Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El partido de los cuñados

La sociedad árabe tradicional es fuertemente endogámica. La tasa de casamientos entre primos llega hasta el 35% de los matrimonios. Para el demógrafo francés Emmanuel Todd, esta es una de las claves de las revueltas árabes de 2011. ?La democracia es la irrupción del ciudadano, del individuo libre en el espacio público. La endogamia es exactamente lo contrario, la cerrazón en el grupo familiar?, señala en su libro Alá no tiene nada que ver con esto. Egipto es uno de los países árabes donde más ha disminuido la endogamia, actualmente 20 puntos por debajo del modelo árabe tradicional, y este es uno de los elementos que explican, según Todd, las movilizaciones que condujeron al derrocamiento de Mubarak y, por supuesto, las actuales para echar también a Morsi. Esta explicación tiene un interés adicional porque los Hermanos Musulmanes son especialmente endogámicos, en buena correlación con su proyecto de adaptar la sociedad moderna a los preceptos coránicos, no lo contrario. No conozco estadísticas sobre el grado de endogamia de sus militantes y dirigentes, pero basta repasar sus biografías para observar que la fórmula del matrimonio entre primos es la más habitual, empezando por Morsi.

No es la única forma de endogamia entre los dirigentes, que con frecuencia están casados también con las hijas o las hermanas de sus compañeros de Hermandad. La gran mayoría de quienes se oponen a Morsi, además de combatir sus ideas, resulta que también difieren en el estilo de familia por el que optan, más abierta y moderna que la de los Hermanos Musulmanes. Desde este punto de vista, la sociedad egipcia va hacia una dirección y la Hermandad musulmana va en la contraria. Estamos hablando de estructuras de familia, no de ideologías y menos todavía de propuestas y decisiones políticas. Sobre el papel cabe perfectamente que una estructura de fuertes raíces tradicionales encabece una renovación de la sociedad que vaya en sentido opuesto. Pero a la vista está que no ha sido el caso.

El núcleo dirigente de la Hermandad está formado por hombres de larga experiencia como cofrades, que han pasado largos procesos de selección, tuvieron la oportunidad de bregarse contra la dictadura militar y actuaron como dirigentes de sindicatos, uniones profesionales y organizaciones de la sociedad civil. Este era el capital que les permitió vencer en las urnas y colocar a uno de los suyos en la presidencia.

A la vista del desastroso balance de la presidencia de Morsi un año después de su toma de posesión, está claro que la Hermandad solo supo leer su victoria como un mero asalto al poder que le permitiría aplicar su programa de islamización y colocar a los cuñados, y no como la oportunidad para transformar y modernizar un país como Egipto que tiene todo lo que hace falta para convertirse en una potencia emergente.

Para encabezar una transición democrática no basta con tener la legitimidad que emana de las urnas, tal como la obtuvo Morsi en 2012, sino que se requiere un esfuerzo especial cuando hay que hacerlo desde organizaciones encerradas en sí mismas, los partidos endogámicos en los que cualquier desviación o pérdida de poder es detectada y evitada por la vigilancia de los cuñados. No basta con un talento político regular sino que se requieren las dotes de Mandela, De Klerk, Gorbachov o Suárez para poner a las formaciones políticas respectivas en su lugar y despegarse a la búsqueda de una base política más amplia que permita una democratización efectiva y no meramente formal.

Morsi ha hecho una gestión sectaria y, antes del derrocamiento, ya se encontraba totalmente aislado. Ni siquiera el partido salafista Nur le da su apoyo para que siga en la presidencia. Como Erdogan hace unas semanas, no ha dudado en movilizar a sus seguidores en contra de los manifestantes que piden su dimisión. La experiencia demuestra que los líderes que no vacilan en jugar con la división de su país, sin importarles el clima de guerra civil que fomentan, no merecen continuar al frente de las responsabilidades de Gobierno y suelen terminar de la peor forma posible.

