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La fatalidad sin voz

A menudo compruebo, como si fuera una ley, que tanto las buenas noticias como las muy malas, llegan cuando menos se las espera.

Movido por esta certeza he procurado olvidarme de que en ese día se fallaba un premio al que había concurrido porque siempre cuando no he podido evitar el anhelo concreto he perdido en su resolución

Parecería pues como si la atención al acontecimiento deseado (o al temido) lo espantara. Igualmente, son más de temer  los periodos en que todo parece en buen orden porque, por lo general, algo vendrá insospechadamente a desbaratarlos.

Vivir sin expectativas es imposible pero hacer de lo deseable y de lo indeseable un cuadro que se activará o se desactivará gracias a nuestra íntima voluntad es darse de bruces con lo inexorable.

Lo inexorable se echa encima y nos bruñe o nos desuella. Lo inexorable, a la espalda de nuestra visión, se amaga como un animal que, al modo salvaje de los reportajes de la tele,  se halla siempre al acecho para saltarnos al cuello en los momentos en los que no emitimos sonidos ni hacemos comentarios en una u otra dirección. La fatalidad es muda, arbitraria y ciega. Es ella la que sin presupuestos ni indicio alguno, siega las ataduras de la libertad, los lazos del amor, la alegría o la muerte. Fin pues de esta irresponsable disertación.  

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1 de junio de 2015
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Giro histórico sorprendente: ahora la guillotina es el arma del antiguo régimen

Hay conceptos que nunca he soportado por su naturaleza pútrida, uno de ellos es la nostalgia, sentimiento que rara vez he padecido pues no soporto las fugas al pasado en ninguna de sus variantes. Tampoco soporto el concepto felicidad por toda la falsedad que conlleva y porque lo vinculo a una forma de sentimentalidad que aborrezco.

Por ciento que Amélie Nothomb (que a pesar de haber estado cinco años en Japón sabe menos japonés que yo) ha tenido la feliz idea de titular una de sus nouvelles La nostalgia feliz, basándose en una palabra japonesa que interpreta a su manera, falseándola desde su misma raíz. Pero no voy a enjuiciarla porque no acostumbro a hablar de las novelas que no me gustan. Es mi política. Cuando hablo de una novela que no me gusta le quito espacio a otras que sí me gustan, y eso me parece una forma de injusticia ahora que están cerrando dos librerías por día. Si algo se puede salvar, salvemos lo mejor, que no está el horno para bollos ni para ir de matarife a sueldo.

Sí que voy a hablar sin embargo del último discurso de una señora de la Edad Media vinculada al partido conservador donde aparecen los conceptos de felicidad y nostalgia. Cito textualmente: Como siempre que hay una gran mutación, emergen las nostalgias, y la nostalgia puede ser Ada Colau con una idea, o Podemos con una idea de una Arcadia comunista feliz, o puede ser ISIS que yo no diría que es una vuelta al siglo XVII, es una nostalgia del siglo XI...

De entrada parece el delirio de un borracho, también parece un texto surrealista concebido por un poetastro que olvidó en alguna parte las reglas de la sintaxis. El fragmento está lleno de contradicciones y confusiones históricas.

Veamos: el concepto mutación se opone muy a menudo al concepto nostalgia. La nostalgia mira hacia atrás y la mutación suele mirar hacia adelante, si bien no siempre. La nostalgia puede mutar, como la melancolía, pero en el caso de la señora que mento tendría que hablarse de nostalgia inmutable, porque su partido es pura nostalgia, lo ha sido siempre, pero además es una nostalgia inmóvil como el granito de San Lorenzo de El Escorial.

La señora a la que me refiero nos dice que la nostalgia puede ser Ada Colau (en una frase que no sabe acabar y que queda en el aire, siguiendo su estilo deshilachado y senil), a pesar de que resulta bastante evidente que Ada Colau es la negación de la nostalgia y la apuesta por la acción. Y la acción se opone muy a menudo a la nostalgia que suele ser paralizadora, como bien sabía Sastre.

Seguidamente vincula a Podemos con una presunta “Arcadia comunista feliz”, con el Estado Islámico y con el califato cordobés del siglo XI.

Digamos que para esta señora un mundo de pastores como fue la Arcadia de los poetas es lo mismo que un estado comunista y que el estado islámico, y lo mismo que la Córdoba solar, llena de cultura, de refinamiento y de grandeza del siglo XI. Nadie ignora que vincular ISIS con la Córdoba de los Omeya es un disparate, si bien menor que el que supone vincular a Podemos con la Arcadia pastoril o con el mítico califato, porque eso ya es simplemente un delirio sin el más mínimo sentido.

En España sólo conozco una nostalgia paralizante y de un arcaísmo aterrador: la nostalgia oligárquica del PP, que nunca ha sabido ser un partido realmente liberal, como ya advertí en un articulo publicado en El País el 18 de enero del 2013 titulado ¿Liberalismo o barbarie?

¿Dónde habrá aprendido historia esta representante de la derechona?, me pregunto lleno de estupor. Ella sí que representa el populismo en estado de máxima descomposición, además de representar el grado cero del pensamiento.

Miento, su discurso está muy por debajo del grado cero y es todo él una aberración sin paliativos. Jamás en mi vida había asistido a semejante parada de los monstruos, jamás en mi vida había visto hacer tanto el ridículo a un partido político.

Y mientras ella hilvanaba esas palabras tan precarias y estúpidas, los hornos y las guillotinas de los ayuntamientos de Madrid trabajaban a destajo. Toneladas de papeles comprometedores ardían o se convierten en viruta. Se trata de la forma más grotesca de sentirse limpios: ahogándolo todo en materia oscura y dificultando a los que llegan la gobernabilidad y la orientación.

Y es también la política de la tierra quemada y la infamia reiterada. Antes relacionábamos la guillotina con el terror derivado de la Revolución Francesa, ahora habrá que vincularla al período del miedo del ancien régime.

