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Mudanzas

Por 26 de agosto de 2022 Sin comentarios

Marta Rebón

Las mudanzas marcan etapas vitales. Como rito de paso que son, nos dejan una muesca en la biografía. Borrón y cuenta nueva. Superada la prueba, merecemos una condecoración en paciencia, porque siempre hay más trabajo del calculado, siempre brotan imprevistos, siempre se pierde o rompe algo. Pocos considerarían una mudanza en plena ola de calor como un planazo de verano, pero en esas me hallo. Primera regla: a menudo la mudanza no se elige, sino que se impone. La apoteosis llega cuando se añade una reforma. Se cumple aquello tan manido de que lo que no te mata te hace más fuerte.

En la mitad del camino de la vida suelen faltar dedos para contar la acumulación inevitable de cosas. Por tanto, lo más difícil no es ya adaptarse a un nuevo espacio, sino vérselas antes con el inventario propio. ¿Qué guardaste? Entradas de conciertos. La tarjeta de un restaurante donde fuiste feliz. Vinilos que no volviste a escuchar, porque ya no tienes tocadiscos. ¿Te resististe a tirarlos como un salvoconducto al momento en que la música fluía chisporroteante, sin pantalla mediante? Hay más. Mapas de ciudades. Manuales de instrucciones. Medicamentos caducados. Llaves multiformes. Marañas de cables. Recibos desteñidos. Y, sobre todo, un largo y absurdo etcétera. Segunda regla: dime lo que guardas y te diré cómo eres. La razón del apego a los objetos no es su utilidad futura: la cámara de Super8 de mi padre no volverá a grabar, aunque funcione.

Nos aferramos a ellos por esa ventana temporal que permiten abrir a un momento del pasado. Como si tirarlos fuera aparejado con el olvido definitivo, porque ya no nos servirán de ayuda para evocar. Aun así, hay posesiones que van directas al cubo de desechos por esa misma razón, y es una liberación. Fui con una furgoneta llena a un punto verde. El orden frente al caos. Allí se ali­nean decenas de contenedores, cada cual destinado a un tipo de residuo. Visitarlo es una experiencia catártica. Y, además, una cura de humildad: ves que lo que un día fue especial, o te acompañó fielmente, se junta con despojos de extraños, camino de la destrucción.

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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