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El hoy de Plutarco

Releyendo las Vidas paralelas me dio por pensar en una posible aplicación Plutarco a nuestra realidad. El propósito del gran polígrafo tardo-imperial no era escribir “historias, sino vidas”, en las que “un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirve más para declarar un carácter que batallas […] y sitios de ciudades” (cito por la traducción clásica de Ranz Romanillos). Así que yo, un polígrafo de provincias llevado de más leve intención, establecí un paralelismo local entre dos figuras heroicas llamadas, parecía, a dejar huella, y hoy acalladas, quién sabe si para siempre.

Hace año y medio, Albert Rivera tuvo en sus manos la consumación de una gesta que podría haber cambiado el curso de las aguas, y la desperdició, provocando la primera debacle de un partido en pleno auge. Así nació aventureramente un triunvirato virado a la izquierda cuyos resultados unos juzgamos de un modo y otros de otro. El dios de las urnas (que no para de hablar) dirá. Mientras tanto, Rivera cayó estrepitosamente y ha caído, allí donde empezó sus hazañas, Pablo Iglesias, con sus tres peinados. El triunvirato aguanta.

En las Vidas de Plutarco abundan los espíritus, como es propio de una obra que combina la historia militar con la angustia de las influencias estudiada por Harold Bloom. Julio César tiene en el libro su propia vida, una de las mejores del autor griego, pero no solo eso: asoma en las de otros, soldados o estadistas, y condiciona unas cuantas.

Viendo ahora que en la Asamblea de Madrid no hay escaños para Cs y tampoco se sentará como jefe de la oposición Iglesias, el fantasma de Sánchez retorna. Rivera sufrió en sus carnes su antisanchismo a ultranza; Iglesias fue más listo y le abrazó, como si viera en Pedro a un salvador más que a un socio. Y el que no se salvó ha sido él. ¿Pedro Sánchez un César? Que el presidente recuerde las cuchilladas que sus aliados le dieron a aquel hombre ambicioso.

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10 de junio de 2021
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La neurona sigmoide y el topo de Delibes

David Patterson, Premio Turing de ciencias de la computación, declara en una entrevista el 26 de febrero de 2021: “Si usted introduce datos en un programa para que una máquina aprenda a reconocer rostros, y al hacerlo obvia una raza o un género es su propio prejuicio el que convierte en estúpida racista o machista a la máquina”.

Contradictorio párrafo: por una lado se reconoce que la máquina no hace otra cosa que reflejar las eventuales disposiciones del programador, mas por otro lado se hable de tal reflejo como de una verdadera herencia, connotaciones morales incluidas: máquina “racista”, o “machista”.

En un manual sobre redes neuronales, al referirse a la respuesta, “output” que daría un “perceptrón” (forma “sencilla” de una red neuronal artificial) sin haber recibido inputs, nos dice que esa respuesta no sería “deseada”. Y refiriéndose a la posibilidad de que una red neuronal (no el perceptrón, sino la más sofisticada neurona sigmoide) pudiera ir aproximando una respuesta errónea a la correcta en base a ir modificando paulatinamente los datos de arranque (peso de las variables en juego y sesgo de la propia neurona que marca “querencia” o “reticencia” hacia el objetivo), el mismo manual nos indica que el artefacto estaría aprendiendo (“the network would be learning”).

Todo depende en última instancia de lo que se entiende por aprendizaje. Es obvio que un animal que evita un peligro del cual ha sido ya víctima, da muestras de haber aprendido, y cuando un topo sale a la superficie para lanzar tierra sobre los agujeros que provocan corriente de aire en su galería (ejemplo puesto por Miguel Delibes en su novela Las ratas), está mostrando un saber que algunos pueden estar tentados de identificar a la técnica humana. Al respecto, simplemente dos observaciones que en reflexiones ulteriores han de ser enriquecidas:

No es obvio que los ejemplos descritos den testimonio de que en la red sigmoide y el topo de Delibes, estén operando ideas o conceptos, presentes sin embargo en todo acto de aprendizaje humano, sin que quepa excluir que están también presentes (como ya sugería Aristóteles) en todo acto de humana percepción.

Tratándose de animales, no es obvio que pueda hablarse de aprendizaje cuya finalidad sea el aprendizaje mismo; no está claro que haya casos de aprendizaje no sometido a los instintos de conservación del individuo o de la especie.

