Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

 ¿Problema real o querella encubridora?

 

Supongamos que un político que llegó al poder con excelentes intenciones de trasformación social, constata la imposibilidad de modificar la relación de fuerzas imperante y, en consecuencia, imposibilidad de cumplir sus promesas, relativas a problemas bien concretos (respeto estricto de los convenios sobre jornada laboral en determinados sectores, por ejemplo). Se le abren entonces dos posibilidades: declarar públicamente su impotencia, y renunciar, o pese a todo seguir en el cargo, con mayor o menor dosis de sentimiento de impostura.

En caso de la segunda elección le conviene una estrategia que, de hecho, se adopta por doquier, a saber: quitar peso a los problemas que había prometido resolver y dar mayor peso a otros que sí está en condiciones de afrontar. Estos problemas pueden ser en sí mismo relevantes o artificiosos, pero lo esencial es que su abordaje (exagerando eventualmente la eventual dificultad para su solución, es decir la oposición que presentan las estructuras del objetivo poder) permita que pasen a segundo plano los primeros.

Sirva este preámbulo para enfocar un asunto de otro orden, en el que también se pone de manifiesto lo eficaz de la estrategia consistente en sobreestimar el peso de un problema quizás para no afrontarse a otro.

Nuestra época se caracteriza por la aparición de interrogantes científico-técnicos, ético-políticos, artísticos y filosóficos que no eran apenas concebibles (al menos con tal acuidad) hace sólo unos decenios. Se debate  así sobre el grado de inteligencia que pudieran alcanzar ciertos artefactos, les hace susceptibles de  autonomizarse del ser humano y hasta de reemplazar a este, incluso en trabajos de alta exigencia científica o creativa Pues bien, ante estas cuestiones (cuyo abordaje exige una ascética mediación por diversas disciplinas) es lícito preguntarse: ¿se trata efectivamente de algo que afecta en lo profundo a la condición humana, o se trata de querellas sobrevaloradas para que reemplacen  a otras verdaderamente urgentes?

Se habla en foros de todo tipo no sólo de conocimiento científico maquinal, sino de creación artística con raíz en algoritmos. Inevitable pues la pregunta: ¿hay alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico surgidos de un algoritmo que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?

La dificultad de la respuesta se acentúa por el hecho de que, ateniéndose a los humanos), la pregunta puede perfectamente extenderse a una enorme parte de la producción contemporánea calificada de creativa, empezando por la literaria. Los estereotipos que determinan el gusto del lector,  consumidor de música o compulsivo visitante de exposiciones, responden a las exigencias imperativas de producción masiva a las cuales está sometida la industria cultural, empezando por las grandes editoriales, con el corolario de la proliferación de premios a menudo fútiles (más de dos mil sólo en Francia según un artículo de Hélène Ling e Inès Salas en Le Monde Diplomatique), la estandarización de los temas, los estilos y hasta las tentativas de escapar a las categorizaciones. En suma:  cuando la inteligencia creativa de los humanos se muestra consignable bajo categorías delimitadas ¿qué tiene de extraño que un algoritmo pueda estar en condiciones de emular al humano en esa actividad?

Dónde reside, pues, la urgencia: ¿en determinar si algoritmos pueden reemplazar a los humanos en actividades creativas o en preguntarse si las condiciones sociales permiten realmente al ser humano activar el conjunto de facultades creativas y cognoscitivas que configuran nuestra frágil y abisal inteligencia?

Leer más
profile avatar
29 de mayo de 2023
Blogs de autor

Asesinato del hijo de la abeja albañila (I y II)

Escribía el 29 de abril de 2022: “He asesinado al hijo de la abeja albañila (Osmia sp.). Bueno, en puridad, no se ha tratado de un asesinato sino de un homicidio, yo no quería matar al hijo de la abeja albañila pero, al poner cabeza abajo la silla de mimbre para sacudir unas migas, el hijo ha salido disparado del interior del agujero donde se encontraba su nido. Maldita mujer de la limpieza que en cuanto se queda sola se instala en la terraza a comer bocadillos de chorizo; ella es la culpable y pagará por lo que ha hecho.”