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30 de mayo de 2015
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Yonquis del dinero y del poder

En la vida de las personas terriblemente ocupadas, maleadas por las fatigas y los fardos, acostumbra a prender la fantasía de que un día cogerán el primer avión que salga hacia un destino recóndito, donde iniciarán una nueva vida con los dioses de su parte. Nadie cree en su sueño de liviandad; piensan que se trata de un desahogo propio de la insatisfacción de quien está forrado de Porches y Rolex, hasta que un día lo hacen. Marcos Benavent ?ex alto cargo del PP valencià? les decía a los suyos que un día lo iba a dejar todo y se haría hippy. Viéndolo con sus hechuras de playboy marbellí y sus canas repeinadas, al estilo de los maridos de Norma Duval, la mayoría se choteaba. Ay, la veleidad de quien pretende crearse una imagen de idealista mientras roba todo lo que puede. Hasta que lo hizo: se dejó barba a lo gurú maharaji , se forró a tatuajes y anillos de piedras exóticas, hizo cursillos de tantra, se calzó unos pantalones de corte thai y abrió los brazos frente al pelotón de fotógrafos pidiendo el perdón universal. En un país tan habituado al ?no sé, no me consta? cuando se enfrenta a pillajes y triquiñuelas de altos vuelos, las declaraciones de Benavent, acompañadas de maneras místicas orientales, nos han dejado helados: ?Me he llevado de todo, yo era un yonqui del dinero?, dice ahora el ?arrepentido/indignado?. Antes de su total conversión tiró de la manta: había grabado las transacciones de sus compañeros corruptos contando billetes con gula. El 15-M fue para él una estrella-guía como para los Magos; y Pablo Iglesias y Ada Colau, las figuritas del portal. Absolutamente transformado, Benavent ha entonado el mea culpa, asumiendo castigo y cárcel. Asegura que el yoga y la meditación le han cambiado de la vida. Bueno sería que introdujera tanto a Alfonso Rus como a Rita Barberá en las artes de la conciencia plena o mindfulness. ?¡Qué hostia… qué hostia!?, suspiraba abatida la probable exalcaldesa de Valencia. La decadencia de la copromotora y cofudandora de Alianza Popular ha entrado en un punto de no retorno. Aparte de las coincidencias durante años en el Consell Municipal, Barberá y Benavent tienen en común que no hay escándalo o trama levantina en el que su nombre no esté enmarañado. La diferencia es que Barberá, tras 24 años mandando, no se olía la derrota. Así, tras reconocer el descalabro, ha salido por donde ha podido siguiendo la estela de la otra perdedora Esperanza Aguirre, que en lugar de achicarse propone frentes ?democráticos? contra el radicalismo. ?Se acabó la época de lo sucio, ahora es la hora de lo limpio? decía el protagonista de Crematorio, de Rafael Chirbes, imperecedero testimonio de la época del chanchullo, cuyos reverberos adictos a contar dinero negro aún traen resaca. Legado salomónico / Audrey Hepburn Sentencia el antiguo proverbio que ?ningún amigo como un hermano, ningún enemigo como un hermano?. Sean Ferrer y Luca Dotti, hijos de la icónica Audrey Hepburn, lo son solo a medias ?Mel Ferrer fue el padre del primero, mientras el segundo es vástago del siguiente marido de la actriz, el médico italiano Andrea Dotti? y aun así cumplen puntillosamente con dicha equidistancia: incapaces de ponerse de acuerdo en el reparto de su herencia (consistente en gran cantidad de vestidos y sombreros, joyas, fotografías, guiones, carteles cinematográficos y premios), acaban de recurrir a los tribunales para una salomónica división. Cierto es que la voluntad de la estrella fue tan maternal como imprecisa, pero familia que pleitea unida no suele mantenerse unida. El correveidile / Brad Pitt Siempre se ha olisqueado la sexualidad de los famosos en busca de trampa y cartón. Sacarles amantes, escándalos, filias y fobias ha sido una de las más humillantes declinaciones del periodismo de tanga. Ahora nos vienen con que a Brad Pitt ?le interesan los hombres?. Hace años, Angelina Jolie, que nunca ha dudado en reconocer su bisexualidad, declaró, en cambio, a un diario británico: ?Desde que estoy con Brad, no hay espacio para eso en mi vida?. De alguna forma hay que empañar la hoja de servicios de quien, de la mano de McQueen, Malick o Tarantino, se ha convertido en un actor de primera. En ese correveidile también reposa una profunda embestida contra el imaginario femenino: ?¿Pero quién se creía que un hombre tan completo podía ser heterosexual??. La gran cuentista / Cristina Fernández-Cubas Ha sido siempre una escritora entre hombres, un pluma vertical alejada de dóciles inclinaciones. Su mayor travestismo consistió en rebautizarse como Fernanda Kubbs para firmar lo que no consideraba divertimento. Acaso la mejor cuentista española, se aleja pedanterías y manierismos y es capaz de atravesarnos con una desesperación realista que acaba por confirmar como nos cambian tiempo y destino. Divertida, profunda, empática, despojada de artificios, aunque también coqueta, Cristina Fernández-Cubas conserva la niñez ?donde tanto ha horadado? en su mirada. Su regreso con La habitación de Nona ha sido celebrado por sus lectores, que llevaban tiempo esperando su dosis de literatura gruesa. (La Vanguardia)

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30 de mayo de 2015
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El niño que se desnudó delante de una webcam

Escribir una novela siempre ha sido una práctica de algo riesgo porque  terminarla y publicarla es sólo el principio de una aventura que es lo más parecido a un salto al vacío sin red. No obstante, y aunque la sociología de la literatura tiene registrada una infinita variedad de las quisicosas ocurridas  a las novelas y sus autores una vez que ambos se someten al juicio público, no cabe duda que el mayor riesgo de todos es que la novela sea mala sin paliativos. Lo que se dice un patinazo, del que ocasionalmente no se libran ni los maestros.

