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Tropezar con Rusia

Cualquier cosa que Bruselas quiera hacer, tropieza con Rusia. Y todos sabemos que nunca sale gratis. Lo sabe Bruselas y lo sabe Washington. Por ejemplo, a la hora de frenar la huida masiva de refugiados desde las costas de África hacia los puertos europeos. La guerra civil a varias bandas que está destrozando Siria no terminará sin la ayuda de Rusia, potencia que sostiene y apoya al régimen de Bachar El Asad. Allí está el epicentro activo de un seísmo con réplicas colosales como la amenaza creciente del Estado Islámico y el consiguiente movimiento centrífugo de población que huye de la barbarie y de la muerte. La resolución del Consejo de Seguridad que España promueve para inutilizar las barcazas en la costa antes de que partan, una intervención militar al fin y al cabo, no se puede hacer sin la aquiescencia de Moscú. Europa debe incluso mirar al Kremlin por el rabillo del ojo mientras resuelve la crisis griega. Y todavía más en la negociación para evitar el arma nuclear iraní: véase cómo ha roto el embargo antes de que culmine la negociación con la venta a Teherán de misiles S-300 que dificultarían el ataque a sus instalaciones nucleares en caso de incumplimiento. No es extraño que la Unión Europea tropiece con Rusia a cualquier paso. A ojo de pájaro geopolítico, Europa es solo un extremo de la gran masa continental euroasiática que tiene a Rusia como potencia central con una vocación hegemónica. Ahora está en recesión por la caída del precio del petróleo, sus proyecciones demográficas son penosas y su economía está corroída por la corrupción política y la ineficiencia. Pero tiene el arma nuclear, el derecho de veto en el Consejo de Seguridad y un tipo con pretensiones imperiales al frente. Hay que contar con Rusia, pero sus abusos no pueden quedar sin respuesta. Donde debiera estar más claro es en Ucrania, donde ha violado y viola casi a diario la regla de juego. Lo hizo con la anexión de Crimea; luego con su descarado apoyo a las milicias prorrusas que se han hecho fuertes en la cuenca de Donbas; y lo puede hacer de nuevo esta primavera, como temen los ucranios, con una ofensiva para abrir un corredor terrestre hasta Crimea. No hay que esperar a la tercera agresión para incrementar las sanciones contra Putin. Esta vez la Comisión Europea ha querido tropezar con Rusia, como demuestra el proceso abierto contra Gazprom en Bruselas por abuso de posición dominante. Y lo ha hecho cargándose de razón y de razones, en un territorio que le es propicio, como es el de la competencia, es decir, el del mercado único, donde la UE demuestra que cuando quiere es poderosa y sabe enfrentarse con todos, sea Google, sea Gazprom. Europa no puede suministrar armas a Ucrania, tal como pide Kiev, pues es una competencia exclusiva de cada uno de los 28 socios, pero puede hacer otras cosas. Rusia obliga a Bruselas, y también a Washington, a la contorsión que significa buscar a la vez los acuerdos y castigar los abusos. Veremos si sabrán sostenerla.

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23 de abril de 2015
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El libro y el león

Cada tarde el león penetraba en la cueva y se acercaba a su benefactor. Durante el día el león había vagado por el desierto, a veces en busca de alimento, a veces sin otra misión que atravesar la silenciosa belleza de la vida. Si era necesario no rehuía el combate y, tras él, iba a limpiarse el hocico en las claras aguas del río. Fueran como fueran sus mañanas al atardecer tenía la necesidad de aproximarse a su benefactor.

Al lado de éste las noches transcurrían siempre iguales, sobre todo en invierno cuando el fuego que iluminaba el fondo de la cueva proyectaba en la pared ambas figuras. El hombre, cubierto con una tela tosca, permanecía interminables horas delante de su pergamino. Era ya de edad avanzada pero tenía la mirada viva y el pulso firme en el momento de escribir. De vez en cuando, interrumpía su tarea, e inclinándose un poco acariciaba la cabellera del león. Éste esperaba pacientemente a los pies del anacoreta y cuando, por fin, la caricia se producía experimentaba una sensación intensa que apaciguaba toda su fiereza. Olvidaba las luchas y cacerías de la mañana y se dejaba perder en aquella paz amistosa.

