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Síndrome de resignación

 

Recuerdo los años de insomnio con la desazón del que pierde el pasaporte en un lugar remoto. Las noches en vela, traducidas en imagen, son un andén de extrarradio donde los trenes, como las horas, pasan sin detenerse, con insoportable regularidad. El caso inverso se da, traspasado cierto umbral de desconsuelo, cuando el sueño te abraza y se convierte en refugio. Dormir para no sentir ni padecer. Hibernar a la espera de tiempos mejores, como hacen algunos animales hasta la primavera. Desde los años noventa, eso les ha pasado a niños refugiados llegados a Suecia de procedencias diversas. Tras huir de la persecución o de la guerra, inmersos en una cultura ajena, aprenden su idioma, se ilusionan con que “estar en el mundo” no tenga que ser pasar siempre miedo, y de pronto… la carta de expulsión. Como se cuenta en Síndrome de gel de Mohamad Bitari y Clàudia Cedó, en el Lliure de Gràcia, sienten entonces que se les arrebata su última esperanza de futuro. Superados por la vida, caen en un estado catatónico, similar a una “muerte voluntaria”, del que no despertarán hasta encontrarse a salvo. Ante la proliferación de casos, se acuñó el término uppgivenhetssyndrom, síndrome de resignación. Así reaccionan sus cuerpos, así somatizan el trauma.

Hacia el final de la función, se pronuncia un deseo repetido a menudo, incluso sabiendo que es irrealizable: los menores no deberían pasar por experiencias tan atroces. Los niños que han sido víctimas de la guerra, antes de andar solos en la vida, ya han aprendido aquello que es terrible saber y aquello que es peligroso olvidar. “Pero no éramos niños –dice uno de ellos en Últimos testigos, de Svetlana Alexiévich–; a los diez u once años ya éramos hombres y mujeres”. En ese libro, la Nobel, exiliada en Berlín por la represión del dictador bielorruso, recopiló recuerdos de niños cuya ingenuidad trituró la Segunda Guerra Mundial. Coincidían en verse atrapados en el instante en que su mundo cambió para siempre, o en la incapacidad de imaginar, por ejemplo, incluso décadas después, “a un padre tan bueno sin vida”. Leyéndolos, se entiende que no hay nada más imposible de reconstruir que una infancia mutilada. Y hoy de la Ucrania ocupada llegan testimonios de ancianos que un día fueron niños supervivientes, como los del libro de Alexiévich, que sufrieron los horrores del siglo pasado, incluida la represión soviética. Ahora reviven una pesadilla y, cuando entierran a hijos y nietos, cierran un círculo de infamia; a veces sin poder sepultarlos siquiera, por miedo a los cadáveres minados.

El cuento El viejo maestro (1943), de Vasili Grossman, que es una de las primeras piezas literarias sobre el Holocausto de las balas perpetrado en Europa del Este, está protagonizado por un jubiladoletraherido , demasiado mayor para huir, y una niña de seis años. En el relato, ambientado en un pueblo de la provincia ucraniana de Zhitómir, el autor de Vida y destino intentó imaginar el final de su madre –una vieja maestra, también, amante de Chéjov– durante los asesinatos en masa de civiles judíos. Frente a la fosa común, el viejo coge en brazos a la pequeña, que ha perdido a su familia. “¿Cómo puedo consolarla?”, piensa atenazado por una pena infinita. Es al final la niña, compasiva, con el rostro pálido “de un adulto”, quien lo reconforta. “Maestro, no mires allí, o te asustarás”, le dice, y le cubre los ojos, con gesto maternal, antes de la descarga.

Nunca más, repetimos. Contra la barbarie, insistimos. Se inauguran memoriales, se celebran conmemoraciones, se tira de memoria histórica en libros o documentales para aprender bien la lección. Pero la visión de Mariúpol, Irpín o Bucha reventadas son un recordatorio de que la guerra a lo largo de la historia ha sido lo habitual, y la democracia una excepción. La lección no puede conjugarse en pretérito, pues la lección nunca se aprende. Hay que mantenerse despierto ante cualquier avance del ultranacionalismo, atentos a que no se consolide el modelo autoritario, una tendencia al alza en un mundo donde ya hay más autocracias que democracias. Europa no debe caer­ en el síndrome de resignación ante crímenes de guerra ni subvencionarlos con la compra de materias primas, y haría bien en desprenderse de cualquier prepotencia intelectual respecto a los países del Este, vistos a veces como parias de la geoestrategia. Quienes afirman que solo el realismo político salva vidas disfrutan de una UE cuyos cimientos se asientan en ideales como los derechos humanos.

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5 de mayo de 2022
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Volverse loco

Lecturas, aparentemente fáciles, que se vuelven imposibles. La muerte en sus manos, el inquietante debut de Ottessa Moshfegh en la literatura de suspense, es un pan sin sal. Crimen sin cuerpo, locura sin motivo. Yo quería un libro fácil, un libro para leer en el metro o en los aeropuertos, pero no ha podido ser. Con lo que me gusta a mí un thriller… Moshfegh, the next great thing de la literatura americana —como dice Rodrigo Fresán—, no acaba de cumplir en esta novelita de suspense. Eso sí, cumple con creces en Mi año de descanso y relajación, una novela que dejaré de recomendar el día que encuentre otra, tan pesimista y mucho más cósmica, que me enamore más.

