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La izquierda es culpable

No disponemos del bálsamo de Fierabrás que nos sacará de la crisis, pero al menos sabemos quién tiene la culpa. No hablemos de las responsabilidades, más o menos compartidas. Tampoco de causas y orígenes. Nada de sistemas ni historias. No, hurgar por ese lado es propio de culpables, escondidos detrás de las justificaciones grandilocuentes y del intelectualismo frívolo. Hay que hablar de culpa y de culpables, de pecado y de pecadores. A los que hay que exigir arrepentimiento y penitencia: de rodillas, ceniza en la cabeza y a rezar al rincón. La izquierda es culpable porque a ella se debe el desenfrenado tren de vida que ha pretendido dar sanidad y escuela pública para todos, salarios dignos para los trabajadores, pensiones para nuestros jubilados, subsidios de paro para los que pierdan empleo, cuidados gratuitos para la población dependiente y desvalida e incluso una renta mínima para los más necesitados. Por vivir por encima de nuestras posibilidades, en resumen.

También es culpable por su culto al leviatán del Estado, al que ha terminado convirtiendo en un ídolo propio, de forma que aunque también puedan ser de derechas quienes lo utilicen para corromperse y enriquecerse, lo pertinente es cargar culpa y pecado sobre las espaldas de la izquierda. El gasto excesivo y al tuntún, los aeropuertos vacíos, los museos sin visitantes, los trenes sin pasajeros, las autonomías derrochadoras, el paquete entero de la corrupción, todo esto es de izquierdas aunque mande y decida la derecha. Socialismo europeo, como muy acertadamente denuncian el Tea Party americano y los candidatos republicanos. No es la única culpa que pertenece a la izquierda. También es culpa suya que no hayamos encontrado salida a la crisis. Cuando estaba en el Gobierno, por no haberla visto venir. Luego, por no hacer nada. O por hacer algo, que siempre es poco y mal. Por la política de estímulos y por la falta de estímulos. Por controlar todo desde el Estado y a la vez por adscribirse sin que le corresponda al liberalismo desregulador. Por gestionar el capitalismo y por querer destruirlo. Si lo miramos bien es por el mero hecho de existir: cualquier otro gobernante genera confianza solo por quitarle el sillón al izquierdista. Cuando recortó algo, era culpable por recortar; ahora que recortan otros, es culpable por no haber recortado suficientemente, y luego lo sigue siendo por quejarse de los actuales y más drásticos recortes. La culpa es de la izquierda por definición. Si hace algo mal la derecha es por contaminación socialdemócrata y reflejos izquierdistas; o porque sufre una conspiración de la izquierda para hacerla caer en una trampa. Pero su mayor culpa es la que ella misma confiesa, aunque luego no sepa arrepentirse ni purgarla: la derecha manda porque la izquierda no existe. ¡Anda! Pero si no existe, ¿cómo puede ser suya la culpa?

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27 de febrero de 2012
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La cifra y la muerte

La madrugada del 13 de marzo de 1964, Kitty concluyó su turno en el bar como de costumbre, tomó su automóvil y lo estacionó a unos metros del conjunto donde vivía, en Low Gardens. En cuanto inició el camino a casa, distinguió una sombra a sus espaldas. Atemorizada, Kitty corrió hacia la calle Austin, seguida de cerca por un hombre. Antes de que pudiera refugiarse en un edificio, el intruso le asestó dos cuchilladas por la espalda. “¡Auxilio!”, gritó la joven. De entre las decenas de departamentos de la zona, sólo uno de los vecinos abrió la ventana y exclamó: “Dejen en paz a esa chica”. Al constatar que las luces se apagaban, el maleante buscó a Kitty, quien se había arrastrado hasta un porche. Al descubrirla, el sujeto, identificado luego como Winston Moseley, volvió a acuchillarla; luego la violó y la abandonó a su suerte.

 

De acuerdo con el New York Times, el asalto se prolongó por más de media hora, hasta que por fin alguien llamó a la policía. Kitty Genovese murió a las 4:15 de la mañana. Al menos 38 personas observaron el incidente sin que ninguna se decidiese a llamar a la policía; de haberlo hecho al inició del ataque, una patrulla habría tardado menos de 10 minutos en llegar.

            Aunque estudios posteriores han puesto en duda la precisión de este relato, en su momento desató una profunda indignación pública y dio lugar a que dos investigadores, John Darley y Bibb Latané, condujesen un célebre experimento psicológico, el cual dio como resultado el llamado “síndrome de responsabilidad difusa” y el “efecto espectador”. Sus paradójicas conclusiones indican que, entre más personas observan una emergencia, el tiempo que una de ellas tarda en intervenir se vuelve más largo. En otras palabras: la tendencia imitativa inscrita en nuestros genes nos frena a la hora de tomar una decisión distinta a la de quienes nos rodean.