Con esta ya son dos oportunidades perdidas. Los militares no supieron dirigir la transición en la primera fase y el primer presidente civil salido de las urnas tampoco ha sabido gestionarla en la segunda fase, devolviéndole la mano al Ejército, otra estructura endogámica, masculina y llena de cuñados, para que ejerza el papel de árbitro de último recurso al que nunca ha renunciado desde el golpe de Estado de 1952.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
3 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Salvaje

A los norteamericanos les encantan las historias de superación heroica, y cuanto  cuanto más dramáticas y desesperadas sean las circunstancias, mejor. La única condición que pone el público en general para dejarse contar tales historias es que tengan un final feliz. Faltaría más.  Cada  año decenas de miles de norteamericanos se ganan la vida dando cursos de superación personal  en universidades, empresas y centros cívicos, redondeando sus ingresos escribiendo libros de autoayuda. Pero si el protagonista lucha sin medios contra una situación que lo supera y pierde (incluso la vida) dónde está el chiste. Y cómo se cuenta esa historia. O quién.
Hasta cierto punto es lo que le pasó a Christopher McCandless, inmortalizado primero por Jon Krakauer en su libro Into the Wild y después por Sean Penn en la película del mismo nombre. Según cuentan Krakauer y Penn, el joven McCandless fue poniéndose a prueba en retos cada vez más difíciles hasta que decidió irse a Alaska como aquél que dice con las manos en los bolsillos, hasta el punto de que el automovilista que lo acercó a su destino tuvo que regalarle unas botas porque ni siquiera llevaba el calzado adecuado. Puesto que tampoco poseía unas nociones básicas de supervivencia en condiciones extremas, las brutales condiciones de Alaska, las dificultades para encontrar comida y sobre todo la ignorancia demostraron ser más fuertes que él y no sobrevivió para contarlo.
Cosa que no le ocurre a Cheryl Strayed, la autora de Salvaje. Vaya por delante que, sin llegar a los extremos de McCandless, la aventura que aquí se cuenta es alucinante: el recorrido de un tramo de casi 2.000 kilómetros a pie, sola y sin apenas experiencia por el Pacific Crest Trail, una ruta que va desde la frontera de México a la de Canadá (4.000 kilómetros para quien se proponga hacerla entera) y que recorre la sucesión de cordilleras que bordean la costa del Pacífico con alturas superiores a los 3.500 metros, y por lo tanto con posibilidad cierta de nevadas y tormentas de nieve.
En el momento en que a Cheryl Strayed se le ocurrió echarse al monte (1995) esa ruta estaba aún muy poco transitada y apenas ofrecía infraestructuras. En ocasiones los puntos de avituallamiento se encontraban a más de 150 kilómetros unos de otros, lo cual obligaba a los senderistas a cargar con una impedimenta descomunal para sobrevivir durante los cinco o seis días que duraba la caminata entre un puesto y otro. Sobre todo el agua era una pesadilla, aun llevando productos químicos y una bomba depuradora, pues por si acaso era preciso cargar varios litros para no deshidratarse.
En esas condiciones casi resultan anecdóticos los encuentros con osos, coyotes, serpientes de cascabel y, sobre todo, las ocasiones apariciones en descampados de fornidos y asilvestrados senderistas que vaya usted a saber qué intenciones abrigarían después de tanta hormona acumulada durante los largos y obligados periodos de abstinencia en los bosques. Ese aspecto, el de la sexualidad latente o explícita en los caminos y los caminantes es uno de los muchos atractivos de este libro, sobre todo porque Sheryl Strayed lo trata con un gran sentido del humor y mucho tacto, aparte de que pese a sus ataques de pánico resulta que en el camino sólo encontró caballeros que se portaron como tales.
Probablemente, la necesidad de alternar el relato de sus experiencias en la naturaleza y las circunstancias personales que motivaron la posibilidad de emprender tan inusual aventura sea la parte menos lograda. No me refiero a sus antecedentes familiares y sus andanzas biográficas, que están contadas con la misma eficacia y salero que las del sendero, sino a las motivaciones personales previas al viaje. Tienen un tonillo de autoayuda (o de material susceptible de ser vendido después) no demasiado convincente. Pero por fortuna no es un elemento central en el relato y éste es en sí mismo tan entretenido e imprevisible que se pasan las páginas casi sin querer. Frío, calor, hambre, dolor, miedo y, casi como una constante, el deseo de volverse a casa y poner fin a semejante insensatez. Increíble. Y encima salir vivo para contarlo.
Salvaje es una estupenda lectura de verano que ya está despertando toda clase de lógicos entusiasmos en el público femenino, para el cual la identificación con la voz narradora y sus estados de ánimo es casi inmediata y hasta el final. Los perezosos pueden esperar un poco porque está viniendo la versión cinematográfica protagonizada por Reese Witherspoon y con guión de Nick Hornby. Pero mientras tanto hay toda clase de material gráfico en Internet.

