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La cabeza bajo el ala

El verano, propicios siempre para ser informados de noticias que olvidamos durante el invierno, ha dejado constancia de que, según las últimas valoraciones, ninguna universidad española está entre las 200 más importantes del mundo. En la anterior lista había una -la Universidad de Barcelona-, pero en la actualidad también ha desaparecido. Hubo unos cuantos comentarios en los periódicos, aunque no creo que esta información haya amargado las vacaciones a demasiada gente. Unos días después de esa noticia La Vanguardia dedicaba una doble página al negocio de la prostitución en España y, además de indicar las fabulosas ganancias que implicaba para las mafias, ofrecía, no sé bien a través de qué medios, un cálculo de las prestaciones anuales requeridas por los varones españoles: 15 millones, un récord en Europa y todo un índice de la salud sexual, y no sexual, de la sociedad española.

En la misma doble página, en un recuadro, los periodistas advertían que la prostitución era el segundo negocio con más volumen de beneficios, únicamente por detrás del de las armas, pero por delante del de las drogas. No me quedó claro si por "armas" se entendía la fabricación y exportación legal o directamente el tráfico ilegal de armamento; de ser esto último la capacidad recaudatoria del pobre Estado quedaría aún más mermada, tras no sacar provecho alguno del dinero negro procedente de las drogas y la prostitución. De todos modos no hay ningún indicio de que la alarma suscitada en la comunidad sea particularmente grave. Negocios tan rentables, al fin y al cabo, no son fruto de un verano, sino la consecuencia de delitos perpetrados a lo largo de años y a la vista de todos. Nadie puede escandalizarse, más allá de cuatro comentarios fugaces.

Sin embargo, como pueden comprobar, el panorama es bastante coherente. Un país que asiste impávido a la sedimentación del delito, como ocurrió también, durante décadas, con la especulación inmobiliaria, ¿para qué necesita buenas universidades? Si lo que prevalece es la corrupción y la ganancia fácil por encima del mérito, ¿a qué viene rasgarse las vestiduras cuando las estadísticas incordian con sus fríos números señalando a tantos jóvenes predispuestos a la apatía a falta de otras posibilidades? ¿Cuántos españoles se sienten responsables del desastre educativo?

Creo que necesitaríamos muy pocas manos para contarlos con los dedos. Evidentemente, los culpables son siempre los otros. En especial hay dos figuras que son vistas como monigotes del pim-pam-pum sobre los que lanzar las reacciones airadas cuando emerge un problema: el maestro y el político. Esteúltimo, protagonista de un paisaje utilitarista y sin ideas, incorpora a su profesión el riesgo de ser señalado constantemente; los italianos, que saben bastante de estas cosas, ya hace mucho que han asociado el mal tiempo con el porco governo. Por su parte, el maestro, como está en la primera línea del frente, es el depositario directo del colapso educativo.

Lo grave, e hipócrita, de esta concepción es ignorar que, en realidad, se trata de un fracaso ciudadano que implica la entera percepción de la democracia. Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, y con la octava economía del mundo -según se ha alardeado-, España es incapaz de tener una universidad de prestigio mundial. Y hay algo peor. A casi nadie parece importarle. O bien se trata de un fracaso de la democracia, tal como históricamente se ha entendido este modelo político, o bien hemos instaurado una democracia de otro tipo, innovadora y vanguardista, para la cual es mucho más decisivo tener una selección de fútbol campeona del mundo que una universidad entre las primeras del planeta. Si se hacen encuestas a este respecto es casi mejor no saber los resultados. Aunque también podría ser que nos estuviéramos adelantando a todos al ensalzar la ignorancia y despreciar el conocimiento, y constituyamos la vanguardia del siglo XXI.

Pero si hay que entender la democracia tal y como la entendieron humanistas e ilustrados el fracaso es evidente, y no atañe solo a los políticos y a los maestros, sino a todos los ciudadanos. Hay unanimidad en que el sistema educativo es un desastre, pero lo insólito sería que tuviéramos buenas escuelas y universidades en medio de la indiferencia general. Es cierto que gran parte de la Universidad española se halla en caída libre como consecuencia de sucesivas reformas ineficaces y de una burocratización sin límites que acaba premiando a los mediocres, pero no es menos cierto que los buenos -o excelentes- profesores que sobreviven lo hacen en un ambiente descorazonador en el que la falta de estímulos procede, en primer lugar, del escaso interés y prestigio del conocimiento en el seno de la comunidad.

A través de la sempiterna pantalla de televisión -con un consumo medio de tres horas diarias por habitante- los adolescentes son informados puntualmente de que los héroes son deportistas multimillonarios, los especuladores, los tertulianos gritones, las prostitutas de lujo y toda esa chusma que se pasa el día juzgando y sentenciando a los demás. Este esperpento permanente transmite un mensaje claro: ¿para qué sirve la cultura?; para nada, pues lo que sirve es la palabra hueca, la neurona lenta y la rapiña veloz. Y frente a esa invasión la resistencia de los ciudadanos, hay que reconocerlo, es escasa. La conciencia crítica disminuye hasta casi anularse, empezando por la que atañe a la vida política, pero con repercusiones en todos los estratos de la sociedad. Con estar atentos a la pobreza del lenguaje utilizado por los españoles, desde el que se usa en los Parlamentos hasta el que se puede escuchar en los restaurantes, uno puede formarse una idea bastante nítida de la situación.

