Francisco Ferrer Lerín
Trabajando en la confección de un pequeño ensayo sobre César Aira, genial argentino recién galardonado con el Prix Formentor 2021, me encuentro de nuevo con esa guadaña herrumbrosa que es el plagio inverso, no siendo yo en este caso el plagiado, como es habitual, sino César Aira, y, curiosamente, yo su plagiador. Aira utiliza un dispositivo, entre otros muchos, y todos de modo sabio y eficaz, que es el de la progresión del discurso de modo escalonado, acelerado, con aires aritméticos y final desconcertante, uno de sus procedimientos más aplaudidos y que yo ya utilizaba en 1964, con 22 años, y que César, en esa fecha, con 15, seguro que también, pero yo no conocía su obra, si es que existía, de ahí el prodigio, y, por otra parte, y esto ha de quedar muy claro, cuesta creer que él sí conociera la mía. Entonces, para no perder más tiempo, y haciendo caso al refrán ‘para muestra un botón’, ahí va mi relato «El fracaso», de ese año 1964 (anda por ahí publicado), y ustedes opinen, que quizá no sea nada más que una confluencia, el término que se aplica a la conducta de buitres y cóndores, especies alejadas taxonómica y geográficamente pero de parecidas apetencias alimentarias.
El fracaso.
Un hombre emprende un trabajo arduo y convencido de su capacidad descuida algunos detalles. Estos le hacen fracasar.
De nuevo comienza una obra que seguramente es más amplia y laboriosa. Al principio acuciado por la propia necesidad de éxito acelera enormemente su desarrollo y corona las primeras etapas antes del tiempo prefijado. Esto le hace aminorar la marcha y cada día realiza algo menos que en el anterior. Así llega a un paro total que le lleva al fracaso.
Otra vez desea justificarse y acepta una labor importante. La emprende con alegría y rapidez pero temeroso de cometer algún error la reestructura y racionaliza. De este modo el trabajo se dignifica y pierde trivialidad y gana empaque. Sin embargo el exceso de metodización le confiere un aspecto agrio y ante la perspectiva de una posible abulia vuelve a la alegría y rapidez con que comenzó. Así llega de nuevo al período en que desea metodizarse y así al período de la alegría. La repetición de estos estados le causa miedo y decide intercalar una etapa que alargue el ciclo. La búsqueda de dicha etapa es difícil y empleado exclusivamente en ello distrae el negocio. De nuevo fracasa.
La vez siguiente prefiere arriesgarse en algo definitivo. Es un trabajo enormemente delicado y difícil con una duración además extraordinariamente larga. Los motivos por los que lo escoge son obvios. Realiza un verdadero juramento ante sí mismo de dedicar toda su vida al logro de la empresa. Calcula los años que le quedan de vida acogiéndose a la media de sus antecesores. Asigna a cada año una parte y así mismo a cada mes y día y hora y minuto y segundo. Construye un calendario que constantemente le indique el punto en que se halla en su labor. Elimina dos períodos. El ocupado en agonizar y el ocupado en planificar su obra. Curiosamente al restar del tiempo total la planificación y la agonía aparece un tiempo asombrosamente ridículo. Acobardado no acierta a realizar con tino la gran cantidad de trabajo acumulado en cada parte del minúsculo tiempo total. El error le vale una rápida expulsión de la férrea empresa. Afortunadamente un fallo en el cálculo de la longitud agónica le hunde antes en ella. Así prematuramente descansa.
(1964)
Apud La hora oval (1971)