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¡Socorro, auxilio, temo haber leído demasiado a Cervantes!

El escritor Miguel Serrano Larraz tuvo la genial idea de juntar en su página de facebook estas dos noticias aparecidas ayer en El País, y que resultan toda una revelación.

En una encuesta que recuerda aquellas fantásticas proclamaciones del franquismo según las cuales éramos el pueblo más feliz de todos los tiempos, ocho de cada diez españoles se sienten en la gloria y dedican sus ocios a pasear y a ver la televisión. Perfecto, pero no conviene olvidar que según otra encuesta solo dos de cada diez españoles han leído el Quijote.

Cruzando las noticias podríamos pensar que únicamente son felices los españoles que no han leído el Quijote, y que en lugar de hacerlo prefieren pasear a sus perritos y empapuzarse de Tele5 (ocho de cada diez). En cambio el otro dos por ciento que sí lo ha leído ha caído en la desgracia, según todos los indicios.

Mucho me temo que se va a crear mucha desdicha en este paraíso de teleadictos con las recientes publicaciones de varios Quijotes antiguos y modernos, que podrían invertir los términos. Si tienen éxito tales empresas, y lo deseo por amor a Cervantes, quizá el año que viene ocho de cada diez españoles habrán leído el Quijote y tan solo dos de cada diez se sentirán felices o muy felices.

 

Yo que lo he leído un par de veces (y además sin notas, a palo seco) tengo asegurada por partida doble la desdicha. Prefiero no pensar en Ángel Basanta, que lo ha leído más de treinta veces, ademas de editarlo y anotarlo primorosamente. Supongo que su vida es un infierno; y ya no digamos la del profesor Rico y todos sus colaboradores, sin olvidar la de Andrés Trapiello, que lo ha vertido con fluidez y acierto al español moderno. A ese no le va a perdonar ni Dios, y tiene la maldición asegurada de Pierre Menard, hasta ahora el autor más famoso del Quijote después de Cervantes.

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8 de julio de 2015
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Local

Viendo la muy notable ‘A esmorga' reparo en las diferencias que hay entre un cine local y un cine casero. Local no es para mí ese "cine de tazón" castizo y revenido, que tanto daño ha hecho a la cinematografía española. Ni tampoco al decir casero me refiero al cine independiente americano de la llamada Escuela de Nueva York, en la que algunos practicaban con gran talento un "home movie" más cercano al dietario íntimo que al documental. Casera es, por ejemplo, ‘A cambio de nada', la opera prima del actor Daniel Guzmán, que de modo desconcertante ganó tres premios mayores en el pasado Festival de Cine Español de Málaga, siguiendo los patrones de algunos subgéneros nacionales en boga, el lumpen de barriada madrileña, la ancianidad chiflada y  pintoresca, el campo de batalla escolar, los albores del sexo, y todo ello de modo plano y trillado, sin brillo en la palabra hablada ni en el relato, aunque sí es de reconocer el talento natural del adolescente Miguel Herrán, que crea con donaire su personaje de Darío.

       ‘A esmorga' (‘La parranda') llega a los cines del resto de España después de un impresionante éxito de público en Galicia, lo que podría hacer temer que su tirón allí se debiese solo a su carácter atávico. Ignacio Vilar, su director y coguionista, ha hecho una obra enraizada en un paisaje provincial del interior galaico y en un tiempo casi ancestral de la primera parte del siglo XX, pero ante todo ha dotado de vida y espíritu a un lugar imaginario que la película despliega con elocuencia ante nuestros ojos, combinando espléndidamente el contexto rural y las pasiones humanas sin denominación de origen. ‘A esmorga' es, además, la segunda ‘Parranda' del cine español filmada en menos de cuarenta años, a partir de que Gonzalo Suárez hiciese la primera en 1977. Y hay un tercer punto de excepcionalidad e interés, ligado al nombre de quien está detrás de las dos como padre natural, el magnífico escritor Eduardo Blanco Amor, nacido en Orense en 1897. Pocos autores contemporáneos hay que puedan presumir, vivos o muertos, de que un mismo libro suyo haya tenido dos adaptaciones cinematográficas, y las dos de gran interés.