No nos engañemos. Políticos sin grandeza y profesores desorientados solo son responsables secundarios de la escasísima formación media de los jóvenes; el responsable directo es el ciudadano-avestruz, el protagonista de una democracia fraudulenta en la que se enfatizan los derechos y se rehúyen los deberes, siempre mirando hacia otro lado o con la cabeza bajo el ala. El ciudadano-avestruz nada quiere saber de la destrucción del litoral mientras esto no vulnere sus intereses; nada le afecta la corrupción mientras no se grave su bolsillo; en nada le concierne el asentamiento de las mafias mientras él pueda ir tirando; le importa un comino tener o no tener buenas universidades mientras la diversión esté asegurada. Siempre podrá acusar a los políticos -reclutados a su imagen y semejanza- de sus errores. Porco governo. El espantapájaros.

Lo malo es que finalmente se consigue una democracia de avestruces; todos con la cabeza bajo el ala y, por supuesto, sin mirar nunca de frente.

  El País, 17/09/2010 

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24 de septiembre de 2010
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IV. Cuentos de camino

Mientras tanto, la compra de votos en la Asamblea Nacional ha continuado, con lo que no sería raro que pronto Ortega tuviera los suficientes para cambiar la Constitución y legitimar sus pretensiones de reelección por esta vía, que hasta ahora dependen de una espuria resolución de la Corte Suprema de Justicia, otra de las instituciones que ha caído bajo el hacha de la demolición y que es ahora un verdadero mercado persa.

Y las instituciones financieras internacionales, como el FMI, el Banco Mundial  y el BID, sobre las que Estados Unidos ejercen poder decisivo, lo siguen apoyando, sobre todo el FMI, que pese a su rígida ortodoxia, le ha dado licencia tácita para apropiarse de los recursos provenientes del petróleo de Chávez, que usa en privado a su propia discreción, sin someterlos al control del presupuesto nacional, lo que viola una de las reglas sagradas del propio FMI. Tampoco son estas señales que antecedan a un golpe de estado orquestado fuera de las fronteras.

¿Dónde está entonces las señales de que Obama querría darle un golpe de estado a Ortega? Todo no es sino un ardid para ocultar que el verdadero golpe de estado ya se dio. Lo dio el propio Ortega al destruir y malversar las instituciones civiles, y ahora busca apropiarse de la Policía Nacional y someter políticamente al Ejército para cerrar la rosca.

Lo demás son cuentos de camino.

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24 de septiembre de 2010
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Muñoz Molina en el Hay Festival

Antonio Muñoz Molina Empezó el Hay Festival Segovia 2010 y Antonio Muñoz Molina conversó sobre la Guerra Civil Española y la reducción que han hecho sobre ella los libros de historia (y las novelas, añadiría). Muñoz Molina, quien ha escrito la novela-río La noche de los tiempos (Seix Barral) que retoma el tópico, dijo:

El pasado, la memoria, el problema de aquello que desaparece con el tiempo, la Guerra Civil y la historia reciente de España analizadas por el escritor Antonio Muñoz Molina en conversación con el historiador Justo Serna han sido el eje del plato fuerte de la primera jornada del Hay Festival que se celebra en Segovia. ?Creemos que conocemos el pasado y eso es falso, porque la mayor parte de las percepciones y los hechos se pierden? ha asegurado Muñoz Molina al diseccionar su novela La noche de los tiempos y las razones que le llevaron a escribirla y a hurgar en la herida, aún abierta, de la Guerra Civil. Desmitificador y directo, Muñoz Molina ha alertado del peligro de contar la historia a través de ?categorías abstractas que son muy tranquilizadoras porque nos permiten sentirnos épicos retrospectivamente?. ?Lo que se está difundiendo como la historia de España es la historia de la señorita Pepis?, ha añadido para explicar lo que considera una simplificación sobre un país, la España de las primeras décadas del siglo XX, que ?no era un pozo negro en el que se enciende una luz en 1931?. El autor del Jinete Polaco incide a lo largo de los cerca de 55 minutos de reflexión en esa idea alejada de claroscuros y visiones simplificadoras y, a la postre, más cómodas. La modernidad, ha insistido, no era sólo Dalí y Lorca pasándoselo bien en la Residencia de Estudiantes, sino también el ingeniero que estaba haciendo el viaducto de Madrid y las reformas en un país que ?estaba explotando? y que estaba llevando a la gente a un ?cambio de vida de manera radical?.

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23 de septiembre de 2010
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De vida no beata

 

 De vez en cuando la tele te da alguna alegría. Casi siempre inesperada, mal anunciada y escondida en la programación tan prescindible. Veo todos los días algo, lo intento, me frustro y pondo alguna película. Es verdad que empeñándose uno puede encontrar una serie americana, una película perdida o alguna información bien contada. El resto, para mi, es silencio. Excepto alguno de esas sorpresas que tienen que ver con un tópico: un documental de la 2.