Salvaje
Cheryl Strayed
Roca



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
3 de julio de 2013
Blogs de autor

El andar distraído

Hubo un tiempo en que el andar distraído significaba ir hacia delante mirando hacia atrás u observando obsesivamente el contexto. Las ensoñaciones del caminante solitario aspiraban a convertir el camino en un vehículo para el pensamiento. En un sparring, un spin doctor, un amigo imaginario. Hoy, el trayecto a menudo es invisible, como los fruncidos de luz en los atardeceres de verano. Cómo van a percibir los matices del cielo esos viandantes si ni siquiera se percatan de la existencia de un payaso vestido de morado y amarillo encima de un monociclo en medio de una plaza, como quiso demostrar un equipo de investigadores de la Universidad de Western Washington. Porque hoy, la principal razón por la que el ciudadano de a pie resulte herido o muera cruzando un semáforo se resume así: hablaba por el móvil. En algunos lugares del mundo, como en Nueva Jersey, es ilegal cruzar la calzada atendiendo a la pantalla. En otros estados, como en Idaho y Delaware, unas señales avisan que “tu Facebook puede esperar”. El coste de la adicción a la hipercomunicabilidad es caro. Cada vez mueren más personas atropelladas por este motivo: distractive walking, se llama a los accidentes en la vía pública, que se han duplicado desde el 2005, con una tendencia que va en aumento. Lo leo en el blog Antigurú, de la periodista Karelia Vázquez, que semanalmente ameniza con un suculento repertorio de tendencias y patologías de la vida digital. Y me pregunto sobre las razones de la abstracción cuando se adquiere otro plano de la realidad a través del oído. Del poder casi umbilical que te abstrae hasta el punto de crear una burbuja tan poderosa como para perder la vida en el acto de mandar un mensaje, conectarte con tu Facebook o conversar. Todos creemos que podemos hacer varias cosas a la vez, y la naturalidad con la que caminamos y hablamos por teléfono es tácitamente asimilada como la de correr y escuchar música, o conducir y masticar chicle. Simultanear, multiplicar, lleva implícita una promesa de plenitud, como si la ilusión por llenar las horas equivaliera a dotarlas de sentido. Ahí la tecnología del smartphone parece reparar la deriva existencial. Es feliz aquel que no teme ni desea, decía Séneca. Y en la cadena de insatisfacciones contemporáneas, adquieren valor sus palabras cuando afirma que “es trabajosa la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”. A menudo no atendemos ni a nuestros propios pasos, ocupados como estamos al teléfono resolviendo asuntos que creemos vitales. Una amplia carta de excusas que enmascaran el vacío y neutralizan el terror a la desconexión, la misma que deberíamos celebrar cuando el teléfono enmudece y por fin habitamos el silencio. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
3 de julio de 2013
Blogs de autor