Entonces, inevitablemente, volvía a la memoria del león aquel mediodía incendiado por un sol blanco en que su zarpa herida sangraba con abundancia. Se había clavado un enorme pincho y, por más que se debatía, no encontraba forma de arrancárselo. En medio de este tormento hizo su aparición un hombre que hablaba en voz alta, distraído, ignorante de la presencia del león herido. El hombre dirigía sus palabras hacia el cielo. De repente, advirtió la presencia del animal; sin embargo, lejos de asustarse, como hacían los hombres cuando se encontraban con leones, se quedó muy quieto. Luego, con una media sonrisa, le dijo cosas que parecían amables. Viendo tranquilo al hombre, también el león herido se tranquilizó, y cuando aquel le pidió con un gesto que levantara la zarpa el felino lo hizo sin miedo alguno. El hombre pasó mucho rato hurgando cuidadosamente en la herida hasta que logró extraer el pincho. De inmediato sintió un gran alivio y, al levantarse su curador, el león lo acompañó hasta la gruta en la que vivía.

Así transcurrieron los días y luego los años. Su benefactor no cesaba en su empeño y su manuscrito se multiplicaba hasta convertirse en un libro enorme. El hombre envejeció, hasta que su delgada carne casi quedó desprendida del esqueleto, trabajando siempre con tenacidad, de la mañana a la noche. El león también envejeció, al mismo ritmo que su benefactor, hasta que la muerte irrumpió en la cueva. Primero murió el hombre y su cara quedó dibujada con facciones serenas. Al ver el rostro ya sin vida de su benefactor al león le pareció -con el indescifrable pensamiento de los leones- que había cumplido finalmente con su tarea. La fiera salió hasta la entrada de la cueva para contemplar el desierto por última vez y luego se tendió junto a su benefactor, de la misma manera que había hecho a lo largo de tantos años, y como un león feliz aguardó la muerte. El gran libro, la obra de tantos años y de tantos desvelos fue el testigo mudo de la escena.

San Gerónimo en su estudio, Niccolò Colantonio. Museo Nazionale di Capodimonte (Nápoles)

San Gerónimo en su estudio. Niccolò Colantonio, 1444-1446.
Museo Nazionale di Capodimonte, Nápoles. 

 

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23 de abril de 2015
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Examen de conciencia

Entiendo que muchos, escritores profesionales o no, escriban sus memorias a la manera de una exculpación y no sólo como un relato. O también, como decía Laín Entralgo, como "un examen de conciencia".

Una existencia esta compuesta de tantos tropiezos y relaciones, buenas o malas, injustas o justas que  exige ese balance por el hecho importante de convertir lo pasado en un objeto enteco y extirparlo de toda secreción jactanciosa  u  hostil.

Somos nosotros objetos y sujetos en la vida común. Pero ¿qué paz si todos fuéramos al cabo sólo objetos que interactuaran entre sí como las múltiples bolas de un billar norteamericano o, aún más, como las máquinas con  flippers que hacían viajar a la bola de acero por vericuetos que no podían ver ni prevenir. Ni odiar ni desear?

El juicio sobre uno mismo cuando es firme y sereno nos deja en paz como si los treinta y nueve de fiebre hubieran bajado a los treinta y seis y medio.  Desprendidos de aderezos, eliminados  los engreimientos, abatido el orgullo y descalificado el soberbio (y acalorado) amor al yo, la vida se convierte en una senda apaciguada y con mediana luz.

Es de este modo natural como he venido a plantearme el bien que sería para mi y los más cercanos  escribir un libro sobre mi vida con sus imposturas, sus vacilaciones, su contradicción,  siempre en el imposible camino de lograr lo mejor, aun equivocadamente. Lograr lo mejor, por ejemplo en la profesión, donde nunca he conseguido -tampoco mis mejores amigos- sentirse satisfechos o felices de cuerpo entero. Sólo los tontos o muy tontos, creo yo,  sonríen al final de sus días. Los moribundos respetables,  muestran, con razón, un último rictus de decepción, la faz que ha visto demasiadas veces la dura y despiadada espalda del mundo.

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22 de abril de 2015
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?Millennials? en el sótano