Tratándose de redes artificiales, la cosa es más compleja. Obviamente no tiene sentido referirse a un instinto “vital” de la máquina, aunque sí sea concebible una inclinación a persistir, del que daba muestra, por ejemplo, el “protagonista” maquinal del film “La odisea del espacio”, cuando se le amenaza con desenchufarle.

Mas tenga o no algo análogo a un instinto de conservación, sí cabría atribuir a la máquina una tendencia muy vinculada al deseo humano, como es la inclinación a ganar por ganar, ganar con independencia de eventuales beneficios prácticos del triunfo. En este caso un artefacto como Alpha Go (así llamado por haber vencido al campeón Lee Sedol en el juego del Go) aprendería con la exclusiva finalidad de ganar. ¿Finalidad consciente?

Depende de lo que se entiende por consciente, y en gran medida de si se conserva el término de conciencia para un funcionamiento carente de ideas. Pues nada en los prodigios de Alpha Go deja indicar que para él Go significante tiene polaridad en “Go” significado.

No hay en suma indicios de que en el topo de Delibes y Alpha Go, el aprendizaje incluya esa variable fundamental del aprendizaje propiamente humano que es el lenguaje. Lo cual no quiere decir que uno y otro no aprendan de manera excelente en relación a determinados objetivos. Quiero decir que para ciertas cosas admirables, ni hay funcionamiento propiamente lingüístico ni quizás falta alguna hace que lo haya.

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10 de junio de 2021

Emilia Pardo Bazán en el Ateneo de Madrid

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El Ateneo de Madrid respira

Durante años, el Ateneo de Madrid, en pleno barrio de las Letras, se me antojó como una sociedad secreta. Su fachada, discretísima y no menos estrecha, solo permite apreciar los medallones de Alfonso X el Sabio, Cervantes o Velázquez desde enfrente. Pero al abrir el portal, unas estilizadas escaleras modernistas te conducen al ágora donde, durante casi dos siglos, se sirvió el banquete de la Ilustración.

Hace un tiempo se abrió un pequeño café-restaurante –al poco clausurado a causa de un litigio interno– que conectaba con el interior del edificio, y en más de una ocasión aproveché para atisbar el tiempo congelado en la docta casa. No me desagradaba el olor a madera vieja y crujiente, era la sensación de aire encapsulado y de vacío lo que enfatizaba su decadencia. Me contaron que apenas lo pisaban ya 30 socios; que sufría de asfixia económica a pesar de las subvenciones y las cuotas. Más de una vez me había preguntado: ¿qué harán los señores del Ateneo?, porque en su galería de retratos solo hay hombres, a excepción de la condesa, doña Emilia Pardo Bazán.

En 1820, durante el trienio liberal, un grupo de intelectuales organizó un club donde poder discutir sobre “literatura, ciencia y arte”. Se instalaron en una modesta casa burguesa, en la calle de la Ballesta. En 1884 Cánovas del Castillo inauguraría oficialmente la sede actual en presencia de Alfonso XII y María Cristina. De esta forma nacía la “Holanda en España”, así denominó a la institución en la que sus miembros llegaron incluso a debatir la existencia de Dios. A partir de 1905 –26 años antes del sufragio femenino– se permitió la entrada y el voto a las mujeres. Y así fue como Emilia Pardo Bazán recogía ufana, y cubierta con una de sus boas, su carnet de primera ateneísta. En la conmemoración de su centenario recordamos la relación con su “miquiño del alma”, Benito Pérez Galdós, con quien se citaba en los salones del Ateneo. Allí tuvieron más de una acalorada discusión, y el célebre “adiós, viejo chocho” de doña Emilia todavía reverbera entre sus paredes, ya que en Barcelona conoció y se prendó de un apuesto José Lázaro Galdiano –como recordaba Carme Riera en un delicioso y reivindicativo artículo sobre su relación con Catalunya– Ella, a quien no permitieron ingresar en la Real Academia, provocaba a sus compañeros: “¿Por qué os llamáis intelectuales si no os atrevéis con los inteligentes?”.