Hace un rato he terminado de ver un documental que me reconcilia con la televisión. Un documental divertido, cercano, emocionante e inteligente sobre Jaime Gil de Biedma. Dirigido por una sobrina, Inés, amiga y colega, compañera de páramos y pinares, resuelta para la charla y la bebida tranquila mientras cae la noche de Castilla. Residente en Barcelona, disfrutadota de un pueblo de Segovia y paseante de la Ribera de los Alisos, como su tío Jaime Gil de Biedma. Pues con todos esos peligros de cercanía, de conocer demasiado el argumento de la obra, de tener que guardar equilibrio, de callar lo que no se debe contar, con tantas cosas en contra, y tantas a favor, ha sido capaz de hacer un retrato del artista, veinte años después de la noticia de su muerte, serio y divertidamente saludable y necesario. Necesario si te interesa saber de la vida, de las pasiones, familia, amigos y seguidores de la vida nada beata de uno de los poetas que no debemos dejar de leer.

Hay veces que la televisión va en serio y entonces merece la pena pararnos una hora  y no leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas y vivir como un noble arruinado delante de la televisión. Ya llegará el tiempo de las ruinas de nuestra inteligencia.

De verdad si conocen a este poeta que nos ayudó, quizá un poco tarde, que la vida iba en serio- y si no le conocen con más motivo- no dejen de ver este documental. La próxima oportunidad es el próximo domingo 26 a las cinco en punto de la tarde.

De repente volviendo a sus poemas, a su vida, a sus amigos y su tiempo, a uno le gustaría haber vivido esos encuentros. Haber conocido mejor a ese hombre, a ese poeta de reputación tan negra. Y ser capaces de hacernos volver a la resolución de ser felices. De recordar lo que nos gusta de nuestras vidas, aunque no sepamos dónde está.

 

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23 de septiembre de 2010
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Mi vida con los médicos

Mientras todo el género humano está en el paro o en crisis, la medicina sigue tan campante. Es el único sector del empleo, junto con el más inapelable de las pompas fúnebres, que nunca pierde vigor ni clientela, exceptuando, claro, a la banca o, mejor dicho, a los directivos bancarios. He oído últimamente una buena cantidad de chistes de médicos, y he llegado a pensar que el galeno ha sustituido, como figura emblemático-cómica, a la suegra. La cosa tendría su lógica; el matrimonio también ha caído en picado, y el declive de la institución arrastra consigo suegras, cuñados y demás familia. Lo más divertido (a la par que aterrador) que he oído en mi vida no es ningún chiste deliberado, sino lo que dice un querido médico amigo, quien, siempre que se le propone algo que le resulta aburrido, incómodo o abominable, responde así: "Antes me opero".

    Operarse, y toda la amenazadora variedad de prestaciones que se dan en los hospitales son, en efecto, circunstancias de las que huir si se puede, por lo que no sé explicarme a mí mismo el apego que siento -genéricamente- por los médicos. El primer culto de latría que me inculcaron en la infancia, antes que el de San Pascual Bailón o el beato Marcelino Champagnat, fue el de un doctor que en mitad de una noche de invierno alicantino acudió a nuestra casa a pasar consulta y, según la novela familiar, que tiene todos los visos de ser verídica,  salvó a mi madre -con la receta de un medicamento recién aparecido- de morir de una grave infección pulmonar. Para hacer más romántica la noche, la visita y el medicamento, que hubo que traer en coche desde Valencia, aquel médico, el doctor Ribas Soberano, era un represaliado republicano que, al perder su puesto clínico y su cátedra en Barcelona, había recalado oscuramente en Alicante. Y ahora, hace pocos días, leí en las páginas correspondientes de El País una nota necrológica que -a modo de remembranza o caldo ‘proustiano' sin tropezones- me ha devuelto a un personaje, otro médico, que fue muy importante en la primera parte de mi vida y había completamente olvidado. De hecho, la impresión inicial fue de sorpresa, pues nada me hacía pensar que el Doctor Luis Rivera hubiese estado vivo hasta ahora; ha muerto a la dadivosa edad de 97 años. Lo que decía el doctor Rivera sobre cualquier dolencia o síntoma era palabra de dios (más que mano de santo) entre los míos, aunque ahora descubro ‘a posteriori' que en eso no éramos originales; cientos de miles de alicantinos de varias generaciones le tuvieron la misma fe. Rivera fue un reputado endocrino, y saber de su especialidad y de su eminencia en ella también me asombra; era tan asequible y tan general que yo le daba sólo el rango de un médico de familia.

   No sé si influye en mi disposición favorable el hecho de vivir en una zona de Madrid llena de hospitales y clínicas. Al principio me daba regomello tener tan cerca esa red de edificios en su mayoría feos y señalados por la presencia en la madrugada de personas que fuman atribuladamente o lloran abrazados ante la puerta de ‘Urgencias'. Luego eso me dejó de llamar la atención, y por acostumbrarme me acostumbré hasta a la rondalla diaria de ambulantes sirenas bajo mi ventana, que no para a ninguna hora, en intensidades que van desde el estertor ‘rapero' al ulular dodecafónico. También empecé a ir a esos centros hospitalarios, al principio como visitante de enfermos en distinto grado de gravedad, reparando en las floristas de ocasión que se ponen a la entrada del más grande de todos, y quizá por ello el más letal de todos. Después, con los achaques que a uno le vienen, me hice más asiduo de alguna clínica o ambulatorio, topándome en ellos con la especie real, ya no romántica ni salvífica, de los facultativos que nos atienden.