      No puedo aquí, por limitación de espacio y por no forzar demasiado la máquina de mi memoria, hacer la comparación detallada de las dos ‘Parrandas' fílmicas, ambas, sin embargo, y no es cosa frecuente, fieles a la letra de esa extraordinaria novela corta de Blanco Amor, aunque es palmario que la de Ignacio Vilar tiene la grata bonificación de la lengua gallega en la imprescindible versión original del film. Suárez, por su lado, contó con el inestimable beneficio de escribir el guión con el propio novelista, que había vuelto del exilio latinoamericano (en Venezuela, Argentina y Chile, especialmente) y vivió en España hasta su muerte en Vigo sólo dos años después del estreno de esa primera ‘Parranda'. Con un reparto de primera magnitud, encabezado por José Luis Gómez, José Sacristán, Antonio Ferrandis, Fernando Fernán-Gómez, Charo López, Marilina Ross y Queta Claver, Suárez, es de suponer que con la aquiescencia de su co-guionista y autor, trasladó la acción a la cuenca minera asturiana en el año 1934, tiempos socialmente revueltos de los que, si mi recuerdo no me traiciona, quedaba constancia. La no muy alejada deslocalización territorial funcionaba bien, así como la fusión de elementos naturalistas y evanescencias fantásticas.

    En un largo epílogo a la reciente reedición por Editorial Galaxia de la  ‘nouvelle' (presentada en la traducción histórica al castellano, riquísima de léxico y cadencia rítmica, que llevó a cabo el autor en 1960, un año después de su salida en gallego), el novelista Manuel Rivas habla de "una vanguardia de los pobres" al explicar que ‘A esmorga', según las confesiones del orensano, se escribió en "tres weekends", cosa que no parece ser del todo cierta. La vanguardia de Blanco Amor, personaje fascinante como cabo suelto de la Generación del 27, amigo cercano de García Lorca y muy admirado por otros poetas de la época, como Aleixandre, es pobre más que nada de volumen: el libro es breve, la noche de parranda de sus tres beodos protagonistas no alcanza ni la densidad ni la avalancha verbal del ‘Ulysses' de Joyce, su probable modelo, pero lo que no escasea es la invención y el mundo propio creado por Blanco Amor en esta y otras novelas suyas como ‘Los miedos' y ‘Aquella gente‘, o en sus osadas fotografías, que empiezan tardíamente a ser reconocidas como prototipos de un arte de la auto-ficción gay comparable al que hizo otro vanguardista ‘pobre' como Gregorio Prieto. También en ese epílogo se cita la declaración de Blanco Amor de que ‘A esmorga' le fue inspirada en su años mozos por la lectura de Freud, Proust y James, que le abrieron un horizonte más ensanchado por su salida al exilio voluntario: "De haberme quedado yo en España y afrontado la novela, me hubiera quedado en un Wenceslao Fernández Flórez, en un Mata o un pastiche de Valle-Inclán". 

        La peculiaridad nada casera del libro ha sido bien trasplantada a la pantalla por Vilar con un reparto de calidad homogénea en el que destaca Miguel de Lira en el papel del protagonista y narrador Cibrán. Atmósfera y paisaje son elementos corales del relato, que sigue no sólo las peripecias sino la estructura del libro, basada en la confesión de Cibrán al juez, una estructura que muy probablemente es deudora de la de ‘La familia de Pascual Duarte' de Cela. Aunque para mi gusto Vilar abusa de la cámara giratoria en ciertos momentos de epifanía y borrachera, la realización se ajusta a la base literaria y la recrea, con escenas de gran belleza como la de la demente Socorrito en la plaza del pueblo, o las incursiones en el pazo del francés y su muñeca, un mundo mágico entreverado con la potencia telúrica de esa Auria imaginada por Blanco Amor. 