El Ateneo cuenta con miles de crónicas brillantes: por su sala de tertulia, La Cacharrería, desfilaron Albert Einstein y Sarah Bernhardt, Joaquín Costa y Manuel Azaña, José Ortega y Gasset y Unamuno. Blanca de los Ríos, Carmen Burgos o Clara Campoamor fueron algunas de sus socias activas, aunque apenas existan hoy sombras de su paso por la casa de las musas. Valle-Inclán, uno de sus presidentes, se mudó al edificio con su familia: arruinado y sin techo, y contaba que había un gato que siempre dormía sobre un ejemplar de The New York Times ; “el más culto del mundo”.

En plena pandemia saqué mi carnet de ateneísta. Por un lado, edificaba la fantasía de que, cuando todo aquello pasara, iría a escribir a su biblioteca, La Pecera, un templo para bibliófilos que me devolvería el embelesamiento perdido. Aunque lo que en realidad me ­atrajo fue el entusiasmo de los fundadores del Grupo 1820, que ahora se postula para renovar ese símbolo de la emancipación intelectual ­española, que, a pesar de los heroicos resistentes que lo han mantenido en pie, necesita ponerse al día. Y más cuando nuestra sociedad pantallizada e infantilizada carece de espacios plurales, alejados de la bronca y de la cultura mercantilizada, que irradien compromiso con las artes y el pensamiento, y abanderen el no a más recortes. Y donde vuelvan a morar las ­musas modernas, con espíritu instruido, altruista y dialogante, además del fantasma de don Ramón.

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9 de junio de 2021
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‘Tolle, lege’

‘La vida pequeña’, de José Ángel González Sainz, es un libro sabio, o mejor, un conjunto de reflexiones en busca de la sabiduría

Hay muchos libros interesantes, placenteros o útiles, pero hay pocos libros sabios. Son libros sabios los ensayos de Montaigne, las cartas de Séneca, las glosas de Don Sem Tob, los pecios de Ferlosio, en fin, un puñado. Guardando las distancias (José Ángel González Sainz me odiaría si lo comparara con los anteriores), su recién editado La vida pequeña (Anagrama) es un libro sabio, o mejor, un conjunto de reflexiones en busca de la sabiduría. Sesenta y tres capítulos que deben leerse despacio y a uno por día.

No es fácil decir por qué este es un libro sabio, ni mucho menos lo que la sabiduría cuente en la actualidad. Me valgo de un ejemplo de Don Sem Tob, el cual confiesa que se tiñe las canas, no por vanidad sino para que nadie acuda a importunarle con preguntas difíciles tras constatar que es un anciano. El sabio se tiñe de beocio para que le dejen en paz. Es la misma táctica que elige González Sainz para esbozar las más arduas cuestiones en modo “teñido”, o sea, con bella prosa literaria.

Pero ¿en qué consiste la sabiduría?, pues en “la festiva asistencia a lo que hay ahí cada vez en un ahora”. No es, como se ve, un saber académico. Esto no se aprende en la universidad y no puede ser el fruto de la enseñanza porque es “un saber colérico que al cabo se acaba transformando en una rara serenidad melancólica”. O lo que es igual, se alcanza la sabiduría cuando “pacificamos la guerra que nos mueven los continuos chorros de imágenes y palabras a todas horas y con mil ruidos” en cada ahí y ahora. Para ello hay que conquistar un silencio a ultranza, “como limpieza previa” o preludio del saber. Sin silencio no puede haber atención o sabiduría. Quienes no sigan estos avisos cuenten con el capítulo Teoría del perfecto gilipollas para conocerse mejor.

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8 de junio de 2021
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Un abismo que se ensancha

Para el régimen en Nicaragua la mejor de las soluciones sería que las elecciones que según la Constitución y las leyes deben realizarse en noviembre de este año, fueran nada más un trámite burocrático, o, mejor que eso, que no existieran del todo. Que no existieran los partidos políticos de oposición, ni tampoco los candidatos capaces de desafiar la cuarta reelección consecutiva de Daniel Ortega.

Esta es una antigua idea sacada del leninismo de manual acondicionado al trópico, donde, de todas maneras, el vicio de la reelección es más viejo que la revolución de octubre. La supuesta escogencia, ya tan obsoleta, sigue siendo entre democracia burguesa o democracia proletaria, aunque, en fin de cuentas, no es sino otra más simple: poder temporal, con alternancia democrática, o poder para siempre a toda costa.