                Antes, cuando las cosas de la literatura las llevaban los profesionales de las letras y no los publicistas se decía que escribir una mala novela costaba siete años de silencio, y es de suponer que se decía porque la experiencia demostraba que ese era el plazo requerido para que los lectores olvidasen la infamia que determinado sautor les endilgó siete años atrás.

                José Serralvo, el autor de El niño que se desnudó delante de una webcam muestra el camino hacia un nuevo peligro, pues corre  el riesgo de meter al enemigo en casa porque (¡todavía hoy!) existe una invencible tendencia a identificar al autor con su obra y si ese Serralvo sabe tanto de pornografía infantil y pedofilia… Que no se extrañe si a partir de ahora las madres de su escalera corren a poner a salvo a sus niños cada vez que lo vean entrar o salir de casa.

                El título, sin ir más lejos, da una cierta idea del contenido de la narración. Pero sólo en lo que se refiere a las primeras páginas, porque según se van sucediendo las situaciones, y con la sola relación de los sucesos narrados se podría escribir un tratado no sólo sobre las prácticas y preferencias pedófilas sino también sobre las perversiones que tales prácticas y preferencias potencian. Aunque en la novela se diga de otra forma, queda claro que la satisfacción sexual (como todo en esta vida) está sometida a las leyes de la termodinámica y más concretamente a la de los rendimientos decrecientes, razón por la cual llegado un momento determinado, y que suele coincidir con la pérdida del sentimiento de novedad y la llegada de la repetición y la monotonía, para conseguir el mismo grado de satisfacción se exige un aumento exponencial de la “práctica”, y ese es un camino irreversible hacia la perversidad.

                Lo que hace no sólo legible sino apasionante la lectura de esta historia de un niño que es inducido a las mayores aberraciones y abyecciones por parte de adultos que lo manipulan como quien maneja una marioneta es la notable habilidad del protagonista/narrador para situarse en un terreno que está más allá de la moral, la crónica negra, el reportaje sensacionalista y, menos aún, el testimonio de denuncia. Es un ejercicio de estilo muy meritorio porque la voz narradora va bordeando todo el rato el abismo sin caer nunca en él, o al menos nunca del todo. En parte gracias al humor, pues por raro que parezca hablando de lo que se habla hay golpes de humor estupendos.

                En ningún caso se recurre a la autocompasión y menos aún al yo era inocente, yo no sabía, fui engañado, de haberlo sabido… Por descontado que el niño de doce años que cae en manos de un ciberacosador y perversor de menores no tiene ni idea de dónde se está metiendo y, menos aún, de lo que le va a pasar. Pero tampoco es del todo inocente y llegado un momento dado de su desarrollo como persona es tan manipulador como manipulado, o por llevarlo a un terreno mucho más conocido, es tan víctima como verdugo, y éste probablemente sea el aspecto más novedoso e instructivo del trabajo de José Serralvo.   

                La práctica de la pedofilia no tiene asidero moral alguno porque no es una relación de igualdad ni siquiera cuando hay un cierto grado de consentimiento por parte del débil (por ejemplo respecto a su participación en las fabulosas sumas de dinero que mueve ese negocio). Pero si la práctica en sí carece de apoyatura moral es porque, como dice el protagonista/narrador, la pedofilia es “la expresión de la sexualidad de un adulto deshumanizado que contribuye a deshumanizar a un niño”. Objetivar al niño, deshumanizarlo, es la coartada perfecta para justificar las mayores iniquidades. Pero también es la vía hacia la destrucción del deshumanizador porque está creando monstruos que  terminarán manipulándolo a él: son los dueños de su placer y su única vía de satisfacción, y qué mejor definición del verdugo.

Pero si la narración capta la atención del lector y no la suelta hasta el final es porque José Serralvo pone continuamente en juego recursos muy variados y que vienen directamente de Nabokov, David Foster Wallace, entre otros, pero también vías narrativas tan paralelas, atractivas y ricas como pueda ser una historia de amor. Peculiar, como todo, pero amor.

 

El niño que se desnudó delante de una webcam

José Serralvo

Los libros del Lince.   

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29 de mayo de 2015
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El cuadro robado

La ficción sobre las obras de arte ocultas, perdidas o robadas -una copa sagrada, un collar de perlas preciosas, un manuscrito, una colección de cuadros, una madonna-  es muy extensa y viene de antiguo. Henry James dejó en sus cuentos un repertorio extraordinario, si bien en su caso tales extravíos y sus correspondientes búsquedas eran, más que históricos, psicopáticos. Después de James, la narrativa ha continuado ese argumento, aunque, con una excepción, no conozco ninguna novela española ni película que trate del peligro o daño sufrido por las grandes pinturas del patrimonio clásico en momentos de zozobra bélica (nuestra guerra civil sería el paradigma) y de su salvación y traslado, al modo en que lo refleja, por ejemplo, la película norteamericana ‘Monuments Men', estrenada el año pasado.

 

     ‘La dama de oro', que se estrena ahora, tiene poco que ver con aquella, interpretada y dirigida con simpática superficialidad por George Clooney; las relaciona el nazismo y las bellas artes, en un conglomerado que rara vez falla dramáticamente en la pantalla, sobre todo si lo defienden actores del calibre de Bill Murray, John Goodman o Cate Blanchett (en ‘Monuments Men'), y de Helen Mirren y Daniel Brühl en ‘Woman in Gold', título original de ‘La dama de oro'. Naturalmente, la obra maestra del género, en clave perversamente sarcástica, es ‘Malditos bastardos' de Quentin Tarantino, en la que el séptimo (con su actor pistolero, su crítico resabiado, su proyeccionista intrépida) representaba al arte escamoteado. Pero claro, el film de Tarantino era pura invención, fantasía situada en contextos reales, mientras que ahora hablamos de dos ficciones autentificadas, ya que ambos se basan en acontecimientos sucedidos y en personajes existentes.