Una mujer de setenta años camina por un bosque con su perro. Divisa una nota escrita a mano. «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver.» Pero no hay cadáver. La obsesión se desata hasta trazar la historia del asesinato de la misteriosa Magda. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? La mente es nuestra experiencia, nuestro sensor, la máquina de tejer historietas. Un trampantojo constante, elucubraciones extrañas en un pueblo desangelado. Y sí, coincido, Moshfegh es la autora de referencia de los ermitaños y los excéntricos, pero no de las mujeres que se vuelven locas por perseguir crímenes imperfectos. El discurso imaginario siempre es bienvenido, su literatura es fabulosa, escribe de maravilla. Moshfegh posee unas regiones neuróticas que seducirían hasta al lector más aburrido. La pulsión de muerte permanece desde su primera novela. Inherente. Lo tenebroso le va de perlas. Sin embargo, volverse loco nunca pasará de moda.

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3 de mayo de 2022
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Categoría y miseria

 

Hace unas décadas todo trayecto, antes de llegar a destino, era entretenido por señoras que te vendían bocadillos de atún en las estaciones pueblerinas

Era un tipo enorme, sobre los dos metros y 150 kilos. Recogió con exquisita delicadeza a un perrín blanco y negro que cabría en su mano, pero lo metió en una de esas jaulillas para viajes por entre cuyas aperturas suelen asomar los ojos cohibidos de la animalia. Se le veía al hombre conmovido, como pidiendo perdón, y no dejó de mirar al perro con verdadera compasión mientras arreglaba los papeles en el mostrador.

Luego lo vi sentado en la fila anterior a la mía. Apenas cabía en el espacio asquerosamente estrecho que ha dispuesto Iberia para mantener los sueldos de sus ejecutivos. Le sobraba media pierna, de modo que la azafata tenía que dar un golpe de cadera muy agradable para sortearla. El hombre estaba avergonzado e íntimamente contrito al pensar que quizás su mascota sufría la misma estrechez.

Íbamos como piojos en costura y me admiró la paciencia de los pasajeros y cómo se ayudaban los unos a los otros para poner bultos, mochilas o bolsas en los diminutos maleteros. Cada vez que mi compañero de asiento tenía que mover un brazo se veía en la obligación de pedir disculpas y los dos recomponíamos nuestras posiciones como muñecos mecánicos. Todo lo cual venía después de pasar más de tres cuartos de hora en la cola del check in de Iberia para que nos aceptaran, o no, los paquetes, bultos y mochilas. Un único punto para cientos de viajeros había dispuesto la dirección de Iberia.

El viaje en avión es ya un eficaz acarreo de ganado, la versión posmoderna del invento germano para transportar toneladas de humanos a donde no deberían ir. Yo recordaba aquel soberbio aparato, el Super Constellation de cuatro motores y tres colas, una de las criaturas más bellas producidas por el ingenio humano, y a los antiguos clientes de la aviación civil que parecían recién salidos de una película francesa al bajar la escalerilla con foulards de vivos colores al viento. Ahora éramos lo sobrante, el todo a cien, los que no habíamos podido encontrar en Sevilla un billete de AVE para Madrid. Y no había billete de AVE porque los ejecutivos de Renfe o de Aena, o de lo que sea, se cansan pronto y ya no ponen más vagones ni más trenes cuando consideran que su jornada laboral ha terminado.

Lo peor del viaje es ahora el viaje mismo. Hace unas décadas todo el trayecto, antes de llegar a destino, era entretenido por señoras que te vendían bocadillos de atún en las estaciones pueblerinas. Incluso en los aviones ofrecían unos refrescos con frutos secos un poco rancios, pero pletóricos de buena voluntad. ¿Cómo se ha ido hundiendo el viaje en esta sima oscura? ¿Cuál de las muchas codicias es la que nos ha reducido a la miseria? ¿O serán todas?

Nadie protestó, nadie se quejó, nadie consultó. Era seguro que cualquier reclamación podía provocar hirientes carcajadas. Y al llegar al aeropuerto salimos todos huyendo, algunos de modo atropellado porque no estaban seguros de alcanzar el enlace y corrían demudados y agresivos en busca de cualquier puerta.

Todo esto no se ve en la publicidad, en ella bellas mujeres uniformadas auxilian a atractivas madres con niño y jóvenes enérgicos empujan carritos con sonrientes tullidos. Suerte tenemos de que nuestro ministro de Consumo es comunista. Iberia debe de sugerirle los soñados años de Beria (Lavrenti).