    A partir de una cierta edad, y en unas culturas más que en otras, la medicina se convierte en el ‘gran relato' de nuestra existencia. No comparto, sin embargo, la noción de sacerdocio que algunos pacientes atribuyen a los médicos; eso implica -aparte de una veneración por los curas que las constantes actuales desaconsejan- una creencia en ‘poderes' o visiones taumatúrgicas. Prefiero ver a los médicos como practicantes de la profesión más difícil que pueda haber, la de curar el dolor de sus semejantes, sin dejar a la vez de ser individuos ‘normales' del género humano, tan antipáticos algunos como los escritores o los jueces, tan tristes o chistosos como nuestros cuñados, tan generosos como ese doctor que, al verme preocupado por una herida que no cerraba antes de salir yo de viaje, me dio su móvil, con el recordatorio de que podía consultarle a cualquier hora: la imagen de la temida némesis medical convertida en un ‘seven/eleven' de la asistencia. En un tiempo de crisis y de quiebra de los ‘cuentos' de la gran política, la alta economía y la religión trascendental, yo mantengo mi confianza en los narradores de la medicina, que se aventuran con su conocimiento, su experiencia y sus errores en la novela de nuestra vida, tratando siempre de darle un ‘happy end'.  

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23 de septiembre de 2010
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Entrevista en la revista ‘Milenio’

Esta es la entrevista que apareció hace unos días en la publicación mejicana "Milenio" (formato digital). La entrevistadora es Nieves Martín.

"Las iglesias no son religión, son espectáculos y negocios"

Autobiografía sin vida es el libro más reciente del escritor barcelonés, quien aborda la historia del hombre a través del arte, de las imágenes que lo han acompañado en el transcurso del tiempo.

El autor de El aprendizaje de la decepción habla de su nuevo libro, una memoria visual llena de imágenes poderosas, como la del crucifijo: "enigmática, terrible, daba mucho miedo", dice el filósofo que en esta charla, entre otras cuestiones, también alude a las imágenes que ven los jóvenes ahora y al futuro de la prensa impresa, "que tarde o temprano será sustituida por periódicos digitales".

Autobiografía sin vida parece una contradicción.

Es una autobiografía que trata de explicarme a mí mismo a través de una serie de signos, de representaciones que me han marcado.

¿Es una memoria más visual que literaria?

Sí, en ella lo que domina son las artes visuales y sigue una cronología: empieza en las cuevas paleolíticas -las de Chauvet-Pont d'Arc con sus caballos bellísimos-, luego vienen Grecia, el cristianismo, el gótico... es como una historia del arte que termina en la Documenta de Kassel en 1972.

¿Desde que nacemos estamos poseídos por un escenario de signos visibles?

Pienso que sí. En el inicio del libro están las cabezas de caballos de Chauvet, cuando las vi inmediatamente pensé: las debieron ver los niños que nacían y crecían en el interior de aquellas cuevas; me imaginaba aquellas oscuridades iluminadas por el fuego, los resplandores, y me preguntaba: cuando aquellos niños salían de las cuevas y se cruzaban con los caballos, ¿cuáles consideraban que eran los verdaderos, los que estaban viendo en ese momento o los pintados en las cuevas? ¿Cuáles fueron las imágenes que yo vi y me determinaron sin que yo lo supiera? ¿Qué imágenes fueron aquellas que luego me hicieron comprender la vida tal y como la he comprendido?

Algunas de esas imágenes son especialmente poderosas, como el crucifijo en la España del siglo XX.

Claro. Esa es una experiencia de mi generación y de casi todas las generaciones anteriores a la mía, pero ya no es la de los jóvenes. En aquel momento, desde muy pequeñitos, veíamos esa cruz, esa cosa misteriosa, enigmática, terrible, daba mucho miedo, la teníamos siempre presente y estaba unida a todo lo que era -en el caso de mi generación- la España de Franco. Para nosotros era imposible ver la cruz de otra manera. Y toda nuestra vida está vista a través del crucifijo, una vida crucificada. Los chavales ahora no, es difícil que vean un crucifijo, sobre todo en la España contemporánea, se han eliminado por la laicidad. Pero, en cambio, tienen cuatro años y ya están jugando con el play station, y toda su vida estará determinada por una pantalla; no lo saben pero se les nota, están constantemente fotografiando las cosas, si no las tienen fotografiadas no saben que han tenido esta experiencia.

¿Nos damos cuenta de un determinismo visual que antes no habíamos advertido?

La intención del libro es ésa. Para mí fue un descubrimiento -a lo mejor he descubierto el Misisipi. Hasta que empecé esta introspección, yo no sabía hasta qué punto tengo que interpretar el mundo a través del español, de mi lengua, de la misma manera que lo interpreto a través de una serie de imágenes que componen mi lengua visual. La hipótesis es que a todos nos pasa lo mismo, que todo el mundo puede hacer un ejercicio de introspección, y metiéndose en sí mismo decir: bueno, vamos a ver cuáles son las imágenes que a mí me han marcado, de qué manera veo yo el mundo.

En su libro, después de hablar del último dios, el cristiano, de la derrota de todos los dioses, habla del nuevo Templo, el de Lo inevitable, el Ananké de los griegos.