     La película de Clooney era épica, y en los rasgos de ese género de alcurnia griega radicaba su principal atractivo; el reducido batallón al que el presidente Roosevelt encomendó la recuperación de las obras de arte sustraídas durante la guerra por las tropas hitlerianas existió, y sus hombres, un puñado de artistas, conservadores de museos, arquitectos y profesores de arte, fueron seguramente tan torpes en las armas y tan valientes en las operaciones de rescate como los que describe el film en clave de sacrificio heroico. Aquella era una película deliberadamente sentimental producida y realizada por Clooney (un cineasta interesante) después de ‘Los idus de marzo', su película cínica y política. ‘Monuments Men' no era política, y sus sentimientos tendían al lagrimeo más que a la reflexión, pero pasados muchos meses del día en que la vi aún recuerdo el ‘pathos' de la escena en que el grupo de rescatadores, que ha sufrido pérdidas en sus filas, descubre los inmensos subterráneos donde están almacenadas las obras robadas por los nazis, reconociendo alguno de los miembros del pelotón aquel retablo o aquella talla renacentista a la que en su vida civil anterior había dedicado todos sus conocimientos.

      También emociona ‘La dama de oro', como melodrama a la antigua usanza que es, sin el brillo que el Hollywood de Sirk o de Minelli sabía conferir a estas cosas pero jugando una baza de difícil negación para tantos de nosotros: la película del rutinario realizador Simon Curtis habla de una hipótesis sobre la que se funda nuestra cultura, nuestro modo de ser artistas o nuestro modo de ser amadores del arte, y según la cual cada obra desaparecida, quemada, sustraída del lugar en el que fue concebida y hurtada a quien supo en primer lugar apreciarla y tal vez costearla, es una pérdida de la conciencia social, del bien común del espíritu. Curtis, y antes que él su guionista Alexi Kaye Campbell, banalizan los elementos, pero la historia del retrato que Gustav Klimt pintó a petición de un cultivado judío vienés, plasmando a la trágica y fascinante Adele Bloch-Bauer (que moriría joven), y que ocupó la pared de una casa en la que los ricos favorecían el mejor arte y a la que llegaron las SS para desposeerles y enviarles a la cámara de gas, posee los elementos de la gran tragedia de motivo artístico, y como tal despierta nuestro interés y puede hacer llorar, en más de un pasaje de juicio o de reencuentro vienés, a las almas sensibles.

    Para rellenar sus casi dos horas de metraje, ‘La dama de oro' se detiene en la parte legal de este caso que todos leímos en su momento en los periódicos. La alta abogacía y los dignatarios austriacos aparecen pintados en el trazo grueso de los desaprensivos, y Maria Altmann (encarnada en su fase adulta por la Mirren) reviste los caracteres de la mujer justa, valerosa y empecinada; cuando hace suya la némesis nos arrastra, y cuando deja correr el humor produce carcajadas, aun contando con el pesado lastre que supone tener de co-protagonista permanente al estólido Ryan Reynolds. Hay una secuencia memorable, la visita de Maria a la casa de sus tíos los Bloch-Bauer, donde de niña veía colgado el cuadro de su tía Adele rodeada en el lienzo por la hermosa cenefa de teselas de oro que a Klimt le inspiraron, tras un viaje a Italia, los mosaicos de la iglesia de San Vitale en Rávena. La secuencia me recordó episodios similares del interesante libro '21, Rue la Boétie', de Anne Sinclair, la nieta de otro perjudicado por el nazismo, el marchante judío Paul Rosenberg, aunque casi todo el mundo conoce más a Sinclair, nacida Anne Schwartz, por haber sido la tercera mujer de Dominique Strauss-Kahn y su máximo apoyo mientras el político y banquero fue encarcelado y procesado. La ya anciana Maria de Helen Mirren recorre ese espacio infantil, ahora ocupado por las oficinas de una multinacional, y su sola mirada, su presencia superviviente, nos habla sin palabras, suficientemente, de esa epopeya de crimen y rapiña que tuvo lugar hace sólo setenta años en un lugar central de nuestra Europa.

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28 de mayo de 2015
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No es el macero negro

David Cameron no es el macero negro, uno de los protagonistas del ritual que rodea al discurso de la reina. El macero negro, Black Rod en inglés, es el jefe de la seguridad de la Casa de los Lores, que cuenta entre sus extrañas obligaciones la de que le echen la puerta en las narices en el momento solemne en que se acerca a la Casa de los Comunes para convocar a los representantes del pueblo a que escuchen las palabras de la soberana.  Muchos creen que, como en el guión, el pueblo soberano también abrirá a continuación las puertas a David Cameron cuando el primer ministro británico llame por tres veces con la maza negra de la renegociación del estatus de Reino Unido en la Unión Europea y convoque el referéndum sobre su continuidad como socio. Algo hay de Black Rod en el guión de las grandes crisis europeas. Alguien, uno de los grandes países, llega con sus exigencias, casi siempre inadmisibles. Todos ponen el grito en el cielo. A continuación llega la negociación a cara de perro. Y finalmente, tras largas peleas, se produce el acuerdo, usualmente monetizable, que se presenta como un final feliz y es una enorme componenda que cada uno de los socios puede vender en su país como un éxito. Esta vez no será tan fácil. Por primera vez cada parte va a pedir exactamente, y no otra cosa, que lo que la otra parte no puede entregar. Londres quiere una reforma de los tratados e incluso que desaparezca la declaración de intenciones que viene presidiendo los textos fundamentales desde el Tratado de Roma, sobre ?una unión más estrecha entre los pueblos europeos?. Berlín y París, que son los que toman el mando en las crisis, aunque ahora sea siempre más Berlín que París, no quieren saber nada de una nueva reforma de los tratados. La libre circulación de personas es uno de los puntos de fricción que separan a las pretensiones británicas de control sobre la inmigración, incluida la intraeuropea, con los defensores de las libertades del mercado único como un todo innegociable. Cameron ya se ha avanzado con el mero anuncio del censo de votantes en el referéndum. Podrán votar los malteses, los chipriotas y los irlandeses residentes en Reino Unido, al igual que los llanitos de Gibraltar, por supuesto, pero no los europeos. Podrán los australianos y los indios residentes en Reino Unido, pero no los británicos que lleven más de quince años fuera de su país, por ejemplo en algún país europeo. Londres dice a las claras que le importa más la Commonwealth que la Unión Europea. La respuesta que se está trenzando es doble. Habrá que imaginar incentivos que permitan a Cameron salvar la cara ante sus electores sin darle nada sustancial: progresar en el mercado único digital y de servicios, acuerdos comerciales como el TTIP e incluso una simplificación normativa. Pero a la vez, habrá que prepararse por si a Black Rod no se le abre la puerta. Berlín y París se disponen a avanzar todavía más en la unión económica, fiscal y social entre los 19 países del euro. La huida de Cameron hacia delante puede llevar al blindaje de un núcleo duro alrededor del euro en una Europa dos velocidades.