Hoy, 2 de abril de 2023, la abeja albañila ha vuelto. La veo revolotear en torno a la silla de mimbre buscando un agujero, quizá el mismo del año pasado año, donde depositar el huevo. Seré cuidadoso en esta ocasión. Neutralizada convenientemente la empleada, cerrados con llave los dos accesos a la terraza, conseguiré que salga adelante su único hijo, hermano del trágicamente desalojado, ese día aciago, hará pronto un año.

Leer más
profile avatar
26 de mayo de 2023
Blogs de autor

El ‘carpintero’ James Salter: la realidad convertida en literatura

En el prólogo a los cuentos completos de James Salter (Passaic, NJ, 1925- Sag Harbor, NY, 2015), John Banville nos dice que el autor de Años luz no escribe sobre la realidad: "su obra es la realidad en sí misma". En otras palabras, su prosa es "una vida realmente vivida". Si lo narrado ocurriera, sería así y no de otro modo. Si una tal Jane Vera, la del relato Veinte minutos, en plena agonía tras una caída de caballo, viera cruzar recuerdos ante sí, serían los imaginados por Salter y no otros, y el desenlace, fruto de una mala decisión, irremediablemente fatal.

El elogio de Banville me recuerda la técnica del strappo, con la que se traslada una pintura mural a otro soporte (aquí la realidad a la página), pero conservando el craquelado, las fisuras, las imperfecciones, en especial las que no saltan a la vista. ¿Se puede señalar mayor logro literario?

Cautivar como Sherezade  En esencia, escribir, como dijo Salter, el "autodidacta tardío" por excelencia de las letras estadounidenses, no es tan misterioso. Es algo básico, "como un martillo y unos clavos": hay un material, las palabras, y unas reglas arquitectónicas. Luego, saber qué sigue a qué. Pero si se posee la misma intuición de una rara avis como Isaak Bábel, capaz de helar el corazón con un punto colocado en el lugar debido, sucede que el libro que transcurre en un período o un lugar, como señaló en El arte de la ficción, "poco a poco se convierte en ese lugar y ese momento".

Salter, nacido Horowitz y con raíces entre Fráncfort y Moscú, era un ferviente admirador del genio de Odesa. De él dijo que aunaba la tríada suprema: estilo, estructura y autoridad. Si por algo nos apresan estos 22 relatos -"la obligación de todo escritor es cautivar como Sherezade", dijo-, no es por las tramas complicadas, la filigrana innecesaria o los giros efectistas, sino por algo más subterráneo. La mayoría de las veces, los sentimientos, los destinos y las relaciones de sus personajes se desmoronan de manera casi imperceptible, fuera del foco, opacados por una nostalgia brumosa y residual; tragedias que implosionan en la sordina de lo cotidiano.

En El cine, Salter, que coqueteó con el séptimo arte como guionista y director, describe la película en la mente de Peter Lang como "tranquila en la superficie, pero en ningún caso mansa: por debajo de lo visible había emociones que, al ocultarse, resultaban más potentes". Esas emociones -en especial el deseo sexual-, ni siquiera razonadas por los personajes ni por la voz narrativa "a lo Bábel" ("guarda distancia con el relato y permite que concluya solo"), son las que acaban decidiendo el rumbo de ese trío de turistas en Barcelona cuando, en un solo día, el interés de él oscila de su pareja a la amiga, quien recoge a hurtadillas el guante.

La forma sobre el contenido O bien, en American Express, la revalidación de la amistad, forjada en la juventud, entre dos ambiciosos abogados como sacados de un capítulo de Mad men, cuya conquista de un estatus privilegiado con la consecuente sensación de impunidad pasa por traicionar el primer bufete para el que trabajaron, aprovecharse sexualmente de secretarias y clientas o, de viaje por Europa, compartir los favores de una colegiala que recogen por la calle, como un trofeo más.