La generación del milenio parecía destinada a cambiar el mundo, hasta que la economía se despeñó y aquellos prometedores jóvenes corrieron a refugiarse en el sótano. Sus habitaciones fueron cobrando un aspecto cada vez más subterráneo, aunque tuvieran la ventana de siempre. Allí se repliegan hoy, tumbados sobre sus edredones de pluma de Ikea, los que fueron apodados ?niños de cristal?, principitos consentidos y malcriados por la generación de baby boomers que conoció una nueva belle époque enjoyada con la pantera de Cartier y empeñada en comprar calzoncillos de Calvin Klein en Nueva York. En los sótanos adolescentes, cuando se entreabre su puerta del cuarto ?casi siempre cerrada con pestillo?, asoma una oscuridad con luz de plasma, sea la hora que sea. El estereotipo del joven barrido de esperanza, el ni-ni a quien le han desbaratado los sueños sin contratos ni contemplaciones, causa auténtica pesadumbre a los adultos que cuentan con los dedos de la mano los años que les faltan para jubilarse. En escena entra una vez más la quiebra del principio de retribución: a pesar de los títulos, los idiomas y los ideales, hay escasas posibilidades de proyectar una idea de futuro, de imaginarse siendo mayor; un trabajo, una familia, una hipoteca, una noche en Venecia. Los adultos apenas podemos modular el sentido del tiempo de los adolescentes, que declina una sensación entre la omnipotencia y la infinitud, como cuando uno piensa que regresará muchas veces a los lugares viajados o que se reencontrará con la gente que azarosamente ha conocido. En EEUU, en 2012, 21,6 millones de adultos de entre 18 y 31 vivían con sus padres, la mayoría de ellos saltando de un trabajo a otro, incómodos con el sistema y acariciando la utopía de llegar a ser ?trabajadores del conocimiento?. Tan solo que, por el momento, su futuro dependía del de sus padres. En un análisis sobre ellos publicado por la revista online n+1 hallo una clave extrañamente ignorada hasta ahora: se trata de la primera generación socializada en la desigualdad. En un estudio llevado a cabo por la profesora Anna Caballé, conocido como “VitaStudens”, se les pedía a jóvenes estudiantes que escribieran su autobiografía y que hablaran de sus expectativas de futuro. Caballé describe a los autores de dichos relatos como ensimismados, abrumados por la gestión continua que deben hacer del ocio y dueños de un sorprendente sentimiento de autoestima. La crisis económica los ha endurecido emocionalmente y a la vez los ha encerrado en un mundo de pantallas. Sus series, sus amigos, sus mensajes, sus Facebook, sus copas, sus porros, conforman su pequeño mundo entendido como una burbuja. Solo que ésta no explota, tan sólo aísla. (La Vanguardia)

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22 de abril de 2015
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La rueda de la fortuna

            Llegué a Madrid luego de la última de las presentaciones de Los cuentos de la peste en el Teatro Español, y me lo perdí; pero ya de vuelta en Managua, la circunstancia de que Mario Vargas Llosa hubiera puesto en cartelera a Boccaccio, me provocó a una relectura completa de las cien piezas de que consta El Decamerón, la segunda en mi vida desde que en la adolescencia me encontré con una traducción del italiano al francés, y de allí al español, algo nada extraño en aquella época.

            Entre ocho de los cuentos que Mario eligió, hay uno que nunca olvidé, y al que he vuelto ahora con repetida fascinación: la octava novella de la quinta jornada, Nastagio degli Onesti. Nastagio, un amante despechado, presencia un viernes en un claro del bosque cómo el fantasma de Guido de los Anastagi, llevado al suicidio por el amor de una mujer, ya muerta también, la persigue una y otra vez a caballo, por delante sus perros de presa, y la termina atravesando de parte a parte con el estoque sólo para que vuelva a resucitar, y vuelva a ser asesinada cada viernes.

            Botticelli tomó el tema para su retablo El infierno de los amantes crueles, donde la novella se representa en cuatro episodios. Los tres primeros pueden verse en el Museo del Prado, y el segundo de ellos, el del banquete, recoge la parte más estremecedora del relato: Nastagio ha invitado para el viernes siguiente a una comida campestre en el mismo claro del bosque, asegurándose de que su amada esté presente entre los comensales. La mujer, acosada por los perros, aparece puntualmente de nuevo, detrás de ella su perseguidor a caballo.

           Aquella que hasta entonces había desdeñado a Nastagio ve la escena con ojos de horror, y aprende la lección de tal manera, dice Boccaccio, "que su odio se trocó en amor, y al anochecer envió a una sirvienta de su confianza a suplicar a Nastagio que acudiera esa noche a su casa porque estaba dispuesta a hacer cuanto el deseara". El odio, más bien, se había trocado en miedo.

           En El Decamerón, sin embargo, donde los cuentos componen un fresco del siglo catorce, en los albores del renacimiento, los risibles superan holgadamente en número a los dramáticos, porque Boccaccio los concibió en contrapunto a los rigores de la peste bubónica que asoló Florencia en 1348, la cual dejó más de cuarenta mil muertos y provocó un éxodo masivo de la ciudad.

          Diez jóvenes amigos, hedonistas, graciosos e inteligentes, siete mujeres y tres varones, deciden huir de la ciudad para refugiarse en la campiña, y son quienes contarán los cien cuentos, una ronda de diez cada tarde a lo largo de diez días. "Estos no serán vencidos por la muerte, o les matará en pleno contentamiento", anota el narrador. La imaginación viene a ser la mejor manera de enfrentar a la muerte: ellos son Scherezada hablando por diez bocas.