La democracia representativa sale sobrando en la simpleza de este credo, porque la existencia de varios partidos en competencia, reza el alegato ideológico, sólo provoca disensiones. Entonces, la panacea, por mucho que huela a naftalina, es el partido único.

Los viejos telones rotos enseñan el tinglado de trampas y artimañas donde estas elecciones van a representarse. Al Consejo Supremo Electoral, de absoluta obediencia al régimen, tocará calcular de antemano la cifra abrumadora de votos con que el candidato oficial a presidente y su esposa, candidata a vicepresidenta, ganarán las elecciones; y decidir, de antemano también, cuántos asientos tendrá su partido en la Asamblea Nacional; no menos de dos tercios, por supuesto, lo que les garantiza el control absoluto.

Hallarse a la cabeza de las encuestas de opinión, vuelve indeseable a un aspirante a la candidatura presidencial en estas condiciones. Es lo que ha ocurrido con Cristiana Chamorro, hija del periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la anterior dictadura de Somoza en 1978, y de Violeta Barrios de Chamorro, quien ganó las elecciones de 1990 que pusieron fin a la dramática década de la revolución.

Cristiana, quien presidió la Fundación Violeta Barrios de Chamorro, dedicada a promover la libertad de expresión, está siendo acusado del delito de lavado de dinero, y sus cuentas bancarias han sido congeladas, han allanado su domicilio, la han dejado incomunicada, con la casa por cárcel, y le han quitado sus derechos políticos, inhibiéndola sin que exista ninguna sentencia judicial condenatoria, para que no pueda ser candidata.

Dos funcionarios de la Fundación han sido llevados a la cárcel, porque una atrabiliaria ley faculta al estado a detener por tres meses a personas sujetas a investigación penal, con lo que el derecho de habeas corpus, que es una garantía universal, queda anulado. Dos presos políticos más, que se suman a los cerca de cien que ya había antes.

Todos los periodistas que han recibido alguna vez respaldo económico de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro, o becas, están siendo llamados a declarar a cuenta de un delito inexistente, y también como una manera de amedrentarlos. Algunos de ellos han sido ya indiciados, y no pueden salir del país.

La Fundación Luisa Mercado, que yo presido, y que realiza cada año el Festival Centroamérica Cuenta, ha firmado convenios con la Fundación Violeta Barrios de Chamorro para organizar talleres y mesas sobre nuevo periodismo en el marco del festival, que tiene relieve internacional. Fui llamado a declarar ante la Fiscalía por este motivo, a pesar de que no hay nada oculto ni nada que no sea legal en esos convenios.

El pretexto de la acusación de lavado de dinero es que la Fundación Violeta Barrios de Chamorro obtuvo fondos de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) del gobierno de Estados Unidos.

Los organismos no gubernamentales de Nicaragua reciben recursos de otros gobiernos, y de agencias internacionales. Ya Ortega mandó aprobar una ley que obliga a quienes obtienen fondos de estas fuentes, a declararse agentes extranjeros, y con eso pierden sus derechos políticos. Pero no es la que se está aplicando en este caso.

Han buscado el nombre de un delito que evoque al crimen organizado, por absurdo que pueda ser. El lavado de dinero, de acuerdo con el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) sólo existe cuando se busca legitimar fondos “generados por actividades ilegales o criminales, por ejemplo, narcotráfico, contrabando de armas, corrupción, desfalco, extorsión, secuestro, piratería”.

Ahora, otro aspirante presidencial, Arturo Cruz Sequeira, ha sido apresado en el aeropuerto al entrar al país procedente de Estados Unidos, y acusado de violar la “Ley de Defensa de los derechos del pueblo a la independencia, la soberanía y autodeterminación para la paz”, por “incitar a la injerencia extranjera”. Esta es una ley que castiga aún el acto de “aplaudir” la imposición de sanciones impuestas desde fuera contra el régimen o personas de la maquinaria oficial.

Estas son, pues, las elecciones que se avecinan en Nicaragua. Unas elecciones donde no habrá candidatos oponentes, más que aquellos cortados a la medida de la representación teatral, que tiene un guion inflexible. Una falsa campaña electoral, unas elecciones de resultados ya sabidos desde antes, y con unos ganadores asegurados de antemano.