De Salter se suele destacar la eficacia expresiva, la delicadeza descriptiva junto con una brusquedad no carente de violencia, los diálogos... La forma prima sobre el contenido. ¿Basta siempre el estilo, cuya sensualidad lorquiana es la de la luz que se refracta y recorre un espacio siguiendo distintas trayectorias, sin llegar a bañarlo todo, sólo fragmentos a partir de los cuales el lector ha de completar el resto, en un presente empañado del condicional compuesto: lo que "habría podido ser"? "Todo aquello se habría acabado, pero esa clase de cosas nunca quedaban definitivamente atrás", piensa Reemstma en Hijos perdidos.

Nada es lineal, todo consiste en virtuosas ramificaciones narrativas, como el trabajo mismo de la memoria. De hecho, Quemar los días, su autobiografía, se construye como uno de sus cuentos, imaginando que la vida es una casa grande y cada capítulo-relato es, en cierto modo, "como mirar por las ventanas de esa casa. En algunas ventanas, quizá uno desee quedarse más tiempo, pero no es posible. Como ocurre en cualquier casa, no se puede ver todo". El arte, añade, es la vida rescatada del tiempo, desechando "todo lo que es aceptablemente bueno".

Un buscador de detalles "No hay hierro capaz de atravesar el corazón humano con la fuerza de un punto colocado en el lugar preciso", citaba Salter a Bábel en El arte de la ficción, que recoge tres conferencias sobre literatura que impartió un año antes de morir. En ellas desgranaba las claves de su forma de entender el oficio: "escribir no consiste en anotar las conversaciones de los demás, hay que ir rascando y escarbando hasta encontrar unos pocos objetos de valor. Los detalles son todo".

Leer más
profile avatar
25 de mayo de 2023
Blogs de autor

Geografías de Martin Amis

Muy a menudo, Martin Amis supo conjugar la sagacidad, la velocidad y la penetración, comportándose como un ave rapaz de la literatura. La aceleración que imprimía a sus textos, cuando trataba ciertas materias, no le impedía ahondar y atravesar el objeto de observación, con elegante ironía e incisiva mordacidad. La vida de Amis fue pródiga en glorias y desastres. Arrogante como su padre, si bien de ideología opuesta, chocó múltiples veces contra su progenitor y mantuvieron una guerra tan cruda como sarcástica hasta que el señor Kingsley Amis dijo adiós a la vida. Fue entonces cuando Martin Amis se sintió poseído por la gravedad y Julian Barnes empezó a decir que estaba madurando. Cuentan que para Martin supuso la segunda revelación de la muerte, de la primera nos informa sobradamente en su novela La información, donde reflexiona sobre algo que nos ocurre a todos, pero que pocos han sabido explicar con la claridad y con la precisión de Martin Amis. Recuerdo que cuando tenía 26 años y pasaba las noches enteras estudiando, me sobrecogía la certeza de que éramos seres para la muerte y de que estaba destinado a morir. Esa evidencia, de naturaleza aplastante, llegaba a mí como una extraña información: la misma sobre la que versa la mentada obra de Amis, que como novelista ha sido un autor de fortuna variable y muy variado en sus temas, de forma que se hace difícil establecer las verdaderas coordenadas de su “poética”. No se parece a su oponente Julian Barnes, que pertenece a la raza de los que siempre están escribiendo la misma novela, y que quizá por eso son bien valorados por la crítica, que puede fácilmente enjuiciarlos por el efecto repetición de sus creaciones. Amis se arriesgaba mucho más, a veces para bien, y a veces para mal. Amis se la jugaba en cada novela, y era de los que se atrevían con cualquier tema. Poseía una gran capacidad para adentrarse en otras culturas, era camaleónico, inventivo, solvente y audaz. No veo a Barnes con agallas para hacer uno novela sobre Stalin o sobre rusos, pero Amis se adentro dos veces en ese territorio, la primera con gran acierto, y la segunda con menos. Los novelistas de la tribu camaleónica entran en cualquier cultura con alegre desenvoltura, aunque a veces caigan en errores de bulto. Pero en errores peores se puede caer cuando uno se empeña en escribir siempre el mismo relato. ¿O no es un gran error pasar toda la vida encerrado en un cuarto con único juguete?