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8 de julio de 2015
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Una propuesta arqueológica

Murchante, del romance navarro Murchant, derivado a su vez de mercatans mercatantis (*mercatante), participio de mercatare, de mercatus. Es uno de los muchos casos, como el vecino Monteagudo, en que el nombre romance se conservó a pesar del dominio árabe. Es posible que remita a un antiguo mercatus de época romana, porque se han hallado restos romanos y monedas de la época de Antonino Pío. El pueblo está en una meseta en la margen izquierda del río Queiles (de Chalybes, “acero”, nombre griego de gran resonancia clásica mencionado por Justino y Plinio; de hecho algunos recordamos que el nombre popular del Queiles sonaba más bien “Cailes”, al menos en Tudela).
 
Entre las virtudes de la gente de Murchante, está la de preservar la memoria de la romería a la ermita de la Virgen de Mis Manos, ahora que ya no acude nadie más que ellos y las ruinas apenas se distinguen. El lugar ha sido venerado desde tiempo inmemorial y hasta el siglo XVI mantuvo el carácter de “trescantos”, como vértice de una estructura triangular del territorio que entonces se refería a las lindes de los términos de Tudela, Corella y Alfaro, pero que remite a algo mucho más antiguo: los santuarios de culto intercomunitario de la Edad de Bronce. 
 
En la ermita de la Virgen de Mis Manos se entrevistaron Juan II y su hijo Fernando el Católico cuando andaban reñidos, en 1476 se firmó la concordia y tregua de la guerra entre agramonteses y beamonteses, y hasta el siglo XVIII era el lugar donde los regidores dirimían los prendimientos de ganado y otras diferencias. ¿Por qué se celebraban en ese lugar, que no estaba poblado y no tenía más que una ermita humilde, tratados, juicios y encuentros tan importantes? ¿Qué clase de memoria se preservaba popularmente referida a ese lugar, para que, sin que ningún historiador lo explique, se tuvieran que hacer justamente allá pactos y acuerdos solemnes entre facciones? Notemos que en 1476 el conde de Lerín representaba en la guerra civil que ya duraba diez años a Pamplona, Viana, Lumbier y Lerín, entre otras poblaciones, y mosén Pierres de Peralta, a Tudela, Estella, Olite y Tafalla. ¿Por qué tenían que reunirse y firmar la concordia en la Virgen de Mis Manos?
 
Aunque consta alguna grafía dudosa como Mirmanos y, desde luego, está la popular de Mis Manos, el nombre antiguo era Mimanos, ¿qué querría decir?
 
El correspondiente céltico a la fórmula Minerva Memor (la diosa Minerva de la memoria) era la diosa Menmanhia (del indoeuropeo men-nm ‘memoria’, ‘pensamiento’). En la Galia Narbonense y la Céltica se han hallado inscripciones que aluden a las Menmandutiae y las Minmantiae, diosas de la memoria, y en la Lusitania se encontró una dedicada a Mermandicios y otra a Mermandios, dioses de lo mismo.
 
En el tercer bronce de Botorrita, que también da cuenta de un acuerdo en “trescantos”, hay un nombre Melmanios probablemente derivado de un *Menmandios. Según esto, Mimanos podría derivar de un antiguo *Mi(n)man(di)os que sería un dios celtibérico de la memoria, pero podría emanar a su vez de otra divinidad más antigua perviviente en el lugar desde la Edad de Bronce.
 
Digo todo esto para ver si contagio a algún funcionario de la sabiduría foral, arqueólogo municipal o semejante, porque se impone una excavación arqueológica, seguro que salen cosas memorables.
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8 de julio de 2015
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Rico McPato y su peluquín

El centro de atracciones Luna Park se abrió en Coney Island en 1895, y en sus teatros se presentaban toda clase de espectáculos en vivo, raíz de las posteriores superproducciones de Hollywood cuando llegó la era del cine. El más celebrado era "La cacería humana".