Tres libros

Acabada la feria del Libro de Madrid y todas las demás fiestas y ferias que movilizan entre abril y junio a los que aún confían en el sano ejercicio de pasar páginas de papel, seguiremos leyendo, ¿verdad? Tres novedades me han dado horas de gran placer, inquietud y asombro, que quiero trasmitir, con mi recomendación más entusiasta. Ya se sabía que Luisgé Martín era uno de nuestros mejores novelistas eufemísticamente llamados jóvenes (hace poco que ha entrado en la cincuentena). A títulos para mí memorables como ‘Los amores confiados' (Alfaguara) o, hace un año, ‘La mujer de sombra' (Anagrama), se suma ahora un cuento largo apasionante, ‘La misma ciudad' (en Anagrama también), que consigue extraer riquísima materia novelesca de un asunto del que creíamos saberlo todo: los atentados del 11-S en Estados Unidos. No se trata de un reportaje novelado ni de una meta-ficción; Luisgé Martín inventa el destino de alguien que pudo ser víctima del derrumbamiento de las Torres Gemelas y le da una trepidante peripecia, que no conviene contar de antemano. El resultado es un relato de aventuras, de la mayor aventura que nos cabe a todos experimentar: la de cambiar de vida.
‘La ardilla de Braque' (Debolsillo) parece el (buen) título de una novela, pero es la voluminosa recopilación de los ensayos sobre pintura y literatura de una figura tal vez menos conocida de lo que merece, José Francisco Yvars, que suele firmar con las iniciales de su nombre y el apellido. Profesor, editor, director en su día del IVAM, J. F.Yvars se tiene por historiador del arte, y lo es, aunque no sólo. La curiosidad y el alcance de su mirada parecen infinitos, y de ello hay pruebas excelentes en este libro, que recoge sabios y estimulantes textos sobre el ‘collage', lo que él llama ‘escultura heroica' o los cuadros de Lucien Freud, vecino suyo en Londres durante muchos años. Pero Yvars también cultiva la pieza breve, en la tradición del columnismo culto que nuestro país ofrece como una de sus peculiaridades menos castizas. En esos artículos espigados de los periódicos donde ha colaborado encontramos al comentarista rápido y agudo de Pollock, de Bacon, del inefable e imprescindible Conde Kessler, y de una pléyade de artistas y escritores valencianos muy bien observados en el contexto político del anti-franquismo.
Las horas de asombro de mis lecturas últimas me las proporcionó un libro que se llama ‘Un monje azul come pasas rosas' (Visor). Llamó mi atención en una librería, lo abrí, leí unas páginas al azar y ya no lo pude soltar. Su autor, José Garcia Villa (sin deliberado acento en su primer apellido), fue un escritor filipino de lengua inglesa nacido en 1908 y fallecido en 1997, cuya vida, de la que acabo de enterarme por este libro, es fascinante en sí, aunque tal vez pálida al lado del colorido de los textos que forman esta antología, poemas, versiones libres de otros autores y una selección de sus ‘xocerismos', que son, a su modo, greguerías o pensamientos capciosos ("Dios no tiene comprobación científica. ¡Gracias a Dios!"). Elogiado por Eliot y por Edith Sitwell, amigo en Nueva York (donde se instaló siendo joven y se le llamaba el ‘Pope de Greenwich Village') de, entre otros grandes escritores, Auden, Tennessee Williams y Gore Vidal, Garcia Villa es mucho más que un ‘raro'. Cultiva una vanguardia procaz a veces (lo que le trajo problemas serios en su país, que abandonó para siempre) y lo hace con un gran oído verbal y un fundamento que combina el irracionalismo con la metafísica. Un descubrimiento.

Leer más
profile avatar
3 de julio de 2013
Blogs de autor

3. Tres canales vecinos unos de otros

Pero Guatemala alega ir más adelante que sus otros competidores. El presidente Otto Pérez Molina afirma que su canal consiste en "un proyecto de 390 kilómetros, con un gasoducto y oleoducto, una carretera de alta velocidad y una línea de tren", y los estudios para su construcción están ya completados. El costo es de 10 mil millones de dólares, y los inversionistas chinos que lo llevarán adelante, "tienen especial interés en el oleoducto para transportar petróleo de Venezuela", según el propio presidente.
Como podemos ver, todos los caminos van a dar Pekín, como antes iban a dar a Roma. Las empresas y capitales de la China se comprometerían, sólo en Nicaragua, Honduras y Guatemala, en una inversión de 70.000 millones de dólares para la construcción de tres canales interoceánicos, según estas cuentas de la lechera, y nadie se ha preguntado hasta ahora por qué no uno sino tres, que de ser cierto todo competirían entre sí mismos hasta la ruina, en una región tan pequeña y tan pobre que se da tantas ínfulas de propósitos de integración.
Pero ésa es historia aparte. Mientras tanto digamos que esos tres países que serán bendecidos por la mano de China, están entre los más pobres de América Latina, y del mundo, y es siempre a los pobres a quienes se ofrece los milagros más instantáneos, e inverosímiles.