A menudo la crítica se cebaba con Amis de tal manera que tenía que irse de Inglaterra: la última vez que le pasó fue a raíz de la publicación de El perro amarillo. Harto de tanta pedrada sin control, se fue a pasar una larga temporada a Uruguay con su familia. Obró muy cuerdamente, la distancia es la mejor medicina contra los dolores del alma y las atronadoras descargas de los pistoleros a sueldo.

Martin Amis alternó durante toda su vida su labor de novelista con el periodismo. Juraría que en periodismo su verdadero maestro fue Tom Wolfe, pero ¿a quién le extraña? Wolf ha sido el maestro de todos los que han querido hacer un periodismo nuevo y brillante. Otra de sus característica es que Amis siempre supo pasar, con envidiable agilidad, de la alta cultura a la cultura popular, y con frecuencia fue luminoso y lacerante. El retrato que hizo en su momento de Madonna es impagable, como el que hizo de Vera Nabocov.

El último libro que he leído de Amis es El roce del tiempo. En la edición de Anagrama definen como ensayos los textos del libro. Honestamente creo que calificar de ensayos los escritos de El roce del tiempo es inadecuado, pues en realidad se trata de crónicas de época al estilo de las de Fitzgerald (o del ya mentado Wolfe), en las que Amis aborda temas que ya trató anteriormente, junto a otros inéditos en su carrera. A Nabocov, a Bellow, a Burgess a James, a Ballard, a DeLillo, a Updike ya los había visitado en otras ocasiones, y vuelve a ellos como quien restaura una vieja amistad. Los considero los textos más valiosos y aconsejo leerlos, porque nos hallamos ante exploraciones muy penetrantes que iluminan las sombras de nuestra época y atraviesan las vidas y las obras de escritores fundamentales, si bien no siempre debidamente analizados por los expertos en “alta cultura”; me refiero sobre todo a Burgess y a Ballard. También son de gran interés los escritos referidos al populismo americano y a sus diferentes subculturas más o menos pornográficas. Las crónicas que abordan la sociedad inglesa tienen menos vinagre, pero no menos ironía. Ya insinué antes que una de las características del efecto Amis es que sabe combinar, con fluidez y elegancia, la distancia casi brechtiana ante el objeto de observación con la pasión narrativa, convirtiendo sus crónicas, sus relatos y sus ensayos en obras donde la hondura nunca está reñida con la frescura.

Leer más
profile avatar
24 de mayo de 2023

Fuente: Archivo personal de Andrés Trapiello. Fotografía de Yolanda Cardo, 2019.

Blogs de autor

Otro paso ganado

 

El proyecto en el que está trabajando Andrés Trapiello es descomunal y, como todo lo monumental en este país, apenas tiene el eco que merece

 

Pues señor, este es ya el número veinticuatro. Cada volumen suele tener unas quinientas páginas, de modo que llevamos ya doce mil, mucho más que Proust. Y eso que no se ha acabado, Dios no lo quiera, porque el libro del que forma parte como capítulo número veinticuatro durará lo que le dure la respiración a Andrés Trapiello. Si llega un día en que deja de respirar, Dios lo impida, pues se habrá terminado la novela llamada Salón de pasos perdidos.