Trescientos jinetes, hombres y mujeres, aparecían al galope por la pradera persiguiendo entre disparos de armas de fuego y gritos de muerte a un roto mexicano, de guaraches y sombrero, que huía desesperado por delante de la cabalgata, dando traspiés. Por fin le daban caza lazándolo, lo arrastraban hasta una pila de leña, lo amarraban a un poste, y lo hacían arder en la hoguera. El tiquete de entrada costaba 25 centavos de dólar, los niños media paga.

El roto de este espectáculo era sin duda un inmigrante pobre que había cruzado la frontera, entonces no tan severamente vigilada por drones y radares aerostáticos. Y la idea que entonces se tenía de los mexicanos en Estados Unidos, como para que uno de ellos fuera el personaje central de una representación teatral semejante, con centenares de extras al galope para darle alcance y quemarlo vivo, aún queda prendida como un rescoldo que sólo basta avivar en la mente de algunos.

En San Ysidro, un condado lindante con México, los miembros de una asociación de policías fronterizos enseñan a los niños a disparar con una pistola de pinball a la figura de un hombre recortada en cartón, que evoca la de un inmigrante ilegal, colocada al lado de la valla que separa los dos países. Esta es una de varias actividades recreativas organizadas por los patrulleros, que incluyen una carrera de cinco kilómetros para adultos y otra de dos kilómetros para menores, siempre a lo largo de la valla fronteriza.

La imagen del inmigrante latino como amenaza tampoco ha cambiado en la mente de Donald Trump, el multimillonario de peluquín color zanahoria que quiere ser como los clásicos íconos de la mitología del capitalismo, Cornelius Vanderbilt, Randolph Hearst, o Howard Hughes. Pero es más bien su caricatura, y en todo caso me recuerda a Phineas Taylor Barnum, el empresario que luego fundaría el famoso circo que llevó su nombre, y que tuvo en Luna Park su primera carpa donde alojaba su Museo de Seres Increíbles.

Barnum exhibía allí una sirena capturada junto con otras de su especie por la tripulación hambrienta de un barco ballenero extraviado en el mar del Norte, la única en salvarse del cuchillo del cocinero gracias a ser la más vieja de todas. Trump, que se ha proclamado aspirante a la presidencia de Estados Unidos, también captura sirenas. Es el dueño de todo un circo mundial, el de Miss Universo, donde la pasarela sustituye a las vitrinas para exhibir especímenes.

Hace chasquear el látigo de domador delante de los emigrantes, y también de las misses de su emporio de reinas de belleza, a las que no perdona que suban un gramo de peso, un delito por el que es capaz de humillarlas en público. Y tampoco perdona debilidades en su reality show "Los aprendices", que se abre con la música de "Por amor al dinero", donde tras una pelea canina a diente pelado entre aspirantes a ser empleados de sus empresas, él mismo se encarga de tratar a los perdedores como basura.

Y cuando habla de los mexicanos, indeseables por inmigrantes, a los que promete un inexpugnable muro de contención si gana la presidencia, no oculta que se refiere a todos los latinoamericanos pobres que buscan atravesar la frontera de Estados Unidos. Son los que dejan sus huesos blanqueando en el desierto de Arizona, o se quedan antes en el camino, asesinados por las bandas criminales que han inventado el negocio increíble de secuestrar pobres cobrando recompensas a sus familias, igual de pobres, a cambio de sus vidas. Para Trump todos ellos son criminales, traficantes de drogas y violadores.

Ha habido momentos en que los fabricantes de mitos contra los latinoamericanos han inventado otro tipo de imágenes, las de haraganes y revoltosos, sin visión de futuro ni disciplina, destinados para siempre al atraso, como aquella del mexicano durmiendo la siesta todo el día bajo un nopal; o la de Pepe Carioca, el brasileño que lo único que hace es bailar zamba, pareja a la del pistolero alborotador que es Panchito Pistolas.