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26 de abril de 2022
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Sociología francesa ante la nueva política

De premodernos ilustrados como  Voltaire y Saint-Simon a postestructuralistas de la talla de Baudrillard o Foucault, así como a adalides de la complejidad de la estirpe de Edgar Morin y transmarxistas urbanos del tipo Henri Lefebvre (cito a pocos de los que son a pesar de todo), la sociología ha sido, en lo fundamental, una actividad intelectual francesa. No es de extrañar, por lo tanto, que la disciplina que analiza lo social haya acudido en ayuda de las empresas demoscópicas para clarificar la deriva política actual. La de Francia especialmente cambiante, dado que a las migraciones masivas procedentes de la descolonización se unen las posesiones ultramarinas que mantiene la Quinta República en otros tres continentes e, incluso, en la Antártida, además de la persistencia de nacionalismos irredentos en regiones como Bretaña y la isla de Córcega, donde han vuelto los disturbios tras la disolución, hace más de un lustro, del frente corso. Francia es un manojo de nervios con un gran pasado universitario.

La política doméstica francesa lleva años de eclosiones inesperadas, y no solo por los sobrevenidos chalecos amarillos, des gilets jaunes. Fue pionera en la aparición de un movimiento ultraderechista, que tras una crisis familiar de sucesión entre los Le Pen, se ha dividido en dos tras la aparición del periodista tertuliano Éric Zemmour, crítico con las políticas reales moderantistas que el partido de Marine Le Pen ha llevado a cabo en ciudades y departamentos donde ya gobierna, en especial en las regiones del sur, la “catalana” Perpignan entre otras capitales, cuyo alcalde fue pareja de la mismísima Marine.

La implosión política en Francia no ha afectado solamente a los ultras. En la izquierda hace tiempo que ni el histórico partido socialista francés –el de Mitterrand y Hollande–, ni muchísimo menos el partido comunista –de Marchais y del propio Lefebvre, o de Althusser–, pintan algo en el panorama real de la gobernanza francesa salvo en París. De hecho, el socialismo más radical ha dado paso al nuevo movimiento de La Gauche con el tangerino Jean-Luc Mélenchon de raíces murcianas como líder, mientras que el socialismo centrista derivó en la huida de Manuel Valls a una fracasada política catalana así como en el fenómeno liberal de Emmanuel Macron, La République En Marche!

Mientras tanto, el llamado gaullismo que agrupaba a todos los sectores conservadores y liberales en un vasto espectro de centroderecha bajo el paraguas legado por el general De Gaulle, hace tiempo –más de medio siglo– que se subdivide en un abanico de tendencias. Todos sus intentos de reagrupación, ahora con la marca de Los Republicanos, no surten efecto electoral, aprisionados como están entre la extrema derecha lepenista y el pragmatismo amplio de Macron.

Todo ello hace de Francia un hervidero político para cuyo análisis ya no son válidos ni los partidos históricos ni siquiera las ideologías dominantes en el último siglo y medio. Ante esta situación, la empresa demoscópica Cluster 17, elaboró para la campaña de las elecciones presidenciales una serie de perfiles electorales mediante los que se dibuja con mayor precisión a la nueva sociedad francesa. Dieciséis perfiles, ninguno de los cuales superaría el 10% de la población electoral actual que ronda los 50 millones de inscritos.

Cluster 17 establece categorías como “multiculturales” o “identitarios” que responden a parámetros más recientes, pero también se incluyen personas de rasgos “rebeldes”, “apolíticos” o “refractarios” que hunden sus raíces en movimientos más arcaicos. Del mismo modo mantiene conceptos clásicos como son los de “socialdemócratas”, “conservadores” y “liberales”, aunque matizados por “progresistas”, “centristas” o “socialrepublicanos”. Completan el mapa electoral los “solidarios”, “eclécticos”, “euroescépticos”, “socialpatriotas” e incluso “antiasistenciales”.

La empresa de análisis aclara que los diferentes perfiles podrían decantarse por cualquiera de las candidaturas en liza, de tal suerte que, tal vez, existan socialdemócratas que hayan votado a Le Pen (en porcentajes menores, claro está), o rebeldes que lo hicieron por Macron, e incluso conservadores que siguieron a Mélenchon. La existencia de una segunda vuelta en la que desaparecen los matices o la irrupción de Putin en el epicentro de la campaña, ahondan la posibilidad de trasvases de votos que parecen antinaturales a ojos de las vetustas ideologías.

Será muy interesante conocer en los próximos días los estudios del comportamiento electoral de tales grupos sociales, en especial si los datos se entrecruzan con las grandes bolsas de población culturalmente diversa que habitan en Francia, entre otras de cinco a seis millones de personas con orígenes africanos, otro millón de caribeños y cerca de tres millones de ciudadanos franceses vinculados a las antiguas posesiones musulmanas.

En España no hemos llegado a estos afinamientos demoscópicos. Y eso a pesar de que los esquemas tradicionales de la política dejan de ser útiles para reconocer el funcionamiento electoral de fenómenos de nuestra singularidad política como el independentismo catalán o el ayusismo madrileño, por citar dos de los más evidentes. La óptica más compleja de la realidad social, camino de un escenario post-ideológico, nos lleva a preguntarnos por cuestiones como la persistencia de la simbología comunista en formaciones como Podemos, la defensa del franquismo en Vox, el trasvase de votantes de Ciudadanos al extremismo o la vocación historicista del PSOE, por no hablar de esa manifestación tan local, la dualidad catalanista-blavera, que todavía no superan ni la derecha ni la izquierda valencianas. La paradoja es la siguiente: los políticos cada vez analizan con el trazo más grueso, burdo y polarizado, mientras la realidad de las personas se vuelve más fina, matizada y dinámica.