Porque es una novela. Desmesurada, pero novela. Y aunque, según cuenta en la página 112, algunos amigos suyos verdaderos o fingidos le han recomendado que lo deje ya, él razona con mucha lucidez por qué no va a dejarlo y por qué va a seguir mientras el cuerpo aguante. Dado que los lectores aguantan y aunque sean escasos, no hay razón para ser él mismo su peor lector.

A mi modo de ver este es un proyecto descomunal y como todo lo monumental en este país apenas tiene el eco que merece. Veamos, estamos hablando de una novela que es, necesariamente, la vida de su autor, como lo es la Recherche de Proust, y quienes la seguimos lo hacemos por la misma razón por la que leemos al francés, a saber, una prosa impecable, inteligente, irónica, en coloquio con el lector y mediante la cual nos cuenta las cosas que ve o le pasan.

Naturalmente no lo leemos por saber qué le pasa a Trapiello ni si ha comprado jamón york o de bellota, que es algo totalmente trivial, sino por oír cómo suena el español cuando lo tañe un gran instrumentista. De modo que da lo mismo si nos cuenta una lectura en Bruselas, con un director de instituto casi dickensiano, paginas cómicas que no desmerecen las de Baudelaire en su Pauvre Belgique!, o si lo que cuenta es la muerte de Delibes que viene casi a seguido y muestra una emoción y un cariño entrañables.

No es el transcurso vital de Trapiello el argumento de esta novela sino ella misma. Leemos su novela porque nos interesa su novela. Y eso es algo de lo que muy pocas novelas pueden sentirse orgullosas. Que la prosa misma sea la protagonista es en verdad una rareza. Casi todo lo que hoy se publica busca interesar al lector por un asunto convulso, sea un sufrimiento, una operación a vida y muerte, una pareja tóxica, una aventura desbocada. Trapiello nos cuenta la vida humilde de un escritor sustancialmente normal, y todo aquello que le rodea.

Uno de sus maestros, Azorín, fue sobresaliente en la descripción de lo humilde y lo obsoleto. Como si fuera un pintor flamenco, igual figura una calle del viejo León entre palacios, que una cabaña agrícola en Levante o un puchero desportillado. El lector se queda fascinado por esa prosa cristalina, de una pureza insólita capaz de contar todo lo grande y lo pequeño, “Who sees with equal eye, as God of all,/ A hero perish, or a sparrow fall”. Algo así sucede en las memorias de Trapiello, pero ahora me percato de que he escrito “memorias” y no lo son. Son, desde luego, asuntos que él ha conocido personalmente, pero no forman parte de su biografía porque su vida es de lo más escueto: sentarse a la mesa para escribir a todas horas, todos los días, año tras año.

Esta es la razón por la que el volumen, titulado Éramos otros, no se pueda comprar en librería. Hay que encargarlo directamente a Trapiello en su dirección de internet. Se trata de una lectura para poca y muy escogida gente. No merece la pena meterla en los enormes desaguaderos que alimentan el pantano de la actualidad. Hay que pescarlo en un pequeño arroyo truchero que fluye escondido entre peñas y abrojos, por decirlo como Azorín.

Leer más
profile avatar
23 de mayo de 2023
Blogs de autor

Plantación de teas

¿Y si España no fuera el lugar adecuado para el cultivo intensivo de árboles resinosos?

A veces uno se pregunta si las extensas y uniformes masas de pinos que cubren nuestros montes se corresponden con nuestro verdadero paisaje.

¿Eran esas especies las que dieron lugar al dicho de que una ardilla podía recorrer España de norte a sur, de este a oeste, sin pisar el suelo? ¿Las encinas, los robles, el matorral mediterráneo de gran porte, todos manchando el monte bajo, no serían el auténtico trampolín para los saltos, casi vuelos, del simpático roedor?

¿Cuando se habla de repoblación forestal no debiera hablarse, en puridad, de cultivo forestal?