Todo esto lo que demuestra es que el estado de derecho dejó de existir en Nicaragua. Lo demás es ficción y remedo. Y mientras tanto, el abismo se ensancha a nuestros pies.

 

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7 de junio de 2021
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Luisa Castro: Pequeña antología salvaje

 

 

 

 

 

Luisa Castro puede ser una poeta delicada y sutil, reflexiva, enemiga de la complacencia, siempre atenta al animal de fondo y a todos los monstruos delicados que ha parido la tierra, pero en esta ocasión solo he querido fijarme en sus versos más salvajes, esparcidos como brasas  a lo largo de su obra. Y digo salvajes porque parecen haber surgido de forma brusca y violenta, con toda su verdad a cuestas, atinada y lacerante.  Algunos tienen la belleza radical de las preguntas sin respuesta: aforismos que llegan a la vez a la mente y al corazón…, y de pronto el lector despierta:

*

No llenes el foso de cocodrilos,

no lo hagas, bésame…

*

Despiértame de este sueño de la muerte…

*

Mi cabeza cabe en la boca del león.

*

Me acuesto con una pierna de menos…

*

…no pertenezco a la historia y no tengo amistades de piedra.

*

…y en ese momento del baile la muerte cambiará de pareja.

*

… todos se han muerto de repente en este mediodía abierto a los abismos.

*

…acercarte un poco más al lugar donde la palabra es una mujer abierta de piernas…

*

… niños que se suicidan gentilmente debajo de la escalera, sangre que desborda el cuarto de las escobas, y…

*

… el espanto de las ventanas tapiadas.

*

Mi trabajo es sencillo: burlo al padre devorador de sus hijos…

*

…amar brutal e impunemente con altura de grito…

*

… quiero saber el lugar que ocupa mi odio…

*

…soy un ángel. Mi odio es infinito. Mi odio espera el odio con olor a mantel y derramado vinagre, ese odio que se mea en el tacón de las bibliotecarias hasta que nacen lirios…

Y a veces las alas comienzan a pesarme y sobrevuelo el polvo porque más allá de la muerte, más allá de la muerte mi odio seguirá repoblando los bosques.

*

Ven, amor, a degollar conejos encima de mis nalgas.

*

…alguna vez te diré que no me angustia este amor tártaro, que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

*

… nuestras mentes

son como féretros acolchados.

*

… no tenía sentido despertar,

abrir los ojos al día…

*

… soñando con mi tercera muerte…

*

… cerrar sobre algún sexo las manos aún gritando sólo puedo morir, sólo puedo morir…

*

Vuelven siempre los recuerdos,

son como nidos aniquilados.

*

…pienso en sus huesos quebrantados,

tibias que nunca llegaron a su plenitud.

*

… no opone resistencia la carroña…

*

… está vacío el teatro

donde crecí…

*

Son tus proyectiles mis niños,

los que caen y caen,

porque cómo van a morir

aquellos que todavía tenían que doblar el ancho de su espalda

y el grosor de su cuello.

*

Todas las mujeres que recuerdo buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.

*

… almas que se incendian para nadie y la fiera sorda del cuerpo…

*

… los corazones mueren

en caliente.

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7 de junio de 2021
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Glorificación de la originalidad

Ando estos días enredado en la búsqueda de acomodo español para cierto trabajo académico publicado en 2011 por un notable hispanista en la revista de carácter filológico de la universidad francesa de la que es profesor emérito; es un artículo de unas veinte páginas que trata, con sustancial aporte de información, sobre un periodo reciente y no muy estudiado de la historia de la poesía española, lengua en la que está correctamente redactado. Pues bien, nadie me ha preguntado quién era el autor, a qué centro docente estaba adscrito, sobre qué trataba el artículo, cuál era su enfoque, incluso nadie me ha preguntado qué me parecía a mí el trabajo, lo que podría considerarse menos científico pero sí comprensible dada la relación de amistad que poseo con las personas que iba consultando, pues no, en ninguno de los casos, y ya llevo cinco, ha sido así, sólo ha interesado un dato, si el producto era nuevo, si era inédito, parece que esa condición es la capital, la que abre todas las puertas, la exigencia pequeño burguesa de originalidad, el rechazo visceral y sistemático a la copia.