Nuestro mundo empieza en la Revolución francesa. La nuestra es la sociedad de los burgueses revolucionarios, ahora ya quedan muy pocos y sobre todo en los países del tercer mundo; los países más civilizados son masa pura, proletariado puro, democracia total, no hay diferenciación de clases. En España, por ejemplo, todavía hay una burguesía ilustrada que tiene el poder, que lo controla todo, y que impone su ideología. A partir de Hiroshima, de la bomba atómica y de la posibilidad de destrucción total que nosotros vivimos muy directamente -yo recuerdo el día de la crisis de los misiles de Cuba-, interiorizamos lo inevitable, en ese momento todo cambió. Por decirlo de una forma rápida: nosotros estamos viviendo una nueva era, no una nueva época. Es una diferencia muy grande, es la diferencia entre el paleolítico y el neolítico.

 

En Autobiografía sin vida también habla de la transparencia religiosa, de la claridad de los templos góticos frente a la oscuridad románica. Hoy se sigue pidiendo transparencia, digamos a la Iglesia católica en los casos de pederastia.

Pero eso ya no es religión. La religión se terminó con la Revolución francesa, lo que queda son iglesias instituidas, un poco de la misma manera que los partidos no son organizaciones políticas, sino empresas económicas, y no se puede decir que la política es lo que hacen los partidos, la política la hacemos usted y yo, los ciudadanos, los partidos no hacen política, hacen negocio. Con la religión es lo mismo. Hay quien cree en la religión pero las iglesias ya no son religión, son espectáculos religiosos, económicos, que a veces son muy poderosos, pero no son religión. Religiones quedan todavía, pero en lugares poco recomendables, como los países islámicos donde la legislación todavía obedece la ley de Dios. En Israel también, las leyes del estado ultra moderno están naturalmente ordenadas según la teología hebrea, no pueden saltarse la ley religiosa. En nuestras sociedades no, afortunadamente la ley de carreteras o de sanidad no depende de Dios. Es en ese sentido que digo que la religión ha desaparecido. Entonces quedan sólo el arte y la ciencia. La ciencia no explica pero describe. El arte sí que explica. Y lo que está sucediendo, a mi entender, es que la ciencia está sustituyendo a la religión, como única verdad verdadera y el arte está robándole herramientas y mecanismos a la ciencia. Cada vez el arte actual es más técnico, en el sentido de que utiliza más técnicas, los que lo practican tienen que tener saberes técnicos. Hay muchísimos artistas actuales que vienen de la ciencia, se está produciendo una transformación que a mí me apasiona, que es típica de un principio de era. Se están trastocando los pilares de nuestra civilización, todo se mueve, la sensación es de caos, de desorden, a todos nos da miedo, pero es excitante.

Entre los hitos artístico-visuales, hay un lugar destacado para Goya.

En Goya se da ese primer paso interesantísimo hacia la representación inmediata del horror. El arte anterior no lo representaba. Delacroix, por ejemplo, tiene un cuadro que es la representación de una matanza, se llama La masacre de Quíos, una ciudad en la que entraron los turcos y mataron a todo el mundo: veinte mil cadáveres, pero la representación de Delacroix no produce ningún horror, es muy hermosa. Goya es el primero que introduce el horror dentro de la representación, pero ojo que esto es arte y en el arte el horror puede estar presente, pero ha de estar siempre en forma afirmativa, que no deprima, que no sea una foto de Auschwitz, que te hace odiar al género humano. Me refiero a las fotografías documentales, que no son nada artísticas, que hicieron los ejércitos norteamericano y soviético cuando entraron en aquellos campos y se encontraron aquella barbaridad.

José Antonio Fortes, en su libro Intelectuales de consumo, denuncia el uso de los intelectuales, los poetas incluidos, por parte del poder, desde 1982 hasta nuestros días, recordando el arte y Estado franquista.

Sí, pero dese usted cuenta que la mayor parte de los poetas utilizados por el poder no son poetas, son simulacros, imitaciones. Un poeta no se deja utilizar. Mejor dicho, a lo mejor querría ser utilizado el pobre, aunque sólo fuera para comer caliente, pero es imposible utilizar un poeta. Los poetas te meten en unos líos horrorosos. Tú llevas a un poeta a ponerle una condecoración y te puede llegar hecho un asco, ponerse a gritar, querer pellizcarle el culo a la ministra, los poetas son imposibles.

En el último capítulo de su libro, "Un final de novela", dice que la literatura es "una mercancía de fluctuante valor que se puede luego monetarizar en los múltiples canales religiosos de la democracia popular: radio, tele, cine". No menciona la prensa.

No la he mencionado porque tiendo a pensar que la prensa es algo así como el arte en mayúsculas, una cosa del pasado, un residuo del siglo XIX. Y tiene los años contados, desgraciadamente, porque yo adoro los periódicos. Todas las empresas que fabrican diarios sufren pérdidas enormes y los periódicos están siendo utilizados de la manera más desvergonzada por el poder político, justamente aprovechándose de la crisis económica.

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23 de septiembre de 2010
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Estupor

"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por  un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de  confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como  llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma" (Aristóteles)

Permítaseme  evocar una vez más un repetido tópico de la historia de la ciencia y glosar el comentario al mismo de uno de los más importantes físicos del siglo veinte:

Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la tierra por navegantes de diferentes países,  fue difícil superar argumentos en contra de la esfericidad, que parecían del todo razonables. Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaríamos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superficie de la tierra y al llegar a la antípoda, pura y simplemente caeríamos en el vacío. Argumento vinculado a éste es que dejaría de haber un "arriba" y un "abajo" propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería "abajo".