Leer más
profile avatar
3 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Horacio Castellanos Moya y el imposible retorno

Hace algunos años el novelista salvadoreño Horacio Castellanos Moya dijo que la ficción centroamericana no había producido grandes libros sobre las guerras civiles que asolaron la región en décadas pasadas: "No tenemos un gran novelista de la guerra, a lo Tolstoi, ni un gran cuentista, a lo Babel". El lector de Castellanos Moya sabrá que, a cambio de esa ausencia, en América Central hay grandes narradores de la post-guerra, entre ellos el mismo autor salvadoreño. Su decima novela, El sueño del retorno (Tusquets), quizás una de sus mejores, insiste en contar ese período -digamos, de principios de los noventa en adelante--, profundizándolo para llegar a conclusiones inquietantes: en estas sociedades la post-guerra ha sido otra manera de vivir la guerra; el individuo que sueñe con su "reinserción" a una sociedad más amable, deberá lidiar con las heridas todavía abiertas de la guerra, con el continuado retorno de aquello que alguna vez se reprimió. No sólo eso: el individuo también descubrirá que esa guerra en realidad existía desde mucho antes, que su historia personal desde el nacimiento está marcada por el trauma de la violencia.

Erasmo Aragón, el protagonista de El sueño del retorno, es un periodista que vive en un México alborotado, lleno de informantes y ex-guerrilleros, y que, a principios de los noventa, planea el regreso a El Salvador, alentado por las negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla. Antes de partir, un dolor de hígado lo lleva donde el doctor Chente, un médico versado en curas alternativas que lo somete a sesiones de hipnosis para aliviarlo. A partir de ese momento, ciertos hechos amenazantes que ocurren en torno a Erasmo lo llevan a pensar que su vida está en peligro, pues puede haber revelado, bajo hipnosis, algún detalle de su participación en la guerra civil capaz de comprometerlo. Erasmo siente que es culpable de algo que anida en su pasado -"la sensación de haber matado a alguien pero carecer de memoria de ello"--, aunque no sabe bien qué es (lo descubrirá a lo largo del relato)

Como en sus mejores novelas -Insensatez, La sirvienta y el luchador--, el Castellanos Moya de El sueño del retorno es un maestro para crear tensión desde el primer párrafo. Sus frases largas, de claúsulas subordinadas una tras otra, podrían desacelerar el ritmo, pero más bien contribuyen a crear una atmósfera en la que nada es lo que parece: sin descanso, el narrador va incorporando a su red todo lo que está a su alrededor, y su escepticismo o inocencia iniciales dan paso a una paranoia que quizás sea infundada al principio pero al final no lo es tanto. Castellanos Moya es nuestro gran narrador de lo siniestro, del trauma latente que espera, agazapado, su momento para cobrarse una nueva víctima. De una forma u otra, todos sus personajes sufren de trastornos por estrés postraumático.  

"¿De dónde me había salido ese entusiasmo, ingenuo y hasta suicida, que me hizo abrigar el sueño del retorno no sólo como una aventura estimulante sino como un paso que me permitiría cambiar de vida?" Hay que leer a Castellanos Moya por todo lo que nos dice sobre nuestro imposible deseo de volver al momento antes del trauma. También hay que leerlo por su capacidad para crear personajes secundarios memorables (aquí, don Chente y míster Rábit, el impasible amigo de Erasmo; los personajes principales son más grises e incluso pueden ser intercambiables) y por su humor negro y corrosivo (las páginas dedicadas a la "ejecución" de un amante de la esposa de Erasmo por parte de mister Rábit están entre las mejores). En fin, hay que leerlo porque hace todo lo que se necesita para que, una vez terminada la novela, pensemos inmediatamente en volver a su mundo afiebrado e imprescindible.   

 

(La Tercera, 30 de junio 2013)



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
1 de julio de 2013
Blogs de autor