 ¿Por qué recordar hoy a Kitty Genovese? Porque es como si todo México sufriera en estos años del “efecto espectador”. Las víctimas comparecen frente a nosotros todos los días, a todas horas, en la televisión y en la radio, en la prensa y en las redes sociales. Ubicuas, inobjetables. Sin embargo, debido a que nuestras neuronas espejo no se involucran emocionalmente con abstracciones, nos hemos acostumbrado a convivir con ellas, como si los muertos fuesen una compañía natural cada mañana y cada noche, semejantes a las predicciones de los meteorólogos o al himno nacional que cierra las transmisiones. 

“Hoy ha habido 12 ejecuciones”, “72 cadáveres han aparecido en una fosa” o “El número de muertes violentas ha llegado a 50,000”, escuchamos sin descanso. A continuación aparecen los expertos —o, peor aún, los voceros oficiales— para indicarnos que no, que los muertos no son 50,000, sino 47,500, o 48,221, o 62,124. A los cuales habría que sumar los 18,000 desaparecidos, según el recuento de diversas ONG. Cifras y más cifras que pasamos por alto, indiferente a lo que significan. Ése es nuestro escudo: habiendo tantas personas involucradas, no seré yo el primero en actuar. 

Pareciera como si los 112,336,538 de mexicanos estuviésemos confinados en ese conjunto de apartamentos en Queens y, frente al asesinato de 47,512 o 50,603 Kitties, ninguno de nosotros se decidiese a actuar. Algunos dirán que las situaciones no son equivalentes, que un país no es un edificio o, de manera aún más miserable, que la mayor parte de los 48,270 o 53,400 muertos —¿pero quién puede saberlo, si las cifras ni siquiera son confiables?— pertenecen a los malvados y por tanto sus muertes no deberían importarnos tanto.

Cada vez que un atildado funcionario comparece en televisión, asegurando que toda la culpa es de cárteles que se ajustician entre sí, se me revuelve el estómago. Es como si un médico dijese a los familiares de un paciente con cáncer: no se preocupe, sólo se multiplican las células malignas. Un buen gobernante no se desgarra las vestiduras frente a la horrible situación presente —los 30,000 o 40,000 narcos que en teoría se matan entre sí—, sino que se pregunta: “¿Por qué lo hacen?” Y, en vez de lavarse las manos, intenta prevenir la enfermedad. ¿Cómo? De la única forma posible: con profilaxis social. Con educación de buen nivel. Con cultura. Con oportunidades de trabajo.

Si admiramos a los héroes y execramos a los villanos, es porque nos resulta terriblemente difícil separarnos de los demás: para bien o para mal, la evolución nos diseñó para copiarnos unos a otros. Pero si no queremos contemplarnos con vergüenza, como los 38 testigos que no auxiliaron a Kitty porque pensaron que alguien más haría la llamada, tenemos que exigir, sin tregua ni respiro, que las autoridades desmenuces esos números. Sólo el candidato que sea capaz de prometer un listado preciso y exhaustivo de esos 48,234 o 65,967 muertos debería tener nuestro voto. Porque sólo si transformamos las cifras en vidas y destinos concretos, nuestros torpes cerebros serán capaces de comprender un poco la tragedia que nos circunda.

 

twitter: @jvolpi

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26 de febrero de 2012
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El aire de los tiempos

Frente al parque del Oeste, ese lugar de Madrid donde siempre siento la ilusión del mar, convocamos el primer Salón Literario de Madame Marie Claire. Nos movía ante todo un impulso de belleza,el reunirnos alrededor de una mesa para conversar sin fines, trabas ni guiones políticamente correctos. También el deseo de recuperar la deliciosa tradición femenina de los salones franceses del XVIII, concebidos para que la gente mundana no se aburriera y los intelectuales tuvieran un espacio para poder comunicar sus ideas. Un puente entre las artes y la moda, bien argumentado por uno de nuestros más ilustres salonniers, Félix de Azúa: «hay una corriente profunda entre la literatura y la moda. Que nadie piense que estoy hablando de literatura, “ese oficio divino”, frente a la moda? todo lo contrario, lo que es divino es la moda y la literatura se añade como puede». No en vano, la raíz etimológica de la moda, modus, explica bien su esencia: «la manera del momento».