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25 de abril de 2022
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Regreso a la URSS con retoques

 

El 21 de junio de 1936 André Gide fue invitado a pronunciar un elogio fúnebre en la Plaza Roja de Moscú, aquella mañana llena de gente compungida; Stalin presidía el acto en honor del glorioso escritor ruso Maxim Gorki, fallecido tres días antes. El novelista francés, que tenía entonces 66 años y aún no había ganado el premio Nobel, era una eminencia de la izquierda filocomunista internacional, sobre todo después de haber publicado en la década anterior su Viaje al Congo, hermoso libro de observación humana y vigorosa denuncia del colonialismo europeo en África, que se abre con unos versos de Keats: “Mejor es la imprudente movilidad / que la prudente fijeza”.

Del discurso en la Plaza Roja destaca esta frase: “La suerte de la cultura está ligada en nuestras mentes al destino mismo de la U.R.S.S. La defenderemos”. Pero Gide, uno de los grandes viajeros memorialistas del siglo XX, siguió explorando el país después de la solemne ceremonia moscovita, dispuesto en las etapas iniciales de su recorrido a aplaudir las transformaciones políticas y sociales de la Unión Soviética, aunque también deseoso de comprobar con sus propios ojos lo que no veía claro en alguna de sus circunstancias. Convencido de que en ese vasto territorio se estaba fraguando algo muy positivo que nos concerniría a todos en años venideros, Gide, sin querer desairar a sus anfitriones, trata de huir del rol del propagandista de la fe estaliniana, un papel que se repartirían pronto grandes figuras del estrellato mundial y, en períodos revolucionarios, promocionaron países como la Cuba de Castro o la China de Mao.

 Gide llevaba con él su inseparable Diario, que ordenado en capítulos dio forma al breve libro Regreso de la U.R.S.S, impreso en Francia antes de que acabara el año. En la nota preliminar, el autor dice que  “La U.R.S.S. está en construcción, es importante repetírselo continuamente. De ahí nace el interés excepcional de una estancia en esa inmensa tierra en gestación: pareciera que uno presencia allí el alumbramiento del futuro” (cito por la buena traducción de Carmen Claudín, Alianza Editorial 2017). Sin embargo, el futuro que Gide advierte o adivina no siempre es de su agrado; al escritor no se le escapa la imagen de una homologación forzosa de la ciudadanía, que empieza en el modo uniforme de vestir pero afecta asimismo a las uniformidades del alma: “Cada mañana, Pravda los alecciona sobre lo que es oportuno saber, pensar, creer […] De resultas, siempre que se habla con un ruso es como si se hablara con todos. No porque cada uno obedezca de manera precisa una consigna, sino porque todo está dispuesto de modo tal que nadie pueda diferenciarse”, sosteniendo en otro pasaje que la “felicidad de todos no se alcanza sino por la desindividualización de cada uno”, a lo que añade, con demoledor sarcasmo, “Para ser felices, confórmense”.

El inconformismo de Gide fue muy mal recibido por la mayoría de la intelligentsia progresista, llegando pronto ese descontento a un país dividido por una guerra, y a la ciudad de Valencia, donde el 4 de julio de 1937, inauguradas por Juan Negrín, presidente del gobierno legítimo de España, comenzaron las ponencias del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que también reunió a los participantes en Barcelona y Madrid. A Gide se le retiró a causa de su libro la invitación a, no sin protestas de alguno de los presentes, y con palabras muy ácidas de Manuel Azaña, que estaba en contra de ese II Congreso. En el arranque de su Regreso de la URSS Gide había ya previsto las reacciones adversas: “Ocurre demasiado que los amigos de la U.R.S.S. se nieguen a ver lo malo, o cuando menos a reconocerlo; de ahí que, con excesiva frecuencia, la verdad sobre la U.R.S.S. se diga con odio, y la mentira con amor”, respondiendo, en un gesto de elegante firmeza después de ser expulsado del citado congreso, así: “He creído siempre un honor recibir los insultos provenientes del campo fascista. Los que recibo de mis camaradas de ayer han podido resultarme extremadamente dolorosos (los de José Bergamín, particularmente) [...] ¿Es necesario aclarar que estos insultos no modificarán mis sentimientos ni conseguirán hacer de mí un enemigo por mucho que lo pretendan?” (texto de Gide recogido en La literatura comprometida, Buenos Aires, 1956).

