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Haciendo listas

Por 29 de julio de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Conversando en días pasados con mis alumnos del ciclo El autor y su obra, en los cursos de verano de la Universidad Menéndez y Pelayo, en Santander, les decía que un buen ejercicio de lector es ensayar cada vez y cuando a hacer nuestra lista de aquellos libros que nos llevaríamos a una isla desierta. Veremos entonces como esa lista cambia, unos se quedan, otros entran,  y siempre nos hará falta espacio para colocar los que consideramos los preferidos, aquellos de los que no podríamos separarnos. Aunque se trate de una lista abierta, a la que quitamos y agregamos a nuestro gusto, y según nuestras convicciones momentáneas de lector, que siempre tienen de volubles.

¿Pero qué pasa cuando se trata de una lista de número cerrado? Es de cajón preguntar en las entrevistas de prensa a los escritores, cuáles son los libros que uno se llevaría a esa famosa isla desierta. O cuáles salvaría de una catástrofe, si pudiera. Pero entonces, en esa pregunta, el número, fatalmente cerrado, es de diez.

Cada vez que se me plantea una escogencia de esta manera, yo a mi vez me pregunto: ¿por qué diez? ¿Quién inventó esa cifra? Entiendo que es un número  de alguna manera cabalístico; y que aunque estricto tiene cierto margen de holgura. Pero es una grave dificultad incluir unos libros y excluir otros que ya no caben entre esos diez. Se trataría, al emprender el viaje hacia ese exilio de la isla desierta, de llevarlos todos en una pequeña maleta, o a lo mejor cabrían todos en una mochila de esas que hoy se cargan a la espalda.

Si empezamos por La Odisea, La Divina Comedia y El Quijote, ya tenemos tres puestos ocupados, y las posibilidades se reducen gravemente. Estoy dejando de lado nada menos que La Iliada, El Decamerón de Boccaccio, y esto sin salirme de los límites de la literatura de invenciones, porque, si no, la tarea se vuelve más que inverosímil.

¿Puede haber una escogencia posible entre La cartuja de Parma de Stendhal y Madame Bovary De Flaubert? ¿Y qué pasa si también quiero meter en la maleta los tres cuentos magistrales de Un corazón simple, también de Flaubert? ¿Y puedo escoger una sola novela de Dickens, por ejemplo Casa desolada, o debo referirme a sus novelas completas? ¿Y su presencia infaltable en una lista semejante, obliga a dejar por fuera La piedra lunar de Wilkie Collins, contemporáneo suyo?

Aquí vamos llegando ya a diez, y aún me faltan Chejov, y Edgard Allan Poe, Dostoievski, ¿Crimen y Castigo o Los hermanos Karamazov? Y por supuesto Tolstoi: La guerra y la paz, claro, ¡y prescindir de Ana Karenina! Y La Regenta, de Clarín, Fortuna y Jacinta de Pérez Galdós, El Primo Basilio, de Eça de Queirós…y aún no pasamos al siglo veinte.

Ocurre también con estas listas de diez, tan frágiles y provisionales porque son fruto de la improvisación, que al hacerlas influye el estado de ánimo en que nos encontramos cuando el periodista nos pregunta; y tiene que ver también la memoria, siempre tan traicionera, que nos aflige con sus olvidos imperdonables. Por aquí vamos ya y se me ha quedado Gogol y sus Almas muertas.

No pensemos entonces en el número diez, y hagamos nuestra escogencia a gusto, según el humor del día; lo importante es seguir leyendo, para que nuestras dificultades de elección crezcan, y eso es lo que nos hará lectores difíciles de contentar, y de consolar. Por fuerza habrá libros que saldrán de la lista si un día llegan a desencantarnos, o porque aparecen otros que deben tomar los antiguos lugares.

Pero sintámonos contentos de que lápiz en mano podamos recorrer los estantes de la biblioteca para hacer la revisión periódica que nos permite tener actualizada la  lista propia. En Farenheit 451, la novela futurista de Ray Bradbury, ni siquiera existe la posibilidad de elegir los consabidos diez libros, porque todos están sometidos a persecución para ser quemados, y los lectores impenitentes, como nosotros debemos serlo, tienen que aprender de memoria los textos y leérselos en voz alta unos a otros, en la clandestinidad, como la única manera de mantenerlos vivos.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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