Había además la confianza en la intuición inmediata, que  de ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de accidentales curvaturas como las colinas, la superficie de la tierra se nos antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abogaba por la tesis de que el sol era un enorme astro incandescente en torno al cual otros astros (la tierra entre ellos) girarían. El segundo ejemplo es tanto más interesante, cuanto que no se daba  siquiera el análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras.

Si a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a las arraigadas  convicciones sobre la centralidad de la tierra, ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas  fueran abriéndose camino? Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la fe, poseían gran fuerza explicativa .Ahora bien: lograr aclarar, explicar, sustentar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en su totalidad, constituye en palabras de Max Born "el ardiente deseo de toda mente pensante", deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar "sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia".

Casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del Nóbel de Física e interlocutor mayor de Einstein. Conviene enfatizar el hecho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes pensantes, no meramente de una élite social, religiosa o intelectual.  Ello me dará oportunidad  de  volver sobre otro texto de Aristóteles,aun más emblemático que el citado,  que ya he presentado aquí  varas veces ( en traducción tan "libre" estilísticamente como  rigurosamente fiel al contenido)y del que hoy recojo sólo la primera frase

"TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos complacemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto tratándose de la vista."

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23 de septiembre de 2010
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Cuarenta nombres de una vida

 

 

 

La idea es de Sloterdijk: somos blogs erráticos, esparcidos en medio del paisaje de la red, y abandonados al pánico de la presencia. Cada cual ignora de qué montaña fue arrancado y es testigo de una historia que ninguna memoria ha retenido. Ahora que por encima de Santa Leocadia desciende al ocaso la primera luna del otoño, me repito que hay una semejanza notable entre escritores y actores. Algunos observadores caritativos han sugerido que el escritor es alguien que se vacía. Y eso, al cabo de un tiempo, es la aniquilación: se han vaciado a sí mismos y convertido en fantoches. Es una apreciación bastante optimista; sobre todo, si cree que podían estar llenos de algo y lo han sacado de sí.  

El escritor suele ser un actor encasillado. Desde que aparece el autor famoso en la escena social, allá por la época de Dickens, el pobre comparsa, que disfruta de los mismos ajetreos que una cupletista, se siente impostor: actor que hace bien de escritor pero que, secretamente, desearía descansar haciendo una gira en un papel distinto.

De joven, cuando aprendía alemán, leí en Jünger que la autobiografía Cuarenta años de la vida de un muerto, de Fröhlich, es de lo más entretenido de las letras alemanas. Durante años indagué a diestro y siniestro buscando al dichoso Fröhlich, y no hubo manera. El nombre, que significa “alegre”, y es un apellido muy común, parecía broma.

El año pasado me vi en Leipzig, la esforzada ciudad.  Paseaba por una calle ancha y despoblada, que hacía fluir sus bloques alineados y vacíos junto a la desolada vía del tren, y me metí en un bar vacío. El local me pareció muy camuflado, casi invisible desde fuera, y la decoración muy espesa. Me senté y, al rato, oí voces y ruidos de cena familiar que venían del fondo. De golpe, vi que todas las cosas tenían puesto un precio. Entonces distinguí en un revistero, justo a mis pies, los tres tomos azulencos y desanimados de Cuarenta años de la vida de un muerto, a la venta por 10 euros, incluyendo el propio revistero y una lujuriosa revista de corte y confección. Dejé el dinero junto a un reloj de cuco, todo parecía un cuento de Hoffmann.

Edición berlinesa de 1915, en fatigosa letra gótica, y de autor anónimo. Ningún Fröhlich a la vista, pero alguien escribió a lápiz “Friederich” en la página de respeto.

Johann Conrad Friederich nació en Frankfurt en 1789, recién tomada la Bastilla. A la edad en que los demás críos encorrían a los gatos, él hacía los visajes y aspavientos de los personajes de la revolución francesa, declamaba tiradas formidables de Danton y Robespierre, y quería ser actor de teatro inmediatamente.

Una carta de la madre de Goethe a su sobrino August menciona a un joven frankfurtiano de 16 años llamado Conrad Wenner, que estaba poseído por una insuperable atracción por las tablas, y le daba la lata con ir a Weimar, ponerse a declamar papelones y no parar nunca: “me va a volver loca, se apellida Friedrich, su madre era de soltera Wennern”. Hasta la pobre señora escribía versiones distintas del apellido. Se ve que el furor histriónico de Friederich desbordaba el comedor de casa, se expandía por el vecindario, trastornaba nombres y renombres, y desesperaba a sus mayores. 

Recomendado por la señora Goethe, lo metieron en un internado de Homburg, pero la cosa empeoró, el joven sólo se ocupaba del teatro y la música, recitaba con gran sentimiento a Schiller y Goethe, componía marchas y cuplés de todo pelaje, cantaba arias de Mozart, y sólo quería ser actor de teatro. 

Por fin, consiguió un papel en el tiroteo napoleónico, la mayor obra de teatro que entonces se representaba, e ingresó en el regimiento de Inseburg, que era un aglomerado de austriacos, húngaros, checos, polacos y rusos que preferían servir en el ejército ganador. Friederich se sintió de primera en aquella legión de presos y desertores de toda Europa. Antes de que pasara un año de su ingreso, a los 17 de edad, ya hacía el papel de teniente, lo cual le dio tablas para desempeñar el de capitán la temporada siguiente.