No es riguroso pero está justificado establecer un paralelismo entre la de hoy y aquella Rusia de Stalin observada con agudeza por André Gide y que cegó a tantos notables artistas de buena intención y corta mirada. Tampoco el cainismo de nuestra Guerra Civil es comparable al intrincado nudo étnico, religioso, lingüístico y territorial que, desaparecida la Unión Soviética, une y desune a Rusia con Ucrania y la plétora de pequeñas repúblicas ansiadas con avidez, mimadas por su colaboracionismo con el Kremlin o condenadas por su  rebeldía y su desobediencia a la nomenklatura de un imperio que mantiene modos zaristas y criminales deseos colonizadores. De esas “tiranías rusas” trata un extenso libro que acaba de aparecer en Francia, Voyages en Russie absolutiste, en el que un escritor, Jil Silberstein, que previamente desconocía, traza el mapa histórico y cultural de dos siglos de insumisión, encarnándolos esencialmente en cuatro protagonistas reales: el gran autor romántico de Un héroe de nuestro tiempo, Mijail Lermontov, el valeroso escritor anarquista Victor Serge, tan admirado por Susan Sontag, y dos luchadores incombustibles, Tan Bogoraz y Anatoli Martchenko, que sólo pueden ser descritos como militantes de los gulags siberianos, donde ambos murieron en detención.

En el extremo opuesto del cuadro al que nos asomamos aquí están Los hombres de Putin (Península, 2022), que llenan las muchas páginas de otro libro reciente de la periodista Catherine Belton. La lectura de ambas obras puede resultar dolorosa y burlesca si se hace en alternancia: los relevos de la amargura y las muertes trágicas en el de Silberstein,  la versión astracanada de el oro de Moscú en el de Belton, que convierte aquella leyenda anti-republicana de nuestra posguerra en actualísima sit com de chulos de piscina, yates de ensueño, y la caterva de los oligarcas, que ayudan y sostienen al jerarca en un probado canje de favores: la autocracia a cambio de la cleptocracia.

En junio de 1937, cuando se ultimaban en Valencia los preparativos del histórico II Congreso ya mencionado, Gide volvió a las andadas con sus Retoques a mi Regreso de la URSS (apéndice también incluido en la citada traducción española). Un año había pasado desde que sus palabras halagadoras fueron dichas al lado del dictador, ahora muy retocado en sus Retoques: “Stalin no soporta sino la aprobación; adversarios son, para él, todos aquellos que no aplauden. Ocurre más de una vez que él mismo adopte, posteriormente, cierta reforma propuesta; ahora bien, si se apropia de la idea, para que esta sea bien suya, empieza por suprimir a aquel que la propone. Es su manera de tener razón”. Suprimidos, o sea ejecutados, fueron los muchos miles de dirigentes comunistas acusados de conspiración trotskista entre agosto de 1936 y marzo de 1938 en los llamados procesos de Moscú. Una vez más Gide se mostró imprudente pero certero en la rapidez de su denuncia. Ahora nos toca a nosotros no equivocarnos ante las mentiras, y defender sin odio el amor a la justicia. ¿Cuándo y dónde se empezará a juzgar a Putin y a sus secuaces?

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25 de abril de 2022
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El reino del silencio

 

Uno de estos días me encontré en Madrid con el joven músico nicaragüense Jandir Rodríguez, cuya canción Héroes de abril se volvió un verdadero himno en contra de la represión del año 2018. Esa canción, que se volvió viral en las redes, fue el motivo para que ahora se encuentre desterrado.

La música se encuentra bajo implacable persecución en Nicaragua, bajo el designio de someter al país al más absoluto silencio. Un silencio donde solo se oiga la voz oficial en los altoparlantes. Los artistas que se hallan en la lista negra tienen prohibición de actuar en público, y los dueños de los locales donde usualmente se presentan, bares, restaurantes, lugares de diversión, han sido amenazados con el cierre si les dejan ocupar los escenarios.

Jandir huyó hacia Guatemala, donde ha grabado su último disco, Volar, y ahora busca quedarse en España. Estudiaba medicina en Nicaragua, pero en la Universidad Nacional hicieron desaparecer su expediente académico, de manera que ya no pudo continuar su carrera.

La semana pasada, en una comparecencia en la Universidad Loyola en Sevilla, antes de que yo empezar a hablar, pasó al estrado un adolescente, estudiante de violín en la escuela oficial de música en Managua, para interpretar unas piezas de Carlos Mejía Godoy. Y luego me contó su historia. Su hermana, que estudia ahora en Sevilla, huyó del país después de la represión del mes de abril hace cuatro años, y al muchacho, debido a este vínculo familiar, le hicieron la vida imposible en la escuela. Ahora ha sido acogido en un conservatorio en España.

Carlos Mejía Godoy. La revolución de los años ochenta en Nicaragua no se explicaría sin Ernesto Cardenal, que le dio una voz profética con su poesía, y sin Carlos, quien le puso la banda sonora. Ambos le dieron relieve mundial a aquella gesta.

Hoy Ernesto está muerto, y su funeral se convirtió en el peor de los escarnios contra su memoria, cuando las turbas oficialistas asaltaron a gritos la misa de cuerpo presente que se celebraba en la catedral de Managua; y para que se sepa que la venganza contra él no ha terminado, la Asamblea Nacional, obediente a los designios de la dictadura, ha cancelado hace unos días  la personería jurídica que amparaba la comunidad fundada por él en 1982, en el archipiélago de Solentiname del Gran Lago de Nicaragua.