Al tiempo que escribía estas líneas, llegó la noticia de la muerte de Antoni Tàpies, el pintor español más importante después de Picasso y Miró. Y no pude dejar de pensar en la generosidad del artista cuando cuando hace ya más de tres años quiso participar en un especial dedicado a la relación entre las modas y las artes. En su estudio, se fotografió junto a la modelo Eugenia Silva, y conversaron acerca de las paletas de tierra y ocres, de sus matéricas pinceladas y de cómo en el lienzo desplegado sobre el suelo regresó a la figura humana. Observo su entrecejo de filósofo, su voluntad de iluminar la oscuridad, la belleza moral de su obra. Y celebro que este oficio nos haya dejado más imágenes como ésta, en la que logramos que la alta cultura y la moda dialogaran, sin los estúpidos prejuicios que aún permanecen en nuestro país. Lo que ha ocurrido sobre la pasarela esta nueva temporada es excepcionalmente paradójico. En plena recesión, los diseñadores han decidido celebrar la vida y colorear el aire de los tiempos. Vierten colores mediterráneos, estampan naturalezas vivas ?berenjenas y pimientos, girasoles y bungavillas? e imprimen la huella del sol en las faldas con vuelo. Encima de la pasarela sonaba un mambo infinito. Mientras los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), en la cuerda floja, se debaten para no ser intervenidos, la huella de su cultura mediterránea inspira «la manera del momento». Una tendencia solar, libre y sensual que crea una ilusión de paraíso íntimo. Las influencias españolas, de Goya a Picasso y el propio Tàpies, marcan la temporada. Además del elogio a la inocencia en una paleta de colores pastel. Se prepara una primavera rebosante de moda en los museos. Y una nueva hornada de talentos demuestra, en España, que la imaginación sí es poder. El viaje de una idea desde la torre de marfil hasta la calle es apasionante. Y más aún cuando, para esta temporada, la moda ha enviado una contraseña: volver a reír. Éste será tu password vital para afrontar el aire de los tiempos. (Marie Claire)

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24 de febrero de 2012
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IV. Cuando la gente así lo quiere

Los ciudadanos decidieron también que debía aprobarse una nueva Constitución Política, y para redactarla  se eligió a 25 ciudadanos independientes y honestos, sin ligas con los grandes intereses financieros. ¿Puede todo esto suceder de verdad? ¿Qué la gente se revele por unanimidad contra las iniquidades, que los delincuentes bancarios vayan a la cárcel, y que existan 25 justos capaces de escribir, sin ataduras, la nueva carta fundamental de un país que ha decidido no dejarse engañar más?

Banqueros que se hacían préstamos millonarios a ellos mismos, y prestaban sin garantías a empresarios, privilegiados compinches suyos, a los líderes de los dos partidos políticos más tradicionales de Islandia, que se habían alegremente enriquecido, a los parlamentarios, un promedio de 10 millones de euros por cabeza para que todos estuvieran contentos.

Los banqueros ofrecían suntuosas fiestas con estrellas internacionales del rock, y caviar y champaña, todo, ya se sabe, a costillas de los ahorrantes y depositantes. Estos señores y sus cómplices están entre las rejas, y los bancos fueron quitados de sus manos.          Ésta es la historia feliz. La historia trágica es la de Grecia. La moraleja es que la democracia funciona, y los villanos son derrotados, cuando la gente quiere, y lo manifiesta en altas y claras voces.

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24 de febrero de 2012
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Europeos soberanos

Un país, Grecia, bajo tutela directa. Varios más, España entre otros, bajo vigilancia. Intervenidos, dicen los más catastrofistas: los embajadores de Alemania, y en menor medida de Francia, ejercen una nueva función, próxima a la de unos virreyes de la moneda soberana; la política europea es política interior alemana y francesa. Unas instituciones europeas, sobre todo la Comisión, disminuida y marginada, no tan solo por la pérdida de peso de la construcción comunitaria en favor de la cooperación intergubernamental, sino también por el perfil mínimo de los altos cargos designados y su escasa vocación de protagonismo (el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, el de la Comisión, Jose Manuel Barroso, y la alta representante de la Política Exterior, Catherine Ashton): por algo les nombraron, para que no interfirieran en las decisiones de los socios soberanos tanto cuando toman decisiones individualmente como cuando las toman multilateralmente. E incluso unos Gobiernos nacionales adaptados a la nueva Europa, adición mecánica de naciones soberanas ?cuando no sustracción, resultado de intereses contrapuestos?, que reduce la política europea a política económica; y la traslada casi entera de los ministerios de Exteriores y de Economía, donde estaba radicada hasta que empezó la crisis, a los despachos de los primeros ministros y presidentes, donde reside la sustancia soberana que contribuye al cóctel europeo.