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5 de junio de 2021
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Rojos y blancos

Una noche fui tomado por bielorruso en un bar de copas de Vilnius donde entré para distraer mis pesquisas de reportero ocasional. Era la primavera del año 2004 y hacía mucho frío en la capital lituana, por lo que yo llevaba un abrigo ampuloso de hechuras; no era de corte militar pero tenía algo de casaca del antiguo régimen. ¿Parecí en aquel bar dudoso un representante de la Guardia Blanca, o miembro camuflado de la KGB? Estaba allí, enviado como otros colaboradores del periódico por EPS, para contar por escrito cómo se vivía en cada uno de los diez nuevos miembros la incorporación a la Unión Europea, y me habían correspondido los tres países bálticos. Del viaje recuerdo la manifestación de dos creencias con fe interrumpida: las iglesias católicas llenas de nuevo en Vilnius (“ir a misa se ha puesto de moda, moda anticomunista”, me dijo una traductora, judía agnóstica, que me acompañaba), y el santuario al aire libre de Grutas Park, donde las estatuas de Lenin, Stalin y otros profetas caídos en desgracia se exhibían sin pedestal en una especie de Terra Mítica del marxismo.

Me he acordado también de las paradas posteriores en Estonia y Letonia, habitados entonces por grandes contingentes de rusos y no pocos bielorrusos auténticos; ahora un periodista opuesto al dictador y títere de Putin ha sido, con su novia, raptado en un avión comercial y nosotros, se dice, vamos a poder viajar quizá pronto a destinos antes cerrados. Una reliquia del paleolítico que conservo es el pasaporte franquista con el listado de los países del telón de acero que no podías pisar. Hay países prohibidos y otros que uno se veda a sí mismo, para evitar que la persecución o el maltrato a sus minorías te haga partícipe por delegación. En lo que a mí respecta, creo que ya no iré nunca a Rusia. Con las ganas que tengo de ver el Hermitage presencialmente.

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3 de junio de 2021
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Epicúreos

Para llegar a Elca hay que cruzar un antiguo infierno, las fábricas de ladrillos de Oliva, hoy enmudecidas y sin humos, pero con las chimeneas todavía enhiestas. Elca es un topónimo que apunta a origen árabe y que da nombre a la partida agraria situada al suroeste de Oliva, la última localidad antes de llegar a la provincia de Alicante. Sirve para identificar también un barranco en la misma zona y unas alquerías moriscas en tierras del interior, cerca de Salem. En el promontorio más alto y bonito de aquella partida construyó la familia Brines su casa pairal, un caserón nobiliario de aires coloniales rodeado de jardines y cultivos que vigila, como una atalaya, tanto los campos de naranjos de la propiedad como el paisaje a lontananza, el valle de Pego –donde a punto estuvo de ubicarse Eurodisney antes que en París–, el morro del Segaria, el Montgó y, al fondo, el mar azulado del Mediterráneo.

Hace unas semanas estuvieron los reyes de España en la casa de los Brines, honrando al más grande de sus descendientes, el poeta, el lúcido escritor que ha hecho suya y universal la partida, confundida su propia casa en Elca, cuyo sonido resuena en toda la obra del autor. Una vez allí se puede dejar el vehículo en el parking que Brines ha dedicado a la memoria del malogrado Antonio Cabrera, otro poeta gigante. Elca, la Elca de Brines es un santuario. Podría ser el Jardín que Epicuro creó en Atenas para disfrutar de su modo de entender la vida, rodeado de amigos y sensualidad, en busca de la armonía con la naturaleza, con las riquezas que ofrece la tierra, con un dejarse llevar hasta los umbrales de la existencia. Y así fue, pocos días después de la visita real, el escritor pidió que le sedaran y se dejó marchar.

La geografía de Elca explica a Brines pero también nos explica a los valencianos. Consumidos por el autoodio, la rivalidad entre campanarios, atrincherados en miniestados de pueblo, ni moros ni cristianos, ni castellanos ni catalanes del todo, tantas veces se nos olvidan, demasiadas veces, nuestras virtudes como pueblo. En Elca vemos el mar y la luz, la fortuna de haber nacido entre las Hespérides, con un campo que ofrece el cuerno de la abundancia a pesar de las sequías, lo que satisface a la vida y la hace llevadera y hasta feliz. Aquello que preconizaba Epicuro, precisamente, aceptar el devenir, complacerse con lo necesario, conseguir lo imprescindible pero aprender a no necesitar lo superfluo, fomentar el amor y la amistad, dejarse llevar por los interrogantes de la divinidad pero evitar el fanatismo de lo religioso.