Carlos vive en el exilio en California, y sus canciones han sido confiscadas, pues las usan en los actos oficiales de la dictadura en contra de su voluntad, y de sus derechos como autor, mientras él atraviesa a diario grandes dificultades para sobrevivir lejos de Nicaragua, alcanzado por la edad y por las penurias.

Lo mismo pasa con su hermano, Luis Enrique Mejía Godoy, otro músico de los grandes en la historia del país, quien vive ahora exiliado en Costa Rica. Los Mejía Godoy, un clan numeroso, son todos músicos, creativos y diversos. Uno de ellos, Luis Enrique “El Salsero”, que vive en Miami, ha sido cuatro veces ganador de los premios Grammy.

Días atrás, Carlos Luis Mejía, uno de los hijos de Carlos, fundador de La Cuneta Sound Machine, venía en viaje de regreso a Nicaragua desde Estados Unidos, y cuando hizo escala en San Salvador la compañía aérea le notificó que, por órdenes de las autoridades en Managua, no podía embarcar. Lo dejaron también en el exilio.

Monroy & Surmenage es una banda de rock alternativo, que este abril celebró sus quince años de haber sido fundada con un concierto, en el que participaron más de cuarenta músicos. El director de la banda, Josué Monroy, estrenó esa noche una canción en recuerdo de los jóvenes caídos bajo las balas en aquel otro abril, y al día siguiente la policía rompió los portones de su casa y se lo llevó preso, al mismo tiempo que eran capturados también Salvador Espinoza y Xóchitl Tapia, dueños de SaXo Producciones, organizadores del concierto, y Leonardo Canales, otro productor.

 Todos ellos, tras ser interrogados por días y noches, fueron expulsados del país. Si sus familiares presentaban los boletos aéreos, serían llevados directamente al aeropuerto. Si no, serían procesados por lavado de dinero. También fue expulsada la cantautora Emilia Arienti, de nacionalidad italiana.

En la narrativa oficial, paralela a la realidad, y que se busca imponer por medio del silencio, la despiadada represión de abril de 2018 nunca existió, ni existieron los más de trescientos muertos caídos bajo las balas de los paramilitares. Cualquiera que contradiga este discurso, es reo de traición a la patria, o es acusado de lavado de dinero.

Me he despedido de Jandir, que partía esa noche en tren hacia Barcelona, con su guitarra en bandolera. Ha sido el encuentro entre un músico y un novelista, los dos en el exilio porque somos parte de la conspiración de las palabras. Novelistas, poetas, compositores, todos a rodar fortuna lejos de las fronteras porque no tienen cabida en el país del silencio, donde las palabras y la imaginación han sido declaradas subversivas.

Un silencio que nos permitirá un día, prestando las palabras a la poeta también en el exilio en España, Gioconda Belli, escuchar los pasos del tirano que se marcha.

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25 de abril de 2022
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Ráfagas

Llevo entre 24 y 32 horas recibiendo ráfagas de imágenes o, mejor, ráfagas de situaciones, de escenarios. Son ráfagas inconexas, de duración mínima, que no soy capaz de fijar, que no permiten que mi cerebro las sitúe correctamente. Sin duda pertenecen a sucesos importantes de mi vida, aunque no sabría precisar si de la vida llamada real o de la vida perteneciente a los sueños o, incluso, al ámbito de la pura imaginación o del mero pensamiento. El fenómeno tiene el aspecto de ser un anticipo de ese carrusel, tantas veces descrito por los que han regresado de la muerte, que se produce en el tránsito, eso sí en un momento del mismo que nunca nadie precisa, un momento que pudiera situarse en las fases preagónicas, en las que quizá yo ya me encuentre, en una fase, eso sí, de carácter preliminar, o al menos es lo que asevera, convencido, mi versado confesor.

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21 de abril de 2022
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¿Cabe encontrar en las máquinas la clave de nuestra condición racional?

Al menos hasta nuestros días,  la convicción de la singularidad vertical de la  especie humana en relación a las demás especies animadas, más que resultado de un posicionamiento filosófico era algo tan compartido como inmediato. Los humanos nos distinguiríamos por la capacidad de efectuar razonamientos (logismoi) como expresión de nuestra facultad  de decir (legein), luego decidir, escoger entre diferentes alternativas; nos distinguiríamos en suma por nuestra  singular  inteligencia.

A fortiori esta jerarquía se extendía en relación a los vegetales, seres vivos pero considerados carentes de anima y aun con mayor razón a las cosas no vivas. De ahí lo interesante de que, tras innumerables debates comparativos con la inteligencia animal, la jerarquía parezca ser puesta en tela de juicio por el lado de la materia inerte, esa materia en sí misma no susceptible de acción de la que se forman máquinas. Pues desde luego la cuestión de si es posible que haya seres artificiales que piensen y aprendan del modo en que nosotros lo hacemos ha alcanzado mayor acuidad científica, y quizás también mayor relevancia filosófica, que la cuestión de determinar si hay especies animales homologables al ser humano, aunque obviamente sean mucho más próximos por nuestra matriz común en ese momento singular de la transformación de la energía que significó la vida.