La obtención de celulosa para la industria papelera y la sujeción del terreno para evitar el aterramiento de los embalses son las razones tradicionales con las que se ha pretendido justificar ese dislate (el terreno lo sujetan mejor otros ecosistemas, como, por ejemplo, los prados). Pero es quizá otra la razón principal, el verdadero trasfondo de las grandes ingenierías forestales de aquellos años; me refiero a la conversión en arbolado, de rápido crecimiento, de los pastos secularmente destinados a la ganadería extensiva, conversión que provocaría el éxodo de los moradores de los núcleos rurales hacia los núcleos industriales o, lo que es lo mismo, la conversión de una masa humana poco productiva en mano de obra barata.

Está claro que los incendios forestales son motivo de rechazo generalizado por la población de las grandes urbes que ve cómo se destruyen sus lugares de esparcimiento, pero, esos incendios, no provocan la misma reacción entre la población campesina a la que incomoda la omnipotente presencia arbórea que, al ser eliminada, supone, por ejemplo, la consecución de tierras libres para ganaderos y agricultores.

El monte, pues, lo quema el hombre, algunas veces por negligencia que podría ser desprecio y, muchas veces, de forma intencionada. Los rayos y los vidrios, estos últimos también causa humana, constituyen una pequeñísima proporción en la responsabilidad de estas catástrofes; proporción casi tan pequeña como los embarazos que en no lejanos tiempos se atribuían al contacto con bañeras y váteres poco aseados, testigos y soportes de prácticas nefandas.

Leer más
profile avatar
22 de mayo de 2023
Blogs de autor

Un adiós sin Claves

Para despedirme, al cabo de 33 años, fuí al lugar donde guardo la colección entera de la revista fundada por Javier Pradera y continuada después por Fernando Savater y Nuria Claver, a la que echamos de menos desde que dejó de actuar, tan magníficamente, como Senior Editor.

Por alguna razón que no recuerdo, los anaqueles donde están los 288  números de Claves (en seis metros lineales de pared) tenían algunas marcas, no sólo las del tiempo y el polvo; quizá recordatorios de una relectura desordenada o una búsqueda perezosa. La más llamativa fue ver de cara al espectador o al buscador, y no enseñando el lomo como los demás, un número, el 228, correspondiente a mayo/junio del 2013. Lo abrí y vi el índice, para darme cuenta de que la memoria se olvida hasta de sí misma y su yo más vanidoso, pues había un artículo de título bizarro que no me dijo nada, hasta que vi el nombre del firmante.

El espíritu de Claves de razón práctica, pues así se llamaba la desaparecida revista, era inesperado, y con alguna frecuencia, burlón. Tras el pomposo y tan serio título de la publicación  sus responsables jugaban a sorprendernos. En ese citado 228 el tema de cubierta era la banca, y obre ella y sus pingües misterios escribían media docena de especialistas.

A continuación, en la sección de Cultura, los saberes menos prácticos: una Casa de Citas con María Zambrano, sin desperdicio, y un perfil del extraordinario helenista Christopher Logue brillantísimamente trazado por Carlos García Gual. Para mí todo un descubrimiento. Y otra gran sorpresa de la variedad: el artículo mozartiano y cernudiano de bizarro título (aquí se reproduce) que yo escribí no sé a santo de qué y que ni en mis más robustos sueños me explico. Claves o la música de lo insospechado, ahora, por desgracia, extinguida.

 

Leer más
profile avatar
19 de mayo de 2023
Blogs de autor

Verdadera inteligencia: triple prueba

En función de lo sostenido en las columnas anteriores, un ser equiparable a nosotros en inteligencia debería pasar por una triple prueba:

Debería en primer lugar explicar el conjunto de descripciones y previsiones a las que procede, y en los casos en que tal explicación no se diera, inquietarse por ello, a la manera en la que en el arranque del siglo XIX los físicos se inquietaban por el hecho de que el efecto foto-eléctrico, (controlado en el laboratorio, y en consecuencia soporte de posibles previsiones) no tenía explicación en el marco de la concepción de la luz como continuo ondulatorio.

