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La Arcadia de los Pujol (1)

Por 26 de julio de 2023 Sin comentarios

Jesús Ferrero

La mejor opción para aquel verano de 1993 era la montaña. Estábamos a punto de cambiar de ciudad, con todos los gastos que acarrean los traslados, y no podíamos gastar demasiado dinero en vacaciones. Así que una mañana de finales de julio nos dirigimos a un pueblo que nos habían recomendado sin indicarnos previamente lo que ese pueblo significaba. Primero utilizamos el tren y después el autobús. Según íbamos ascendiendo íbamos entrando en un mundo de apacible frescor, habitado por todos los tonos del verde. Pasado Ribes de Frené, el paisaje se fue haciendo más emocionante y turbulento, como el río que se iba despeñando a la derecha. Debimos de llegar a Queralbs a media tarde, y enseguida nos sentimos en el corazón del Pirineo.

No recuerdo que nos recibieran con los brazos abiertos. Por alguna razón, sentimos al principio cierto aire levemente hostil, o por lo menos cierta indiferencia enfática que parecía ser una pose secular muy propia de las gentes de la montaña de cualquier país. Advierto que solo se trataba de las primeras escenas de la comedia. Si continuabas en el pueblo, esa comedia variaba mucho e ibas notando su modificación día a día.

Aunque llevábamos un tiempo en Barcelona, hasta que no llegamos a aquel rincón del Pirineo no supimos que Queralbs era en realidad el feudo de los Ferrusola-Pujol. Tanto Jordi como Marta habían nacido en Barcelona, pero su lugar más mítico e íntimo, aquel en el que se sentían conectados con la Cataluña profunda y sus mistificaciones era Queralbs, algo así como su paraíso particular, y que a ciertas horas y desde ciertos ángulos bien podía parecer una aldea suiza o alemana. En el pueblo le tenían más respeto a la “primera dama” que al señor Pujol, quizá porque ella estaba más vinculada a aquella tierra dotada de una naturaleza contrastada, fascinante y cruel.

La gente de Queralbs, la que se quedaba allí todo el año, aseguraba que había sido de la primera dama la pintoresca idea de que todas las casas en Queralbs fuesen de piedra desnuda y con ventanas, puertas y persianas de madera. En una librería de Ribes de Freser compré libros para informarme de cómo eran antiguamente las casas en Queralbs y comprobé que se parecían muy poco a las de ahora. El proyecto estético que se estaba desplegando en Queralbs no ofrecía dudas: se trataba de convertir un pueblo del Pirineo catalán en un pueblo del Tirol. Y en buena medida lo habían conseguido. Queralbs, ese feudo románico que tuvo muy pronto su castillo y su iglesia, duro, parcialmente aislado, de apariencia tosca y al mismo tiempo encantadora, estaba cayendo en la tentación suiza, y faltaba poco para que alguna fonda llevase el nombre de Guillermo Tell. El plan universal de convertir todo el planeta en un parque temático está llegando también a los pueblos, y eso se notaba perfectamente en Queralbs. Casi todas las casas cumplían la norma de la piedra desnuda y las ventanas de madera, salvo la de Marta Ferrusola, ya que su casa incumplía todas, absolutamente todas las reglas que sí contaban para al resto del municipio, según me aseguraban los del pueblo. Los oriundos de Queralbs llamaban a aquella casa “la Cami”, porque sus colores apastelados recordaban los de un helado de nata, fresa y chocolate. Se trataba de un chalet cremoso y gigantesco, según creo recordar, construido a las afueras del pueblo y sobre una elevación, si bien se hallaba más bien oculto, y no lo podías ver desde cualquier lugar.

En el espacio del pueblo, entendido como espacio dramático en el que se está representando algo, el chalet de la primera dama era la representación más genuina del dominio como exhibición, si bien en su versión más cursi. La casa en cuestión incumplía de tal modo las normas estéticas del lugar que tendía a crear una diferencia excesiva entre ella y las demás: una diferencia feudal, evidente y a la vez extrañamente camuflada, pero que dejaba ver con claridad el deseo de destacar y el recurso a la excepción. Los del pueblo me lo decían continuamente, si bien con palabras más burlonas y cortantes. Uno de ellos me lo dijo así: “A menudo las leyes son para todos menos para los que las formulan.”

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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