Estas son algunas de las pequeñas transformaciones, hijas de la gran transformación que produce la crisis. Es una Europa cruda y real, defensiva y negativa: todo lo que hace es cortar, cortar y cortar. Para evitar lo peor: salvar los muebles, el euro. Entregar una parte de su bienestar histórico, pasar la soberanía de los periféricos a los dos más grandes, estrechar los márgenes de la política y de la democracia hasta el grado cero si es necesario: la tecnocracia en el poder en Grecia e Italia. En un paisaje tan sombrío es imposible mantener aquel espíritu de familia que Jacques Delors exigía de los socios europeos, hace 20 años, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, bajo su presidencia en la Comisión. Entonces todo era más fácil, incluso por el limitado número de socios. Ahora no tan solo ha aumentado el número sino también la diversidad de culturas políticas e intereses dispares y se ha perdido la solidaridad que conducía a terminar todas las reuniones con un esfuerzo para evitar que alguien pudiera aparecer como vencido o perjudicado por las decisiones de los otros. Hasta la crisis, solo había vencedores y ahora hay momentos en que parece que todos, menos uno, parecen vencidos. La Europa sinérgica es la que Maastricht supo mantener a costa de numerosos esfuerzos, no pocas ambigüedades y una gran voluntad de consenso. Ahora estamos en la era de la Europa de la suma cero, en la que lo que gana uno lo pierden los otros. Parte de lo que ocurre se debe a la simple traslación del peso y tamaño real de los agentes en juego al escenario económico y político. Es la geoeconomía que sustituye a la geopolítica; un regreso suave de las viejas soberanías, sin poder militar de por medio. Francia y Alemania conformaban antaño el doble motor de Europa porque en la resolución de su rivalidad de un siglo, con tres guerras incluidas, se hallaba el secreto de la paz europea. No es ahora el caso; si el viejo motor parece tirar es por otras razones, meramente defensivas: no perder el euro, no hundirse y seguir siendo algo en el mundo. Si tiran juntas es porque no puede tirar ninguna de ellas sola: sobre el papel, podría hacerlo Alemania, pero nadie lo aceptaría; tampoco se aceptaría de Francia, pero no podría hacerlo ni siquiera sobre el papel.La prueba de las deficiencias de este eje renovado es el proyecto de Unión Fiscal acordada en diciembre, a costa de la unidad de los europeos. La suma de dos excluye al tercero, Reino Unido, y somete al resto. La primera corrección llega ahora de la mano de Mario Monti con la carta de los doce en favor del crecimiento, firmada con Cameron, Rajoy y Tusk, pero sin Sarkozy ni Merkel. Sin descalificar las políticas de rigor ni abrir el grifo a los estímulos, reta a las UE y a sus instituciones (a ellas se dirige la misiva) para que reaviven el proyecto europeo reforzando el mercado único, liberalizando los servicios y abriendo los mercados digitales y de la energía. Es el lenguaje que permite reincorporar al Reino Unido, excluido en diciembre. Luego habrá que pedir mayor realismo en los controles del déficit e incluso la apertura del grifo a los estímulos, a través del Banco Europeo de Inversiones o del presupuesto de la UE. El objetivo de la carta está anunciado en el análisis, ajeno al tándem franco-alemán: es ante todo una crisis de crecimiento, no tan solo de endeudamiento y de déficit. El objetivo es restaurar la confianza para modernizar las economías y competir de nuevo en el mundo global. Sin espíritu de familia, Europa no recuperará el patrimonio familiar de prosperidad y crecimiento.

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23 de febrero de 2012
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Actitud ante la muerte

 

El cementerio de los tuberculosos de Moncayo, profanado, derruído,  devuelto al bosque por el abrazo arraigado de los pinos, los rebollos y los frambueseros, ya casi no se ve. Aquí se enterraban las señoritas y los jovenzanos muertos en la flor de la edad. De aquella moda de los sanatorios de montaña para las enfermedades del pecho, no queda más que el libro de Mann. Al bacilo le daba igual y puede que hasta disfrutara más colonizando tiernos bofes de sanatorio, ¿qué sabemos nosotros de sus ensueños y anhelos bacilantes?

Aquí ya no vienen ni los rondamuertos, entrañable oficio de antaño como cordelero o alpargatero. Volverán los asaltatumbas de tu nicho la tapa a violentar, pero aquel cara de fuina que te quitó el anillo de comulgar, aquel que respiraba tan fuerte, aquel no volverá.

A falta de nada mejor, recuerdo un viejo texto de Freud sobre la guerra y la muerte, todo equivocado, todo al revés. Basta este cementerio del Moncayo para ponerlo en evidencia. Un asaltatumbas celebra la victoria del vivo sobre el muerto y sobre el propio cementerio ya fallecido y borrado. Cada muerto es una victoria para cada vivo, en eso consiste el consuelo de los camposantos. “El oscuro sentimiento de culpabilidad que pesa sobre la humanidad desde los tiempos primitivos…” dice Freud. ¿Culpabilidad? Qué risa: el sentimiento es de recelo ante el sentimiento de envidia al vivo  que el propio vivo atribuye al muerto.