          Como en el caso de Las mil y una noches y Los Cuentos de Canterbury, donde Chaucer repetirá algunas de las historias de El Decamerón, el corpus de las historias se construye a partir de la tradición oral, abundante en salidas ingeniosas, situaciones comprometidas y tramas duales; y Boccaccio no desdeña tampoco los chistes de salón.

          El blanco de no pocos de sus cuentos son los frailes pecaminosos y las monjas de clausura que ceden a las tentaciones. De esta graciosa insolencia nacen, para los siglos venderos, las historias de conventos que se siguen repitiendo de boca en boca; y las de casadas infieles y viudas casquivanas, celestinas y cornudos, y no faltan los togados presuntuosos.

         Tampoco olvida Boccaccio el comercio de reliquias que Lutero condenaría dos siglos después al dar paso a la Reforma, aunque la pensó dos veces antes de publicar el libro, temeroso de los inquisidores corrompidos que perseguían a los acusados de apostasía, entre ellos los mercaderes ricos "entendiendo no que de ello debiese resultar un alivio a la incredulidad del procesado sino una afluencia de florines a su mano".

          Mis personajes favoritos de El Decamerón siguen siendo Bruno, Buffalmaco y Calandrino. Gracias a su falta de luces, Calandrino es víctima constante de las burlas y artimañas de los otros dos, pícaros redomados que en una de tantas llegan a convencerlo de que encuentra preñado y va a tener un hijo. Los bribones ingeniosos resucitarán siglos más tarde en la narrativa picaresca del siglo de oro.

          La fortuna juega siempre con dedos cargados, ya sea de risa o de espanto, nos enseña Boccaccio, por su boca o por boca de sus personajes. "La fortuna que no nos sale al encuentro con rostro afable y los brazos abiertos más que una vez", razona un criado dispuesto a seducir a su dueña. La esquiva fortuna que viene a ser la aliada más confiable de los que no tienen nada.

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22 de abril de 2015
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Sergio Vila-Sanjuán: Periodista cultural “par excellence”

En la colección Periodismo Activo de la editorial de la Universidad de Barcelona acabamos de publicar una joyita: “Una crónica del periodismo cultural”, del infatigable Sergio Vila-Sanjuán. Estas son algunas de las razones por las que creo que la presencia de la cultura en los medios sería más pobre sin su talento para crear medios y suplementos, y los debates serían más pálidos sin su tono pausado e irónico. Así lo expliqué en el prólogo de su Crónica.

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Decir periodismo cultural en España es hablar de la larga, fructífera, coherente carrera de Sergio Vila-Sanjuán, siempre y en todas sus facetas aunando calidad, rigor y pasión.

De sus casi cuatro décadas dedicado con pasión y rigor al ancho mundo de la cultura (comenzando en El Correo Catalán y El Noticiero Universal y desde 1987 en La Vanguardia, donde dirige el prestigioso suplemento Cultura/s), Vila-Sanjuan ha sido cronista, entrevistador, ensayista, viajero a sitios lejanos y embajador de su Barcelona. También fue exitoso editor de libros, revistas y suplementos, curador de exposiciones, y comisario del Año del Libro y la Lectura en 2005.

Pero este repaso por sus trabajos y sus días y logros no empieza a pintarnos al personaje. Es en sus libros donde se encuentra la profundidad y la ambición por contar la cultura que siempre lo caracterizó.

Por ejemplo, la exquisita antología Crónicas culturales (Debolsillo, 2004), que incluye la inmersión juvenil en el universo oscuro de Salvador Dalí (“Estoy mejorando mucho: dibujo y escribo una obra de teatro”), entrevistas con titanes como Milan Kundera (“El drama de Europa es Europa Central”), junto con crónicas de la gauche divine, la época en que Barcelona era una pequeña fiesta de la libertad creativa, la cobertura del congreso que en 1987 recordó el mítico encuentro de intelectuales por la república en Valencia cincuenta años antes. El único que repitió, el mítico poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, tan entrevistado, brilla certero y memorioso en el espléndido texto del joven periodista.

De este libro, una mina de oro para jóvenes que quieren dedicarse al periodismo cultural, me gustan especialmente el relato del viaje de Sergio con su hija adolescente al Londres de Harry Potter, para un encuentro de J. K. Rowling con sus lectores, una entrevista dramática con Salman Rushdie y un retrato agudo e inspirador del pintor Miquel Barceló.