Estos dos personajes fueron creados por Walt Disney en los años cuarenta del siglo pasado, según se dijo entonces "como gesto de buena voluntad", ya que venían a formar un trío con el pato Donald. De Donald Duck pasamos ahora a Donald Trump. O mejor, de Scrooge Mc Duck, Rico Mc Pato, que se zambullía en su piscina de monedas de oro, pasamos a Donald Trump.

Pero aunque parezca salido de los dibujos animados con su peluquín color zanahoria, no lo tomemos a broma. En las encuestas aparece como segundo detrás de Jeff Bush entre los candidatos del partido republicano a la presidencia; y entre sus potenciales votantes estarán, seguramente, quienes entrenan a los niños para disparar bolas de pintura contra las efigies de los inmigrantes.

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8 de julio de 2015
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Ruindades

Estuve atento a la entrevista que la Sexta mantuvo con Albert Rivera el pasado sábado. Defenderse durante horas de cinco (¿o eran seis?) incisivos periodistas da muchas pistas sobre la coherencia de un programa y la solidez del político capaz de defenderlo. Me pareció satisfactorio. Por el lado contrario, un detalle nimio me ilustró sobre su oponente.

Un periodista le dijo a Rivera que su reforma fiscal suponía bajar impuestos a la clase media, pero subirlos en ciertos artículos de primera necesidad, como el pan. Rivera adujo que, en efecto, la subida del pan suponía un porcentaje mínimo que estaba de sobra compensado por la rebaja general. Y entonces pasaron un comentario de Pablo Iglesias en el que decía que Rivera iba a subir el impuesto a las sillas de ruedas.

Es interesante advertir que un nuevo tipo de político ha hecho irrupción en el exiguo panorama de la democracia española. Un político que suele etiquetarse de populista, pero que en realidad es un demagogo insolentemente cínico. Cuando Iglesias dice que Rivera les quiere subir los impuestos a los parapléjicos sabe que habla para gente rabiosa, ese tipo de político que se ha formado en el botellón y la quema de cajeros. Nunca, ni en los peores momentos de Alianza Popular, habíamos oído argumentos tan estúpidos dirigidos a gente tan estúpida. Nunca habíamos visto concejales y concejalas tan zafios como los que han emergido gracias a Podemos. Debemos agradecer a este movimiento que nos abra los ojos sobre el estado comatoso en que se encuentra ese segmento de la población que se supone más o menos universitaria y de clase media.

Me parece indudable que en las próximas elecciones sólo hay que apoyar al partido que tenga como prioridad absoluta enmendar el espantoso desierto moral y educativo de este país.

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7 de julio de 2015
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Italia a media luz

En principio, un texto debería leerse directamente y sin necesidad de recurrir a explicaciones externas o ajenas al texto mismo. En el fondo esta afirmación esconde una cuestión de gran calado y que desde hace siglos viene planteándose de formas muy diferentes, por ejemplo así: ¿disfruta más y más provechosamente de una obra de arte el sabio que ha dedicado su vida al estudio de la actividad artística y que allí donde mira parece que lleve puesta en la mirada su envidiable biblioteca, o quien disfruta de verdad es la persona imaginativa y muy creativa que entra inadvertidamente en una sala a oscuras y al encender las luces y elevar la mirada hacia lo alto de las paredes y el techo descubre que se ha colado en la Capilla Sixtina? O dicho de otro modo: para apreciar hay que saber o basta con ser creativo.

                En el caso de D.H. Lawrence, faltaría más, lo que procede es abrir cualquiera de sus libros por la primera página y seguir hasta la última dejándose llevar por el autor. Es perfectamente irrelevante saber cómo se llamó primitivamente la novela que acabó siendo publicada como Mujeres enamoradas o enterarse de que Lawrence nunca disfrutó de un aprecio nacional similar al de Milton o un del doctor Johnson por haber descrito tan minuciosamente el placer que experimentaba una lady en los brazos de un guarda forestal. Y no es que en las clases aristocráticas no supiesen lo que algunas de sus damas hacían con algunos de sus criados. El problema fue que nunca nadie había descrito tales prácticas con tanto entusiasmo, o como si en fondo un hubiese tanta diferencia entre una dama  de alta alcurnia  y su cocinera. Y hasta ahí podíamos llegar.