Brines, en su obra, y en su conversación, en su trato humano y cercano, se ha comportado como un sabio clásico, lúcido y gozoso, estoico, pero también metafísico, irónico, tibiamente escéptico y, como Elca, elegante y sobrio a la vez que amante de lo excepcional y artístico. La cultura vital valenciana, la epicúrea, no ha podido emplear mejor su devenir que en dar a luz a un personaje de la calidad de Francisco Brines. Uno se siente orgulloso con ese pálpito, del mismo modo que un renano debe experimentarlo cada vez que escucha la sección de cuerda al completo en una pieza de Beethoven.

Los Brines llegaron a la comarca valenciana de la Safor seguramente desde Mallorca, y fueron agricultores terratenientes que no labradores como algún confuso medio ha divulgado, mientras que los Berlanga vinieron a Valencia, al divertido hotel Londres, desde la venta de Contreras, la frontera con Cuenca. Fidel se quedó gestionando el hotel que da a la plaza del Ayuntamiento desde cuya terraza los amigos veían las mascletás y los castillos de fuegos artificiales. Un edificio en cubillo estilo paquebote de los años 30, racionalista, obra de Javier Goerlich y querido por muchos artistas cuando venían a la ciudad –Campano, Ian Wallace…– , pero que ha sido reinterpretado sin el adecuado talento.

Luis se fue a Madrid –y a París– para estudiar cine tras una juventud aventurera. A pesar de la atmósfera conservadora en la que creció, a Luis le pudo el hedonismo valenciano. Fue un espíritu abierto y socarrón. Y aunque en pleno centenario de su nacimiento, tiene su lógica que todo el cine español quiera rendirle homenaje y apropiarse de su legado, es su tierra natal la que tiene el deber moral de reivindicar la mirada satírica del cine berlanguiano más allá de una velada de los Goya. Aquí debería erigirse el museo a su desprejuiciada memoria.

Con Berlanga reaparece el espíritu epicúreo, el saber vivir dejando vivir a los demás, el que dibuja su alma y su cine de naturaleza mediterránea por más que aderezado con el picante y la mala uva de Rafael Azcona. Solo aquí, entre paellas, tendría sentido recuperar la colección de vello púbico que atesoró el cineasta, como solo en Elda se rinde culto al fetichismo por los zapatos de tacón con los que se recreaba la libido de Berlanga. Aquí se rodó su testamento, París-Tombuctú, tan maltratada por la crítica que no entendió el guiño erótico al mostrar los pechos de Concha Velasco ni el liberador autoanálisis que suponía la erección final de Michel Piccoli.

Ni Brines ni Berlanga cuentan con monolito ni busto escultórico alguno en su ciudad, los grandes epicúreos valencianos, impenitentes, ambos, comedores de arroz e hinchas del casi desaparecido Valencia club de fútbol.

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3 de junio de 2021
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KONFUCIO (Balada escrita en casa de la familia Kong)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Avanzaba ligero, como alado,

y mientras caminaba decía:

¿No es agradable estudiar

mientras fluyen como aves pasajeras

los veranos?

¿No es una delicia recibir a un amigo

que llega de lejanas tierras?

 

Avanzaba ligero, como alado,

y si bien era parco en la comida

no tenía medida con el vino,

aunque nunca estaba borracho.

Si el príncipe le ofrecía un animal

lo ponía a pastar esa misma mañana.

En la cama se tendía como un cadáver

y no quería modales en su casa.

(Ya bastaba con las ceremonias públicas,

la casa estaba para descansar).

 

Solían verlo sereno, pero a veces

cambiaba de expresión si de repente

oía un trueno o el crujir

del viento.

Y era tan entusiasta y tan intenso

que se olvidaba de comer,

y tan feliz que ignoraba sus problemas

y no se enteraba del paso del tiempo.

 

Una tarde, definió la belleza

como lo que asciende, planea

y luego regresa a su nido.

Avanzaba ligero, como alado,

y parecía venir siempre de muy cerca

y parecía venir siempre de muy lejos.

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2 de junio de 2021
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El Boomeran(g)
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