Recuérdese al respecto que pese a su decisión de conformarse con la “generalización por inducción”, y no conjeturar hipótesis alguna, nunca Isaac Newton se sintió satisfecho con su desconocimiento de la razón de la gravedad. No vale en ningún caso el silencio al respecto del que hasta ahora da muestra un ente como AlphaFold2, en relación a la causa de sus prodigiosas previsiones.

En segundo lugar, debería desde luego eventualmente mostrar un comportamiento altruista (concretizado, por ejemplo, en espontánea y desinteresada ayuda a una entidad -maquinal, humana o animal- en dificultades), bien radicalmente egoísta, es decir, de un egoísmo no marcado por la necesidad sino por el deseo (por ejemplo, acaparando una fuente de energía para él superflua y necesaria a la subsistencia misma de otra entidad). Pero, sobre todo:

Debería dar muestra de deliberación en torno a imperativos que van más allá no sólo del propio interés, sino eventualmente del interés empírico de los seres que forman parte de su entorno favorable. Esta sumisión a imperativos puede tener diversas formas, siendo la más radical la explícitamente formulada por Kant como no traicionar la propia condición de ser racional, incluso teniendo la disposición de hacer el mal. Pero se manifiesta también en la fidelidad a una ley que conduce por ejemplo a no traicionar la palabra dada del secreto de confesión, pese a saber   que ello pudiera acarrear efectos calamitosos.

En fin, nuestra entidad debería sino producir una obra de arte (muchos humanos no la producimos al menos ateniéndose a la categorización usual de las formas de arte), sí el juicio estético, eventualmente en acuerdo singular (por irreductible a causa objetiva) con seres humanos o con otros entes maquinales que (de responder asimismo a las otras dos modalidades de juicio) deberían plenamente ser considerados inteligentes.

Variable secundaria sería en estas condiciones la diferencia entre ser maquinal y ser biológico, pues entre los predicados esenciales del concepto de inteligencia humana no figura el de animal y a fortiori el de vida.

Habría entonces que volver de nuevo la mirada al hombre e interrogarnos sobre la condición humana: ¿ese ser racional que es el hombre habría de ser necesariamente animal, es decir determinado esencialmente por la biología? Quizás fuera entonces legítimo pasar de considerar al hombre como un caso particular de animal (racional por oposición a los animales que no lo son) para poner en primer término su condición de racional que eventualmente (sólo eventualmente) tendría soporte biológico.

Pero desde luego, estamos bien lejos de todo ello. Por el momento, sólo los seres humanos parecen susceptibles de entrar en interlocución con quien, simplemente, efectúa las preguntas que preceden.

Leer más
profile avatar
18 de mayo de 2023
Blogs de autor

Réquiem por las cuatro estaciones

Las cuatro estaciones se han desprendido del orden fijado por la humanidad. Definitivamente nos han abandonado, pienso al doblar los jerséis gruesos que este año tampoco he necesitado. Voy guardando los abrigos en silencio y palpo esa clase de pena pequeña que nos conecta con la infancia. Otro invierno sin demasiado frío, una primavera desprovista de gabardinas y paraguas.

La narración estética del paisaje se ha interrumpido y siento como propia la orfandad de esas prendas que han salido y entrado de una bolsa sin ver el cielo. Su función se ha anulado; han dejado de participar en nuestro escenario, y no hemos podido contar con ellas a pesar de su corte impecable. No hemos paseado su belleza.

Buscamos velas que huelan a campo después de llover y recurrimos a los clásicos, a Vivaldi, o al pintor Cy Twombly para recordar las cuatro estaciones y percibir el contraste entre el frío, la humedad, el calor o la brisa, sensaciones cada vez más borradas de sutileza a causa de la catástrofe climática. En el cuadro de Twombly dedicado al invierno, las palabras –presentes en las otras esta­ciones– se evaporan bajo una niebla blanca y el escaso amarillo colgado de un verde oscuro nos hace temblar de un frío mortal.

