los temas explorados por estos grandes autores siguen resonando, recordándonos la naturaleza intemporal de la búsqueda humana para entender las fuerzas que dan forma a nuestras vidas.

Leer más
profile avatar
3 de mayo de 2021
Blogs de autor

Fe y simpatía

De Lo prohibido, el bolero, no la novela, siempre he celebrado, sin entenderlos del todo, los versos “Soy ese beso que se da / sin que se pueda comentar”, de un erotismo explosivo, según mis amigos más hermenéuticos. Un día, hace poco, me dio por aplicar su letra a nuestra política, recordando en las decepciones actuales la ilusión febril que los hoy mayores teníamos de jóvenes al ir, tras tanto no poder hacer lo prohibido, a las urnas. Claro que el ejercicio democrático se encarga de ir puliendo esa ilusión, y hay personas tan esmeriladas que ya ni votan.

Cuando la fe en los políticos se pierde, y tu voto lo vendes tan caro que no lo sacas del estuche de la desconfianza, el país se convierte en una casa de empeños. Y cunde el cinismo, el votar por joder, sin comentario cívico. A la panoplia que se ofrece hoy a quienes vivimos en Madrid no le falta de nada. Es una novedad la palabra nítida de Mónica García, pero otros dicen que la Ayuso seduce, y eso es de respetar: el enamorarse de lo incomprensible, en la tradición más locoide del amour fou. He incurrido una o dos veces en tales despropósitos. Miré con buenos ojos al primer Pablo Casado, por su boda con una conocida mía en la iglesia que más he pisado en mi vida, la basílica de Elche (aunque yo no iba a misa, sino a oír el Misteri que allí se representa desde hace siglos). Pronto me di cuenta del error que es votar por simpatía arquitectónica, o defender el moño epocal de Pablo Iglesias sin creerte sus marrullerías. A la falta de fe le sustituye el odio, como si los jugos gástricos y la bilis fuesen ahora el combustible social, por encima de la razón o el bien común. Por simpatía epidérmica o por creencia en la cordura metafísica de Gabilondo, con ilusión o con tedio, yo votaré. Y tonto el que no vote.

Leer más
profile avatar
2 de mayo de 2021
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.