Sin embargo, en el caso de Italia a media luz (aunque la traducción generalmente aceptada sea Crepúsculo en Italia) quizá no sea inadecuado conocer algo acerca de las circunstancias que estaba viviendo Lawrence cuando escribió este libro que, para empezar, refleja su primer contacto con Italia pero no es un relato de viajes al uso aunque tampoco un cuaderno de notas y reflexiones o las impresiones de un protestante que topa por vez primera con una sociedad católica tan peculiar como era la italiana anterior a la Primera Guerra Mundial. Hay algo de todo ello, pero tratado de forma muy personal.

En cierto modo, D.H. Lawrence se estaba abriendo por vez primera al mundo de los sentidos porque acababa de conocer a Frieda Weekley, una mujer que desde su primer y tempestuoso encuentro le cambió todos los supuestos que él tenía acerca del sexo, el amor, la vida en pareja, la amistad e incluso la salud, ejerciendo una benéfica influencia en sus escritos que le iba a durar toda la vida. En ese momento Lawrence ya era un escritor que empezaba a ser conocido pero lo editores temían ser perseguidos por publicar sus libros y si lo hacían aprovechaban la circunstancia para pagarle muy poco. Durante los años siguientes Frieda y él iban a llevar una vida muy modesta pero también muy  variada e intensa.

En conjunto Italia a media luz, recoge las primeras impresiones y hallazgos de un placentero viaje a pie a través de los Alpes y que culminaría  con una larga estancia en el pueblecito a orillas del lago de Garda. Es curioso pero aunque Frieda le acompañó todo el tiempo y compartió con él los momentos más exaltantes y duraderos, en el libro no sale una sola vez la palabra “nosotros”,  como si temiera que lo que para él era un viaje iniciático los lectores lo pudiesen  tomar como el simple relato de una luna de miel. Las ya mencionadas primeras impresiones de su encuentro con la simbología católica quedan recogidas en el apartado inicial titulado “Los crucifijos” a lo largo del cual se pone una vez más de manifiesto lo muy enriquecedora y a la vez desmitificadora que puede resultar la mirada de un extraño al posarse en símbolos tan conocidos y en apariencia agotados (en el sentido de que parece que no se pueda decir ya nada nuevo de ellos) como son los cristos que almas piadosas construían antaño en los caminos para proteger a los caminantes. El capítulo “En el lago de Garda” incluye apartados como “La hilandera y los monjes” o “El teatro” (por cierto, magnífico), pero sobre todo “El huerto de los limones”, donde aparecen por vez primera las semillas que más adelante iban a fructificar en unos  vínculos imperecederos de Lawrence, como  la “pobreza” de Italia plena de sol y limoneros frente a la “riqueza” de la Inglaterra gris y polvorienta que estaba colonizando el mundo con las máquinas. No obstante, pese a la exaltación que le provocaban el sol y el modo de vida italiano, o lo extraordinario de laderas de limoneros que descendían casi hasta el lago, Lawrence detectó desde el primer momento el peligro que se cernía sobre ese mundo antiguo y de ahí el “crepúsculo” que añadió al título.   “Italianos en el exilio” y “El viaje de regreso” cierran el volumen y ni vital ni temporalmente manifiestan un estado de ánimo similar al que reinaba durante la estancia en Garda, pero en cambio dejan entrever a un Lawrence más experimentado, más viajero podría decirse, y con una conciencia cada vez más clara de su distanciamiento y ruptura sentimental con la Inglaterra de la primera parte de su vida. Aún tenía por escribir lo mejor de su obra, pero ya había adquirido el acento que luego le haría mundialmente famoso.