La muerte propia es hoy y será siempre tan inconcebible como lo fue para los primeros bípedos envidiosos. Cuando vieron morir a quienes amaban, o no, pero en cualquier caso habían visto moverse y vivir, el sentimiento de victoria conllevó el recelo por la envidia suscitada en el muerto. Es una de las ideas más viejas del hombre; porque, cuando él nació, la envidia ya estaba allí. “Descendemos de una larguísima serie de generaciones de asesinos, que llevaban el placer de matar, como quizá aún nosotros mismos, en la masa de la sangre…” ya será menos, hombre, Freud. Si acaso, descendemos de una innumerable serie de generaciones de envidiosos, que llevan la mala leche escondida por elemental precaución.

Los poetas lo han visto mejor. En la Odisea, el sentimiento de Aquiles difunto frente a la vida ajena es el mismo que ante la victoria enemiga; como guerrero, no puede dejar de preferir ganar, siquiera sea sobre los muertos, como todos los vivos: “preferiría ser bracero de otro hombre sin tierra ni riqueza, antes que mandar sobre los muertos difuntos”. La única victoria al alcance de todos es la conseguida sobre los muertos.

Dice Freud que los autorreproches por la muerte de un ser querido vienen de haber deseado su muerte. Dado que un hombre, e incluso mujer, desea la muerte de sus semejantes unas cuarenta veces al día, por poner una cifra comedida, sea por esto o por aquello, porque están demasiado cerca o demasiado lejos, porque gritan y porque callan, porque esperan y porque se van, porque sí y también porque no, y dado que se desea viva y continuamente esa maravillosa victoria sobre los congéneres con vencimiento a la vista, habría, según Freud, una calculadora tipo Laplace que registraría esos entrañables anhelos y luego reclamaría el pago en cómodos autorreproches que, por más  negociados y acomodados que estuvieran a los posibles de cada cual, no dejarían de necesitar otra vida entera para la compensación, y al cabo todo sería cachondeo. 

El realidad, el autorreproche viene de la envidia propia, pero atribuida al muerto. El implacable y exagerado repaso de todas las ocasiones que el muerto podría reclamar es la terapia propia que busca conjurar y aplacar la envidia que, según recuento cabal y concienzudo, podría tener el muerto, pero se basa en  la envidia que el vivo calcula que él mismo pudo haber tenido al muerto. El cálculo aparentemente generoso a favor del muerto, y aparentemente inflexible en contra del vivo calculador y llorón, no es más que un acopio de fuerzas y una secreta celebración. Quien se autorreprocha está de celebración, no está muerto y anda de parranda reprochativa. La mente humana reconvierte la envidia en fuerza vital. Y luego dirán que la envidia es mala.

 

 

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23 de febrero de 2012
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La obsesiva pregunta

Mas allá de lo que un amigo y colega americano denomina cinismo trascendental de una parte de la clase política, tras los debates actuales sobre la actitud a adoptar frente a las medidas económicas que apagan el alma de los ciudadanos, está  una vez más  en juego la concepción misma de la tarea humana. ¿Está el ser humano condenado a esa tortura  a la que remitiría  la  etimología del término mismo trabajo (otras etimologías más o menos fantasiosas tampoco arreglan, pues hacen del trabajo la privación de la actividad que caracterizaría a los no siervos),  o es pensable una sociedad en la que la tarea esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan nuestras potencialidades? ¿Cabe una sociedad en la que aquello que Aristóteles denominaba filosofía sea algo no sólo presente sino cosa de todos? ¿O más bien está el ser humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho?

Sino en la conciencia, al menos en la memoria oculta persiste un rescoldo del ingenuo  estupor   que,  en  todos y cada uno de nosotros,  precedió el sí conmovido ante las cosas y la vida:

"Guardianes del recuerdo de la edad dorada, garantes de la promesa que la realidad no es lo que se cree, que el esplendor de la poesía, que la luminosidad maravillosa de la inocencia pueden resplandecer y pueden  llegar a ser la recompensa que nos esforzamos en merecer".