El artista nacido en Virginia lo firmó a final del siglo XX, pero su atmósfera parece ancestral, tan irreal como la composición artística de su antecesor en el barroco, Nicolas Poussin. Este quiso reflejar el prodigioso poder de la naturaleza: “Benigna en primavera, rica en verano, sombría fecunda en otoño y cruel en invierno”.

Bajo el encargo del duque de Richelieu, concibió la obra a modo de reflexión filosófica sobre el orden natural a través de escenas del Antiguo Testamento. Al igual que Twombly, la pintó en Roma, y en sus biografías se anota que estaba aquejado de un temblor de manos. Ambos artistas se enfrentaron al colosal reto de definir los ciclos de la vida, y a buen seguro que nunca imaginaron que esa cosmología se agotaría.

El paisaje cambiante empezó a ser amenazado de muerte en los años ochenta. Lo explica muy bien Bruno Latour en Habitar la Tierra (Arcadia): lo relacionado con el clima había dejado de ser una ciencia deductiva, como afirmaban los viejos filósofos, todo lo contrario, se convirtió en una ciencia “hecha de física, química, de numerosos modelos y algoritmos, y a la vez dependen de boyas en el océano, satélites, muestras geológicas”.

Con toda esa información, se anunció que el incremento imparable del CO2 aumentaría la temperatura del planeta. Y a pesar de sus datos contrastados, nadie quiso creerlo y mucho menos la ambición del gran mundo. Los expertos en medio ambiente se quedaron patidifusos mientras se extendía un credo de exageración, incluso de fake news entre políticos y estadistas.

Surgieron voces de niños, acaso reivindicar en la edad de la inocencia podía ser más convincente. Greta Thunberg acabó siendo odiada por su vehemencia, ¡cuánto molestaban sus trayectos en trenes de largo recorrido por Europa, en una época en que la velocidad es la consigna!

Francisco Vera, un chico colombiano de trece años, ocupa estos días los platós de televisión a propósito de la desertización de Doñana. Afirma que tomó conciencia de la crisis climática cuando ardió la Amazonia, y nos invita a que todos seamos activistas por el clima.

Son jóvenes que no pierden la esperanza de que los adultos dejemos de robarles primaveras e inviernos; no quieren ser expropiados de las cuatro estaciones.

Leer más
profile avatar
16 de mayo de 2023
Blogs de autor

Cerebral

Entré en su cerebro a las 18:25. Mes de mayo. Vivía en Vallecas, nevaba, y el tono general era de fiesta. Marcos odiaba mucho, diría que odiar era lo suyo. Así yo, metido en su cabeza, descubría hacia adónde, en cada momento, dirigía el odio. La rubia Betty vendía carpetas en Emilio Ortuño. Marcos la odiaba. Fue, fuimos, hacia ella. Y a esa distancia reglamentaria de los cuatro metros comenzó a insultarla. Bombera, salvaje, sedosa, oí que la llamaba. De hecho lo oí desde fuera, pero también desde dentro; quizá yo también formara parte de la voz de Marcos. Seguimos insultándola: caliente, emotiva, garduña. La dejamos atrás. Avanzábamos. Ricardo Teruel Teruel tomaba sardinas escabechadas sentado en la terraza del bar Percuto. Marcos le arreó una sonora bofetada. Ricardo escupió una sardina. Yo estaba saliendo, o eso me pareció, de lo más profundo del cerebro. Relegado al córtex casi no disponía de poder. La voluntad del energúmeno se me escapaba. Decidí huir. No fuera que yo, como criatura del todo ajena, no pudiera anular la orden. Y Marcos la emprendiera a porrazos, entusiasta, contra mi humilde persona. La próxima vez anclaré mi dominio, buscaré la permanencia. Cogí pues el metro. Y volví a Oviedo.

Leer más
profile avatar
14 de mayo de 2023
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.