En 1808, se apuntó en un regimiento francés de infantería, llegó a España, la cruzó desde Irún a Toledo, pasando por mitad de los cuadros de Goya y el sitio de Zaragoza; y ya lo iban a matar, cuando lo destinaron a Nápoles. Participó en la toma de Capri y la detención del papa Pío VII. Sedujo a Pauline, la hermana de Napoleón, y organizó el estreno de Fígaro en Nápoles, y el de Don Juan en Génova. ¡Los italianos no conocían a Mozart! Él mismo les cantó y puso por escrito los papeles principales y varios secundarios.

La escritura de Friedrich tiene ágiles tiradas donde recuerda a Heine, dueño de la mejor prosa de su siglo, y a Lessing, el maestro que enseñó la ironía a los alemanes. Los tres son bloques erráticos a los que arrastró un glaciar fuera del tiempo.

Cuando Napoleón empezó a perder, Friederich ingresó en el ejército prusiano rebajado a teniente. En Magedburgo conoció a Carnot, el inventor del cálculo infinitesimal, que le sugirió dejar el ejército, y producir el papel de escritor. Friederich empezó con mesura, en 1821 fundó tres periódicos y redactó una biografía de Napoleón que incluía los planos de un submarino con el que pensaba sacar al emperador de Santa Helena. Luego se lanzó a la composición de su primer gran poema, La historia de nuestro tiempo, redactada por Carl Strahlheim, antiguo oficial del ejército imperial francés, en 30 tomos. Para distraerse de esas cuestiones pesadas, compuso La historia sagrada desde la creación del mundo hasta la destrucción de Jerusalén por Tito, en cinco entregas, y la Historia de la revolución inglesa, en tres, y la Segunda revolución francesa, en cinco. Tocó también el género ligero, y alumbró el Mapa de las maravillas universales o compendio de todos los prodigios artísticos y naturales de la esfera terrestre, en 12 tomos, que aparecieron e insistieron con valor de 1834 a 1841. 

Todas las obras iban profusamente firmadas por nombres inventados, salvo lo de la destrucción de Jerusalén, ahí se distrajo, y firmó Friederich. También organizó conciertos para Bettina Brentano y Angelica Catalani, y y cantó con ellas el papel de tenor; en esos eventos, se solía llamar Conradino Allegro.

En 1848, rondando los 60 años, publicó en Tubinga sus memorias en 12 entregas, tituladas Cuarenta años de la vida de un muerto. Se nombraba a sí mismo “Ferdinand Fröhlich”, “don Federigo” y “Monsieur Frédéric”, según le iba dando la ventolera. Pero admitía llamarse Adolph von Dassel y ser sólo editor de aquella autobiografía, la más vivaracha que nunca se vio en las letras góticas. El título original era “Verdad y poesía”, no por fastidiar a Goethe, sino con miras a la necesaria confusión.

Hacía unos veinte años que habían aparecido las memorias de Casanova, y alguno menos del éxito de Cartas de un difunto de Pückler-Muskau y las Memorias del diablo de Soulié. Sin duda, Friederich pensó que Cuarenta años de la vida de un muerto también sería un éxito, pero el público se distrajo con la revolución de 1848. Atacó entonces con Viajes demoníacos a todas partes del mundo, y tampoco; insistió con Otros quince años más de la vida de un muerto, y sí, un tribunal de Frankfurt lo procesó por escarnecer la religión y calumniar a varias zonas gubernamentales, instituciones y personas privadas. Friederich alegó desde lejos que él solo editaba esas cosas escritas por autores diversos que no eran él, y que un señor le dejó esos papeles. El tribunal ordenó la recogida de la edición y de Friederich, que se escapó a Francia. 

Desde Le Havre todavía inquietó las imprentas con una Historia universal para la juventud y el público iletrado desde la creación hasta 1840, en cinco tomos, y un folleto lírico contra Marx. Friederich, el actor desmesurado, murió en 1858. 

El primer censo científico de sus obras erráticas y dispersas se completó en 1918. Por lo visto, Jünger no llegó a enterarse de la verdadera identidad de su memorialista favorito y siempre creyó en Fröhlich.

Y, con todo, entre la actuación del escritor celosísimo de su nombre, que hace de ciclista que se mira los pedales, y la de Friederich, que dio vida y nombre a un regimiento de autores, galanes, tenores, periodistas y capitanes de infantería, sólo hay una diferencia de papel.

 

 

 

 

 

 

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23 de septiembre de 2010
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Otro Obama, por favor

Obama se sumerge estos días por segunda vez como presidente en la enorme feria de vanidades políticas en que se convierte Nueva York cada año en el tránsito del verano al otoño. La ciudad de Woody Allen se llena de gobernantes y políticos de todo el mundo, incluidos enemigos declarados de Washington, como el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, convocados por la Asamblea General de Naciones Unidas, que celebra su sesión plenaria anual. La ocasión suscita un número infinito de iniciativas, conferencias de prensa y encuentros paralelos, en los que confluyen las agendas de los poderosos de este mundo y movilizan a millares de diplomáticos y periodistas. Pocas cosas suceden en el mundo de la diplomacia y la política mundiales durante estas jornadas que no sean las que se celebran en la que es más que nunca la capital del mundo globalizado.