El arte, las letras, los acontecimientos culturales, la vida de las ciudades en una relación intensa y profunda con sus creadores. Ese es el mundo de estos relatos. ¡Ojalá el mundo de las noticias fuera siempre así!

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Mientras creaba revistas culturales y suplementos y escribía sobre la cultura que importa, Vila-Sanjuán va convirtiendo sus obsesiones en libros. En 2005, a propósito del Año del Libro, publica un imprescindible tomo ilustrado, colectivo, editado a cuatro manos con Sergi Doria, donde periodistas y escritores actuales recorren los sitios de su ciudad por los que pasearon los grandes autores, los rincones que los inspiraron, las casas donde vivieron y las calles que aparecen en sus obras.

Estos Paseos por la Barcelona literaria comienzan, por supuesto, con Cervantes. Por algo Barcelona es la única ciudad real, que aparece con su nombre, en la que entra el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sigue las huellas de Jacint Verdaguer, de Josep Pla, de George Orwell, de Juan Marsé, de Manuel Vázquez Montalbán, de Mercè Rodoreda y de Carlos Ruiz Zafón.  

Dos años más tarde, cuando Cataluña es el país invitado a la Feria del Libro de Frankfurt, la editorial catalana La Magrana pide al visitante que mejor conoce y más entiende de la meca de los editores, escritores y libreros que explique en casa este mundo sorprendente, donde se cocinan las corrientes y tendencias literarias y se dan a conocer los autores del futuro. Guia de la Fira de Frankfurt per a catalans no del tot informats es un paseo a la vez profundo y ameno, y es una lección para periodistas: cómo dominar un universo complejo y misterioso y exponerlo como si fuera fácil.

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La enorme curiosidad de Vila-Sanjuán lo llevó a completar su obra más ambiciosa: las más de 700 páginas de Pasando página, un pormenorizado y muy ameno recorrido por la edición de libros desde la transición en los setenta hasta comienzos del nuevo siglo. La enorme erudición del autor, su carácter de escritor, periodista, editor y observador del gran mundo de los cambios sociales y el mundillo que se mueve alrededor de los libros lo hizo particularmente idóneo para esta tarea.

En Pasando página se combina una historia de los libros que se publican, los que se venden, los que se leen y los que se discuten a lo largo de las décadas, con los grandes cambios de la sociedad española. Desfilan por el libro cientos de personajes: editores míticos como Jorge Herralde, agentes revolucionarios como Carme Balcells, escritores geniales como García Márquez y Vargas Llosa, críticos, entrevistadores, dueños y directores de diarios y revistas, organizadores de ferias, fiestas, festivales y saraos, premiados y castigados, exitosos y perdedores.

Es fascinante seguir el rico camino que hace entender por qué ciertos autores triunfan en determinadas épocas, y cómo los temas y los tratamientos a la vez son el resultado de cambios culturales, sociales y económicos y también contribuyen a dichos cambios. Nadie había intentado resumir este aspecto esencial de la historia cultural española con tanto conocimiento de causa y capacidad de análisis.

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Y llegamos a Una crónica del periodismo cultural. Ahora Sergio Vila-Sanjuan se interna en su propio oficio, ese que él tanto prestigió. Por estas páginas discurren los afanes divulgadores y polémicos de los grandes ensayistas, desde el Vasari del Renacimiento hasta el Renaissance Man Borges; la forma en que grandes revistas como The New Yorker o prestigiosos diarios como La Vanguardia informan, entretienen y también forman a sus lectores. Caminan por sus anchas alamedas los afrancesados de la España de hace cien años y los exaltados latinoamericanos del boom de hace cincuenta.

En este libro se juntan todos los Sergios Vila-Sanjuán de sus encarnaciones: aquí está el contador de historias, el entrevistador y cronista, el editor y curador, el lector impenitente. Algunos de sus compañeros en este recorrido por su propio oficio fueron sus maestros, otros sus colegas, y otros más han trabajado para él, les ha encargado textos, los ha corregido, y ahora les agradece públicamente su colaboración a que este sea un mundo menos árido, más comprendido, mejor sentido.

Vila-Sanjuán, ciudadano ilustre del país de la cultura, demuestra una vez más que se le aplica ese concepto que suena tan hermoso en catalán: es un auténtico llegraferit. Está herido – o sea: tocado y conmovido – por las letras, por la literatura y las artes y la cultura. Un letraherido que contagia, que mancha: esta crónica es un deleite condensado.

Por todo esto lo honraron este año con el ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. Este texto es una versión de su discurso de ingreso. Pero en la sensibilidad y las bibliotecas de los lletraferits de Barcelona y del mundo, ya había ingresado hacía mucho tiempo.

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21 de abril de 2015
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