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23 de febrero de 2012
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Cien pataletas de Juan Villoro

Juan Villoro ¿Hay vida en la tierra? es el nuevo libro del mexicano Juan Villoro, editado por Almadia, donde reúne cien ?irritaciones?, colerones o pataletas, como quieran llamarlo, que ha realizado en sus crónicas durante décadas. La burocracia, el tráfico, los seres queridos, los mariachis, todo puede ser causa de un artículo iracundo -gozoso más que malhumorado- de Juan Villoro. Me pregunto si su célebre artículo contra la comida mexicana (que a diferencia de lo que pasó en el Perú, en México no ocasionó ni un resfriado, por cierto) está ahí.  Dice la nota en La Vanguardia de México:

El escritor mexicano Juan Villoro acaba de editar su libro de crónicas ?¿Hay vida en la tierra??, 100 relatos con los que el famoso autor nacido en Ciudad de México en 1956 ha querido dejar testimonio de las irritaciones que padece ?a causa de esta vida loca que llevamos?. ?Las crónicas de la vida cotidiana surgen para convertir en algo gozoso irritaciones que hemos tenido en una oficina de gobierno, en el tráfico, con nuestros seres queridos?, dijo en entrevista con la agencia dpa el también autor de ?Dios es redondo?, ?La noche navegable? y ?La casa pierde?, entre otras obras que lo han convertido en una figura fundamental en el universo literario latinoamericano. El texto del escritor es el número 100 de la editorial oaxaqueña Almadía y, según Villoro, su origen es una especie de terapia que se brindó ?para darle sentido a la loca vida que llevamos?. ?Este libro reúne textos de 17 años, escritos de manera intermitente e interrumpida, porque en el medio también hice cosas más o menos periodísticas?, expresó, al tiempo que admitió ser parte de una tradición que en Argentina tuvo como figura máxima a Roberto Arlt (1900-1942) y en México al novelista Jorge Ibargüengoitia. ?Si queremos saber, por ejemplo, cómo era la Buenos Aires de Arlt, nos basta con leer sus ?Aguafuertes porteñas? para adentrarnos en una fascinante galería de personajes y circunstancias, de escenarios, de edificios, que nos muestra cómo iban cambiando las costumbres de la época?, afirmó el también ganador del Premio Herralde 2004 por su novela ?El testigo?. (?) En ?¿Hay vida en la tierra??, Villoro invita a sus compatriotas a seguir llegando tarde a las citas al considerar que México es ?un país donde todo lo que vale la pena se pospone?. De igual forma, se preguntó si habrá un artista que como el argentino Guillermo Kuitca quiera su viejo colchón para hacer una obra de arte, aunque al despertar caiga en la cuenta de que ?el colchón seguía allí y descubra sin querer que su madre vende lupas en forma clandestina?. ?Empecé a escribir estas crónicas como un desahogo y también para explicarme algunos de los misterios de la vida cotidiana y, sin duda, para sobreponerme a mis irritaciones. La literatura surge para hacer del sufrimiento una forma del gozo. Esta extraordinaria paradoja que tiene como cometido la literatura desde su origen: disfrutar leyendo las tragedias?, indicó. ?Con los años se fue convirtiendo en una constante: el tratar de tener un observatorio cotidiano que me permitiera hablar de cosas que no son tan importantes, la relación que tenemos con los paraguas, con los pies, con las mascotas, con los teléfonos celulares, podrían crear un cuadro de costumbres?, anotó. El reconocido escritor también dijo que hechos como el haber estado escuchando durante seis horas un mariachi, acabando aturdido preguntándose ¿por qué le sucedió esto?, le sirvió para darse cuenta de que ?a lo mejor hay una mitología detrás y si la explora conocerá algo más de la relación especial que tiene un grupo de personas con los mariachis?.

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22 de febrero de 2012
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El veneno de la mierda

A estas alturas, sería ingenuo creer que esta crisis se va a quedar en una calamidad económica con sus graves consecuencias sobre la vida material de las personas. Son las personas, quienes también,  metabolizando esta crisis transforman la realidad en una funeraria realidad. Ese metabolismo o deposición que hacen los ciudadanos  tras tragarse forzosamente los males de la crisis hace de su masiva deposición un mundo diferente, ni siquiera mejor o peor, un mundo de mierda que determina el nacimiento de valores y ambiciones asociadas a los detritus asociados a  la depresión.

La depresión psíquica, como la presión física, destila líquidos, inflamables unos y emolientes otros. Líquidos importantes , que alteran la calidad del porvenir.

Del provenir y su horizonte adquieren los caracteres que la maldad de la crisis inspira y modula día a día.

 En este caso Occidente visualiza un porvenir notablemente alterado. Sustancialmente diferente y quebrantado.  En esta expectativa vivencial van situándose cada vez mayor número de personas y, sin duda, en su interior el número abrumador que componen los proletarios y la antigua clase media ahora transformados todos  en lo que los franceses llaman el "precariado".

Un precariado que  envuelve a casi todos y desde cuya posición nacen tantas secreciones tristes como son el reduccionismo de las ambiciones económicas y, también, las expectativas de satisfacción o felicidad. Todos los cientos de libros destinados en los años noventa a procurar métodos para alcanzar de la felicidad han quedado obsoletos, ridículizados y laminados por el efecto demoledor de la "crisis sistémica". Extraño bicho que ha terminado con la totalidad de los cultivos "florales".