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28 de mayo de 2015
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Asuntos Metafísicos 98: ¿Qué significa ahora la palabra naturaleza?

La física suelta lastre.

La física  va desembarazándose de conceptos que durante  largo tiempo fueron considerados algo así como trascendentales del orden natural  y en consecuencia  soporte de la propia disciplina.  La cosa empezó por   el espacio y el tiempo (o si se quiere las métricas  del  espacio euclidiano y su correlativo tiempo, absolutizadas  por Newton y Kant) que sólo perduran como marco de los fenómenos cuando reducimos nuestro universo a un sólo referencial galileano, es decir, cuando hacemos abstracción de la complejidad del universo real (por ejemplo: vivimos en el seno de un tren sin ventanas, que se desplaza a velocidad rectilínea uniforme, e ignoramos que hay un exterior).

Pero  esta suelta de lastre  también afecta al concepto mismo de materia que ha perdido gran parte de su peso.  De entrada en el plano terminológico, pues mantener  el concepto de materia para referirse a entidades como el fotón supone desligar tal concepto  del de masa, con lo cual abre la puerta a toda clase de equívocos.   A ello cabe añadir que a cada partícula de materia cabe asociar una partícula de anti-materia y  que las leyes fundamentales de la física se aplican tanto a la materia como a la anti-materia (tanto al electrón como al positrón).  Está además la idea de campo,  que bifurca la física puesto que las leyes del campo no son las leyes de la materia. En suma: haciendo de la materia un caso particular de obediencia a lo que  la física describe, la concepción de la naturaleza se estaría  emancipando  de otro  aspirante a ser considerado absoluto; ni el espacio, ni el tiempo, ni  la materia perduran ya como trascendentales del orden natural. ¿Qué queda pues?

Physis más allá de la entidad material y de las entidades dotadas de propiedades

Deberían  al menos quedar  entidades dotadas de atributos bien definidos. Si se trata de partículas (sean  materia o de anti- materia) deberían como mínimo tener ubicación bien precisa (con independencia de que nosotros la conozcamos o no). Si se trata de campos deberían en cada caso tener un valor bien definido.

En suma: lo que nosotros atribuimos a las entidades físicas es propiedad de las mismas;  una cosa  física (materia, campo, anti-materia, etcétera) debería al menos ser una cosa  dotada de propiedades.

 De hecho esta condición de ser propietario de lo que es susceptible de serle atribuido vale también para las cosas que sin ser físicas son objeto de esa constricción para el sujeto que supone el conocimiento. Me detendré en esto: ¿Qué diferencia esencialmente al concepto de hurí del concepto de triángulo  rectángulo? La diferencia poco tiene que ver con  la física. Así el hurí es ciertamente un ente imaginario pero si nos limitamos a la geometría euclidiana,  el  triángulo rectángulo no tiene entidad fuera del sujeto que  hace geometría.  La diferencia entre ambos es sin embargo muy clara: al hurí, ángel femenino del paraíso islámico, podemos atribuirle multitud de predicados,  eventualmente opuestos y hasta contradictorios,  sin que haya manera de confrontación objetiva para saber cuáles son los que efectivamente le pertenecen; esto no ocurre por el contrario tratándose del triángulo rectángulo euclidiano: el atributo según el cual sus ángulos suman dos rectos es una propiedad del triángulo; también lo es que el cuadrado de la hipotenusa es la suma del cuadrado de  los catetos.

En general, referirse a una cosa (el res latino que fue asociado con causa, de tal manera que una cosa no es solo  un asunto dado, sino también  aquello que lo hace inteligible). es hablar de realidad o irreductibilidad a las construcciones imaginarias del sujeto. Conocimiento de una cosa es atribución de predicados que son propiedades de la misma. Si el sujeto del que se predica algo permite atributos fantasiosos es que no se trata realmente de una cosa.  Y desde luego si pasamos de considerar con nuestra mente una  propiedad para focalizarnos en una segunda, la primera no desaparece sino que simplemente ha dejado de ser foco de atención. El triángulo euclidiano presenta su propia constitución,  se impone al sujeto, éste no puede seleccionar sus efectivas  propiedades, aunque pueda no estar observando en acto más que una de ellas; el triángulo rectángulo euclidiano es una cosa mental, pero una cosa objetiva. 

                                                    ***

Cuando la cosa observada  es una cosa física (materia, campo, energía, anti-materia), entonces  a la propiedad de los atributos se añaden  otros rasgos  que no conciernen a entidades como los polígonos euclidianos. Así, en el marco de la relatividad restringida,  una cosa física se ubica en un continuo espacio-temporal, tiene a la velocidad de la luz como un invariante, su propia velocidad no puede superar dicha velocidad y, en consecuencia, aquello de lo que puede ser causa o efecto está sometido al principio de localidad (grosso modo: si  en el intervalo de tiempo entre el acontecer de dos observables A  B, la luz no pudiera cubrir la distancia espacial que les separa, entonces el uno no puede tener influencia alguna en el otro. -1- ). La localidad  se halla vinculada  a un conjunto de principios ontológicos gracias al cual  cabe, según Einstein, hablar de cosas  dotadas de propiedades  físicas.  Cabría decir que   esos  principios ontológicos son  la expresión de que las cosas dotadas de propiedades de las que el discurso se ocupa constituyen realidades físicas y no realidades de otro orden. Pues si, como antes  indicaba, cabe  decir, que  la relación determinada entre las medidas de los catetos y de la hipotenusa es una propiedad del triángulo rectángulo euclidiano,  no tiene por el contrario sentido atribuir al mismo  determinaciones que dependen de la localidad,  ni de una condición individual en la que la localidad juega precisamente un papel.   