Efecto desmaquillante

Veinte famosas sin maquillaje”. Así se llamaba la fotogalería que colgó La Vanguardia.com la semana pasada y que enseguida se coló entre los temas más vistos del día. Puede que más de uno se sorprendiera, como yo, cuando lejos de contemplar el morbo de una celebrity descompuesta y sin peinar, advertía que el aviso de la entradilla: “Algunas siguen siendo bellas a pesar de no ir maquilladas”, habría podido ser al revés: “Muchas siguen siendo bellas a pesar de ir maquilladas”. Desde Jennifer Garner hasta Liv Tyler, Rosie Huntington o Penélope Cruz, la profundidad de la mirada, sin iluminadores, la frescura de una piel limpia, felizmente sonrosada y sobre todo unas ojeras oscuras, capaces de revelar una vida interior que los eficaces correctores se empeñan en disimular, ofrecían un perfil más interesante que las imágenes, ya icónicas, de sus rostros preparados para deslumbrar en la foto y sobre todo poder hacer eso que en verdad es tan enrevesado y a la vez tan artificioso: sonreír con los ojos abiertos. A menudo, el primer comentario que surge cuando una mujer aparece sin maquillaje es el de “no parece ella”. Se trata del discurso estético gobernado por el canon, y que no creo que sea dictado ni por la industria cosmética ni por las revistas femeninas ni tan siquiera por Hollywood, sino por unas leyes invisibles que determinan lo que hoy en día aún se entiende como el rostro público de la feminidad. Recientemente, se ha extendido una tendencia llamada “sin maquillaje 2.0″, que consiste en que las llamadas celebrities suban sus fotos con la cara lavada a Twitter. Algunos lo atribuyen a otro buen filete de marketing que vende falsa humildad, cercanía e incluso ilusión de intimidad. Para otros, es puro narcisismo. Un mensaje de pseudoautenticidad al que incluso la cantante Rihanna, acusada como tantas de rendirse a los servilismos de la estética de la fama, se sumó difundiendo imágenes recién levantada de la cama. O eso parecía. Decidida por un día a ser más mortal. Caitlin Moran, escritora y columnista en The Times, acaba de publicar en España Cómo ser mujer (Anagrama). Dicen de ella que es como si Germaine Greer escribiera en un bar, y en su libro -en el que por cierto hace apología del vello púbico y de la humillante tortura que representa la moda de la depilación brasileña- ahonda en cómo las mujeres, en realidad, no tienen ninguna idea de cómo ser mujer. “Hacerse mujer es un poco como hacerse famosa”, asegura. Porque en verdad después de un final de infancia anodina, arranca la fascinación de un proceso de cambio en el que todo el mundo pregunta. Por la talla, por el sexo, por los tacones, los chicos. Desde el ¿qué quieres hacer? hasta el ¿quién eres? Y en esa travesía, casi siempre el verdadero rostro acaba camuflado por otro que aparentemente blinda el alma. Pero bajo su incuestionable hegemonía se corre el riesgo de perder el auténtico sentido de la belleza. Que nunca es uno solo. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
1 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Mañana de carnaval

Aunque movimientos semejantes habían comenzado a producirse por doquier en los meses previos, nadie imaginaba que el país -modelo de estabilidad en América Latina- pudiese verse contaminado por la rebelión. Además, todo el mundo  estaba tan concentrado en preparar la justa deportiva como para preocuparse por nimiedades. Incluso cuando a principios del verano se iniciaron las primeras manifestaciones, brutalmente desmanteladas por la policía, los políticos locales se negaron a ver en ellas otra cosa que disturbios pasajeros que no tardarían en ser controlados. Hasta que la represión dio lugar a nuevas manifestaciones que volvieron a ser reprimidas en una espiral que culminaría el 2 de octubre con la masacre de centenares de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas.

            Un sinfín de elementos separa las protestas ocurridas en México en 1968 de las que estos días se suceden en Brasil -no en balde han pasado 45 años-, pero aun así no deja de sorprender que ocurran poco antes de que el gigante sudamericano esté a punto de convertirse en el centro de atención del planeta con motivo del Mundial de Futbol y de los Juegos Olímpicos. Como sabemos, en este nivel el deporte jamás es sólo el deporte, sino un escaparate para que el anfitrión se desnude frente al mundo.

En el México de los sesenta, el gobierno creyó ver en la Olimpíada la oportunidad de presumir nuestros progresos: de allí que estuviera dispuesto a hacer lo que fuere para que nada la empañase. Desde hace años, Brasil no se ha cansado de promoverse como nueva potencia planetaria, al lado de China, Rusia e India, y su hasta ahora popular gobierno de izquierda quiso ver en las competencias la confirmación de su fuerza económica y política. Por desgracia, lo que inevitablemente ocurre en estos casos -y aquí la analogía con México vuelve a funcionar- es que, cuando todas las energías de un país se vuelcan en una operación de relaciones públicas y negocios privados tan apabullante como ésta, las desigualdades y problemas sociales nunca resueltos se tornan de pronto más visibles y chocantes.

