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Paseos por Berlín

Javier Fernández de Castro

Franz Hessel, nació en 1880 en Stettin (Pomerania), aunque los años decisivos de su formación los pasó en Berlín. En 1900 se trasladó a Múnich, donde estableció una fecunda relación con Stefan George, y a partir de 1906 alternó prolongadas estancias en París con visitas frecuentes a su ciudad de adopción, Berlín, fundamentalmente en su calidad de traductor y colaborador externo de la editorial Rowolt. Fue un hombre extremadamente discreto y poco dado a la presencia pública, hasta el extremo de que su figura podría estar hoy casi olvidada fuera de los círculos más eruditos de no mediar dos circunstancias perfectamente ajenas a su quehacer intelectual. En 1920 escribió Romance en París, una novela que pasó sin pena ni gloria hasta que en 1953 François Truffault la llevó al cine y la hizo mundialmente famosa bajo el título de Jules et Jim. Hessel había muerto doce años atrás en el más completo anonimato, pero incluso de haber estado con vida hubiese renunciado con firmeza pero sin estridencias a esa fama vicaria. Si detrás de Jules estaba él mismo, Jim escondía al crítico Henri-Pierre Roché, un amigo de Hessel que mantuvo con la entonces esposa de éste, Helen Grund, el sugestivo mènage à trois  que tanto llamó la atención en la opinión pública del momento y que, es de suponer, tantos matrimonios debió de pulverizar cuando las esposas se avinieron a encarnar el papel que con tanto donaire llevaba Jeanne Moreau en la película. El otro momento de fama le llegó de refilón ya bien entrado el siglo XXI cuando su hijo Stéphane publicó un libro/manifiesto que iba a tener incalculables consecuencias entre los jóvenes asqueados de la sociedad de su tiempo: ¡Indignaos!

                El aspecto más notable y provechoso de las estancias de Hessel en París fue, de un lado, el profundo conocimiento y complicidad que llegó a adquirir con la ciudad y que luego podría aplicar al recuento de sus paseos por  Berlín. Pero más decisiva aún iba a ser su amistad y colaboración con Walter Benjamin,  con el cual llegó a traducir al alemán una gran parte de En busca del tiempo perdido, de Proust. Ambos vivían de lleno el bullente París de los Años Veinte, cuando la pintura, la música, la literatura y, cómo no, el pensamiento, estaban recibiendo unas corrientes de extraordinaria creatividad e inventiva. La Primera Guerra Mundial había sido una verdadera hecatombe para Europa y era imperativa la búsqueda de  vías con las que cimentar los nuevos tiempos.

                Benjamin y Hessel estaban inmersos en esa búsqueda de horizontes nuevos y,  cada cual a su manera, eran muy conscientes del papel que les correspondía jugar. En la práctica, Benjamin se inclinó por retroceder hasta el Segundo Imperio y situó, en la figura de Baudelaire, el nacimiento de la modernidad metropolitana. En este sentido es fundamental un pequeño texto titulado “El pintor  de la vida moderna”, en el que el poeta francés destacaba la peculiar mirada del “paseante” (el flâneur) capaz de descubrir, interpretar y revitalizar el paisaje urbano. A diferencia del viajero clásico ( y sobre todo en contra de la peor versión de éste, el turista) el flâneur no deambula por las calles en busca de monumentos, lugares emblemáticos o símbolos universales que denoten la inmutable trascendencia de la ciudad. Para Benjamin, el flâneur ha tenido que reeducar su mirada y darle la capacidad de percibir síntomas, huellas, presencias antiguas y esencias (que tanto pueden ser olores como colores o sonidos) capaces de articularse en forma de un discurso personal, inédito e irrepetible, pero al mismo tiempo reconocible y asimilable por parte del lector.

                Aunque Hessel era menos teórico que Benjamin, casi al mismo tiempo de publicar Paseos por Berlín escribió un pequeño ensayo titulado “El difícil arte de pasear” en el que exponía sus ideas sobre el ejercicio del paseo y que, resumiendo mucho su posición, podría expresarse diciendo que el flâneur es el guardián del genius loci, el hombre que recorre las calles sin un propósito definido y, mucho menos aún, una idea preconcebida. Por mal que le miren los atareados ciudadanos, por sospechosa que sea la presencia de un desocupado que husmea los rincones sin interés aparente o que importuna a los residentes con sus preguntas y precisiones, el paseante se impregna lentamente de las sorpresas que le brinda el azar.

                En la práctica, Franz Hessel tradujo ese afán por merodear en un libro delicioso. Muchas de sus observaciones y noticias son de los Años Veinte, y desde entonces la capital alemana ha sufrido convulsiones tan poderosas como el ascenso de la pequeña burguesía que nutría las filas del partido Nacional Socialista y el arrasamiento de la sociedad judía, o convulsiones tan arrasadoras como los bombardeos de la Segunda Gurerra Mundial y la posterior (y actual) reconstrucción a base de planes muchas veces faraónicos. Y sin embargo, aunque el Berlín del que habla Hessel poco tiene que ver con el actual, el libro es una joya repleta de pequeños hallazgos  (esos hombres-anuncio con carteles que dicen: WALTERCITO, EL CONFORTADOR DE ESPÍRITUS CON UN CORAZÓN DE ORO…EL CAÑÓN DEL ÁNIMO MÁS FAMOSO DE BERLÍN…), la detallada descripción de los diferentes talleres artesanales reunidos en un antiguo almacén (cómo se fabrica y decora un marco de espejo, por ejemplo) o detalles curiosos, como el comentario a la “próxima” inauguración del famoso templo de Pergamon. Como le ocurre al París de Leon Paul Fargue, el Berlín de Hessel es la experiencia de toda una vida y habla de él como hablaría de su familia, o de su casa. Y la narración resulta apasionante y entrañablemente cercana.

 

Paseos por Berlín

Franz Hessel

Traducción de Manolo Laguillo

Errata Naturae

                 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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