Al igual que ocurre con realidades cuya objetividad es meramente matemática, los diferentes atributos  de una entidad física  determinada pueden eventualmente no ser conocidos a la vez. Cuando prestamos atención a uno de ellos es posible que el otro escape a nuestra observación, mas no debería pasarnos  por la cabeza que haya desaparecido. Simplemente, pensaría un físico pre-cuántico, ese atributo ha dejado de ser observado, pero sigue ahí susceptible de ser observado de nuevo, pues de lo contrario ¿cómo diferenciar una entidad objetiva de una entidad  arbitraria, una entidad en cuya forja la imaginación es quien legisla?  

Corolarios de la incertidumbre.

Muy diferente es la perspectiva  cuando consideramos simplemente el hoy casi popularizado  principio de incertidumbre en física y su traducción en el formalismo de la mecánica cuántica ortodoxa: cuando estamos observando la velocidad entonces la posición no es una propiedad de ese sistema. En la jerga: un sistema sólo posee una  propiedad observable si  el vector o función de onda que a un momento dado lo describe es propio del operador matemático que representa a tal observable; mas  ninguno de los vectores de la posición constituye un vector propio del operador velocidad.

Es imprescindible precisar que esta interpretación de los fenómenos cuánticos no es la única. El contra-ejemplo más exitoso es el de la mecánica de Bohm -2- . Pero el hecho mismo de que esta teoría alternativa no sea por todos aceptada, el hecho mismo de que se siga discutiendo si una entidad física es forzosamente una cosa con atributos que efectivamente posee, constituye algo radicalmente abisal en la historia de las interpretaciones de la physis y por consiguiente en la historia de la metafísica.  Pues una cosa es decir que la realidad  física no es  forzosamente material (puede ser campo o anti-materia) y algo bastante más grave barruntar que ni siquiera está formada por entidades objetivas dotadas de propiedades intrínsecas, pues ello equivale a decir que ni siquiera está formada por cosas irreductibles a  la consideración parcial  que  un sujeto pueda tener a un momento dado.

En suma, plantear la cuestión de la physis, la heideggeriana pero también cuántica interrogación  de qué es la physis y  cómo se determina, quizás no suponga ya focalizarse en la materia, pero cuesta trabajo asumir que no suponga siquiera focalizarse en la cosa (materia, antimateria, o campo) dotada de propiedades, lo cual es precisamente lo  puesto  en entredicho por el socavamiento de los principios ontológicos a los que en estas columnas centradas en la metafísica he venido refiriéndome, y que condicionan nuestra percepción de la naturaleza -3- , pues son la expresión misma de la constricción natural; principios que cabe remontar  efectivamente  a los pensadores jónicos, que Aristóteles fue quizás el primero (como en tantas otras cosas) en formular parcialmente, que Newton, Galileo  y  Kant parecen dar por indiscutibles trascendentales del mundo físico y cuyo peso es sin embargo explicitamente  reivindicado por Einstein... por el hecho de constatar que empezaban a ser seriamente cuestionados.

Dada la correlación entre nuestra representación de la naturaleza y los principios reguladores, sostener  la autonomía de la primera es dar por supuesta la solidez de los segundos. Si esta solidez se quiebra, entonces también la seguridad de la primera se tambalea.

Inevitable la interrogación sobre el sujeto.

Si los postulados que determinan nuestra concepción de la independencia de la naturaleza en relación a nuestras construcciones se muestran en algún caso particular  frágiles, entonces surge la sospecha de que la naturaleza en general  pudiera eventualmente no responder a los mismos. Sospecha, en suma, de que efectivamente estos principios constituyen postulados, no  axiomas: no se trataría  de algo que tiene la dignidad de lo evidente,  algo que la propia naturaleza ha impuesto. Mas si la naturaleza no muestra tal cosa, entonces sólo cabe una posibilidad: nosotros hemos introducido tales postulados; nosotros hemos sobre-determinado la naturaleza con los mismos; nosotros los hemos impuesto, sino como caracteres de la naturaleza misma, sí al menos como prismas  a través de los cuales la naturaleza es percibida. Mas si es así, ¿qué significa nosotros?; ¿qué potencia en nosotros ha decidido que la naturaleza es algo en sí y obediente a la localidad, el determinismo, la causalidad y la individuación?


-1- Hay que precisar que si entre ellos se da algún tipo de correlación esta se deberá al origen común de ambos; dicho  en la jerga de los físicos: a lo que se da en la intersección del cono de luz incidente de ambos.

-2-  Gracias a la introducción de variables suplementarias, habitualmente designadas con la expresión confusa de "variables ocultas", un sistema puede tener valores bien definidos para observables de los que el vector actual no es propio.

-3-He resumido aquí  en varias ocasiones estos principios, mas para no obligar a volver atrás presento  en esta nota un pequeño compendio:

Causalidad y determinismo. Nuestra conformidad a la necesidad nos confiere la certeza de que para todo acontecimiento hay otro acontecimiento (o conjunto de acontecimientos) al que se encuentra vinculado  de manera uni-direccional, es decir, este último determina sin que la recíproca sea cierta. Expresión mayor de esta vinculación uni-direccional es que el primer acontecimiento es previo, lo cual  considerando la techne, tiene la consecuencia siguiente: el sujeto humano es susceptible de modificar parcialmente el acontecimiento futuro, pero de ninguna manera tiene posibilidades de  una intervención en el pasado.