 Entre los logros de la investigación  hay   algunos  que realmente dejan atónito. Ya he evocado la Evocaba la  previsión por  Alphafold2  del repliegue sobre sí mismos de los polipéptidos. Pero son muchos los ejemplos.  Así en “Nature Communications”,  el  30 de mayo de 2021, se daba cuenta de una máquina en la que se perfeccionaría grandemente un funcionamiento sináptico émulo del funcionamiento del cerebro humano. Según  Rafael Yuste, investigador de la Universidad de Columbia y colaborador del Donostia International Physics Center, un proyecto  como  Brain Initiative   permitirá hacer un mapa del estado de nuestro cerebro, no sólo de  lo que estamos percibiendo en acto, sino también de lo que estamos deseando o temiendo. Si tal es el caso no parece excesivo que el proyecto sea presentado como el equivalente en el campo de las neurociencias de lo que el proyecto genoma humano ha sido en el campo de la genética. En términos generales se habla hoy de  sensores susceptibles de   captar  la expresión neuronal de la voluntad de acción de un ser lingüístico, voluntad por ejemplo de trazar con la mano una palabra.

Sobre algunos de estos casos habrá que volver, pero quiero ahora señalar que pese a  estos logros en la intersección de diversos campos del conocimiento,  los científicos aceptan la perplejidad en la que siguen inmersos cuando se trata del cerebro humano,  empezando por su origen, es decir,  por las condiciones de posibilidad y necesidad de su aparición.  Por eso es de señalar que en relación a esas entidades que son las redes neuronales  artificiales  se conjeture que   serían  susceptibles de darnos la clave de la inteligencia humana, la clave concretamente de nuestra manera de aprender, nuestra manera de corregir errores, es decir, de reducir  la relación entre el monto total  de error  y el error concreto debido a una sobrevaloración o infravaloración de una información determinada, recibida por una neurona precisa.

Sin duda, para que el funcionamiento maquinal sea realmente para nosotros una clave del funcionamiento humano, sería útil tener un verdadero conocimiento del primero, es decir, convendría saber no sólo cómo funciona sino por qué funciona. Ahora bien, en ocasiones los propios especialistas reconocen que estamos verdes al respecto. Pero aun haciendo abstracción de esta deficiencia, una  objeción general es la de que aprender  es sólo una de las modalidades de activación de nuestra inteligencia Hay manifestaciones  de inteligencia en la que la dimensión de aprendizaje o bien es inexistente o es  secundaria.

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21 de abril de 2022

ZUMA PRESS

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Consolación

 

«Es difícil explicar la muerte a una sociedad que no quiere ni oír hablar del asunto»

 

No sabía yo que hubiera tal cosa como unas rabinas, encarnaciones femeninas del rabino judío de toda la vida. Al parecer (y esa debe de ser una peculiaridad única en todas las religiones del Libro) hay mujeres ejerciendo esa función desde hace tiempo en el ámbito religioso hebreo. Esta novedad es realmente curiosa y poco conocida, aunque lleva ya muchos años existiendo.

Recuerden ustedes que el Talmud es tajante en este punto: «El lugar de la mujer está en la cocina» (Yoma 66B) y seguramente eso explica por qué las madres judías eran tan excelentes cocineras. Sin embargo, hace unos veinte o treinta años, se ha ido imponiendo lo que Jon Juaristi me indica como «el movimiento reformista», una revolución iniciada por Hermann Cohen, kantiano de renombre, que tuvo gran arraigo en los Estados Unidos. Y ya se sabe que lo que decide el judaísmo americano acaba por imponerse en el mundo entero. Hoy día hay rabinas incluso en España.

Bien es verdad que estas mujeres dedicadas al estudio de la Tora (ese es el significado de «rabino») no ejercen funciones sacerdotales, pero es que no hay sacerdotes en la religión judía desde la destrucción del Templo de Jerusalén en el siglo II de nuestra era. Las sinagogas no son templos, sino lugares de reunión.

Todo lo anterior viene como preámbulo a un documento que me ha parecido digno de atención, se titula Vivir con nuestros muertos (Asteroide) y su autora es Delphine Horvilleur, una rabina que ha ejercido en el mundo entero. Esta interesante mujer francesa de unos cincuenta años se ha especializado en acompañar a los deudos en su dolor. Es decir, que las familias, parientes, amigos o amantes la llaman cuando han perdido a una persona muy querida y le piden que las acompañe en el duelo. Ella les da consuelo gracias a su sabiduría y a una inteligencia evidente en el libro. Junto a ellos recita el kadish, elemento esencial de la liturgia fúnebre judía.

Esto me parece muy curioso porque en la religión judía no hay vida después de la muerte. Ni infierno, ni cielo, ni nada parecido. Hay un viejísimo lugar, la Gehena (Gehinom en hebreo), que a veces se ha pensado como lugar de castigo para los malos, pero sólo creen en ella unas pocas sectas ultraortodoxas. En cuanto al Sheol, lugar a donde van los muertos, no tiene ninguna función de castigo o premio, así que el consuelo se hace difícil. No se puede prometer una vida eterna o por lo menos una segunda vida, pero tampoco un castigo para los malvados.