Quizás haya pocos elementos en común entre los rebeldes mexicanos de los sesentas -atenazados por las pugnas ideológicas de la Guerra Fría y el autoritarismo priista, animados por el rock'n'roll, la contracultura y el espíritu pacifista de los jipis-, y los rebeldes brasileños de nuestros días -articulados esencialmente a partir de las redes sociales-, pero los emparienta el drástico rechazo a que sus dirigentes empeñen todos sus recursos en satisfacer a los mercados y a la opinión pública internacional mediante el derroche deportivo cuando asuntos más urgentes -la falta de democracia en el México del 68; la inequidad que persiste en el Brasil de hoy- continúan sin ser resueltos o, peor, son deliberadamente enmascarados en aras de exponer una imagen impoluta ante las cámaras.

Frente al desafío de los estudiantes mexicanos, Díaz Ordaz optó por la violencia que culminó en Tlatelolco. Dilma Rousseff, víctima ella misma de la represión de esas épocas, ha querido ofrecer el talante opuesto, reconociendo la validez de las protestas y satisfaciendo rápidamente algunas de sus demandas -por ejemplo, al detener el alza en los transportes-, e incluso pretendió dar un salto adelante al proponer un congreso constituyente capaz de renovar las estructuras del país, pero ni así ha logrado contentar a los jóvenes que abarrotan las calles de Brasil (y que, paradójicamente, tanto se parecen a quien era ella décadas atrás), y sólo ha cultivado el unánime rechazo de la oposición.  

A los analistas internacionales les encanta señalar que ninguna ideología concreta parece animar a los rebeldes brasileños, pero en el México del 68 sucedía lo mismo: sólo un pequeño grupo se identificaba con el comunismo, de la misma forma que hoy sólo unos cuantos albergan ideas radicales derivadas de los movimientos antiglobalización. Como entonces, buena parte de la sociedad brasileña ha salido a las calles para exhibir su repudio no a ciertas medidas de un régimen que en general se ha caracterizado por su combate a la pobreza -de allí el lema "no se trata de 20 centavos"-, sino a un sistema global que, incluso con gobiernos de izquierda, no cesa de privilegiar a los intereses de los grandes capitales. Por eso la reacción de Rousseff no ha encontrado demasiada simpatía entre los manifestantes: muy a su pesar, ella ya no es la guerrillera idealista de su juventud, sino parte de un "complejo económico-turístico-industrial" que, como se ha visto, en realidad no controla.

Aunque pérfidamente derrotada en Tlatelolco, la protesta mexicana del 68 terminó por inducir algunos de los cambios democráticos más importantes de México. Al menos debemos esperar que la protesta brasileña -como antes el 11-M y Occupy Wall Street o en estos días la revuelta turca- contribuyan a trastocar un modelo que, escudándose en su carácter democrático, no ha dejado de estar al servicio de unos cuantos.

 

Twitter: @jvolpi



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
30 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La nación necesaria

Hasta hace bien poco, Estados Unidos se creía la nación imprescindible. Podía hacer lo que quería y nada se podía hacer si no quería. Su poder era necesario y suficiente. Sí, y solo sí Estados Unidos quería.

Muchos creían que esta actitud pertenecía a los tiempos de George W. Bush, bien distintos de los de su padre, el viejo Bush capaz de la mayor prudencia ante la caída del comunismo: nada de arrogancia y de celebración de la victoria; y de tejer el mayor consenso: en la primera guerra de Irak, hasta trazar la línea de puntos de un futuro nuevo orden internacional.

No es así. La idea de que Estados Unidos es la nación indispensable es de Madeleine Albright, secretaria de Estado de Bill Clinton. No es muy original, porque ya Lincoln aseguró hace 150 años, cuando no era una potencia mundial, que era ?la última y mejor esperanza de la humanidad?. Todas las naciones tienen momentos de narcisismo como este, y no siempre justificados como es el caso de Estados Unidos. En el nuevo mapa multipolar que se ha levantado 20 años después del final de la guerra fría, Estados Unidos ya no es la nación indispensable. Vali Nasr, un alto asesor de Hillary Clinton, acaba de publicar un libro que se titula La nación prescindible.

Ahora Estados Unidos tiene que buscar consensos internacionales cuando quiere hacer algo en el mundo o enfrentarse a consensos negativos, como es la coalición entre Rusia, China, Cuba y Ecuador para apoyar la fuga del informático Edward Snowden, que denunció el espionaje secreto de la NSA (Agencia Nacional de Inteligencia).