Ello significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de causalidad,  el cual presentado en el sentido  de la dirección temporal se convierte en principio de determinismo,  de tal manera que el devenir de dos cosas idénticas  será coincidente,  salvo intervención de desconocidas variables en el arranque, con lo cual la aparente identidad sería mera similitud, o de influencias exteriores en el proceso. Principio que,  en su vertiente cognoscitiva, garantiza que  el hipotético  conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos.

Localidad. La naturaleza permite que dos entes con  origen común (dos auténticos gemelos por ejemplo), compartan rasgos destinales aunque se hallen alejados, pero no posibilita una acción local (es decir, no reductible a algún elemento causal en  la común matriz) sobre  uno de ellos  que  a la vez  tenga efectos sobre el otro.

Individuación. La naturaleza contempla relaciones entre los individuos, pero no tolera que estas relaciones anulen la individualidad, de tal manera que lo real venga a ser la relación y no los relacionados: la naturaleza en suma no tolera el holismo, no tolera que una pluralidad de estados físicos representantes de individuos sea reemplazada por un estado  único  que sería representante del todo.

Realismo. En fin, compendio casi de lo que precede: tales constricciones son cosa de la naturaleza, no cosa de los hombres que se insertan en la naturaleza y la contemplan. No se trata siquiera de una de una toma de posición, se trata casi de un corolario de la subsistencia de la naturaleza respecto a intervenciones y creaciones exteriores. Decimos que la naturaleza no es aleatoria en su comportamiento, pero decimos que esta necesidad procede de la naturaleza misma, es decir somos simplemente realistas. Ello se traduce en que nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a  las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y  que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma,  tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos, aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos.

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28 de mayo de 2015
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PostFútbol, el deporte que se juega hoy

En las últimas semanas se ha puesto de moda, especialmente en Argentina, la idea de que el fútbol está muriendo. El poder gigante de las barras, los millonarios manejos extradeportivos y las decisiones futbolísticas en manos de políticos y empresarios y anunciantes, serían los culpables de esta agonía. ¿El fútbol está muriendo? ¡Pamplinas! El fútbol murió hace rato y lo que vemos ahora es el postfútbol.

El postfútbol es un deporte financiero, tan apasionante y con tanta adrenalina como el viejo balompié, donde un buen contrato se celebra más que un gol y los millones vuelan sobre los estadios como el nuevo papel picado. Una de las últimas grandes novedades postfutbolísticas llega desde Brasil. Según una publicación del diario Estado de Sao Paulo, la federación brasileña vendió en una cifra récord un paquete con varios amistosos de la verdeamarela alrededor del planeta. Pero el negocio, redondo igual que la antigua pelota, tiene un par de cláusulas. El equipo debe jugar siempre con titulares, de lo contrario se los multa. Y no sólo eso, la empresa que pagó los derechos (se llama ISE y es parte del Dallah Al Baraka, uno de los dos mayores grupos económicos de Medio Oriente), puede vetar jugadores.

¿Es esto normal? En el PostFútbol sí. ¿Nadie se sorprende de estos negocios de las federaciones? En el PostFútbol no.

Según la investigación del periodista Jamil Chade, corresponsal del diario Estado en Ginebra, el Grupo Dallah Al Baraka tiene casi 40 mil empleados en todo el mundo. Sin embargo, la empresa ISE (dueña de los derechos de la selección de Brasil) tiene su dirección en las Islas Gran Caimán y en esa oficina no trabaja nadie. Ni siquiera hay un teléfono, ni escritorios, ni puertas, ni ventanas.

Uno no hace ciencia ficción si imagina a un ejecutivo árabe, en alguna oficina de Medio Oriente, mirando la lista de convocados por Brasil. Revisa los nombres con detalle, viendo a qué jugador va a borrar. Dunga, el entrenador de los penta campeones, convertido en una suerte de excusa perfecta para el buen final de un negocio. Y el empresario de Medio Oriente cumpliendo su papel del omnipresente Gran Hermano, que pone o saca jugadores que más tarde entrarán a la cancha. A ese campo deportivo donde más tarde, y con público fanático y transmisión televisiva planetaria, los atletas harán como que juegan ese viejo deporte iniciado en Inglaterra y que se llamó fútbol.

 

 

 

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27 de mayo de 2015
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El color es la tendencia

La política presenta las tendencias de su nueva colección primavera-verano, y, como glosaría nuestra poesía costurera, destaca por encima de todo su “oda al color”. De la uniformidad al eclecticismo vivaz, del ineludible bicolor a la exuberancia de los tonos solares e improbables combinaciones. Se anticipa que se llevará el naranja C’s con el azul pepé, al estilo del gusto germano de Jil Sander; o el mandarina de Compromís con el bermellón socialista, en un solapamiento de magentas tan Desigual. Pocos se hubieran atrevido a prever que el coral de Barcelona en Comú podría llegar a entonar con el rojo Ferrari del PSC, incluso con el amarillo limón de la CUP o el oro viejo de ERC. Emulando a los grandes reyes del colorama en la pasarela italiana -siempre tan ingobernable-, de Marni, Pucci y Missoni a Renzi, Berlusconi, Bossi o Grillo, la política española quiere ser atrevida conjuntando tonos, o mejor dicho pactándolos. Se acabó “vestir a la española”, como en los monocromáticos siglos XVI y XVII, mientras el Renacimiento coloreaba alegremente toda Europa. Hoy la palabra mantra es diálogo y la tremendista, debacle, pero la que resuena en las calles es colorines, como los que tiñen los mapas pintarrajeados tanto en las escuelas de primaria como en periódicos y telediarios. El predominio de los tonos radiantes refleja la necesidad de luz. Colores extremos, vitaminados, que quieren ganar terreno. ¿Se han fijado en la gama de naranjas que insisten en representar confianza y transparencia? Desde el blanco con sonrisa mandarina de CiU hasta el ascendente naranjito de Ciudadanos, pasando por el guiño en degradé de Compromís. Un color exótico, llamativo y subestimado, una tonalidad que se convierte en la clave para gobernar desde Madrid hasta Murcia o La Rioja. Luego está el púrpura cardenalicio de Podemos, más escarlata que magenta -el tono corporativo de UPyD-, más poderoso que descalabrado. Por mucho que, un poco subido, se arrogue las victorias de Colau y Carmena, tratando de concertar en singular los frentes comunes, en Madrid se lleva el verde clorofila de Ahora Madrid. Según Eva Heller en su Piscología del color, “con el adjetivo verde puede darse a múltiples fenómenos de la civilización una pincelada ‘natural’”. No es extraño que cuando le preguntaron a Carmena a qué iba a dedicarse durante la jornada de reflexión respondiera que “a regar las plantas”. Agua y abono popular a la lista encabezada por la juez retirada han fortalecido a una ilusionante opción, que debe demostrar que el mosaico de colores que propone no es capricho de temporada. Moda urbana: refrescante, transgresora, colorida y sin aspiraciones a convertirse en clásica, aunque sea el principio y el fin de cualquier tendencia. (La Vanguardia)