Delphine explica un buen número de casos en los que ha intervenido, entre ellos el de la matanza de la revista satírica Charlie Hebdo donde fue asesinada una amiga suya, y son todos ellos casos muy distintos e instructivos. Digo «instructivos» porque muchas veces he opinado sobre las dificultades actuales para explicar la muerte a una sociedad que no quiere ni oír hablar del asunto. Lo entiendo y me parece bien dedicarse a las series de la tele y al fútbol, pero quienes tenemos hijos pequeños no podemos derivarlos a esos lugares de entretenimiento desesperado. Algo hay que decirles, porque lo preguntan. Delphine tiene el mismo problema y lo sortea como puede.

En el momento final del relato la rabina acude al cementerio judío de Westhoffen, en Alsacia Lorena, donde se ha producido una profanación. Un grupo de bárbaros neonazis ha destruido tumbas y pintado cruces gamadas. Con este motivo reflexiona Delphine sobre la historia de Caín y Abel, el primer asesinato de la humanidad. Pero lo más emocionante es que descubre, entre las tumbas, la de un viejo pariente al que había olvidado, el tío Edgar, y se ve en la difícil y emocionante situación de consolarse a sí misma.

Un libro francamente útil.

 

Este texto fue publicado el 9 de abril de 2022 en The Objective

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20 de abril de 2022

Foto: Dani Duch

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El mundo que cabe en una vida

 

La representación infinita del mundo se rompe ante la amenaza a los ecosistemas que nos daban cobijo. Se ha detenido la conquista de un mundo nuevo porque la sensación postapocalíptica nos instiga a conservar el que todavía sentimos como propio. Afectados por las heladas de abril, los árboles han interrumpido su floración y el asombro deviene lugar común, un subterfugio ante la confusión extrema: “El mundo ha enloquecido”, decimos. En invierno tomábamos el sol conjurando la sexta ola del virus, y recuperamos los guantes polares en esta primavera teñida con la sangre de millares de hombres caídos sobre la nieve de Ucrania, algunos imberbes.

El mundo de ayer, urdido por prósperos hombres blancos, no nos sirve. Todos los fundamentos que lo dotaban de solidez y estabilidad se revelan insuficientes, excluyentes, violentos. Según algunos pensadores, hemos entrado de lleno en el posfundacionalismo que ya anunció Oliver Marchart en el 2007, y que establecía la diferencia entre la política y lo político. Porque, hoy, como asegura la profesora Laura Llevadot, a la cabeza de los filósofos de la Universitat de Barcelona que cuestionan y critican el orden establecido, “lo que politiza es que dentro de este pretendido orden no hay ningún fundamento inmovilista. Y para ello es necesario atravesar un vacío”. Hemos de aprender a vivir sin tener nada en común, asumiendo la falta de fundamentos o, a lo sumo, su carácter contingente, abierto y revisable. Cualquier noble causa emancipadora se vuelve sospechosa si apela a una totalidad de lo humano exento de diferencias, por ello los activismos se han multiplicado aunque en demasiadas ocasiones el propio turbocapitalismo los favorezca. Nuestro cuerpo es un terreno político, como lo es una etiqueta made in Spain en lugar de made in Bangladesh, cerrar el grifo a mitad de la ducha o evitar los plásticos. Son actos individuales con los que nos posicionamos políticamente, lejos de la política clásica, pero también son una forma de simplificar la complejidad del mundo.

“Rompemos el mundo para entenderlo”, afirma Anna Caballé en el adictivo ensayo que le ha valido el premio Jovellanos, El saber biográfico (Nobel), que profundiza en cómo se reconstruye una vida a través de la escritura. Respecto a la contemporaneidad yuxtapuesta, Caballé la considera “una realidad tan abrumadora que no le da otra posibilidad al ser humano más que huir de ella para huir de lo intolerable que resulta pensarlo. De modo que lo que hacemos es romper la complejidad del mundo adaptándola a nuestras limitaciones cognitivas”. Nos explicamos –desde las especies hasta las emociones– clasificando para sentirnos cómodos. La autora confiesa que ella lo hace para recomponer historias de vidas y el mundo que ha cabido en ellas. Sumando­ todas las dimensiones del individuo –aunque vividas en casillas independientes– se establece su relato diacrónico y solo un trabajo a fondo permitirá entender el doble forro de una vida.

Todos los habitantes del globo a lo largo de la historia pensaron que su mundo enloquecía cuando escapaba a su comprensión, y por tanto se dedicaron a pensarlo, o a entretenerse. Hoy ya no padecemos histeria y neurosis como en el siglo XIX, aunque nos mata el azúcar y sufrimos de estrés, ansiedad, depresión. Y a pesar de la progresiva infantilización que nos atonta, en nuestro fuero interno sabemos que ha sido necesaria una pandemia para tomar conciencia de la vulnerabilidad humana. Porque entendíamos fatalmente la vida como un juego entre fuertes y débiles.

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19 de abril de 2022
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El Boomeran(g)
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