 El pensamiento de un futuro mejor y hasta espléndido, dotado de posibilidades y altos ingresos, innovaciones que mejoraban y alargaban la vida, ha sido sustituido por una realidad que ha frenado tanto la esperanza de vida como la vida de esperanzas. Frente al trabajo que nos hacía ascender, nos conformamos con el trabajo que nos deje sobrevivir, contra la idea de progresar y hacer subir el sueldo, la idea de no quedar despedido. El capital, al fin, ha expuesto sus leyes y la sobreexplotación a cualquier precio se revela como la enseña del capitalismo imperial, amo del precio. 

Alguna vez, en la socialdemocracia, se creyó otra cosa. Pero ¿quién no pensaba que se trataba de un  aliño disfrazando su esencio? Ahora, topos desnudos, sin disfraces, a la crueldad del capital se opone apenas la piedad de la piedad ordinaria. Al  extraordinario pavor de la especulación apenas se  opone una manifestación de estudiantes.  Y la oposición no connota con la revolución  sino apenas con la aspiración de supervivencia y regreso a lo anterior, ahora humeante.

De este modo tanto la familia, como el amor, como el empleo, como el estatus se hallan demediados. No esperamos que la Gran Crisis, el Atila del capital, deje de imponerse y vuelva siquiera la mejor etapa anterior, sino a la más modesta. Esto es ya como un cuento infantil que apenas pide otra cosa que en la reyerta no mueran sus padres.

 El pasado próspero, pasado está. El mundo por delante se presenta desprovisto de sus oropeles y sería grotesco, esperar que reproduzca las ambiciones de la etapa anterior. Los especuladores han ido matando como insectos venenosos que infectaron la atmósfera y  los que todavía tratan de especular aparecen sin más como mamíferos grandes, terribles y ladrones. Sigue existiendo y actuando esta manada  pero son ya, sin tapujos, delincuentes. Cada acción especulativa se manifiesta como acción capitalista criminal que unas veces mata a familias sin número y otras a países enteros.

 Los especuladores que antes formaban parte del ejército de los inversores de capital se destacan ahora como criminales sistémicos.  No buscan oro o beneficios, en el turbión del sistema sino que, como  descubren las agenciad de rating son actores dirigidos a enriquecerse -lo consigan o no- mediante el asesinato de otros, asean particulares o estados completos.  Delincuentes pues, que operan para aumentar la generosa pobreza general. Delincuentes pues no porque como sacan el dinero a otros sino porque su actuación impide que llegue el dinero a los bolsillos de los demás. Hunden países, sociedades, clases sociales. Son criminales en una economía que ha llevado su perversión capitalista al punto del exterminio. La hoguera del capital.

En medio de este siniestro medio, ¿qué otra cosa cabe desear que no caer muerto? Los sindicatos, los 15Ms se movilizan contra la masacre pero apenas, unos y otros, alcanzan a rozar  las raíces de la masacre.  A todo lo que aspiran estas organizaciones en tiempos de crisis y crimen es procurar farmacias para supervivir. A procurar que sus afiliados alcancen a fin de mes y sus familias no mueran víctimas de una penuria que aumenta su tóxico día tras día.

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22 de febrero de 2012
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La vana tarea de las palabras

Vanitas. Foto: sibileishons Un nuevo post en ?Vano Oficio? mi blog en El País. Aquí explico el origen del título del blog y de mi fenecido programa de TV. Dice:

En el 2000 había publicado un libro titulado La disciplina de la vanidad (intento de hacer un retrato del artista adolescente, pero con agentes literarios y encuentros de escritores) cuando recibí la llamada del gerente de TV del canal de Estado ofreciéndome una entrevista. Ya había sido entrevistado varias veces, en ese canal y en otros, así que no me sorprendí tanto, pedí la hora y el día y estuve puntual. Pero esta vez, en lugar de conducirme hacia el set o pasar por maquillaje, me llevaron a la sala del presidente del canal y entre él y el gerente me tuvieron sentado y hablándome unos diez minutos antes de que pudiera darme cuenta de que, en realidad, era una entrevista de trabajo. Fue así que me ofrecieron conducir un programa de TV sobre literatura. No tenía ninguna experiencia en TV, más allá de esporádicas entrevistas, pero sí bastante arrojo, así que acepté. Antes tenía que pasar por una prueba, que en televisión se llama ?programa piloto?, y me preguntaron a quién podía entrevistar. Por coincidencia, el escritor secreto menos secreto de América Latina, Mario Bellatin, estaba alojado en mi casa por esos días así que lo propuse y les pareció estupenda la idea. Ahora solo faltaba pensar en un nombre para el programa. Me propusieron uno malísimo: ?El Aleph?. Les advertí que de ninguna manera aceptaría un nombre que tuviese que ver con escritores, libros o letras. ¿Entonces cuál? El primero que vino a mi mente fue ?Vano Oficio?. No era la primera vez que intentaba colocar el nombre de ?Vano Oficio? sobre mi firma. Mucho antes, a fines de los años 80, propuse tener una columna cultural con ese nombre en un suplemento dominical. La columna pretendía ser un ensamblaje arbitrario de ideas y noticias literarias, algo así como un blog antes de que los blogs existieran, que al editor no le hizo gracia. Pero habían pasado varios años de eso y había llegado el momento de desempolvar el nombre que tanto me gustaba (y que, además, se había reactivado con la escritura de La disciplina de la vanidad) y así lo hice. Desde luego, muchos de los escritores que pasaron por mi set durante los siete años que duró el programa me preguntaron, algunos con suspicacia, otros con curiosidad y varios con bastante rudeza, por qué se llamaba así el programa y si yo, realmente, era un snob que pensaba que la literatura era una hoguera de vanidades. A todo aquel que quisiera escucharme le explicaba el origen del nombre y lo que significaba para mí. No creo haber sido muy convincente; los veía retirarse con la sospecha de que el título del programa era, más bien, un pretexto para camuflar mi cabalgante vanidad. Ahora intento explicarlo otra vez. El nombre surge de un poema de Luis Cernuda titulado ?La gloria del poeta? y, más precisamente, de unos versos de ese poema: ?Porque me cansa la vana tarea de las palabras,/Como al niño las dulces piedrecillas,/ Que arroja a un lago, para ver estremecer su calma/Con el reflejo de un gran ala misteriosa?. Siempre me gustó que el poeta representase la ?tarea de las palabras? como un niño arrojando piedras para ver estremecerse al lago, aunque sea solo por unos segundos. El niño y el poeta saben que luego el lago volverá a su habitual calma y ni las piedrecillas ni las palabras habrán logrado dejar huella. Es decir, una tarea ?vana? no por vanidosa sino por inútil. Como decía Gustave Flaubert : los escritores intentan hacer una música celestial capaz de estremecer a las estrellas, pero su musiquita apenas basta para hacer bailar a los osos. Pero si la palabra ?vana? implica la inutilidad del esfuerzo, el sin sentido de querer lograr más sin conseguirlo, dejándonos al final con la sensación de vacío, de vacuidad o carencia, la palabra ?tarea? (que yo cambié por ?oficio? para hacer más eufónico y también más visual el título, con esas ?o? enlazadas que esperaba que un diseñador supiera aprovechar) me remite al esfuerzo con que realizamos nuestro trabajo. Es cierto, los escritores estamos condenados a, con suerte, apenas estremecer unos segundos el agua de un quieto lago antes de desaparecer. Pero ponemos en ese esfuerzo todo nuestro oficio, nuestras herramientas adquiridas en cada lectura y cada jornada de trabajo, nuestro aprendizaje vital, nuestro conocimiento. Un escritor digno jamás dejaría nada al azar. O, mejor dicho, incluso el azar debe estar contemplado en lo que Vladímir Nabokov llamaba el ?arte superior?.  Leo Pulso, el libro de cuento de Julian Barnes (quien antes mencionó el tema de la vanidad literaria en El loro de Flaubert) y me encuentro con la siguiente reflexión debida a una escritora que tuvo ya sus quince minutos de fama: ?Cualquiera que entendiese un poco sobre arte sabía que jamás alcanzaba aquello con lo que su creador había soñado. El arte siempre quedaba corto, y el artista, lejos de rescatar algo del desastre de la vida, estaba condenado por lo tanto a un doble fracaso?.  Es vana la tarea de las palabras. Es un vano oficio, qué duda cabe. Pero no nos apresuremos en llamar ?vanidoso?, por petulante o soberbio, al escritor, sino más bien consideremos que todo esfuerzo literario es vano porque está llamado a terminar en derrota. Incluso los más grandes triunfos no son sino doradas medianías o espléndidos fracasos. Pero una derrota a priori jamás ha detenido a nadie. Probablemente, el arte siempre se quedará corto para cumplir con nuestros sueños, pero es lo único que tenemos para bucear hacia el interior de las cosas y de nosotros mismos. De eso se trata este vano oficio: siempre intentar ir hasta el fondo, sabiendo que llegar hasta donde podamos, aunque quedemos lejos de la meta, siempre será mejor que no intentarlo. 

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22 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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