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27 de mayo de 2015
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Tiempo de contar en serie

He oído alabar tanto las series de televisión ahora tan de moda, que por fin me puse a ver una de ellas, Madmen, hasta salir airoso de mi tarea tras recorrer una extensa galería de cerca de 200 capítulos, que significan unas 150 horas; algo para lo que se requiere espíritu atlético, pues se acabaron aquellos tiempos en que se imponía esperar un próxima tanda para ver el siguiente episodio, como sigue ocurriendo con las telenovelas, que pueden llegar a tener a alguien entretenido frente a la pantalla hasta un año entero.

Eso de las esperas dilatadas capítulo a capítulo, que formaban parte de lo que podríamos llamar "la estructura del suspenso", está pasando a mejor vida, igual que ocurrirá con la televisión misma de señal abierta, y aún la de cable, tal como hasta ahora la hemos conocido. Las predicciones dicen que la televisión de penetración directa e instantánea, tipo Netflix, es la que se impondrá en el futuro cercano, y eso permitirá al espectador verse toda una serie en tiempo continuo,  según su aguante y su ociosidad, en vela, si quiere, hasta el amanecer, o más.

Con la televisión de programación libre e instantánea se acabaron las expectativas ansiosas sobre lo que trae el siguiente capítulo, y la transmisión lo aguarda a uno donde la dejó. Por 5 dólares mensuales pueden verse todas las películas y las series del mundo de una sola sentada, si así nos place, lo cual no puede negarse que es bastante democrático. 

Madmen tiene lugar en los años sesenta del siglo pasado, y se puede ver la historia pasar a través de los personajes, no sólo en sus vestimentas, muebles, autos, ambiente doméstico, objetos de consumo, cuya representación fiel y minuciosa es admirable, sino en los acontecimientos de la época, del asesinato de Kennedy al de Martin Luther King, los años de Nixon, la guerra de Vietnam y la cultura hippie.

Cuando empezaba con los primeros capítulos, no desprecié el juicio de que estas serie vendrían a ser en el siglo veintiuno lo que fue la novela en el siglo diecinueve: la manera extensa, panorámica, profunda, de narrar las vidas de los seres humanos en el escenario cambiante de la historia, yendo de las vidas hacia la historia, y viceversa, tal como en las grandes sagas de Balzac, de Pérez Galdós o de Dickens. Novelas extensas, series extensas. ¿Pero es eso suficiente? Las similitudes entre novela y serial, no pueden empezar por un asunto de longitud, Guerra y Paz tan larga como Madmen.

Y un alegato a favor de estas series es que pueden ser vistas de manera continua, tal como ocurre con las novelas: si nos atrapan, las seguimos leyendo hasta el final. Cierto. Pero nadie se lee de una sentada un libro tan extenso como Crimen y Castigo, por intrigante que sea.

La gran diferencia está en que la novela está hecha de palabras que en la mente del lector se convierten en imágenes, mientras que la serie lo que nos ofrece son fundamentalmente imágenes, que se vuelven más repetitivas que las palabras.

La virtud del cine, y no de la serie, es su capacidad de síntesis, saber que no todo puede ser mostrado dentro de un tiempo limitado, y  que el director no pretende imitar al novelista cuando se trata de adaptaciones, sino crear un universo paralelo, y allí están la magia de El Gran Gatsby de Elliot Nugent, y de Matar un ruiseñor de Robert Mulligan, por ejemplo.

Pero la serie se expone a lo repetitivo, sobre todo si uno tiene la oportunidad de ver sus capítulos de manera continua, y entonces lo que parece ser la gran novedad se vuelve su gran defecto. Los personajes cínicos y decadentes de Madman, que pertenecen al mundo de la industria de la publicidad, repiten de manera infinita los mismos actos, y mi ocio no ha llegado a tanto como para ponerme a contar las veces que alguien toma una botella y se sirve un trago o enciende un cigarrillo; o las veces que una pareja se mete en la cama, tanto que estas escenas podría volverse prescindibles y simplemente anotar: aquí una toma de sexo.

Y como una tiene el todo enfrente, puede asomarse a lo que pasa puertas adentro de la cocina, algo de lo que un buen novelista sabe cuidarse siempre, enseñar la lista de ingredientes que se van tachando a medida que son usados: infidelidades, divorcios, prostitución, arribismo, dinero, suicidios, homosexualidad...el  director y los guionistas demuestran que cuidan con celo los intereses de los espectadores. 

Es cuando una historia se va construyendo mientras se filma, en base a lo que el público quiere, y para eso están los surveys, los focus groups,  y así el argumento puede ir cambiando de acuerdo a las tendencias que marcan las preferencias. Dickens, que también escribía en seriales, aunque sus lectores, claro está, debían esperar al capítulo siguiente, recibía por correo miles de sugerencias, pero no se dejaba ir por el gusto público, sino por lo que el relato necesitaba, y era el quien lo sabía, y nadie más.

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27 de mayo de 2015
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El Boomeran(g)
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