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Llámenme Peligro

Por 4 de agosto de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

Convertida en un clásico americano, la escena regresa una y otra vez en las pantallas. Bajo los reflectores inclementes, la pareja comparece con las manos entrelazadas, los semblantes ruborizados o abatidos -ella, severa y elegante, casi mustia; él con la voz desfondada y los ojillos acuosos-, el peso de su convivencia reflejado en esa tensión con la que prometen sobrellevar el incidente mientras los dos se esfuerzan por mirarse o más bien se aseguran de que los demás contemplen ese guiño cómplice en el cual se cifra la posibilidad de una disculpa: ¿si ella aún puede verme a la cara por qué no habrían de hacerlo ustedes, conciudadanos y electores? Poco importa que la mujer esté harta o furiosa, no tanto por el engaño (otro de tantos) como por la afrenta, esa necesidad de exponerla como una buena samaritana que encaja de manera heroica, admirable, cada nueva revelación (cada nueva humillación) sin encogerse. Aunque lo maldiga y ya haya emprendido las primeras acciones para ajustar el umbral de la demanda, ella sabe que no le queda más que figurar a su lado, acompañarlo en esa ordalía de verdad y dolor que tanto complace a los fanáticos de los melodramas políticos, tragarse sus inútiles palabras, error, el gran error, el tremendo error que cometí, encajar su arrepentimiento -no por su conducta sino por su torpeza al disfrazarla- y soportar esos diez o quince minutos (o días o semanas) de vergüenza, esa confesión que se le exige aquí a todas las figuras públicas que son lo suficientemente imbéciles para permitir que sus infidelidades emborronen los tabloides.

Bill Clinton; el senador y precandidato demócrata a la presidencia John Edwards; el congresista Mark Souder, célebre por sus arrebatos a favor de la abstinencia; el defensor del nuevo conservadurismo Newt Gingrich; el congresista Thad Viers; el precandidato republicano a la presidencia Herman Cain; el admirado general David Petraeus; el congresista Eric Massa; el candidato a congresista Tom Ganley; el senador John Ensig, uno de los más implacables críticos de Clinton; el congresista Vito Fossella; el congresista Tim Mahoney; el senador David Vitter; el exgobernador demócrata de Nueva York Eliot Spitzer (el infame "cliente número 9") o el exgobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford. Si este catálogo sólo reúne a quienes han sido descubiertos, en Estados Unidos deben esconderse decenas de políticos que llevan en santa paz una dulce -o apasionante- vida doble. Basta echarle un ojo a The Good Wife, donde Julianna Margulies parodia u homenajea a sus admirables esposas, para detectar el morbo que suscitan estos rituales de expiación.

            El último show en esta serie es una especie de engaño al cuadrado que evidencia la porfía de los políticos estadounidenses para convertirse en blancos del ridículo a causa de su hipocresía (y sus hormonas). El 16 de junio de 2011, el congresista Anthony Weiner renunció a su cargo cuando se hizo público que había enviado una imagen de sus calzoncillos -apenas disimulando una erección- a una joven de Seattle de 21 años. Luego de negarlo una y otra vez, Weiner confesó su afición a este tipo de mensajes (práctica conocida como sexting) antes y después de su matrimonio con Huma Abedin, cercana consejera de Hillary Clinton.

            Hasta aquí, el guión se mantuvo sin sorpresas. Weiner pidió excusas, fue blanco de la ira y el sarcasmo generalizados, y su esposa lo perdonó. Dos años después, Weiner consideró que su penitencia había concluido y decidió regresar a la política como candidato a la alcaldía de Nueva York. Ya avanzada la campaña, salió a la luz que Weiner había vuelto a las andadas, esta vez enviando fotos y mensajes a tres o cuatro mujeres distintas, valiéndose del sonoro apodo de "Carlos Danger". Desde entonces los medios y las redes no le han dado tregua: cientos de miles de chistes, críticas, parodias e insultos han llovido sobre su figura. ¿Qué hacer ahora? ¿Repetir su renuncia anterior? Resignado, Weiner mantiene su campaña, aunque sin muchas posibilidades frente a su compañera de partido Christine C. Quinn.

            Muy lejos de los especialistas que comparecen en los talk shows para abundar en torno a la perversión o a las patologías de Weiner, su caso confirma la relación cada vez más tortuosa que los estadounidense mantienen con su sentido de la intimidad. En el fondo, Weiner apenas se diferencia de millones de usuarios de Facebook -o de páginas de contactos y webcams de sexo- en donde los usuarios se convierten en exhibicionistas y voyeuristas de manera voluntaria. Mientras la NSA se empeña en escrutar todas las comunicaciones del planeta, el boom de las redes sociales y los sitios de cibersexo pone en evidencia a una sociedad cuyos individuos se saben vigilados sin tregua al tiempo que, desprovistos de cualquier prurito, se empeñan en revelar hasta los mínimos detalles de su vida privada -o de sus falsas vidas privadas- a cualquiera que esté dispuesto a contemplarlas. 

 

Twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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