Hace un año el presidente de los Estados Unidos anunció ante los delegados de la ONU una nueva era de compromiso con el mundo y de cooperación internacional. Fue la ruptura formal con la etapa de Bush, un presidente que amenazó a NNUU con la irrelevancia si no secundaba su guerra preventiva y situó a un radical como John Bolton de embajador con el objetivo de boicotear la modernización de la institución que proponía Kofi Annan. Los embajadores de EEUU en la organización multilateral parecen afectados por una cierta tendencia a la hipérbole. Bolton declaró que no le importaría que el edificio de Manhattan perdiera diez pisos. Pero la actual, Susan Rice, ha dicho en vísperas de esta reunión que ?se ha terminado el innecesario aislamiento de EE UU?. El balance internacional entre ambas asambleas es más propio de una era de mediocridad que de la cooperación que Obama deseaba hace un año. Lo demuestran el fracaso de la cumbre del Clima en diciembre de 2009 en Copenhague, los desacuerdos sobre cómo salir de la crisis en el G-20 en Toronto, la negociación por separado con Irán de dos miembros del Consejo de Seguridad como Brasil y Turquía o la lenta y dificultosa marcha de las negociaciones de paz en Oriente Próximo. Henry Kissinger describió los primeros pasos de Obama como la partida de simultáneas de un gran maestro de ajedrez. La metáfora era atractiva para aquel arranque brillante, pero ahora es deprimente ante las tablas perpetuas y la falta de victorias nítidas, por no contar las partidas de pésima resolución como la guerra de Afganistán. Obama ha querido liderar el mundo de forma distinta, con escasa exhibición del poder militar, más diplomacia y más multilateralismo, pero el mundo no parece acomodarse. Como ya adelantaron sus enemigos en la campaña presidencial, tomando causa por efecto, la política exterior de EE UU se está convirtiendo en la de un líder en declive, que se conforma ante un enorme desplazamiento de poder a nivel mundial hacia el sur y hacia Asia. Hasta hace un año era posible atribuir a Bush el origen de la decadencia: nadie hizo más para desprestigiar y debilitar la posición de EE UU en el mundo. Ahora, aunque nada haya variado en las causas de estos efectos, Bush queda demasiado lejos para seguir atribuyéndole los defectos del actual liderazgo. El presidente que hoy hablará ante la Asamblea de la ONU llega en el peor momento de su mandato. De esta misma semana es la interpelación en una reunión con ciudadanos de una señora afroamericana, que se identificó como clase media, y le manifestó: ?Estoy cansada de defenderle a usted y a su Administración y muy enfadada con el punto a dónde hemos llegado?. Los efectos de la crisis sobre el mercado laboral son enormemente corrosivos para el presidente, que se enfrenta dentro de poco con unas elecciones legislativas en las que probablemente perderá toda libertad de movimientos y que incluso pueden conducir a la paralización de la Administración. Es lo que se han propuesto los republicanos, que quieren repetir la maniobra del Nuevo Contrato para América de 1994, que dejó a Bill Clinton sin márgenes. El magnetismo del terremoto electoral que se prepara está induciendo numerosos cambios, que afectan incluso a la Casa Blanca. Cambia el equipo económico, puede cambiar el de seguridad y también se va el jefe de Gabinete. De las legislativas no saldrán únicamente dos cámaras modificadas, sino un nuevo rumbo presidencial. Obama II puede que no tenga margen alguno para la política doméstica y se vea abocado a la internacional, donde ya se han visto las dificultades conque seenfrenta. Obama I, el primer afroamericano que llega a la Casa Blanca, ya es un hito histórico, por más que la extrema derecha intente derribarlo con munición racista y xenófoba. Pero el Obama definitivo será el que empiece de nuevo en noviembre e intente repetir su victoria presidencial en 2012. A partir de entonces habrá que ver si Obama I será además el zócalo sobre el que se alzará un Obama II realmente transformador o sólo quedará al final un nuevo sueño desvanecido.

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23 de septiembre de 2010
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Antonio Montes, premio Café Gijón

Antonio Montes, rodeado de Rosa Regás y la alcaldesa de Gijón. Un jurado compuesto por Rosa Regás y formado por José María Guelbenzu, Marcos Giralt Torrente, Mercedes Monmany y Antonio Colinas ha decidido que la novela El grito del narrador español Antonio Montes ganó el célebre premio Café Gijón 2010. La novela será publicada por Siruela. Dice la nota de prensa:

Antonio Montes, presente en el acto, ha explicado que la novela transcurre en un velatorio de un pueblo pequeño, en un ambiente claustrofóbico, donde un grupo de personas se reúne en torno a una anciana que ha fallecido. «Durante unas pocas horas la casa -donde se vela a los muertos en las aldeas- está abierta a todo el mundo que quiere pasar», indica.El ganador del certamen ha señalado que el título hace alusión a las dos primeras palabras de la novela y a las dos últimas. Al comienzo, se grita por la muerte de la anciana, que estaba agonizando, y al final también se produce otro grito, «aunque no lo puedo decir». En este sentido, añade que «la intención ha sido crear un círculo cerrado». El libro recoge la sensación puntual de un pueblo muy pequeño donde todo el mundo se conoce. Para escribir esta novela, el autor se ha basado en la experiencia de su propio pueblo, Montejaque (Málaga), donde las personas que te rodean «no llegan a controlarte», pero te influyen en todo lo que haces, algo que se puede convertir en un «corsé».

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22 de septiembre de 2010
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El Boomeran(g)
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