A la pérdida de poder que le ha ocasionado su pésima política para Oriente Próximo ?dos guerras equivocadas e incapacidad para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos?, se suman ahora los desperfectos que le ocasionan en su prestigio sus métodos contra el terrorismo, los drones y el espionaje universal denunciado por Snowden.

Se frotan las manos, en Moscú o en La Habana, quienes convierten en ideología la hostilidad contra Estados Unidos. Pueden fingir que son protagonistas de una pieza teatral en que solo hacen de comparsas. Snowden y Bradley Manning son estadounidenses, lo son las compañías digitales implicadas en el espionaje, y los periodistas de The Guardian que han revelado el grueso del escándalo pertenecen a un país con una relación especial e inquebrantable con Washington.

Puede que Estados Unidos sea una nación prescindible, pero nada se mueve en el mundo sin que EE UU esté de por medio, sea el espionaje universal o el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. En los mismos días en que su espionaje escandalizaba al mundo, dos sentencias del Tribunal Supremo han dado un impulso global irreversible al matrimonio gay. No es la nación imprescindible, pero es necesaria. Si no existiera habría que inventarla.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
29 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

88. Los antecesores

Se van aprendiendo en la vida cosas poco a poco; hoy, que el yo puede autoafirmarse a través de los otros. Hablo de algo cósmico y profundo que late en estos versos de Ángel González:

 

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

 

Tema que desarrollara, en términos muy parecidos, Cristina Peri Rossi, y que después tratase agudamente Miguel d'Ors:

 

y Aníbal y Cartago,

y la mujer sangrienta que jadea

pariendo en un brazado de helechos, y el hirsuto

pintor de renos y uros que cambia por seis hachas

medianas una hembra... y todo lo que tuvo

que suceder para que tú nacieras

desde que aquellas Manos amasaron

el limo primigenio.

 

En imagen que Racine condensara aún más:

 

El Cielo, todo el universo está lleno de mis antepasados.

 

Y que John MacPherson (1736-1796) expresara de este modo:

 

Mi alma está llena de otros tiempos.

 

Y aún dijo Víctor Hugo que su alma estaba “hecha de mil voces”, y el americano Patchen que era “cada hombre, y él está en mí”. Estos y otros versos pudo escribirlos Borges, que en decenas de ocasiones remonta un hecho a todos los acaecidos anteriormente, un hombre es todos los hombres y otras frases similares; pero su horror a la procreación posiblemente nos explican el motivo de esa ausencia. / Últimamente, Marina Perezagua ha querido que su relato “Un solo hombre solo” comience de este modo: “Cédric tiene treinta y cuatro años, pero el latido de su corazón joven es un latido ancestral porque, para que Cédric esté vivo, muchos tuvieron que sobrevivir antes que él. Situémonos, para comenzar, 32.000 años antes de nuestra era” (Leche, Los Libros del Lince, 2013). / Lo atávico, lo ancestral, lo telúrico, lo brutal y lo animalizado comparecen sin tapujos en este conjunto de relatos que mezcla lo sórdido con lo tierno y lo salvaje con lo afectivo, en un continuo tobogán por el que el lector se desliza cómodo y aterrado al mismo tiempo. Un brillante ejercicio de estilo con dos piezas majestuosas (“Little Boy” y “MioTauro”), numerosas prosas brillantes y sólo alguna –como es natural– con inferior voltaje. El cuerpo es protagonista constante de todos los relatos de Perezagua, sea el cuerpo femenino, masculino o incluso intersexual; un cuerpo que a veces procura calor humano pero en otras acusa las heridas de la sordidez y la crueldad. Ha sido una experiencia curiosa leer algunos de estos cuentos a continuación de los de la chino-estadounidense Yiyun Li, recogidos en Muchacho de oro, muchacha esmeralda (Galaxia Gutenberg, 2013), por algunos insospechados puntos de contacto (también los hay con Cristina Fernández Cubas, nada menos). / Si su libro anterior, Criaturas abisales, apuntaba una voz sugestiva e interesante, Leche nos presenta a una relatista compleja y madura. Angústiense con ella.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
29 de junio de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.