 

 

Italia a media luz

D.H. Lawrence

Edición de Miguen Ángel Martínez Cabeza

ABADA editores

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7 de julio de 2015
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Cricket con ?piquis?

No vayas a pedir una coca cola aquí, que te dirán ?I?m sorry?, que no sirven bebidas infantiles, pero con la flema en bandeja de plata te ofrecerán gentilmente una agua con gas, soda y lima, si no quieres alcohol. Es mediodía, los jugadores de cricket que participan en el torneo benéfico Flannels for Heroes, patrocinado por Dockers, remueven la hierba del Burton Court ?enfrente del Royal Hospital Chelsea? que huele a vela de Dyptique. Los bateadores se marcan un twist de cintura agarrando el palo que ya quisieran las chicas del Crazy Horse. Londres con sol es un cuadro de Hockney, y este probablemente sea el barrio del mundo donde los hombres mejor visten los pantalones blancos. Hay variaciones: los nuevos gentlemen han anunciando la muerte del calcetín. Bienvenido sea el reinado de los piquis ?o salvamedias?. Los más heladoramente modernos le dan una coqueta vuelta mal hecha al bajo del pantalón y lucen tobillo al aire. No les parece mal que se vea el borde, a diferencia de las generaciones de señoras de pies hinchados que tanto lucharon para que el piqui color carne no asomara. Los que medio enseña el diseñador de Dockers, Doug Conklyn ?uno de los impulsores de esta tendencia?, hasta parecen de Hermès, blancos y béis como un vendaje pijo. Conklyn tiene uno de esos atractivos que tanto hacen sufrir a mujeres: viril, de mirada achinada, inasible. Vive en San Francisco, donde va al trabajo en skate ?espero que los nuevos alcaldes españoles no lean esto?, y, tras su paso por Ralph Lauren, practica en Dockers unas estupendas colecciones para buenos chicos malos, inspirada tanto en los uniformes militares como en los ricos viajeros del Queen Mary. El sol de Hockney refulge sobre el wicket (un armazón formado por varios palos que defiende un bateador). La gente no le hace demasiado caso al partido. Me dicen que una señora rubia con rostro de telefilm de sobremesa es Twiggy: ¡cuán insidioso es el paso del tiempo! Pasea junto a Vera Day ?apodada la Marilyn británica? y Peggy Cummings, que ejercen de líderes entre asombrosas nonagerias que aún conservan los tacones y la picardía. Los jóvenes royals, Lady Amelia y Lady Marina Windsor, y los nietos del Duque de Kent conversan con el Ben Elliot, el sobrino de Camilla Parker Bowles; sonrojados, pecosos, millonarios. El partido benéfico cuenta con el apoyo de Levi´s y Dockers, además del de la familia real británica, y muy especialmente del príncipe Harry, a quien puede verse a menudo enfundado en un Alpha Khaki de la marca. Este evento responde a su compromiso con los veteranos de guerra heridos, que han venido aquí enfundados en sus uniformes de gala. ?Estamos aquí las 24 horas, 365 días al año. Si padeces ansiedad, flashbacks o pesadillas nocturnas, llama ahora? proclama Combat Stress, una de las asociaciones benéficas organizadoras. En mi mesa se sientan los dos actores con más conversación del evento: Paul Blackthorne ?se le ha visto en la serie 24 o películas como Dos tontos todavía más tontos? y nuestro Álex González. Con el primero ??creen que juego bien a cricket, pero sólo es la pose?? hablo sobre la indolencia a determinada edad. Qué delicioso es entrar en profundidades con desconocidos. Blackthorne, que participa en diversas causas solidarias, rueda una serie en Vancouver y demuestra que la elegancia es un todo y un nada. Con Álex hablo de la prisa entre dientes, y de su nariz esculpida por un gancho de boxeo. Ríete de Brando. Ahora ha vuelto a boxear, pero sin contacto físico. Una especie de onanismo sobre el ring. Un zapato sin calcetín. Un Londres con sol. (Icon)

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7 de julio de 2015
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El Boomeran(g)
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